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un nuevo asedio al tema erótico
de Maryse Renaud
Y el mundo fue un asombro
Pablo Urbanyi
CELCIRP y los amigos de «Río de la Plata», revista que dedicó a su novela
Silver una pormenorizada reseña en 2001. Nos entrega ahora con El
Buenos Aires, por la editorial Catálogos), profunda, llena de delicadeza,
que retoma y prolonga no pocos temas y motivos ya contenidos en Silver, y
más directamente aún en la novela Puesta de sol, publicada en 1997, donde
hasta figura, fugazmente, la metafórica expresión húngara «zoológico de
Dios», equivalente a la castiza y refranesca «viña del señor». Ahí se dedica
existencial, la violencia y fugacidad de la vida. Pero lo que era en Silver o
consumo norteamericana o argentina, rayana por momentos en la alegoría,
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se convierte aquí en una visión singular, emocionada, nostálgica, recorrida
por un humor leve, benevolente y comprensivo, desprovisto de acritud. Este
cambio de tónica se debe fundamentalmente a la relevancia que cobra en
esta obra de la madurez la esfera de lo íntimo, si bien está anclada la ficción
en un periodo histórico particularmente ambiguo, propicio a contrastadas y
Mundial, cuyas repercusiones en la pequeña población húngara de Ipolyság
nos describe con lucidez y humor el narrador. (Señalemos de paso el origen
inspiración autobiográfica de no pocas vivencias de la novela.)
El zoológico de Dios se coloca de entrada bajo un doble signo : el de
la memoria —común a otros tantos textos posmodernos argentinos— y el
del sexo, o mejor dicho, del erotismo feliz, como puede apreciarse desde los
dos epígrafes, respectivamente atribuidos a San Agustín y Robert Musil,
misma, que pasó definitivamente, sino las palabras suscitadas por la
representación de la realidad» y « ...y aquello sucedía con la deslumbrante
ternura que sólo es propia de las primeras experiencias del sexo». Doble
signo que se ve confirmado por la primera y brevísima secuencia 1 de la
novela : «Lo ha comprobado más de una vez : haya sido su pasado feliz o
no, regresar a él siempre es doloroso. Los momentos felices, por perdidos;
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los desdichados, por el dolor que reavivan. No pocas veces trata de
eludirlos, pero, inexorablemente, vuelven».
Son los recuerdos agridulces de un niño malquerido y sediento de
ajeno a la intriga, los que busca revivir la ficción. De hecho, dicho narrador,
mismo personaje del niño. De modo que el relato en tercera persona casi
podría leerse como si se tratara de las memorias disfrazadas del adulto en
infantil, que no impide los numerosos comentarios ideológicos críticos a
los que son afectos los narradores de Pablo Urbanyi, ni los puentes
presta a la ficción una dimensión acusadamente lírica. Los mismos lugares
durante todo el texto, pese a las rudas embestidas de un contexto histórico
poco propicio a idealizaciones. Lugares de nombres extraños, de exótica
individuales— puede percibirse a veces el soplo del cuento de hadas, cuyo
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espíritu abierto a todas las derivas de la imaginación atenúa las sordideces
de la tragedia cotidiana. Atraviesan entonces la novela fulgores de belleza e
inocencia. El mundo del niño es decididamente el de la revelación y el
refugiarse la familia de Fénix durante buena parte del conflicto bélico en un
lugar maravilloso, preferible con creces al aristocrático palacio paterno : el
más allá de toda consideración de clase y de moralidad, entre el niño y
Judit, la joven criada de la familia.
El zoológico de Dios nos cuenta en efecto una doble iniciación : a las
fealdades de la vida, que no pueden ignorarse, pero sobre todo a la libertad
erótica —¿el amor quizás?— que sólo las hace llevaderas. De ahí la
desatendido por sus padres todo el cariño que éstos le niegan. Con la
insólita pareja FénixJudit se retoma y remoza de modo original la clásica
temática, tan propia de la novela realista occidental del siglo XIX, de los
amores ancilares. Conviene señalar al respecto el gran logro de las escenas
trébol de cuatro hojas que buscan ansiosamente todos los enamorados— en
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enclaves líricos audaces y púdicos a la vez. Así se convierte el humilde
trébol en una mata vibrante, un abundante bosque, sedoso y acogedor ( que
casi preludia las lujuriantes selvas americanas que irá descubriendo un día
la familia del niño en su exilio al Nuevo Mundo). Resultan particularmente
entrañables, y no desprovistas de una pizca de humor, las evocaciones de la
lenta progresión del niño hacia el sexo femenino, inagotable fuente de
palpable, preferible a las frías utopías de los padres —en medio del fragor
renacimiento de la humanidad», un progreso basado en los avances de la
tecnología, la medicina, la ciencia —de ahí el absurdo nombre, dicho sea
de paso, asignado a su hijo—.
«Si Fénix era inteligente, en la materia, Judit lo era mucho más, tal vez
sabia. O quizás fuera cariño, amor, pasión por Fénix. Se dio cuenta de su
cansancio y temió perderlo como en un sueño. Descubrió el túnel hasta que
reclinándose lentamente como una Diana cazadora para que la flecha no se
perdiera, con cuidado, cuando terminó de recostarse, el pequeño milagro se
perdió con puntualidad entre la mata de seda, mientras la cabeza de Fénix
se apoyaba sobre sus senos.
Afuera, un mundo nevado, invierno.»
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Pero toda iniciación es una aventura —con su ritmo propio, aquí
irreversible paso del tiempo, sembrando indicios y anticipaciones fatales.
Judit morirá, como su familia, de modo trágico, en un accidente de extraña
cuales destacará el muy humano ruso Vorosoff, que hará las veces de padre
sustituto del niño Fénix. Con él se prolongará la temática del amor, bajo la
forma renovada del afecto filial, dando pie a una visión abierta, generosa,
humanista, que rehúye todo esquema ideológico preconcebido, todo falso
epicismo, todo pensamiento binario, toda inútil hipérbole. Y como ha de
prevalecer una visión esperanzada —nostálgica, pero de algún modo feliz
—, en esta novela decididamente colocada bajo el signo de la apertura, se
nos sugiere al final la partida de la familia y del niño Fénix hacia un nuevo
espacio : la supuestamente utópica América, que no consigue borrar, sin
embargo, la memoria de los «dorados ojos de Judit», eco lejano tal vez de
la mirada de topacio del chivo mítico de Para una tumba sin nombre
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