Hace unos cinco años, compartiendo un asado bajo la parra de mi casa.
Nos juntamos con varios filósofos y comenzamos a preguntarnos si era posible sostener que el hombre es naturalmente solidario. Sin duda que la pregunta no tenía una respuesta sencilla. Pero este interrogante nos hizo comprender que nos hallábamos frente a un nuevo fenómeno que había que describir. Durante mucho tiempo, la sociedad había estado indiferente frente a las necesidades de sus semejantes. Pero un nuevo fenómeno comenzaba a manifestarse frente a nuestros ojos. Un desborde de emoción solidaria, comenzaba a delinear una nueva forma de encontrarnos frente al prójimo. Y el nacimiento de este fenómeno nos parecía un motivo de festejo. El amplio mundo de la solidaridad presentaba una serie de elementos, que nadie aún había descrito de manera convincente. La filosofía y el mundo de la cultura, debían adquirir una nueva mirada frente al nacimiento de este nuevo fenómeno. El mundo académico debía analizar esta nueva mirada de la realidad. Comprendimos entonces, que nos encontrábamos frente a una enorme tarea en la que había que redefinir cuestiones tan sencillas como ¿qué es el prójimo?, ¿en qué consiste la solidaridad? o ¿qué significa fomentar una cultura solidaria? Luego de algunos años de debates, encuentros y cursos, comprendimos que la solidaridad consiste más en una virtud que debe vivirse antes que tratar de definirla. Hay que salir a la cancha, más que hablar de ella. Sin embargo, descubrimos que nos encontramos frente a una nueva revolución en donde los marginados pueden ser incluidos y cada uno puede comprometerse. Cuando el que está afuera es incluido en la sociedad, devolviéndole por un acto de justicia original, la dignidad que se merece, comenzamos a vivir esta revolución. Por ello, su nacimiento, nos motivó otro festejo. Durante mucho tiempo, había hambre y nadie se daba cuenta, había niños perdidos y nadie los encontraba, había catástrofes y pocos ayudaban. Ahora la gente tenía presente a su prójimo y se preocupaba por él. La sociedad se estaba transformado, adquiriendo una conciencia más solidaria. Y este cambio en la cultura de nuestro pueblo nos invitó a celebrar nuevamente. Sin embargo, el próximo paso consiste en que nuestra emoción solidaria no sea pasajera y logre plasmarse en un compromiso con la comunidad. Para esto se necesita de la cultura solidaria. Cuando veo la necesidad del que sufre, cuando un abuelo necesita una prótesis o un huérfano nos exige su alimento, la solidaridad surge sola. Este es el inicio de la cultura solidaria; lograr por medio de un acto de justicia, que la invisibilidad de nuestro prójimo se haga patente y logre recobrar el estado de justicia que había perdido. Pero tal vez, esta cultura pueda llegar al culmen de su desarrollo, cuando luego de reflexionar acerca de la dificultad de nuestro prójimo y darle una respuesta, vea consumada una nueva sociedad. Cuando los comedores populares tengan que ser desarmados porque los marginados tienen un trabajo digno, cuando los asilos sean escasos porque somos capaces de preocuparnos por nuestros abuelos, cuando nuestros compatriotas no vivan permanentemente inundados porque alguien previó la forma de evitar que se inunden, estaremos más cerca de consumar esta cultura. Y tal vez ese sea nuestro último aplauso. Creo que este libro logra describir de manera correcta, las largas reflexiones que hemos debatido en estos años y puede ser muy útil para entender esta nueva revolución, que esperamos logre calmar un poco las angustias de quienes están excluidos.