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Idiosincracia: ¿Justificación del odio y la discriminación?

El señor Eduardo Jiménez en su articulo “¿los instintos o la razón?” (La Nación, 21/11/08/),
acierta cuando señala que los argumentos científicos en sí mismos no son criterio suficiente para
tomar decisiones de interés publico, pero no por eso dejan de ser necesarios. Ya que como es
bien sabido, estos argumentos necesitan tener el respaldo de un sistema de creencias que van más
allá de la ciencia, y que no son, en nada científico, es decir, se necesita que la gente crea en ellos
y los haga parte de su ‘sentido común’.

No obstante, me gustaría recordarle que tampoco los argumentos religiosos ni “nuestra


idiosincracia”- a la que él recurre- son argumentos válidos para el odio, la ignorancia, y la
discriminación. De aquí la importancia de los argumentos científicos en aras de combatir los
prejuicios y la intolerancia, que no por ser parte de la idiosincracia son justificables, y mucho
menos deseables, aunque si explicables.

Defender la libertad al aborto, al matrimonio civil entre personas del mismo sexo, al uso de las
píldoras anticonceptivas de emergencia, no conduce, ni promueve – como dice este señor – ‘al
caos legal regulado por los instintos’, al contario, es una lucha social más que busca vencer un
sistema de creencias que hace pasar la irracionalidad y la discriminación como valores deseables.
Estos principios sí que conducen al caos legal al que tanto le teme don Eduardo.

La lucha por la libertad no es justificar cualquier cosa, y mucho menos, promover un relativismo
moral radical, sino de buscar construir una sociedad más inclusiva y respetuosa de la diversidad
de creencias, en especial si esta diversidad no lesiona el derecho moral de otras personas.

Así pues, defender el derecho al aborto –por ejemplo – no es defender, necesariamente, el aborto
como un valor moral universalizable ni deseable. De lo que se trata es de abordarlo como una
realidad concreta independiente de mi posición moral al respecto, es decir, de la que no se escapa
con solo condenarlo moralmente. Y no sólo es una realidad, sino que tiene consecuencias muy
graves, las pésimas condiciones de las clínicas producto de la clandestinidad y la ilegalidad de
las mismas, trae como resultado la muerte de millones de mujeres en todo el mundo; mujeres de
todos lo credos, aún las católicas apostólicas romanas, son victimas de la invizibilizacion del
aborto. Yo me pregunto: Es moral estar al tanto de estas realidades y no hacer nada al respecto?
Basta sancionarlo como malo para solucionarlo?

La libertad aquí no consiste solamente en defender el derecho individual/privado como quiere


hacer ver este señor, sino que va más allá, el verdadero interés en entablar un debate al respecto
consiste en señalar las graves consecuencias sociales que trae consigo la ilegalidad del aborto, en
este caso es un tema de interés común. Una legalización del aborto bien aplicada es más
consecuente con el bien común, ya que permitiría regular las clínicas en las que se realiza la
intervención. También se podría establecer en que condiciones es menos deseable realizar un
aborto, y crear una regulación al respecto, a la luz de los descubrimientos científicos tanto de la
biología, de la psicología, como de la medicina misma. Ahora bien, y más importante aún, esta
legalización debe estar acompañada de un verdadero plan educativo que enseñe los peligros y
consecuencias negativas del aborto, así como una verdadera educación sexual que busque
minimizar los embarazos no deseados. Búsqueda racional que debería formar parte integral de
nuestro sistema de creencias más arraigados, de la mano de la ciencia y el debate social serio.

Tenemos aquí la concordancia entre los motivos y los argumentos que reclama el señor Jiménez,
al menos en este caso, tenemos un excelente motivo: la espantosa muerte de millones de mujeres
que necesita ser resuelta, además de la ignorancia en la que estamos hundidos en relación al
aborto producto del dogmatismo religioso. Los argumentos salen aún sin que los busquemos
mucho, son tan contundentes que no hace falta tener tres dedos de frente para poder verlos. Los
mismos principios podríamos aplicar para justificar el uso responsable del anticonceptivo de
emergencia.

En el caso de la legalización del matrimonio civil entre personas del mismo sexo, es menos
obvio el argumento del bien común, al menos en comparación al tema del aborto; sin embargo,
aquí estamos hablando de los derechos de una minoría con preferencia sexual diferente – ni
mejor, ni peor – de la dominante. Es simplemente una opción más dentro del menú sexual, y es
tan natural como la heterosexual; no obstante minoritaria. La diversidad es propia de la especie
humana, en el sentido que nos la hemos dado como especie, o sea, si hay algo natural en
nosotros, eso es crear cultura. Por otro lado satisface un impulso sexual si se quiere instintivo,
por lo que es doblemente natural. El impulso sexual por un lado del que la vive y la opción que
nos hemos dado como cultura por el otro.

Para las personas, cualquiera sea su preferencia sexual, la libertad de ser lo que quieren ser
porque así lo sienten es requisito indispensable para su realización, al contrario de lo que sostiene
el señor Jiménez con odio y mala fe, cuando afirma que: ‘El homosexualismo es un sinsentido
porque aleja al ser (hombre o mujer) de su realización’, y lo llama además desórdenes de
identidad. Da pena leer este tipo de ‘argumentos’ homofóbicos, llenos de irrespeto,
discriminación, ignorancia y dogmatismo. Y este precisamente la cultura intolerante, de la cual
este hombre es militante, la que genera los ‘desordenes’ de identidad que alude.

Los derechos de las minorías y su bienestar como tales, crea ciudadanos más plenos y realizados,
es decir, felices. Lo que definitivamente va a favor del bien común, y por ende, del buen orden
moral de la sociedad, lo que debería verse reflejado en el buen orden jurídico/legal. Defender lo
contrario es un acto inmoral de los más viles, ya que la sobrerepresión no permite la convivencia
y las condiciones sociales óptimas para devenir en ‘ser’ moral pleno. Así el señor Eduardo
Jiménez provoca justo lo que dice combatir: el caos legal, y más aún, el caos social.

Al invocar la moral no basta con levantar banderas dogmáticas, ni con intentar amoldar la
realidad a estas concepciones fijas y a-históricas, ya que el desfase entre estas ideas y los
cambios culturales es muy grande, por lo que la única manera de mantener estas ideas es
ejerciendo violencia sobre las personas que no las comparten, y por ende, efervescencia y
conflicto social. En cambio, la moral moderna debería estar inspirada en el respeto a la
diversidad, la solidaridad, el bien común, y el análisis serio que permita determinar que es lo
mejor para el conjunto de la sociedad, respetando a todos los grupos sociales, siempre y cuando
estén exigiendo derechos razonables. Y en este caso, reclamar el derecho al matrimonio
homosexual, la legalización del aborto, y el uso de la píldora anticonceptiva de emergencia, son
exigencias no sólo razonables, sino que necesarias.

Andrey Pineda Sancho (autor).

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