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Siempre quise volar. Aún conservo los números de Avión Revue que empecé a comprar
cuando tenía 14 años (poco después de Naranjito). Por entonces los ultraligeros eran
algo prácticamente inexistente. 11 años después, llegó el momento dar el paso adelante
e iniciar el curso de vuelo. Dudaba entre Vuelo a Vela (entonces vivía cerca de Ocaña) y
el vuelo en Ultraligero y al final me decidí por esto último. Pagué mi curso de
Ultraligero y mi primer vuelo fue precisamente la primera clase que me dio mi
instructor en un Tango. No había vuelta atrás y aunque no me hubiese gustado tendría
forzosamente que acabar el curso porque ya estaba pagado.
Jamás pensé en volar en Trike o Pendular ya que consideraba que eran aparatos
destinados a los usuarios de Alas Delta que se cansaban de acarrear sus aparatos hasta
las cimas de las montañas.
Seguí volando lo poco que podía e hice el curso de 3 ejes en Rans S-12 Airaile.
Corría el año 2001 cuando un compañero de club me invitó a volar en su Trike Gemini.
Quedé gratamente impresionado de las capacidades de estos aparatos y de las
sensaciones que me transmitía. Cuando aterrizamos ya se había producido una
transformación en mi cerebro y todas las opiniones preconcebidas se habían
desvanecido.
El veneno estaba inoculado y solo era cuestión de tiempo. Al año siguiente otro
compañero comentó la posibilidad de comprar un Coyote y vender su Trike. Empecé a
sopesar los pros y contras y llegue a las siguientes conclusiones.
Son aparatos más sencillos mecánicamente que carecen de mandos de vuelo complejos.
Suelen ser más baratos que otro tipo de ultraligero. Permiten la posibilidad de plegarlo y
transportarlo en un carro lo que puede ser útil para quienes no dispongan de hangar.
Requieren menos espacio para hangararlos aunque necesitan hangares más altos (a no
ser que se use un ala con montantes rígidos). Tiene una maniobrabilidad asombrosa
aunque en vuelos con turbulencia pueden llegar a ser más cansados. Dan unas
sensaciones de vuelo únicas, especialmente los que no llevan carenado frontal, aunque
en invierno hay que abrigarse, especialmente las manos. Su velocidad nunca será muy
alta y por tanto los viajes son más largos pero a cambio son capaces de aterrizar en casi
cualquier parte lo que da más seguridad en caso de problemas.
Con estas y otras consideraciones dando vueltas en mi cabeza al final me decidí a
comprar el trike de mi compañero de club ya que su precio era aceptable y el aparato,
aunque un poco viejo, estaba en perfectas condiciones para poder iniciarme en este tipo
de vuelo. Empecé a aprender todo lo que podía sobre trikes y descubrí que en nuestro
país había poca literatura al respecto y la diversidad de trikes es bastante escasa ya que
solo se ven trikes de 4 constructores diferentes y algunos modelos solitarios y exóticos
de diversas procedencias.
Pero ya tenía mi trike, una copia de un carro Air-Creation, Rotax 503 y ala SX-16, con
el que adquirir experiencia. También tenía que volver a examinarme para conseguir la
calificación de “Desplazamiento del Centro de Gravedad”, una de las lagunas legales
que gobiernan el vuelo de Ultraligeros en nuestro país.
Empezó el aprendizaje de este nuevo tipo de vuelo. La facilidad de mando volando en
condiciones perfectas se convertía en su suplicio cuando había algo de turbulencia y
trataba de corregir constantemente los movimientos del ala, hasta que aprendí que es
bastante sencillo si dejas al ala del trike volar sola y solo te limitas a indicarle que es lo
que quieres de ella. Si alguna vez estaba poco fino en el aterrizaje, el carro se comía el
golpe sin rechistar. Me gustaba, y lo que realmente me daba miedo era quedarme sin
trike para seguir volando. Empecé a plantearme adquirir otro y empecé a considerar
diversas variables.
Francisco J. García.
Club Loreto de ULM.- Gurrea de Gallego.