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La explosión afectó a tres viviendas, ocupadas por la familia Caballero,
la viuda de Valdés y sus hijos y la familia Ruiz-Sánchez. A pesar de que
estas tres propiedades quedaron reducidas a escombros, el hecho de que
la bomba cayese dentro de un pozo había evitado un desastre aún mayor.
Aún así, la sacudida de la onda expansiva se haría sentir a muchos metros
de distancia.
La explosión había destrozado
el tendido eléctrico y no había luz.
Para facilitar la labor de
desenterrar las víctimas se
sirvieron de los focos de unos
camiones militares. Soldados,
policías y civiles, algunos de ellos
familiares de los que permanecían
enterrados, ayudaron en las
labores de desescombro. Poco a
poco fueron apareciendo las
primeras víctimas de aquella
tragedia. Los cuerpos de cinco personas: María Caballero Hidalgo, Tomás
Caballero Hidalgo, Joaquina Morilla Vega, Julia Rojas Torres y José Luís
Valdés Díaz fueron sacados sin vida; también hubo muchos heridos, y los
casos más graves (Ana Serrano Pérez, Dolores Ruíz Sánchez, Encarnación
Ruiz Sánchez y Concepción Bernabéu Sánchez, prima de las anteriores),
fueron conducidos al Hospital Militar. El resto fueron atendidos allí mismo.
La Línea quedó conmocionada por la tragedia de aquella noche. Se
decretó día de luto, y entre otras resoluciones, se acordó que todos los
actos programados con motivo de la apertura oficial de la Velada
quedarían aplazados hasta el domingo.
El sábado 12 de julio, con la presencia del Gobernador Civil y las
autoridades municipales, tuvo lugar el sepelio de las víctimas en el
cementerio de San José. Varios miles de personas acompañaron a la
comitiva fúnebre a lo largo de su recorrido por las calles de la ciudad.
Las otras dos bombas arrojadas aquella
noche habían caído sin hacer explosión en la
playa de Poniente. Sin dar demasiada
publicidad al hecho y tras identificar estos
artefactos como italianos, las autoridades
españolas se limitarían a plantear una protesta
oficial ante los representantes de Mussolini.
A pesar de todo, la madrugada del domingo
día 13, del lunes 14 y martes 15, el SM-82
repetiría sus incursiones contra la Bahía,
fastidiando las tres primeras noches de feria
que los linenses vivían desde hacía un lustro. La
madrugada del martes 15 los reflectores
lograron localizar de nuevo al bombardero
enemigo, el cual, ante el fuego antiaéreo, se
apresuraría a virar hacia Campamento
deshaciéndose de su carga. Esta vez dos de las
bombas estallaron en las cercanías de las antiguas pistas del Polo,
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mientras que una tercera quedaba encajada en las arenosas riberas del
“Rio Cachón”.
Según fuentes italianas, desde el bombardeo de La Línea, las
incursiones posteriores de los SM-82 habían sido contestadas por fuego
antiaéreo procedente del territorio español. Según afirman aquello era una
muestra de sus deseos de vengar las muertes de sus compatriotas, aunque
lo más lógico pensar de que en realidad no era más que un intento de hacer
respetar el espacio aéreo, como se había hecho en ocasiones anteriores
con los aviones franceses.
Al finalizar la guerra, el gobierno italiano pagaría una indemnización de
250 mil dólares por los daños causados por la Segunda Guerra Mundial a
personas y bienes de nacionalidad española en La Línea de la Concepción,
así como otra clase de daños causados por hechos de guerra a personas y
bienes españoles en el territorio de soberanía española o en el mar. Esta
cantidad serviría para amortizar parte de la deuda contraída por España
ante Italia durante la Guerra Civil. En consecuencia, el Estado español se
tendría que hacer cargo de hacer efectivo el pago de las indemnizaciones
a las familias de los fallecidos, de los gastos médicos de los heridos y a la
restitución a los afectados por la pérdida de sus bienes.
i.h.m.