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UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA, SEDE BOGOTÁ

FACULTAD DE TEOLOGÍA
PROGRAMA DE LICENCIATURA EN TEOLOGÍA
E CLESIOLOGÍA
PROFESOR: MARTÍN ADOLFO GALEANO ATEHORTÚA, O.F.M.
ESTUDIANTE: P IERRE G UILLÉN R AMÍREZ , O . F . M . CÓD . 20121410034
FECHA: 3.9.2013

¿TIENE SALVACIÓN LA IGLESIA? HANS KÜNG


Este breve escrito contiene dos partes. En la primera se reconstruye sucintamente las
principales tesis abordadas por Küng en la obra mencionada y en la segunda se esbozan algunas
consideraciones personales de cara a lo expuesto por el teólogo suizo.

1. SÍNTESIS DEL TEXTO

Hans Küng analiza en su reciente libro Ist die Kirche noch zu retten? (2013), que al castellano
ha sido traducido bajo el sugerente título ¿Tiene salvación la Iglesia?, la situación actual de la
Iglesia católica europea. Específicamente, se refiere al presente y al futuro de la Iglesia,
poniendo de manifiesto la crisis eclesial y proponiendo ciertos causes de «rehabilitación».

Küng inicia su libro afirmando que la Iglesia europea está en crisis, «que es, de hecho, una
crisis de gobierno» (Küng, 2013: 9). Opta por expresar dicha crisis en términos médicos como
una enfermedad crónica: «la Iglesia católica, esta gran comunidad de fe, se encuentra
gravemente enferma: padece bajo el sistema de dominación romano que, contra toda
resistencia, se consolidó durante el siglo XX y perdura hasta la fecha» (ibid. :11). Dicho
sistema de dominación se caracteriza fundamentalmente por el monopolio del poder y la
verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia. Por su
parte, la crisis de gobierno que vive la Iglesia radica en la perniciosa evolución del papado, que
pasó de ser un auténtico ministerio petrino de servicio y salvaguarda de la Iglesia, a una
institución monárquico–absolutista que ha dominado la historia cristiana desde en nacimiento
de la llamada cristiandad.

Küng sostiene que el inicio de la Iglesia imperial (s. IV), que se produjo principalmente por el
cambio de condiciones políticas para el cristianismo que pasó de la persecución, a la tolerancia
y finalmente al favorecimiento, determinó que la religión cristiana se convirtiese en una
institución garante del orden civil establecido. El emperador era el Pontifex Maximus (título
que se utilizó hasta Teodosio), el más grande regente del Imperio y también de la Iglesia. El
emperador era quien convocada los concilios y nombrada (o deponía) los obispos (vigilantes
locales de la fe) en las distintas sedes episcopales; inclusive fijaba la fe recta y obligatoria (lo
que se debía creer). Teodosio en el 381 elevó la fe cristiana a la categoría de ley estatal, cuya
intención fundamental era realizar la idea del Imperio, que sólo podía tolerar un único culto
oficial en el Estado cuya uniformidad y realización correcta debía establecer y proteger él para
bien del Estado. Los enemigos de la fe cristiana eran los enemigos del Estado. No obstante,
los emperadores no se adherían a cuestiones de fe sin tener en cuenta su éxito práctico, esto es,
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político. La inclinación hacia el cristianismo por parte de los emperadores no obedecía a meras
intensiones de conversión en el sentido religioso, sino que formaba parte de sus estrategias de
gobierno para conservar su poder y la unidad del Imperio, por tal motivo, no tenían reparo
alguno en servirse de la Iglesia y de la fe como instrumento en la lucha por el poder. Así nace
la morbosa relación entre Iglesia y poder político.

El teólogo suizo critica abiertamente al papa Benedicto XVI, porque, según él, desaprovechó la
oportunidad de implementar plenamente el concilio Vaticano II; «al contrario, relativiza sin
cesar los textos del concilio, interpretándolos de manera retrógrada contra el espíritu de los
padres conciliares. Más aún, se ha posicionado incluso de forma explícita contra el concilio
ecuménico, que según la tradición católica representa la autoridad suprema de la Iglesia»
(ibid. :18). Afirma, además, que ha dado un enorme espaldarazo a la esencia renovadora del
concilio, al acoger en la Iglesia, sin ningún reparo, a obispos de la tradicionalista Fraternidad
Sacerdotal de San Pío X, ilegalmente ordenados fuera de la Iglesia católica, quienes rechazan el
concilio Vaticano II en algunos puntos fundamentales como lo son, por ejemplo, la reforma
litúrgica y el diálogo con el mundo de la cultura actual. También, acusa al papa de fomentar
con todos los medios a su disposición la medieval misa tridentina que ocasionalmente ha
celebrado él mismo de espaldas al pueblo. Dice que el papa alemán alimenta una profunda
desconfianza hacia las iglesias protestantes en tanto que ha llegado a afirmar que no son
iglesias en sentido propio y que el único acercamiento, por lo demás tímido, a otra
denominación cristiana ha sido la invitación que ha hecho a clérigos anglicanos conservadores
casados al seno de la Iglesia, dispensándolos de la obligación del celibato. Y quizá el peor
espaldarazo que dio al concilio fue poblar el Vaticano de clérigos tradicionalistas y
diplomáticos, poniéndolos al frente de los diferentes dicasterios. Küng sostiene que lo
paradójico de todo este asunto es que el mismo Benedicto XVI, cuando aún era joven obispo,
participó con ahínco reformista, junto a Rahner, Congar, Chenu, de Lubac y Danielou, entre
otros, como perito consultor en las sesiones del concilio Vaticano II, y que por ello quizás no
exista en la actualidad otro teólogo que pueda dar razón del concilio con mayor precisión que el
papa Ratzinger, y sin embargo parece que, al llegar a la corte vaticana, se olvidó por completo
del deseo de volver a las fuentes (de la Sagrada Escritura y de la liturgia) y de entablar un
diálogo profundo con el mundo contemporáneo.

Continúa Küng su diagnóstico diciendo que millones de católicos están en desacuerdo con el
rumbo de la Iglesia católica y que de cara a esta realidad es posible constatar reacciones
sumamente diversas a esta situación:

1. El abandono de la Iglesia, que en el 2010 han hecho decena de miles de fieles a causa
de los escándalos que han salido a la luz (oscuras administraciones económicas, asuntos
de pederastia, lucha de poderes internos, etc.): se estima que en Alemania han sido unos
250.000 y en Austria (según cálculos del cardenal dominico Schönborn) unos 80.000.
2. Cismas. Como el protagonizado en su tiempo por el reaccionario arzobispo Marcel
Lefebvre (excomulgado en 1988) y tradicionalista (y anti–conciliar) Fraternidad
Sacerdotal de Pío X. A sí mismo, el creciente número de grupos ultraconservadores en
la Iglesia como el Opus Dei, que resultan cada vez más apartados, ideológica y
pastoralmente, del espíritu del Concilio Vaticano II.
3. Se puede optar por el conformismo y el silencio frente a estado de cosas actuales en la
Iglesia, so pretexto de obediencia y fidelidad, y vivir toda una vida cómodamente sin
cuestionar el statu quo eclesial.
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4. Compromiso a nivel parroquial. Se trata de cierta independencia del papa incluso del
obispo, identificándose con la comunidad local y su pastor, como lo hacen hombres, y
en especial mujeres (como por ejemplo en Estados Unidos de Norte América y algunos
países europeos), que incluso llegan a asumir las funciones mismas del párroco que a
veces ni siquiera se tiene.
5. Se pueden gestar protestas públicas, mediantes las cuales se exija enérgicamente un
cambio a los responsables eclesiásticos. Sin embargo, el llamado establishment
católico–romano reduce el potencial crítico de los católicos en el mundo.,
6. Reflexionar con rigor científico sobre la situación de la Iglesia actualmente. En este
sentido, la teología tendría que ofrecer modos de orientación de la praxis eclesial hacia
la implementación del concilio Vaticano II.

Finalmente, Küng propone una posible «terapia» para la Iglesia. Ante todo, considera
imperante, no convocar a otro concilio, sino implementar de manera profunda, y no solo
superficial, el último. Propender por una Iglesia más participativa y menos piramidal. Tener
como pauta para la renovación del gobierno de Iglesia la primitiva comunidad cristiana y la
manera cómo se entendía el ministerio petrino. La norma para la reforma de la Iglesia: no un
derecho canónico elaborado por nosotros mismos, sino el Jesucristo histórico atestiguado por la
Biblia. La Iglesia debe fortalecer su función esencial: la evangelización, asumiendo al mismo
tiempo una eficiente responsabilidad social. El papa debe esforzarse por fortalecer la comunión
con las otras denominaciones cristianas, dejando a un lado la soberbia exclusivista que impide
entablar diálogo ecuménico. No hay que suprimir la Curia romana, pero sí es necesario
reformarla conforme a criterios evangélicos y de transparencia administrativa, para ello es
importante dejar a un lado los favoritismos y la llamada «carrera eclesiástica» y favorecer la
competencia y la cualificación por las propias virtudes y capacidades. Las finanzas
eclesiásticas deben ser manejadas por personal competente y de forma transparente; se debe
aceptar la supervisión fiscal de los organismos internacionales de control económico al banco
vaticano. El derecho canónico no debe ser perfeccionado sino reformado a fondo, brindando
mayor participación de los laicos en las estructuras eclesiales. Volver a la elección democrática
de los obispos por parte de los fieles tal y como se efectuaba en la Iglesia primitiva. Abrir a las
mujeres todos los ministerios eclesiásticos. Autorizar el matrimonio de sacerdotes y obispos.

Concluye Küng preguntándose, ¿tiene salvación la Iglesia? A lo que responde: «No he perdido
la esperanza de que, si emprende un camino de renovación, la Iglesia sobrevivirá» (ibid. :190).

2. APRECIACIONES PERSONALES DE CARA LA PROPUESTA DE KÜNG

Sin duda alguna, H. Küng se está refiriendo a la Iglesia católica europea, por tal motivo, casi
todas sus críticas tienen sentido (y vigencia) en dicho contexto particular. Su caracterización
eclesiológica no es, en sentido estricto, la de la Iglesia latinoamericana, norteamericana,
africana o asiática. La Iglesia que critica Küng está inmersa dentro de un contexto
profundamente secularizado y relativista, que se encuentra bajo el signo de la posmodernidad
que vocifera el derrumbamiento de la metafísica, de los valores fundamentales y absolutos, de
las éticas teónomas, de las naturalezas preconstituidas, entre otras cosas. El estilo de vida
posmoderno está determinado por una magnificación de la experiencia subjetiva e
individualista. Importa solo aquello que afecta al individuo en primera persona. Todo está en
función del aspecto emocional. Se vive bajo el imperio de las pasiones. La esencia de los
valores se revela casi exclusivamente en la intuición emocional, el percibir sentimental. Los
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criterios comportamentales son el placer o el displacer personal de cara los fenómenos del
mundo. El hombre se concibe como un ser de necesidades y no como un ser de relaciones, de
solidaridad o de comunión. Esta situación posmoderna constituye el conjunto de sistemas de
pensamiento, cambios paradigmáticos, rupturas epistemológicas y desarrollos culturales no
homogéneos del momento actual, que determinan el estado de cosas (políticas, sociales,
económicos, culturales, etc.) con el que tiene que habérselas la Iglesia católica europea.

Por tal motivo, Küng no se está refiriendo estrictamente la Iglesia universal. Tampoco es esa
su pretensión. Sin embargo, algunas de sus afirmaciones sobre la Iglesia parecieran que
intentan describir la totalidad de la misma.

Ahora bien, en Latinoamérica la Iglesia tiene otro rostro. El problema de la Iglesia


latinoamericana no es que los templos estén vacíos o los seminarios carezcan de vocaciones.
Tampoco que los fieles desconfíen de los sacerdotes y que pongan en entre dicho su autoridad
(incuso la moral). El problema de la Iglesia en esta parte del mundo, a mi modo de ver, es la
enorme cantidad de «fieles» que no están en la capacidad de dar razón, ni de su fe, ni de su
pertenencia a la Iglesia católica. Se trata, a diferencia de Europa, de una crisis de la «calidad»
de los fieles (y a veces de los clérigos), no de la cantidad.

El conjunto de circunstancias históricas latinoamericanas ha configurado la situación de la


Iglesia de modo particular. Largas etapas (incluso todavía no concluidas) de colonialismo,
dictaduras, crisis económicas, desigualdad social, empobrecimiento, etc., han ocasionado que
los creyentes desarrollen una visión mágica de la experiencia de fe cristiana. Se ve en Dios la
única posibilidad sobrenatural de reivindicación y de liberación. Se trata de la forma
extramundana de obtener redención espiritual y sobre todo material, cuando toda esperanza en
este mundo ha sido defraudada. La fe, la Iglesia y desde luego Dios se constituyen en una
suerte de refugio, y entonces sobreviene la separación entre experiencia de fe y realidad. La fe
deviene, entonces, en un desentenderse de la realidad intramundana y en un refugiarse en un
espiritualismo desencarnado, sin incidencia en la realidad histórica y sin compromiso ético.
Tal situación, a mi modo de ver, es una forma moderna de «quietismo» o de «hedonismo
místico».

La realidad eclesial latinoamericana pone de manifiesto la necesidad de formación tanto del


clero como de los laicos. A diferencia de la realidad de la Iglesia en Europa esbozada por
Küng, nuestros fieles –salvo algunas excepciones– son personas que no gustan de profundizar
críticamente en su fe y en el conocimiento del Magisterio, la Escritura y la Tradición, como los
tres pilares fundamentales de la Revelación cristiana. Las devociones populares y las
expresiones folclóricas religiosas (aún por encima de los sacramentos) son la forma más usual
de participación de un laico en la vida de la Iglesia.

Sin embargo, hay ciertas características que incluso la Iglesia latinoamericana comparte con la
europea: Existe una tensión fundamental entre el deseo de «algunos» de abandonar todo
vínculo con la religión institucional y la sed de trascendencia de «muchos» que va en aumento.
Todo esto naturalmente afecta a nuestra conciencia religiosa y eclesial. Muchas personas,
incluso en esta parte del mundo, afirman categóricamente «Cristo sí, Iglesia no», e incluso
«espiritualidad sí, religión no». La situación se complica aún más porque pareciera ser que hay
una empecinada actitud de algunos sectores de la Iglesia por elaborar respuestas a preguntas
que ya nadie se hace; emplear categorías que poco o nada le dicen a las personas, porque se
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siguen expresando hoy como antaño (v. gr. ¿Salvación? ¿Condenación? ¿Moral sexual
cristiana? ¿Asunción de María? ¿Infierno? ¿Gracia? ¿Pecado?, etc.). En este sentido, el
llamado de atención de Küng a la Iglesia europea también tendría que interpelar nuestra
realidad eclesial latinoamericana. La Iglesia debería evitar «intuir» (representarse/figurarse) el
mundo en que se encuentra y osar «desplazarse» hacia él tal y como es, sin prejuicios y sin
miedos. La Iglesia o es signo «para» y «desde» el mundo, o no será Iglesia.

Toda pastoral tiene un modelo eclesiológico que la sustenta. De cómo entendamos a la Iglesia,
depende la acción pastoral. La crítica de Küng en el fondo supone abandonar una concepción
de la Iglesia como sociedad perfecta, bajo la clásica figura piramidal y autorreferencial. En su
lugar exige una comprensión eclesiológica de comunión, que tiene su origen en el misterio
mismo del Dios Trinidad; una Iglesia cuyos ministros «caminan al lado» de los fieles y se
implican en sus realidades. Me resulta sumamente interesante la invitación que hace Küng a
pasar de la pastoral de escritorio a la pastoral del mundo de la vida, a abandonar la idea de los
laicos como sujetos pasivos de la acción pastoral (como lo propuso el Vaticano II en la
Apostolicam actuositatem). Esta crítica, que prima facie parece caustica y reaccionaria, en el
fondo pone en evidencia el carácter profético, sacerdotal y real de todos los miembros de la
Iglesia por su bautismo; se valora la vocación laical en sí misma, sin estar necesariamente
referida al ministerio ordenado de los clérigos; propone el diálogo como la base común que une
el servicio y participación plural de todos los miembros de la Iglesia.

Por otra parte, las implicaciones de la crítica de Küng a la Iglesia europea conducen inclusive a
concebir (como lo hizo el Vaticano II) la revelación como «histórica»; esto impide la
interpretación de la Palabra de Dios como una verdad abstracta, estática y con eficacia al
margen de las situaciones históricas. Se trata, en efecto, de reconocer la eficacia de la
economía de la encarnación, esto es, de reconocer que la verdad se manifiesta en la historia, se
hace concreta y contextual. Ello permite entablar diálogo con la situación actual del hombre e,
incluso, reconocer (humildemente) una evolución del dogma mismo. Por tanto, es necesario
que la pastoral de la Iglesia se ponga también en diálogo (y sobre todo en actitud de escucha)
con los recientes estudios y los nuevos hallazgos de las ciencias, de la historia, de la filosofía.
Ello es reconocer el realismo de la acción eclesial.

Finalmente, la propuesta de Küng, a mi modo de ver, es un válido intento de sanar el mismo


discurso teológico frecuentemente perdido en elucubraciones abstractas, que dictamina desde
arriba sin escuchar previamente lo que piensan los hombres de nuestro tiempo, y con fórmulas
del pasado que hoy poco significan. Así pues, se puede hablar de la teología como una ciencia
hermenéutica (como llegó afirmarlo también B. Lonergan) que lee la revelación en su contexto
y evolución temporales e incluso que establece diálogo con la cultura humana. Con esto se está
diciendo implícitamente que ya en la evolución social (y eclesial) se está dando una suerte de
revelación, una presencia elocuente de Dios revelado en Jesucristo. No se afirma esto en
detrimento de la Revelación plena de Dios en Jesucristo, sino que se reconoce que el Espíritu
actúa permanentemente en la Iglesia, en cuanto aferrabilididad histórica e incluso institucional
(por ser pública) de la fe en el Crucificado-resucitado, sin cuya fe no podría ser evidentemente
victoriosa la autoafirmación de Dios al mundo en Jesucristo. Por tanto, las experiencias y las
prácticas humanas deben ser incorporadas, no como algo periférico y accesorio, sino como
determinante en la vida eclesial. En consecuencia, la Iglesia tendrá una palabra significativa
para el mundo (en materia de evangelización y diálogo con la cultura) y, a diferencia de lo que
aseguran muchos, responderá preguntas que efectivamente se le han formulado.
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BIBLIOGRAFÍA
KÜNG, H. (2013) ¿Tiene salvación la Iglesia? Madrid: Trotta.

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