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UNIVERSIDAD DE SAN MARTÍN DE

PORRES

Facultad de Ciencias de la Comunicación,


Turismo y Psicología

Escuela Profesional de Psicología

Curso: Psicología de la Sexualidad


Humana

Semestre: 2005 – 2

Docente: Jorge Bruce


EL AMOR SEXUAL MADURO

Otto Kernberg´

En: Relaciones amorosas. Normalidad y patología. Buenos Aires, Paidós. 1997.

Llegamos ahora a la etapa más completa de las transformaciones evolutivas que, partiendo de
la excitación sexual como afecto básico, conducen a desear eróticamente a otra persona y
culminan en el amor sexual maduro. Los poetas y filósofos han descrito sin duda los requisitos
y componentes del amor maduro mejor de lo que puede hacerlo una disección psicoanalítica.
No obstante, el deseo de comprender mejor las limitaciones en el logro de la capacidad para
las relaciones amorosas maduras merece, según creo, un intento de realizar esa disección.

En esencia, propongo que el amor sexual maduro es una disposición emocional compleja que
integra 1) la excitación sexual transformada en deseo erótico de otra persona; 2) la ternura que
deriva de la integración de las representaciones del objeto y el self cargadas libidinal y
agresivamente, con predominio del amor sobre la agresión y tolerancia a la ambivalencia
normal que caracteriza a todas las relaciones humanas; 3) una identificación con el otro que
incluye la identificación genital recíproca y una profunda empatía con la identidad genérica del
otro; 4) una forma madura de idealización, junto con un profundo compromiso con el otro y con
la relación, y 5) el carácter apasionado de la relación amorosa en los tres aspectos: la relación
sexual, la relación objetal y la investidura del superyó de la pareja.

ALGUNAS CONSIDERACIONES ADICIONALES SOBRE EL DESEO ERÓTICO


En el capítulo anterior me he referido a la excitación sexual como un afecto vinculado desde el
principio a la estimulación de la piel y las aberturas corporales, y gradualmente concentrado en
zonas y orificios corporales particulares; el contexto es el de las relaciones objetales en las
etapas preedípicas y edípica del desarrollo. El anhelo de toda la vida de intimidad y
estimulación física, de la mezcla de las superficies corporales, está vinculado al deseo de
fusión simbólica con el objeto parental y, por la misma razón, a las formas más tempranas de
identificación.

El goce por el infante del contacto corporal íntimo con la madre en el contexto de sus
relaciones amorosas gratificantes, el amor del infante por la madre, acompaña el desarrollo de
una fantasía primitiva de satisfacción de anhelos sexuales polimorfos. El bebé construye un
mundo internalizado de fantasía, de experiencias simbióticas excitantes y gratificantes, que
finalmente constituirán el núcleo de los impulsos libidinales en el inconsciente dinámico.

Al mismo tiempo, los componentes agresivos, sadomasoquistas, de la excitación sexual, que


representan la incorporación del aspecto agresivo no sólo en la respuesta sexual infantil
polimorfa per se sino también como componente complementario de la búsqueda de fusión, de
penetrar y ser penetrado, son asimismo parte de la respuesta erótica en el sentido más amplio.
Ya me he referido a la propuesta de Meltzer y Williams (1988) en cuanto a que la idealización
de la superficie del cuerpo de la madre adquiere una función defensiva contra la proyección
fantaseada de la agresión en el interior del cuerpo materno, y expresa directamente la
integración del amor a la imagen ideal de la madre con la gratificación sexual más temprana.
La idealización primitiva de la superficie del cuerpo de la madre, a través de la introyección
temprana y la identificación primitiva con ella, conduce a la idealización del cuerpo del propio
infante. La idealización primitiva característica del proceso de escisión, que disocia esa
idealización respecto de las experiencias “totalmente malas” o “persecutorias”, preserva la
disposición hacia el objeto idealizado y protege la excitación sexual de los impulsos agresivos
abrumadores.

Las vicisitudes de la excitación sexual en el contexto de la relación preedípica entre madre e


infante representan el origen del deseo erótico; este deseo culmina en la etapa edípica del
desarrollo. Freud (1905) propuso que la psicología infantil lleva al dominio de los impulsos
genitales dirigidos hacia el progenitor del género opuesto, y a la activación simultánea de una
ambivalencia y rivalidad intensas respecto del progenitor del mismo género. Los deseos
inconscientes parricidas o matricidas respecto del progenitor del mismo género son la
contracara de los deseos incestuosos respecto del otro progenitor y del miedo a la castración,

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acompañados por fantasías inconscientes de amenaza y castigo. Esta constelación, el
complejo de Edipo positivo, tiene el paralelo del complejo de Edipo negativo, es decir, el amor
sexual por el progenitor del mismo género, y la rivalidad y la agresión respecto del otro
progenitor. Freud consideraba que el complejo de Edipo negativo era una defensa contra la
angustia de castración activada por el complejo de Edipo positivo; en otras palabras, una
sumisión homosexual defensiva, motivo importante pero no exclusivo del complejo de Edipo
negativo, cuyas raíces están en la bisexualidad preedípica.

Esta teoría, al explicar el apego intenso del paciente al analista como objeto ideal, inaccesible,
prohibido, iluminó la naturaleza del amor de transferencia. Pero Freud (1910a-b-c, 1951a),
sorprendido por la intensidad y la violencia de la transferencia y su inequívoca relación con el
enamoramiento,1 llegó también a la conclusión de que la búsqueda inconsciente del objeto
edípico forma parte de toda relación amorosa normal, proporciona la corriente subterránea de
anhelos e idealización del objeto del amor. No obstante, como lo ha señalado Bergmann
(1982), Freud nunca formuló una teoría amplia que diferenciara claramente el amor de
transferencia del amor erótico y del amor normal. Lo que nos interesa aquí es la centralidad de
los anhelos edípicos en el contenido inconsciente del deseo erótico.

El deseo erótico y la ternura


La ternura refleja la integración de las representaciones libidinales y agresivas del self y el
objeto, y la tolerancia a la ambivalencia. Balint (1948) fue el primero en subrayar la importancia
de la ternura, que según él sugiere, deriva de la fase pregenital: “La demanda de atención y
gratitud prolongadas, perpetuas, nos obliga a regresar a la forma infantil arcaica del amor
tierno, o incluso a no salir de él” (pág. 114). En los términos de la internalización de las
relaciones con los otros significativos que constituirán el mundo complejo de las relaciones
objetales internalizadas (y finalmente determinan la estructura del yo, el superyó y el ello), hay
dos corrientes principales que influyen sobre la capacidad para el desarrollo del amor sexual
maduro. Una es el empuje regresivo hacia una fusión con el objeto amado, la búsqueda de una
recuperación por lo menos transitoria de la unidad simbiótica deseada en una relación ideal con
la madre. La otra es la tendencia progresiva, primero, a la consolidación de las diferencias
entre las representaciones del self y el objeto, y más tarde a la integración de las
representaciones “totalmente buenas” con las “totalmente malas” del self en un concepto del
self consolidado, y la correspondiente integración de las representaciones “totalmente malas”
con las “totalmente buenas” de los otros significativos en concepciones integradas que incluyen
una clara diferenciación de sus roles sexuales.

Como he dicho antes, la búsqueda de fusión simbiótica ya está implícita en la psicodinámica


del deseo erótico; la capacidad para establecer una relación íntima con un objeto diferencia,
integrado o “total”, es el aspecto complementario de la capacidad para desarrollar una relación
amorosa madura. Esta integración de las relaciones objetales internalizadas “parciales” en
relaciones objetales internalizadas “totales” cristaliza hacia el final de la etapa de separación-
individuación, y marca el comienzo de la constancia del objeto, la iniciación de la fase edípica.
Esto indica el completamiento de las fases preedípicas y genera lo que Winnicott (1955-1963)
describe como el requisito para el desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro. Este
desarrollo implica la fusión de la agresión con el amor en las relaciones objetales tempranas,
duplicando, podríamos decir, la integración de los impulsos libidinales agresivos que se
produce cuando prevalecen la excitación sexual y el deseo erótico. El sentimiento de ternura es
una expresión de capacidad para la preocupación por el objeto del amor. La ternura expresa
amor al otro, y es un resultado sublimatorio (reparador) de las formaciones reactivas contra la
agresión.

La naturaleza de las influencias preedípicas sobre la capacidad para el amor sexual ha sido
objeto de una significativa exploración psicoanalítica. Bergmann (1971), siguiendo los
esquemas evolutivos de Mahler (1968), (Mahler y otros, 1975), propuso que la capacidad para
amar presupone una experiencia simbiótica una fase de separación-individuación normales.
Observa una continuidad natural desde las primeras funciones narcisistas del establecimiento
1
A pesar de la distinción analítica acuñada en castellano como amor/enamoramiento, en este libro, para
allanar la lectura y evitar la violencia idiomática de no llamar “enamoramiento” al proceso de
enamorarse, traducimos, precisamente, “falling in love” como “enamoramiento”, y para “infatuation” (el
“enamoramiento” de las otras versiones) reservamos la expresión “entusiasmo amoroso transitorio”. [T]

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de una relación ideal con un objeto amado hasta la posterior gratificación narcisista en la
relación edípica primitiva. Bergmann (1987) señala la búsqueda en la relación amorosa del
objeto edípico perdido, el deseo de reparar el trauma edípico en la relación con un nuevo objeto
y la búsqueda de una fusión, por debajo de este anhelo edípico, que duplique la búsqueda de
fusión simbiótica. Bak (1973), subrayando la relación entre el enamoramiento y el duelo, ve al
primero como un estado emocional basado en la separación del niño respecto de la madre, y
dirigido a anular esa y otras separaciones y pérdidas ulteriores de objetos importantes.

Wisdom (1970), pasando revista a algunos de los hallazgos y dilemas básicos del enfoque
psicoanalítico del amor y el sexo, dice que la teoría de Melanie Klein de la posición depresiva
da cuenta de los componentes fundamentales, aunque no de todos ellos, del amor adulto.
Wisdom entiende que la idealización del amor se produce a través de la neutralización del
aspecto malo del objeto mediante una reparación, y no manteniendo el objeto idealizado
totalmente bueno mediante su escisión de lo que es malo. En relación con esto, describe la
diferencia entre la idealización de la “posición esquizo-paranoide” y la de la “posición depresiva”
(una diferencia que, a mi juicio, está relacionada con la que existe entre la idealización de los
objetos del amor por el paciente límite y la del paciente neurótico). Wisdom enumera los
aspectos del enamoramiento vinculados a la capacidad para desarrollar el duelo y la
preocupación por el otro. Josselyn (1971) sostiene que los progenitores que deprivan a sus
hijos de las oportunidades de hacer el duelo por las pérdidas de objetos amados, contribuyen a
generar la atrofia de la capacidad para amar.

May (1969) subraya la importancia del “cuidado” como un requisito para amar de un modo
maduro. El cuidado, dice, “es un estado compuesto por el reconocimiento del otro, un ser
humano igual a uno mismo; por identificación del propio self con el dolor o la alegría del otro;
por la culpa, la piedad y la conciencia de que todos brotamos de un suelo de humanidad común
que nos sostiene” (pág. 289). “Preocupación por el otro” y “compasión”, dice May, son otros
nombres posibles de ese estado. Por cierto, su descripción del cuidado está estrechamente
relacionada con la que da Winnicott (1963) de la “preocupación por el otro”.

La identificación con el otro


Balint (1948) sostiene que, además de la satisfacción genital, una verdadera relación amorosa
incluye idealización, ternura y una forma especial de identificación. Propone denominar a esta
última “identificación genital”; dentro de ella, los “intereses, deseos y sentimientos, la
sensibilidad, las carencias del partenaire llegan a tener –o se supone que llegan a tener- más o
menos la misma importancia que los propios” (pág. 115). En síntesis, para Balint lo que
nosotros llamamos amor genital es una fusión de satisfacción genital y ternura pregenital, y la
identificación genial es la expresión de esta fusión.

La concepción de Balint representó un cambio respecto del foco dominante en la “primacía


genital” per se como base de las relaciones amorosas ideales; apuntó a los importantes
elementos preedípicos que influyen en la identificación genital, y a la importancia de integrar la
ternura pregenital con la satisfacción genital.

El pensamiento psicoanalítico en evolución cuestionó entonces que la “primacía genital”,


definida como la capacidad para la relación sexual y el orgasmo, fuera equivalente a la
madurez sexual, o siquiera reflejo inequívoco de un desarrollo psicosexual relativamente
avanzado. Lichtenstein (1970) examinó el tema, llegando a la conclusión de que “las
observaciones clínicas no confirman una clara correlación entre la madurez emocional (es decir
la capacidad para establecer relaciones objetales estables) y la aptitud para obtener una
satisfacción plena a través del orgasmo genital (primacía genital)”. Agrega que “la sexualidad
es el modo más temprano y básico de que la personalidad humana en crecimiento experimente
una afirmación de la realidad de su existencia”. Dice también que “el concepto de primacía
genital en el sentido clásico ya no puede mantenerse” (pág. 317).

Además de subrayar la relación entre las capacidades para la ternura y la preocupación por el
otro, May (1969) asigna una posición central a la capacidad para la “identificación genital”, en
los términos de Balint –es decir para la identificación completa sin pérdida de la propia
identidad en la relación amorosa-. Por otra parte, May subraya la presencia de tristeza en este
tipo de relaciones (como vínculo potencial entre lo que él mismo piensa y la teoría de la

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consolidación de las relaciones objetales totales y la correspondiente activación de la
preocupación por el otro, la culpa y la reparación). También examina la importancia de la
experiencia genital en sí, que procura un cambio de conciencia, una nueva unión en la que se
desarrolla una unidad con la naturaleza.

La identificación genital implica conciliarse con las identificaciones heterosexual y homosexual


derivadas de los conflictos preedípicos y edípicos. El análisis cuidadoso de las reacciones
emocionales durante la cópula, particularmente en pacientes que han alcanzado una etapa de
elaboración consumada de los diversos niveles de los conflictos pregenitales y genitales tal
como se expresaron en sus compromisos sexuales, revela las identificaciones múltiples,
simultáneas y/o alternantes, heterosexuales y homosexuales, pregenitales y genitales, que se
activan en ese contexto.

Un aspecto de esas reacciones emocionales es la excitación y la gratificación que derivan del


orgasmo del partenaire sexual. Esto corresponde a la gratificación de otras necesidades, como
por ejemplo la de ser capaz de proveer gratificación oral o la de reconfirmar la identificación con
la figura edípica del mismo género, que reflejan componentes heterosexuales. Al mismo
tiempo, la excitación que acompaña al orgasmo del partenaire refleja una identificación
inconsciente con él o ella y, en la cópula heterosexual, una expresión sublimada de las
identificaciones homosexuales de fuentes pregenitales y genitales. El juego sexual preliminar
puede incluir la identificación con los deseos fantaseados o reales del objeto del otro género,
de modo que las necesidades pasivas y activas, masoquistas y sádicas, voyeuristas y
exhibicionistas, se expresan en la reconfirmación simultánea de la identidad sexual y la
identificación con la identidad complementaria del partenaire sexual.

Esta identificación simultánea e intensa con el propio rol sexual y con el rol complementario del
objeto durante el orgasmo representa también una capacidad para entrar en otra persona y
unificarse con ella en un sentido psicológico y también físico, y la reconfirmación de la intimidad
emocional vinculada a la activación de las raíces biológicas fundamentales del apego humano.
En contraste con la fusión primitiva de las representaciones del self y el objeto durante la fase
simbiótica del desarrollo (Mahler, 1968), la fusión del orgasmo reconfirma y se basa en la
propia individualidad, y particularmente en una identificación sexual madura.

De modo que la identificación sexual con el rol sexual propio y el rol sexual complementario del
partenaire implica una integración sublimada de los componentes heterosexuales y
homosexuales de la identidad. Esta fusión integrativo del coito y el orgasmo también se realiza
en el seno de la polaridad del amor y el odio, porque la capacidad para experimentar
plenamente preocupación por la persona amada (una preocupación que subyace en toda
relación humana profunda, auténtica) presupone la integración del amor y el odio –es decir, la
tolerancia a la ambivalencia-. Me parece que esta ambivalencia se activa en el coito con la
mezcla de la excitación sexual y agresiva.

Creo que una relación sexual madura incluye algunos encuentros sexuales en los cuales el
partenaire es utilizado como un “puro objeto sexual”; la excitación sexual puede ser máxima
durante la expresión de la necesidad de “usar” sexualmente a la otra persona y “ser usado” por
ella. La empatía mutua y la colusión implícita en esa expresión sexual son contracaras de la
empatía y la colusión relacionadas con la ira violenta, el ataque y el rechazo en la relación. La
confianza en que todos estos estados pueden ser contenidos en una relación amorosa global,
que tiene también períodos de contemplación mutua tranquila y de vida interior compartida de
los participantes, procura significación y profundidad a las relaciones humanas.

LA IDEALIZACION Y EL AMOR SEXUAL MADURO


Balint (1948), expresando su acuerdo con Freud (1912), descarta la idealización “como no
absolutamente necesaria para una buena relación amorosa”. Concuerda en particular con la
afirmación de Freud en el sentido de que en muchos casos la idealización no ayuda al
desarrollo de una forma satisfactoria de amor, e incluso lo obstaculiza.

David (1971) y Chasseguet-Smirgel (1973), no obstante, subrayan la importancia de la


idealización en la relación amorosa. Ellos entienden que el estado de enamoramiento
enriquece el self y acrecienta su investidura libidinal, porque realiza un estado ideal del self y

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porque la relación del self exaltado con el objeto reproduce en ese punto la relación óptima
entre el self y el ideal del yo.

Van der Waals (1965) subraya el incremento simultáneo de las investiduras objetal y libidinal
narcisista en el amor normal. Chasseguet-Smirgel dice que en el amor maduro, en contraste
con los enamoramientos transitorios del adolescente, hay una proyección limitada de un ideal
del yo moderado sobre el objeto idealizado del amor y un realce simultáneo de la investidura
narcisista (en el self) como resultado de la gratificación sexual que procura el objeto amado.
Creo que estas observaciones son compatibles con mi propio pensamiento, en el sentido de
que la idealización normal constituye un nivel evolutivo avanzado del mecanismo mediante el
cual la moral del infante y el niño se transforma en un sistema ético adulto. Concebida de este
modo, la idealización es una función de la relación amorosa madura, y establece continuidad
entre el amor adolescente “romántico” y el amor maduro. En condiciones normales, lo que se
proyecta no es el ideal del yo, sino los ideales que derivan de desarrollos estructurales dentro
del superyó (entre ellos el ideal del yo).

David (1971) hace hincapié en lo tempranos que son los anhelos edípicos de los niños de
ambos géneros, la intuición de una relación excitante, gratificante, prohibida, que vincula a los
progenitores y excluye al niño, y el deseo de éste de conocimiento prohibido –sobre todo
conocimiento sexual-, con la excitación concomitante, como requisito crucial y parte de la
calidad del amor sexual. En ambos géneros, el anhelo, la envidia, los celos y la curiosidad
finalmente impulsan una búsqueda activa del objeto edípico idealizado.

La fusión íntima de la gratificación erótica anhelada y la fusión simbiótica también incluyen la


función sexual de la idealización temprana. Me he referido a la idea de Meltzer y Williams
(1988) de que la idealización de la superficie del cuerpo de la madre adquiere una función
defensiva contra la producción fantaseada de la agresión al interior del cuerpo materno.
También expresa de modo directo la integración del amor a la imagen ideal de la madre, con la
gratificación sensual más temprana. De modo que la primera idealización, la idealización
primitiva caracterizada por el predominio de procesos de escisión que disocian esa idealización
respecto de las experiencias “totalmente malas” o persecutorias, preserva la disposición sexual
hacia el objeto idealizado e impide que la excitación sexual sea desbordada por los impulsos
agresivos.

Más adelante, la idealización que se produce en el contexto de las relaciones objetales


integradas o totales y la capacidad concomitante para experimentar culpa, preocupación por el
otro y tendencias reparadoras, facilitarán la integración de la excitación sexual y el deseo
erótico con una visión idealizada del objeto amoroso, y la integración del deseo erótico con la
ternura. Como hemos visto, la ternura refleja la capacidad para la integración del amor y la
agresión en el dominio de las relaciones objetales internalizadas, e incluye un elemento de
preocupación por el objeto amado, que debe ser protegido de la agresión peligrosa.
Gradualmente, la idealización temprana del cuerpo del otro amado y la idealización posterior de
la persona total del otro evolucionan hasta convertirse en la idealización de su sistema de
valores –una idealización de los valore éticos, culturales y estéticos-, desarrollo éste que
asegura la capacidad para el enamoramiento romántico.

Estas transformaciones graduales del proceso de idealización en el contexto del desarrollo


psicológico reflejan también las vicisitudes del pasaje por la etapa edípica del desarrollo: las
prohibiciones originarias contra el deseo erótico respecto del objeto edípico, una razón
fundamental para el agudo clivaje defensivo entre el deseo erótico y las relaciones objetales
idealizadas. Los procesos de idealización en evolución finalmente culminan en la capacidad
para reconfirmar el vínculo entre el deseo erótico y la idealización romántica de la misma
persona, y al mismo tiempo representan la integración del superyó en un nivel superior, que
incluye la capacidad sofisticada para integrar la ternura y los sentimientos sexuales, lo que
refleja la superación del conflicto edípico. En este establecimiento de una identificación con los
valores del objeto amado, la interrelación de la pareja trasciende y se convierte en una relación
con su trasfondo cultural y social. A través de la experiencia de la relación presente con el
objeto amado, se vinculan las experiencias del pasado, el presente y el futuro imaginado.

COMPROMISO Y PASIÓN

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Mi propuesta es que en emocional que expresa el cruce de límites, en el sentido de que tiende
puentes entre estructuras intrapsíquicas separadas por fronteras determinadas dinámica o
conflictualmente. En lo que sigue utilizo el término “límite” para designar los límites del self,
salvo que se explicite un empleo más amplio para designar la interfaz activa, dinámica, de
sistemas relacionados jerárquicamente (en particular los sociales).

Los límites más importantes que se cruzan en la pasión sexual son los del self.

El rasgo dinámico central de la pasión sexual y su culminación es la experiencia del orgasmo


en el coito; en la experiencia del orgasmo, la excitación sexual creciente culmina en una
respuesta automática, biológicamente determinada, con un afecto primitivo, extático, cuya
experiencia plena exige un abandono temporario de los límites del self, o más bien una
expansión –o una invasión- de los límites del self hacia una toma de conciencia de las raíces
biológicas subjetivamente difusas de la existencia. Ya he explorado las relaciones entre los
instintos biológicos, los afectos y las pulsiones; aquí subrayaría las funciones clave de los
afectos como experiencias subjetivas en el límite (en un contexto sistémico general) entre los
reinos biológico e intrapsíquico, y su función crucial en la organización de las relaciones
objetales internas y de las estructuras psíquicas en general.

La excitación sexual constituye un afecto básico que reside en el núcleo del amor apasionado,
pero esto no significa que la capacidad para el amor apasionado sea una parte “intrínseca” de
la experiencia orgásmica. El anhelo de la fusión con la madre y la experiencia subjetiva de
mezcla con ella que caracteriza la etapa simbiótica del desarrollo se infiltran en la búsqueda de
contacto corporal, de mezcla de las superficies corporales. No obstante, la experiencia extática
del orgasmo sólo gradualmente adquiere una función organizadora central; la fase genital de la
sexualidad infantil recaptura y enfoca, podríamos decir, la excitación difusa conectada con las
experiencias y fantasías de mezcla de la fase pregenital del apego simbiótico.

La experiencia clínica demuestra que la calidad afectiva del orgasmo varía ampliamente y,
sobre todo en pacientes con patología narcisista severa y deterioro significativo de las
relaciones objetales internalizadas, se ve a menudo espectacularmente reducida, de modo que
el orgasmo genera una sensación de frustración y también de alivio. En el amor apasionado la
experiencia orgásmica es máxima, y aquí podemos examinar la significación de esta
experiencia para el individuo y la pareja.

En el amor apasionado, el orgasmo integra el cruce del límite del self hacia la percatación del
funcionamiento biológico que está más allá del control del self¸ y un simultáneo cruce de límites
por la identificación sofisticada con el objeto amado, mientras se conserva un sentido de la
propia identidad separada. La experiencia compartida del orgasmo, además de la identificación
temporaria con el partenaire sexual, incluye trascender la experiencia del self en la de la unión
fantaseada de los progenitores edípicos, así como trascender la repetición de la relación
edípica, abandonándola y realizando una nueva relación objetal que reconfirma la propia
identidad y autonomía separadas.

En la pasión sexual se cruzan los límites temporales del self, y el mundo pasado de relaciones
objetales es trascendido en otro mudo nuevo, recreado personalmente. El orgasmo como parte
de la pasión sexual debe también representar simbólicamente la experiencia de morir, de
mantener la autoconciencia mientras se es arrastrado a la aceptación pasiva de secuencias
neurovegetativas que incluyen la excitación, el éxtasis y la descarga. Y trascender el self para
entrar en una unión apasionada con la otra persona y con los valores que ambos representan
es también un desafío a la muerte, a la naturaleza transitoria de la existencia individual.

Pero la aceptación de la experiencia de unión con el otro también duplica, inconscientemente,


la penetración violenta en el interior peligroso del cuerpo del otro (el cuerpo de la madre), es
decir en el reino misterioso de la agresión primitiva proyectada. La fusión es por lo tanto una
aventura peligrosa, que supone el dominio de la confianza sobre la desconfianza y el miedo, y
entregar el self al otro en la búsqueda de una unión extática siempre amenazada por lo
desconocido (fusión en la agresión).

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De modo análogo, en el dominio de la activación de las relaciones objetales internalizadas de
las etapas preedípicas y edípicas del desarrollo, disolver las barreras protectoras contra los
afectos primitivos difusos mientras se permanece separado –es decir consciente de uno
mismo- y dejar atrás los objetos edípicos implica de nuevo la aceptación del peligro, no sólo de
perder la propia identidad sino también de liberar la agresión contra esos objetos internos y
externos, y de la retaliación.

Por lo tanto la pasión sexual envuelve una entrega valerosa del self a una unión deseada con el
otro ideal, enfrentando peligros inevitables. Incluye aceptar los riesgos de abandonarse
totalmente en una relación con el otro, en contraste con el miedo a los peligros provenientes de
muchas fuentes que amenazan cuando uno se amalgama con otro ser humano. Contiene la
esperanza básica de dar y recibir amor y de tal modo ser reconfirmado en la propia bondad, en
contraste con la culpa por la agresión dirigida hacia el objeto amado y el miedo al peligro
consiguiente. Y en la pasión sexual el cruce de los límites corporales del self también se
produce en el compromiso con el futuro, con el objeto amado como un ideal que le da un
significado personal a la vida. Al percibir al otro amado como la encarnación de no sólo el
objeto deseado edípico y preedípico y la relación ideal con otro sino también de las ideas, los
valores y las aspiraciones que hacen la vida digna de ser vivida, el individuo que experimenta la
pasión sexual expresa la esperanza de una creación y consolidación del significado en el
mundo social y cultural.

La pasión sexual es un tema central en el estudio de la psicología y la psicopatología de las


relaciones amorosas, una cuestión que parece gravitar de muchos modos sobre la estabilidad o
inestabilidad de esas relaciones. A menudo se plantea el interrogante de si la pasión sexual es
una característica del enamoramiento romántico o de las primeras etapas de las relaciones
amorosas, que va siendo gradualmente reemplazada por una relación “afectuosa” menos
intensa, o si es un ingrediente básico de lo que mantiene juntas a las parejas, una expresión
(así como una garantía) de las funciones activas, creativas, del amor sexual. ¿Es posible que la
pasión sexual, una condición potencial para la estabilidad de la pareja, sea también una fuente
potencial de amenaza a ella, de modo que una relación amorosa creativa también esté
consecuentemente más amenazada que una caracterizada por una armonía relativamente
serena, no apasionada, y por una sensación de seguridad?

El contraste entre el afecto en una relación amorosa o un matrimonio estable y la pasión en una
aventura ha sido discutido por poetas y filósofos a lo largo de los siglos. Sobre la base mi
evaluación de pacientes con relaciones prolongadas y el seguimiento de las vicisitudes de la
relación de pareja durante muchos años, creo que esta dicotomía es una convención
excesivamente simplificada. El amor apasionado caracteriza a algunas parejas durante
muchos años de su vida compartida.

Creo que la pasión sexual no equivale al ánimo extático característico de la adolescencia. La


conciencia profunda, autocontenida y autocrítica del amor a una persona, combinada con la
conciencia clara del misterio final que separa a cada uno del resto, la aceptación de que hay
anhelos irrealizables como parte del precio a pagar por un compromiso total con otro amado,
también reflejan la pasión sexual.

Además, la pasión sexual no se limita a la cópula con orgasmo aunque esto es lo que
típicamente la expresa. Por el contrario: el amor sexual se expande, desde la conciencia
intuitiva del coito y el orgasmo como su meta liberadora, consumadora y reconfirmadora, hacia
el amplio campo del anhelo sexual por el otro, del deseo erótico realzado y de la apreciación de
los valores físicos, emocionales y humanos generales representados por el compañero. En la
relación de pareja hay normalmente oscilaciones de intensidad y discontinuidades abruptas,
que examinaré más adelante. Pero en una relación sexual satisfactoria, la pasión sexual es una
estructura accesible que caracteriza al mismo tiempo el vínculo en los reinos del sexo, las
relaciones objetales, la ética y la cultura.

He dicho que un aspecto esencial de la experiencia subjetiva de la pasión en todos los niveles
es que se cruzan los límites del self y se produce una unión con el otro. La experiencia de
unión y fusión tiene que contrastarse con el fenómeno de la unión regresiva, que desdibuja la

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diferencia en self y no self: lo característico de la pasión sexual es la experiencia simultánea de
la fusión y el mantenimiento de una identidad separada.

El cruce así definido de los límites del self es la base de la experiencia subjetiva de
trascendencia. Las identificaciones psicóticas (Jacobson, 1964), con su disolución de los
límites del self y el objeto, interfieren en la capacidad para la pasión. No obstante, como la
trascendencia implica el peligro de perderse, de verse enfrentado con una agresión
amenazante, en la fusión psicótica la pasión está relacionada con el miedo a la agresión. Y el
amor apasionado puede convertirse de pronto en odio apasionado cuando hay agresión
intensa, con escisión de las relaciones objetales idealizadas y las persecutorias, en las
idealizaciones primitivas de los pacientes límite. La falta de integración de las relaciones
objetales internalizadas “totalmente buenas” y “totalmente malas” promueve cambios
dramáticos y súbitos en la relación de pareja. La experiencia prototípica del amante desdeñado
que mata a su rival de uno u otro sexo y el objeto amoroso que lo traiciona y después se
suicida, son signos de esta relación entre amor apasionado, mecanismos de escisión e
idealización y odio primitivos.

Existe una contradicción intrínseca en la combinación de estos dos rasgos cruciales del amor
sexual: los límites firmes del self y la conciencia constante de la separación indisoluble de los
individuos, por una parte, y por la otra la sensación de trascendencia, de hacerse uno con la
persona amada. De la separación resultan soledad, anhelo y miedo por la fragilidad de todas
las relaciones; la trascendencia en la unión de la pareja genera la sensación de unidad con el
mundo, de permanencia y nueva creación. Se podría decir que la soledad es un requisito de la
trascendencia.

Permanecer dentro de los límites del self mientras se los trasciende en una identificación con el
objeto amado es una excitante, conmovedora y no obstante dolorosa condición del amor. El
poeta mexicano Octavio Paz (1974) ha expresado este aspecto del amor con una concisión
casi abrumadora, al decir que el amor es el punto de intersección entre el deseo y la realidad.
El amor, dice Octavio Paz, le revela la realidad al deseo, y crea la transición desde el objeto
erótico hasta la persona amada. Esta revelación es casi siempre dolorosa, porque el amado se
presenta así mismo o a sí misma simultáneamente como un cuerpo que puede ser penetrado y
como una conciencia impenetrable. El amor es la revelación de la libertad de la otra persona.

La naturaleza contradictoria del amor reside en que el deseo aspira a realizarse mediante la
destrucción del objeto deseado, y el amor descubre que este objeto es indestructible y no
puede sustituirse.

A continuación encontramos una ilustración clínica de la capacidad en maduración para


experimentar la pasión sexual, el desarrollo de un anhelo romántico en un hombre y
anteriormente inhibido que inició un tratamiento psicoanalítico. Omito los aspectos dinámicos y
estructurales de este cambio, para concentrarme en la experiencia subjetiva de integración del
erotismo, las relaciones objetales y el sistema de valores.

Un profesor universitario de algo menos de cuarenta años, poco antes de emprender un viaje
profesional por Europa se había comprometido con una mujer de la que se sentía muy
enamorado. A su vuelta describió la experiencia que había tenido mientras visitaba el Louvre y
veía por primera vez las miniaturas mesopotámicas del tercer milenio antes de Cristo. En un
momento dado había tenido la impresión extraña de que una de esas esculturas, un cuerpo
femenino con pezones y ombligo señalados por diminutas piedras preciosas, se asemejaba
físicamente a la mujer que él amaba. Había estado pensando en esa mujer, anhelándola,
mientras caminaba por las galerías casi desiertas, y al ver la escultura sintió una ola de
estimulación erótica, junto con una intensa sensación de proximidad a ella. También lo
conmovió mucho lo que consideraba la extrema simplicidad y belleza de la miniatura, y le
pareció que podía empatizar con el artista desconocido, que había muerto hacía más de cuatro
mil años. Experimentó humildad pero también una comunicación reaseguradora con el pasado:
sintió que se le había permitido compartir la comprensión del eterno misterio del amor
expresada en esa obra de arte. El deseo erótico se había fusionado con el sentimiento de la
unidad, el anhelo por la mujer que amaba y la sensación de proximidad con ella; a través de
esa unidad y amor había podido ingresar en el mundo trascendente de la belleza. Al mismo

9
tiempo, una fuerte sensación de su propia individualidad coincidía con la gratitud por la
oportunidad de compartir humildemente la experiencia de la obra de arte.

La pasión sexual reactiva y contiene la secuencia completa de estados emocionales que le


aseguran al individuo su propia “bondad”, la de sus padres y la de todo el mundo de los
objetos, y la esperanza de la realización del amor a pesar de la frustración, la hostilidad y la
ambivalencia. La pasión sexual asume la capacidad para una empatía sostenida con un
estado primitivo de fusión simbiótica (el “sentimiento oceánico” de Freud [1930], pero sin
perderse en él, como unión excitada de la proximidad con la madre en una etapa de
diferenciación entre el self y el objeto, y la gratificación de los anhelos edípicos en el contexto
de los sentimientos abrumadores de inferioridad, miedo y culpa relacionados con el
funcionamiento sexual. La pasión sexual es el núcleo facilitador de la sensación de unidad con
una persona amada como parte del romanticismo adolescente y, más tarde, de los
compromisos maduros con el partenaire, frente a las limitaciones realistas de la vida humana,
la inevitabilidad de la enfermedad, la declinación, el deterioro y la muerte. Es una fuerza
importante de la empatía con la persona amada. Por lo tanto, el cruce de límites y la
reconfirmación de un sentido básico de bondad a pesar de los múltiples riesgos vinculan la
biología, el mundo emocional y el mundo de los valores en un sistema inmediato.

El cruce de los límites del self en la pasión sexual, y la integración del amor y la agresión, la
homosexualidad y la heterosexualidad, en la relación interna con la persona amada aparecen
ilustrados con elocuencia en la declaración de amor de Hans Castorp a Claudia Chauchat en
La montaña mágica, de Thomas Mann (1924). Rompiendo con su “mentor” Settembrini,
humanista, racional y maduro, Castorp se declara en francés, un idioma casi privado e íntimo
en el texto alemán del libro. Excitado y liberado por la respuesta cálida aunque levemente
irónica de Madame Chauchat, le dice que siempre la ha amado, y alude a su relación
homosexual pasada con un amigo de juventud que se parece a ella y al que una vez él le había
pedido un lápiz, igual que a Madame Chauchat esa misma mañana. Añade que el amor no es
nada si no es locura, algo sin sentido, prohibido, y una aventura en el mal. Le dice que el
cuerpo, el amor y la muerte son una sola cosa. Habla sobre el milagro de la vida orgánica y la
belleza física, que está compuesta de materia viva y corruptible.

Pero cruzar los límites del self implica la existencia de ciertas condiciones: como ya hemos
dicho, tiene que haber conciencia de la existencia de un campo psicológico exterior a esos
límites y capacidad para la empatía con dicho campo. Por lo tanto, los estados coloreados
eróticamente de excitación y grandiosidad maníaca que caracterizan a los pacientes psicóticos
no pueden llamarse pasión sexual: la destrucción inconsciente de las representaciones
objetales y de los objetos internos, que tanto predomina en las personalidades narcisistas,
aniquila su capacidad para trascender en la unión íntima con otro ser humano, y por lo tanto
erosiona y finalmente anula la capacidad para la pasión sexual.

La excitación sexual y el orgasmo pierden también su función de cruce del límite con lo
biológico (a la que nos hemos referido antes) cuando, por ser mecánicos y repetitivos, se
incorporan en la experiencia del self disociados de la profundización de las relaciones objetales
internalizadas. Es allí donde la excitación sexual se diferencia del deseo erótico y la pasión
sexual. Básicamente, la masturbación puede expresar (y por lo general lo hace) una reacción
objetal (típicamente, los diversos aspectos de la relación edípica desde la niñez temprana en
adelante). Pero la masturbación como actividad compulsiva, repetitiva, que funciona
defensivamente contra los impulsos sexuales prohibidos y contra otros conflictos inconscientes
en el contexto de una disociación regresiva respecto de las relaciones objetales conflictivas,
pierde su función trascendente. Lo que digo es que lo que genera un deterioro de la excitación,
del placer y de la satisfacción derivados de los impulsos instintivos no es su gratificación
incesante, compulsivamente repetitiva, sino la pérdida de la función crucial de cruce de los
límites entre el self y el objeto, asegurada por la investidura normal en el mundo de las
relaciones objetales. En otras palabras, es el mundo de las relaciones objetales internalizadas
y externas el que mantiene viva la sexualidad y genera el potencial para la gratificación
duradera.

La integración de las representaciones del self que ama y odia, las representaciones objetales
y los afectos en la transformación de las relaciones objetales parciales en relaciones objetales

10
totales (o constancia del objeto) es un requerimiento básico para la capacidad de establecer
una relación objetal estable. Es necesaria para cruzar el límite de una identidad yoica estable e
identificarse con el objeto amado.

Pero el establecimiento de relaciones objetales profundas también libera la agresión primitiva


que hay en la relación, en el contexto de la activación recíproca en ambos partenaires de las
relaciones objetales patógenas reprimidas o disociadas de la infancia y la niñez. Cuanto más
patológicas y determinadas por la agresión son las relaciones objetales internalizadas
reprimidas o disociadas, más primitivos serán los correspondientes mecanismos de defensa;
éstos, en particular la identificación proyectiva, pueden inducir experiencias o reacciones en el
partenaire que reproducen las representaciones objetales amenazantes; desvalorizadas e
idealizadas, las representaciones objetales persecutorias y objeto de duelo se superponen a la
percepción del objeto amado y a las interacciones con él, y pueden amenazar la relación, así
como fortalecerla. A medida que ambos partenaires se van volviendo cada vez más
conscientes de los efectos de la distorsión de sus percepciones y de sus conductas recíprocas,
quizás adviertan penosamente, cada vez más, sus mutuas agresiones, sin que por ello
necesariamente resuelvan sus pautas de interacción; en consecuencia, el segmento
inconsciente de la relación de pareja también puede ponerla en peligro. En este punto, la
integración y la maduración del superyó, expresadas en la transformación de las prohibiciones
y sentimientos de culpa primitivos acerca de la agresión en preocupación por el objeto –y el
self-, protegen la relación objetal y la capacidad para cruzar los límites hacia el objeto amado.
El superyó maduro promueve el amor y el compromiso con ese objeto.

Una implicación general de la definición propuesta para la pasión sexual es que constituye un
rasgo permanente de las relaciones amorosas, y no una expresión inicial o temporaria de la
idealización “romántica” de la adolescencia y la adultez temprana; tiene la función de
proporcionar intensidad, consolidación y renovación a las relaciones amorosas a lo largo de
toda la vida, y procura permanencia a la excitación sexual, al vincularla a la experiencia
humana total de la pareja. Esto nos lleva a los aspectos eróticos de las relaciones sexuales
estables. Creo que las pruebas clínicas indican con claridad cuán íntimamente la excitación y
el goce sexuales están vinculados a la calidad de la relación total de pareja. Aunque los
estudios estadísticos de grandes poblaciones muestran una declinación de la frecuencia del
coito y el orgasmo con el transcurso de las décadas, los estudios clínicos de parejas indican el
efecto significativo de la naturaleza de su relación sobre la frecuencia y la calidad de la cópula;
la experiencia sexual sigue siendo un aspecto constante y central de las relaciones amorosas y
la vida marital En condiciones óptimas, la intensidad del goce sexual tiene una calidad
renovadora invariable que no depende de la gimnasia sexual sino de la capacidad intuitiva de la
pareja para entretejer las necesidades y experiencias personales cambiantes en la compleja
red de los aspectos heterosexuales y homosexuales, afectuosos y agresivos, de la relación
total, expresados en las fantasías inconscientes y conscientes y en su escenificación en las
relaciones sexuales de la pareja.

11
PSICOSEXUALI DAD: UNA REVISIÓN TEÓRICA

En: Teorías psicoanalíticas del desarrollo: una integración. Phyllis y Robert Tyson.
Publicaciones Psicoanalíticas. Lima. 2000.

En la época en que la opinión social, científica y psicológica dominante sostenía que no había
evidencias de sexualidad en la niñez, Freud declaró lo contrario, provocando un torrente de
críticas escandalizadas. Sin embargo, prosiguió proponiendo la teoría de la libido, que resalta la
influencia de la sexualidad en la vida psíquica. Su experiencia clínica –su autoanálisis y las
asociaciones, fantasías y recuerdos infantiles de sus pacientes lo llevó a concluir que las
necesidades sexuales son una motivación del funcionamiento psíquico. Supuso un tipo de
fuerza o energía psíquica subyacente al comportamiento sexual y propuso denominarla "libido".
Freud pensaba que la libido resulta crucial para el desarrollo de la personalidad y que conduce
a impulsos sexuales que empiezan a una edad mucho más temprana de lo que se creía
anteriormente. Además, se llegó a convencer de que varios trastornos del funcionamiento
adulto se asientan sobre las vicisitudes del desarrollo sexual en la niñez temprana. Debido a la
naturaleza conflictiva y penosa de las experiencias y fantasías sexuales tempranas, buena
parte de ellas no son accesibles a la conciencia y sucumben a la amnesia infantil. Por lo tanto,
la principal tarea del psicoanalista es develar e interpretar estos contenidos mayormente
sexuales del inconsciente de su paciente.

Durante casi cuarenta años, los conceptos incluidos en la teoría de la libido proporcionaron una
base para el pensamiento psicoanalítico desde la perspectiva del desarrollo y los
procedimientos técnicos del tratamiento psicoanalítico. Con la introducción de la hipótesis
estructural y la teoría dual de los impulsos, que otorgaba al impulso agresivo el mismo estatus
que el impulso sexual, los "impulsos instintivos" (designación que alude tanto a los impulsos
sexuales como a los agresivos) fueron ubicados en el dominio del ello, que en el modelo
topográfico abarcaba ampliamente, si bien no completamente, el sistema inconsciente. En la
medida en que los escritos de Anna Freud (1936) y Heinz Hartrnann (1939), con su énfasis en
el funcionamiento del yo, comenzaron a ampliar las bases teóricas y técnicas del psicoanálisis,
el ello y la teoría de la libido perdieron su posición de patrones de referencia únicos del
conocimiento psicoanalítico. Sin embargo, continuaron siendo esenciales en el trabajo teórico y
terapéutico de muchos analistas. Incluso frente a las fuertes y recientes críticas a la teoría de la
libido, el marco de referencia del desarrollo psicosexual y el concepto de impulsos instintivos
siguen teniendo utilidad clínica2.
2
En sus primeros trabajos, Freud intento dar a sus planteamientos una base biológica y utilizar
una terminología consistente con los avances contemporáneos en otras ciencias. Estaba
fuertemente influenciado por su profesor Ernst Brücke, a su vez alumno de Helmholtz, quien al
igual que otros científicos del siglo XIX, creía que los principios de la física de su época
llegarían a proporcionar explicaciones para todos los fenómenos naturales, incluyendo los
psicológicos. En consecuencia, Freud utilizaba términos propios de la energética -conservación,
desplazamiento y descarga- como metáforas del funcionamiento psicológico. La energía
psíquica o libido era un atributo de las emociones que tenía la capacidad de impulsar la mente
hacia la actividad; la función principal del aparato mental era aprovechar, desplegar y regular
esta energía o "excitación" mental. George Klein (1976b) señala que la teoría de la libido de
Freud comprende esencialmente dos teorías. Una surgió de la experiencia clínica y la otra, más
abstracta, implica un modelo cuasi-fisiológico de fuerzas enérgicas que buscan la descarga.
Klein argumenta que mientras que la teoría basada en la clínica continúa siendo útil porque
puede ser probada empíricamente y desarrollada de manera continua, la más abstracta es menos
útil, pues los modelos en los que se basa son obsoletos, y habría surgido principalmente a partir
de una necesidad de ser consistente teóricamente respecto a otras disciplinas más que a partir de
datos. Las ideas de Klein han tenido mucha influencia ya que un número cada vez mayor de
analistas cuestionan la teoría de la energía psíquica. Nosotros también nos inclinamos a
abandonar el concepto de energía psíquica en su significado concreto referido a alguna forma
física real de energía psíquica. Pero la noción de impulso instintivo como una idea, un afecto, un
impulso, un deseo que tiene impacto en la motivación -es decir, que impulsa a la mente hacia la
actividad- sigue teniendo utilidad clínica. Por consiguiente, si a veces usamos términos tales

12
Existen muchos excelentes resúmenes de la teoría de la libido (por ejemplo, Sterba 1942,
Fenichel 1945:22-113). En lo sucesivo, el énfasis estará puesto principalmente en aspectos de
esta teoría que han resultado afectados por las investigaciones recientes y que están
estrechamente interrelacionados con otros sistemas de desarrollo.

LA TEORÍA DE LA LIBIDO

Los "Tres ensayos para una teoría sexual" de Freud (1905b), a los que hizo añadidos
sustanciales en 1915, contienen los principales elementos de la teoría de la libido y del
desarrollo psicosexual. En este trabajo utilizó el termino sexual para referirse a los placeres
sensuales derivados de cualquier área u órgano del cuerpo, no solamente los genitales, y libido
para referirse a la hipotética energía que subyace al placer sexual. A pesar de que se suele
creer -erróneamente- que Freud estableció una equivalencia total entre la libido y la sexualidad
(especialmente la sexualidad genital), después aclaró que la libido debía ser pensada de
manera más amplia, como amor o una "fuerza amorosa", siendo la sexualidad sólo una de las
manifestaciones de la libido. Freud también subrayó que

"no separamos... aquello que participa del nombre de amor, o sea, de una parte, el amor del
individuo a sí mismo, y de otra, el amor paterno y el filial, la amistad y el amor a la humanidad
en general, a objetos concretos o a ideas abstractas... Creemos, pues, que con la palabra
"amor", en sus múltiples acepciones, ha creado el lenguaje una síntesis perfectamente
justificada y que no podemos hacer nada mejor que tomarla como base de nuestras
discusiones y exposiciones científicas" (1921:2577).

Al resaltar los muchos significados subyacentes al concepto de Freud de libido, deseamos


aclarar que si bien a lo largo de todo este libro utilizaremos los términos libido, sexualidad e
impulso sexual más o menos como equivalentes, incluimos en ellos estos otros significados.

Freud sostenía que el impulso instintivo es siempre inconsciente. Solamente las fantasías
asociadas o los impulsos perentorios derivados de ella pueden alcanzar la conciencia.
Conceptualizó el impulso libidinal en términos de su origen, objetivo y presión. Creía que la
fuente era somática, tal vez incluso hormonal, y que daba lugar a una estimulaci6n continua.
Sin embargo, sostenía que el impulso mismo es puramente psicológico, "la representaci6n
psíquica de una fuente de excitación continuamente corriente o intrasomática" (190Sb:1191)3.

Si bien Freud no estaba seguro respecto del origen de un instinto, describe ciertas zonas
"erógenas" del cuerpo: la boca, el ano y los genitales, que cuando son estimuladas
proporcionan placer y satisfacci6n. Aun cuando estas zonas están potencialmente activas
desde el nacimiento, Freud observó una secuencia de maduración según sea la zona que
concentre predominantemente el foco de atención o sea fuente de mayor placer -es decir, “la
predominante de la fase"- en diversos momentos a lo largo de la niñez. De allí que su teoría del
desarrollo psicosexual con las fases oral, anal y genital infantil (que sería conocida como fálica)
estuviese basada en la progresi6n en la maduración del foco de atenci6n sobre las zonas
erógenas.

El fin del impulso instintivo es la satisfacci6n. Freud (191Sa) afirmaba que si bien el fin último

como “investidura libidinal", debe entenderse que nos referimos a un vínculo amoroso y no a un
hipotético quantum de energía psíquica.

3
Freud no siempre fue consistente respecto de si consideraba al instinto como algo puramente psíquico -en cuyo
caso, el instinto y su representante psíquico serian idénticos- o como algo que no es psíquico y que llega a la
conciencia solamente a través de una idea o afecto asociado, que seria entonces, efectivamente, su representante
psíquico. Sin embargo, el concepto psicológico se convirtió en la base de la teoría psicoanalítica de la motivaci6n.
véase la discusi6n de Strachey (S.E, 14:111-113).

13
permanece invariable, pueden haber diferentes vías que conduzcan hacia ese objetivo. Por lo
tanto, la satisfacci6n puede lograrse a través de una variedad de acciones que estimulan las
zonas erógenas del cuerpo, tales como el succionar, defecar o la masturbación genital. Cuando
el orgasmo es fisiológicamente posible, alcanzarlo es, de acuerdo a la teoría de la libido, el
objetivo en el que se consolidan todas las formas de satisfacción anteriores. Freud
caracterizaba a la sexualidad infantil como "polimórfica y perversa" en el sentido que, al igual
que en las perversiones de los adultos, cualquier tipo de excitación en cualquier zona erógena
es potencialmente la fuente máxima de placer.

La persona a través de la cual, o respecto de quien, el impulso es capaz de lograr su objetivo,


ha pasado a ser conocida como objeto. Se considera que en la infancia más temprana, el
infante responde o se vincula a las funciones de satisfacción de la madre más que a la madre
como "objeto total". Por lo tanto, algunas veces se hace referencia a la madre o a la persona
que le brinda atención y cuidado como objeto parcial u objeto del se!f; dependiendo del marco
teórico que se este utilizando.

Debido a su cualidad impulsiva y perentoria, Freud consideraba a los impulsos instintivos como
los principales motivadores de la mente. De acuerdo con esto, toda actividad mental está
relacionada con los impulsos. La presión de un impulso instintivo hace referencia a la cantidad
de fuerza o a la "magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de
su conexión con lo somático" (1915a:2041). Siguiendo el pensamiento científico del siglo XIX,
Freud atribuía la intensidad variable de los impulsos sexuales a los montos variables de
energía metafórica o libido. Mientras que Freud consideraba que la motivación en su conjunto
derivaba de los impulsos instintivos, los últimos trabajos teóricos proponen ampliar el origen y
la gama de motivaciones posibles, lo cual ha llevado a relajar o disolver este vinculo conceptual
obligatorio (véase la revisión y discusión de Lichtenberg 1989). Se considera que los afectos,
las necesidades relacionadas con el objeto o las necesidades narcisísticas tienen el mismo tipo
de intensidad motivacional que las necesidades que tienen una base somática, a las que serían
equivalentes. Sin embargo, el hecho de ampliar la deflnición de la motivaci6n para incluir tales
factores no excluye al impulso sexual.

Una característica adicional de los impulsos instintivos es su extraordinaria "plasticidad" o


"movilidad". Las acciones específicas a través de las cuales se busca satisfacción pueden ser
reprimidas, reorientadas o alteradas y de ser necesario, la satisfacción puede ser obtenida en
forma encubierta. Las zonas también cambian durante el curso del desarrollo, al igual que los
objetos a través de los cuales se busca satisfacción, en la fantasía o en la realidad. Una vez
que se ha realizado la elecci6n de objeto definitiva, luego de la resolución del complejo de
Edipo y la culminación del proceso adolescente, generalmente el individuo logra la máxima
satisfacción libidinal a través de la relación sexual genital. Sin embargo, la presión de las
necesidades impulsivas en cualquier nivel del desarrollo puede resultar en un cambio o
desplazamiento de los fines y objetos en la búsqueda de la satisfacción, y en un cambio
respectivo en la fantasía.

Las fantasías sexuales pueden estar dirigidas hacia el objeto, pero la satisfacción sexual es
frecuentemente autoerótica. Durante la infancia y la niñez, la sexualidad es necesariamente
autoerótica, siendo el propio cuerpo del niño el único medio para obtener satisfacción en
circunstancias normales. El niño utiliza libremente su propio cuerpo y experimenta placer
sexual a partir de todas sus áreas.

Freud observó que las características y los síntomas específicos de una gama de desórdenes
emocionales en el adulto guardan cierto parecido con algunos comportamientos en la niñez.
Junto con sus colegas, especialmente Abraham y Ferenczi, elaboró la teoría del desarrollo
libidinal para explicar mejor sus observaciones. Ellos concluyeron que si bien generalmente la
capacidad de respuesta del ambiente a las necesidades del niño varía, la satisfacción o
frustración excesivas pueden perturbar el proceso de desarrollo que de otro modo sería
pacífico. Como consecuencia, montos de energía libidinal y/o agresiva son "dejados atrás" y
quedan ligados a representaciones mentales particulares de ese periodo. Estos paraderos a lo
largo del curso del desarrollo son denominados "puntos de fijación" silenciosos. No dan señal
alguna de su presencia hasta que el individuo se topa con algún estrés o dificultad particular

14
que no puede enfrentar con alguno de los mecanismos usuales de defensa. Entonces recurre a
la regresión por la cual un cambio en el comportamiento revela una modificación característica
de un comportamiento propio de un nivel de desarrollo más temprano. Si el punto de fijación no
es "silencioso", se considera que la persona se ha "estancado" en ese estadío, lo que implica
que no ha habido un desarrollo posterior.

Esta explicación fue satisfactoria dados los conocimientos que entonces se tenía; sin embargo,
ahora parece un intento concreto y mecanicista de explicar las vicisitudes del conflicto
emocional y los patrones de comportamiento característicos. Años después, Anna Freud (1965)
hizo evidente que la progresión y la regresión son partes integrales, observables, del desarrollo
normal. La regresión ya no es más limitada conceptualmente a lo impulsivo; por ejemplo, puede
también ocurrir en el funcionamiento del yo y el superyo. Más aún, la regresión no debe ser
concebida como un fenómeno temporal en el sentido de un retorno; más bien es una reversión
hacia fuentes de placer más seguras o una utilización de patrones de comportamiento o modos
de relacionarse aprendidos más tempranamente. Más que un punto a lo largo de un continuum
donde queda energía depositada y al cual la psique debe retornar para recuperar la energía
abandonada, es mas útil concebir el punto de fijación como un pensamiento, un deseo o un
comportamiento asociado con placer o con dolor que sigue siendo emocionalmente significativo
para el individuo. En momentos de estrés es posible apreciar la influencia continua del
pensamiento, comportamiento o medio de satisfacción específicos.

Un error común en la teoría psicoanalítica consiste en considerar siempre la aparición tardía de


deseos, conflictos o modalidades de funcionamiento anteriores como indicador de
perturbaciones significativas ocurridas en los primeros meses de vida. Una crítica clásica a este
problema fue planteada por Sandler y Dare (1970), quienes emplean el concepto de oralidad
para ilustrarlo. Puede decirse que un bebé es dependiente de lo oral durante el primer año de
vida, pero no siempre puede decirse que las ansias de dependencia surgieron en el primer año
de vida. Como señala Sandler y Dare, tales ansias pueden ocurrir en cualquier fase en
momentos de estrés, cuando el niño desea tener lo que antes era seguro en su fantasía.

Erikson (1950) fue el primero en hacer la importante distinción entre la expresión del impulso,
como en el comportamiento dirigido específicamente hacia la satisfacción del impulso, y la
modalidad de fucionamiento. Esta última alude a una forma característica de obtener
satisfacción o de relacionarse con los objetos. La persona puede encontrar un medio de
satisfacción originalmente asociado a una fase o zona erógena particular como una manera útil
de expresar deseos y conflictos en un momento posterior. Este medio persiste pero sin su
antigua ligazón a la zona y fase de origen, logrando una autonomía secundaria (Hartmann
1959). Por ejemplo, el morder durante la fase oral puede ser una manera de derivar placer,
pero en ese momento es poco probable que esta actividad este acompañada por fantasías
desiderativas o intenciones hostiles dirigidas hacia otra persona, puesto que la diferenciación
cognitiva entre el self y el objeto no ha llegado hasta ese punto (aún si quien recibe la
mordedura se incline a pensar de otra manera). Sin embargo, el niño puede usar después la
modalidad oral para expresar su hostilidad hacia el objeto y puede tener una variedad de
fantasías destructivas. Pero si bien la modalidad oral persiste, esto no implica que el desarrollo
posterior no haya ocurrido -es decir, la persona no esta "estancada" ni "fijada" en el nivel oral
del desarrollo impulso- y no existe razón para pensar que otros medios de satisfacción estén
ausentes. Actualmente existe un consenso respecto a que los intrincamientos del desarrollo
son tales que las psicopatologías posteriores no pueden predecirse o explicarse solamente en
base a los llamados puntos de fijación de la libido.

TEORÍA DUAL DE LOS IMPULSOS

Debido a que la informaci6n clínica acumulada y un mayor número de observaciones requerían


ser incorporadas a la teoría, Freud (1920) amplió la teoría de los impulsos instintivos para
incluir una contraparte agresiva o destructiva. Sus observaciones clínicas lo llevaron a la
conclusión de que al igual que los deseos sexuales, los sentimientos de ira y hostilidad
producen conflicto y culpa inconsciente, y de que la defensa frente a estos sentimientos
negativos es similar. En efecto, Freud observó que muchos impulsos contienen tanto elementos
sexuales como agresivos, y que varios fenómenos clínicos, incluyendo el sadismo, el

15
masoquismo y la ambivalencia, pueden ser explicados en términos de diversos grados de
conflicto entre estos elementos o de su fusión. Freud pensaba también que las formas no
destructivas de agresión motivan la actividad y el dominio tal como lo hace la libido. Por estas
razones, postuló que los impulsos libidinal y agresivo son fundamentales.

Las conceptualizaciones de Freud acerca de la agresión fueron siempre problemáticas. En


tanto había propuesto una base biolgica para la libido, creyó necesario proponer otra para la
agresión. Pero como los impulsos agresivos no están relacionados con zonas específicas del
cuerpo, ninguna fuente es evidente a menos que se considere que los impulsos agresivos
están estrechamente asociados a los sexuales. En su primer modelo de la mente, Freud
pensaba que la agresión era un componente del impulso sexual: "[l]a historia de la civilización
nos enseña, sin lugar a dudas, que la crueldad y el instinto sexual están íntimamente ligados"
(1905b:1186). Si bien los impulsos agresivos están asociados a la expresión de urgencias
libidinales, con frecuencia aparecen como una reacción a estímulos externos. Esta observación
llevó a Freud, en otro momento, a describir la agresión como una actitud del yo al servicio de la
autoconservación (1915a:2048-2050).
Posteriormente (1920), en un tono filosófico completamente divorciado de la observación
clínica, postuló la existencia de un conflicto fundamental que dura toda la vida, entre el instinto
de muerte (Tánatos) y el instinto de vida (Eros). Creía que el impulso agresivo surge de un
instinto de muerte que tiene una base orgánica y que opera por el principio de que el organismo
se esfuerza por eliminar la excitación y alcanzar el estado de Nirvana o de ausencia total de
excitación. Así como la libido es la energía de la "fuerza de vida", el "destrudo" sería la energía
del instinto de muerte. Esta revisión de la teoría fue de gran importancia y propició polémicas
teóricas durante décadas.

Actualmente, los seguidores de Melanie Klein son los principales defensores del instinto de
muerte, a diferencia de otros que lo encuentran problemático e innecesario (Parens 1979). Sin
embargo, la teoría dual de los impulsos (libidinal y agresivo) persiste y ha tenido aplicaci6n
clínica casi universal. Se cree que la sexualidad y la agresión están íntimamente vinculadas
con las fases de desarrollo de la sexualidad infantil; ambas son vistas como fuentes de conflicto
y se emplea defensas frente a la posibilidad de que se expresen o hagan conscientes. La
represión o la inhibición de la agresión puede interferir con la satisfacción sexual en cualquier
nivel del desarrollo. En la niñez temprana, los problemas en la expresión de la agresión pueden
ser evidentes en los desórdenes alimenticios (por ejemplo, la comida puede ser equiparada
inconscientemente con la madre de manera tal que comer signifique devorarla), en la fragilidad
de los vínculos emocionales y en la inhibición de la curiosidad y los logros intelectuales. En el
otro extremo del espectro, es posible ver manifestaciones exageradamente agresivas que van
desde la asertividad desmesurada hasta la destructividad incontrolable. De acuerdo con la
teoría dual de los impulsos, esto puede suceder si por alguna razón las urgencias agresivas no
están combinadas o "ligadas" adecuadamente con el amor -o sexualidad, en su sentido más
amplio. Esto puede ocurrir debido a que carencias tempranas, la perdida del objeto o el abuso
infantil interfieren con el establecimiento de la ligazón libidinal (véase A. Freud 1949).

EL MODELO ESTRUCTURAL Y LA PSICOSEXUALIDAD

La hipótesis estructural (1923a) fue planteada par Freud poco tiempo después de que
introdujera la teoría dual de los impulsos y en ella agrupó a los impulsos instintivos bajo el
concepto de “ello”. Existen muchos problemas no resueltos en relación a la comprensión
psicoanalítica contemporánea del ello (véase Arlow y Brenner 1964; Schur 1966; Hayman
1969). Si bien no intentamos resolverlos, creemos que es útil considerar al ello, más que como
un "caldero en ebullición", como un sistema de motivación que abarca procesos que poseen
una cualidad perentoria y que funciona para impeler a la mente hacia la búsqueda activa de
satisfacción. Loewald (1971, 1978) plantea una propuesta similar con el argumento de que el
ello es una organización vinculada a la realidad y a los objetos. Esto es, los impulsos instintivos
se organizan al interior de las relaciones de objeto y a su vez organizan las relaciones de objeto
y la realidad. Subraya que en tanto representante mental de los estímulos orgánicos, un instinto

16
es una fuerza mental o estímulo que puede ser descrito, en términos simples, como el
elemento o unidad de motivación más primitiva (1971:119). En este sentido, el ello y los
instintos contribuyen a la organizaci6n de la mente (el aparato mental) y son organizados por
ella.

Al plantear la hipótesis estructural, Freud (1923b) reconoció que el desarrollo sexual involucra
muchos Otros aspectos de los que había considerado previamente. Esto lo condujo a realizar
una importante revisión. Se dio cuenta de que no sólo debía tomar en consideración los
cambios en las zonas erógenas y en los deseos y fantasías relacionadas a estas, sino también
el desarrollo de las relaciones del niño con los objetos, la internalización de las prohibiciones
contra la expresión de los impulsos y sus esfuerzos intelectuales por conciliar sus impulsos
sexuales y agresivos. De allí que el desarrollo sexual o de la libido pasó a denominarse
desarrollo psicosexual, que refiere a la organizaci6n que evoluciona en etapas sucesivas a
medida que todos estos factores convergen.

El concepto de desarrollo psicosexual de Freud modificó gradualmente la manera en que los


analistas concebían las etapas del desarrollo libidinal. Mientras que las exposiciones iniciales
de la teoría de la libido describen distintas etapas (Sterba 1942), la observaci6n de niños e
infantes ha llevado a tomar conciencia de que las tres zonas erógenas: oral, anal y genital,
tienen cierto grado de actividad desde los primeros meses de vida, con picos de ascendencia
relativa (Greenacre 1952a). El predominio de una organización sobre otra está determinado en
parte por la maduración, pero mucho antes que cualquier tipo de organización alcance el
predominio, una u otra de sus funciones características puede haber aparecido. Cada etapa se
fusiona y entreteje gradualmente con la siguiente, de manera que mientras que placeres
desarrollados posteriormente pueden haberse convertido en el núcleo central, las fuentes más
tempranas de placer persisten o permanecen disponibles.

Existe un consenso general aunque no exento de críticas respecto de que la teoría dual de los
impulsos de Freud tiene mérito clínico. Las críticas se han dirigido especialmente hacia el
aspecto “cuasi fisiológico” de la teoría que afirma que las fuerzas energéticas buscan su
descarga (G. S. Klein 1976b; Rosenblatt y Thickstun 1977; Compton 1981a, 1981b). Otro punto
vulnerable ha sido la noción de que la teoría dual de los impulsos es simultáneamente aplicable
a eventos normativos y patológicos. Peterfreund (1978) y Milton Klein (1980) creen que se
requiere una teoría distinta. La naturaleza evolutiva del modelo freudiano ha sido también
criticado sobre la base de que propone la supremacía de la sexualidad genital heterosexual y la
procreación e implica que todas las otras formas de placer sexual constituyen desviaciones,
fijaciones o son anormales de alguna manera (Schafer 1974).

A pesar de estas críticas, el esquema dual de los impulsos y del desarrollo psicosexual
planteado por Freud sigue siendo valioso para muchos analistas en su trabajo clínico. Esto es
así especialmente cuando el sistema de impulsos instintivos, el ello, de acuerdo con el modelo
estructural, es considerado como uno de los muchos sistemas que surgen simultáneamente. La
teoría de los impulsos instintivos promueve la distinción clínica entre varios tipos de impulsos y
sus orígenes, facilitando la comprensión del significado de las urgencias, sentimientos y
defensas de diversa intensidad, y coloca los conflictos y los síntomas del paciente en un
contexto de desarrollo coherente. Por lo tanto, aumenta la precisión y efectividad de las
intervenciones del analista.

Evidentemente, la teoría del desarrollo psicosexual es hoy en día mucho más compleja que la
versión original de la teoría de la libido; ha sido revolucionada por un mayor conocimiento del
desarrollo de la niñez temprana y un mayor entendimiento del desarrollo del yo y del superyó,
de la identidad de género, de las relaciones de objeto y de otras áreas que se tratarán en
capítulos posteriores de este libro. De hecho, se ha vuelto imposible hablar del desarrollo de los
impulsos sin hacer referencia a todas las fases del desarrollo y a todas estas otras áreas. En
consecuencia, en el siguiente capítulo mantenemos nuestro foco de atención en la progresión
de los impulsos con propósitos heurísticos, sabiendo que existe una cantidad de temas
relacionados con el desarrollo que serán cubiertos en los capítulos siguientes. Utilizamos el
término impulso o impulso instintivo para referirnos a un representante mental que tiene
impacto en la motivación; no nos referimos a fuerzas energéticas que buscan la descarga.

17
UNA REVISIÓN GENERAL DE LAS TEORÍAS
SOBRE LAS RELACIONES DE OBJETO

En: Teorías psicoanalíticas del desarrollo: una integración. Phyllis y Robert Tyson.
Publicaciones Psicoanalíticas. Lima. 2000.

La gran cantidad de estudios sobre las relaciones de objeto de las últimas décadas puede dar
la impresión de que el origen del concepto es más moderno de lo que realmente es. La
noción de objeto estuvo presente en las ideas de Freud desde el principio, cuando
describió al objeto como el vehículo para la satisfacción de los instintos. Examinó las
relaciones de objeto principalmente en conexión con la expresión de los impulsos pero
no intentó describir la progresión del desarrollo de las relaciones de objeto
independientemente de los mismos. Además, Freud (1931) admitió que entendía muy
poco de la naturaleza de las relaciones de objeto preedípicas y sus planteamientos
principales están relacionados con el complejo de edipo.

Se han realizado progresos definitivos en la comprensión del desarrollo temprano de las


relaciones de objeto. Para reducir cualquier confusión ocasionada por las numerosas teorías
actuales, en este capítulo revisaremos brevemente las contribuciones a la teoría del desarrollo
de los autores que han tenido mayor impacto en el campo o que han ofrecido una teoría
sistematizada sobre el desarrollo de las relaciones de objeto. Esta revisión proporciona una
base para los dos capítulos siguientes, en los que describiremos los caminos del desarrollo de
las relaciones de objeto y del sentido subjetivo del self.4

LA EVOLUCIÓN DE LAS RELACIONES DE OBJETO EN EL PENSAMIENTO DE FREUD

Freud reconoció que las interacciones con los demás que son sentidas y percibidas como
significativas, afectan el origen, la naturaleza y el funcionamiento de las estructuras
intrapsíquicas. Ya en 1895 afirmaba que las experiencias de satisfacción o de frustración
respecto al objeto proporcionan el ímpetu para registrar recuerdos duraderos (1985b). En
consonancia con su “interés en establecer la teoría de los impulsos, se centró en las cuestiones
relativas a la satisfacción y frustración en su modelo trauma-afecto (impulso- descarga) y en el
topográfico, en los que el objeto es el vehículo a través del cual se busca y obtiene la
satisfacción del impulso. Al principio de la vida, el objeto es experimentado en relación a la
satisfacción libidinal; se dice que los impulsos instintivos buscan el placer y, a medida que los
recuerdos se van acumulando, pasan rápidamente a buscar un objeto o a depender de un
objeto. En el “Proyecto de una psicología para neurólogos", Freud afirma que “el estado
desiderativo [del niño hambriento] produce algo así como una atracción positiva hacia el objeto
deseado, o, más bien, hacia su imagen mnemónica [representación mental]” (1985b:232).
Freud retuvo su visión del objeto como secundario al impulso, afirmando después que el objeto
"[e]s lo más variable del instinto; no se halla enlazado a él originalmente sino subordinado a él
a consecuencia de su adecuación al logro de la satisfacción". Más aún, añade que el objeto
"[n]o es necesariamente algo exterior al sujeto, sino que puede ser una parte cualquiera de su
propio cuerpo" (1915a:2042).

En el modelo topográfico, Freud hizo hincapié en el impacto patológico, de las experiencias


traumáticas con el objeto en el desarrollo, subrayando cómo los deseos y fantasías
inconscientes pueden transformar experiencias, con el objeto que de otro modo serían
indiferentes, en experiencias traumáticas, dejando recuerdos nocivos y perturbadores. Pero

4
A lo largo de esta discusión, será útil tener presente la distinción entre las relaciones
interpersonales y las relaciones de objeto. Las primeras tienen que ver con las interacciones
entre las personas. Las relaciones de objeto (o relaciones de objeto "internalizadas") refieren a
las dimensiones intrapsíquicas de las experiencias con Otros, es decir, a las representaciones
mentales del self y del otro y del rol de cada uno en sus interacciones.

18
cambió el foco de su interés en relación al concepto de objeto cuando propuso la teoría
estructural. En lugar de resaltar que la relación con el objeto es secundaria respecto de la
satisfacción de los impulsos, hizo hincapié en la experiencia no traumática del individuo con los
objetos y en los modos en que estos constituyen un interface con los impulsos, el yo y el
superyó. Si bien su interés estaba más centrado en el funcionamiento de la estructura que en
su formación, observó que las identificaciones con el objeto son centrales para la formación del
yo y el superyó (Freud 1923a, 1924c).

Freud hizo otro añadido importante a la teoría de las relaciones de objeto cuando revisó la
teoría de la angustia (1926). Notó que en la primera infancia el yo es fácilmente abrumado par
los estímulos, pero también que "[c]on la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible
por medio de la percepción, puede poner término a la situación peligrosa... se desplaza el
contenido del peligro temido desde la situación económica [el temor a ser abrumado] a su
condición determinante de tal situación, o sea, la pérdida del objeto" (1926: 2863). Debido a la
indefensión del yo infantil, el objeto tiene la tarea de regular la ansiedad. Freud afirmaba que
las deficiencias posteriores en el funcionamiento del yo se deben en última instancia tanto a la
influencia de la intensidad de los impulsos instintivos cuanto a la falta de éxito del objeto en
regular el estado del niño (1926:2872-2873). Freud propuso una secuencia de ansiedades
relacionadas con el objeto y a las fantasías asociadas a éste, las cuales consideraba
correlacionadas con las fases del desarrollo psicosexual (temor a la pérdida del objeto, pérdida
del amor del objeto, castración y castigo del superyó). Finalmente, añadió que el desvalimiento
y la dependencia de la infancia establecen estas "primeras situaciones de peligro y crea[n] la
necesidad de ser amado, que ya no abandonaría jamás al hombre" (1926:2872). En esta última
afirmación es claro que Freud considera que las experiencias relacionadas con el objeto y las
experiencias de satisfacción de la libido son igualmente importantes para la formación de la
estructura psíquica y el desarrollo óptimo, y sugiere que ambos están vinculados a través de
las experiencias de amor o de temor y ansiedad.

MELANIE KLEIN
Melanie Klein fue una de las primeras en realizar aportes a la teoría de las relaciones de objeto.
Muchas de sus teorías derivan de la observación de sus propios hijos y del análisis de otros
niños, muchos de los cuales consideraba psicóticos. A partir de su trabajo demostró la
importancia de las relaciones de objeto preedípicas tempranas para la aparición y desarrollo de
psicopatología, cuestionando el énfasis puesto por Freud en el complejo de Edipo. Su teoría se
basa considerablemente en los modelos de afecto-trauma y topográfico de Freud; es decir,
Klein aceptó e incluso amplió la teoría del instinto de muerte y desarrolló una terminología única
y compleja. Uno de sus principios básicos es que todo conflicto se basa en la lucha prototípica
entre los instintos de vida y de muerte (1948). Este conflicto es innato y opera a partir del
nacimiento. De hecho, el nacimiento mismo es experimentado como un trauma abrumador que
da origen a una ansiedad persecutoria en relación con el mundo externo. Según Klein, el primer
objeto, que existe en la mente del infante como un objeto separado del self desde el principio,
es el pecho de la madre, que se percibe hostil debido a la ansiedad persecutoria. A lo largo de
su obra, Klein enfatizó la primacía de los impulsos, que son equiparados con las relaciones de
objeto (Greenberg y Mitchell I983:146).

LAS RELACIONES DE OBJETO


Klein postuló que el yo, la fantasía inconsciente y la capacidad de establecer relaciones de
objeto, de experimentar ansiedad y de utilizar mecanismos de defensa están presentes desde
el nacimiento. Consideraba a la fantasía como el representante mental de un instinto; esto es, a
todo impulso instintivo corresponde una fantasía. Esto significa que los impulsos instintivos son
experimentados solamente a través de la fantasía, y la función de la fantasía es servir a los
impulsos instintivos.

Dado que el niño ve a la madre desde una nueva posición o de una nueva manera, Klein
(1935) utiliza la palabra posición para describir lo que los analistas no kleinianos denominan
estados del desarrollo. La primera posición, la de los primeros tres meses de vida, es conocida
como la posición esquizoparanoide (1946, 1952a, 1952b); paranoide por el persistente temor
del infante a sufrir la persecución del objeto externo malo, el pecho, que es también
internalizado o introyectado en un esfuerzo por destruirlo. Este objeto malo, ahora interno y
externo, deriva del instinto de muerte. Lo esquizoide refiere a la propensión a escindir entre lo

19
"bueno" y lo "malo". Klein introdujo el término identificación proyectiva en el contexto de la
discusión sobre la manera en que imaginaba que el niño maneja en ese momento los
sentimientos hostiles hacia sí mismo y hacia la madre (1946). En la fantasía, las partes odiadas
y peligrosas del self son escindidas (añadiéndose a la escisión temprana de los objetos) y
proyectadas en la madre para dañar, controlar y tomar posesión del objeto; el odio hacia partes
del self es dirigido ahora contra la madre. "Esto lleva a una forma particular de identificación
que establece el prototipo de una relación de objeto agresiva. Sugiero, para estos procesos el
termino 'identificación proyectiva' (1946:8). Según Spillius, “Klein definió el término... casi por
casualidad en un par de párrafos y, de acuerdo con Hanna Segal, de inmediato se arrepintió de
ello" (1983: 321). Este concepto ha pasado a ser utilizado con un significado más amplio y a
menudo equivalente al de proyección (1983: 322; Meissner 1980; Sandler 1987).

Además del instinto de muerte, también la libido o instinto de vida se vincula con el pecho en
tanto primer objeto externo. Este pecho bueno es internalizado a través de la introyección en un
esfuerzo por conservarlo, de modo que la lucha entre los instintos de vida y muerte es
representada como una lucha entre un pecho ideal y un pecho devorador. Ambos "forman el
núcleo del superyó en sus aspectos bueno y malo" (1948:118). El temor característico de los
primeros tres meses de vida es el de que el objeto malo persecutorio invada al yo, destruya al
pecho ideal interno y aniquile al self. El papel que desempeña la envidia, que existe también
desde el nacimiento, está relacionado con esto. Debido a que el pecho ideal aparece como
fuente de amor y de bondad, el yo se esfuerza por emularlo. Si esto parece imposible de
alcanzar, el yo desea atacar y arruinar al pecho bueno para deshacerse de esta fuente de
envidia. El niño intenta escindir el afecto doloroso, y si esta defensa tiene éxito, la gratitud
introyectada en el pecho ideal enriquecerá y fortalecerá al yo (Klein 1957).

Si el desarrollo es favorable y; particularmente si hay una identificación con el pecho ideal, el


niño comienza a tolerar su instinto de muerte y recurre menos a la escisión y a la proyección,
se da una disminución de los sentimientos paranoicos y una mayor integración del yo. Los
aspectos buenos y malos de los objetos llegan a ser integrados, y el infante ve a la madre
como origen y receptora de los sentimientos buenos y malos. El infante de aproximadamente
tres meses de edad pasa entonces a la posición depresiva (Klein 1935, 1940, 1946, 1952a,
1952b). Ahora su ansiedad más intensa es el temor a haber dañado o destruido al objeto
amado, y busca introyectar a la madre oralmente -es decir, intemalizarla- para protegerla de su
destructividad. Sin embargo, la omnipotencia oral genera el temor de que el objeto bueno
interno y externo sea de todos modos devorado y destruido, de manera que incluso los intentos
de preservar el objeto son experimentados como destructivos. En la fantasía, la madre
devorada y muerta yace en pedazos dentro del infante. Esta fase está caracterizada por
sentimientos de pérdida y desesperanza, por lo tanto, depresivos. No obstante, esta depresión
contribuye con el desarrollo al movilizar el desarrollo del superyó y el complejo de Edipo. Bajo
la influencia de las ansiedades persecutoria y depresiva, en el momento del auge de la fase
sádica-oral (alrededor de los ocho o nueve meses), tanto el niño como la niña se vuelcan de la
madre y su pecho hacia el pene del padre como nuevo objeto del deseo oral (Klein 1928). Al
principio, los deseos edípicos se centran en las fantasías de privar a la madre del pene, de
contenidos corporales y de bebés. Luego, a medida que el superyó se consolida, se someten a
la influencia de importantes tendencias hacia la reparación propias de la posición depresiva, de
manera que, en la fantasía, son restituidos a la madre (Klein 1940).

Este apretado resumen de las ideas de Klein no le hace justicia, pero sí ilustra algunas
diferencias principales entre la teoría kleiniana y nuestro punto de vista. La teoría kleiniana se
basa principalmente en el modelo topográfico más que en la teoría estructural de Freud, de
manera que sus conceptos no se relacionan con el funcionamiento del yo tal como nosotros lo
entendemos. El yo kleiniano, por ejemplo, es más parecido al self; y carece de las funciones
autorreguladoras propuestas por Freud en el modelo estructural. Para Klein, la fantasía es la
expresión concreta de un impulso, no un compromiso entre el impulso y la defensa derivado del
funcionamiento del yo, en el que se toma en cuenta la realidad. Su argumento de que la
capacidad para la fantasía existe desde el nacimiento no encuentra apoyo en las evidencias
aportadas por la psicología cognitiva o las neurociencias. La ansiedad es una influencia
traumática permanentemente amenazante que abruma al yo; no desempeña una función de
señal como planteara Freud en la teoría estructural de la angustia (1926). Si bien Klein
describió una amplia serie de defensas, es más importante la preeminencia de la “buena”

20
experiencia sobre la “mala” experiencia para mantener la armonía interna que el uso de
mecanismos de defensa exitosos tal como son conceptualizados en la teoría estructural.

Según la perspectiva kleiniana, desde el nacimiento el conflicto fundamental se da entre dos


impulso innato más que entre estructuras psíquicas en evolución, y no es moderado por el
funcionamiento del yo. De allí que interpretar impulsos sexuales y agresivos inconscientes en
su relación con los objetos sea lo central para la técnica kleiniana. Mas aún, para la perspectiva
de Klein, dado que el conflicto se da entre dos impulsos innatos, difícilmente resulta afectado
por el desarrollo posterior salvo en la forma; por ello las influencias del medio y las experiencias
del individuo tienen poco impacto en el desarrollo, y esta es una perspectiva del desarrollo
significativamente diferente de la que nosotros proponemos. Como afirmó Sutherland, "la
mayoría de analistas piensa que [Klein] reduce el rol del objeto externo prácticamente al de
confirmar las fantasías producidas [al parecer] en el interior por la actividad de los instintos. Así,
algunas veces parece crear una suerte de solipsismo biológico más que un marco conceptual
para la evolución de las estructuras desde las etapas más tempranas basado en la experiencia
con los objetos" (1980: 831). Finalmente, si bien la teoría de Klein suele ser considerada como
una teoría de las relaciones de objeto, para ella la importancia del objeto es secundaria en
relación a la de los impulsos; poco hay en su teoría que explique los efectos de las cualidades
reales del objeto o el rol del dialogo, y la reciprocidad con el objeto en el desarrollo del niño.
Estos comentarios ponen en claro que existen pocas similitudes entre la perspectiva kleiniana y
la freudiana contemporánea basada en la teoría estructural, a pesar de que aparentemente
utilizan un lenguaje similar (véase los resúmenes y críticas de la teoría kleiniana de Waelder
1936, Glover 1945, Bibring 1947, Joffe 1969, Kernberg 1969, Yorke 1971, Segal 1979,
Greenberg y Mitchell 1983 y Hayrnan 1989).

Por otro lado, Scharfman (1988) señala que los trabajos de Klein dirigieron la atención
psicoanalítica hacia el niño preedípico y, en particular, hacia las relaciones de objeto
preedípicas. Los conceptos sobre las representaciones de objeto que se forman a partir de
proyecciones e introyecciones han pasado a formar parte del léxico psicoanal1tico. Los
analistas freudianos más clásicos pueden diferir de Klein en la manera de comprenderlos, pero
fue ella quien uti1izó por primera vez algunos de los conceptos centrales de lo que actualmente
se conoce como la teoría de las relaciones de objeto.

ANNA FREUD
Anna Freud fue particularmente crítica respecto a las ideas de Klein y a su aproximación al
tratamiento, especialmente de niños. Sus escasos intentos de dialogar y debatir parecen haber
despertado intensas emociones en ambas más que logrado algún acercamiento.

Las observaciones de bebés y niños pequeños que realizó Anna Freud en las Guarderías de
Guerra Hampstead, donde vivían separados de sus padres durante periodos prolongados,
construyeron la base de su visión del desarrollo de las relaciones de objeto (1942). Describió
que el bebé es gobernado por sensaciones de necesidad durante los primeros meses de vida,
siendo el rol principal de la madre satisfacer estas necesidades. Sin embargo, notó que los
bebés separados de sus madres aún en esta etapa temprana mostraban signos de trastornos,
algunos de los cuales podían ser atribuidos a la alteración de la rutina y otros al cambio en la
particular relación de intimidad con la madre (1942:180).

Durante el segundo semestre de vida, la relación con la madre trasciende los momentos de
necesidad física. Mucho tiempo después, Anna Freud describió esta etapa como de constancia
objetal -es decir, la madre es el objeto libidinal constante, y la investidura libidinal del niño se
mantiene en ella sea cual sea el grado de su satisfacción (1965).

Anna Freud pensaba que durante el segundo año de vida el vínculo entre la madre y el bebé
adquiere la fuerza y variedad propias del amor humano adulto en la medida en que el vínculo
llega a su desarrollo pleno y todos los deseos instintivos del niño están centrados en la madre
(1942:181-182). Observó que esta “relación feliz” es seguida y mitigada por el sentimiento de
ambivalencia y luego de rivalidad; con la aparición de estos sentimientos conflictivos, el niño
“ingresa en el complicado conjunto de enrevesados sentimientos que caracterizan la vida
emocional de los seres humanos” (1942:182).

21
Durante el siguiente estadío, entre los tres y los cinco años, las inevitables decepciones
edípicas y la retracción del amor de los padres -en tanto tratan de “civilizar" cada vez más al
niño lo hacen montar en cólera rápidamente. Los deseos de muerte momentáneamente
violentos del niño hacia sus padres parecen ser confirmados por la separación, despertando
una enorme culpa y un dolor intenso. Anna Freud observó en los niños de las Guarderías de
Guerra Hampstead que este dolor interfería con la posibilidad de que el niño disfrutase de las
visitas de sus padres cuando éstas eran posibles. Se percató de que la intensidad del dolor que
seguía a la separación posiblemente indicaba consecuencias serias para un ajuste posterior, y
planteó posibles consecuencias de la separación en cada fase del desarrollo.

Muchas de las observaciones de Anna Freud eran perspicaces y notablemente similares a las
de la investigación contemporánea sobre el desarrollo. Desafortunadamente, sus
planteamientos fueron enterrados en el primer Informe anual de la Guardería de Guerra y no
recibieron mucha atención. Además, hizo poco por elaborar o confirmar sus primeras
observaciones, y la línea de desarrollo de las relaciones de objeto que propuso posteriormente
(1965) no se basó, se refirió o hizo justicia a la riqueza y sensibilidad de sus primeras
observaciones.

JOHN BOWLBY
John Bowlby inició su trabajo en las guarderías de guerra de Anna Freud y fue influenciado
también por las ideas de Klein y especialmente por la investigación etológica. Su énfasis en el
apego del infante tuvo un impacto fecundo en la investigación sobre el desarrollo infantil, y su
aproximación contribuyó con la visión contemporánea de los sistemas de desarrollo (para
críticas, véase Hanly 1978; Brody 1981). La teoría de Bowlby fue especialmente acogida por
los psicólogos del desarrollo que estudian el comportamiento de apego (véase Ainsworth 1962,
1964; Ainsworth et al. 1978) y que últimamente han aplicado sus ideas a los estudios sobre la
competencia y desarrollo intelectual infantil (véase Papousek y Papousek 1984). Bowlby
contribuyó significativamente a la teoría de la relación madre-niño (1958, 1960a, 1960b, 1969,
1973, 1980).

Bowlby critica la teoría psicoana1itica por lo que considera un énfasis excesivo en la necesidad
primaria del infante de alimentarse y la necesidad solamente secundaria de vincularse con la
madre. Considera que lo principal para el infante es la necesidad de un vínculo inquebrantable
con la madre. Propone que la propensión hacia el apego es un sistema de respuesta instintivo
e innato con raíces biológicas, y un motivador de la conducta infantil tan o más importante que
la satisfacción del impulso oral. El supuesto básico de Bowlby es que los bebés humanos
inician su vida con al menos cinco sistemas de respuesta altamente estructurados: succionar,
llorar, sonreír, aferrarse, y seguir u orientarse; algunos de estos están activos desde el
nacimiento y otros maduran después. Los sistemas de respuesta activan la respuesta materna,
lo cual retroalimenta a los sistemas del infante, activando ciertas conductas que comunican
algo. Cuando los sistemas instintivos de respuesta del infante son activados y la figura materna
no está disponible, aparece la ansiedad de separación, el comportamiento de protesta, la
aflicción y la tristeza.

A pesar de que la mayoría de analistas están de acuerdo con las observaciones de Bowlby
acerca de la tendencia del infante hacia el apego, muchas críticas se han centrado en su
cuestionamiento de la teoría dual de los impulsos, su conceptualización del lazo con la madre y
su afirmación de que la respuesta de aflicción y tristeza es comparable a la de un adulto. Schur
(1960; véase también A. Freud 1960) sostiene que los sistemas biológicos y primarios de
respuesta instintiva no deben ser comparados con el concepto psicoanalítico del impulso
libidinal, ya que se entiende que este último se refiere a las experiencias psicológicas y las
representaciones mentales (si bien Freud no siempre fue consistente al utilizarlo [véase
Strachey, S.E. 14:111-113]). Spitz (1960) añadió que si bien los patrones innatos de respuesta
pueden poner en marcha los primeros procesos psicológicos y, por lo tanto, subyacen a los
impulsos libidinales y a las relaciones de objeto, los patrones mecánicos y biológicos de
respuesta no son suficientes por sí mismos. Es más bien a través del proceso de desarrollo
-que incluye el desarrollo del yo y el aprendizaje a través de las respuestas del ambiente- que
las reacciones innatas adquieren gradualmente significado psicológico. Spitz cuestionó también
las ideas de Bowlby respecto de la experiencia de aflicción del niño, pues se necesita cierto
grado de madurez emocional y perspectiva, así como de diferenciación entre el self y el objeto,

22
para mantener las relaciones de objeto necesarias para experimentar sentimientos de pérdida y
aflicción.

El debate continua vigente. Bowlby elaboró su trabajo conforme a la teoría del procesamiento
de la información. Considera que el comportamiento de apego esta mediatizado por sistemas
de comportamiento organizados que son activados por ciertas señales de origen interno o
externo, activación que cesa al recibirse otras señales. Afirma que no hay manera de explicar el
comportamiento de apego en términos de una acumulación de energía psíquica que luego es
descargada (1981). Presenta su hipótesis como una alternativa al concepto de libido, y no
piensa que pueda ser integrada a la teoría psicoanalítica actual, afirmación que sugiere que
Bowlby considera que el psicoanálisis esta congelado en un modelo de descarga impulsiva.

LA ESCUELA BRITANICA

Mientras que los psicólogos del yo elaboraban sus teorías, en Gran Bretaña se desarrollaron
paralelamente una serie de ideas innovadoras sobre las relaciones de objeto -por ejemplo, que
las relaciones de objeto, y por lo tanto, el yo y algún tipo de concepto del self: existen desde el
nacimiento. La “escuela británica” (distinta de la “escuela inglesa”, término que refiere a
Melanie Klein y sus seguidores) desarrolló su propia tradición y conceptos del self. Con el
tiempo, los miembros de esta escuela constituyeron buena parte del grupo independiente de la
Sociedad Psicoanal1tica Británica, paralelo a los kleinianos y al Grupo "B" de analistas
freudianos (llamados ahora freudianos contemporáneos). Los miembros más importantes del
grupo independiente fueron Balint, Fairbaim, Guntrip y Winnicott (Sutherland 1980; Kohon
1986).

Fairbaim (1954, 1963) y Guntrip (1961, 1969, 1975, 1978) fueron los analistas de la escuela
británica con mayor consistencia teórica. Realizaron la mayor parte de su trabajo clínico con un
grupo de pacientes adultos muy difíciles de tratar, y que son descritos en términos diagnósticos
como esquizoides. Su énfasis en la importancia de las relaciones de objeto tempranas los llevó,
a diferencia de los kleinianos y freudianos, a considerar que los impulsos son poco relevantes a
la formación de la estructura psíquica. Creían que la actividad instintiva era simplemente un
ejemplo de la actividad de las estructuras, incluso la del self. Balint (1959, 1968) enfatizó la
importancia de la relación diádica preedípica, afirmando que las características y psicopatología
posteriores derivaban de interrupciones de la relación temprana entre la madre y el niño.
Probablemente el más conocido entre los mencionados sea Winnicott, pediatra, analista de
adultos y niños, y escritor prolífico. No era un teórico sistemático, pero realizó gran cantidad de
comentarios clínicamente pertinentes que han sido de extraordinaria utilidad para los analistas
en lo que atañe a la comprensión de los aspectos tempranos del proceso de desarrollo. Por
ejemplo, su conocido aforismo (1952): “No hay tal cosa como un bebé” -que quiere decir que
cualquier formulación teórica sobre un bebé debe incluir formulaciones sobre la madre.
Winnicott pensaba que la relación diádica es más importante que los aportes de cada una de
las partes. Hacía hincapié en que las consideraciones sobre el apego infantil deben ser
balanceadas con consideraciones acerca de la investidura emocional de la madre
“suficientemente buena” en su hijo. Sus conceptos de "verdadero self " y "falso self" (1960)
reflejan su convicción de que el infante está intensamente relacionado con el objeto desde su
nacimiento y que resulta inevitable que la madre común, suficientemente buena y dedicada, le
falle a su hijo. El resultado es el sometimiento del infante a los deseos de la madre y un
supuesto sacrificio del verdadero self potencial. Winnicott pensaba que el desarrollo óptimo de
la autoestima depende de la capacidad de la madre para proporcionar un "reflejo especular"
(mirroring) afectivo (1967); cuando la madre está deprimida o está incapacitada por alguna otra
razón para reflejar' a su niño el placer y deleite que éste le produce, el desarrollo del niño
puede verse influenciado por una variedad de formas patológicas. Winnicott (1953) introdujo
también la noción de fenómeno transicional en un estudio acerca de la manera en que el
infante utiliza a la madre para facilitar su funcionamiento independiente. Por ejemplo, vio que
una frazada favorita ayuda a calmar al infante porque está asociada a interacciones
placenteras con la madre. Asumió que el objeto transicional es un símbolo que ayuda a
establecer un puente entre "el yo y el no yo" a medida que el infante toma conciencia de la
separación. A partir de esta idea se ha desarrollado una literatura sumamente acrítica (con
excepción de Brody 1980) dedicada a los fenómenos transicionales, extendiéndolos más allá

23
del reino de la infancia, siendo especialmente prominente en el área de la creatividad (véase
por ejemplo, Grolnick y Barkin 1978).

Las ideas de Winnicott encontraron en el psicoanálisis norteamericano un ambiente


particularmente propicio. Su énfasis en la dinámica de las interacciones madre-niño llevó a una
mayor atención respecto al funcionamiento del analista dentro de la situación analítica. Por
ejemplo, Modell (1969, 1975, 1984) sugiere variar el énfasis de la comprensión psicoanalítica
desde una perspectiva unipersonal hacia un sistema bipersonal, que destaca más el rol del
analista y su participación en el proceso analítico. Modell también tomó en cuenta las ideas de
Winnicott y las de otros miembros de la escuela británica para explicar las relaciones entre las
experiencias de la infancia y enfermedades emocionales posteriores. Kohut (1971, 1977) y sus
colegas también han utilizado ampliamente las ideas de Winnicott, especialmente su concepto
de reflejo especular, y describen las dinámicas de las interacciones tempranas madre-niño que,
según su punto de vista, propiciarían dificultades para la empatía y la psicopatología en la
etapa adulta.

RENE SPITZ
Rene Spitz fue un pionero de la investigación basada en la observación de niños, que se
realiza con el propósito de aumentar nuestra comprensión de las relaciones de objeto
tempranas y de la manera en que las interacciones con los demás afectan el origen y el
funcionamiento de las estructuras psíquicas.

Poco después de la Segunda Guerra Mundial, Spitz -tal como mencionamos en el capitulo
anterior- realizó una serie de estudios basados en la observación de niños en instituciones y
orfanatos donde recibían cuidados físicos, pero poca estimulación o afecto de una persona que
le brindase cuidado constante. Las filmaciones de Spitz (1947) de niños retrasados en su
desarrollo y deprivados emocionalmente, que dirigen a la cámara una mirada vacía, ilustran
dramáticamente el efecto destructivo de la deprivación materna en los niños. Además de
documentar relaciones de objeto perturbadas, demostró déficits en el desarrollo motor,
cognitivo, del yo y de los impulsos, y que, en casos extremos, la deprivación materna lleva a la
muerte del niño (1946a, 1946b, 1962; Spitz y Wolf 1949).

Spitz desarrolló sus ideas mediante experimentos de laboratorio (1952, 1957, 1963, 1965; Spitz
y Cobliner 1965) que centraban su atención en el rol del afecto y el dialogo. Introdujo el
concepto de reciprocidad madre-niño (1962) en el contexto del trabajo ampliamente conocido
de Harlow con cachorros de mono criados por subrogados matemos inanimados -estructuras
de alambre con mamaderas en su interior, algunos cubiertos de felpa (1960a, 1960b). Spitz
reconoció que la reciprocidad afectiva entre la madre y el bebé lo estimula y le permite explorar
el ambiente, facilitando el desarrollo de la actividad motora, los procesos cognitivos y el
pensamiento, la integración y el dominio. Creía que la reciprocidad madre-niño es un proceso
no verbal, significativo y complejo, que influencia tanto a la madre como al niño, e incluye un
diálogo afectivo bimodal que va más allá del apego del infante a la madre y del vinculo de la
madre con el niño.

Spitz también prestó especial atención al despliegue de las relaciones de objeto en las etapas
tempranas y a los ingredientes necesarios para el establecimiento del objeto libidinal, logrado
cuando el bebé tiene claro que prefiere a la madre por encima de los demás objetos. Spitz
propuso tres estadíos en el desarrollo del objeto libidinal: 1) el estadío preobjetal o exento de
objeto que precede a la relación psicológica; 2) el estadío precursor del objeto, que se inicia
con la sonrisa social a los dos o tres meses y señala los inicios de una relación psicológica; y 3)
el estadío del objeto libidinal propiamente dicho. Spitz se interésó especialmente en las
implicancias de estos logros sucesivos para el desarrollo saludable del yo.

La introducción de la teoría estructural de Freud despertó interés par el rol del objeto en la
formación de la estructura psíquica, llevando a un creciente interés en el estudio directo de
bebes y niños. Resulta de cierto interés histórico que estos teóricos de hace tres y cuatro
décadas atrás tuviesen que depender del conocimiento de los informes de Hampstead y del
trabajo entonces en curso de Spitz, además de las reconstrucciones a partir del trabajo
analítico con niños y adultos, pues no se disponía de otra información sistematizada

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analíticamente de los datos provenientes de la observación de niños. Sin embargo, conceptos
como "ambiente esperable promedio" de Hartmann (1939) y "madre suficientemente buena" de
Winnicott (1949, 1960) reflejaban el interés en el desarrollo temprano y el reconocimiento de la
importancia de la madre para el desarrollo optimo.

Hartmann (1939, 1953, 1956) estuvo particularmente interésado en la manera en que se


desarrolla el yo. Estaba en desacuerdo con la afirmación de Freud (1923a) de que el yo es una
parte del ello modificada par la influencia del mundo externo y que el conflicto con la madre es
central para el desarrollo del yo. Hartmann argumentaba que ciertas funciones del yo están
presentes desde el nacimiento, que no surgen del conflicto sino que tienen "autonomía
primaria" y que son parte de una "esfera libre de conflicto". También sugirió al principio que
todas las estructuras psíquicas son indiferenciadas, señalando que ningún tipo de yo es
observable en el sentido de su funcionamiento posterior y que el estado del ello es también
desconocido. Por lo tanto, sería imposible discriminar las funciones que posteriormente estarán
al servicio del yo de aquellas que son atribuidas al ello.

Siguiendo las corrientes metapsicológicas de aquel entonces, Hartmann estaba también


interésado en esclarecer el concepto del yo (1950, 1952). El término das Ich que utilizó Freud
(y que Strachey tradujo como ego) tenía dos significados en el alemán original: un self propio
de la experiencia (es decir, el sentido de uno mismo experimentado como una persona
separada y una sensación de continuidad en la identidad) y, especialmente después de que
propuso la teoría estructural, una estructura psíquica hipotética. Hartmann hizo distinciones
conceptuales entre el yo como subestructura de la personalidad o sistema definido por sus
funciones (1950:114), el self como "la propia persona" -es decir, la persona total (1950:127)- y
la representación del self como parte del sistema del yo que existe como contraparte de la
representación del objeto (1950: 127). Sus intentos de aclarar el término yo lo llevaron a una
redefinición del concepto de narcisismo. En lugar de una investidura libidinal del yo (en tanto
self en la época en que Freud introdujo el concepto, pero fácilmente confundido con el yo de la
teoría estructural), Hartmann sugirió que, de acuerdo con la teoría estructural, el narcisismo
debería ser considerado como una investidura libidinal del self, o más apropiadamente, de la
representación del self.

De acuerdo con Brenner, Hartmann estableció estas distinciones de manera más bien
improvisada en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York, y si bien el punto
principal de Hartmann no era la distinción entre el self y el yo, la discusión que siguió a su
presentación tuvo aparentemente un gran impacto. Brenner recuerda que "Edith Jacobson,
quien se encontraba presente, quedó muy sorprendida por lo que Hartmann había dicho y
tuvieron una viva discusión.… la idea de usar el termino 'self’ le atraía vivamente... y desde
aquel entonces se convirtió en un término psicoanalítico conocido" (1987:551).

Jacobson se mostró entusiasmada por las distinciones de Hartmann entre el yo como


estructura psíquica, el self como la persona total y las representaciones del self y del objeto.
Ella encontraba muy útiles estos conceptos, especialmente para comprender los procesos de
internalización durante el desarrollo psíquico temprano, así como la formación de tipos
particulares de patologías que se creía tenían orígenes tempranos. Elaboró un marco teórico
desde el punto de vista o del desarrollo para la aparición del sentido del self propio de la
experiencia, proponiendo que las representaciones tempranas del self y del objeto se agrupan
alrededor de las experiencias placenteras y displacenteras, de manera que las
representaciones de un self y un objeto "buenos" y "malos" surgen antes que los de las
representaciones integradas. Desafortunadamente, no fue precisa en su terminología y utilizó
los términos sentido de self; sentido de identidad, conciencia del self y sentimiento de self
indistintamente (1964:24-32), pues existía escaso interés en hacer mayores distinciones.

Con la introducción de la teorización acerca del sentido del self; el tema de la aparición del
sentido de identidad del niño y sus desórdenes salieron a la luz. Erikson (1946, 1956) sugirió
que la formación de la identidad es un proceso continuo que dura toda la vida, que es parte del
desarrollo psicosocial, distinto del desarrollo psicosexual, y que esta involucrado íntimamente.
Con la cultura que le rodea y el ro1 final del individuo en la sociedad. Para él, un sentido de
identidad incluye una conciencia tanto de "continuidad de los métodos de síntesis del yo"
(1956:223) cuanto de elementos en común con el grupo cultural al que se pertenece.

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Greenacre ofreció una formulación más precisa, haciendo hincapié en que el sentido de
identidad aparece en relación y en comparación con el otro (1953a, 1958). En el sentido en que
ella lo definió, la conciencia del self depende de la formación de representaciones mentales del
self y del objeto separadas y deriva de la capacidad para comparar estas representaciones.
Este sentido de conciencia del self está acompañado por un "núcleo estable" de identidad, que
distinguía de la simple comparación de las imágenes perceptivas posible desde la infancia
temprana en virtud del funcionamiento cognitivo. Greenacre notó que a pesar del "núcleo
estable" temprano de identidad, el sentido de identidad siempre es susceptible a la influencia
de los cambios en las relaciones del individuo con su ambiente.

Los conceptos de representaciones del self y del objeto, tal como se aplican a la teoría de la
identidad y del narcisismo, llevó a otros autores a explicar aspectos afectivos del self; de la
regulación de la autoestima, el rol del superyó, y la manera como todos estos se relacionan con
los desórdenes narcisistas (véase por ejemplo Reich 1953, 1960). Sandler (1960b) sugirió que
un primer paso en la formación de las representaciones del self y del objeto es la percepción
activa del objeto; esta percepción sirve como protección frente a la posibilidad de verse
abrumado por estímulos desorganizados y, por lo tanto, está acompañada por un sentimiento
definido de seguridad que el yo intenta conservar. Una vez formadas, las representaciones del
self y del objeto forman lo que Sandler y Rosenblatt (1962) denominaron "mundo de las
representaciones", que Rothstein (1981, 1988) sugiere puede ser considerado como una
subestructura del yo que asume un rol activo en la vida mental.

Hartmann, Jacobson y Sandler consideraron que el desarrollo y la conservación de las


representaciones del self y del objeto forman parte de las funciones más básicas del yo y el
superyó. No obstante, los conceptos sobre estas representaciones se han convertido
gradualmente en la base de una variedad de teorías referidas principalmente a las relaciones
de objeto y del self; teorías que maá bien se han separado y no integrado a los conceptos
estructurales (véase J.G. Jacobson 1983a, 1983b, para una revisión y discusión).

A estas siguieron otras ambigüedades conceptuales y diversas opiniones acerca de la


formación de la estructura psíquica que continúan vigentes. La distinción entre el yo y el self; y
la propuesta de una esfera libre de conflicto, han llevado a algunos teóricos a reducir su
concepción acerca de la formación de estructura al complejo de edipo y a la neurosis infantil.
Kobut (1977) y sus seguidores (véase Tolpin 1978; Stechler y Kaplan 1980), por ejemplo,
argumentan que las consideraciones sobre el conflicto y las estructuras del modelo tripartito
son más relevantes para los últimos años de la niñez temprana -es decir, para la resolución de
los conflictos del complejo de edipo (es como si el superyó apareciera solo entonces, de
manera que solamente desde entonces es posible hablar del yo, el superyó y el ello como
estructuras internalizadas). Esta visión se extendió hasta la formulación de síndromes
patológicos en los que la neurosis infantil no parece tener un rol, contribuyendo a la impresión
general de que es más apropiado conceptualizar la psicopatología que refleja elementos
principalmente preedípicos dentro del marco teórico de las relaciones de objeto. Sobre esta
base, se ha efectuado una dicotomía artificial entre la psicopatología que resulta del déficit y la
psicopatología que resulta del conflicto. Por lo tanto, las teorías basadas en las relaciones de
objeto o en la psicología del self nos conducen algunas veces a conclusiones injustificadas
sobre el rol etiológico de las deficiencias del ambiente, relegando las consideraciones sobre el
conflicto, la neurosis y la utilidad del modelo estructural a síntomas neuróticos de etiología
supuestamente más tardía.

Estas teorías parecen estar basadas en dos conceptos equivocados: primero, que la distinción
de Hartmann entre el self como persona total y el yo como estructura significa que ambos son
mutuamente excluyentes, y segundo, que con el modelo estructural Freud dejó de lado las
implicancias propias de la experiencia del término das Ich. Así, con la traducción al inglés y las
distinciones de Hartmann y Jacobson, se habría perdido la riqueza del concepto original de
Freud. Si bien en un principio fueron esclarecedoras, estas distinciones y clasificaciones de
Hartmann y Jacobson dieron lugar a importantes confusiones y ambigüedades teóricas. Por
ejemplo, varios analistas reducen ahora el término yo a su significado sistémico abstracto,
considerándolo como una reliquia de la metapsicología estructural mecánica y obsoleta, y se

26
refieren principalmente a la parte del concepto propia de la experiencia, utilizando nociones
acerca de las vicisitudes de las representaciones del self y del objeto.

Sin embargo, parece imposible pensar acerca de la psicología psicoanalítica por mucho tiempo
sin hacer referencia a un mundo de estructuras psíquicas interno, conceptual y no derivado de
la experiencia. En consecuencia, es posible hallar que el concepto de self originalmente
referido a la experiencia sea descrito como una estructura a la que se adscribe las distintas
funciones del descartado yo. De esta manera, tal como señala Spruiell (1981), el self ha
asumido los múltiples significados ambiguos atribuidos al das Ich. Este es el caso del concepto
de "self superordinado" de Kohut, o la idea de Stem (1985) de que el sentido de self es el
organizador del desarrollo, y de las referencias de Sandler (1962, 1964, 1983) y Emde (1983,
1988a) a los procesos organizadores y autorreguladores del self. Ciertamente sus
descripciones parecen extrañamente similares a las discusiones de Freud (1923a, 1926) y
Hartmann (1950) acerca de las funciones reguladoras y organizadoras del yo. Reflexionando
acerca de la dedicación de Hartmann a aclarar los conceptos psicoanalíticos, Brenner pensó
que este fermento contemporáneo en el psicoanálisis americano "fue introducido por, entre
todos, Heinz Hartmann" (1987:551).

Una consecuencia de la separación de los conceptos estructurales y las, teorías sobre las
relaciones de objeto es la aparición de dos tipos de teorías de la motivación. La primera
considera que la motivación está asociada principalmente a la búsqueda de la satisfacción de
los impulsos, siendo el objeto secundario al placer instintivo. La segunda considera que el
deseo de repetir las experiencias tempranas y placenteras de interacción con los objetos es
primario. Afirma que tanto la tendencia innata para el apego (Bowlby 1958, 1969) como el
deseo de mantener la seguridad (Sandler 1960b, 1985) tienen una importancia motivacional,
semejante a la satisfacción del impulso. Desafortunadamente, las dos teorías se han polarizado
al mantenerse separadas. La primera tiende a subestimar la importancia e inclusive la
existencia de motivaciones distintas a las necesidades de los impulsos, mientras que la
segunda tiende a enfatizar las relaciones de objeto y las funciones del yo, a la vez que
minusvalora las necesidades de los impulsas. Hartmann estaba interésado en el proceso de
desarrollo y en la manera en que las relaciones con los demás conducen a estructuras
psíquicas estables, que funcionan independientemente. Criticaba las conceptualizaciones sobre
simplificadas de la madre "buena" o "mala" que toman en cuenta sólo un aspecto del proceso
de desarrollo. Señaló que algunas veces el desarrollo posterior del yo compensa relaciones de
objeto "pobres" tempranas y que, a la inversa, las así llamadas relaciones de objeto "buenas"
pueden convertirse en una desventaja desde el punto de vista del desarrollo si el niño no las
utiliza para fortalecer su yo sino que más bien continúa dependiendo del objeto (1952:163).
Hartmann creía que la fortaleza del niño y la experiencia de etapas de desarrollo posteriores
explican el resultado último y propuso que el desarrollo del yo y las relaciones de objeto están
correlacionados de distintas maneras -por ejemplo, con la medida en que se logre la constancia
objetal. Afirmó que "hay un largo camino desde el objeto, que existe solamente en tanto
satisface una necesidad, hacia la forma de relaciones de objeto satisfactorias que incluye la
constancia objetal" (1952:163). Pensaba que el concepto de Piaget (1937) de "objetivación" del
objeto (cuando una representación mental cognitiva e integrada es mantenida durante 18 ó 20
meses [véase Fraiberg 1969]) es relevante, pero que el concepto psicoanalítico de constancia
objetal implica algo más.

Siguiendo a Hartmann, otros autores han empleado distintas nociones de constancia objetal,
pero la falta de consistencia hace que el concepto sea confuso. Algunos teóricos enfatizan el
apego del niño a la madre, apego que permanece intacto a pesar de situaciones patológicas
que amenazan la vida, tales como el abuso infantil (Solnit y Neubauer 1986), pero este apego
no facilita el funcionamiento psicológico independiente. Otros centran más su atención en el
funcionamiento de la representación intrapsíquica de la madre. Estas distinciones se vuelven
importantes cuando se trata de entender y tratar a niños victimas de abuso o descuido, o para
comprender a los adultos con recuerdos particularmente nocivos de sus experiencias
tempranas, pero cuyo funcionamiento psicológico parece estar intacto. Para ilustrar la variedad
de significados distintos de terminologías similares, considérese las propuestas de Spitz, Anna
Freud y Mahler.

27
Spitz y Cobliner (1965) se refieren a la constancia del objeto libidinal cuando describen la
manera como, alrededor de los ocho meses, la madre queda definida como objeto preferido del
impulso libidinal del bebe. Una vez que la madre se convierte en el objeto libidinal, ya no es tan
fácil sustituir a la persona que se hace cargo del cuidado del niño.

El concepto de constancia objetal de Anna Freud es semejante en énfasis y en ubicación en el


tiempo a la idea de Spitz acerca del objeto libidinal constante, dado que ella subraya la
investidura libidinal. Anna Freud afirmó que "par constancia objetal nos referimos a la
capacidad del niño para mantener la catexis del objeto independientemente de la frustración o
la satisfacción. Antes de la constancia objetal, el niño retira la catexis del objeto satisfactorio o
no satisfactorio... el retorno al objeto ocurre cuando aparece el deseo o la necesidad. Luego de
que la constancia objetal ha quedado establecida, la persona que representa al objeto conserva
este lugar sin importar si satisface o si frustra" (1968:506).

Mientras que Anna Freud y Spitz enfatizan aspectos del vínculo del infante de
aproximadamente ocho meses de edad con la madre, Mahler se concentra en una dimensión
intrapsíquica: la representación mental de la madre y la manera en que esta funciona. Ella
utiliza el término constancia libidinal del objeto, afirmando que ésta es alcanzada cuando la
representación intrapsíquica de la madre proporciona, tal como ella lo ha hecho antes,
"sustento, bienestar y amor" (1968:222). Según Mahler, el primer paso en el proceso requiere
de un apego firme a la madre como objeto libidinal constante (tal como lo propusieron Spitz y
Anna Freud) .El segundo paso es la integración de una representación mental estable que
incluye no solamente la integración cognitiva sino también algún tipo de resolución de la
ambivalencia de la fase anal, de manera que los afectos positivos y negativos puedan ser
integrados en una representación única (McDevitt 1975, 1979). Al contar con una
representación interna duradera e integrada a la cual aferrarse cuando se siente frustrado o
molesto, el niño está capacitado para derivar de manera progresiva un mayor bienestar de esta
imagen interna. Mahler sostiene que la constancia libidinal del objeto nunca se logra alcanzar
completamente; es un proceso que dura toda la vida. No obstante nosotros consideramos que
una vez que esta se ha logrado en alguna medida, las relaciones interpersonales pueden
progresar hacia formas mas avanzadas y el individuo podría alcanzar tanto la independencia
como la reciprocidad. El fracaso al tratar de lograr este objetivo del desarrollo confiere una
cualidad narcisista, dependiente e infantil a las relaciones interpersonales del individuo. El uso
dado por Mahler al concepto de constancia objetal confirma la idea de Hartmann de que
podemos considerar una relación de objeto como "satisfactoria" cuando sólo examinamos lo
que ésta significa en términos del desarrollo del yo (1952: 163).

HEINZ KOHUT

Kohut (1971, 1977) afirma que así como la supervivencia fisiológica depende de un ambiente
físico específico que incluye oxigeno, alimento y una temperatura mínima, la supervivencia
psicológica depende de los componentes particulares del medio psicológico, incluyendo
objetos-del-self sensibles y empáticos5. "Es en la matriz del ambiente de un objeto-del-self
particular que, a través de un proceso especifico de formación de la estructura psicológica
denominado internalización transmutadora, el self nuclear del niño se cristaliza" (Kohut y Wolf
1978:416). La psicología del self de Kohut sostiene que el self supraordinado y cohesivo,
producto ideal del proceso de desarrollo, resulta de las interacciones beneficiosas entre el niño
y sus objeto- del-self y tiene tres componentes principales: disposiciones básicas para obtener
poder y éxito, objetivos idealizados básicos, y talentos y habilidades básicas (1978:414). Esta
estructura está construida sobre respuestas empáticas del objeto-del-self que ofrecen un reflejo
especular que facilitan el despliegue de la grandiosidad del infante, su exhibicionismo y
sentimientos de perfección, y que también le permiten construir una imago de los padres
idealizados con la que desea fusionarse. A través de fracasos empáticos no traumáticos y
menores del objeto-del-self idealizado, el self y sus funciones reemplazan gradualmente al
objeto-del-self y sus funciones.

5
La psicología del self de Kohut desarrolló nueva terminología. El objeto-del-self es definido como una
persona del medio que realiza funciones particulares para el self; funciones que tienen el efecto de evocar
la experiencia de mismidad -esto es, de una estructura cohesiva del self (Wolf 1988:547).

28
Pero los fallos traumáticos del objeto-del-self; tal como una empatía excesivamente insuficiente
cuando la madre O el objeto-del-self no cumplen su función de reflejo, resultarían en una
variedad de defectos del self. Por ejemplo, una falla en la función empática de reflejo alterará
la conformidad del infante respecto a su self arcaico y lo llevará a introyectar una imagen
imperfecta de los padres y a desarrollar un self fragmentado. Su narcisismo herido despertará
ira narcisista y generará fantasías de grandiosidad, de modo que el narcisismo normal infantil,
en lugar de disminuir gradualmente, aumenta como resultado de esta falla del objeto-del-self.
Kohut sostiene que no es sino hasta que el defecto en el self es reparado que puede surgir el
conflicto estructural típico de la fase edípica.

Existen varis revisiones críticas y convincentes de la teoría de Kohut (véase Loewald 1973;
Slip 1799, Slip y Levine 1978; Schwartz 1978; Calef y Weinshel 1979 Stein 1979, Friedman
1980; Wallerstein 198; Blue 1982; Rangell 1982). Limitamos nuestros propios comentarios al
rol patogénico que Kohut otorga a los padres, su percepción de los impulsos, su visión del
proceso de desarrollo y su método de construcción teórica.

Creemos que Kohut otorga una importancia excesiva al rol patogénico de los padres, que
implica que su personalidad patogénica y los rasgos patogénicos del ambiente son los que
explicarían la patología del self. Esta perspectiva nos recuerda el modelo temprano de afecto-
trauma de Freud, según el cual se pensaba que la psicopatología adulta era el resultado de
seducciones ocurridas en la niñez. Freud pronto se dio cuenta de que los impulsos sexuales y
agresivos que surgían en la mente del niño contribuían también al conflicto. Pero en el
pensamiento de Kohut, “las experiencias impulsivas aparecen como producto de la
desintegración cuando el self carece de apoyo” (1977:171), como si el niño fuera un receptor
pasivo y desvalido de las fuerzas externas. Tal perspectiva del desarrollo es ciertamente
contraria al proceso de desarrollo en el cual los potenciales innatos y la actiyidad del infante
comparten la responsabilidad del resultado final con las experiencias del ambiente.

Además, de acuerdo con la teoría de Kohut, la progresión hacia los deseos y conflictos
edípicos se ve impedida por la patología del self. Esto quería decir que la patología del
desarrollo en un sistema ocasiona que este se detenga en otros sistemas; ésta es una idea no
comprobada por la experiencia clínica. Los problemas de narcisismo, de autoestima o en el
funcionamiento del yo pueden conferir una forma particular a las disposiciones preedípicas y al
complejo edípico, al igual que una forma particular a su resolución, pero no detienen el proceso
de desarrollo. Finalmente, como mencionamos antes, las teorías retrospectivas del desarrollo
que generalizan conjeturas sobre los orígenes infantiles a partir de las psicopatologías del
adulto presentan dificultades (véase Brody 1982).

Sin embargo, estamos en deuda con Kohut por haber subrayado nuevamente la necesidad de
empatía como una forma de conocer al otro en el marco de la relación madre-niño y de la
relación analítica. Además, su énfasis en los conceptos "cercanos a la experiencia" (nociones
que están cercanas a la situación clínica en lugar de estar cargadas por propuestas
metapsicológicas elusiyas) nos recuerda la importancia de mantener la relevancia clínica en
nuestras teorías.

OTTO KERNBERG
El foco de interés de Kernberg se centra en la integración de las teorías psicoanalíticas. Con el
transcurrir del tiempo, ha adaptado varias de las ideas y supuestos sobre el desarrollo psíquico
propuestas por Klein, la escuela británica, Mahler y otros autores, combinándolas con las
teorías de Jacobson (1964) en lo que ha denominado "teoría de las relaciones de objeto de la
psicología del yo", que tiene muchas aplicaciones a la nosología, la evaluación, el diagnóstico,
y la técnica de tratamiento (1975, 1976, 1980a, 1984, 1987) .Las múltiples dificultades y
contradicciones de esta empresa han sido adecuadamente catalogadas y criticadas (por
ejemplo Heimann 1966; Calef y Weinshel 1979; Milton Klein y Tribich 1981; Brody 1982;
Greenberg y Mitchell 1983).

Resumiendo, Kernberg propone una teoría del desarrollo en la que los afectos constituyen el
sistema de motivación primario del infante; los afectos se organizan en impulsos libidinales y
agresivos, siempre en relación alas interacciones con un objeto humano, que es más que un

29
vehículo para la satisfacción del impulso. El yo, el superyó y el ello derivan de las
representaciones de objeto y del self que se han internalizado bajo la influencia de diversos
estados afectivos. Estos estados influencian o determinan las características de lo que ha sido
internalizado, por ejemplo, que el superyó sea severo o que el yo se baste a sí mismo para las
tareas que debe afrontar.

Desde nuestra perspectiva, sus postulados respecto al desarrollo temprano tienen un sesgo
adultomórfico retrospectivo; dichos postulados están basados en reconstrucciones realizadas
en el curso de tratamientos de adultos severamente perturbados y no explican de manera
adecuada la amplia variedad de experiencias y resultados del desarrollo pasibles. Por ejemplo,
no dan cuenta del impacto de la naturaleza de las experiencias reales en el desarrollo del niño,
en contraste con la fuerza de las introyecciones y fantasías; tampoco esclarecen los distintos
efectos de las respuestas de la madre alas necesidades cada vez mayores del niño o las
distintas consecuencias para el desarrollo de experiencias nocivas similares en diferentes
niños. Sin embargo, Kernberg ha explicado aspectos del desarrollo del proceso adolescente de
enamoramiento y ha realizado esfuerzos valientes e interesantes para integrar y sistematizar
aspectos centrales de la teoría del desarrollo a partir de varias fuentes autorizadas (1974a,
1974b, 1977, 1980b). Al hacerlo, ha eliminado muchas ambigüedades y proporcionado una
estructura que el clínico puede utilizar en su trabajo con un espectro de pacientes adultos
severamente perturbados.

HANS LOEWALD
Loewald no es un teórico de las relaciones de objeto en sentido estricto, pero subraya la
importancia de los impulsos y el rol sintetizador central del yo en el contexto de las relaciones
de objeto (1951,1960, 1971). Hace hincapié en que los objetos y los impulsos no existen
aisladamente unos de otros. Los impulsos organizan las relaciones de objeto y, par lo tanto, la
realidad, y a su vez las relaciones de objeto y la realidad organizan a los impulsos. Loewald
rechaza la idea de que los impulsos resulten del impacto de los estímulos biológicos en el
aparato psíquico y en lugar de ello propone que son creados par el aparato psíquico (1971,
1978). Es decir, considera que una de las funciones básicas del aparato mental es generar
representaciones mentales, siendo las representaciones de placer y displacer las más
primitivas. Así, los impulsos, el yo y los objetos son creados por la mente en el contexto de la
unidad original de la interacción madre-niño. "Entendidos como fenómenos representantes
psíquicos, los instintos aparecen a partir de las primeras interacciones organizadoras entre la
madre y el niño. Estos constituyen el nivel más primitivo de la motivación y la actividad mental
humana" (1978: 495). Por lo tanto, en tanto, estructura psíquica, el ello se origina a partir de
las interacciones entre el organismo infantil y su ambiente humano.

Loewald no plantea una teoría cohesiva ni es esa su intención. En lugar de ello, reinterpreta y
redefine los conceptos psicoanalíticos sobre la base de nueva información y nuevos
conocimientos. A pesar de que rechaza algunos, de los principios básicos de Freud -por
ejemplo, que la biología es la base de la psicología-, también conserva y prepara el camino
para retomar otros conceptos freudianos y la teoría clásica (Fogel 1989). Esta guiado par el
objetivo de "correlacionar nuestros conocimientos acerca de la importancia de las relaciones de
objeto para la formación y el desarrollo del aparato psíquico con la dinámica del proceso
terapéutico" (1960:221).

Si bien Loewald establece analogías entre el proceso terapéutico y la interacción madre-niño,


no realiza reconstrucciones ingenuas de la infancia. Más bien, considera que los patrones de
interacción son recapitulados en la transferencia, que la desorganización y la reorganización
que llevan a una mayor integración son características del proceso del desarrollo y del proceso
terapéutico, y que la metáfora de una organización mayor o menor es característica de ambos.
Esto es, así como una mayor organización de la estructura psíquica de la madre eleva el
funcionamiento psicológico del niño a niveles cada vez mas altos de organización y
estructuración, la "tensión" entre el funcionamiento psíquico del analista y el del paciente crea
el potencial para la reorganización psíquica del paciente a medida que transcurre el análisis.

30
Finalmente, Loewald toma en consideración la complejidad del individuo, anticipándose en
diversas formas al énfasis actual en la teoría de sistemas. En sus primeros trabajos rechazó el
enfoque que se reduce al complejo de edipo y subrayó que las influencias preedípicas también
requieren ser consideradas; sus artículos más recientes (1979, 1985) reafirman el carácter
central del complejo de edipo para el trabajo analítico.

Encontramos particularmente útiles las ideas de Loewald debido a lo equilibrado de su


aproximación. Su consideración de la complejidad, su reconocimiento de la contribución de
todos los estadíos del desarrollo y su énfasis en la síntesis operativa entre los impulsos, los
objetos, la realidad y la función sintetizadora del yo, son ideas que utilizamos y que tomamos
como base a lo largo de este libro.

MARGARET MAHLER
"Mahler y sus colegas realizaron estudios longitudinales de bebes y madres normales en el
ambiente naturalista de un cuarto de juegos, observando la aparición de las relaciones de
objeto durante los tres primeros años de vida. Al igual que Spitz, Mahler estaba particularmente
interesada en la forma en que las estructuras psíquicas se construyen a partir de la relación
normal madre-infante. Ella emprendió este estudio luego de trabajar con bebes y niños
profundamente perturbados, así que al observar a niños normales se empeñó en descubrir que
es lo que contribuye a la aparición de las estructuras psíquicas que finalmente posibilitan que el
niño funcione de manera independiente del objeto y que es lo que contribuye a la patología de
dichas estructuras (Mahler y Gosliner 1955).

Influenciada por el trabajo de Hartmann y Jacobson, Mahler asumió que las representaciones
mentales del objeto y del self son básicas para la formación y el funcionamiento del yo y el
superyó. Supone que si bien el bebé es capaz de distinguir diversos aspectos del mundo
externo, sólo gradualmente tiene la capacidad de formar una representación mental integrada
de la madre y de forjar un sentido de sí mismo representado mentalmente estable y único
distinto de su primer objeto de amor. Mahler planteó como hipótesis que estas
representaciones mentales del objeto y del self se construyen gradualmente a partir de los
pasos progresivos en el desarrollo de las relaciones con los objetos, y de esta manera se
asignó a sí misma la tarea de tratar de determinar la naturaleza de dichos pasos progresivos.

Los datos de esta investigación le permitieron a Mahler y a sus colegas conceptualizar la


progresión en el desarrollo en términos de lo que llamó el proceso de separación-individuación.
Este proceso, que llegó a ser fundamental en la teoría de Mahler sobre el desarrollo de las
relaciones de objeto (1963, 1972a, 1972b), tiene dos aspectos distintos pero entrelazados. La
separación refiere al proceso por el cual el niño se forma de manera gradual una
representación intrapsíquica del self distinta y separada de la representación de su madre
(Mahler 1952; Mahler et al. 1975); esto no implica un distanciamiento físico, espacial, de la
madre o una disolución de la relación interpersonal, sino más bien el desarrollo del sentimiento
intrapsíquico de ser capaz de funcionar de manera independiente de la madre. La individuación
refiere a los intentos del niño de formar una identidad individual única, de asumir sus propias
características individuales (Mahler et al. 1975:4). Lo óptimo sería que la separación y la
individuación ocurran al mismo tiempo, pero pueden darse por separado, con un retraso u
adelanto de una u otra.

Mahler describió que el proceso de separación-individuación comienza a los cuatro o cinco


meses de edad y está compuesto por cuatro subfases predecibles, observables y que se
superponen entre si: diferenciación, práctica, reaproximación y el camino hacia la constancia
del objeto. Además, Mahler distinguía dos fases previas al establecimiento del proceso de
separación-individuación, la primera abarcaría las cuatro primeras semanas de vida (fase
autista normal) y la segunda se desarrollaría desde el segundo hasta el cuarto o quinto mes
(fase simbiótica normal).

En sus descripciones del proceso de separación-individuación, Mahler incluyó la evolución de


los sentimientos infantiles de omnipotencia y el sentido paralelo de grandiosidad que subyace
al desarrollo normal de la autoestima al igual que a algunas patologías posteriores. Subrayó, de
manera particular, la expansión de los sistemas psíquicos que acompaña a la evolución de las
relaciones interpersonales, destacando el importante rol del conflicto, primero interpersonal y

31
con el tiempo intrapsíquico. Mahler describió los aspectos de la relación madre-niño que
contribuyen al establecimiento de la constancia libidinal del objeto que permite que las
funciones de bienestar, originalmente proporcionadas por la madre, pasen a estar disponibles a
nivel intrapsíquico. Pensaba que la constancia del objeto libidinal facilita el funcionamiento
independiente del yo. Mahler (1971) describió también las implicancias para el funcionamiento
patológico del yo cuando existe un des orden en la relación madre-niño.

Un problema persistente en la elaboración de la teoría psicoanalítica ha sido encontrar


conceptos y un lenguaje adecuados para comunicar el significado de los procesos que no
pueden ser cuantificados u objetivados, solamente inferidos. El uso frecuente de metáforas
para expresar estos conceptos generalmente tiene la consecuencia desafortunada de que las
metáforas son tomadas de manera literal. Cuando se acumula nuevos conocimientos, las
metáforas antiguas se vuelven menos útiles, y los conceptos, al igual que las metáforas,
pueden llegar a ser considerados como carentes de validez. véase, por ejemplo, el concepto
freudiano de la energía psíquica. La idea de energías físicas que buscan la descarga ya no es
vivida a pesar de que en la práctica clínica continuamos observando las variaciones en la
intensidad de la emoción o de los impulsos y los esfuerzos por lograr la satisfacción. La
terminología de Mahler es otro ejemplo, especialmente las frases que utiliza para describir los
primeros meses de vida. No hay duda de que las metáforas retrospectivas y con base
patológica, tales como "autismo", "simbiosis", "barrera frente a los estímulos", "fronteras
delusionales comunes" y "fusión omnipotente somatopsíquica y alucinatoria", presentan
problemas (véase Peterfreund 1978; Milton Klein 1980) .Sin embargo, muchas de las
observaciones y formulaciones sobre la conducta del infante durante estos primeros meses son
perspicaces y siguen siendo relevantes aún cuando las denominaciones cambien.

La validez de la obra de Mahler ha sido cuestionada. Brody (1982) lo atribuye a sus métodos de
investigación, encuentra un sesgo subjetivo en sus hallazgos y piensa que tenía la tendencia a
formular hipótesis como si fueran conclusiones. La noción de Mahler de que el infante
comienza su vida en un estado autista, "desenchufado" del mundo debido a una barrera ante
los estímulos como lo está un embrión de pollo dentro de un huevo (metáfora tomada de Freud
1911), sin relación alguna con los estímulos sociales, ha sido correctamente cuestionada
(véase Peterfreund 1978; Lichtenberg 1981,1987; Stem 1985). La misma Mahler intentó
remediar este aspecto sugiriendo que "despertar" (Stern 1985) o "semiautista" (Harley y Weil
1979) serían nombres más adecuados para esta fase. Stern (1985) cuestiona también la
validez de la idea de Mahler de que el self y el objeto no están diferenciados al momento del
nacimiento, señalando que la información proveniente de las investigaciones sobre infantes
proporciona amplias evidencias de que el bebé percibe desde el nacimiento el interior y el
exterior, al self y al otro. Esta crítica revela un malentendido básico entre varios investigadores
y psicoanalistas de niños. Estos últimos se ocupan de la construcción de las estructuras
intrapsíquicas. La preadaptación fisiológica esta disponible desde el nacimiento, pero no hay
evidencias que sugieran que las estructuras psicológicas capaces de formar y mantener
representaciones mentales intrapsíquicas del self y el otro estén presentes desde el
nacimiento.

Stern (1985) también critica la premisa básica de la teoría de la separación-individuación de


Mahler. Entiende que para Mahler la creciente independencia y autonomía del niño implica la
disolución de los lazos interpersonales con el objeto. Creemos que Mahler describe un proceso
intrapsíquico por el cual el niño puede funcionar con el tiempo por sí mismo y no depender de
la madre, pero mientras tanto retiene el lazo interpersonal con ella. Con una mayor estabilidad
de las estructuras internas, el niño puede pasar progresivamente a niveles mas elevados de
relación con el objeto, manteniendo y profundizando los vínculos interpersonales.

A pesar de algunas críticas válidas, creemos que Mahler hizo una contribución fundamental a la
comprensión psicoanalítica de la evolución de las relaciones de objeto. Es de particular
importancia que haya hecho explícito que la disponibilidad emocional apropiada de la persona
encargada del cuidado del niño y el intercambio afectivo entre la madre y el niño, son rasgos
sumamente importantes para promover la formación de las estructuras psíquicas que facilitarán
el funcionamiento emocional independiente. La atención de Mahler a los detalles del
intercambio afectivo madre-niño ha fomentado abundantes investigaciones relacionadas tanto
con la relación madre-niño como con la relación padre-niño (para el último caso véase Abelin

32
1971, 1975; Cath et al. 1982; Pruett 1983, 1985). Los resultados han aumentado nuestros
conocimientos sobre el desarrollo normal a la vez que sobre el surgimiento y la prevención de
la patología. Además, sus observaciones pioneras, longitudinales y naturalistas del desarrollo
infantil -uno de los escasos proyectos de este tipo emprendidos por un psicoanalista-
proporcionaron el modelo y el ímpetu para las investigaciones sobre la infancia. Aún en el caso
de que un creciente conocimiento de los detalles del desarrollo infantil lleve a algunas
modificaciones o cambios en el énfasis de su teoría, especialmente en su conceptualización de
las fases más tempranas, sus observaciones continúan siendo válidas. Al conceptualizar
proceso de separación-individuación, Mahler ofreció una teoría integrada de las relaciones de
objeto preedípicas que complementa las teorías sobre el complejo de edipo y hace pasible
trazar una trayectoria del desarrollo de las relaciones de objeto que puede ser paralela e
integrarse con la teoría de los impulsos y las teorías de la evolución de la estructura psíquica.

DANIEL STERN
Stern es uno de los muchos investigadores contemporáneos de la infancia que estudian las
relaciones de objeto durante los tres primeros años de vida. Pero a diferencia de quienes
estudian aspectos selectos, Stern ha planteado una teoría integrada para las primeras etapas
del desarrollo de las relaciones de objeto. En contraste con las ideas derivadas de la teoría
estructural de Freud y la noción de que las estructuras intrapsíquicas surgen a partir de las
interacciones interpersonales, su interés se centra en la experiencia subjetiva interna del
infante y su contexto interpersonal. Este interés en el sentido del self; presente de cierta
manera desde el nacimiento, "no está cargado o confundido por los aspectos del desarrollo del
yo o el ello" (1985: 19), pues Stern sostiene que el self es el principio organizador principal.
Stern aportó a sus estudios abundante información proveniente de ingeniosos experimentos de
laboratorio -propios y ajenos- con infantes y sus madres.

A partir de inferencias sobre la vida subjetiva de los niños derivadas de la información obtenida
de la observación, Stern sugiere que a medida que surgen nuevos comportamientos y
capacidades, estos se organizan y transforman en perspectivas subjetivas organizadoras del
sentido del self y del otro. Stern se interesa particularmente por el contexto interpersonal de
estos sentidos que van emergiendo y; para enfatizar la importancia de este sentimiento de
"estar en conexión", sugiere que la emergencia de cada sentido del self define una nueva forma
o dominio (esfera de influencia o actividad) de relacionamiento social, es decir, un "sentido del
self con el otro".

A pesar de que cada sentido del self y cada dominio de relacionamiento social aparecen
durante un período de desarrollo sensitivo, Stern subraya que no deben ser considerados como
fases; más bien son formas de experiencia del self y formas de interacción social que, al
aparecer, permanecen intactas como principios organizadores durante toda la vida.

Stern propone cuatro sentidos del self: un sentido del self emergente (desde el nacimiento
hasta los dos meses); un sentido de self nuclear (entre los dos y los seis meses); un sentido
del self subjetivo (entre los siete y los nueve meses); y un sentido de self verbal (alrededor de
los 15 a 18 meses). El sentido de self emergente corresponde al dominio del relacionamiento
emergente; el sentido del self nuclear al del relacionamiento nuclear; el sentido del self
subjetivo al del relacionamiento intersubjetivos; el sentido de self verbal al del reracionamiento
verbal.

El trabajo de Stern ha sido influenciado de muchas formas por el trabajo de Spitz, Bowlby,
Anna Freud y Mahler. Se apoya en sus conceptualizaciones del proceso de desarrollo -las
fases sucesivas se inician en puntos nodales de transición en el desarrollo similares- y presta
mucha atención a las interacciones del infante con la madre. Sin embargo, Stern establece una
distancia con ellos. Considera que las teorías psicoanalíticas sobre el desarrollo son
redundantes y afirma que necesitan ser totalmente replanteadas, y utiliza una serie de
metáforas propias, de reciente invención, y que algunas veces resultan confusas. Así, sustituye
un tipo de jerga por otra.

Algunas veces, las críticas de Stern hacia las teorías psicoanalíticas sobre el desarrollo son
válidas pero, tal como señala Solnit, él las utiliza de manera artificial para caldear más el
debate entre la psicología del desarrollo y el psicoanálisis (1987b). Por otra parte, su falta de

33
perspectiva histórica le impide tomar en cuenta las muchas y significativas formas en que la
teoría del desarrollo psicoanalítica ha sido modificada y cambiada desde 1900 en respuesta a
críticas similares a las suyas. Por consiguiente, su interpretación de la teoría psicoanalítica
parece particularmente estrecha. Mas aún, en nuestra opinión, su énfasis en la subjetividad y
en lo interpersonal a expensas de lo intrapsíquico, no da suficiente cuenta de la contribución de
las fuerzas internas al proceso de desarrollo, especialmente del proceso de internalización.

Por otro lado, los estudios de laboratorio de Stern han realizado contribuciones significativas a
nuestro conocimiento de los detalles del desarrollo temprano. Su sensibilidad hacia las
interacciones madre-niño y las capacidades autorreguladoras del infante en estas interacciones
ha incrementado nuestro entendimiento acerca del sentido del self emergente y del desarrollo
del yo.

RESUMEN
La evolución de las teorías de las relaciones de objeto se inicia con la historia del psicoanálisis.
Ha sido un largo y difícil camino que se inicia con las primeras nociones de Freud en "Proyecto
de una psicología para neurologos" (1895b). Las relaciones entre las relaciones de objeto, los
impulsos, los afectos, la formación de la estructura psíquica y el sentido de self, y la relación
entre los procesos intrapsíquicos asociados alas relaciones de objeto y las relaciones
interpersonales han sido objeto de controversia.

En este capítulo hemos presentado las ideas de varias escuelas contemporáneas de las
relaciones de objeto. Las teorías que han evolucionado a partir de las observaciones de
infantes y niños proporcionan la base para nuestra discusión en el capítulo siguiente de la
evolución del desarrollo de las relaciones de objeto, a la que sigue una discusión sobre el
desarrollo del sentido del self.

34
EL DESARROLLO DE GÉNERO: UNA REVISIÓN TEÓRICA

En: Teorías psicoanalíticas del desarrollo: una integración. Phyllis y Robert Tyson.
Publicaciones Psicoanalíticas. Lima. 2000.

La teoría de Freud acerca del desarrollo psicosexual carece del concepto de identidad de
género. Si bien a lo largo de sus escritos encontramos referencias a la masculinidad y la
femineidad, sus formulaciones sobre estos conceptos se basan en la sexualidad infantil y no
incluyen las contribuciones correlativas del desarrollo de las relaciones de objeto, el sentido del
self, el superyó y el yo. El concepto de identidad de género, que toma en consideración todos
estos aspectos, es de origen relativamente reciente; surgió a partir de una mayor conciencia de
la gama de factores que influyen en el desarrollo.

Al trazar el desarrollo de género, seguimos a Stoller y su preferencia por el término identidad


de género, menos ambiguo que el de identidad sexual. Esto se debe a que el término sexo
refiere a una designación biológica: hombre o mujer; la identidad de género es un concepto
más amplio, que refiere a una configuración psicológica que combina e integra la identidad
personal y el sexo biológico, y a la cual contribuyen de manera significativa las relaciones de
objeto, los ideales del superyó y las influencias culturales. Además, a menudo se utiliza el
término sexo para hacer referencia a fantasías y comportamiento eróticos, por lo cual está más
relacionado con la psicosexualidad que con la identidad.

El género está asociado de una u otra manera a una amplia variedad de sentimientos,
pensamientos, fantasías, creencias y acciones relacionadas con patrones de cortejo y
apareamiento, así como con prácticas de crianza (Meyer 1980). Debido a esta variedad de
elementos y a las diversas formas de psicopatología relacionadas con uno u otro, encontramos
útil establecer una distinción entre identidad de género, identidad respecto a los roles de
género y orientación respecto a la pareja sexual. A pesar de que todos estos conceptos están
relacionados en términos generales con el desarrollo de género, son distintos los elementos y
configuraciones del desarrollo que los determinan. Al establecer una distinción más precisa
entre las características clínicas de cada uno, podremos ser más específicos respecto a la
contribución de los factores del desarrollo al igual que respecto a los elementos
psicopatológicos involucrados en cualquier cuadro clínico dado.

Una observación adicional a manera de introducción: a menudo los autores psicoanalíticos han
tendido a hacer generalizaciones sobre el desarrollo de la femineidad a partir de la
comprensión del desarrollo masculino. En lo que sigue, luego de una revisión teórica que
define los conceptos relevantes, discutimos por separado el desarrollo del sentido de género
para las mujeres y los hombres con el fin de esclarecer, lo mejor que podamos con nuestros
conocimientos actuales, sus diferentes caminos. Aún cuando tal separación trae consigo el
riesgo de incurrir en superposiciones, también contrarresta la tendencia a comprender un
género por oposición al otro.

IDENTIDAD DE GÉNERO
Identidad de género es un concepto amplio que incluye todas las características que componen
cada combinación individual de masculinidad y femineidad determinada por un extenso rango
de factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales (Stoller 1968ª, 1976). Stoller subraya
la contribución de las identificaciones que se realizan en el curso del desarrollo con los objetos
del mismo sexo y del sexo opuesto a la identidad de género definitiva del individuo –es decir, la
identidad personal en combinación con el sexo biológico-, de manera que ésta implica una
mixtura de masculinidad y femineidad. Stoller afirma también que incluso la definición de
masculinidad o femineidad es personal; si bien las influencias culturales pueden contribuir,
cada individuo forma un complejo sistema de creencias acerca de sí mismo, que incluye un
sentido de sí mismo masculino o femenino (1976, 1985).

La identidad de género se construye en base a lo que Stoller define como identidad de género
nuclear (1968a, 1968b), que es el sentido consciente e inconsciente más primitivo de
pertenencia a determinado sexo y no al otro. Stoller lo define como el “sentido [básico] que

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poseemos acerca de nuestro sexo: la condición de ser varones en los hombres y de ser
féminas en las mujeres... Es parte, pero no idéntico, a la identidad de género en su sentido más
amplio” (1976:61). Entre los muchos factores que contribuyen a la formación de la identidad de
género nuclear se encuentran las fuerzas fisiológicas y biológicas, los factores psicológicos, las
relaciones de objeto, las funciones del yo y las capacidades cognitivas, varios de ellos
discutidos por Greenacre (1950, 1958), Kohlberg (1966, 1981), Stoller (1968a, 1976), Money y
Ehrhardt (1972), y Roiphe y Galenson (1981), entre otros.

Stoller (1976) sugiere que la identidad de género nuclear se inicia como una fuerza biológica en
el feto; las hormonas sexuales a las que el feto es expuesto contribuyen a ella de manera
significativa. La identidad de género nuclear es fomentada por la fisiología y la anatomía de los
genitales externos, los cuales bajo circunstancias normales proporcionan la base sobre la que
se realiza la asignación sexual.

Además de estas consideraciones biológicas y anatómicas, las influencias sociales y


psicológicas también realizan su aporte. La asignación sexual al momento del nacimiento lleva
a los padres a manejar al niño de determinada manera. Ellos dirigen hacia el niño una variedad
de mensajes verbales y no verbales que transmiten el significado de lo masculino o lo femenino
tal como ha sido definido por esa familia; las actitudes de los padres y hermanos hacia el niño
de determinado sexo, al igual que una variedad de fantasías conscientes e inconscientes, se
verán también reflejadas en esas señales. De hecho, una vez que los padres saben cuál es el
sexo anatómico del bebé (antes o después del nacimiento), sus actitudes hacia él adquieren un
matiz distinto, dependiendo de si se trata de un hombre o de una mujer.

Se cree que las fantasías y las expectativas de la madre durante el embarazo influyen en sus
respuestas iniciales al bebé (Kestenberg 1976; Broussard 1984). Las sensaciones y el humor
que acompañan a los cambios corporales durante el embarazo tienden a propiciar la regresión,
el cual brinda a la mujer embarazada oportunidades para resolver conflictos antiguos o actuales
entre ella y su madre, al igual que para integrar antiguas fantasías en una fantasía acerca de su
bebé. El embarazo representa la culminación de deseos que aparecieron al inicio de su niñez,
pero ahora, los deseos y las fantasías de la niñez temprana y tardía, además de las
modificaciones y elaboraciones de la adolescencia, pasan a integrarse con las realidades del
presente. El embarazo verifica también la identificación con la madre y durante su curso
reaparecen la ambivalencia y los conflictos que existieron alrededor de dicha identificación
durante todos los estadíos del desarrollo. Cuando la relación de la mujer con su madre ha
estado cargada de conflictos, la idea de tener un niño o niña puede despertar emociones
particularmente intensas.

El grado en el cual la mujer es capaz de resolver conflictos anteriores y de integrar los primeros
deseos y fantasías tiene un efecto profundo en su primera respuesta al bebé y en la manera de
tratarlo. Si es una niña, por ejemplo, la mujer puede temer repetir una relación conflictiva con
su hija. En el peor de los escenarios, la madre puede identificar a su hija con la parte
denigrada de su representación del self. Los mecanismos proyectivos podrían conducirla
entonces a interpretar el comportamiento del bebé de acuerdo con esto; como dijo una madre:
“La primera vez que la cargué me miró fijamente, con una mirada fría, helada ¡y luego se
volteó!”. A esa situación puede seguir la negligencia o el abuso (véase Steele 1970; 1983;
Steele y Pollock 1968). En otros casos, la mujer puede considerar que tener una niña es una
oportunidad para reelaborar los antiguos conflictos madre-hija y para volver a establecer o
recrear el estado simbiótico perdido, idealizado y fantaseado de los primeros meses de vida.
También puede tender a absorber totalmente a la niña y a desalentar la independencia y la
autonomía, poniendo dificultades a la pequeña para alejarse de su control. Si se trata de un
niño, las fantasías asociadas con obtener el anhelado pene o al padre o al hermano, e incluso
la decepción por no poder recrear el sentimiento de unidad que cree podría haber tenido con
una niña, influyen en las reacciones de la madre hacia su hijo y en la manera de tratarlo.

Debido a una variedad de conflictos no resueltos y a fantasías patológicas, algunas veces las
mujeres ven la maternidad como sinónimo de masoquismo, sea cual sea el sexo biológico del
niño (Blum 1976). En tales circunstancias la mujer puede percibir la llegada del bebé como una
pérdida de su autonomía e independencia, configuración que prepara el escenario para una
variedad de interacciones sadomasoquistas.

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El rol del padre puede afectar directa o indirectamente la respuesta de la madre hacia su bebé
recién nacido. Algunas evidencias sugieren que la adaptación exitosa de la mujer al embarazo
se ve facilitada por el apoyo de su esposo (Shereshefsky y Yarrow 1973). Además, su relación
con él puede amortiguar la tendencia de la madre hacia la regresión extrema.

La influencia del padre en la identidad de género del bebé debe también ser examinada. Al
igual que en el caso de la madre, sus fantasías prenatales influyen en la manera de tratarlo. Si
el bebé es varón, el padre puede esperar que comparta sus intereses, fantasear con repetir con
su hijo experiencias significativas que compartió con su propio padre o esperar tener con su
hijo experiencias que no tuvo con él. Si es una niña, puede tener fantasías acerca de su
apariencia física. Puede esperar que sea bonita, que atraiga a muchos pretendientes y, lo más
importante, que responda a sus insinuaciones amorosas (Véase Burlingham 1973). Algunas
veces puede preocuparse por cómo interactuar con una niña y no ser capaz de imaginarse la
posibilidad de revivir con su hija las interacciones que tuvo con su padre. Estas ansiedades
frecuentemente se expresan, aunque de manera inconsciente, a través de la elección de un
nombre ambiguo que a pesar de ser femenino tenga un diminutivo masculino; así, por ejemplo,
Verónica se convierte en Ronnie, o Andrea en Andy.

Desde el nacimiento, los padres interactúan con sus hijos de manera distinta a las madres. Los
padres tienden a ser más activos, estimulantes y excitantes tanto con los hijos como con las
hijas; Herzog (1982) sugiere que esto finalmente desempeña un papel importante en la
habilidad del niño para modular sus impulsos agresivos. Nosotros añadiríamos que también su
sexualidad, particularmente si el padre puede también ayudar al niño(a) a pasar de un estado
de excitación a otro más tranquilo. En su condición de objeto menos “contaminado”,
óptimamente el padre puede facilitar la resolución final del conflicto de reaproximación
ayudando a romper el vínculo exclusivo madre-niño, lo cual permite que el conflicto de la fase
anal de reaproximación tenga una influencia menos nociva para el desarrollo del género. Los
padres también transmiten una visión de la masculinidad que sus hijos varones tienden a ver
como ideal. Esto influye en la visión del niño varón de la masculinidad; el grado en el cual
pueda ajustarse a este ideal puede influir en la confianza que tenga en su masculinidad.
Mientras que una madre puede mostrar cierta ambivalencia hacia la creciente femineidad de su
hija, los padres están más dispuestos a expresar su orgullo (Ticho 1976) y alientan las
identificaciones femeninas de la niña con su madre. Allí donde una madre puede expresar
disgusto y crítica vergonzante hacia la actitud de su hija de explorar sus genitales, los padres
tienden a mostrarse menos censores (Herzog 1984).

Existen algunas evidencias que sugieren la existencia de un “periodo crítico” en el desarrollo de


la atracción y el interés de un padre hacia su hijo o hija. Los padres que no tienen contacto con
sus hijos durante los primeros meses pueden tener luego dificultades para mostrarles su afecto
(Greenberg y Morris 1974). Por el contrario, cuando el padre es el principal encargado de la
crianza, el apego y los conflictos normales que generalmente se tienen con la madre son
referidos a él (véase Pruett 1983, 1984, 1987).

La identidad de género nuclear, o femineidad primaria y masculinidad primaria, es también


resultado del sentido que el infante tiene de su propio cuerpo. El infante construye una imagen
corporal a través de la integración de diversas sensaciones orales, anales, uretales y genitales
que surgen a partir de la alimentación, el cambio de pañales, el baño, el juego y otros
intercambios íntimos y afectivos con la madre o quien se encarga de su cuidado. El
funcionamiento perceptivo, motor y cognitivo, que es más maduro al momento del nacimiento
que lo que se pensaba, lo ayuda a distinguir las partes del cuerpo, incluyendo los genitales, y a
integrar diversas experiencias y sensaciones del cuerpo en un “self corporal”; este primer
sentido del self basado en una imagen corporal emergente realiza importantes contribuciones a
la identidad de género nuclear.

Las observaciones indican que a medida que el sentido del self pasa a tener una
representación mental, el infante comienza a tener cierta conciencia de las zonas oral, uretral,
anal y genital (Mahler et al. 1975; Roiphe y Galenson 1981). Esto parece tan evidente que
hemos llegado a la conclusión que el sentido nuclear o básico de ser hombre o mujer es una
parte integral de la representación del self desde el principio. A pesar de que Fast (1978, 1979)

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postula una matriz de género no diferenciado durante el primer período de vida 6, el punto de
vista que ha prevalecido afirma que alrededor de los 15 a 18 meses, cuando ya hay evidencias
de un sentido emergente del self, también existen indicios de una conciencia de ser hombre o
mujer con genitales masculinos o femeninos (Kleeman 1965, 1966, 1971; Stoller 1976; Roiphe
y Galenson 1981). Entre los dos y tres años pueden observarse signos más definidos de
conciencia del género, puesto que los niños asumen características masculinas y las niñas
características femeninas. Para entonces, la identidad de género nuclear está tan bien
establecida que generalmente se considera como inalterable (Money et al. 1955a, 1955b;
Stoller 1985).

Si bien la identidad de género nuclear se establece en los primeros años de vida, el sentido de
identidad de género nuclear se establece en los primeros años de vida, el sentido de identidad
de género en términos más amplios continúa siendo cada vez más elaborado durante el curso
del desarrollo. En varios estadíos del desarrollo contribuyen a ello las identificaciones
selectivas con cada uno de los padres. Además, algunos intentos de desidentificación tienen
un impacto en el desarrollo. Las primeras identificaciones también son elaboradas por las
identificaciones realizadas en estadíos posteriores. Por lo tanto, el resultado final es una
identidad de género que representa una combinación de muchos elementos de los distintos
estadíos del desarrollo.

IDENTIDAD RESPECTO A LOS ROLES DE GÉNERO


La identidad respecto al rol de género se superpone a la identidad de género nuclear pero no
es equivalente a ella; se trata de un patrón de interacciones conscientes e inconscientes con
otras personas basado en el género. Este aspecto de la representación del self se construye a
partir de sutiles interacciones entre los padres y el niño o niña desde el nacimiento. Tales
interacciones están influenciadas por las actitudes de los padres hacia el sexo biológico del
infante, al igual que por el sentido de sí mismo de cada uno de los padres como hombre o
mujer, y por el estilo con el que cada uno interactúa con los demás. Junto con las primeras
representaciones del self y de los objetos, el niño o niña crea representaciones de las
interacciones, relaciones y diálogos con los objetos (Sandler y Sandler 1978:239). Estas
representaciones de “la relación en términos de roles” se unen a otros aspectos de la
conciencia de género, de manera que la representación del self contiene finalmente elementos
de la identidad de género del individuo junto con el rol o modo habitual de interacción utilizado
en relación a otras personas respecto a la propia masculinidad o femineidad.

En el sentido en que la utilizamos aquí, la identidad respecto a los roles de género no debe ser
confundida con los roles aprendidos y socialmente determinados; se refiere más bien a una
representación intrapsíquica e interactiva. Conforme el niño va madurando, sus identificaciones
con los objetos del mismo sexo y sus representaciones intrapsíquicas de la relación en
términos de roles son efectivamente afectadas por las influencias culturales y sociales; por lo
tanto, el comportamiento aprendido y culturalmente determinado contribuye de manera
significativa al establecimiento de la identidad respecto a los roles de género. En este aspecto,
las capacidades cognitivas tienen un papel importante. La percepción de las diferencias y
similitudes físicas y conductuales entre los hermanos, pares o padres del mismo y distinto sexo
llevan a la categorización del self. Categorizarse uno mismo como hombre o mujer sirve para
organizar la experiencia de género y orienta hacia la búsqueda de “objetos semejantes al self”
como modelos de rol con los cuales identificarse (Kohlberg 1966, 1981:439).

ORIENTACIÓN RESPECTO A LA PAREJA SEXUAL

6
Fast afirma que la experiencia temprana es indiferenciada y que el sentido del sexo y el potencial de
género del niño no están limitados por su sexo real. Concede que las experiencias relacionadas con el
género, que en cierta medida difieren en niñas y niños desde el inicio, están influidas por factores
biológicos y diferencias en el trato, pero también subraya que las primeras representaciones del self no
discriminan el género. Alrededor de la segunda mitad del segundo año, el niño puede identificar al self y
a los otros en términos de su condición de hombres o mujeres, pero la conciencia de las limitaciones de
las características de cada sexo es un logro más avanzado. Las ideas de Fast son valiosas, pero también
ilustran las dificultades de atribuir un significado al comportamiento observado y para discernir cuáles de
los muchos factores que influencian al niño son los más importantes cuando éste define su sentido único y
propio de masculinidad o femineidad.

38
Green (1975) distinguía la orientación respecto a la pareja sexual de otros aspectos de la
experiencia relacionada con el género. La orientación respecto a la pareja sexual expresa la
preferencia del individuo en relación al sexo del objeto de amor elegido. Esta orientación tiene
su origen en las relaciones de objeto preedípicas y edípicas, si bien la elección puede no estar
firmemente establecida ni ser fuente de conflicto sino hasta la adolescencia, cuando se alcanza
la madurez sexual y se reelabora las relaciones de objeto más tempranas como parte del
proceso adolescente.

Es en relación a la orientación respecto a la pareja sexual que normalmente surge el tema de la


bisexualidad y del conflicto bisexual. Freud (1905b) consideró a la bisexualidad como una
parte normal de la estructura psicológica humana, que llega a manifestarse particularmente en
relación al complejo de edipo negativo y positivo. Debido a que el término bisexualidad es
utilizado en referencia a las metas sexuales dirigidas hacia ambos sexos así como a las
identificaciones con cada uno de los padres durante el curso del desarrollo (Moore y Fine
1968), este término tiende a difuminar las especificidades de la identidad de género (en su
sentido amplio) que se confunden con la orientación respecto a la pareja sexual. Por lo tanto
resulta impreciso. Pensamos que resulta más útil establecer una distinción entre los aspectos
relacionados con la elección del objeto y las identificaciones que contribuyen a la identidad de
género.

DISCUSIÓN
Las distinciones que se recomienda establecer entre la identidad respecto a los roles de género
y la orientación respecto a la pareja sexual proporcionan una mayor precisión a nuestra
comprensión de las configuraciones del desarrollo. Al distinguir las diferentes contribuciones
de cada uno de éstos al proceso del desarrollo es posible ser más explícito sobre los riesgos
potenciales; más aún, diversos sentimientos y comportamientos relacionados con el género
adquieren más sentido que cuando son considerados en términos globales. Asimismo, las
diferencias en el desarrollo masculino y femenino se hacen más obvias.

Se ha dicho, por ejemplo, que el desarrollo psicosexual de la niña es mucho más complejo que
el del niño debido a la necesidad de cambiar los objetos de amor para ingresar al complejo de
edipo. El tema aquí es la orientación respecto a la pareja sexual. A pesar de que diversos
deseos, fantasías y experiencias relacionadas con el objeto pueden disminuir la investidura
narcisista de la niña en su sentido de femineidad, el establecimiento de un sólido sentido
nuclear de ser mujer es por lo general un proceso fluido. En contraste, lo más difícil para el
hombre es establecer un sentido firme de identidad de género. Es decir, las identificaciones del
niño con su primer objeto de amor puede socavar su sentido de masculinidad, por lo que debe
desidentificarse (Greenson 1954, 1968) de la madre para formar un sentido masculino del self.
Al comparar al niño con la niña, podríamos decir que a pesar de que la progresión edípica
puede ser fluida para el niño, la formación de su identidad es más compleja debido a su
necesidad de cambiar de objeto. La identidad respecto a los roles de género también se basa
en que ocurra este proceso. Por lo tanto, ingresar al complejo de edipo implica para el niño no
un cambio de objeto sino un cambio de rol en relación con el objeto. Tal cambio de rol sólo
puede ser posible si el sentido que tiene el niño de ser hombre es sólido.

El establecimiento de una distinción entre identidad de género, identidad respecto a los roles de
género y orientación respecto a la pareja sexual, resulta también útil en la clínica.
Consideremos el caso de un hombre adulto que se lamenta por no poder encontrar un objeto
de amor apropiado y por ser inadecuado sexualmente. La investigación analítica podría sugerir
que su identidad de género es sólida y que su orientación respecto a la pareja sexual es de
carácter heterosexual. Pero si no ha sido capaz de identificarse con el padre y con un rol de
género masculino, su sensación de sentirse continuamente como un “niño pequeño en un
mundo de adultos” contribuirá a que se sienta inadecuado en las relaciones sexuales con las
mujeres. Por lo tanto, la patología se encuentra principalmente en el área de la identificación
con el rol de género. Las intervenciones dirigidas según esta suposición pueden resultar
beneficiosas en términos clínicos. El escenario sería diferente si la patología se halla en el
área de la inseguridad en el sentido de masculinidad, que podría llevar al hombre a temer a
cualquier mujer por intrusiva y castradora. Si bien los síntomas presentados pueden ser los
mismos, las intervenciones apropiadas serían distintas. Consideremos, por ejemplo, el caso
de un hombre que se imagina a sí mismo como dotado de omnipotencia y poder fálico. Este

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tipo de macho ideal fue descrito por Person (1986:3) como un hombre con un falo grande,
poderoso e incansable, capaz de enloquecer de deseo a una mujer. A pesar de que se veía
así mismo de esta manera, se quejaba de eyaculación precoz. Luego de una investigación
más exhaustiva, se hizo evidente que obtenía placer principalmente de la masturbación puesto
que, en contraste con sus fantasías de conquistar a innumerables mujeres, su angustia de
castración inconsciente lo llevaba a temer la pérdida de su pene durante el acto sexual. Su
idealización de la omnipotencia fálica era, pues, una defensa contra un sentido inseguro de
masculinidad, y la angustia de castración había disminuido su capacidad de establecer un
sólido sentido masculino de self.

RESUMEN
Las distinciones conceptuales que hemos establecido entre la identidad de género, la identidad
respecto a los role de género y la orientación respecto a la pareja sexual proporcionan un
marco de referencia para entender la evolución del desarrollo del género. En el siguiente
capítulo describiremos las formas en que estos tres hilos del desarrollo del género interactúan,
influencian y son influenciados por otros sistemas psíquicos que se desarrollan
simultáneamente en los niños.

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