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La fuerza no basta

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JOSEPH S. NYE - 04/12/2003

La fuerza no basta

LAS MEDIDAS JOSEPH S. NYE - 04:16 horas - 04/12/2003


PUNITIVAS pueden
ayudar, pero son Hace algo más de un año, el Gobierno Bush
incapaces de detener publicó la “Estrategia de seguridad
a los individuos que ya nacional”, donde se daba expresión a un
han accedido a la drástico cambio en la política exterior de
tecnología destructiva Estados Unidos tras los atentados del 11 de
septiembre del 2001. La nueva estrategia
LOS NORCOREANOS declaraba: “Nos vemos amenazados no
afirman tener una tanto por flotas y ejércitos como por
JORDI BARBA bomba, y ya ha tecnologías catastróficas en manos de unos
empezado el pocos amargados”. En lugar de rivalidad
reprocesado del estratégica, “hoy las grandes potencias del
plutonio en la mundo nos encontramos del mismo lado,
instalación nuclear de unidas por los peligros comunes de la
Yongbyon violencia y el caos terroristas”.

La retórica de la nueva estrategia atrajo


críticas tanto dentro como fuera de Estados Unidos; pero, a pesar de
ellas, el distinguido historiador de Yale John Lewis Gaddis ha
comparado la nueva estrategia con los influyentes días que
redefinieron la política exterior estadounidense en la década de 1940.
La nueva estrategia respondía a las profundas tendencias de la
política mundial iluminadas por los atentados del 11-S.

La globalización, por ejemplo, ha resultado ser algo más que un


fenómeno económico; se ha ido desgastando en las barreras
naturales que los dos océanos y la distancia siempre han supuesto
para Estados Unidos. Las implicaciones del fracaso estatal también
son claras: las situaciones de miseria en los países pobres y débiles
en la otra punta del mundo pueden tener consecuencias terribles para
Estados Unidos.

Sin embargo, la mayor amenaza es la planteada por la privatización


de la guerra. Un ataque por sorpresa llevado a cabo por un grupo
terrorista transnacional ha matado a más estadounidenses que el
Estado japonés en 1941. La democratización de la tecnología a lo
largo de las últimas décadas ha convertido a los terroristas en más
letales y ágiles, una tendencia que tiene todos los visos de continuar.
Los analistas tradicionales centrados en el Estado creen que pueden
solucionar el problema castigando a los estados que apoyan el
terrorismo. Semejantes medidas punitivas pueden ser de alguna
ayuda, pero en última instancia son incapaces de detener a los
individuos que ya han accedido a la tecnología destructiva. Al fin y al
cabo, ni Timothy McVeigh en Estados Unidos ni la secta de la Verdad
Suprema en Japón recibieron apoyo estatal. La privatización de la
guerra no es sólo un cambio histórico de primer orden en la política
mundial; su impacto potencial en las ciudades estadounidenses es

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capaz de modificar de forma drástica la naturaleza de la civilización


norteamericana.

Esto es lo que la nueva estrategia Bush acierta a ver. Lo que queda


por solucionar es el modo de poner en práctica este nuevo enfoque.
Washington ha logrado identificar mucho mejor los fines que los
medios.

Según la estrategia, las mayores amenazas a las que se enfrenta el


pueblo estadounidense son el terrorismo transnacional y las armas de
destrucción masiva, así como –de modo especial– su combinación.
Ahora bien, debido a esa naturaleza transnacional, necesitamos la
cooperación de otros países para enfrentarnos a estos problemas. La
disposición de otros países a cooperar en la resolución de cuestiones
transnacionales, como el terrorismo, depende en parte de sus propios
intereses, pero también de lo atractivo de las posiciones
estadounidenses.

El poder blando reside en la capacidad de atraer y convencer más


que de coaccionar. Significa que los otros quieren lo que Estados
Unidos quiere, y que hay menos necesidad de utilizar el palo y la
zanahoria. El poder duro procede de la fuerza militar y económica de
un país. El poder blando surge del atractivo de su cultura, sus ideales
y su política.

Estados Unidos incrementa el poder blando cuando sus políticas


parecen legítimas a los demás. El poder duro siempre será crucial en
un mundo de estados-nación que protegen su independencia, pero el
poder blando se hará cada vez más importante a la hora de
enfrentarse a problemas transnacionales para cuya solución es
necesaria la cooperación multilateral.

La necesidad de cooperación internacional en Iraq se ha convertido


en una prioridad, pero el modo en que el gobierno Bush ha dirigido la
diplomacia que desembocó en la guerra ha hecho que los demás se
muestren reacios a colaborar. El efecto negativo de la guerra en su
poder blando ha obligado a Estados Unidos a asumir la mayor parte
de los costes del esfuerzo de reconstrucción.

El contraste con el ejemplo de la primera guerra del Golfo resulta


instructivo. En aquel conflicto nuestros aliados se hicieron cargo del
grueso de la factura, gracias en gran medida a que al presidente Bush
padre reunió laboriosamente a una amplia coalición de aliados mucho
antes de que sonara el primer disparo. El poder blando ayudó a
Estados Unidos a desarrollar sus prioridades internacionales sin
levantar suspicacias ni resentimiento.

En muchos aspectos, la guerra de Iraq ha representado el asunto


inacabado del siglo XX. Las resoluciones del Consejo de Seguridad
que obligaban a la destrucción de los programas de armas químicas,
biológicas y nucleares iraquíes tenían una década de antigüedad.
Corea del Norte e Irán, en cambio, plantean las primeras pruebas
serias a la estrategia de seguridad nacional.

No cabe duda alguna acerca del flagrante comportamiento de Corea


del Norte en relación con la proliferación de armas; sus negociadores
han declarado que Pyongyang ya dispone de armas nucleares. ¿Qué
queda por negociar? Mucho. La reciente sugerencia del presidente
Bush de una garantía de seguridad multilateral demuestra que
comprende los peligros que comporta actuar en solitario en relación
con Corea del Norte. Apenas le queda más opción que continuar las

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negociaciones a sabiendas de que serán difíciles y que no tienen


garantía de éxito.

Además de la amenaza planteada por su poder duro, Estados Unidos


necesitará su poder blando para maximizar la cooperación de las
otras partes que se sientan en torno a la mesa. Si las negociaciones
fracasan, la cooperación multilateral entre los agentes regionales se
volverá más –no menos– importante. Ahora bien, el reloj avanza
deprisa en este caso. Los norcoreanos afirman tener una bomba, y ya
ha empezado el reprocesado del plutonio en la instalación nuclear de
Yongbyon. No hay margen alguno para el error. Las conversaciones
están previstas para este mes, pero las perspectivas de una solución
son escasas. En gran medida dependerá de si China, el principal
proveedor de Pyongyang, decide ejercer su potencial influencia.

Irán supone otra prueba en un marco temporal diferente. En octubre


pasado, Irán aceptó que el OIEA realizara inspecciones especiales de
amplio alcance, así como suspender temporalmente el
funcionamiento de las instalaciones de enriquecimiento por
centrifugación que había construido en secreto. No obstante, eso no
será suficiente para resolver el problema. Irán afirma que, en tanto
que firmante del tratado de no proliferación, tiene derecho a
enriquecer uranio con fines pacíficos. En cierto sentido, el tratado de
no proliferación nuclear nació con una fisura. Aun cuando un país
permita las inspecciones, puede acumular legalmente uranio
enriquecido (o plutonio reprocesado) al amparo de un programa
energético pacífico y luego declarar de repente que las circunstancias
han cambiado y retirarse del tratado. En tal caso, estaría capacitado
para producir armas nucleares al poco tiempo. De actuar así Irán,
añadiría un peligro más a una región ya inestable y es probable que el
régimen de la no proliferación empezara a resquebrajarse por todo el
mundo.

El presidente Bush debería aproximarse a Europa, Rusia y los demás


países y convencerlos para ofrecer a Irán un trato que rellenara esa
fisura. Rusia, que está ayudando a Irán en la construcción de una
central nuclear en Bushehr, podría ofrecer a Teherán una garantía de
combustible de uranio de bajo enriquecimiento y de reprocesado del
combustible utilizado en Rusia. El trato podría ser formalizado con
una resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas. La resolución incluiría un “palo” declarando que una
mayor proliferación de las armas nucleares constituiría una amenaza
a la paz de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas y que
cualquier país que actuara en ese sentido sería objeto de sanciones.
Asimismo, la resolución incluiría una “zanahoria” garantizando el
acceso de Irán a los aspectos no peligrosos de la tecnología nuclear.
La receta podría endulzarse más con ofertas de una atenuación de
las sanciones existentes y una garantía de seguridad si Irán sigue
siendo un país no nuclear.

Dada la suspicacias iraníes con respecto a Estados Unidos, habría


que realizar una sutil diplomacia para convencer a Europa y Rusia de
que lanzaran la propuesta, y luego Washington podría sumarse a ella.
Dada la escasez de cuestiones sobre las cuales existe estrecho
acuerdo entre Estados Unidos, Rusia, Europa y las Naciones Unidas,
semejante propuesta ofrece una rara ocasión de alcanzar una
solución multilateral sobre un asunto vital.

JOSEPH S. NYE, decano de la Harvard's Kennedy School of Government. Autor del libro
“La paradoja del poder norteamericano”
© 2003 Yale Center for the Study of Globalization

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