Sei sulla pagina 1di 1

SOMOS PECADORES

Alberto Hurtado SJ

- La causa del pecado es la soberbia. Presumir de sí. Atribuirse lo que es de Dios. La vida del hombre oscila
entre dos polos. La adoración de Dios o la adoración de su “yo”.

- Pecar es morir, y este pensamiento no es exageración. El pecado es morir a la lealtad hacia la conciencia,
pues consiste en ver que algo es malo y sin embargo hacerlo; ceder a la sinceridad, a la fortaleza, a todas las
virtudes grandes, para resbalar en la ley de la gana, del gusto, de lo que me agrada en este momento, y hacerla
suprema ley de la vida.

- Se engaña si pretende ser cristiano quien acude con frecuencia al templo, pero no cuida de aliviar las miserias de
los pobres. Se engaña quien piensa con frecuencia en el cielo, pero se olvida de las miserias de la tierra en que
vive. No menos se engañan los jóvenes y adultos que se creen buenos porque no aceptan pensamientos groseros,
pero no son capaces de sacrificarse por sus prójimos.

- ¿Qué tengo que ver con la sangre de mi hermano?, afirmaba cínicamente Caín, y algo semejante parecen
pensar algunos hombres que se desentienden del inmenso dolor moderno. Esos dolores son nuestros, no
podemos desentendernos de ellos. Nada humano me es ajeno.

- Que en cada hombre por más pobre que sea veamos la imagen de Cristo y la tratemos con ese espíritu de
justicia dándole todos los medios que necesita para una vida digna, dándole sobre todo la confianza, el respeto,
la estima, la estima de su persona que es lo que el hombre aprecia: pero oigámosle bien: la estima debida al
hermano, no la fría limosna que hiere; que el salario le sea entregado entero y cabal, tal que basta para una vida
de verdad humana, como yo la quisiera para mí sí tuviera que trabajar en su lugar; que el salario venga envuelta
en el gesto de respeto y agradecimiento...

- La mayor parte de nosotros ha olvidado que somos sal de la tierra, la luz sobre el candil, la levadura de la
masa.... El soplo del Espíritu no anima a muchos cristianos; un espíritu de mediocridad nos consume.

- Con frecuencia, piensan algunos, que la felicidad humana consiste en ser libres de seguir nuestro capricho.
Nosotros, en realidad, somos libres de seguir a Cristo, o bien de abandonarlo, para volver a nuestra antigua
esclavitud, la del mal, de la cual nos rescató. No es condición humana la de estar libre de todo servicio, la de
ser autónomo. Podemos escoger el amo, pero a uno debemos servir. No existe estado intermedio.

- El mundo hace pecadores a los hombres, pero luego que los hace pecadores, los condena, los escarnece, y
añade al fango de sus pecados el fango del desprecio. Fango sobre fango es el mundo: el mundo no recibe a los
pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo.

- El choque más vehemente entre el espíritu de Cristo y el espíritu del “mundo” se realiza en el terreno de las
riquezas. Sus puntos de vista son irreconciliables. El uno pone su confianza y su amor en las riquezas de la
tierra, a las que aspira como al supremo bien; el otro aspira a los bienes eternos y se sirve de los bienes de esta
tierra como de medios para alcanzar los eternos, como de un instrumento de colaboración con Cristo.

- Misericordia es el amor del miserable. Hay un amor que estima lo que tiene valor y de este amor no somos
acreedores. Pero hay un amor que ama lo que no vale y hasta el que no tiene sino el valor negativo de su
miseria, y este amor sólo Dios puede tenerlo. Es amor creador. Se siente inclinado donde hay menos, porque
puede poner más. Por eso busca la miseria y es misericordioso. La Virgen Santísima nos ha enseñado el himno
de la misericordia. Ha llenado de bienes a los hambrientos; ha mirado la humildad de su esclava; ha hecho en
mí cosas grandes el que es poderoso y su misericordia de generación en generación. Por eso ninguno es tan
apto a sentir el amor de Dios como el miserable y por eso Dios se complace en que los miserables canten su
amor.

Potrebbero piacerti anche