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Revista CRÍTICA Mayo 2006 Número 935

Fuentes antiguas para el conocimiento de Jesús

M. Junkal Guevara
Facultad de Teología de Granada

Las fuentes del siglo I

Los testimonios de los que pudieron ser contemporáneos de Jesús los hemos
clasificado tomando una fecha clave para cualquier noticia que tenga que
ver con el mundo judío: el año 70, momento en el que las tropas romanas
procedieron a atacar y destruir el Templo de Jerusalén, icono por excelencia
entonces de la identidad judía.

Los testimonios de la primera generación cristiana

Pertenecen a la primera generación el material paulino genuino, los datos


provenientes de la que se conoce como “fuente Q” y, probablemente, la
primera colección de relatos de pasión.

El material paulino lo constituyen las cartas genuinamente paulinas, es


decir, aquellas que la mayoría de los exegetas están de acuerdo en atribuir
a Pablo (1 y 2 Corintios, 1 y 2 Tesalonicenses, Gálatas, Filipenses, Romanos,
Tito y Timoteo). En estos textos, Pablo presupone un conocimiento inicial de
Jesús así que recurre poco a sus palabras y a los acontecimientos más
sobresalientes de su vida. Puesto que su mensaje teológico se centra en el
valor primordial de la muerte y resurrección de Jesús, los datos que tienen
que ver con la vida de éste se ciñen precisamente a los acontecimientos
que rodearon el momento de la muerte en cruz y así, fundamentalmente
por la primera carta a los Corintios (1Cor 11,23;15,3) sabemos que la
muerte se produjo de noche, como consecuencia de una traición y que
cenando con los suyos dejó un signo con el que interpretó su propia muerte.

Además de las fuentes paulinas, en este tiempo se forja una tradición que
popularmente conocemos como “la fuente Q” o “fuente de los logia”–objeto
en la actualidad de una gran atención–, un documento cuya existencia se ha
inferido a partir del análisis de otros documentos escritos
(fundamentalmente los evangelios canónicos) y que recoge una serie de
dichos de Jesús: sapienciales, proféticos, legales, parábolas… El núcleo del
mensaje de esta colección de “logia” lo constituye la llamada al seguimiento
de Jesús ante la llegada del Reino. Jesús es en los dichos el hijo de Dios,
maestro autorizado de la ley, esperado como juez escatológico.

Hemos incluido entre las fuentes de esta primera generación lo que hemos
llamado “primeras colecciones de la Pasión”. La existencia de estas
colecciones se infiere, como la fuente Q, del análisis de los sinópticos y se
apoya en el carácter sucinto y sobrio de los relatos de la detención, el juicio
y la ejecución de la crucifixión que hacen pensar que fueron estas
tradiciones las primeras que, para evitar que se manipularan o perdieran, se
consignaron por escrito.

Los testimonios de la segunda generación cristiana

A esta generación pertenecen los testimonios de los cuatro evangelios,


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otros textos del Nuevo Testamento (cartas pseudoepigráficamente


atribuidas a Pablo, cartas católicas, obra de Juan etc.), las noticias de los
historiadores, las fuentes judías y la literatura de los llamados “Padres
Apostólicos”.

Fuentes neotestamentarias

Los mismos evangelios (Lc 1,1-3; Jn 20,30-31; 21,24-25) dan testimonio de


que lejos de pretender un relato completo de la vida de Jesús intentan más
bien presentar el fundamento de la fe del cristiano; además, en la misma
composición, unos omiten datos sobre la infancia, todos hablan de su
ministerio público que es breve –no más de tres o cuatro años en el
evangelio de Juan y poco más de un año en los sinópticos– y cada uno ha
organizado los datos de este tiempo público en función de su propia visión
teológica de tal manera que no podemos conocer el orden histórico de
dichos acontecimientos. Los datos en los que existe un cierto acuerdo y que
podríamos tomar como más fiables afirman que Jesús comenzó su ministerio
público después del Bautismo en el Jordán a manos de Juan, que desarrolló
un tiempo de predicación y anuncio de un mensaje nuevo acompañado de
un grupo de discípulos que eligió y que terminó sus días en Jerusalén donde
murió en cruz en los días de la fiesta de Pascua.
En los demás escritos neotestamentarios de la época encontramos algunos
dichos de Jesús bastante reelaborados que remiten siempre a los evangelios
y así, por ejemplo, St 5,12 donde se parafrasea Mt 5, 34-37.

Noticias de los historiadores y hombres de Estado

Encontramos también referencias a Jesús de Nazaret en obras de


historiadores judíos o romanos de la época: Flavio Josefo, historiador judío
del s. I, nos ha dejado dos testimonios en “Antigüedades de los Judíos”. El
primero (18.63) se discute mucho porque parece un texto interpolado por
un autor cristiano posterior; el segundo (20.197) menciona a Jesús a
propósito del encarcelamiento de Santiago a quien llama “hermano de
Jesús, que es llamado Mesías”, Tácito (55-120 d.C.), un clásico de la
reflexión política, refiere en Anales, XV, 44 cómo Nerón consideró culpables
del incendio de Roma “a esos que la gente llamaba cristianos”; Plinio El
Joven (63-113 d.C.), famoso porque sus cartas son un testimonio único de la
administración ordinaria del siglo primero, en una de ellas, dirigida a
Trajano (Carta 10.96) recoge también información a propósito de los
llamados cristianos; por último, Suetonio (69-140 d.C.) que trabajó en la
burocracia imperial romana, en sus “Vidas de los doce Césares”, evoca
como Tácito, que Nerón persiguió a los cristianos, linaje de hombres
entregados a una superstición nueva y maléfica” (Vida de Nerón XVI).

Fuentes judías

El judaísmo en tiempos de Jesús no constituye una entidad clara y


fácilmente definible. Algunos autores, de hecho, prefieren hablar de
“judaísmos”. Además, el impacto de la crisis del año 70 impuso en el
Judaísmo la apertura de un tiempo de reflexión sobre la configuración de
una nueva identidad y cohesión en aras de la supervivencia.

Parece que existe acuerdo entre los especialistas a la hora de afirmar que
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no hay referencias a Jesús de Nazaret en la literatura de Filón de Alejandría


y de los escritos apocalípticos judíos.
No se han encontrado tampoco referencias a Jesús en la obras de la
comunidad Qumram.

Padres apostólicos

Son aquellos autores antiguos cristianos que verdadera y supuestamente


estuvieron en relación con los Apóstoles, bien personalmente, bien a través
de instrucciones de sus discípulos inmediatos. Sus obras no quedaron
integradas en el canon del NT pero tampoco pueden catalogarse como
apócrifos o la primera literatura de lo que se conoce como “Tradición”.

Sabemos por los testimonios de Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea, que


Papías, obispo de Asia Menor a principios del s. II se propuso recoger las
tradiciones orales sobre Jesús interrogando a quienes lo habían conocido y
que presentó sus resultados en una obra llamada “Exposición de las
palabras del Señor” que se ha perdido. Además, las cartas de Clemente de
Alejandría y de Ignacio de Antioquia, que se sitúan junto a los evangelios
sinópticos en el proceso de recopilación y transmisión de la doctrina de
Jesús, recogen tradiciones sobre éste para hacer reflexionar a los miembros
de sus comunidades.

En conjunto notamos cómo el s. I es parco en testimonios que no provengan


de escritos de coloración teológica. La información que recibimos de los
autores no cristianos, además de escasa, se refiere fundamentalmente a los
cristianos y a su manera de vivir, probablemente porque la figura de Jesús
de Nazaret había pasado desapercibida en el conjunto de los
acontecimientos históricos del período.

Las fuentes del S. II

Durante el s. II se producen numerosos testimonios sobre Jesús que


provienen fundamentalmente de la literatura apócrifa (la que al final del s. I
d.C. no había sido ya considerada canónica por las comunidades), los Padres
–autores eclesiásticos que con su trabajo intelectual y pastoral ayudaron a
formular teológicamente los rasgos fundamentales de la persona de Jesús,
de su mensaje y de las consecuencias del compromiso del bautizado-, y, por
último, las fuentes rabínicas.

Literatura apócrifa

Está constituida por documentos cristianos de los primeros tiempos que


recogieron las palabras y hechos de Jesús pero que no fueron admitidos en
el canon. Tienen un valor muy relativo para investigar la historia de Jesús de
Nazaret y se significan, o bien por su coloración gnóstica (Evangelio de
Tomás, y de Felipe), o por su carácter judeo-cristiano (Evangelios de los
nazarenos, hebreos y ebionitas).
Los temas en los que centran su atención estos textos son la concepción y
el alumbramiento de Jesús por María, el bautismo de Jesús por Juan, la
interpretación de la bajada de Cristo a los infiernos y la resurrección
juntamente con la ascensión al cielo.

La literatura rabínica
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Constituye un corpus ciertamente rico y complejo cuyo valor radica en


ofrecer el testimonio del judaísmo antiguo y medieval temprano sobre Jesús
aunque cabe preguntarse si sus referencias a éste constituyen fuentes
independientes de cualquier referencia cristiana o si, por el contrario, no
constituyen sino respuestas polémicas a pretensiones cristianas.

Los testimonios de los primeros padres

Los textos de los autores eclesiásticos del s. II, de fuerte coloración


teológica, destacan por su esfuerzo intelectual para esbozar, de un lado,
una reflexión sobre la persona de Jesús y de otro, una especulación acerca
de la vida íntima de Dios. En lo primero, destacan la presencia de títulos de
origen veterotestamentario aplicados a Jesús, el carácter popular y hasta
vulgar de la imagen que se tiene de Cristo en determinados círculos y, por
último, las primeras elaboraciones doctrinales en cristología que revelan
tensiones latentes y que permiten hablar ya de una cristología de la gran
Iglesia elaborada por los Padres Apologetas (Justino, Taciano y Teófilo de
Antioquía) defensores de la divinidad y de la verdadera humanidad de Cristo
frente al judaísmo. Habrá que esperar al siglo III para que Ireneo de Lyon
sintetice lo mejor de la teología polémica frente al docetismo y la gnosis.

El s. II ofrece gran cantidad de información sobre Jesús de Nazaret pero toda


ella coloreada de pretensión teológica: o bien amplificadora de la sucinta
información de las fuentes del s. I, y así las fuentes apócrifas, o bien
intelectualmente más elaborada en un deseo de precisar con claridad lo
distintivo de la persona y el mensaje de Jesús de Nazaret frente al judaísmo
y las corrientes filosóficas de la época y así toda la literatura de los Padres.

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