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¿ACTUAR COMO UN REBAÑO O COMO SERES PENSANTES?

Nada es lo que es ni como y donde era sino que todo se mueve,


se transforma, deviene y desaparece, decía, en el siglo V antes
de nuestra era, Heráclito de Éfeso. Hoy, a comienzo del siglo XXI,
aún hay gentes para las que el cambio y la evolución les suenan a
un asalto de sus conciencias, olvidan que el cambio y la evolución
es lo único que prevalece con el cambio del tiempo. Estas gentes
se resisten al cambio natural de la vida.

Hace ya varios años asistimos a una profunda crisis de valores


relacionada con nuestra forma de vida, nuestras creencias y
nuestra falta de conciencia sobre los hechos y circunstancias que
nos rodean. Creemos equivocadamente que los acontecimientos
escapan a nuestro control y, más por poltronería que por
cualquier otra cosa, no queremos entender que es nuestra falta
de compromiso con el mundo en que vivimos que nos vemos
arrojados al muladar de los desperdicios invadidos por el miedo,
la incertidumbre y la inseguridad como si estuviera en constante
peligro nuestra supervivencia y primara por encima de cualquier
principio, nuestro instinto animal de conservación. Asistimos sin
estremecernos, sin participar, sin aportar una idea a lo que otros
quieren imponernos o nos imponen sin que por miedo o por
pereza nos atrevamos a levantar la voz.

El compromiso por el contrario nos hace ver las cosas con otra
perspectiva, con criterio critico, dentro de un escenario donde se
fraguan las transformaciones que nos permitan seguir creciendo
individual y colectivamente mirando al futuro con optimismo.
Por ello debemos movernos dentro del espacio en que nos ha
tocado vivir analizando la situación en el entendimiento que,
convivimos con una oportunidad que nos permitirá evolucionar,
individual y colectivamente, atreviéndonos a cambiar las viejas
estructuras que nos atan al pasado y nos impiden vivir en un
mundo donde interactúan todas las ideologías en beneficio de la
colectividad.

Siempre he entendido que un buen maestro es el producto de


discípulos inquietos y aventajados. Es decir que, cuando estamos
bien preparados cultural y socialmente, podemos afrontar los
cambios sin alteraciones del ritmo. Como miembros activos de
una colectividad debemos tomar conciencia de la
insostenibilidad del sistema que nos rige, de la vacuidad de su
filosofía, de sus valores obsoletos basados en el egoísmo, en el
individualismo cerrero, en el trabajo al servicio de unos pocos
que se ufanan y se benefician a expensas del hambre colectiva.
Tenemos la obligación, para con nosotros mismos, para con
nuestros hijos y nietos, de dejar de aferrarnos al pasado y sus
valores mezquinos, para cambiar en el presente que vivimos y
esperar el futuro que viene, pletórico de transformaciones y
cambios irreversibles, con esperanza. El paradigma del mundo de
hoy se está levantando, para bien de todos, en el principio de lo
que somos en contraposición a lo que tenemos. Salto cualitativo
que nos permitirá una profunda transformación social en
relación con lo que hacemos.

Hoy, más que nunca, debemos comprender que las nuevas


generaciones requieren de nuestro esfuerzo sostenido para que
no olviden ni el pasado reciente, ni el pasado remoto, para que
emprendan con seguridad y acierto el camino que tienen que
recorrer sin perder el norte. Los jóvenes creen equivocadamente
que la historia comenzó, simultáneamente, el día de su
nacimiento. Desconocen, por completo, la historia del arte al que
van a dedicar sus días. La lectura les es ajena y nada saben de los
autores clásicos, de la Divina Comedia, del Quijote, del
Ciudadano Kane, de la Ilíada o de la Odisea, ni del arte en
cualquiera de sus manifestaciones. No es ya, tan siquiera, que no
hayan oído hablar de dichos títulos y sus autores sino que, al
parecer, solo se interesan por lo que les afecta la vida mediata, el
hoy, excluyendo el pasado. La verdad es que la orfandad con que
viven los jóvenes se observa en casi todos los órdenes de la vida:
Observan y leen solo lo reciente, lo que les es contemporáneo, y
conocen de la historia solo aquello que coincide con el lapso de
tiempo de sus propias vidas, ignorando el pasado reciente, las
luchas intestinas que han devorado el futuro y la estabilidad
orgánica de las sociedades en que les ha tocado vivir,
desconocen quienes fueron sus gobernantes y a quienes han
llevado al país a su actual estado de cosas. Nadie, ni padres, ni
maestros, les han enseñado que, el ciudadano, para su
formación, puede prescindir de lo último, pero no de aquello
que lo ha precedido, porque si lo desconoce está condenado a
repetir, sin saberlo, hechos que serán semejantes,
convirtiéndose, a la vez, en simples epígonos de la vida.

El ser humano para desarrollarse integralmente está condenado


a recorrer, en su efímera vida, todas las fases que recorrieron
sus antepasados a lo largo de los siglos, en su vital aliento. Los
ciudadanos, para comprender su historia y entender el mundo
que se avecina, tienen que prepararse, aligerando la carga del
presente cultivando el pasado, para no parecer viejo y cansado
cuando comienza a dar los primeros pasos en la vida. Quien no
recurra al conocimiento de la historia estará condenado a
descubrir nuevas Américas, nuevos mundos que fueron hoyados
hace siglos por sus antepasados, su actitud provocara la tristeza
y la apatía en sus mayores que serán más modernos, más
contemporáneos y más revolucionarios solo por el hecho de
haber visitado la prehistoria algún día. Quien pretenda
desconocer estos hechos despertara mañana arrojado en el
muladar de los desperdicios.

Carlos Herrera Rozo

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