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El Aprendiz como Luchador...


A Sócrates de Atenas

“Sean astutos como serpientes


y mansos como palomas”
Mt. 10,16

“Si la única herramienta


que tienes es un martillo
vas a tratar todo como si
fuera un clavo”
Maslow
TÓTEM

entirnos aprendices; vernos y sabernos como discípulos, como


principiantes, es una actitud tan importante como maravillosa. Y, sin
dudas, nuestro camino empieza por aquí, por el reconocimiento de que
somos aprendices. Pero ¿qué significa serlo?…. En un primer sentido es
tomar contacto con el resto del mundo de experiencias que aún no
vivimos; es descubrir las tantas potencialidades dormidas; es percibirnos
como diamantes en bruto, con mucho por pulir. En otro sentido, es estar
dispuesto a apropiarse de algo nuevo, a asimilar, internalizar y a ir
reacomodando, a la par, nuestro mundo interior, en una dinámica de
interacción entre lo nuevo y lo viejo, en una constante revisión o
recapitulación.

Si nos ubicamos en la línea de tiempo de nuestra vida, el


principiante está bien activo en los comienzos pero, en un sentido muy
estricto, no muere nunca; o mejor dicho, entendido como una etapa, se
debería terminar y debemos aceptarlo así, pero queda como una actitud
subyacente ante la vida, como una apertura a lo nuevo, como un motor que
nos mueve permanentemente hacia la búsqueda de formas superadoras de
plenitud.

No estamos llamados a ser eternos aprendices, si es que por esto


entendemos la falta de asunción en la propia autoría y la consecuente
responsabilidad frente a lo ya sabido o conocido. Sí, estamos llamados a
no dejar morir, mientras vivamos, esa llama interior que nos conecta con
lo desconocido, que nos hace seguir creciendo y mejorándonos….

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Gustavo H. Vega

Sócrates afirmaba: “sólo sé que no se nada”1 como desafiando a


nuestra soberbia actitud de “ya sé”. Y el sentido más hondo de esta idea,
es magnifico para todo aprendiz. La pitonisa le había dicho a su amigo
Querefonte: “que no había hombre más sabio que Sócrates en toda
Grecia”. Pero, ¿dónde radicaba esa sabiduría en un hombre que decía y
creía no saber nada?. Precisamente en eso mismo, ya que otros, la mayoría
de los hombres cultos, creían saber y en realidad no sabían, su
conocimiento era aparente y aunque ellos lo sintieran como legítimo; en
cambio, Sócrates era consciente de su ignorancia; no sabía y tampoco
creía saber.

Esta es, fue y quizás será, nuestra lucha como principiantes, por un
lado la sed de lo nuevo que nos hace buscar la verdad y querer
apropiarnos de todo cuanto podamos, y por otro, la facilidad con la que
caemos en la vanidad del aprendiz. Lamentablemente, sentimos demasiado
precipitadamente el poder del conocimiento y la tramposa sensación de
haber entendido todo y en general, tarde o temprano, terminamos
abusando de esto mismo cayendo en las conocidas formas de arrogancia y
autosuficiencia.

Veamos, antes que nada, la “constelación”2 de virtudes y de


defectos posibles en nuestra actitud de aprendices. Las principales
virtudes de un buen aprendiz podrían ser: curiosidad, asombro,
voluntad, plasticidad, capacidad de asombro, sencillez, inquietud,
capacidad de buscar y preguntar, capacidad de escuchar y esperar,
disciplina, obediencia, respeto, observación, gratitud.

1
Dicho, demostrado y aclarado en el diálogo conocido como la “Apología” y cuyo autor es
Platón. En esta obra, Sócrates se autodefiende frente al tribunal que lo terminará condenando a
muerte. Recomiendo leer el texto completo para completar mejor el sentido que tiene la
sentencia y el contexto en el que la misma fue explicitada.
2
Las virtudes y los defectos se relacionan entre sí de forma tal que plasman constelaciones con
bordes bien distinguibles, y tal como los antiguos pudieron observar en los cielos, de forma
análoga nosotros podremos hacer lo propio en los cielos axiológicos…, el reino de los valores.
53
TÓTEM

Y los principales defectos de un buen aprendiz, ya que, si es bueno,


precisamente lo es porque tiene grandes defectos, podrían ser: ansiedad,
atropellamiento, ingenuidad, arrogancia, vanidad, falta de voluntad,
indisciplina, capricho, rebeldía, inconstancia, voracidad, soberbia,
necesidad de vanagloria. Somos principiantes con ésta luz de virtudes y
ésta sombra de defectos y muchos otros más.

Aprendamos o no aprendamos, es inevitable que lo hagamos con


esta mochila de aspectos en nuestra espalda; muchos de ellos nos
ayudarán a crecer, muchos nos obstaculizarán la marcha. Más no hay, y no
puede haber, aprendices perfectos, es una especie de contradicción el
mismo hecho de suponerlo, ya que todos peregrinamos hacia una mayor
perfectibilidad y el mejor reconocimiento de nuestras debilidades y
zonas oscuras.

Lo sepamos o no, todos nosotros tenemos, entre las tantas


virtudes, un don3; entre todas las capacidades o talentos hay una de ellas
que tiene un brillo especial y que es, entre las otras, aquello que vamos a
hacer casi sin esfuerzo, diríamos espontáneamente, como si en eso
fuésemos sabios por naturaleza, como si se tratara de algo ya
conquistado que traemos a esta vida.

Y como principiantes, rara vez nos damos cuenta de cual es nuestro


don; ya que estamos tan habituados a él que no nos parece especial, lo
tenemos tan cerca de la nariz que nuestros ojos no lo pueden enfocarlo ni
distinguirlo. Por lo tanto, tenemos una fuerte tendencia a abusar de él, a
no dejar de utilizarlo y a ponernos vanidosos porque lo utilizamos bien y
porque no nos cuesta hacerlo, incluso a sentirnos orgullosos de nosotros
mismos y dignos del reconocimiento de los demás.

Fisher convierte esta idea en una simple parábola en su libro “El


caballero de la armadura oxidada”. Es la historia de un caballero, que,

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Gustavo H. Vega

como tal, tiene la tarea de matar dragones y rescatar doncellas. Tiene


tanto trabajo y tan bien lo hace que ya no tiene tiempo ni para quitarse la
armadura con la que pelea. Obviamente esto le trae algunos ligeros
percances al punto de írsele oxidando hasta que ya no puede sacársela
más; y el pobre caballero (aprendiz) se verá, entonces, obligado a
emprender el duro camino de quitársela para volver a verse tal como es,
sin máscaras…. Es el riesgo de no ver la diferencia que hay entre ser un
buen caballero y “no dejar de ser” un buen caballero. Lo que nos llevará a
terminar convirtiéndonos (identificándonos) en el don que tenemos,
cayendo de esta forma en la más peligrosa y común de las trampas…, el
quedar atrapados en un rol, víctimas de una etiqueta (autoimpuesta o
puesta por los demás) de la que no podemos escapar con facilidad.

Este es el precio que debemos pagar por no ser, a tiempo,


totalmente conscientes de algo que debemos desarrollar cuidadosamente,
pero nunca al punto de exacerbar hasta convertirlo en un defecto por
exceso. Porque toda virtud que se exagera se convierte inevitablemente
en un defecto. En este sentido y antes de explicitar mejor esta idea
queremos dejar bien claro la principal tentación con la que se enfrenta
todo aprendiz: el quedarse instalado en sus puntos fuertes, en sus
fortalezas y no querer tomar contacto con sus propias debilidades,
dándole la espalda a las mismas.

- DON - Defecto “por exceso”…


(Virtud Superior)

3
Podríamos decir que el “Don”, es de entre todo el universo de virtudes, la “Virtud Superior”,
aquella que se encuentra en la cúspide de la pirámide.
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TÓTEM

Una paradoja del aprendiz es que por un lado desconoce su don y


por otro, tiende, a la vez, a vanagloriarse con él, aún sin darse cuenta.
Muchas veces cuesta ver nuestras virtudes, pero sin embargo parece ser
más fácil renegar de los defectos. Tenemos culturalmente4 más
condicionada la mirada para ver la carencia, aquello que “no es”, o lo que
debería ser de otra forma. Vemos el “vaso medio vacío” en vez de verlo
“medio lleno”. Y es lógico que así sea, puesto que la sensibilidad del
principiante es enorme y la tiene puesta al servicio de la búsqueda de su
completud. Pero es difícil aceptar lo que no tenemos y tomar esto como
una motivación para encontrarlo y desarrollarlo. Muchas veces, el ver
demasiado las carencias nos empasta en la baja autoestima, y otras, como
mecanismo de defensa, en la negación y/o el afianzamiento rígido en
aquello que sabemos hacer bien.

En algunos casos tenemos aprendices blandos, débiles, que sienten


que nunca van a lograr vencer, que piensan que lo bueno de la vida es para
otros y no para ellos mismos. Y, en otros tenemos aprendices rígidos y
arrogantes, que piensan que pueden llevarse el mundo por delante, que no
hay desafío que vaya a vencerlos, ni miedo que vaya a asustarlos, y menos
aún, a detenerlos. Los primeros prudentes, pero a la vez cobardes, los
segundos valientes, pero a la vez temerarios5. Blandura y rigidez,
cobardía y temeridad son extremos que se tocan y sirven para
plantearnos honestamente el problema del “punto medio” en nuestra
actitud de aprendices. Sin duda que no somos uno u otro sino ambos a la
vez aunque con una tendencia a un polo más definida que la otra.
Atravesamos momentos y situaciones con una actitud y muchas otras
veces con la contraria. Nos movemos como el péndulo, de una punta a la

4
Al menos así lo es en el contexto del alma del pueblo latinoamericano y particularmente fuerte
en la idiosincrasia del argentino.
5
El temerario es aquel que no toma contacto con sus miedos y se pone en acción sin la debida
consciencia y prudencia propia de los que deciden arriesgar viendo el posible peligro.
56
Gustavo H. Vega

otra, sin saber demasiado cómo detenernos en ese “justo medio” tan
difícil de conseguir.

Es interesante observar lo que sucede con las virtudes y los


defectos en sentido general. El camino de la virtud, es un medio entre
defectos extremos6. Toda virtud pude convertirse en un defecto “por
exceso” o en otro “por carencia”. Por ejemplo, la fortaleza (virtud) que se
exagera, nos lleva a la rigidez y la temeridad (defectos por exceso); en
cambio, la fortaleza que no se experimenta nos lleva a la debilidad y la
cobardía (defectos por carencia). Podemos, entonces, completar el
esquema anterior con un tercer elemento que seguiremos desarrollando
posteriormente:

Defecto
VIRTUD Defecto
“por carencia”…
“por exceso”…

Como principiantes, seguramente encontremos un cierto equilibrio


en la saludable actitud del luchador: firmeza y flexibilidad. También
podríamos ver a la firmeza como el punto equidistante entre el vigor y la
ternura. Esta armonía está asociada simbólicamente, por lo menos para la
filosofía taoísta, a la imagen de la caña del bambú. El bambú combina
dureza y blandura en la consecuente flexibilidad. Se dobla pero no se
parte, es flexible pero no tan maleable como para perder su propia
consistencia e identidad. Se deja llevar sin quebrarse y sin perderse a sí
mismo.

57
TÓTEM

En este sentido, ser luchador es: ejercitar la firmeza sin


exacerbar la ternura hasta el punto de eclipsar (tapar, sobreponer) el
vigor haciéndonos caer en la debilidad, ni tampoco, exacerbar el vigor
hasta el punto de eclipsar a la ternura llevándonos a caer en la rigidez o
en la terquedad. Si somos firmes y además flexibles, estamos
conectados, por un lado, con la capacidad de poner límites y de luchar, y
por el otro, con la capacidad de adaptarnos a las circunstancias y de
ceder. Las dos capacidades juntas son necesarias en la primera parte del
camino para forjar nuestros hábitos y nuestra disciplina como forma de
ejercitar la persistencia, sin caer en la exageración de la forma y el
olvido del fondo esencial: estar dispuestos a aceptarnos tal como somos,
con lo que tenemos de grandes y de miserables, aprender a amarnos con
todo lo que tenemos.

El guerrero o luchador7 debería saber que es imprescindible e


inevitable el conflicto y que el lenguaje de los primeros pasos es muy
ambiguo, con señales confusas y sentidos, a veces, contradictorios. El
principiante se ve envuelto en un mundo circundante y sin muchos
elementos para discernir con facilidad qué es qué. Por eso es complejo
saber cuáles son las opciones de vida que nos hacen más íntegros y cuáles
las que nos desintegran, como así también el por qué tantas veces la
unidad viene de la mano de los desafíos y la división de la mano de lo que
podemos tener “sin realizar esfuerzo alguno”, de lo que se da evitando
nuestro trabajo personal. Pensamos que lo difícil para todo “guerrero
aprendiz” es poder aprender a separar, distinguir, develar, reconocerse
en una trampa, así como poder sentir los primeros desafíos como posibles
tentaciones. No debería haber lecturas precipitadas ni fanáticas, sino una
cierta perspectiva que permita la observación de los contrastes, con
realismo y capacidad de autocrítica.

6
Como con gran simpleza lo afirmó Aristóteles.
7
Estas expresiones no son exactamente sinónimas, pero por ahora las utilizaré indistintamente
hasta que haga la debida aclaración del sentido que quiero darle a cada una.
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Gustavo H. Vega

Paulo Coelho nos dice que todo aquel que está dispuesto a vivir su
historia personal cuenta, en los primeros pasos, con la suerte del
principiante8, que el universo conspira a favor (aunque esto signifique,
algunas veces, una ayuda que facilita y, otras, una tormenta que despierta
y sobresalta) de quienes están en el buen combate de la vida. Pero
seguido a estos primeros certeros pasos, viene el “desierto” con los
primeros espejismos, el “bosque” que nos planteará los primeros enigmas,
las “paradojas” que no tendrán salida aparente, los “acertijos” que nos
distraerán y nos intentarán engañar. Por eso, ser guerrero implica, saber
que tanto en el “desierto” como en el misterioso “bosque”, las cosas no
siempre son claras, y es allí donde demonios, gnomos y duendes
(personajes muchas veces asociados a las tentaciones9, las sátiras, las
burlas, las trampas y los desafíos) nos confunden, desorientan, asustan,
intentando hacernos desistir o descansar más de lo necesario, o
llevándonos a la inercia del sueño o al riesgoso mundo de la fantasía y el
autoengaño.

Aceptar el desafío de estar en la senda de nuestra


10
“individuación” , caminar para construir nuestra propia identidad, buscar
con sostenido esfuerzo el sentido de nuestra vida, mueve no sólo las
aspiraciones más genuinas de todo hombre, sino también los obstáculos
más desafiantes y los miedos más arcaicos. La firme decisión de hacer lo
que sea necesario para plasmar y develar nuestro ser, nos conectará con

8
Así lo muestra en su libro “El Alquimista”, novela y metáfora acerca de la condición humana
y la búsqueda de un sueño personal, quizás otra manera de hablar de la búsqueda de la propia
identidad y de la realización.
9
Quiero aclarar que en los cuentos estos seres elementales juegan roles ambiguos. Para nada se
los puede asociar al “mal”, sin embargo tienen como tarea la de desafiar y provocar al hombre
arrogante y sabelotodo. Suelen ensañarse con las actitudes “adultas” y saben ser maravillosos
interlocutores de los niños y de quienes tienen la inocencia y la capacidad de asombro tan
propia de la infancia. No es mi propósito detallar ni el sentido ni el complejo universo de tales
seres, sólo quiero traer a colación su imagen por sentirla como representativa de diversos
momentos donde reina la confusión.
10
“Individuación” es simplemente una forma de hablar del proceso a través del cuál nos vamos
haciendo individuos (únicos y diferentes del resto), nos vamos desarrollando y afirmando en
nuestro Yo, en la propia identidad.
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TÓTEM

desafíos insospechados, con una fuerza interior que de diversas maneras


nos intentará persuadir de tal anhelo con la misma intensidad. La ley de
polaridad así lo establece: si una intención nos lleva a crear, un
obstáculo se nos interpondrá para hacernos desistir en sentido
destructivo.

Como guerreros no deberíamos ser demasiado ingenuos,


deberíamos saber que los espejismos y las trampas, son necesarias e
inevitables como oportunidades de crecimiento; deberíamos ser
conscientes de que si queremos transitar hacia la luminosidad de la
unidad, deberemos aceptar descubrir las asechanzas de la oscuridad de
la división; así son las reglas del juego: cosmos - caos, unidad - división,
amor - miedo, cielo - infierno, integración - desintegración. Y jugar, no
sólo es, como ya dijimos, un problema de decisiones morales, de buscar
hacer lo que está bien y no hacer lo que está mal, de escapar del
“tentador”. Jugar es mucho más que eso… En las bellas y correctas
palabras de Friedrich Benesch:

“La auténtica verdad no es la verdad,


sino el error trascendido.
Y la verdadera realidad no es la realidad,
sino la ilusión despejada.
Y la auténtica pureza no es la pureza primigenia,
sino la impureza depurada.
Y lo verdaderamente bueno no es el bien original,
sino el mal superado.
Esto vale para todo el universo, aun para los dioses.
Pues en el camino de transformación del mal
puede generarse algo
que no se hallaba originalmente en el bien.
Habiéndose creado Dios los adversarios,
Él se ha obligado a sí mismo
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Gustavo H. Vega

a revelar siempre de nuevo


su más profunda esencia”

Cada vez que nos proponemos hacernos responsables de nuestro


crecimiento y tomamos las consecuentes decisiones, aparecen las
resistencias, a veces como sugestivas coincidencias significativas11. De
cualquier manera, están allí para desafiar a nuestra capacidad de lucha,
para proponernos hacernos mejores guerreros y poder así, el día que sea
necesario, superar la “prueba del conquistador”. Porque es cierto que el
camino comienza con la “suerte del principiante”, pero también es cierto
que finaliza con la “prueba del conquistador”, prueba que nos exigirá de
toda nuestra fortaleza espiritual para poder ser superada. Ya seré más
explícito acerca de esto en el capítulo sobre las crisis.

La fuerza interna de resistencia tiene una enorme capacidad de


seducción, de ahí la asociación a la astucia de la serpiente. Los impulsos
más profundos de cada uno, los instintos y las pasiones que parecen
ingobernables, son energías que nos resultarán difíciles de aprender a
manejar. Es bastante fácil que nuestro ego se rinda a los pies de aquello
que es más placentero y concreto, que tiene la fuerza del inmediatismo de
lo pulsional o pasional, incluso de lo emocional. Y tanta energía, muchas
veces eclipsa las aspiraciones genuinas que tenían como objetivo un gozo
sutil, menos intenso, pero más duradero y difícil de conquistar. Todos
queremos lo cualitativamente superior, lo mejor para nosotros, pero
tropezamos y caemos, aún sin darnos cuenta, en el mundo de lo
cuantitativo, en el más o el mayor placer. Y muchas veces confundimos lo
uno con lo otro, terminando en una especie de culto al placer o hedonismo.
El auge del materialismo no hace más que mostrarnos hasta dónde esto ha

11
En la cosmovisión aborigen mapuche, por mencionar un ejemplo, cada vez que un hombre
está intentando ser curado de cierta enfermedad, el curador sabe y supone la intención de otro
hombre que quiere que no se cure, incluso que muera. Así se expresa el equilibrio entre vida y
muerte, entre ser y no – ser.
61
TÓTEM

llegado a instalarse en el mundo de hoy, en la consciencia del hombre


actual.

Jesús les recomienda a sus discípulos una estrategia de lucha que


podemos recoger en el evangelio de San Mateo (Mt. 10,20): “He aquí, yo
os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como
serpientes y sencillos como palomas”12. El lobo es enemigo natural de la
oveja, a pesar de lo cuál, al final de los días (como nos cuenta el libro de
Isaías), podrán convivir en armonía y cuidados solamente por un niño
pequeño. Es bien real e innegable el aspecto interior de lobo de cada
hombre; incluso podemos verlo bajo el aspecto de un temible dragón,
como toda la mística medieval, los cuentos de hadas y la mitología de
muchos pueblos, nos lo muestran. Pero también es innegable que la
humanidad conoció a un San Francisco de Asís que supo domesticar al lobo
feroz de Gubbio y también a un San Jorge, caballero que derrotó y
gobernó (no mató) al dragón con la lanza del amor (como claramente lo
muestra el ícono, que tanto se difunde). No es una tarea imposible, pero
requiere de nuestra actitud de guerreros el hecho de que sea factible o
no para nosotros.

Nos llevará muchos años pelear contra ese enemigo interior,


adversario oscuro con el que tenemos que encontrarnos cara a cara;
bestia a la que, por difícil que parezca, le tendremos que dar un beso (tal
como lo hace la bella del cuento de hadas) para que se transforme luego
en un príncipe a quien poder amar. Jung llamó “sombra” a todos estos
aspectos negados y reprimidos de nosotros que se vuelven peligrosos
cuando no les prestamos la suficiente atención. Volveré en capítulos
siguientes a este punto para seguirlo desmadejando e intentando
entenderlo.

12
En otras versiones, se utilizan otras expresiones; “astutos” es vez de “prudentes” y “mansos”
en vez de “sencillos”, los tomaremos como sinónimos en este caso.
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Gustavo H. Vega

Por esto, astucia y prudencia son dos virtudes esenciales en todo


aprendiz, para no caer fácilmente en la ingenuidad que nos distraiga del
verdadero camino de la evolución. La atención, el estado de vigilia, el
estado de alerta, también son buenos complementos en todo principiante,
sin confundirlos con un estado de alarma. El que está atento, espera
sereno que algo pueda o no suceder y no se instala en un miedo
permanente como el que se siente durante el estado de alarma. Estar
alarmado es equivalente a tener continuamente la sensación que hay un
enemigo inminente con el que vamos a tener que combatir. La atención
constante es sabia observación y posibilidad de movimiento en la
dirección correcta, en cambio, la alarma permanente es parálisis y
percepción confusa que puede llenar de fantasmas amenazantes nuestro
entorno. La primera nos conduce a la posibilidad de la paz, la segunda a la
inquietud y a la constante perturbación.

Para avanzar debemos aprender a luchar y tenemos que asumir


este compromiso sabiendo que no siempre hay atajos, que ni Dios ni la
vida tienen preferidos, elegidos o privilegiados. No somos o estamos, ni
salvados, ni condenados a priori13. Quizás sí, estemos cuidados, incluso,
protegidos; pero de ninguna manera para evitarnos hacer lo que tenemos
que hacer o enfrentar lo que tenemos que enfrentar. Los nativos de
América del norte piensan que todos somos llamados, que todos somos
elegidos (no unos pocos) y que sólo algunos son los que encuentran la
fuerza suficiente como para asumir la responsabilidad de esa elección:
éstos son los guerreros de la luz o del arco iris, los que se dan cuenta que
tienen que dar los pasos por sí mismos, con el Gran Misterio como aliado

13
Esta idea apunta a realzar la capacidad de “libre albedrío” de todo hombre, en contraste con
ciertos determinismos y fatalismos que terminan anulando la posibilidad de “Ser” de la que cada
uno dispone. Soy consciente, de todas maneras, que en la vida subyacen fuerzas que
condicionan la libertad, a veces con suficiente intensidad como para anularla, pero pienso que
una honesta apertura a lo Superior es suficiente como para enfrentarse a ellas, no desde la mera
voluntad humana, sino con la fortaleza que es consecuencia de la presencia de la Voluntad
Divina.
63
TÓTEM

permanente en el camino hacia la propia estrella, morada eterna y


verdadera de cada ser.

Aprender a luchar parece, en principio, sólo cuestión de fuerza y


estrategia. Pero la lucha no sólo es mera valentía y coraje. También es
importante el “para qué” de un enfrentamiento, el propósito de una pelea,
el sentido de la lucha define el espíritu de la misma. Hay peleas que
apuntan a construir, a hacernos mejores y más unidos, a aprender y
crecer incluso junto con el adversario: a estas únicamente vamos a
llamarlas “luchas”. Ellas nos conectan con el aspecto positivo de la
agresividad14 como fuerza que nos lleva a ser mejores, competir y crecer
en el amor.

Otras peleas tienen como objeto destruir, buscan ganadores y


perdedores, demoler al otro para sentirnos superiores sintiéndolo como
enemigo que intenta hacer lo mismo con nosotros: a estas vamos a
llamarlas “guerras”. La guerra no es el lugar de los caballeros y de los
nobles guerreros, es un espacio de odio donde nadie gana y todos pierden,
incluso sin darse cuenta de ello. Además suelen ser generadoras de
rencor, resentimiento, caos, división y estancamiento, cuando no de
involución15.

Las principales virtudes de un guerrero (aunque una vez hecha la


diferencia lo correcto sería seguir hablando de “luchador”) podrían ser
nobleza, astucia, valentía, coraje, osadía, fortaleza, serenidad, prudencia,
firmeza, flexibilidad, atención, perseverancia, decisión, discernimiento….
Y los principales defectos, quizás podrían ser, cobardía o temeridad,
rigidez, subestimación o sobreestimación, debilidad, inconstancia, estado

14
El sentido etimológico de la palabra “agresividad” nos remite a la fuerza necesaria para “subir
gradas”, para ascender y buscar escalones superiores cada vez. No es sinónimo de violencia, por
mucho que pueda confundirse un término con el otro.
15
Debo esta genial distinción entre “lucha” y “guerra” a lo aprendido en experiencias grupales y
psicodramáticas con el Dr. Carlos Menegazzo.
64
Gustavo H. Vega

de alarma, distracción, impaciencia, confusión y estado de vacilación


constante….

Como luchadores todos tenemos defectos y como aprendices


también. Y justamente eso es lo importante: saber que no somos
invulnerables, que por más armaduras o máscaras que nos pongamos para
cuidarnos, siempre hay un lugar que exponemos, aún sin saberlo, para
poder ser derrotados. Me gusta la imagen de un hombre con cien puntos
débiles y noventa y nueve escudos para protegerlos. Siempre puede
cambiar de lugar un escudo e intentar tapar lo que descubre
desprotegido, pero sin darse cuenta, destapa otro lugar y se sigue
exponiendo, por más invencible que se sienta.

La historia de Aquiles, el corredor más rápido de Grecia, nos


cuenta míticamente lo lejos que puede llevarnos la sensación de
invulnerabilidad. Nadie había podido derrotar al veloz Aquiles16, ningún
ejército le había podido dar muerte. Hasta que un anciano, muy perspicaz,
le indicó a un arquero que le tirara una flecha al talón, porque si allí le
pegaba, el invencible Aquiles moriría. Y así fue, un solo hombre hizo lo que
muchos ejércitos no pudieron. Algo así como lo sucedido en la historia de
David y Goliat, con la piedra pequeña que derriba al gigante que parecía
inderribable. Todos nosotros tenemos un talón de Aquiles y
probablemente el mito de Aquiles hasta nos dé una clave para
encontrarlo. El corredor más rápido tenía su punto más débil en su talón.
¿Será el don del que hablamos el que nos ayude a encontrar nuestro
punto vulnerable? Es muy probable que nuestro punto más fuerte nos
esconda el más débil y que dilucidar esta paradoja sea sustancial para
todos.

16
La madre de Aquiles lo había “bañado” en el fuego sagrado de los dioses y eso lo hacía
realmente invulnerable. Pero al ser sumergido en las llamas uno de sus talones no fue tocado
por ellas ya que de ahí era sostenido por su madre… Nadie es totalmente invencible.
65
TÓTEM

Defecto
principal en
- Don - el que se cae
TALÓN DE Virtud por inexperiencia
AQUILES Superior
Punto de máxima
vulnerabilidad

Para ejemplificar lo mostrado en el esquema precedente, podría


colocar en el centro, como virtud superior o don, la capacidad de ver;
así, el defecto principal de este luchador sería, el detallismo y su “talón
de Aquiles”, la estrechez de miras o ceguera. Es muy probable que quien
tenga por don el “ver”, caiga irremediablemente en trampas, víctima de su
mayor vulnerabilidad, la ceguera. Aristófanes muestra muy bien esto en
su comedia “Las nubes”, cuando un personaje llamado Sócrates camina
filosofando y mirando absorto la cúpula de estrellas y tropieza y cae por
no ver los pozos…. Sucede igual con todos los dones y los respectivos
puntos débiles que lamentablemente no solemos tener en cuenta. Volveré
a este punto en los capítulos cinco y ocho.

Finalmente trataré de desentrañar un enigma más y que tiene que


ver con la pregunta: ¿Qué debo hacer?. Es propio del aprendiz el
sentirse llamado a la acción aún sin saber cuál o qué tipo de acción.
Queremos crecer “haciendo”, cometiendo nuestros propios errores, a
través de nuestras experiencias, tratando de apoyarnos en algo o en
alguien, pero a la vez desconfiando. Pedimos consejos pero, en el fondo,
no queremos oír cualquier respuesta. Muchas veces queremos que el otro
nos confirme algo que ya sabemos, para evitarnos, de esta forma, la

66
Gustavo H. Vega

sensación de riesgo y de soledad tan propia de muchas decisiones. Otras


veces, queremos que nos digan qué hacer para que el peso de la
responsabilidad no caiga sólo sobre nuestras espaldas (tenemos así
incluso la posibilidad de culpar a alguien en caso de que algo salga mal).
Pero muchas veces estamos realmente abiertos a una cualquier sugerencia
nos guste o no y sea o no lo que esperábamos de antemano.

Vuelvo a la duda de qué hacer, o de cuál es la acción correcta.


Pienso que en este punto es cuando, como aprendices, comenzamos a
pelear con nuestro “juez interior”17. Esa voz que se encarga de realizar
siempre un dictamen moral sobre nuestros actos y los de los demás: “esto
no está bien”, “aquello está mal”. Incluso, este parloteo puede, para
muchos de nosotros, resultar insoportable. Y no dejar de oírla es caer
inevitablemente en el juzgamiento continuo. Así como no oírla jamás
puede ser un indicador de pérdida de la consciencia moral tan necesaria
para la vida social. En la hipercrítica hay tantos inconvenientes como en la
fácil autoindulgencia.

El juez que llevamos dentro y que ejerce su subjetiva y parcial


justicia, lo hace desde creencias, mandatos, prejuicios y desde nuestro
“deber ser”; en general busca culpables e inocentes y no mira a la
realidad más que desde esas polares categorías. Si nos encuentra a
nosotros mismos culpables nos hace sentir merecedores de algún castigo
y hasta nos dispone interiormente a esperarlo como condena (algo así
como el precio que debemos pagar por lo hecho); si, en cambio, nos
encuentra a nosotros mismos inocentes, a veces como justificación,
entonces alguien o algo tiene que ser el culpable. Nos hace poner en el rol

17
Lo que llamo aquí “Juez Interior”, refiriéndome más bien a un “arquetipo”, está relacionado
con el “Super Yo” del psicoanálisis (aunque no estrictamente) y con lo que en la opinión de la
gente se llama “voz de la consciencia”. Por supuesto esta segunda expresión es muy vaga y
designa demasiadas realidades del mundo interior como para poder establecer una comparación
apropiada. El concepto de “Super Yo”, en cambio, nos parece bastante exacto a la hora de
relacionarlo con este “personaje” que juzga continuamente nuestras acciones.
67
TÓTEM

de “mártires” o “víctimas” y por lo tanto alguien deberá ocupar el lugar


vacante del “verdugo cruel”.

Este esquema de autojuzgamiento en general lo repetimos con los


otros con idénticos nefastos resultados. No es fácil manejar la perpetua
pregunta interior de qué está bien y qué está mal. Y la misma tiñe toda
nuestra vida de un tinte moral bastante delicado, que también
proyectamos en los demás tanto como lo hacemos con nosotros mismos. Es
posible, sin duda, flexibilizar los juicios en general categóricos de este
personaje interior, más es mucho pedir para un aprendiz, que tome por el
camino de la comprensión y el perdón. Dejo este asunto para luchadores
mas experimentados y lo retomaré más adelante. De todas maneras me
parece muy importante no dejar de tener en cuenta la fuerza que puede
tener para nuestras conductas el veredicto de nuestro juez y el de los
demás. Ya que, para muchas personas, el “¿qué dirán?” (una forma de
estar pendiente del juez de los demás) es una razón de demasiado peso a
la hora de tomar decisiones o de emprender la acción.

Otra tensión que se genera en la búsqueda de la acción correcta es


la del material que aporta “nuestra cabeza” y el material que aporta
“nuestro corazón”. Por lo general como bien lo decían Pascal y San
Agustín, el lenguaje y las razones del corazón son muy diferentes a los de
la razón. El diálogo entre uno y otro no es un aprendizaje pasajero y
efímero. La “razón”, regida por las formas de razonamiento y los códigos
del lenguaje, está muy acostumbrada a analizar, categorizar, separar,
conceptualizar, relacionar, fundamentar, deducir, expresar verbalmente,
ordenar, esquematizar, abstraer, objetivar, universalizar, en síntesis, a
ver el mundo como un problema lógico - matemático que puede ser
susceptible de ser resuelto. Para nuestra cabeza de aprendices, cada
cuestión será un problema que se debe intentar resolver. Lo llevaremos
entonces al laboratorio cerebral y allí lo mediremos, lo pesaremos,
observaremos como se comporta, anotaremos en tablas los resultados,

68
Gustavo H. Vega

haremos cálculos de probabilidad y estadística en relación con el pasado y


en prospectiva al futuro y si podemos lo convertiremos en una ley de vida,
pero sólo después del suficiente tiempo de pruebas y experimentación.

En cambio, nuestro corazón de aprendices no está regido por los


mismos mecanismos; él siente, intuye, gusta o disgusta, nos conecta
simpática o antipáticamente18 con las cosas; no siempre se lleva bien con
un código convencional como vehículo de expresión, es subjetivo, imprime
carga pasional, emocional o sentimental a las vivencias y, sobre todo, nos
pone frente al mundo como si este fuera un misterio a descubrir. Y
nuestro corazón sabe que los misterios no se resuelven, se develan y
descubren. En todo misterio hay cosas que se nos muestran sólo cuando
se cae algún velo y muchas otras que se nos ocultan tras otros nuevos
velos. Es un camino fascinante que siempre tiene velos para continuar
quitando. No hay cabeza y racionalidad alguna capaz de desentrañar la
profundidad de un misterio; intentar meterse en él, sin respetar sus
reglas de juego, es no ir demasiado lejos, ni avanzar demasiado….

En fin, no es sencillo resolver la paradoja de que “el corazón tiene


razones que ninguna razón entiende” o, para nuestra razón, el hecho de
“aceptar que el último paso que puede dar es reconocer que hay una
infinidad de cosas que la superan”, tal como afirma Pascal en sus
“Pensamientos”. Los nativos del norte de América dicen que el camino más
largo que jamás recorrerá hombre alguno es el que separa a la cabeza del
corazón. Y el padre Mamerto Menapace sostiene, en la misma línea, que a
pesar de que a ambos, cabeza y corazón, los separan tan sólo cuarenta
centímetros, hay veces en que la distancia entre ambos parece ser un
abismo.

18
Así como la “razón” está inmersa en las categorías de verdadero y falso, nuestro “corazón”
está fuertemente condicionado por la simpatía y la antipatía. Pienso que estas relaciones pueden
ser superadas en un tercer elemento, que es posible ir más allá de los valores de verdad tal
como la lógica los dispone y de los vínculos de afectividad superficial (de mero contacto), como
es el caso de la atracción y el rechazo que generan la simpatía y la antipatía. Estoy condicionado
por estas fuerzas, pero siempre es factible la liberación y el paso a un orden espiritual superior.
69
TÓTEM

Diría que estos dos aspectos nos acercan a dos diferentes niveles
de verdad. La verdad “a posteriori”, es aquella que se conquista después
de un largo camino de pensamiento y reflexión. Es un punto al que se llega,
con método y disciplina. Y la principal herramienta que tiene el hombre es
la intelectualidad. Con ella se accede a este tipo de verdades. Por otro
lado, está la verdad “a priori”; que es aquella que se tiene antes que todo
otro conocimiento y por los misteriosos caminos que sólo ella propone. Es
un punto de partida y se parte de él desde la inspiración y la intuición. Es
una capacidad más “femenina”. Y es más “masculina” la nombrada en
primer lugar. Más allá de sexismos, varones y mujeres pueden dar cuenta
de esto como experiencia de todos los días, pero ambos sexos tienen la
posibilidad de desarrollar su fuerza opuesta-complementaria. Seguiré con
esto en otras partes del libro.

He aquí lo que pienso que es la lucha de todo principiante: la lucha


con el juez (el propio y el de los demás) y la tensión generada entre
nuestro pensar y nuestro sentir. Más si queremos avanzar en el camino
hacia nuestra identidad, hacia el encuentro del “quién soy” y no solamente
del “qué hacer”, entonces sería útil considerar tres actitudes que para las
cosmovisiones nativas americanas suelen ser la llave de la puerta de la
sabiduría: la observación, el respeto y la gratitud19. Si poco a poco nos
fuésemos apropiando de ellas, surgiría en nosotros una suave luz que
comenzaría a iluminar el misterioso camino hacia el “yo soy”….

“Saber observar” es un arte difícil pero de un valor incalculable.


Somos buenos observadores cuando podemos hacerlo desde la quietud,
casi como si fuésemos piedras. El movimiento sólo nos conecta con lo
dinámico de la realidad, con el mundo fenoménico20 cambiante, con la

19
Debo esta idea a los trabajos realizados con el Dr. Roberto Pérez, a quien le estoy
profundamente agradecido por el descubrimiento de perlas tan valiosas como esta y muchas
otras.
20
Fenoménico está usado aquí en el sentido de “lo que se nos aparece como realidad”, o sea lo
visible y perceptible a través de nuestros sentidos.
70
Gustavo H. Vega

máscara y apariencia de todas las cosas. La observación en quietud, nos


revela gradualmente el mundo nouménico21 de las esencias, nos lleva más
allá, a descubrir otros planos, incluso los más sutiles; como así también
nos da la posibilidad de ver la red de interdependencias que teje y
entrelaza a todas las cosas. La observación serena nos acercará
paulatinamente a la profundidad y a la hondura y su principal enemigo
quizás sea el aceleramiento en el que vivimos inmersos en la actualidad. La
precipitación, el inmediatismo, el “todo ya”, nos lleva probablemente al
plano del atropellamiento y de la ingenuidad, propios de la torpeza y de la
ceguera.

“Saber respetar” es el arte de ver la correcta disposición de cada


cosa y no tratar de modificar las mismas sin la consciencia de las posibles
consecuencias. Desconocer esto llevó a que muchos cambios superficiales
que hicimos como humanidad en cuestiones de medio ambiente tuvieran
consecuentes e impensables desastres a mediano y largo plazo. El “pedir
permiso” y el “saber esperar” la respuesta, es una clave fundamental que
todo aborigen tiene imbuida en su propia sangre. Para ellos el hombre
profano (aquel que no pisa el suelo como si fuera hijo de esta tierra) no
puede quedarse en lugares sagrados, y todo lugar es sagrado desde su
mirada, sin el respectivo permiso. A lo sumo puede obtener el permiso
para estar en ellos como invitado. Puesto que no podemos ser dueños de la
tierra porque no nos pertenece (ni puede llegar a pertenecernos en algún
momento). En este sentido el respeto sigue a la percepción sutil del
ordenamiento y la valoración de cada cosa; es saber que “si arrojamos
una piedra todo el universo se transforma”22 y que somos responsables

21
Lo nouménico en relación con el fenómeno, tal como lo plantea Kant en su “Crítica de la
razón pura”, designa la dimensión de lo real para la cuál el hombre tiene grandes limitaciones
perceptuales. Todos nosotros describimos fenoménicamente a las cosas cuando hablamos de
ellas. Nouménicamente no es posible hacer descripciones porque es un horizonte que está más
allá de lo cognoscible. Al menos en el sentido de la gnoseología (teoría del conocimiento)
clásica.
22
Como sostiene Ursula Le Guin en su libro “Un mago de Terramar”.
71
TÓTEM

inmediatos de dicha secuencia de movimientos o cambios. Es como una


piedra tirada a un lago tranquilo; las ondas tarde o temprano alcanzarán la
orilla. Todo el lago vibrará por causa de la piedra aunque no nos
percatemos de ello. Así cada acción, sentir, pensamiento, intención y
palabra es una especie de piedra que cae en el lago de la realidad y la
mueve aún sin que este sea nuestro propósito consciente. El respeto
surge del “darse cuenta” de lo frágil de cada proceso, lo delicado que es,
desde una perspectiva de conocimiento, nuestro accionar en nuestro
mundo circundante o en el mundo en general. Saber esto, ver este sutil
equilibrio, nos hace más responsables frente a la vida y frente a los otros.

“Saber agradecer” es el arte de devolver de alguna forma, a otro,


a la vida, a Dios, en reconocimiento de la importancia o el valor de algo
que nos fue dado. La gratitud implica la percepción del valor o del
significado y es fácil de tener en cuenta cuando nos pasa algo que valió la
pena, que nos agradó o cuando nos sentimos satisfechos por algo; pero es
bastante más difícil cuando se trata de agradecer por aquellas cosas que
nos causan malestar o dolor, como nuestros fracasos o errores. La madre
Teresa de Calcuta alguna vez le agradeció a Dios que para su cumpleaños
le regalara una bronquitis. Sin duda quien tiene la valentía de agradecer
tales cosas está dándose la oportunidad de vivirlas como oportunidad de
aprendizaje y pudiendo verlas desde una perspectiva de trascendencia.
Tener la capacidad de dar las “gracias” es ser consciente que se debe
cerrar el círculo del “dar y recibir”. La “Ley del Ayni” del pueblo Inca, lo
refleja con claridad; todo va y vuelve y se debe cuidar respetuosamente
este delicado equilibrio. Todas las fiestas nativas del mundo reflejan
simbólicamente este principio y la consciencia de gratitud de sus pueblos.
Gratitud hacia sí mismos, hacia el otro, hacia la tierra y la vida, hacia su
Dios…

No es habitual que como aprendices seamos observadores,


respetuosos y agradecidos (salvo que hayan sido virtudes cultivadas en los

72
Gustavo H. Vega

años de nuestra infancia, por nuestros padres o nuestro entorno social y


cultural). En general, son actitudes que debemos desarrollar en la lucha
por nuestra integración, por nuestra identidad. Mas no deben dejar de
ser tenidas en cuenta y ocupar el lugar de guía y “medicina fundamental”
para nuestra manera de ser aprendices luchadores.

Pienso que el riesgo principal de todo principiante es quedar


atrapado en al arrogancia y la soberbia del “ya sé”, en una especie de
peligrosa omnipotencia. Abusar de aquello que hacemos sin esfuerzo
(nuestro don) y no ser conscientes de que detrás del abuso escondemos la
máxima vulnerabilidad, nuestro talón de Aquiles, nos lleva a la peligrosa
sensación de que estamos caminando correctamente. Y difícilmente haga
reajustes aquel que siente que todo está en el lugar adecuado, allí donde
debe estar…. Se encargará la Vida entonces de demostrarnos lo falsa que
puede llegar a ser nuestra autopercepción. Dudamos que sea posible
evitar los sacudones que serán necesarios para pulir todas las durezas
que tendremos como principiantes. El hecho de ser “diamantes en bruto”,
nos sugiere la fortaleza y constancia que se debe tener en el trabajo de
pulido. Y esta es una tarea que nos dará infinitas posibilidades de ser
realizada. Porque, a pesar de que la forma de aprender puede ser muy
dura, la vida no deja de darnos permanentes oportunidades de volver
sobre lo que no ha sido bien cerrado. Hay leyes de diverso orden que
custodian este maravilloso proceso: en lo personal, lo interpersonal y lo
transpersonal.

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TÓTEM

Haciéndonos Preguntas...

 ¿Me veo atravesando la etapa de aprendiz en algún momento de mi vida?


 ¿En qué aspectos de lo propio sigo hoy siendo aprendiz?
 ¿En qué aspectos hoy sigo siendo principiante?
 ¿Cuál es mi don?, ¿Cuál es mi talón de Aquiles?
 ¿Cómo me cuido de la arrogancia, la vanidad y la soberbia?
 ¿Siento la firmeza del guerrero en mi vida cotidiana?
 ¿Caigo más en la blandura o en la rigidez?
 ¿Fui consciente alguna vez de una fuerza que me invito a detenerme y a
mantenerme dividido?
 ¿Vi algo de ese “lobo interior” en algún momento?
 ¿Puedo diferenciar en mí una actitud de lucha de una actitud de guerra?
 ¿Cómo es mi juez interior? ¿Suele ser demasiado blando y permisivo o
demasiado duro y perfeccionista?
 ¿Qué lugar le doy en el camino de mi vida a la cabeza?
 ¿Qué lugar le doy en el camino de mi vida al corazón?
 ¿Tiendo más a percibir las verdades “a posteriori” o “a priori”?
 ¿Cómo está mi capacidad de observación y astucia?
 ¿Cómo está mi actitud de respeto por todas las cosas?
 ¿Cómo está mi capacidad de dar gracias?
 ¿Me siento guerrero en la lucha por mi propia integridad?
 ¿Qué virtudes y defectos reconozco como propios de mi actitud de aprendiz?
 ¿Qué virtudes y defectos reconozco como propios de mi actitud de guerrero?

 Para meditar… “Saber, es saberlo todo, no saberlo todo es no saber. Para


saberlo todo es necesario saber muy poco, pero para saber ese poco hay
que saber antes mucho…” – Gurdjieff –

 Recomiendo leer, luego de haber terminado este segundo capítulo y como


profundización: “Un mago de Terramar”, de Ursula Le Guin, Sudamericana
(en el género novela)

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