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Dolce Inferno, por Luxuria www.dolce-inferno.blogspot.

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C
aín se hallaba sentado en un banco con las manos hundidas en lo que tenía que
ser su pelo y con sus contraídas pupilas perdidas en la niebla. El cielo había
amanecido encapotado, señal de que pronto caería un buen aguacero. Le
vendría bien a la ciudad que lloviese, el agua arrastraría consigo la suciedad.
“El agua de los lagos y mares se evapora con el sol, entonces asciende en forma de
vapor y constituye las nubes. Allí este vapor se condensa y vuelve a bajar en forma
lluvia; así los niveles de agua se mantienen siempre constantes. ¿A quién se le ocurrió
esta idea? ¿Fue a ti, Metatrón?”
Intentó distraer su mente observando a la gente que pasaba, pero nadie lo hacía. Todos
sentían su alma maldita y le evitaban, salvo un grupo de satánicos que se le habían
acercado en busca de sus favores, pero la lengua no se le había terminado de regenerar y
no tenía ganas de entablar una conversación telepática con ese grupo de fanáticos, así
que los rechazó. Además, desde hace unos días había perdido el apetito. Tenía
demasiadas cosas pululando por su cabeza y aunque Amara no lo creyese le daba más
importancia a la mente. Entre Samael, Lucifer y Metatrón había pasado algo. Lucifer se
opuso al propio Metatrón. Sabía algo y lo dejó todo en el Árbol del Conocimiento salvo
dos fragmentos: uno se lo dio a Lilith y el otro, a Belial.
“Ambos fueron asesinados, pero Lilith me lo pasó a mí y supongo que Belial hizo lo
mismo. Metatrón se hizo con el resto del árbol. Brella comió del árbol por lo que ella
es el tercer fragmento. El resto los ocultó en siete templos de la Tierra, bueno, siete no,
seis. El séptimo no le dio tiempo. Para Nosferatus esto no es más que un juego, los
otros tres queremos venganza. Cada uno sabemos cosas diferentes que los otros
ignoramos. Samael se cree que lo sabe todo, pero no creo que sepa el secreto de
Zadquiel y Nosferatus que yo si sé”
El trabajo de los arcángeles consistía en cuidar de sus Complementos para que
abriesen la puerta correcta a la luz. Si eliminaba al arcángel resultaría más fácil
manipular al Complemento. Caín quería matar a los arcángeles así que por el momento
no representaba ningún inconveniente. Conocía el punto débil de Gabriel, el problema
era Lucifer. El plan que estaba preparando ponía en riesgo desestabilizar sus emociones
facilitando que se descontrolase. Aún así correría el riesgo, necesitaba debilitarle y a los
tipos como él sólo se les puede debilitar así.
“El templo del Rayo Blanco está situado en Luxor y allí se encuentra Viento…”
Sus cavilaciones fueron interrumpidas por dos ojazos grises que le contemplaban en
silencio. La niña se hallaba frente a él, con su fino y enredado cabello atezado siendo
revuelto aún más por el fuerte vendaval que se estaba levantando. Sus rodillas estaban
ennegrecidas y su único abrigo consistía en un sencillo vestido de lana gruesa y
deshilachado. Se aferraba con fuerza a una fea muñeca de trapo. No pestañeaba si
quiera. Se había acercado hasta allí y ahora no apartaba sus inocentes y concéntricos iris
de él. Una niña pequeña se le había acercado sin temblar hasta la médula. A él que
estaba maldito. Ni siquiera parecía tiritar ligeramente de frío. Hacía tiempo que había
empezado a notar que la maldición se estaba debilitando, aún así nadie había osado si
quiera a pasar por allí.
<<¿Qué quieres?>>, le dijo intentando sonar lo más rudo posible.
—¿Por qué estás aquí solo? —habló la criatura con una vocecita cargada de candor y
soledad.
<<Eso no es asunto tuyo. Vuelve con tus padres o te castigarán sin cenar>>

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—¿Estás triste? Mi mamá decía que cuando te sientes triste lo que hay que hacer es
reírte en voz alta.
<<Tu mamá sabe mucho>> Ojalá su madre le hubiese enseñado ese tipo de consejos a
él. <<¿Por qué hablas de ella en pasado?>>
—Porque se ha ido. Anoche mientras buscábamos un lugar para pasar la noche se cayó
sobre la nieve y no se ha vuelto a levantar. —Se le escapó un sollozo y sorbió por la
nariz.
Los rasgos de Caín se dulcificaron. Aquella pobre criatura se había quedado sola, se
había enfrentado a la noche armada nada más que con una muñeca de trapo. No
sobreviviría mucho en aquel mundo repleto de adversidades. Con suerte algún miembro
de la Inquisición la encontraría, la examinaría para saber si procede de una familia de
cainitas y si no es así la adiestrarían para convertirla en una asesina. Volvió a estudiarla.
Le recordaba demasiado a él, con aquellos mechones negros tinta ocultando parte de su
rostro y esos dos cielos más grises que el que reposaba sobre sus cabezas. Podía advertir
en ellos aún los restos de inocencia que a él le habían despojado.
“Amara, ¿es esto lo que sientes cuando buceas en mis ojos?”
El viento rugió con mayor fuerza. Una pequeña muralla de tierra y hojas danzarinas se
interpuso entre ellos, pero ya no había nada que hacer. Aquella chiquilla había caído en
las garras del Diablo y nada podría salvarla. Caín le tendió su mano. La cría rozó
primero los anillos que adornaban sus magnéticos dedos. Le parecieron muy fríos y ella
quería calor. Pero también estaba hambrienta por lo que se aferró con su manita a
aquella roca saliente que le impediría caer por el abismo. La mano de él estaba fría, pero
a comparación con las suya resultaba cálida y reconfortante. Un nuevo soplo de viento
ondeó con fuerza sus cabellos. Caín sonrió ampliamente. Ya era suya.
<<Desde ahora te llamarás Sherezade>>
Sherezade. La niña asintió. Aquello le daba igual, le dolía demasiado el estómago y si
no se abrigaba cogería alguna enfermedad. Alzó sus lechosos bracitos hacia aquel
misterioso hombre y pegó un saltito. Caín lo captó y la aupó entre sus brazos, frotando
sus hombros y espalda para que entrase en calor. Ambos se disiparon entre la niebla.
Nadie reparó en ellos ni tampoco echaron de menos a Sherezade.

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Todos los aprendices habían recibido la orden de reunirse en aquel oasis para la clase
de aquel día. Les habían advertido de que llevasen la armadura bien puesta por lo que la
misión iba a ser especial. Se podía palpar la excitación en el ambiente: algunos estaban
terminando de pulir sus armaduras, otros meditaban en silencio mientras que la gran
mayoría charlaban despreocupadamente sobre lo que podía ocurrir. Amara y Nathan se
hallaban sentados bajo la sombra que producían las amplias hojas de una palmera. Él
estaba absorto desenredando los finos hilos dorados que componían la larga melena de
la joven. Ella contemplaba su reflejo en el reluciente yelmo del muchacho que sostenía
entre sus gráciles dedos. Estaba forjado de acero etéreo, al igual que la gran parte de las
armaduras de los ángeles. El metal etéreo resultaba mucho más resistente, ligero y
flexible que el terrestre. Podían resistir altísimas temperaturas sin fundirse o quebrar.
Cada rayo de luz que atrapaba lograba hacerlo arder desprendiendo un halo
incandescente que a distancia podía dar la impresión de que la armadura estaba
envuelta en llamas. No era más que una ilusión óptica, pero Amara pensó que aquellos
destellos rojizos eran muy hermosos. El diseño simulaba a un dragón con sus fauces

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alargadas, escamas en relieve y unas miniaturas de alas membranosas que surgían de los
laterales de la cimera1. Nathan, aún medio sumergido en su ensoñamiento, atrapó unos
dátiles. Uno lo introdujo con cuidado entre los sugestivos labios de Amara y otro lo
disfrutó él. Unas bonitas flores rosadas crecían a poca distancia de ellos. Nathan no se lo
pensó: cortó con cuidado una y la posó con suma delicadeza en un costado de la
cabecita que sostenía sobre su regazo.
—¿Estoy guapa?
—Pareces una ninfa o un hada—rió el chico—. Más vale que no te vea ninguna o
querrá asesinarte de la envidia.
—Pero tú no lo permitirías, ¿verdad?
—¡Claro que no! Yo te protegeré.
A Nathan no le importaría quedarse para siempre en aquel pedacito del Edén, pero no
tenían elección. Habían sido creados con un fin y tenían que cumplir con su deber.
—Déjame colocarte el yelmo.
El joven se arrodilló ante ella. Amara sujetó su rostro para ponerlo recto y
cuidadosamente le colocó la pieza de armadura que le faltaba a su atuendo de guerrero.
Nathan, tras disfrutar de aquello, terminó de ajustárselo. El casco le aplastaba su rebelde
pelo, pero le gustaba como se veía con él puesto. Les llegó arrastradas por el viento las
protestas de Yael porque su casco le quedaba grande. Siempre protestaba por lo mismo
aunque nunca se lo cambiaba; decía que era de su abuelo.

Los jóvenes ángeles dejaron de hacer lo que estaban haciendo para la formación, lo
que indicaba que sus profesores ya habían llegado. La pareja acudió rápidamente para
reunirse con el resto. Al pasar cerca de Haziel no pudieron evitar escuchar sus
agradables palabras.
—Vaya, así que era cierto. A partir de ahora podré llamarte Salamandra. Ya pensaba
que también te escabullirías de esta misión como haces siempre, Salamandra.
Nathan hizo caso omiso de la provocación.
—Es un dragón, no una salamandra, imbécil—le encaró Yael.
—Cuidado no vayas a confundir una piedra con un diablo con esa prodigiosa vista
tuya—añadió Ancel.
Y los dos amigos rompieron a reír. Tras un rato regocijándose volvieron a adoptar
postura firme. Haziel desistió y también volvió a erigirse formalmente. Su armadura era
completamente plateada con reflejos azulados y verdosos. Todos habían adoptado un
profundo silencio tras advertir la presencia de Gabriel. Nathan se quedó sin aliento
admirando a su profesor que irradiaba magnificencia y esplendor. Aparentaba ser el
general de las huestes celestiales en vez del maestro de unos aprendices inexpertos, con
sus cuatro elegantes alas níveas desplegadas, cosa que no era muy común en él pues no
le gustaba presumir de ello. Iraiael caminaba al lado suyo echándole de vez en cuando
miradas de reojo, envuelta en cuero y en una armadura digna de aparecer en las
fantasías de muchos hombres. Les seguían dos inquisidores que portaban una pesada
arca. El rostro de Nathan adoptó el color de una fresa madura cuando reconoció al pobre
vigilante de la otra noche. Por suerte él no había reparado en Nathan ni en Amara. La
chica apenas recordaba nada de lo que había pasado y se había avergonzado muchísimo
cuando Nathan le explicó algunos detalles. Él prefería olvidar el asunto, sabía que la
verdadera Amara nunca diría esas cosas.

—Como ya sabéis la clase de hoy será muy importante —comenzó a hablar Gabriel
con voz muy enérgica—. Se nos ha encomendado la importante misión de probar estas
1
Parte superior del yelmo más que nada con función decorativa.

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armas de akasha artificial. —A la vez que señalaba todos volvieron la cabeza hacia el
arca que había sido depositada a la vista de todo el mundo—.Éstas son las armas
especiales en las que nuestro sagrado arcángel Raphael lleva investigando mucho
tiempo —si albergaba algún tipo de rencor hacia el Gran Médico no dio muestras de
ello— y nosotros tenemos el honor de ser los primeros en poder blandirlas. Si todo sale
bien será un avance muy importante para nuestra sociedad pues todos sabemos que el
akasha verdadero escasea y cada vez resulta más costoso de extraer.
Amara se sintió algo desilusionada. Su honorable misión consistía en hacer de
conejillos de indias. Lo bueno era que confiaba plenamente en las capacidades de
Raphael y sabía que si se las dejaban utilizar eran de fiar. Él nunca se arriesgaría a
enseñar un producto defectuoso para quedar mal. Ella también estaba observando a
Gabriel con interés cuando una inquietante figura le llamó la atención. Un hombre
completamente vestido de rojo ahumado y de tez tostada les vigilaba apoyado sobre un
tronco algo apartado de ellos.
—Mi compañera Iraiael comenzará a explicaros los detalles de la misión —concluyó
el Ángel Blanco cediéndole la palabra al ángel de oscura piel.
—Antes que nada me gustaría presentaros a alguien que estará con nosotros en esta
pequeña aventura.
Amara que todavía no había despegado la vista del hombre misterioso advirtió cómo
se despegaba del tronco y comenzaba a andar lentamente hacia ellos. Sus curtidos dedos
apretaban el mango de un arma que llevaba sujeta en torno a su cintura. Las pesadas
botas de cuero se le hundían en la caliente arena, pero a él no parecía importarle.
—Os presento a Drake Drummond, capitán de asuntos exteriores de la Santa
Inquisición. —anunció la maestra.
Drake se colocó junto a los otros dos inquisidores, algo más adelantado, y descolgó su
arma del cinto. El aire osciló tras ser cortado por una bola de pinchos teñidos de plata.
El capitán hizo bailar su lucero del alba cuyo mango también era rojo al igual que sus
vestimentas, que en realidad representaban los colores invertidos de la Inquisición: rojo
predominante con adornos blancos. Se trataba de un hombre de constitución fuerte y
rasgos simétricos. Lucía un bigote bien cuidado y algo de perilla sobre su triangular
barbilla también bien recortada. Su negro cabello brotaba desde su frente en forma de
pico de viuda y lo llevaba peinado hacia atrás. Sus ojos, también oscuros, suavizarían su
rostro si no fuese por el serio gesto que adoptaba. No resultaba especialmente guapo,
pero tenía algo, como Amara les escuchó comentar a Lisiel y Evanth.
—Como os acabo de decir él nos acompañará en esta misión —les explicó Iraia—.
Bien, pasemos a detallaros lo importante.
Extrajo una especie de bolígrafo dorado de cuya punta surgió un haz de luz. Con él
proyectó en el aire hologramas con mapas y diagramas explicativos.
—A cien kilómetros hacia el sudeste de aquí, se encuentra uno de los campos
petrolíferos que más barriles de petróleo extrae diariamente: Campo Hurma. Su
propietario es un demonio de rango medio, pero aquí en la Tierra se ha hecho
tremendamente rico y posee bastante poder e influencia. Su nombre es Iblis el
Murmurador.
En el aire se sucedieron varias fotografías e imágenes del demonio. En unas aparecía
bien entrajetado y firmando documentos importantes y en otras, con su verdadero
aspecto: un terrible ser con cabeza de camaleón y cola de serpiente.
—Todos sabéis que los diablos utilizan el petróleo para construir sus horribles
máquinas y demás tecnología respetando muy poco el medio ambiente. La mejor forma
de acabar con esto es acabando directamente con su materia prima. Nuestra misión por
tanto será muy similar a la anterior con la diferencia de que la otra vez el yacimiento

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estaba en medio del océano y esta vez, en medio de un desierto, por lo que la estrategia
a seguir será algo diferente.
Las diapositivas cambiaron y pasaron a mostrar el mapa del recinto que tenía forma de
palmera. Estaba dividido en tres áreas: la parte del tronco, resaltada en color marrón se
denominaba Jebel Ali y era la parte de mayor importancia pues allí se encontraban los
pozos y toda la maquinaria. La parte frondosa de la palmera, representada en verde,
correspondía con Deira, donde se alojaban los diablos y también se extraía gas. Y por
último, en color rojo y rodeando el resto en forma de arco de media luna, Jumeirah, el
lugar donde residían los humanos esclavizados que eran forzados a realizar las tareas
más duras. Dos ángeles serían seleccionados para filtrarse en Jebel Ali y verter unos
catalizadores especiales que estropearán el petróleo. El resto se encargarían de distraer a
los diablos, poner a salvo a los esclavos y acabar con Iblis.
—Todo el complejo está protegido por una barrera invisible. En cuanto alguien la roza
mínimamente salta. Los demonios utilizan algún truco para poder entrar y salir sin
problemas, pero lo desconocemos. Afortunadamente, una vez que salta la alarma, ésta
no para de sonar y ya no detecta nada más, por lo que podemos utilizar esto a nuestro
favor de la siguiente manera: habrá un equipo de distracción encargado precisamente de
hacer saltar la alarma de forma que acapare toda la atención y el equipo encargado de
verter el catalizador pase desapercibido filtrándose por otra parte.
>>El gobierno turco que había prometido lealtad a la Inquisición ha confesado que un
oleoducto llegaba hasta allí, donde cargaban el petróleo en un barco y lo transportaban
hasta Enoc cruzando el mar Negro. Nosotros utilizaremos ese oleoducto para
infiltrarnos, ellos todavía no saben que nosotros lo sabemos.
>>Gabriel y yo nos encargaremos de Iblis. El resto seréis dirigidos por el capitán
Drummond y acataréis sus órdenes con el propósito de liberar a los humanos
esclavizados. En cuanto se haya vertido el catalizador, podremos destruir la base con
tranquilidad por lo que dicho equipo disparará una bengala roja como señal.
Iraia no esperó a que todos asintieran. Estaban ansiosos por moverse y comentar la
misión, aunque nadie se atrevía a hacerlo porque no habían recibido dicha orden.
—Todavía no he acabado —prosiguió Iraia que había leído la impaciencia en sus
rostros—. Nuestra estrategia se basa en la sorpresa por lo que debemos ser lo más
discretos posibles así que volaremos en pequeños grupos hasta la base evitando ser
descubiertos. Cada grupo tendrá su propia posición de partida. Bueno, tanto hablar de
los grupos, pasemos a anunciarlos. Los dos ángeles elegidos para portar el catalizador
son: —la expectación vibraba en sus arqueados labios—. Evanthel y Amarael.
La primera se acercó rápidamente hacia su profesora moviéndose con orgullo. Amara
tardó en reaccionar y tuvo que apresurarse por alcanzar a su compañera. Los
inquisidores abrieron el arca y les entregaron una pequeña pistola con la bengala y unas
dagas de akasha artificial por si tenían que defenderse. También les dieron un frasco que
contenía un líquido transparente: las enzimas que tenían que verter en el negro fluido, y
unas mascarillas y guantes especiales para protegerse de las sustancias tóxicas, dentro
las iban a necesitar. Nathan le guiñó un ojo desde su posición para infundirla ánimos. La
perspectiva de tener que meterse en una tubería que transportaba varias sustancias
desagradables no era muy prometedora, por muy honorífica que sonase.
—Bueno, ya sólo nos falta nombrar al equipo de distracción —les informó Gabriel—.
Sin duda los más adecuados para esta tarea son: Nathanael, Yael y Ancel. Tenéis que
aparentar haberos perdido y que por casualidad habéis llegado hasta allí accionando sin
querer la alarma. Por cierto, tendréis que camuflar vuestro aspecto. Nadie con una
armadura como la tuya, Nathan, se pierde casualmente en un desierto. Una vez

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cumplida con vuestra misión las chicas que estarán esperando en Turquía junto al
oleoducto serán informadas y se desmaterializarán para introducirse por la gran tubería.
Mientras asimilaban esas palabras Haziel interrumpió a su profesor.
—¿No será peligroso dejar que vayan ellas dos solas? Puesto que su papel es tan
importante, ¿no sería mejor que alguien como yo las defendiera?
—Qué amable por tu parte, pero será mejor que te preocupes exclusivamente de ti
mismo como siempre haces —clamó Evanth con acritud. A Haziel se le crispó la cara.
—Si las hemos elegido a ellas es porque son capaces de cumplir con esta labor.
Cuando dirijas tu propia tropa serás tú el que decida la estrategia a seguir.
—Dejáis que vuestras emociones influyan demasiado en vuestro comportamiento —
exclamó Drake Drummond quien había permanecido en silencio hasta entonces—.
Como ángeles resultáis bastante desconcertantes.
Gabriel le taladró con la mirada. No estaba dispuesto a permitir que ningún humano ni
nadie hablase mal de sus alumnos.
—Vamos con retraso. Repartamos de una vez el armamento —intervino Iraia antes de
que la cosa fuese a peor.
—Todos formaron una fila alrededor del arca no sin armar jaleo ya que todos querían
una buena arma. Haziel protestó cuando se enteró de que no había lanzas y que tendría
que conformarse con una espada, como todo el mundo.
—No cabían en el arca —le explicó uno de los inquisidores.
El ángel tenía que descargar su frustración con algo y ese algo resultó ser Nathan,
quien se estaba despidiendo de Amara. Se dirigió hacia él.

—Qué suerte que te hayan elegido, Amara. Es sin duda la tarea más complicada y
peligrosa por lo que deben de confiar mucho en ti.
—Gracias por darme ánimos, Nathan —Sabía que él sería capaz de trepar por una
montaña de residuos emocionadísimo si se lo encomendaba alguien de rango alto. Sin
embargo percibió que algo no marchaba bien en el chico—. Tú tampoco pareces muy
animado. ¿Ocurre algo?
—Bueno, no es nada. Tan sólo que…
Se sentía algo decepcionado por no poder lucir su armadura y por las palabras de
Gabriel. Eso de que los más adecuados para aparentar que se habían perdido eran ellos
no le había sentado muy bien.
—Entiendo. ¿Pero sabes qué? Pienso que Gabriel confía muchísimo en vosotros.
Vuestra misión es mucho más peligrosa que la nuestra, a fin de cuentas sois vosotros los
que os vais a enfrentar contra un montón de diablos. Prométeme que vas a tener mucho
cuidado, Nathan.
El joven sonrió con ternura.
—Claro. Y tú también cuídate mucho —y le acarició una vez más sus áureos cabellos.
La idea de matar diablos por fin le había subido los ánimos.
—La salamandra tiene que sentirse como pez en el agua en este asqueroso desierto.
Estarás contento.
—Parece ser que con esa armadura estás pasando mucho calor —le contestó secamente
Nathan.
—La verdad es que esa armadura no está nada mal—inquirió Amara.
Haziel se sintió halagado y se pasó la mano sobre la nuca de forma fanfarrona.
—Pero me quedo de calle con la de Nathan. Es mucho más impresionante y su
portador es siete mil veces mejor.
Y sin más miramientos le plantó un rápido beso en la boca al elemental de fuego. Éste
se ruborizó hasta tal punto que parecía que echaba llamas por las orejas, pero de todas

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formas lo disfrutó muchísimo. Le acababa de besar delante de otro ángel a pesar de que
estaba absolutamente prohibido y aún así se sintió más feliz que en toda su vida. Todo
el odio que Haziel le producía lo canalizaba inconscientemente hacia Caín así que
aquello fue como que de entre los dos le había escogido a él. En realidad Haziel no tenía
nada que ver con el diablo, pero en su edulcorada realidad quien posaba perplejo ante
ellos era Caín y no el irritante ángel. Le acababan de insuflar adrenalina suficiente como
para conquistar Infernalia.
—Pues la verdad es que si ignoramos que se le ha ocurrido a Haziel, Salamandra es un
buen apodo —le comentó en voz baja Ancel a su amigo Yael. El dúo observaba la
escena desde una distancia prudente.

El sol se encontraba en su punto álgido y sin embargo, su luz se veía eclipsada por
unas cortinas de espesos y oscuros nubarrones. La dorada arena no abrasaba tanto como
otros días y la corriente arrastraba granos de arena de una duna a otra. Todos habían
ocupado ya sus posiciones. Al final se hicieron dos grupos más que ayudarían al equipo
de distracción a pelear. De momento aguardaban tras unos salientes rocosos a que sus
compañeros requiriesen de su ayuda. Gabriel e Iraia también se hallaban allí, ocultos
tras una roca con forma de cangrejo. Aprovecharían la confusión creada para infiltrarse
en el campo, aunque ellos se dirigirían hacia Deira, al encuentro con Iblis, y de paso se
llevarían por delante a tantos diablos como pudiesen. Iraia se sentía emocionada de
luchar junto a Gabriel, pero éste ni siquiera le había mirado así que desistió de ir tras él.
Ella también tenía su dignidad.
Los tres amigos avanzaron hacia el medio. El ruido de las máquinas a lo lejos quedaba
opacado por el fuerte aire que se estaba levantando. Lo que era cierto es que se
encontraban en un desierto. Ni una lagartija se podía divisar. Se detuvieron al llegar al
límite de la barrera invisible con la intención de traspasarla. Ancel y Yael se habían
pasado todo el camino preparando su actuación estelar.
—Vamos allá —les susurró Ancel muy animado—. ¿No creéis que este sitio puede ser
muy peligroso? —preguntó inocentemente alzando la voz.
—Ya nos hemos vuelto a perder, idiota. ¡Todo por tu culpa! —exclamó Yael fingiendo
haberse enfadado.
—¿Por mi culpa? ¿Quién fue el que ignoró mis protestas de que nos estábamos
adentrando demasiado?
—Cállate ya, neurona de plastocerebeilus.
—Esto me pasa por confiar en un elohim bastardo.
—¿Elohim bastardo? Mi padre se tiraba a tu madre cuando tú no eras más que basura
estelar.
—Pues no me quiero ni imaginar donde estaba la tuya cuando Dios repartió la
inteligencia.
Gabriel desde su posición les miró con reprobación tras escuchar las burradas que
estaban soltando.
—¡¿Queréis dejar ya de pelearos?! Nos van a descubrir —intervino Nathan por
seguirles el juego.
Sus dos amigos le ignoraron y pasaron a insultos más vulgares que habían aprendido
de los humanos y a los puños. Rodaron por la arena mientras forcejeaban y gritaban
hasta que traspasaron el invisible umbral. Se prepararon para pasar a la acción, pero la
alarma no sonó.
—¡Qué raro!...

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Ambos se pusieron a saltar y a agitar los brazos fuertemente, pero el silencio seguía
inquietándolos.
<<¿Qué estáis haciendo?>>, les preguntó mentalmente Gabriel.
—Seguro que si queremos infiltrarnos sigilosamente la maldita alarma saltaría —se
lamentó Yael.
—Nathan, ayúdanos. Quizás contigo sí que suene.
Nathan le dio un buen repaso a la zona. Un trueno partió el cielo en dos y tras el fugaz
destello pudo distinguir un grueso cable negro que sobresalía del suelo.
—¿Creéis que tiene algo que ver con el sistema de seguridad? —les preguntó el joven
mientras señalaba su descubrimiento.
Tiraron del cable hasta que dieron con el extremo que estaba cortado por lo que
parecía el mordisco de una serpiente o de una criatura peor.
—¿Y ahora qué hacemos? —se volvió Yael hacia su profesor.
Se sentían bastante ridículos en medio de aquel desierto. Ancel decidió extraer una de
sus plumas del ala derecha y la posó sobre la palma extendida de su mano.
—Cubríos. No sé qué es lo que puede pasar.
La pluma levitó unos centímetros y de ella surgió un rayo de luz verde que se hundió
entre las densas nubes. Una gran oleada de humo les envolvió impidiéndoles ver nada.
La alarma por fin se activó. Luces rojas y parpadeantes bailaban al son de una estridente
sirena. Los diablos se movilizaron rápidamente.
—¡Por fin!
Gabriel despejó el humo batiendo fuertemente las alas y se adentró en el territorio
enemigo seguido por Iraia. Los tres jóvenes se prepararon para ser perseguidos.

Dos luciérnagas inusualmente grandes aparecieron súbitamente de la boca del


oleoducto. Instantes después se materializaron en dos hermosas guerreras aladas.
Evanth y Amara se sentían algo aturdidas por haber tenido que volar a través de la
parafina que circulaba a través de esa larga tubería de dos mil kilómetros de largo.
Amara contempló asombrada el lugar en el que se encontraban. Ante ellas se levantaba
toda una ciudad de pesadilla. Las altísimas estructuras metálicas se cernían sobre ellas,
amenazadoras. Las máquinas chirriaban sonidos infernales a la vez que expulsaban
vapores tóxicos. Cinco enormes agujas se clavaban en el cielo mientras bombeaban
incansablemente. Le costaba creer que aquellas máquinas se moviesen solas. Varios
automóviles corrían de un lado para otro. El enemigo se estaba movilizando y eran
bastantes como para dejar indefensa su principal área. Las dos muchachas se pusieron
rápidamente la mascarilla y los guantes y emprendieron rumbo al corazón de Jebel Ali
por el camino que habían memorizado. Evanth fue dejando un rastro de diablos de hielo
que iba congelando cada vez que se interponían en su camino.
—No sé para qué nos han dado estas armas si no las necesito.
—Bueno, la misión consistía principalmente en probarlas…
Llegaron a la gran cúpula de paneles negros que les habían señalado en el mapa. Allí
se juntaban todas las tuberías con el petróleo que se extraía de los diferentes pozos,
vertiendo su contenido en un gigantesco contenedor. El petróleo sin refinar desprendía
un olor bastante desagradable.
—Oye, Amara. Antes en el oasis, ¿de qué estabais hablando Haziel y tú?
A la chica le pilló por sorpresa aquella pregunta. ¿Acaso su compañera pensaba que
quería quitarle el novio?
—Tan sólo le estaba bajando los humos. No tengo por qué soportar sus estupideces.
Evanth seguía pareciendo inquieta.

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—Sé que no he sido muy agradable contigo nunca… —el elemental de hielo arrastraba
las palabras con gran esfuerzo.
La aludida no dijo nada. Era obvio que sí que la había escuchado, pero no tenía nada
que añadir.
—Sé que no es justo, pero…Haziel siempre estaba hablando de ti. Decía que eras muy
guapa y misteriosa y bueno…no pude evitar sentir celos. Él nunca decía esas cosas
sobre mí.
—Estamos en medio de una misión, Evanth. Ya sabes que las emociones no están
permitidas en una situación así.
—¿Sabes lo que me ha costado reunir el valor necesario para decírtelo? ¡Y tú me
desprecias de esta forma!
—…No sé qué quieres que te diga.
—Nathan siempre estaba detrás de ti e incluso parecías llevarte bien con Gabriel. No
entendía qué veían en alguien como tú, aunque ahora lo entiendo. Últimamente vistes
más atrevida y estás más guapa.
Aquello era verdad. Amara siempre se había sentido acomplejada de su voluptuoso
cuerpo y siempre había tratado de esconderlo. No lograba recordar muy bien cuando
había decidido exhibirse más.
—Tras esta puerta tiene que estar el gran contenedor que buscamos.
—Amara, ¿a ti te gusta Nathan?
La rubia cogió aire.
—No sé a qué viene esa pregunta, pero quiero que sepas que Nathan es mío. Si él
quiere algún día abandonaremos el Cielo y nos iremos a vivir a algún lugar tranquilo en
la Tierra. —Se sentía extraña hablando así.
—Tú misma lo has dicho: si él quiere.
—Bueno…estoy segura de que si yo se lo pido él aceptaría.
<<¿Hasta dónde va a llegar esta conversación?>>
—¿Y serías capaz de hacerle algo así?
—¡Claro que no!
Evanth sacó el frasco con el catalizador y entró en la cúpula. Amara la siguió algo más
calmada. Efectivamente, el gran contenedor se encontraba allí, rebosante de aquel
desagradable fluido.
—Ni siquiera necesito estas enzimas. No saben aprovechar mi potencial.
—Espera, Evanth. Hay algo en esta habitación que no me gusta.
La chica sabía que algo no iba bien. Examinó el lugar, pero salvo el gruñir de las
tuberías todo parecía estar en orden. Evanth ignoró la advertencia y emprendió el vuelo
hacia su objetivo. Amara no tardó en averiguar lo que ocurría. Los diferentes vapores y
charcos grasientos comenzaron a adquirir forma, fundiéndose en una gigantesca mole
de residuos que vibraba y lanzaba bolas pegajosas de petróleo por la boca. Una de ellas
rozó al elemental que lo esquivó de casualidad, y se estrelló contra la pared corroyendo
el metal. Evanth se volvió sobrecogida.
—¿Qué es esa cosa? —gritó con repugnancia.
—Era de suponer que tendrían algún tipo de seguridad más.
Evanth se recompuso de la sorpresa y tensó sus alas. Se enfrentó desafiantemente al
monstruo arrojándole afiladas estalactitas que se hundieron en la viscosa piel para ser
expulsadas como si nada. Su enemigo levantó un brazo gigantesco y atrapó a la chica
con sus dedos fangosos. La pistola con la bengala se deslizó de su túnica accionándose
el gatillo por error tras chocarse contra el suelo. La bengala salió disparada atravesando
mágicamente el techo y descomponiéndose en chispas rojas. Amara soltó una maldición
y trató de pensar en la forma de ayudar a su compañera. Lo único que tenía era la daga

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Dolce Inferno, por Luxuria www.dolce-inferno.blogspot.com

de akasha artificial que le habían dado así que se abalanzó con todas sus fuerzas hacia el
brazo gigante que sostenía a Evanth. Alzó el arma blanca y cargó contra la extremidad.
Su intención había sido propinarle un buen tajo para cortar la mano, pero no debió de
emplear la fuerza necesaria y quedó atascada en aquella mole. Amara tiró con fuerza
para extraerla mas lo único que consiguió fue que se hundiese más. De la boca de la
bestia surgió un chorro de petróleo. Amara no tenía tiempo para apartarse así que se
cubrió con sus alas que recibieron de lleno el ataque y quedaron completamente
empapadas, pringosas e inútiles. No podía volar y su compañera estaba en peligro. Para
empeorar la situación todo el suelo había sido regado por el líquido formándose charcos
negros de los que empezaron a surgir más criaturas asquerosas. Amara estaba rodeada y
nada de lo que probaba funcionaba. La desesperación iba a acabar con ella cuando los
mini clones se disolvieron. Les siguió el brazo gigante que estrechaba a Evanth,
cayendo ésta desde considerable altura. Por último, el monstruo gigante también se
deshizo. Lo único que quedaba de esa enorme mole tóxica era aquella gran mancha
repugnante. Amara parpadeó varias veces incrédula. Su compañera se había desmallado
y flotaba sobre los restos de su enemigo. Se dispuso a ayudarla. Un hombre
encapuchado y completamente ataviado de negro se lo impidió atrapándola entre sus
brazos. Amara se debatió y gritó hasta que su agresor le tapó la boca con sus frías
manos de materia oscura y le quitó la mascarilla.
—Amara, soy yo.

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