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Orfeo Monteverdi- Striggio (1607)

Prologo

La Musica
De mi Permeso amado
vengo a ustedes,
ilustres héroes,
sangre noble de reyes,
de quienes la fama narra
excelsos méritos,
pero ni siquiera
se acercan a la verdad,
porque éstos son
demasiados sublimes.

Yo soy la Música.
Con dulces palabras...
puedo apaciguar
a los corazones perturbados,
y de cólera
o bien de amor,
puedo inflamar
los espíritus más fríos.

Cantando con
mi lira de oro,
acostumbro deleitar
los oídos de los mortales,
y de esta manera
despierto el deseo de las almas...
a la armonía sonora
de la lira del cielo.

Por este motivo,


ahora quiero hablarles de Orfeo,
que con su canto
detuvo a las fieras,
y con sus plegarias
hizo siervo al infierno,
gloria inmortal
del Pindo y el Helicón.

Ahora, mientras alterno


cantos alegres y tristes,
que no se mueva
ni un pajarito en estas plantas,
ni se oigan en estas orillas
olas sonoras,
y que cada brisa
se detenga en su camino.

Acto I

Pastore
En este día
alegre y afortunado,
que terminaron los tormentos
amorosos de nuestro semidiós,
cantemos, pastores,
con palabras tan suaves,
que nuestros acordes
sean dignos de Orfeo.
Hoy se apiadó el alma
antes desdeñosa...
de la bella Eurídice.
Hoy Orfeo encontró la felicidad
en el corazón de aquella...
por quien tanto ha suspirado
y llorado en estos bosques.
Por eso, en este día
alegre y afortunado,
que terminaron los tormentos
amorosos de nuestro semidiós,
cantemos, pastores,
con palabras tan suaves,
que nuestros acordes
sean dignos de Orfeo.

Coro
Ven, Himeneo, ven,
y que tu rostro resplandeciente
sea como un sol naciente...
que traiga días serenos
a estos amantes.
Y que se alejen para siempre...
los horrores y las sombras
del sufrimiento y el dolor.

Ninfa
Musas, honor del Parnaso,
amor del cielo,
gentil consuelo
para los corazones desolados,
que sus liras sonoras desgarren
el oscuro velo de las nubes.
Y mientras invocamos a Himeneo
para que a Orfeo sea propicio,
que su canto se una al nuestro
con cuerdas bien templadas.

Coro
Dejen los montes,
dejen las fuentes,
ninfas hermosas y alegres.
Y en estos prados,
para las acostumbradas danzas,
preparen sus bellos pies.
Que el sol mire aquí sus danzas,
más bellas aún que aquellas...
que, en la noche oscura,
las estrellas bailan para la luna.
Dejen los montes,
dejen las fuentes,
ninfas hermosas y alegres.
Y en estos prados,
para las acostumbradas danzas,
preparen sus bellos pies.
Luego, adornen con bellas flores
la cabellera de estos amantes,
que después de tanto sufrir,
finalmente disfrutan la felicidad.

Pastore
Pero noble cantor,
si tus lamentos...
ya hicieron llorar
a estos campos,
¿por qué ahora,
al son de la famosa lira,
no haces regocijarse contigo
a valles y colinas?
Que sea testigo
de tu corazón...
alguna canción alegre
que te inspire el amor.

Orfeo
Rosa del cielo,
vida del mundo...
y digno hijo de quien
gobierna el universo.
Sol, que todo circundas
y todo miras,
en tus giros estelares,
dime, ¿viste alguna vez...
un amante más afortunado
y feliz que yo?
Muy feliz fue el día,
amada mía,
en que te vi por primera vez.
Y más feliz el momento
en el que suspiré por ti,
porque cuando yo suspiré,
tú suspiraste.
Felicísimo fue el instante
en el cual tu cándida mano,
como prenda de fe pura,
me diste.
Si tuviese tantos corazones
como ojos tiene el cielo eterno,
y tantas hojas como tienen
estas colinas en el verde mayo,
todos estarían colmados
y rebosantes...
del placer que hoy
me hace feliz.

Euridice
No sabría decir
cuánta alegría me diste, Orfeo.
Pues mi corazón
ya no está conmigo,
sino contigo,
en compañía del amor.
Pregúntale, pues, a él
si deseas saber...
cuán feliz es
y cuánto te ama.

Coro
Dejen los montes,
dejen las fuentes,
ninfas hermosas y alegres.
Y en estos prados,
para las acostumbradas danzas,
preparen sus bellos pies.
Que el sol mire aquí sus danzas,
más bellas aún que aquellas...
que, en la noche oscura,
las estrellas bailan para la luna.

Ven, Himeneo, ven,


y que tu rostro resplandeciente
sea como un sol naciente...
que traiga días serenos
a estos amantes.
Y que se alejen para siempre...
los horrores y las sombras
del sufrimiento y el dolor.

Pastore
Pero si nuestra alegría
viene del cielo,
como viene del cielo
todo lo que hay aquí abajo,
es justo que le ofrezcamos
con devoción incienso y votos .

Vaya cada uno al templo,


a rezarle a aquel...
que tiene en sus manos
el destino del mundo,
para que conserve nuestra
felicidad por mucho tiempo.

Pastori
Que nadie en la desesperación
se abandone al dolor,
aunque a veces nos asalte
tan poderosamente,
que ponga en peligro
nuestra vida.

Pastori
Porque después de que
una atroz tormenta...
aterroriza al mundo,
el sol despliega sus rayos
más luminosos.
Y luego del riguroso frío
del invierno desnudo,
la primavera viste de flores
los campos.
Coro
Aquí está Orfeo,
para quien hasta hace poco...
los suspiros eran su alimento
y su bebida, el llanto.
Hoy es tan feliz,
que no desea nada más.

Acto II

Orfeo
A ustedes vuelvo,
queridos bosques
y amadas riberas,
que deben su felicidad a ese sol
por el que mis noches tienen día.

Pastore
Mira, Orfeo, cómo nos llama
la sombra de esas hayas,
ahora que Febo lanza
rayos ardientes del cielo.
Descansemos
en estas verdes orillas...
y cada uno,
de diferente manera,
mezcle su voz
con el murmullo de las olas.

Due Pastori
En este prado adornado,
todas las deidades del bosque...
acostumbran tener
alegres estadías.

Aquí se oyó a Pan,


el dios de los pastores,
recordar dulcemente
sus desventurados amores.

Aquí las graciosas napeas,


grupo siempre florido,
fueron vistas recogiendo rosas
con sus cándidas manos.

Coro
Haz, pues, Orfeo,
dignos del sonido de tu lira...
a estos campos perfumados.

Orfeo
¿Recuerdan, bosques sombríos,
mis largos y crueles tormentos,
cuando las piedras respondían
con piedad a mis lamentos?

Díganme,
¿entonces no les parecí...
más desconsolado que nadie?
Ahora la suerte ha cambiado,
y mis penas se volvieron alegrías.

He vivido triste y desdichado.


Ahora me regocijo,
y los sufrimientos...
que sufrí durante
tantos años,
hacen más preciada
mi felicidad presente.

Sólo por ti,


bella Eurídice,
bendigo mi tormento.
Después del dolor,
se está más contento,
después del mal,
se es más feliz.

Pastore
Mira, Orfeo, cómo ríen el bosque
y el prado a tu alrededor.
Sigue, pues,
con tu plectro dorado...
endulzando el aire
en este día tan feliz.

Messaggiera
¡Ay, suerte acerba!
¡Ay, destino impío y cruel!
¡Ay, estrellas injuriosas!
¡Ay, cielo avaro!

Pastore
¿Qué tristes sonidos
perturban este día feliz?

Messaggiera
¡Ay de mí!
¿Debo, entonces,
mientras Orfeo alegra
al cielo con sus cantos,
atravesarle el corazón
con mis palabras?

Pastore
Ella es la gentil Silvia,
la dulce compañera
de la bella Eurídice.
¡Qué doloroso es su aspecto!
¿Qué sucedió?
Sumos dioses, no aparten
de nosotros su mirada benigna.

Messaggiera
Pastor, deja tu canto,
que toda nuestra alegría
se ha vuelto dolor.

Orfeo
¿De dónde vienes?
¿Adónde vas?
Ninfa, ¿qué mensaje traes?

Mensajera
A ti vengo, Orfeo,
como mensajera infeliz...
de un hecho aún más infeliz
y más funesto.
Tu bella Eurídice...

Orfeo
¡Ay de mí!
¿Qué oigo?

Messaggiera
Tu querida esposa
ha muerto.

Orfeo
Ay de mí.
Messaggiera
En un prado florido,
con sus compañeras,
recogía flores para hacer
una guirnalda para sus cabellos,
cuando una serpiente insidiosa
escondida en la hierba,
le mordió el pie
con sus dientes venenosos.
Inmediatamente,
palideció su bello rostro...
y desapareció de sus ojos
ese brillo que el sol envidiaba.
Entonces, todos
horrorizados y tristes,
corrimos junto a ella
y tratamos de reanimarla...
con agua fresca
y poderosos ungüentos.
Pero no sirvió de nada, ¡ay!,
pues ella,
abriendo apenas los ojos,
y llamándote, Orfeo,
después de un grave suspiro,
murió en estos brazos.
Y yo quedé con el corazón
lleno de piedad y de espanto.

Pastore
¡Ay, suerte acerba!
¡Ay, destino impío y cruel!
¡Ay, estrellas injuriosas!
¡Ay, cielo avaro!

Pastore
Ante esta amarga noticia,
el desdichado parece
una piedra muda,
que por tener tanto dolor
no puede lamentarse.
Sólo un corazón de tigre o de oso
no sentiría piedad de tu dolor,
desdichado amante,
privado de su felicidad.

Orfeo
¿Tú estás muerta, vida mía,
y yo respiro?
¿Me has dejado
para no volver jamás,
y yo sigo aquí?
No, si mis versos
tienen algún poder,
iré seguro a los abismos
más profundos,
y habiendo enternecido
el corazón del rey de las tinieblas,
te traeré de vuelta conmigo
para ver las estrellas.
Y si esto me niega
el destino impío,
me quedaré contigo
en compañía de la muerte.
Adiós, tierra.
Adiós, cielo.
Sol, adiós.

Coro
¡Ay, suerte acerba!
¡Ay, destino impío y cruel!
¡Ay, estrellas injuriosas!
¡Ay, cielo avaro!
No se fíe ningún mortal
en la felicidad efímera y frágil,
pues huye pronto,
y a menudo junto la cima
más alta, está el precipicio.

Messaggiera
Y yo, que en mi lengua
he traído el cuchillo...
que ha herido
el alma amante de Orfeo,
odiosa para los pastores
y las ninfas,
odiosa para mí misma,
¿dónde me escondo?
Como un murciélago infausto,
siempre huiré del sol,
y en una solitaria caverna,
llevaré una vida
acorde con mi dolor.
Due Pastori
¡Ay! ¿Quién nos consuela?
¿Quién transformará
nuestros ojos en vivas fuentes...
para poder llorar como
corresponde en este triste día,
tanto más triste
como feliz había sido?
Hoy un torbellino cruel,
ha apagado las dos luces...
más brillantes
de nuestros bosques,
Eurídice y Orfeo.
Una, mordida
por una serpiente.
El otro,
atravesado por el dolor.

Coro
¡Ay, suerte acerba!
¡Ay, destino impío y cruel!
¡Ay, estrellas injuriosas!
¡Ay, cielo avaro!

Due Pastori
Pero ¿dónde están ahora
los bellos y fríos miembros...
de la desdichada ninfa,
que para su digno albergue...
eligió esa bella alma que
hoy partió en la flor de su vida?
Vayamos, pastores,
piadosos, a encontrarla,
y con amargas lágrimas,
paguemos el debido tributo...
al cuerpo exánime.

Coro
¡Ay, suerte acerba!
¡Ay, destino impío y cruel!
¡Ay, estrellas injuriosas!
¡Ay, cielo avaro!

Acto III

Orfeo
Acompañado por ti,
Esperanza,
único bien
de los mortales afligidos,
he llegado a estos
tristes y tenebrosos reinos...
donde los rayos del sol
nunca llegan.
Tú, mi compañera y guía,
por tan extraños
y desconocidos caminos...
condujiste mis pasos
débiles y temblorosos,
adonde aún espero
volver a ver sus amados ojos,
que son los únicos
que les dan luz a los míos.

Speranza
Ésta es la sombría laguna,
ése es el barquero...
que lleva a las almas
hasta la otra orilla,
donde Plutón tiene
su vasto imperio de sombras.
Más allá de ese negro estanque
y de ese río,
en esos campos
de llanto y de dolor,
el cruel destino
esconde a tu amada.
Ahora necesitas coraje
y un bello canto.
Yo te guié hasta aquí,
no me está permitido
seguir contigo,
una severa ley lo prohíbe.
Una ley escrita con hierro
en la dura piedra...
del horrible umbral
del reino de las profundidades,
que con estas palabras
expresa su feroz sentido:
“Abandone toda esperanza
quien aquí entre”.
Si estás realmente decidido
a entrar a la ciudad del dolor,
me alejo de ti
y vuelvo a mi morada.

Orfeo
¿Adónde te vas, único
y dulce consuelo de mi corazón?
Ahora que encuentro el puerto,
luego de un largo camino,
¿por qué partes y me abandonas
en este peligroso momento?
¿Qué me queda si tú te vas,
dulcísima Esperanza?

Caronte
Tú, temerario,
que antes de tu muerte,
llegas a estas orillas,
detente.
Los mortales no tienen permitido
atravesar estas aguas,
y los muertos no pueden
permanecer con los vivos.
¿Acaso tú,
como enemigo de mi señor,
quieres alejar a Cerbero
de las puertas del Tártaro?
¿O quizá quieres raptar
a su amada esposa,
inflamado tu corazón
de un deseo impúdico?
Detén tu insana audacia,
mi barca jamás
llevará a mortal alguno,
pues de los antiguos ultrajes
mi corazón conserva...
un recuerdo amargo
y una justa cólera.

Orfeo
Poderoso espíritu...
y temible divinidad,
sin quien las almas
separadas del cuerpo...
no pueden
pasar a la otra orilla.

yo no vivo,
porque luego de que
mi amada esposa...
fuera privada de vida,
mi corazón
ya no está conmigo,
y sin corazón,
¿cómo puede ser que yo viva?

Hacia ella he caminado,


por la oscuridad,
pero no al infierno, pues
donde se encuentre tanta belleza,
está el paraíso.

Soy Orfeo.
Sigo los pasos de Eurídice
por estas tenebrosas arenas,
a las que jamás
llegó mortal alguno.

Luz serena de mis ojos,


si una mirada tuya
puede devolverme la vida,
¡ay!, ¿quién niega
el consuelo a mis penas?

Sólo tú, noble dios,


puedes ayudarme,
y no debes temerme,
pues sobre una lira de oro,
sólo armo mis dedos
de suaves cuerdas,
contra las que las almas severas
en vano se endurecen.

Caronte
Me deleitan,
agradando a mi corazón,
desconsolado cantor,
tu llanto y tu canto.
Pero la piedad está
lejos de este pecho.
Es un sentimiento
indigno de mi valor.

Orfeo
¡Ay, soy un amante desdichado!
¿Entonces no puedo esperar...
que los habitantes del Averno
oigan mis ruegos?
Y como sombra errante
de un cadáver infeliz e insepulto,
¿seré privado
del cielo y del infierno?
¿Así, amada mía,
quiere la impía suerte...
que en este horror de muerte,
lejos de ti,
grite tu nombre en vano,
y rogando y llorando
me consuma?
Devuélvanme a mi amada...
dioses del Tártaro.

Él duerme, y si bien mi lira


no despierta piedad...
en su endurecido corazón,
al menos sus ojos no pueden
evitar el sueño ante mi canto.
Vamos, ¿por qué tardar más?
Es tiempo de llegar
a la otra orilla,
si no hay nadie
que lo impida.
Que sirva la audacia,
si son vanos los ruegos.
La ocasión es una bella flor
que debe ser recogida a tiempo.
Mientras mis ojos
vierten amargos ríos,
Devuélvanme a mi amada...
dioses del Tártaro.

Coro
Ninguna empresa
es imposible para el hombre,
y la naturaleza
no puede armarse contra él.
Él aró los campos ondulados
del inestable suelo...
y sembró la semilla
de su fatiga,
de la cual ha recogido
cosechas doradas.
Entonces, para que viva
el recuerdo de su gloria,
la Fama habla de él,
que domó al mar
con una frágil barca,
y despreció la ira
de Austro y de Aquilón.

Acto IV

Proserpina
Señor, ese desdichado que por
estos vastos campos de la muerte...
llama a Eurídice,
y al que has oído lamentarse
tan suavemente,
ha despertado tanta piedad
en mi corazón,
que una vez más
vuelvo a pedirte...
que oigas sus ruegos.
Si alguna vez estos ojos
te dieron una dulzura amorosa,
si te complace
la serenidad de esta frente,
a la que tú llamas tu cielo,
sobre la cual me juras
no envidiar la suerte de Júpiter,
te ruego por ese fuego que
el amor ya encendió en tu alma,
que Eurídice vuelva
a gozar de esos días...
en que vivía
entre la alegría y el canto,
y consuelo el llanto
del desdichado Orfeo.

Plutone
Aunque el severo
e inmutable destino...
se opone a tus deseos,
amada esposa,
nada puede negarse
a tal belleza unida a tantos ruegos.
Que Orfeo recobre
a su amada Eurídice...
contrariando el orden fatal.
Pero que antes de
abandonar estos abismos,
no vuelva nunca
sus ávidos ojos hacia ella,
pues una sola mirada será
la razón de su eterna pérdida.
Así lo establezco.
Ahora, ministros,
que mi voluntad...
sea conocida en mi reino.
Para que Orfeo y Eurídice
la oigan...
y que nadie
espere cambiarla jamás.

Un Spirto del coro


Poderoso rey de los habitantes
de las eternas sombras,
que tu orden sea ley
para nosotros,
pues nuestro pensamiento...
no debe buscar otras razones
secretas de tu voluntad.

Un’altro Spirto
¿Sacará Orfeo a su esposa
de estas horribles cavernas?
¿Empleará su ingenio...
para que no lo venza
su juvenil deseo,
y le haga olvidar
el implacable decreto?

Proserpina
¿Qué gracias te ofreceré
ahora que has concedido...
tan noble don a mis ruegos,
amable señor?
Bendito sea el día en que
te complací por primera vez.
Bendito sea el rapto
y el dulce engaño,
ya que para mi felicidad,
te gané a ti, perdiendo el sol.

Plutone
Tus dulces palabras
reviven en mi corazón...
la antigua herida de amor.
Que tu alma ya no desee
deleites celestiales...
que te hagan abandonar
el lecho matrimonial.

Coro de Spirti
Hoy la piedad y el amor
triunfan sobre el infierno.
Aquí está el noble cantor...
que conduce a su esposa
al cielo superior.

Orfeo
¿Qué honor será digno de ti
mi lira omnipotente,
si has podido doblegar
los inflexibles espíritus...
del reino tartáreo?

Tendrás un lugar entre


las más bellas imágenes celestiales,
y al son de tu música,
las estrellas danzarán...
en círculos lentos
y rápidos.

Plenamente feliz, gracias a ti,


veré el amado rostro,
y el cándido pecho de mi esposa
hoy me recibirá.
Pero mientras yo canto,
¿quién me asegura que ella me siga?
¡Ay de mí!
¿Quién me oculta...
la dulce luz
de los amados ojos?
¿Acaso movidas por la envidia,
las deidades del Averno,
para que yo no sea
completamente feliz aquí,
me impiden mirarlos,
ojos dichosos,
que sólo con una mirada
pueden hacer felices a otros?
Pero ¿qué temes,
corazón mío?
Lo que prohíbe Plutón,
el amor lo ordena.
A una deidad más poderosa,
que vence a hombres y dioses,
yo debería obedecer.

Pero, ¡ay de mí!,


¿qué oigo?
¿Quizá las Furias enamoradas
se arman con tal furor en mi contra...
para robarme a mi amada
y yo lo consiento?
Dulcísimos ojos,
al fin los veo.
Al fin yo...
Pero ¿qué eclipse
los oscurece?

Un Spirto
Has quebrantado la ley,
eres indigno de gracia.

Euridice
¡Ay, visión demasiado dulce
y demasiado amarga!
¿Así, por amarme demasiado,
entonces me pierdes?
Y yo, desdichada, pierdo
el poder volver a gozar...
de la luz y de la vida,
y también te pierdo a ti,
mi bien más querido,
esposo mío.

Un Spirto del Coro


Vuelve a las sombras
de la muerte, infeliz Eurídice,
y no esperes volver
a ver las estrellas-el sol,
pues desde ahora el infierno
será sordo a tus ruegos.

Orfeo
¿Adónde te vas,
vida mía?
Mira, yo te sigo.
Pero ¿quién me lo impide?
¿Sueño o deliro?
¿Qué oculto poder
de estos horrores,
de estos amados horrores,
me aleja a mi pesar,
y me conduce
hacia la odiosa luz?

Coro
La virtud es un rayo
de belleza celestial,
mérito del alma,
donde sólo se la aprecia.
Ella no teme
a los ultrajes del tiempo,
en el hombre, los años
aumentan su esplendor.
Orfeo venció al infierno,
Y luego fue vencido
por sus sentimientos.
Sólo será digno
de eterna gloria...
aquel que obtenga
la victoria sobre sí mismo.

Acto V

Orfeo
Éstos son
los campos de Tracia...
y éste, el lugar en el que
el dolor me atravesó el corazón,
ante la amarga noticia.
Ya que no tengo
más esperanza de recuperar...
rogando, llorando y suspirando
a mi amor perdido,
¿qué puedo hacer sino dirigirme
a ustedes, dulces bosques,
en un tiempo,
consuelo para mis martirios,
mientras el cielo,
por piedad, se complacía...
haciéndolos languidecer conmigo
en mi languidez?
Ustedes, montes,
padecieron,
y ustedes, piedras,
lloraron,
ante la partida
de nuestro sol,
y yo con ustedes
lloraré para siempre,
y para siempre me entregaré
al dolor y al llanto.

*Al llanto.

Gentil y amoroso Eco,


que estás desconsolado,
y quieres consolarme en mi dolor,
aunque mis ojos,
de tanto llorar,
ya se han convertido
en dos fuentes,
para tan feroz desventura,
no tengo llanto que baste.

*Baste.

Si tuviera los ojos de Argos...


y vertieran todos
un mar de llanto,
su pena no sería suficiente
ante tal desgracia.

*Desgracia.

Si tienes piedad
de mi mal,
te agradezco tu bondad.
Pero mientras me lamento,
¿por qué me respondes
sólo con la última palabra?

Devuélveme enteros
mis lamentos.
Y tú, alma mía,
si alguna vez retorna...
tu fría sombra
a estas playas amigas,
recibe de mí
estas últimas loas,
porque ahora te consagro
mi lira y mi canto,
como ya te ofrecí en sacrificio
mi espíritu apasionado,
en el altar del corazón.
Fuiste bella y sabia,
y en ti depositó
todas las gracias, el cielo cortés,
mientras para las demás
sus dones fueron escasos.
Mereces las alabanzas
de todas las lenguas,
pues en tu bello cuerpo
albergaste un alma aún más bella.
Tanto más modesta
cuanto de honor más digna.
Las demás mujeres
son soberbias y pérfidas,
despiadadas e inestables
con quien las adora,
privadas de juicio
y de todo pensamiento noble,
por lo cual es justo
que su conducta no sea alabada.
Que jamás suceda
que por una vil mujer...
el amor me atraviese
con su dorada flecha.

Apollo
¿Por qué te abandonas así
a la ira y al dolor, hijo?
No es propio de
un corazón generoso...
servir a sus pasiones.
Como te veo amenazado
por el reproche y el peligro,
he dejado el cielo
para ayudarte.
Ahora escúchame
y tendrás gloria y vida.

Orfeo
Padre generoso, llegas
en el momento más oportuno,
pues a desesperado fin,
con extremo dolor,
me habían conducido
la ira y el amor.
Aquí estoy, atento
a tus palabras, padre celestial.
Ahora impón tu voluntad
sobre mí.

Apollo
Demasiado gozaste
de tu felicidad,
ahora demasiado lloras
tu suerte cruel y dura.
¿Aún no sabes que aquí
ningún deleite es duradero?
Si quieres gozar
de vida inmortal,
ven conmigo al cielo,
que te invita.

Orfeo
¿Y no volveré a ver los dulces
ojos de mi amada Eurídice?

Apollo
En el sol y en las estrellas
reconocerás su belleza.

Orfeo
De tal padre
sería un hijo indigno,
si no siguiese
tu fiel consejo.

Apollo y Orfeo
Elevémonos cantando
al cielo,
donde la verdadera virtud
tiene su digno premio,
deleite y paz.

Coro
Ve, Orfeo,
plenamente feliz,
a gozar de
los honores celestiales,
allí donde
nunca falta el bien,
allí donde
nunca hubo dolor,
mientras altares,
incienso y plegarias
te ofrecemos
felices y devotos.

Así va quien no retrocede


ante el llamado de un dios eterno,
así obtiene la gracia del cielo
quien ya probó el infierno.
Y quien siembra
en el dolor,
cosecha el fruto
de toda gracia.

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