Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
: Ciencia, Género y
Feminismo(1)
Eulalia Pérez Sedeño
El segundo momento histórico en la lucha por las mujeres para lograr acceso al
conocimiento se produce en la segunda mitad del s. XIX, cuando se plantean en
diversas partes del mundo occidental, no ya el acceso a la cultura general, sino a las
instituciones educativas de más alto nivel, las universidades ( y también las academias).
Siguiendo estrategias variadas, entre las que tendríamos que destacar las de algunas
mujeres norteamericanas que donaban grandes sumas de dinero para fundar colleges
femeninos o subvencionaban aquellos centros que admitieran mujeres, se fue logrando
poco a poco el acceso a la universidad para escuchar primero, luego para obtener título
de licenciada y, finalmente, para doctorarse. No hay que olvidar que a lo largo de la
historia, las mujeres no podían acudir a los centros del saber. En Grecia sólo se las
admitía en algunas escuelas filosóficas, por ejemplo, la platónica o la pitagórica;
durante la Edad Media, únicamente los conventos - aunque no en todos los países -
permitían un a educación limitada. Ni tan siquiera el ideal ilustrado pudo conseguir que
las mujeres accedieran sin trabas y como iguales al saber, aunque fueron muchas las
ilustradas conocedoras y practicantes de la ciencia.
De hecho, el acceso a las escuelas o a las universidades es muy reciente. Como grupo, y
no alguna excepción, lograron entrar en estas últimas a finales del s. XIX: en las
universidades norteamericanas se consiguió a mediados del siglo XIX, pero en
departamentos o colleges segregados; en las suizas en la década de 1860, en las
francesas en la de 1880, en las alemanas en 1900 y en las británicas en la de 1870,
aunque universidades como la de Cambridge no las admitiría sin ningún tipo de
restricción hasta 1947. En las universidades españolas se las admitió por vez primera en
1668, pero poco después, una normativa exigía permiso de la ‘autoridad competente’
(ministro de Instrucción Pública, Rector, padre o esposo) y sólo se permitió el libre
acceso, sin ningún tipo de restricción, a partir de 1910. Las academias científicas
tardaron aún más: dos mujeres - Marjory Stephenson y Kathleen Londsdale - fueron las
primeras en ser admitidas en la Royal Society en 1945, a pesar de que esta institución
tenía casi trescientos años de existencia; en 1979, Yvonne Choquet-Bruhat fue la
primera mujer en entrar en la Académie de Sciences francesa, fundada en 1666:
Liselotte Welskopft, en 1964, se convirtió en la primera mujer miembro de pleno
derecho de la Akademie der Wissenschaften de Berlín: antes había habido mujeres
miembros honoríficos o correspondientes (no de pleno derecho), como Lise Meitner en
1949, pero, aún así, desde su creación en 1700 y hasta 1964 sólo diez mujeres habían
conseguido tal ‘privilegio’. Las primeras mujeres españolas en acceder a las academias
científicas nacionales fueron María Cascales (Real Academia de Farmacia, en 1987) y
Margarita Salas (que leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales en 1988).
El tercer momento, se produce en lo que se denomina ‘la segunda ola del feminismo’ y
se caracteriza no ya por una lucha por el acceso a la educación o a la enseñanza
superior, sino por plantearse por qué hay tan pocas mujeres, primero estudiando
ciencias, luego, trabajando en ellas y, finalmente, en los puestos de responsabilidad. En
este tercer momento, se puede decir que hay dos fases. En la primera, las preguntas se
refieren a la ciencia sólo; en la segunda, se amplía a la tecnología, un terreno
tradicionalmente masculino(14).
Empiezan a nombrarse y a ser conocidas figuras que han efectuado aportaciones más o
menos importantes a la ciencia y la tecnología y que no aparecen recogidas en las
historias al uso: Aglaonike, e Hipatia en la antigüedad, Roswita e Hildegarda de Bingen
en la Edad Media; las italianas Maria Ardinghelli, Tarquinia Molza, Cristina Rocatti,
Elena Cornaro Piscopia, Maria Gaetana Agnesi, y Laura Bassi; las anglosajonas Aphra
Behn, Augusta Ada Byron Lovelace, Mary Orr Evershed, Williamina Paton Stevens
Fleming, Margaret Lindsay Murray Huggins, Christine Ladd-Franklin, Henrietta Swan
Leavitt, Annie Russell Maunder, Charlotte Angas Scott, Mary Somerville, Anna
Johnson Pell Wheeler, Caroline Herschel y Maria Mitchell; las germanas Maria Cunitz,
Elisabetha Koopman Hevelius, María y Christine Kirch; las francesas Jeanne Dumée,
Sophie Germain, Nicole Lepaute. Y científicas naturales y sociales más recientes ya no
son relegadas al olvido, aunque algunas no sean reconocidas como merecen en primera
instancia, debido a su sexo: Maria Goeppter Mayer, Sonya Vasilyevna Kovalevskaia,
Lise Meitner, Emmy Noether, Gerta Ayrton, Virginia Apgar, Gerty Cori, Rachel Carson,
Elisabeth Schiemann, Christiane Nüsslein-Volhard, Margaret Mead, Barbara
McClintock, Rita Levi Montalcini están comenzando a ocupar su lugar en la historia y
han sido merecedoras de artículos o biografías(15). También se ha estudiado el papel de
las mujeres en el nacimiento y desarrollo de determinadas disciplinas o parcelas (como
la botánica, la medicina o la programación), o se han examinado fenómenos valiosos
para el desarrollo de la ciencia, como los salones científico-literarios, el mecenazgo, la
divulgación científica, etc. En el caso de la tecnología, esa recuperación se ve muy
dificultada por el ocultamiento sistemático de las mujeres que, en muchos casos, ha
permitido la legislación sobre patentes, pero también por el hecho de que las historias de
la tecnología han pasado, y pasan, por alto el ámbito de lo privado, es decir femenino,
en el que se utilizaban y utilizan tecnologías propias de las tareas tradicionalmente
determinadas por la división sexual del trabajo(16).
Podría considerarse que, una vez que se ha logrado la igualdad social, y dadas las
políticas coeducativas y de intervención seguidas en la mayoría de los países
occidentales en las dos últimas décadas, ese problema está en vías de solución. La idea
general ha sido que, dada la imposibilidad de que las mujeres se instruyeran en ciencia,
no resultaba extraño que su número fuera escaso. La consecuencia lógica del acceso de
las mujeres en igualdad de condiciones a los estudios sería un aumento espectacular en
su participación Sin embargo, la participación de las mujeres haciendo ciencia y
tecnología sigue siendo inferior a lo que podría esperarse, dada la masa crítica existente.
En un reciente informe de la Unión Europea se muestra que, mientras la proporción de
estudiantes hombres y mujeres es similar, e incluso superior a favor de las mujeres en
algunas disciplinas, los hombres ocupan la gran mayoría de puestos de profesor de
dedicación completa. Ese mismo informe indica que, incluso en los países de ésta donde
la discriminación es menor (Finlandia, Francia y España), las mujeres representan sólo
entre el 13 y el 18% de los full professors (profesores titulares) en las universidades. En
Holanda, Alemania y Dinamarca, este porcentaje baja al 6,5%. Si pasamos a la posición
de catedráticas o profesoras de investigación (su equivalente en el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas), el porcentaje es aun más escandaloso: en España, sólo el
5%(18). A la discriminación por sexo hay que añadirle la variable edad. Como ha
mostrado recientemente Paloma Alcalá(19), cuando las mujeres llegan al escalafón más
alto han tardado una media de 16 a 20 años más que los varones y se aprovecha su
acceso para introducir a los colegas que, de otro modo, jamás lo habrían conseguido.
Historias de personas como Maria Winkelman Kirch, quien nunca fue admitida en la
Academia de Ciencias de Berlín, ni fue contratada como astrónoma, a pesar de actuar
como tal para dicha institución; de Rosalin Franklin, la gran olvidada en la historia del
descubrimiento de la estructura del ADN, pero sin cuyas radiofotografías, tal
descubrimiento habría sido prácticamente imposible, el de la genetista Elisabeth
Schiemann, de gran convicciones éticas y morales que la hicieron oponerse al régimen
nazi y nunca logró un puesto acorde con sus cualificaciones, o el de Emmy Noether, tan
injustamente tratada(20), sirven para recordar lo íntimamente que están ligadas las
circunstancias públicas y privadas. Como muestran diversas las diversas autoras que se
han ocupado de ellas y otras, si queremos entender cómo las cuestiones de género están
conectadas con los patrones demográficos generales es necesario que nos demos cuenta
de la importancia que tiene la historia ‘local’ de determinados campos científicos en un
tempo y lugar concretos(21).
También se han analizado las divergentes carreras científicas entre hombres y mujeres
desde una perspectiva psicosociológica al considerar que los factores socioculturales,
educativos y psicológicos que pueden afectar los logros futuros de las niñas en ciencias
son de gran importancia. En primer lugar, cabe plantearse si las mujeres llegan a la
educación superior en igualdad de condiciones que los varones, dada la distinta
socialización que experimentan. El diferente tipo de juguetes que se da a niños y niñas,
puede dirigir sus capacidades: los de los niños tienden a desarrollar y subrayar la
separación entre sujeto y objetos y su manipulación en el espacio, mientras que los de
las niñas desarrollan habilidades verbales y relaciones personales. En segundo, los
estereotipos sexuales, presentes en nuestras vidas desde el momento en que nacemos,
asocian a los varones con características tales como las de racionalidad, dominación,
independencia, frialdad y objetividad, mientras las mujeres se asocian con la
irracionalidad, pasividad, dependencia, ternura, emotividad y subjetividad. Se piensa
que estas características son ‘femeninas’ y opuestas a las ‘masculinas’, a las vez que se
les asigna menos valor, pues se las considera un obstáculo para la prosecución de una
carrera científica, ya que las cualidades necesarias para hacer ciencia son las
‘masculinas’. Finalmente, no es de extrañar que, dado lo anterior, muchas mujeres opten
por la vida privada en vez de seguir una carrera científica. Sin embargo, si se tratara de
mera elección personal, ante igual estatus familiar debería haber igual progreso en sus
carreras; quienes opten , en cambio, por la vida familiar deberían producir menos que
los que no y, ante igual cantidad y calidad de trabajo investigador, publicaciones, etc.,
hombres y mujeres deberían alcanzar igual posición en la carrera científica. Sin
embargo, los pocos estudios que hay al respecto, muestran lo contrario(22).
Podemos distinguir entre las críticas a las diversas teorías tecno-científicas o aspectos
de ellas, sus sesgos y valores, por un lado y las críticas a la ciencia en general, por otro.
Por lo que se refiere a las primeras, las efectuadas a las ciencias biosociales han sido
espectaculares, ya que desempeñan un papel crucial en el mantenimiento de la
organización 'genérica' de la sociedad. Las críticas se han encargado de sacar a la luz la
utilización de argumentos falaces, la existencia de fallos en el diseño experimental y de
supuestos basados en datos experimentales limitados que en múltiples ocasiones se han
convertido en ‘leyes de carácter universal´, extrapolaciones insostenibles,
manipulaciones tecnológicas y la obtención de resultados contradictorios con respecto
ciertas hipótesis, etc. La sociobiología se ha convertido en un ejemplo paradigmático en
muchos de esos aspectos, a los que se añade la acusación de circularidad de los
argumentos utilizados: se parte del comportamiento social de determinadas especies
para explicar precisamente dicho comportamiento, a la par que se utilizan el lenguaje y
los marcos conceptuales humanos para interpretar el comportamiento animal que luego
se utiliza para 'probar' que cierta conducta humana está biológicamente determinada
porque los animales la tienen. Por último, la pertinencia de extrapolar de unas especies a
otras, en concreto a la humana, dada la complejidad de nuestra especie, conformada
durante siglos por factores socioculturales además de biológicos, ha sido otro de los
muchos aspectos criticados(23).
No obstante, éstas no son las únicas críticas que las/los teóricas/os feministas han
efectuado a distintas teorías. Ciertas tesis sobre el desarrollo, la conducta, o la
cognición, desde la endocrinología o la neurología han sido o son también objeto de
análisis critico. Por lo general, y además de deficiencias metodológicas del tipo de las
indicadas en el caso de la sociobiología, se critica el paso de los supuestos hechos
probados a tesis sobre el puesto de las mujeres en la sociedad que pretenden perpetuar el
estatus de dominación y subordinación de las mujeres. Resumiendo, todas las críticas
coinciden en señalar cómo histórica y actualmente se pretende inferir de supuestas
observaciones de 'hechos ‘biológicos’ (craneales, cerebrales, hormonales, etc.)
diferencias intelectuales y sociopolíticas. En general han subrayado que los argumentos
biológicamente deterministas conducen a políticas conservadoras justificadoras del
orden social existente y que, en casos extremos, puede llevar a intervenciones
biológico-médicas, cuyo control escapa, en la mayoría de las ocasiones, a sus
usuarios/as.
Esas y otras críticas a teorías concretas(24) han llevado a replantear la idea de que el
conocimiento en general, y el científico en particular, se caracteriza por su objetividad,
por su neutralidad, porque sus contenidos carecen de valores. Tradicionalmente se ha
afirmado que el método científico se distingue precisamente por la búsqueda
desinteresada de la verdad mediante la formulación de hipótesis que son contrastadas
después mediante técnicas muy elaboradas (experimentación y repetición de
experimentos controlados, uso de técnicas cuantitativas sofisticadas, crítica por parte de
la comunidad científica); el hecho de que esas hipótesis sean sometidas a muy diferentes
y numerosas pruebas hace que el producto final obtenido, el conocimiento científico, se
considere libre de errores, que se introducirían en él si no se dejaran fuera de su ámbito
factores tales como los sentimientos, los compromisos políticos o las preferencias
estéticas. Cuando se afirma que la ciencia está libre de valores se afirma que los valores
contextuales y los valores constitutivos o internos, son distintos e independientes entre
sí, a la vez que se mantiene que los valores contextuales no desempeñan ningún papel
en el funcionamiento interno de la investigación, esto es, en la observación,
experimentación, y en los razonamientos que permiten justificar una hipótesis o una
teoría. Pero, a no ser que se adopte el ‘punto de vista de Dios’, es difícil aceptar que lo
que sucedió en el pasado, no se volverá a repetir en el futuro y que lo que hoy es
‘ciencia buena’, conocimiento autorizado o certificado no vaya nunca a dejar de serlo.
Así, las críticas a teorías concretas que tienen que ver con el género y las mujeres y a los
procedimientos empleados para llegar a ellas han servido d base para cuestionar una
ciencia neutra y libre de valores, así como la naturaleza misma del conocimiento y el
poder que éste crea. Esas críticas, aun teniendo como eje común su compromiso
feminista, no constituyen un todo homogéneo. Por un lado, las empiristas feministas o
empiristas ingenuas mantienen que los sesgos sexistaso androcéntricos de las teorías
científicas se deben a que constituyen lo que se denomina ‘mala ciencia’, pero que si se
sigue el verdadero ‘método científico’ desaparecerán. Por su parte, las defensoras de la
epistemología ‘psicodinámica’ defienden la diferencia entre una ciencia hecha por
hombres y otra hecha por mujeres, dado el diferente aprendizaje que siguen unas y otras
desde la niñez. Las feministas del punto de vista, de orígen marxista, mantienen el
carácter socialmente situado del conocimiento: como las mujeres estás situadas en la
periferia o márgenes y puesto que el mundo está dominado por los varones, aquéllas
pueden ver lo que a ellos se les escapa desde su posición privilegiada; así, la objetividad
emanada del punto de vista feminista sería más fuerte o global que la objetividad
tradicional, parcial. El empirismo contextual, por su parte, define la noción de
objetividad a partir de un sujeto múltiple - la comunidad, en este caso, científica - no del
individuo (sea este el sujeto asexuado y no condicionado del cartesianismo o el
privilegiado del feminismo del punto de vista. Finalmente, la epistemología feminista
postmodernista mantienen que la ciencia es el resultado de una negociación, no una
empresa cuyo obejetivo o fin es la búsqueda de la verdad. Clarto que ese relativismo al
que se ve abocado está en franca y plena contradicción con el compromiso político de
todo feminismo.
Referencias Bibliográficas
ALIC, M. (1986): Hypatia’s heritage. Trad. Esp. El legado de Hipatia, Madrid, Siglo
XXI, 1992.
CAPLAN, A. L. (ed.) [1978]: The Sociobiological Debate, Nueva York, Harper & Row.
GOULD, S.J. (1981): La falsa medida del hombre, BarcelonaCrítica. Hay una nueva
edición aumentada el la colección Drakontos de la ed. Crítica, Barcelona, 1999.
HUBBARD, R. y M. LOWE (eds.) (1979): Genes and Gender II, Nueva York, Gordian
Press.
KELLER, E. FOX , Reflexions on Gender and Science, New haven, Yale Univ. Press,
1985. Hay trad. esp.Refleciones sobre ciencia y género, Valencia, Edicions Alfons El
Magnànim, 1989.
KOHLSTEDT, S.G. y LONGINO, H.E. (eds.) (1997): Women, Gender and Science.
New Directions, Osiris, Vol. 12.
KUHN, T.S. (1977): “Objectivity, Values and Theory Choice”, en The Essential
Tension, Chicago, The Chicago Univ. Press. Trad. Cast. La tensión esencial, México,
F.C.E., 1982.
LAQUEUR, T. [1990]; Making Sex, Cambridge, Mass., Harvard University Press. Trad.
esp. La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Valencia,
Cátedra.
LEWONTIN, R. C., ROSE, S. & KAMIN, L.J. [1984]: Not in our genes: Biology,
ideology and human nature, Nueva York, Pantheon. Trad. esp. No está en los genes.
Racismo, genética e ideología, Barcelona, Crítica, 1987.
LONGINO, H., Science as Social Knowledge, Princeton, Princeton Univ. Press, 1990.
LONGINO, H.E. y DOELL, R.[1983]: "Body, bias and behaviour", Signs, 9(2): 206-
227.
(2000) “And the winner is...algunas reflexiones que pueden llevar a una visión más
ajustada de la ciencia”, Endoxa,
Women Scientists in America. Before the Affirmative Action, 1940-1972. The John
Hopkins University Press, 1995.
SCHEICH, E. (1997): “Science, Politics and Morality: The Relationship of Lise Meitner
and Elisabeth Schiemann”, en S.G. Kohlstedt y H. E. Longino (eds.).
SCHIEBINGER, L.(1989), The Mind Has No Sex? Women in the Origins of Modern
Science. Cambridge, Mass/ Londres, Harvard University Press.
[1993]: Nature's Body: Gender in the Making of Modern Science, Boston, Beacon.
SONNERT, G. & G. HOLTON, (1995): Who Succeeds in Science?, New Brunswick,
N.J., Rutgers University Press.
TUANA, N., (1989): Feminism and Science, Bloomington, Indiana Univ. Press.
Notas
(1) Este trabajo ha sido posible, en parte, gracias a la financiación del MEC, a través del
proyecto de investigación PB98-0495-C08-02. Aunque he tratado estas cuestiones en
otros sitios, el contenido de éste debe mucho a las discusiones habidas con las
participantes del curso “Las mujeres en el siglo XX: ciencia y cultura”, que dirigí en la
Universidad Complutense de Madrid en 1999. Pero quiero dar las gracias especialmente
a Paloma Alcalá, Victoria Camps, Marta González, Arantxa Martín Santos, Marina
Subirats, Amelia Valcárcel y Teresa López de la Vieja. Ésta última me brindó la
posibilidad de exponer estas ideas en otro foro, al invitarme a participar en este curso
del que guardo un grato recuerdo.
(2)Es importante distinguir, en primer lugar, entre sexo y género, conceptos que se
utilizan para diferenciar las características biológicas de los seres humanos de las que
son social, cultural e históricamente aprendidos. Aunque hasta los años sesenta la mayor
parte de los estudiosos utilizaron de forma indistinta los términos sexo y género, Robert
Stoller y Anne Oakley introdujeron, de manera independiente, la siguiente distinción:
sexo refiere a características biofisiológicas como cromosomas, genitales externos,
gónadas, estados hormonales, etc.; género, en cambio, refiere a pautas de
comportamiento, social y culturalmente específicas, ya sean reales o normativas. El
problema estriba en que tradicionalmente se ha considerado que la mujer era
biogenéticamente incapaz para ciertas funciones - como el estudio o la ciencia - al
considerar que pautas o costumbres socioculturales eran genéticas.
(7)Jane Anger, Her protection for Woman, texto recogido en Ferguson, M. (Ed.) 1985,
págs. 58-73
(11) La literatura sobre los aspectos educativos en querelle des femmes es inmensa,
pero, véase, por ejemplo, G. Reynier, La femme au XVIIe Siècle, Tallandier, 1929 y P.
Darmon, Mythologie de la femme dans l’Ancienne France, Ed. Du Seuil, 1983 o P.
Phillips, 1990.
(12) Por supuesto, estas no fueron las únicas. En otras partes me he ocupado de otras de
este y otros períodos. Véase, por ejemplo, Pérez Sedeño (1998).
(13) Publicado en Londres, en 1696, fue reimpreso en Nueva York en 1970 por Source
Book Press.
(15)Véase, por ejemplo, Alic (1986), Ogilivie (1986), Noble (1992), Pérez Sedeño
(1994), Veglahn (1991), Oreskes (1997).
(16) Chritine de Pisan ya se dio cuenta de ello. En La ciudad de las damas mantiene que
las ‘artes’ desarrolladas por las mujeres, como la agricultura o el tejido habían
contribuido mucho más al desarrollo de la humanidad que las de los hombres,
fundamentalmente bélicas. Sobre la redefinición de la tecnología gracias al feminismo
véase, por ejemplo, Wajcman (1991) y Pérez Sedeño (1998).
(17)Rossiter (1997).
(18) Véase Pérez Sedeño (1995a) y (1995b). Aunque los datos que ahí aparecen son de
1993, el porcentaje apenas ha variado e, incluso hay áreas de conocimiento en nuestro
país donde no hay ninguna catedrática, ni ninguna emérita. Con respecto a los puestos
de responsabilidad, basta saber que sólo hay una rectora en todo nuestro país.
(23) La bibliografía al respecto es enorme: Por ejemplo, Bleier, 1979 y 1984, Caplan
[1978), Fausto-Sterling (1985), S. Jay Gould (1981), Jordanova (1990), Hubbard
(1990), (1992), Lewontin et al. (1984), Laqueur (1990), Longino (1990) cap. 6 y 7,
Longino y Doell (1983), Pérez Sedeño (1997b), (1998b), (1999), Ruse (1980), Sayers
(1982), Schiebinger (1989), (1993) o Tuana (1989), (1993).
(24) Para un panorama de esa críticas, véase, por ejemplo González García, M. y Pérez
Sedeño, E. (2000)
(25) Véase, por ejemplo, González García y Pérez Sedeño (2000), Pérez Sedeño (1996)
y (2000)