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EL QUIJOTE FRENTE A LA CRISIS DE LA NOVELA CONTEMPORÁNEA

Por Javier Garvich

Para nadie es un secreto que la novela clásica contemporánea está


sumida en una profunda crisis de la cual, en mi pesimista opinión, ya no
puede escapar con vida. Después de poco más de dos siglos de
existencia activa y progresiva preeminencia, tenemos ahora a un género
agotado en sus formas y afónico en sus discursos.

En los últimos veinte años hemos sido testigos de una regresión estilística que
ha abandonado cualquier experimentalismo e innovación para volver al clásico
formato decimonónico en una elipsis que dice mucho de los aires que soplan
en la cultura de este mundo globalizado. El narrador omnisciente, virtualmente
paternalista y casi misericordioso para con los lectores ha desplazado a la
pluralidad de voces y perspectivas para contar historias. Aquellos saltos
temporales que tan bien diseñaron Faulkner o el primer Vargas Llosa ahora
dan miedo siquiera imaginarlos. La parafernalia casi auditiva que imprimió Dos
Passos en sus novelas hoy parece casi de otro planeta. Los narradores
actuales parecen haber perpetrado un infame pacto con los lectores, en
función de darles historias sencillas, narradas sin complicaciones y
prescindiendo de cualquier sobreesfuerzo intelectual o estético. Ya nadie se
atreve a llenar el texto de galicismos, chinoiseries o latinajos (ni mucho menos
escribir páginas enteras en francés como alguna vez lo hizo Juan Goytisolo en
su genial Señas de identidad). Antes se le exigía al lector, hoy éste nos parece,
simplemente, un subnormal. Los premios y concursos son ahora juntas de
negocios entre agentes literarios y representantes de editoriales, dejando al
artista y al esteta como los grandes convidados de piedra en jurados atroces
cuyo dictamen solo es una parte más del mecanismo publicitario de editoriales
cada vez más fenicias. El mercado ha terminado tragándose a la novela.

El imperio audiovisual y el esplendor de la pangea multimedia han arrinconado


a la narrativa actual y les ha conminado a modificar su práctica: Hoy las
novelas parecen escribirse como anexos a los guiones cinematográficos o
televisivos. Incluso el mercado dictamina que primero se escriba el guión y
luego se le novele. El escritor de éxito fabrica sus personajes encarnándolos
de facto en estrellas de la pantalla, se adelanta a los realizadores imaginando
encuadres, contrapicados y hasta efectos especiales. No planteamos una
queja, al contrario: Creando mundos inverosímiles, personajes inéditos,
situaciones francamente sorprendentes, amén de todos los fuegos de artificio
audiovisual posibles (legendarios soundtracks incluidos) el guión se ha
manifestado literariamente más eficaz que la novela tradicional. ¿Cuánto
prometedor novelista ha terminado escribiendo sitcoms, jingles publicitarios,
películas oscarizadas o, simplemente, telenovelas?
Pero el mundo de la lectura ha cambiado y el público tradicional de la novela
también. Ya no hay tiempo ni para coger un libro. La privatización de la vida
ciudadana (lo que incluye, también, la educación superior) nos ha convertido
en individuos que tienen que negociar, cotidianamente y en situaciones de
indefensión, su supervivencia frente al mercado. El mundo de la cultura se ha
diluido frente al mundo del ocio en la disputa del tiempo libre. La nomenclatura
europea de Industria Cultural ha cedido paso al término yanqui equivalente del
Entertainment. Hoy se busca la poesía en la música pop de la misma manera
que uno busca en el cine, la televisión o el videojuego lo que antes daba la
novela clásica. ¿La gente se ha vuelto bruta ? Nada de eso, solo que ellos
buscan los caminos del arte en otras manifestaciones de la vida. Para
entender (y, sobretodo, disfrutar) a Schoenberg, Kandinski, Kolhaas o Böll se
necesitan notables inversiones en tiempo y recursos. Antes el Estado y las
instituciones participaban en esa colecta, hoy el individuo tiene que hacerlo
todo solo. Eso ha significado una chocante democratización del placer estético
contemporáneo que excluye la música sinfónica contemporánea o el ensayo
filosófico, pero que admite no sólo la fotografía o la decoración minimalista
sino también cosas como el go shopping, la fiesta del sábado noche o el pollo
asado con Inka Kola. Tiempo, tiempo ¿Cuánto tiempo nos queda, además del
par y pico de horas diarias de microbús, para devorarnos Cien años de
soledad, La montaña mágica o La guerra y la paz?

Tenemos, pues, a la novela contemporánea en estado catatónico, boicoteada


por sus propios mentores, huérfana de público, sometida al mercenarismo y
subsumida en las nuevas dinámicas culturales del siglo XXI. Estoy tentado
ahora mismo a entonar el réquiem por el género más querido de mi vida, el
género que me hizo mucho mejor persona, el género que me enseñó a amar, a
disfrutar y a combatir. Así que convoco a los dioses para la ceremonia y viene
El Quijote a proponernos un desafío, a cuadrarnos frente a las murallas y a los
molinos.

Cervantes escribió esa novela en la cárcel, con lo terrible que debían ser las
mazmorras del siglo XVII y eso dice mucho. Quizá el mejor arte, el arte que
necesitemos tenga que salir del sufrimiento, de las penalidades, del duro
interrogar a la vida desde el bando de los perdedores. Hasta hace unos años
se creía que la frivolidad podía producir arte. A lo mejor lo ha hecho. Pero hoy
la lógica de la trivialidad ha matado cualquier potencialidad trangresora o
vindicativa del arte en general y de la novela en particular. La novela huevera
o alpinchista que tanto se ha cultivado en los años noventa y cuyos epígonos
aún hoy se pasean por las calles letradas debe ser liquidada de un tajo.
Pisoteada por los cascos de Rocinante. Y punto.

Eso no significa convertir la novela en un género envarado y gruñón. El Quijote


nos dice lo contrario, el resplandor de la vida siempre nos convida al buen
humor, al guiño irónico, casi a la risa desalmada. Nadie se aburre leyendo al
Quijote ¿Por qué? Porque la novela está repleta de vida y, más aún, contada
ésta como una parodia inteligente de la condición humana. El Quijote no es
una novela humorística ni pedante, pero rezuma alegría y seriedad a partes
iguales. En el Quijote suceden palizas, humillaciones y hasta muertes, pero
eso no agria ni el estilo ni la intención del autor.
Cervantes escribió una novela plena de agresividad. Agresividad no entendida
como menester de buscarruidos o pendencieros, sino como ejercicio radical de
iniciativa en el oficio literario. Se escribe, entre otras cosas, contra algo.
Cervantes no sólo se mete con las novelas de caballería: cuestiona la presunta
superioridad de los artistas e intelectuales, pinta las dobleces de los individuos
con mucho más saña que Maquiavelo, es implacable al analizar cada uno de
los juegos eróticos y trampas del amor en la caemos todos los humanos de
generación en generación. Esa beligerancia latente se traduce en historias
vivas, con personajes contradictorios y finales redondos. ¿Dónde está la
agresividad en la novela contemporánea? Como no sea el gore manifiesto o
encubierto de la mejor/peor narrativa sensacionalista anglosajona, no vemos
esas ganas de irritar al poder, de excitar al prójimo, de patearle en las costillas
al lector. Del anecdotario de un pituco de La Molina nos podemos olvidar, del
Quijote enfrentando a los molinos de viento no nos olvidaremos nunca.

Imagínense una novela encabezada por poemas que los personajes de ficción
se dedican unos a otros. Imagínense una novela cuya narración esté salpicada
por epigramas, sonetos, cuentos de regular tamaño, discursos filosóficos y
chistes de sal gruesa. Imagínense una novela-río, donde el número de los
personajes llega con largueza a los tres dígitos. Novela de corte francamente
experimental, novela como sorprendente mezcla de géneros, novela entendida
como una nueva manera de contar las cosas. A que le suena a cosa moderna
¿no? Bueno, eso hizo Cervantes en pleno siglo XVII, cuando la Santa
Inquisición perseguía las innovaciones y la vida no valía nada frente a las iras
del poder. Aún así, Cervantes se atrevió a hacer creaciones arriesgadas y esa
osadía marca la diferencia. ¿Qué ha sido del riesgo en la narrativa
contemporánea? Esas malditas ganas de tentar la fama, de triunfar en el
mercado, de hacerse un nombre, han convertido a buena parte de los
escritores en criaturas cobardes, miedosas a experimentar, conformándose
con la pueril moda de turno.

¿Cómo es posible, entonces, que una novela escrita hace cuatrocientos años
sea hoy más moderna y más innovadora que medio centenar de los best-
sellers de hoy (incluyendo a nuestro eterno candidato patrio al Nobel)?

Esta ucronía es cierta porque, en mi opinión, la novela se muere. No es ser


agorero, es constatar lo que es una realidad histórica: Los géneros artísticos
nacen y mueren, llegan a ser fenómenos de masas y luego terminan como
prácticas marginales. La inevitable híperelitización de la poesía es un perfecto
ejemplo: Cómo dijimos líneas arriba, la gente hoy busca la poesía en la música
pop, las parejas se cortejan con emoticones y lenguaje SMS por internet, la
afirmación individual se manifiesta hoy en tatuajes o en piercings. La poesía es
ahora un arte ejercido por poetas, pero sólo para poetas. A la novela, temo yo,
le sucederá lo mismo. Pero no pasa nada, señores. Sea, fue bonito mientras
duró.

Es cierto que este nuevo siglo ignora al Quijote, marginándolo al desván de las
obligaciones colegiales. Es cierto que las nuevas generaciones manejan un
castellano inferior al que se hablaba hace un par de siglos, es cierto que
soplan malos aires para la república de las letras. Pero no es necesario caer
en la hora undécima del pesimismo. Todos nosotros podemos percibir signos
de vida en el quehacer diario de la gente y en el ronronear de los artistas.
La capacidad de creación del ser humano no tiene límites. El arte siempre
busca sus propios caminos. El guión para la pequeña o la gran pantalla, el
videoclip, la conversión de la publicidad en un virtual noveno arte, el relato por
entregas en la prensa (género muy en boga en los países desarrollados
cuando se acercan las vacaciones o las navidades), el auge del cuento en la
ciudad letrada, la proliferación del weblog y el blogspot -donde se cruzan el
cuento, el diario personal y la columna de opinión- entre la comunidad de los
internautas....en fin, son ejemplos que no nos hemos vuelto tan idiotas, que no
hemos dejado de disfrutar el arte. Normal. Son propuestas de narratividad
corta, osada, irónica, agresiva.

El Quijote sigue cabalgando entre nosotros, lo hace en las ondas, en los tubos
catódicos y en el ciberespacio. Cabalga con los artistas que izan la bandera de
la rebeldía y las ganas de crear, que defienden su libertad y su independencia,
que no se someten al Santo Oficio financiero o mediático, que quieren
contarnos una historia sobre nosotros mismos, que persiguen un lenguaje aún
por descubrir, aún por disfrutar, en medio de nuestra postmoderna feria de
vanidades. Que buscan sus molinos de viento. Y con entusiasmo.

Lima, Marzo 2005

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