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Enric Berenguer
De entrada lo que pienso es que hay en este título propuesto una tensión entre
lo social y el amor, que voy a tratar de desarrollar desde mi punto de vista. Porque,
tal como el título lo plantea, se apreciaría una diferencia. Es decir, el amor no es
situado en el mismo terreno que lo social, al menos no del todo. Ahora bien, esto
supone un problema de entrada, porque tanto lo social como el amor son
realidades muy complejas. ¿Cómo definirlas? Lo social en tanto que objeto de la
sociología puede tener una definición más precisa, porque se trata del objeto de
una disciplina, pero desde luego no hay término más polisémico. Y en cuanto al
amor, realmente es muy difícil definirlo, no sé si alguna vez ustedes se han
planteado esa tarea. Yo sí y les puedo asegurar que es muy difícil. Hace años, en
Barcelona, elegí este tema porque me parecía que había, detrás de un término
aparentemente unívoco, una serie de cuestiones muy distintas y diversas que se
podían decir desde el psicoanálisis. Les aseguro que en un año no nos aburrimos y
que hubo materia para trabajar todos esos meses.
Ahora bien, planteemos la cuestión desde el punto de vista del psicoanálisis.
Me parece que podemos remitir esta tensión entre el amor y lo social, en primera
instancia, a una dificultad muy sencilla que el propio Freud plantea en un texto
suyo, tardío: El malestar en la cultura. Allí dice que de hecho hay una dificultad
con las instituciones de la cultura, en la medida que toda una serie de fenómenos
relacionados con la vida erótica parecen estar en oposición a tales instituciones.
Así, en un primer nivel, el propio Freud reconoce una oposición, una tensión entre
el eros y la cultura, esto si tomamos el texto El malestar en la cultura.
Ahora bien, vemos que esta teoría de Freud, que plantea una continuidad
entre los fenómenos de tipo amoroso y los fenómenos sociales, se basa en un
concepto preciso: el concepto de identificación. Entonces, la pregunta que nos
debemos plantear, pasando ahora más precisamente al problema de definición del
amor. ¿Es el amor un concepto que se pueda definir exclusivamente en términos
de identificación? Porque si llegamos a la conclusión de que el amor es
simplemente el amor de lo igual, no habría nada que añadir al texto de Freud
Psicología de las masas y análisis del yo, y concluiríamos que no tiene sentido el
título planteado por mi colega Vicens. No se podría decir lo social salvo el amor,
porque de alguna manera lo social no sería sino una extensión del dominio del
amor.
Pero Freud plantea otra posibilidad en ese mismo texto, lo que él llama con un
término alemán, Anlehnung, que quiere decir “apoyo”. Dice: no solamente amamos
aquello que es igual a nosotros, o que es como lo que fuimos, sino que también
amamos a aquellas personas en las que nos apoyamos, que nos aportan algún
tipo de apoyo de una importancia vital para nosotros, y pone como ejemplo el
amor que sentiría el niño por su madre, en la que la satisfacción de pulsiones de
autoconservación sería primordial. Es decir, existiría un tipo de amor no basado
en la identificación sino en eso que él llama el “apoyo”. Entonces, digamos, la
teoría freudiana del amor nos permite estudiarlo en los términos del narcisismo,
aunque se abre a otra modalidad que no nos resulta del todo clara ni convincente.
En todo caso, vemos que eso tiene algo de limitado, porque hay toda una serie de
cuestiones relativas a la vida amorosa que así no quedan completamente
explicadas. Esto es vital para nosotros, en la medida en que justamente nos
interesa saber si hay algún tipo de amor que pueda salir del postulado del amor de
lo mismo, cuestión importante, en la medida que nos interesa poder dar cuenta,
por ejemplo, del amor entre los sexos. Poder reducir el amor entre un hombre y
una mujer a un amor de tipo narcisista... bueno, esperemos que no sea del todo
posible, si bien admitimos que sobre el amor siempre pesa cierta sospecha de
narcisismo. En todo caso, tenemos la impresión de que el amor debe de ir más allá
de este plano.
Entonces, ¿cómo conciliar estas intuiciones de Freud con lo que es la
impresión de que hay un elemento en el amor que merecería ser llamado el amor
del Otro, el amor de lo distinto? Y esto justificaría, por otra parte, que no
incluyéramos al amor, sin más, en el apartado general de las relaciones sociales.
Dejo abierta esta pregunta y ahora voy a tomar algunos elementos de la teoría
freudiana para poder avanzar luego un poco más. En última instancia, detrás de
esta pregunta de Freud sobre el amor y lo social hay la idea de una oposición
fundamental, una antinomia que él describe con dos términos que constituyen lo
que llamó su segunda tópica. Freud llamaba “tópicas” a aquellos modelos que él
aportaba para entender lo que sería la estructura del aparato psíquico. Y en la
parte final de su obra plantea una oposición fundamental entre el “ello” y el “yo”.
Si leemos el texto de referencia, que se titula El yo y el ello, vemos que de alguna
forma lo que se plantea es la idea de que hay un conflicto inherente al ser humano
y que el aparato psíquico está construido en torno a la lucha entre principios
aparentemente opuestos. Para Freud lo pulsional es algo que en sí mismo incluye
un conflicto insoluble, que condiciona al hombre. Describe una relación muy
compleja entre estos dos elementos constitutivos del aparato psíquico, el yo y el
ello. ##
¿En qué consiste laa antinomia descrita por Freud? Digamos que toda la
disquisición que hace Freud sobre esta cuestión, se resume en una frase que por
su ambigüedad ha permitido muchas interpretaciones, una frase que voy a citar
en alemán: Wo Es war, soll Ich werden. Una lectura de esta frase sería: donde ello
era, debe advenir el yo, que es como lo leyó la Ego Psychology. Pero también se
puede leer así: donde ello era, yo debo advenir, o sea con “yo” como pronombre
personal, no como nombre de una instancia. Esta frase es importante, porque
Lacan le da el estatuto de una especie de exigencia ética, como una máxima.
Podemos traducirlo de esta manera: lo pulsional forma parte de lo más ajeno, de lo
más conflictivo para nosotros. Es algo que habita al sujeto a su pesar, y sin
embargo, no se puede desprender de ello, incluso tiene que hacerse cargo. O sea:
una forma de leer esta frase de Freud es que lo pulsional, con toda su carga
conflictiva, a pesar de que es percibido en gran parte como algo ajeno por parte
del sujeto – de ahí el nombre que Freud le pone: ello – es algo frente a lo cual el
sujeto no puede permanecer indiferente, tiene que hacer algo con eso, en el
sentido de lo ineludible y también de la responsalidad.
Lacan usa, para referirse a toda una gama de fenómenos relacionados con lo
pulsional en Freud, el término de goce; el goce es el nombre lacaniano de la
pulsión. De hecho no se reduce a la pulsión, es un concepto más amplio, pero
traduce fundamentalmente toda una serie de tesis freudianas sobre la pulsión. Lo
que encontramos en Lacan es que, en efecto, tal y como lo plantea Freud en El
malestar en la cultura, hay una lado de lo pulsional, del goce, que es
absolutamente autoerótico, incluso podríamos decir incluso autista. Y,
consecuencia, se opone a todo vínculo; en ese sentido el goce es
fundamentalmente asocial. Por ejemplo, Lacan desarrolla la idea de que el núcleo
de los síntomas es un goce autoerótico y que, por lo tanto, introduce en el sujeto
algo que hace fracasar todo intento de relación.
Pero por otra parte, vemos que en un seminario tardío como en el Seminario
XX, Encore –Traducido como Aún-, se introduce una idea paradójica y es que hay
algo en relación del sujeto con el goce que adquiere la forma de una alteridad, la
cual sería la vía de entrada a una forma del amor, más electivamente relacionada
con el sujeto en posición femenina. Vemos entonces una formalización del goce
como algo que tiene dos caras distintas, que en algunos puntos se oponen, dando
lugar a desarrollos distintos en la vida amorosa. Es decir, podríamos plantear que
lo autoerótico del goce avendría más fácilmente, en el amor, con la posición
narcisista. No es que se trate de una equivalencia automática, ni mucho menos,
sino de una cierta concordancia.
Por el contrario, tal como plantea Lacan en el seminario Aún, vemos que
justamente la otredad del goce implica para algunos sujetos, particularmente los
sujetos en posición femenina, la apertura a lo más radical del Otro en una relación
amorosa. Entonces, a partir de este seminario XX, Encore, vemos en qué sentido
podríamos oponer el amor a lo social. Vamos a tratar algo más a qué podemos
llamar lo social en psicoanálisis y luego veremos el amor.
De ahí que para Lacan no haya sociedad que no se defina por una serie de
cosas compartidas dentro del marco del discurso, pero no sólo se trata de
compartir identificaciones de la modalidad del ideal, sino de determinadas formas
de gozar. Entonces, resumiendo: no sólo el goce no es siempre incompatible sino
que es constitutivo de lo social: “Dime de qué gozáis juntos y os diré qué sociedad
componéis”. Ésta es la idea. Y está ahí, aunque suele estar latente en los
discursos que constituyen el campo de lo social por la inclusión de ciertas
modalidades de goce compartido, así como por la exclusión de otras, claro. Por
ejemplo en la noción de cultura se incluyen cosas como la cocina, junto a toda
una serie de cuestiones, que sin caer en la idea de una psicología colectiva,
podemos entender como las formas en que el discurso trata de situar,
circunscribir, manejar, una cierta forma de goce.
Tres años después del Seminario XVII, que es cuando Lacan produce su
definición de lo social, vemos que se introduce una definición del amor que es
opuesta a lo social, en la medida que tiene como fundamento la subjetivación de
aquello del goce que no pasa por la identificación. ¿Se entiende esta oposición? Es
decir: en el Seminario XVII Lacan da una definición de lo social que tiene en
cuenta cómo el discurso domestica una parte de goce. Y tres años más tarde,
construye una teoría del amor que demuestra que hay algo del goce que no pasa
nunca por la domesticación discursiva, y el amor es una de las formas
fundamentales, aunque no la única, de tratarlo, de hacer con ello. Es cuando
Lacan plantea distintas posiciones del sujeto con respecto a la subjetivación de ese
goce que es Otro; lo que va a plantear es que el sujeto en posición masculina –no
quiere decir que sean todos los hombres, eso es algo que Lacan define como
posiciones–, tiende a abordar ese goce marcado por una alteridad radical, tratando
de reducirlo al tipo de uno que es el objeto. Mientras que el sujeto en posición
femenina queda definido como aquel que, frente a la alteridad radical del goce, no
trata de reducirlo, sino que lo subjetiva en su misma radicalidad en la experiencia
del amor. Lo cual desemboca en cierta dimensión de “sin límite” en el amor, que se
abre a la posibilidad del estrago, por ejemplo.
En ese sentido, vemos que para Lacan la cuestión de la diferencia sexual pasa,
de ser algo situado en el plano imaginario, como una diferencia anatómica, a
situarse en un plano más fundamental, como distintas formas de subjetivación de
lo sexual, de lo que Freud llamó “la realidad sexual”. Ahora bien, ¿por qué tiene
importancia destacar esto? Me parece que, de entrada, una de las cuestiones que
nos interesan es poder situar precisamente los límites que supone la subjetivación
de la alteridad del goce en el lazo social y cuáles son los síntomas que eso
produce.
¿Por qué el amor entonces? ¿Por qué el amor tendría ese privilegio, por qué el
amor permitiría subjetivar eso del goce que es refractario a otras formas de
operar? En realidad cuando Lacan plantea esto en el Seminario Encore no deja de
ser irónico, porque no deja de plantearse lo que tiene de ficticio la manera en que
el goce, como Otro, se introduce en la relación amorosa. Se pregunta Lacan, bien
irónicamente, por qué es tan importante en el amor sexual que el cuerpo del
partenaire goce. Es irónico, pero por otra parte es muy cierto, porque tratándose
de la necesidad de subjetivar el goce como Otro, lo que ocurre es que uno no
puede tener la experiencia de un goce del otro, en realidad, de lo único que
podemos tener la experiencia directa es del goce es de nuestro propio cuerpo. Sin
embargo, en el amor sexual –precisamente– hay un intento de abordar lo Otro del
goce a partir de la convicción de que el cuerpo del otro también goza. Digo
convicción porque ¿quién sabe si el otro goza en realidad? ¿Lo saben ustedes?
Plantea Lacan que lo único que uno sabe es que el cuerpo del partenaire se agita,
y si el cuerpo del otro se agita como el mío, me convenzo de que goza como el mío.
Como se puede ver inmediatamente, esto da a la cuestión de las apariencias una
gran importancia en la forma de vivir y de hacer con el goce. Es lo que da lugar a
todo un desarrollo sobre el papel de los semblantes.
Y es verdad, si todo eso tiene que pasar por las apariencias, no parece mucho.
Pero Lacan considera que esto precisamente, que sería tan frágil, es una de las
pocas vías para subjetivar lo Otro del goce. ¿Por qué esto es importante? Es
importante porque la no subjetivación de esa radical alteridad del goce puede
conducir al sujeto a una vía completamente opuesta, la de identificarse hasta el
extremo con su goce autoerótico, en lo que en verdad es una confusión mucho
peor. Digo confusión mucho peor, porque puede partir de la decepción, de la
denuncia de que la forma de encarnar al Otro en el amor es un puro semblante...
pero para instaurar el engaño alternativo de que sí habría un acceso a un goce
real de acuerdo con una modalidad autoerótica.
En ese sentido podríamos decir que el extremo opuesto de la operación sobre el
goce que encontramos en el amor, se ve en las adicciones; vemos que hay toda
una serie de operaciones, de síntomas, que tienen que ver con eso, con el intento
por parte del sujeto de reducir el goce a términos que excluyan su alteridad
radical, en un intento desesperado de domesticación. La adicción es una manera
de identificarse con el goce como autoerótico. Por supuesto, siempre fracasa, es
una mentira por muchos esfuerzos que haga el sujeto para creérsela.
Por supuesto, una lectura fácil sería decir: “Bueno, en realidad el amante se
equivoca y el adicto tiene razón”. Es cierto que Freud habla con cierta ironía de
que el amor constituye en gran medida una experiencia narcisista. Hay algo de
esta posición en Freud, que denuncia el amor como un semblante que cubre,
incluso con la apariencia de la generosidad, lo que puede ser un egoísmo
narcisista. Podemos traducir esto a Lacan diciendo: es verdad, no hay experiencia
del otro como Otro, en realidad de lo único que hay experiencia de disfrutar es del
goce de uno. Entonces de alguna forma podríamos acabar –creo que es una mala
lectura de Lacan– diciendo que la verdad la tiene el cínico, que es quien dice: qué
importa el amor si al fin y al cabo solamente podemos gozar del cuerpo. Sin
embargo hay ahí una confusión que me parece fundamental y que quizá es la que
merece un estudio más detallado de la enseñanza de Lacan sobre este punto. Pues
de lo contrario habría una lectura cínica de Lacan, un Lacan cínico que, en cierto
modom acabaría diciendo que no Otro, pero de lo que sí podemos estar seguros es
que hay un goce pulsional autoerótico. Y el matiz está en la seguridad, la certeza.
Porque sin duda el goce es autoerótico, pero el sujeto no puede extraer de él
ninguna certeza que no esté mediada por el fantasma, no hay pasaje directo del
goce a la subjetividad. De modo que un premisa del cinismo falla.
Sin embargo, me parece que una lectura ---- de lo que está en juego nos lleva a
la conclusión de que si el cínico tiene la razón o que si el adicto tiene razón es
porque de hecho en la relación del superyó con el goce hay en juego una alteridad
radical que justamente no se puede subjetivar en los términos del --- y de la
misma forma que yo he dicho que hay síntomas en lo social que se traducen en la
imposibilidad de reducir el goce a lo uno, he dicho el síntoma de la segregación,
pienso que en la vida amorosa también hay un síntoma del intento de reducir el
goce a lo uno y los síntomas de reducción del goce a lo uno en la vida amorosa son
los que vemos en toda la gama de sujetos que van desde la adicción a distintas
formas de perversión, pasando por la figura fundamental del cínico. Creo que la
vía del cinismo es una vía no libre de síntomas y que es exactamente igual, que
ese intento de reducción hace síntomas graves en lo social, síntomas que muchas
veces van hasta el asesinato del otro como distinto, en el campo de la vida
amorosa ese intento de reducción de lo otro del goce de lo uno tiene efectos muy
destructivos en el sujeto. Así que yo terminaría con esta frase diciendo que más
allá de toda la propaganda del capitalismo que de alguna manera promete la
domesticación del goce, tratar de identificarse con el goce es algo mortífero.
Quiero terminar aquí sugiriendo una lectura de la última teoría pulsional de
Freud eros y tánatos pulsión de vida y pulsión de muerte. Al contrario de lo que
diría Freud, creo que con Lacan no hay dos pulsiones distintas, no hay una
pulsión de vida y una pulsión de muerte. Con la pulsión se puede vivir o se puede
morir, pero es la misma. De lo que se trata es de la elección del sujeto, de cómo
hace el sujeto para subjetivar lo Otro de la pulsión. Lo que Freud llama Eros tiene
que ver con subjetivar lo Otro del goce pasando de alguna manera por el otro,
haciéndolo Otro. Por eso dice Freud que Eros une, mientras que Tánatos divide,
separa.
Es decir, Lacan demuestra que pasar por el Otro es una forma, quizá la única
de subjetivar, aquello del goce que habita al sujeto pero que se le escapa, que no
puede dominar. Lo que Freud llamó pulsión de muerte en realidad es también una
forma de subjetivación de lo Otro de la pulsión, pero como un goce que no pasa
por el Otro –de ahí el cinismo– o que si pasa por él lo hace de un modo destructivo
–y de ahí la violencia. Para los que quieran leer más, hay un Seminario de Lacan
muy importante, el XVI, que se llama De un otro al otro, donde vemos que se pone
la primera piedra para plantear esta idea, que es una vuelta sobre algo de la teoría
pulsional en Freud.