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Según la teología de la Iglesia Católica Romana, los santos son aquellos que
tras la muerte, están en el cielo con Cristo y que han sido reconocidos por la
Iglesia por su noble virtud y santidad. La profesión de fe tridentina declara que
los santos deben ser invocados cómo intercesores ante Dios, y que sus reliquias
e imágenes, deben ser veneradas.
Pero ¿Está de acuerdo con las Escrituras el hecho de orar a los “santos”
para que hagan de intercesores ante Dios?
Jesús dijo a sus seguidores: “Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás
en los cielos…” (Mateo 6:9) Las oraciones deben por tanto, dirigirse al Padre. Y
también dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie llega al Padre si
no es por medio de de mí.” (Juan 14:6). Con estas palabras, Jesús descartó
la idea de que cualquier otro, hombre o mujer, pudiera desempeñar la
función de mediador ante Dios.
En armonía con esto, el apóstol Pablo escribe a los discípulos: “…por nosotros
Intercede Jesús Cristo, que murió, pero sobre todo, que fue despertado de
entre los muertos y está a la diestra de Dios”. (Romanos 8:34) Porque “…
cómo vive para siempre, está en situación de proporcionar una salvación
definitiva a los que se acercan a Dios por medio suyo, intercediendo en su
favor”. (Hebreos 7:25) “Esto es una cosa buena y grata al Dios que nos ha
salvado, y que desea que todos los hombres sean salvados, llegando a
conocer con exactitud, la verdad de que para Dios solo hay un mediador
entre los hombres y él, el hombre Jesús Cristo, que al llegar el tiempo
establecido se dio a sí mismo en rescate por todos”. (1Timoteo 2:3-6)
The New Catholic Encyclopedia (1967, tomo XII, págs. 234, 235) dice lo
siguiente: “…es inútil buscar en el Antiguo Testamento una justificación al culto
de las reliquias; tampoco se presta mucha atención a las reliquias en el Nuevo
Testamento… el “padre” de la Iglesia Orígenes, consideró esta práctica cómo
una señal pagana de respeto a un objeto material”.
La Ley que Dios entregó a Moisés, declaraba en primer lugar y antes que
ninguna otra cosa: “No tendrás otras deidades junto a mí. No te harás
ninguna escultura ni una imagen de lo que hay arriba en los cielos, (de
Dios, de los ángeles, de Cristo…) de lo que hay abajo en la tierra (de cualquier
persona, santa o no, muerta o no) y de lo que hay en las aguas debajo de la
tierra y no te postrarás ante ellas ni les darás culto…” (Éxodo 20:3-5) Este es
el segundo de los Diez Mandamientos grabados en las tablas de piedra, unos
mandamientos que constituyen principios ineludibles para los que desean
hacer la voluntad de Dios, y nótese que la prohibición se refiere al hecho de
hacerse imágenes y arrodillarse o postrarse ante ellas.
Cuando Moisés puso por escrito las leyes recibidas del espíritu santo, insistió en
el rechazo de Dios a cualquier tipo de culto a cualquier clase de imagen,
redactando: “No os hagáis esculturas, ni pongáis imágenes o estelas, ni
coloquéis en vuestra tierra piedras grabadas para postraros ante ellas, porque yo
soy Yahveh vuestro Dios”. (Levitico 26:1)
Nunca debían pues, erigir ninguna tipo de imagen para que la gente se inclinara
ante ella y venerándola, le rindiese culto. Ciertamente que en los cielos estaban
los santos ángeles de Dios; ciertamente que Moisés fue el santo profeta que a
través de muchos milagros, sacó por mandato de Dios, al pueblo de Israel de
Egipto; ciertamente que Dios estaba en los cielos y cuidaba del pueblo de Israel;
pero jamás y por ningún motivo, debía el pueblo de Dios hacerse cualquier
imagen para venerar y dar culto a través de ella, a cualquiera de los que moran
en los cielos, puesto que en el momento en que esto sucede, la escultura o
imagen se transforma en un objeto de idolatría y por tanto, en un ídolo.
El Nuevo Pacto o Testamento mediado por Jesús, no ha cambiado estas cosas.
Por este motivo, el apóstol Juan repite en el Nuevo Testamento: “Hijitos,
guardaos de los ídolos”. (1Juan 5:21)
¿Cómo considera Dios todas las imágenes que son objeto de culto y
veneración?
Aunque la Ley de Israel fue abolida cuando, cumpliéndola, Cristo dio paso a la
ley de la fe, el punto de vista de Dios reflejado en el criterio de la Ley, no ha
cambiado; no ha cambiado con respecto al robo y al asesinato, no ha cambiado
con respecto al honor debido a padre y madre, no ha cambiado con respecto a la
fornicación ni ha cambiado tampoco con respecto a la veneración de imágenes,
sean cuales sean los destinatarios del culto que estas reciben.
Así pues, las palabras que inspiradas por el espíritu de Dios a los profetas están
hoy en día vigentes.
Por ejemplo, el profeta Isaías escribió hace unos dos mil seiscientos años: “Un
artesano de la madera… planta para él un pino que la lluvia hace crecer y que
sirve a los hombres para la lumbre… lo toma y se calienta, hace unas brasas y
cuece su alimento… se talla una imagen y se arrodilla ante ella. La mitad la
ha quemado en el fuego; con su mitad, ha comido carne, ha cocinado el asado,
se ha saciado y también se ha calentado… Entonces hace con lo que le ha
sobrado un divino; se arrodilla y venera a su imagen tallada, y le ora
diciendo: “¡Sálvame, porque tú eres mi dios!” a pesar de que ni sabe ni
entiende, sus ojos están pintados, no ven ni siente su corazón.
Sin embargo, él no se vuelve, no acierta en su corazón y no alcanza a decirse:
“He quemado su mitad para el fuego y además, he cocinado alimento sobre
sus brasas; he asado carne y la he comido ¿Haré pues una abominación
con lo que sobra, me arrodillaré ante un trozo de madera?” (Isaías 44:13-19)
Y también el apóstol Pablo escribe a los discípulos que los hombres se han
hecho torpes de entendimiento, “sustituyendo la gloria del Dios incorruptible
por imágenes semejantes al hombre mortal…” (Romanos 1:23)
Es importante tener todo esto en cuenta y escuchar el consejo del apóstol Pablo,
que animó a los seguidores de Jesús a “…caminar por fe, no por vista…”
(2Corintios 5:7) Y que en un discurso en el Areópago de Atenas, ante aquellos
que estaban acostumbrados al culto de las imágenes, afirmó: “Puesto que
somos linaje de Dios, no debemos imaginar que la divinidad se asemeje al oro,
la plata o a la piedra hábilmente trabajada según un concepto humano”.
(Hechos 17:29) Porque, cómo dice Pablo, para nosotros “hay un solo Señor
(Cristo); una sola fe (su enseñanza); un solo bautismo (el que se hace en el
nombre de nuestro Redentor) y un solo Dios que es el Padre de todos, que
está por encima todos y que obra a favor de todos y en todos”. (Efesios 4:4-
6)