Sei sulla pagina 1di 8

La Promesa y El destino del Hombre ¿Cielo o tierra?

1 Dice el relato del Génesis, que en el principio Dios advirtió al hombre de que
para conservar la vida, no debía traspasar su mandato en cuanto al fruto del
árbol del conocimiento del bien y del mal; pero el hombre y la mujer
desobedecieron, instigados por la persona que Juan identifica cómo “…la
antigua serpiente, el que es llamado Diablo y Satanás, y que está
engañando a la humanidad entera…” (Apocalipsis 12:9) porque por boca de
una serpiente, desautorizó las palabras del Creador, cuando “…dijo a la mujer:
‘¡De ningún modo moriréis! Bien sabe Dios que en el día en que comáis de él
se os abrirán los ojos y os haréis cómo Dios…” (Génesis 3:4-5) Y
verdaderamente, ni el hombre ni su mujer murieron inmediatamente, ni Dios los
ejecutó, pero al haberse apartado voluntariamente de la fuente de la vida,
envejecieron y murieron, legando a su descendencia una muerte que no formaba
parte del propósito de Dios para el hombre.

2 Desde entonces existen muchas creencias religiosas, que en armonía con las
palabras de aquella antigua serpiente, sostienen que la muerte del cuerpo, no es
en realidad el final de la vida, ya que el destino de todos los hombres es
abandonar su cuerpo mortal, para alcanzar una vida feliz en una dimensión
espiritual. También los fieles de la Cristiandad comparten básicamente esta
creencia, porque poniendo fe en la promesa del adversario de Dios, esperan
seguir viviendo tras la muerte, convencidos de poseer un ‘alma’ inmortal. Pero si
esto fuese así ¿Qué sentido tendría la vida del hombre en la tierra? ¿Es tal vez
este maravilloso planeta lleno de vida, solamente un lugar de paso, que ante la
aparente indiferencia de su Creador, es devastado por una humanidad sufriente,
que vive en la injusticia y soporta el hambre, las enfermedades y el dolor,
mientras aguarda la muerte, esperando, en el mejor de los casos, una vida
justa en los cielos? Aunque expuesto así parece absurdo, esta es la esperanza
de tantísimas personas que dicen conocer y atribuir autoridad a las Escrituras.
Ahora bien, si investigamos en ellas, hallaremos que: “…los vivos saben que han
de morir, pero los muertos no saben nada ni para ellos hay paga alguna, su
memoria se perdió...”, (Eclesiastés 9 :5) por esto, “Cualquier cosa que desees
hacer, hazla con toda tu energía, porque no existen obras, ni razones, ni
ciencia, ni sabiduría, en el sheol (el sepulcro) a donde vas”. (Eclesiastés 9:
10)

3 Dice el apóstol Pablo: “Igual que por causa del primer hombre el pecado
entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte se extendió a todos los
hombres porque todos heredaron el pecado”. (Romanos 5:12) La muerte es
pues resultado del pecado, y este hecho nos hace comprender que Dios no
había creado al hombre para que envejeciendo, muriese, cómo ha ocurrido
desde entonces; él lo había hecho para vivir y permanecer en la tierra, igual que
había creado a los ángeles para vivir y permanecer en los cielos, y el propósito
de Dios es inmutable, cómo se dice en las Escrituras, donde leemos que el
espíritu de Dios declara por medio de Isaías: “Tal cómo bajan del cielo la lluvia y
la nieve y no vuelven allí hasta haber regado la tierra, haciendo germinar y
crecer las plantas, y dando la simiente y el pan para comer al sembrador, sucede
con la palabra que sale de mí; pues no regresará a mí sin resultado, y
cumpliendo lo que yo quiero, el designio mío que me hizo enviarla,
triunfará”; (Isaías 55:10-11) y: “Así dice Yahúh, el creador de los cielos. Él es el
Dios que hizo la tierra y le dio forma. No la fundó para que estuviese vacía; la
creó y la formó para que fuese habitada…” (Isaías 45: 18-19) Efectivamente,
Dios expresó su designio para la vida del hombre, diciendo: “…Hagamos al
hombre a nuestra imagen (la imagen moral), que sean semejantes a nosotros,
y tengan autoridad sobre los peces del mar, las aves de los cielos, y los
animales...” y luego, “…dijo Dios: Sed fructíferos y multiplicaros, llenad la
tierra y dominadla...” (Génesis 1: 26-28) Por este motivo dice el salmo, que “…
los cielos, pertenecen al SEÑOR, pero él ha entregado la tierra a los hijos del
hombre”, (Salmos 115:16) de modo que fuese para siempre habitada, gozada,
cuidada y administrada por ellos.

4 Desconociendo el propósito de Dios, es difícil, si no imposible para el hombre,


pensar que fue hecho para vivir y no para morir; sin embargo Dios nunca ha
cambiado su designio inicial, y aunque los hombres dejan de existir por causa de
la muerte que heredaron de Adán, verdaderamente, la humanidad “…no fue
sometida a la futilidad por voluntad propia, si no por la culpa de aquel que
transgredió”, (Romanos 8:20) y para remediar este hecho, el Creador concibió
desde el principio, una redención que pusiese de nuevo la vida a su alcance.
Esta salvación fue ya anunciada en Edén, a través de las palabras que Dios
dirigió al que mintiendo, había incitado al hombre a desafiar su autoridad, pues le
dijo: “…pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu progenie y la suya; él te
aplastará la cabeza y tu le herirás en el talón”. (Génesis 3:14-15) Esta
declaración inicia la serie de profecías que hablan del desarrollo y triunfo de su
designio, constituyendo lo que en las Escrituras se denomina ‘el secreto sagrado
de Dios; un secreto que ninguno había llegado a discernir hasta que fue revelado
a través de Cristo y de sus discípulos. Por esto Pablo escribe que Dios le ha
concedido “…el privilegio de proclamar entre las naciones el inconmensurable
tesoro de la buena nueva del Cristo” para desvelar “ante todos cómo se
administra el secreto sagrado, que desde un pasado remoto estaba
escondido en el Dios que creó todas las cosas, para que ahora, por medio
de la congregación, se dé a conocer a los gobernantes y a las autoridades en
los lugares celestes”. (Efesios 3: 8-10)

5 Puesto que todos los hombres mueren y no poseen un alma inmortal, la


esperanza verdadera y la única que las Escrituras declaran cómo cierta es la
resurrección que Dios promete. El levantará de la muerte a los hombres con el
mismo poder “que manifestó al despertar a Cristo de entre los muertos, para
sentarlo a su diestra en los lugares celestes”; (Efesios 1:20) y cómo desde la
antigüedad, había manifestado a través de sus profetas, “…eliminará la muerte
para siempre… el SEÑOR Yahúh enjugará las lágrimas de todo rostro...” (Isaías
25:8) y “...aquellos de espíritu apacible poseerán la tierra y gozarán de una
gran paz”. (Salmo 37:11) En el libro de Daniel, leemos que un ángel le dice:
“Llegarás a tu fin y reposarás, para recibir tu recompensa al final de los días”.
(Daniel 12:13) Pues aunque cuando el hombre muere, sus pensamientos
perecen y ya no vive ni en la tierra ni en el cielo ni en ningún otro lugar, el
propósito de Dios es levantarlo de la muerte mediante la resurrección.
Confirmando esto, Jesús dijo a sus discípulos: “...he descendido del cielo, no
para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la
voluntad del que me envió, la del Padre, que ninguno de los que él me ha dado
se pierda, y que yo los resucite en el último día. Porque la voluntad del que
me ha enviado es que todo aquel que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día”. (Juan 6: 38-40) Por este motivo, y ante la
dificultad que tenían algunos discípulos para creer en la resurrección, Pablo
escribió a la congregación de Corinto: “Ahora bien, si se predica que Cristo ha
sido resucitado de entre los muertos ¿Como es que algunos de vosotros decís
que no hay resurrección de los muertos? Puesto que si no existe la
resurrección de los muertos ¡Tampoco ha sido resucitado Cristo! Y si Cristo no
ha sido resucitado, nuestra predicación y nuestra fe no tienen sentido.”
(1Corintios 15: 12-14)
6 Así pues, Dios ha dispuesto volver los hombres a la vida para que, bajo su
bendición, habiten, gocen y cuiden de la tierra que desde el principio preparó
para ellos; por esto Jesús enseñó a sus seguidores, que debían pedir al Padre:
“…haz que venga tu reino y tu voluntad se haga, igual que en el cielo,
también en la tierra…” ( Mateo 6:10) El gobierno del reino de Dios que
restablecerá a la humanidad de acuerdo con su voluntad, no estará a cargo de
los ángeles, porque dice Pablo, que Dios ”…no somete a los ángeles la futura
tierra habitada de la que nosotros hablamos”; (Hebreos 2:5) él lo ha encargado
a su hijo primogénito, que renunciando a su vida en los cielos y naciendo cómo
hombre, llevó a cabo su designio de redención y recibió de Dios la soberanía,
cómo se había profetizado en el salmo que Pablo cita, “…‘le has hecho un poco
inferior a los ángeles y coronándole de gloria y de honor, has sometido todas
las cosas bajo sus pies’…” (Hebreos 2:7, y Salmos 8:5) Dios sujeta pues la
futura tierra habitada que se predica en la buena nueva, a Cristo. Y sin embargo,
Cristo había hablado a sus discípulos del final de este mundo, asegurándoles:
“El cielo y la tierra pasarán…” (Mateo 24:29-35) y también Pedro escribe: “…el
Día del SEÑOR se presentará cómo un ladrón, y entonces, los cielos pasarán
con un estruendo y los elementos, intensamente calientes, se disolverán,
mientras que la tierra y todo lo que hay en ella se consumirá…” (2Pedro 3:10)
Además, Juan describe en su relato del Apocalipsis, la destrucción que los siete
ángeles traen sobre la tierra habitada. (Apocalipsis 16:1-20)

7 Ahora bien, tanto Jesús cómo Pedro, comparan esta destrucción de la tierra,
con la que sucedió en tiempos del diluvio, porque dicen: “Igual que en los días
de Noé, ocurrirá con la llegada del Hijo del hombre…”, (Mateo 24:37-39) pues
“…por la palabra de Dios, en la antigüedad fueron constituidos unos cielos, y
una tierra que surgió del agua y que estaba rodeada de agua, y por orden de la
misma palabra, aquel mundo de entonces fue destruido por el agua del
diluvio. Pues bien, por la misma palabra, los cielos y la tierra actuales están
destinados al fuego y reservados para el Día del juicio y de la destrucción de
los impíos...” (2Pedro 3:1-7) Notemos que Pedro emplea la palabra ‘tierra’ para
designar a la ‘sociedad humana impía’ que la habita; esto nos da a entender
que la ‘destrucción de la tierra’ no es la destrucción del planeta, si no la de la
sociedad humana que vive en él, igual que sucedió en los días del diluvio. En
aquel tiempo la tierra, o sea el planeta, sufrió grandes cambios pero no
desapareció y además, hubo ocho personas, Noé y todos los suyos, que por la
misericordia de Dios, sobrevivieron a la catástrofe. Pero si la ‘destrucción de la
tierra’ se refiere a la sociedad humana ¿Cuál es el significado de la destrucción
de ‘los cielos’?

8 Cuando los habitantes de la tierra levantan la vista, sobre ellos ven los cielos, y
por mucho que subiendo, se alejen en el espacio, los cielos siempre están por
encima de los hombres. Por esto, en las Escrituras se aplica el término ‘cielos’ a
una autoridad o un gobierno que está sobre los hombres; en armonía con esto,
Pablo dice que los cielos actuales de la humanidad, o sea, las fuerzas que la
inspiran e impulsan desde su inicio, están constituidas por “…los gobiernos, las
autoridades y los gobernantes cósmicos de estas tinieblas ...” que él llama “las
fuerzas espirituales malvadas que habitan las regiones celestes”, (Efesios
6 :11-12) Confirmando sus palabras, también Juan escribe que “…todo el
mundo está bajo el poder del Maligno…” (1Juan 5:19) y con estas cosas en
mente, podemos comprender mejor el sentido del relato del evangelio de Mateo,
cuando explica que el diablo, llevando a Jesús “…hasta una altura, le mostró en
un instante todos los reinos de la tierra”, y le dijo “yo te daré el poder y la gloria
de estos reinos, puesto que a mí me ha sido entregada y se la doy a quien yo
quiero”. (Mateo 4 :5-6) Por tanto, el Maligno y las demás ‘fuerzas espirituales
malvadas’, están sobre la humanidad con autoridad y constituyen los cielos que
serán destruidos para siempre en el Día del SEÑOR, para ser sustituidos por
unos cielos fieles a Dios; unos cielos bajo el gobierno de su Primogénito.

9 De él dice Pablo: “Este Hijo es el reflejo del esplendor de su gloria; es la


imagen de su personalidad, y sostiene todas las cosas por el poder que le ha
sido otorgado. Porque después de haber cumplido con la purificación de
los pecados mediante el sacrificio de expiación, se ha sentado a la diestra de
la Majestad divina en el más alto de los cielos, y ha adquirido una naturaleza
tan superior a la de los ángeles, cuanto mayor es su responsabilidad en la
posición que le ha sido otorgada… del Hijo se dice (en las Escrituras): “¡Oh
divino! Tu trono es por los siglos de los siglos y el cetro de tu reino es un
cetro de rectitud. Tú has amado la justicia y odiado la ilegalidad, por esto
¡Oh divino! has sido ungido con el óleo del ritual sobre tus compañeros, por
tu Dios”. (Hebreos 1:3-9, Salmos 45:6) Su fidelidad ha conducido los designios
de Dios a su cumplimiento, y ha desacreditado a las “autoridades” de los ‘cielos
malvados’, dejándolas expuestas “a la vergüenza pública”, (Colosenses 2:15)
porque para redimir a los hijos de Adán, quiso nacer cómo hombre, y “…aunque
era hijo, aprendió la obediencia por las cosas que sufrió, pero después de haber
sido hecho perfecto, llegó a ser el agente de la salvación eterna para todos
los que le obedecen…” (Hebreos 5:8-9) Por esto Dios le ha otorgado la
soberanía sobre la humanidad, de modo que cuando su Padre lo establezca,
gobernara sobre la tierra, sustituyendo junto con aquellos que constituyan su
cuerpo, a los ‘cielos’ actuales por unos ‘nuevos cielos’, que actuarán en
beneficio de la humanidad.

10 En relación a estas cosas, Pedro escribió a los discípulos: “...nosotros


estamos esperando unos nuevos cielos y una nueva tierra según su promesa,
que alberguen la justicia”, (2Pedro 3:13) pero ya unos 700 años antes del
nacimiento de Jesús, Isaías había escrito: “El SEÑOR dice: ‘¡Mira! Voy a crear
unos cielos nuevos y una tierra nueva, y las cosas anteriores no serán
recordados ni acudirán al corazón, pues los que crearé, traerán para siempre
alegría y regocijo, y haré de Jerusalén (los nuevos cielos) ‘Regocijo’ y de su
pueblo (la nueva tierra) ‘Alegría’, y yo me regocijaré por Jerusalén y me alegraré
por mi pueblo, y jamás se oirán allí ni lloros ni lamentos”. (Isaías 65 :17-19)
Muchos años más tarde, el apóstol Juan ratifica sus palabras, escribiendo: “...vi
un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el cielo anterior y la tierra anterior
habían desaparecido y el mar ya no existía.” (Apocalipsis 21 :1) (La palabra
‘thalassa’, que literalmente quiere decir ‘el mar’, se emplea además para
describir a la humanidad en rebeldía, como podemos ver Isaías 57 :20 y
Apocalipsis 17 :15) “…y vi cómo Dios hacía descender del cielo a la ciudad
santa, la nueva Jerusalén, adornada como una novia para su esposo. Entonces
oí una voz potente que provenía del cielo, y dijo: “La tienda de Dios (la nueva
Jerusalén que constituye el templo espiritual de Dios edificado por ‘piedras
vivas’, cuya piedra angular es Cristo. 1Pedro 2 :4-5) está con la humanidad y
permanecerá con ella, porque ellos serán su pueblo. Dios mismo intervendrá
en su favor y enjugará toda lágrima de sus ojos, ya no habrá muerte, ni duelo, ni
llanto ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado”. Y prosigue diciendo,
“Aquel que se sienta en el trono me dijo: “¡Mira! hago nuevas todas las cosas”
y continuó: “Escribe, porque estas palabras son fieles y veraces”.
(Apocalipsis 21:1-5)

11 Los ‘nuevos cielos’ representan pues al gobierno del Cristo, así cómo la
‘nueva tierra’ representa a la sociedad humana bendecida por Dios, que habitará
la tierra según la promesa que Abraham, Isaac, Jacob y todos “los profetas, los
puros, y los humildes o poderosos que han mostrado respeto por el nombre del
SEÑOR”, (Apocalipsis 11 :18) esperaban, y que gracias a la redención de
Jesús, volverán a la vida cómo hijos suyos. En armonía con esto, un salmo
dirigido a Cristo, que hace referencia a estos hombres fieles de la antigüedad,
dice: “En vez de tus antepasados, serán tus hijos, y los harás príncipes en
toda la tierra”. (Salmo 45 :15) Sin embargo, en cuanto a los beneficios de la
promesa recibida, escribe Pablo: “Todos ellos recibieron testimonios de su fe,
pero no podían alcanzar el cumplimiento de la promesa hasta que nosotros
obtuviésemos aquella de naturaleza superior, que desde el principio nos
había sido establecida por Dios”. (Hebreos 11:39-40) Refiriéndose a este
requisito, Jesús dijo del encargo de su primo Juan, el precursor: “Os digo que
entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan, y sin embargo,
el más pequeño del Reino de Dios, mayor es que él”. (Lucas 7:28)

12 ¿Existen pues dos promesas? verdaderamente la promesa es una sola para


todos los hombres Puesto que cómo dice Pablo “hay un solo cuerpo y un solo
espíritu, y habéis sido llamados a una única esperanza, porque hay un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios que es el Padre de todos,
que está por encima todos y que obra a favor de todos y en todos”. (Efesios 4:4-
6) Los hombres mantienen la misma esperanza: alcanzar una vida sin muerte
y gozar de una bendición eterna bajo el gobierno de Cristo, pero lo mismo
que a sus ángeles, Dios no da a todos los hombres un mismo puesto ni un
mismo encargo; por esto, según las Escrituras, la prometida resurrección del
hombre originará dos naturalezas y destinos diferentes, relacionados con la
responsabilidad que Dios haya asignado a cada uno. Pablo da cuenta de estos
dos modos, diciendo: “Cristo ha resucitado de entre los muertos cómo primicia
de los que duermen en la muerte, porque si la muerte llegó por medio de un
hombre, la resurrección llega también por medio de un hombre, para que del
mismo modo que todos mueren por la culpa de Adán, vuelvan todos a la vida por
medio de Cristo, aunque cada uno de acuerdo con el orden establecido:
Cristo cómo primicia, más tarde, cuando él vuelva, aquellos que
pertenecen al Cristo, y después todos los demás”. (1Corintios 15: 20-23)

13 Es voluntad de Dios que aquellos que bajo Cristo, integran su cuerpo o


equipo, trabajen bajo su dirección para que de acuerdo con su propósito, la tierra
recobre su condición primitiva, y cuando aquellos hombres fieles de la
antigüedad, con todos los que han hecho cosas buenas, sean levantados, se
hallen en el paraíso prometido. Pablo escribe que la Ley contenía una “…sombra
de las realidades celestes”, (Hebreos 8:5) por esto, cuando por mediación de
Moisés, Dios concertó con su pueblo el Pacto de la Ley, le dijo: “los levitas son
míos, porque mío es todo primogénito…” (Números 3:11-13) Con esto eligió
proféticamente a la tribu de Leví para representar a sus primogénitos, que por
pertenecerle, no podían poseer una heredad en la tierra cómo el resto de su
pueblo, y se dedicaban por completo al sacerdocio y al cuidado de la salud y del
bienestar del pueblo de Dios. Aquellos primogénitos del Pacto Antiguo,
prefiguraron a los primogénitos tomados de todas las etnias, tribus, pueblos y
lenguas, que forman el nuevo pueblo de Dios, por haber concertado mediante la
fe en Cristo, un Nuevo Pacto con él, “…convalidado, no mediante el documento
escrito, si no mediante el espíritu”, (2Corintios 3:6) Ellos no poseerán una
heredad en la tierra, tendrán una resurrección cómo la de Cristo y junto con él,
cuidarán de la humanidad resucitada que constituirá el pueblo de Dios. Por esto
dice Pablo a los que aceptan esta llamada: “…os habéis acercado al monte Sión,
a la ciudad del Dios viviente que es la Jerusalén celeste, a la entera asamblea
de miríadas de ángeles, a la congregación de los primogénitos inscrita en
los cielos…” (Hebreos 12: 22) y Pedro exhorta a sus hermanos, diciendo: “…
vosotros, sois una descendencia elegida, un sacerdocio real, una nación santa,
un pueblo que Dios ha adquirido para sí, con el fin de que proclaméis las
virtudes de aquel que os ha llamado desde las tinieblas a su maravillosa luz”.
(1Pedro 2:9)

14 Pablo, que también esperaba alcanzar esta primera resurrección, explica:


“Está escrito que el primer Adán fue hecho alma viviente, mientras que el último
Adán, un espíritu dador de vida. Así que el espiritual no fue el primero, lo fue el
físico y luego el espiritual, porque el primer hombre fue extraído de la tierra y es
terrestre, en cambio el segundo vino del cielo; por esto, tal cómo fue el
terrestre serán los terrestres y tal cómo es el celeste, serán también los
celestes. Nosotros (los pertenecientes al Cristo) hemos llevado la imagen del
terrestre y también llevaremos la imagen del celeste”. (1Corintios 15:45-49)
Habrá pues quienes resuciten para disfrutar una vida sin enfermedades, sin
penas ni muerte, en una tierra restaurada y bendecida por Dios, y quienes
tengan una resurrección semejante a la Cristo, para cuidar con amor del
bienestar y la felicidad de la humanidad. Jesús dijo para estos hermanos
menores suyos: “No temáis pequeño rebaño, porque la voluntad de vuestro
Padre es entregaros el reino. Vended pues vuestros bienes y donadlos con
liberalidad; adquirid bolsas que no se gastan: un tesoro inagotable en los
cielos, donde no llega el ladrón ni consume la polilla, puesto que donde
esté vuestro tesoro, está también vuestro corazón…” y les advirtió “…
permaneced con el cuerpo ceñido y las lámparas encendidas, cómo los que
esperan para abrirle a su patrón cuando llama al volver de sus bodas; pues
felices son los servidores que el patrón encuentra a la espera cuando llega,
en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y él mismo les
servirá”. (Lucas 12:32-37)
Por esto, si es verdad que cómo dice Pablo, este encargo puede ser
considerado cómo de naturaleza superior, tengamos presente que Jesús había
dicho a sus apóstoles: “Los reyes de las naciones ejercen sobre ellas su señorío
y los que tienen autoridad, son llamados Benefactores; pero no así vosotros,
porque el mayor de entre vosotros será cómo el más joven y el que
gobierna cómo el que sirve. Pues ¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el
que sirve? ¿No lo es el que está a la mesa? Pero yo estoy entre vosotros
cómo el que sirve”. (Lucas 22:25-27)

15 Estos servidores que esperan el retorno de su amo, representan a “...aquellos


que él (Dios) ha llamado según su propósito”, y “que desde el principio ha
reconocido y ha designado para ser modelados a semejanza de su Hijo, para
que él sea el primogénito de muchos hermanos”. (Romanos 8:28-29) Su
llamada “…no depende ni del que lo desea ni del que se ofrece, si no de la
misericordia de Dios”, (Romanos 9:15-16) pues él es quien asigna una
responsabilidad apropiada a cada persona. Refiriéndose a estos hermanos
suyos, Jesús había dicho a sus discípulos: “…muchos son los llamados, pero
pocos los escogidos”, (Mateo 22:14) porque solamente son aquellos a quienes
Jesús dice: “…vosotros sois los que habéis permanecido conmigo durante
mis pruebas, y yo preparo para vosotros lo que mi Padre ha preparado para mí:
un reino; para que en mi reino comáis y bebáis en mi mesa, y os sentéis sobre
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”. (Lucas 22:28-30) La cualidad
que todos estos hermanos de Cristo tienen en común, es haber respondido a la
llamada de Dios, poniendo sus cosas personales en segundo lugar. No han sido
por tanto elegidos por su erudición, su inteligencia o sus habilidades, ya que
cómo Pablo escribe, “Dios ha escogido lo que en el mundo se considera
absurdo, para confundir a los sabios y lo que en el mundo se considera débil
para confundir a los poderosos. Y Dios ha elegido las cosas que para el mundo
no cuentan ni tienen valor, para reducir a la nada las consideradas valiosas. De
esta manera ninguno puede jactarse ante él, porque es él quien os ha unido
a Cristo, que por obra de Dios, es para nosotros sabiduría, justificación,
santificación y redención”. (1Corintios 1:27-29)

16 Hablando a sus queridos discípulos filipenses de la primera resurrección,


Pablo les confía: “…puesto que he llegado a conocer a Cristo y la potencia de su
resurrección, si participo en sus sufrimientos y en una muerte semejante a la
suya, espero alcanzar una resurrección de los muertos también semejante
a la suya. Aunque esto no significa, hermanos, que ya la haya conseguido o que
haya sido hecho perfecto, estoy esforzándome en obtener aquello para lo
que Cristo me ha elegido y cuando pienso que aún no lo he obtenido, olvido
las cosas del pasado y prosigo hacia la meta, proyectándome hacia el futuro
para conseguir el premio que Dios nos llama a recibir allí arriba, junto a
Jesús Cristo”. (Filipenses 3: 10-14) Y exhorta a todos los que comparten con él
esta esperanza, a ser agradecidos y percibir el amor que el Creador ha mostrado
por los descendientes de Adán, aún antes de que naciesen, escribiendo: “Sean
dadas las gracias al Dios de nuestro Señor Jesús Cristo, porque nos ha
favorecido bondadosamente con el privilegio de poder acceder a los lugares
espirituales celestes, junto a Cristo, cómo lo había establecido antes de la
fundación del mundo, y puesto que nos ha predestinado a ser adoptados cómo
hijos suyos, para que según su amoroso propósito, podamos presentarnos ante
él puros y sin mácula, ha dispuesto concedernos el generoso don de la
redención de nuestros pecados mediante la sangre de su amado Jesús Cristo”.
(Efesios 1:3-6)

17 El apóstol Juan que en la visión recibida de parte de Jesús, vio la conclusión


del designio de Dios para el hombre en el Día del SEÑOR, escribe: “…vi
sentados sobre sus tronos a los que habían recibido el encargo de juzgar; vi a
los que fueron decapitados por dar testimonio de Jesús y por causa de la
palabra de Dios… Habían regresado a la vida para reinar con Cristo durante
mil años. Esta es la primera resurrección, porque el resto de los muertos no
regresa a la vida hasta que hayan transcurrido los mil años. Felices y santos
son los que obtienen la primera resurrección, pues sobre ellos no tiene poder la
segunda muerte; ellos serán sacerdotes de Dios y reinarán los mil años
junto a Cristo”. (Apocalipsis 20: 4-6) Formar parte del cuerpo de Cristo está
pues reservado a los discípulos de Jesús, que ofrecen un testimonio verdadero
de la buena nueva de Dios; en armonía con esto, el apóstol refiere haber
escuchado una multitud de voces que cantaban un nuevo canto de alabanza al
Cordero de Dios, y decían: “…fuiste sacrificado y con tu sangre rescataste para
Dios a personas de toda tribu, lengua, pueblo y nación, haciendo de ellos reyes
y sacerdotes de nuestro Dios, para que reinen sobre la tierra”. (Apocalipsis 5:
9-10)

18 Avanzando en su descripción de los acontecimientos del Día del SEÑOR,


Juan descubre quienes son los cantores y cual es su canción, y dice: “…Vi a
personas tomadas de todas las etnias, tribus, pueblos y lenguas, una multitud
grande que no se podía contar, en pie delante del trono y del Cordero, vistiendo
largas ropas blancas y con ramas de palma en la mano. En voz alta declararon:
‘La salvación se la debemos a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al
Cordero’…” (Apocalipsis 7:9-10) “…y vi al Cordero en pié sobre el Monte Sión,
estaban con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban escrito sobre sus
frentes su propio nombre y el nombre de su Padre. Y oí un coro que procedía
del cielo; podía equipararse al fragor de una cascada o al potente rugido del
trueno, e iba acompañado por un sonido cómo el que se produce cuando
muchos tañedores hacen sonar sus arpas. Eran los ciento cuarenta y cuatro mil,
cantando una canción nueva… Nadie podía aprender esta canción, solamente
los ciento cuarenta y cuatro mil que han sido rescatados de la tierra y siguen al
Cordero dondequiera que vaya, pues han sido adquiridos de la humanidad
cómo primicias para Dios y para el Cordero…” (Apocalipsis 14:1-4)

19 La canción que ellos cantan, da gloria a Dios y vindica su nombre y su


propósito, un propósito ocultado y desacreditado por sus opositores. Sin
embargo, estos hermanos de Cristo han buscado su enseñanza y han
permanecido en ella sin dar crédito a la de hombres que rechazan la verdad para
falsificar con astucia la buena nueva, (2Corintios 4:2) de manera que, cómo
dice el ángel a Juan, “…su boca no ha proferido mentiras, son irreprensibles”.
(Apocalipsis 14:5) Sus palabras congregarán a muchos y “…acudirán a
Jerusalén pueblos numerosos y naciones poderosas, para buscar a Yahúh de las
multitudes y para aplacar su semblante. Y esto es lo que dice Yahúh de las
multitudes: ‘En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas de las naciones
asirán por la orla del manto a un judío (un adorador verdadero, un hermano e
Cristo) diciendo: ‘Queremos ir con vosotros, porque hemos comprendido que con
vosotros está Dios’.” (Zacarías 8:22-23)

20 El destino del hombre está pues en la tierra vinculada con el cielo, y también
en el cielo vinculado con la tierra, porque bajo el reinado de Cristo, cielo y tierra
compartirán para siempre un mismo espíritu, y “…el que desee ser bendecido en
la tierra, lo será por el Dios de la verdad y el que en la tierra jure, jurará por el
Dios de la verdad; las angustias anteriores no serán recordadas y no subirán al
corazón… y mis favorecidos podrán disfrutar de la obra de sus manos… yo les
responderé y les escucharé antes de que clamen a mí, mientras aún estén
hablando…” (Isaías 65: 16,22,24) “…y en aquel día dirán: ¡Mirad! Este es
nuestro Dios Yahúh, pusimos en el nuestra confianza y él nos ha salvado;
alegrémonos y disfrutemos de su salvación”. (Isaías 25:9)

21 Sin embargo, solamente podemos contemplar el maravilloso destino que Dios


ha reservado a todos los hombres que aman la bondad y la justicia, mediante “la
fe basada en la esperanza de vida eterna, que fue prometida desde la
antigüedad por el Dios que no puede mentir”, y que mediante el mensaje de
la buena nueva, “se nos ha revelado en el tiempo señalado para nuestra
salvación”. (Tito 1:1-3) Por esto, cómo hijos de Abraham mediante la fe,
mostremos su misma actitud, pues “…él, delante del Dios de su fe, el Dios que
vuelve a dar vida a los muertos y que se refiere a las cosas que no existen
cómo si existiesen, mantuvo la esperanza contra toda razón de esperar”,
(Romanos 4:17) confiemos cómo hizo él, en la palabra de Dios, considerando
que “…todas las cosas que se escribieron, fueron escritas para nuestra
instrucción, para que por medio de la perseverancia, y por el consuelo que
proviene de las Escrituras, podamos mantener la esperanza”. (Romanos 15:4)
“De esta manera podremos vivir… con sabiduría, justicia y lealtad, mientras
estamos esperando que nuestra bendita esperanza se realice, y nuestro excelso
y divino salvador Jesús Cristo se manifieste en la gloria. Puesto que él se
entregó por nosotros, para rescatarnos de nuestra condición pecaminosa y
constituir un pueblo que le pertenezca, y sea puro y diligente en obras
buenas”. (Tito 2:12-14)

Potrebbero piacerti anche