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1 Dice el relato del Génesis, que en el principio Dios advirtió al hombre de que
para conservar la vida, no debía traspasar su mandato en cuanto al fruto del
árbol del conocimiento del bien y del mal; pero el hombre y la mujer
desobedecieron, instigados por la persona que Juan identifica cómo “…la
antigua serpiente, el que es llamado Diablo y Satanás, y que está
engañando a la humanidad entera…” (Apocalipsis 12:9) porque por boca de
una serpiente, desautorizó las palabras del Creador, cuando “…dijo a la mujer:
‘¡De ningún modo moriréis! Bien sabe Dios que en el día en que comáis de él
se os abrirán los ojos y os haréis cómo Dios…” (Génesis 3:4-5) Y
verdaderamente, ni el hombre ni su mujer murieron inmediatamente, ni Dios los
ejecutó, pero al haberse apartado voluntariamente de la fuente de la vida,
envejecieron y murieron, legando a su descendencia una muerte que no formaba
parte del propósito de Dios para el hombre.
2 Desde entonces existen muchas creencias religiosas, que en armonía con las
palabras de aquella antigua serpiente, sostienen que la muerte del cuerpo, no es
en realidad el final de la vida, ya que el destino de todos los hombres es
abandonar su cuerpo mortal, para alcanzar una vida feliz en una dimensión
espiritual. También los fieles de la Cristiandad comparten básicamente esta
creencia, porque poniendo fe en la promesa del adversario de Dios, esperan
seguir viviendo tras la muerte, convencidos de poseer un ‘alma’ inmortal. Pero si
esto fuese así ¿Qué sentido tendría la vida del hombre en la tierra? ¿Es tal vez
este maravilloso planeta lleno de vida, solamente un lugar de paso, que ante la
aparente indiferencia de su Creador, es devastado por una humanidad sufriente,
que vive en la injusticia y soporta el hambre, las enfermedades y el dolor,
mientras aguarda la muerte, esperando, en el mejor de los casos, una vida
justa en los cielos? Aunque expuesto así parece absurdo, esta es la esperanza
de tantísimas personas que dicen conocer y atribuir autoridad a las Escrituras.
Ahora bien, si investigamos en ellas, hallaremos que: “…los vivos saben que han
de morir, pero los muertos no saben nada ni para ellos hay paga alguna, su
memoria se perdió...”, (Eclesiastés 9 :5) por esto, “Cualquier cosa que desees
hacer, hazla con toda tu energía, porque no existen obras, ni razones, ni
ciencia, ni sabiduría, en el sheol (el sepulcro) a donde vas”. (Eclesiastés 9:
10)
3 Dice el apóstol Pablo: “Igual que por causa del primer hombre el pecado
entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte se extendió a todos los
hombres porque todos heredaron el pecado”. (Romanos 5:12) La muerte es
pues resultado del pecado, y este hecho nos hace comprender que Dios no
había creado al hombre para que envejeciendo, muriese, cómo ha ocurrido
desde entonces; él lo había hecho para vivir y permanecer en la tierra, igual que
había creado a los ángeles para vivir y permanecer en los cielos, y el propósito
de Dios es inmutable, cómo se dice en las Escrituras, donde leemos que el
espíritu de Dios declara por medio de Isaías: “Tal cómo bajan del cielo la lluvia y
la nieve y no vuelven allí hasta haber regado la tierra, haciendo germinar y
crecer las plantas, y dando la simiente y el pan para comer al sembrador, sucede
con la palabra que sale de mí; pues no regresará a mí sin resultado, y
cumpliendo lo que yo quiero, el designio mío que me hizo enviarla,
triunfará”; (Isaías 55:10-11) y: “Así dice Yahúh, el creador de los cielos. Él es el
Dios que hizo la tierra y le dio forma. No la fundó para que estuviese vacía; la
creó y la formó para que fuese habitada…” (Isaías 45: 18-19) Efectivamente,
Dios expresó su designio para la vida del hombre, diciendo: “…Hagamos al
hombre a nuestra imagen (la imagen moral), que sean semejantes a nosotros,
y tengan autoridad sobre los peces del mar, las aves de los cielos, y los
animales...” y luego, “…dijo Dios: Sed fructíferos y multiplicaros, llenad la
tierra y dominadla...” (Génesis 1: 26-28) Por este motivo dice el salmo, que “…
los cielos, pertenecen al SEÑOR, pero él ha entregado la tierra a los hijos del
hombre”, (Salmos 115:16) de modo que fuese para siempre habitada, gozada,
cuidada y administrada por ellos.
7 Ahora bien, tanto Jesús cómo Pedro, comparan esta destrucción de la tierra,
con la que sucedió en tiempos del diluvio, porque dicen: “Igual que en los días
de Noé, ocurrirá con la llegada del Hijo del hombre…”, (Mateo 24:37-39) pues
“…por la palabra de Dios, en la antigüedad fueron constituidos unos cielos, y
una tierra que surgió del agua y que estaba rodeada de agua, y por orden de la
misma palabra, aquel mundo de entonces fue destruido por el agua del
diluvio. Pues bien, por la misma palabra, los cielos y la tierra actuales están
destinados al fuego y reservados para el Día del juicio y de la destrucción de
los impíos...” (2Pedro 3:1-7) Notemos que Pedro emplea la palabra ‘tierra’ para
designar a la ‘sociedad humana impía’ que la habita; esto nos da a entender
que la ‘destrucción de la tierra’ no es la destrucción del planeta, si no la de la
sociedad humana que vive en él, igual que sucedió en los días del diluvio. En
aquel tiempo la tierra, o sea el planeta, sufrió grandes cambios pero no
desapareció y además, hubo ocho personas, Noé y todos los suyos, que por la
misericordia de Dios, sobrevivieron a la catástrofe. Pero si la ‘destrucción de la
tierra’ se refiere a la sociedad humana ¿Cuál es el significado de la destrucción
de ‘los cielos’?
8 Cuando los habitantes de la tierra levantan la vista, sobre ellos ven los cielos, y
por mucho que subiendo, se alejen en el espacio, los cielos siempre están por
encima de los hombres. Por esto, en las Escrituras se aplica el término ‘cielos’ a
una autoridad o un gobierno que está sobre los hombres; en armonía con esto,
Pablo dice que los cielos actuales de la humanidad, o sea, las fuerzas que la
inspiran e impulsan desde su inicio, están constituidas por “…los gobiernos, las
autoridades y los gobernantes cósmicos de estas tinieblas ...” que él llama “las
fuerzas espirituales malvadas que habitan las regiones celestes”, (Efesios
6 :11-12) Confirmando sus palabras, también Juan escribe que “…todo el
mundo está bajo el poder del Maligno…” (1Juan 5:19) y con estas cosas en
mente, podemos comprender mejor el sentido del relato del evangelio de Mateo,
cuando explica que el diablo, llevando a Jesús “…hasta una altura, le mostró en
un instante todos los reinos de la tierra”, y le dijo “yo te daré el poder y la gloria
de estos reinos, puesto que a mí me ha sido entregada y se la doy a quien yo
quiero”. (Mateo 4 :5-6) Por tanto, el Maligno y las demás ‘fuerzas espirituales
malvadas’, están sobre la humanidad con autoridad y constituyen los cielos que
serán destruidos para siempre en el Día del SEÑOR, para ser sustituidos por
unos cielos fieles a Dios; unos cielos bajo el gobierno de su Primogénito.
11 Los ‘nuevos cielos’ representan pues al gobierno del Cristo, así cómo la
‘nueva tierra’ representa a la sociedad humana bendecida por Dios, que habitará
la tierra según la promesa que Abraham, Isaac, Jacob y todos “los profetas, los
puros, y los humildes o poderosos que han mostrado respeto por el nombre del
SEÑOR”, (Apocalipsis 11 :18) esperaban, y que gracias a la redención de
Jesús, volverán a la vida cómo hijos suyos. En armonía con esto, un salmo
dirigido a Cristo, que hace referencia a estos hombres fieles de la antigüedad,
dice: “En vez de tus antepasados, serán tus hijos, y los harás príncipes en
toda la tierra”. (Salmo 45 :15) Sin embargo, en cuanto a los beneficios de la
promesa recibida, escribe Pablo: “Todos ellos recibieron testimonios de su fe,
pero no podían alcanzar el cumplimiento de la promesa hasta que nosotros
obtuviésemos aquella de naturaleza superior, que desde el principio nos
había sido establecida por Dios”. (Hebreos 11:39-40) Refiriéndose a este
requisito, Jesús dijo del encargo de su primo Juan, el precursor: “Os digo que
entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan, y sin embargo,
el más pequeño del Reino de Dios, mayor es que él”. (Lucas 7:28)
20 El destino del hombre está pues en la tierra vinculada con el cielo, y también
en el cielo vinculado con la tierra, porque bajo el reinado de Cristo, cielo y tierra
compartirán para siempre un mismo espíritu, y “…el que desee ser bendecido en
la tierra, lo será por el Dios de la verdad y el que en la tierra jure, jurará por el
Dios de la verdad; las angustias anteriores no serán recordadas y no subirán al
corazón… y mis favorecidos podrán disfrutar de la obra de sus manos… yo les
responderé y les escucharé antes de que clamen a mí, mientras aún estén
hablando…” (Isaías 65: 16,22,24) “…y en aquel día dirán: ¡Mirad! Este es
nuestro Dios Yahúh, pusimos en el nuestra confianza y él nos ha salvado;
alegrémonos y disfrutemos de su salvación”. (Isaías 25:9)