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Luego de la venida de las tres hijas de la gran Madre Santa Teresa, y una vez
establecido el Monasterio, se realizaron reformas en el templo y claustros, y
luego del terremoto de 1655 las obras de reparación debieron agudizar el
estado económico, con lo cual se llegaron a realizar el retablo mayor y altares
laterales, creemos que paralelo a estas obras de ensambladores del retablo
mayor y otros en los claustros, tambien debe ser contemporáneo el interior del
coro bajo, especificamente el retablo que preside dicho recinto.
Este Monasterio, que tiene el orgullo de ser la casa madre de otros muchos
que se han establecido en diversas ciudades del Nuevo Mundo, vió partir en
1652, a la entonces primera Priora madre María de San Agustín, y fundadora
del cenobio de Lima acompañada de otras dos religiosas hacia Quito - Ecuador
- esta fundación promovida al igual que el de Lima por el Señor Ugarte y
Saravia. Conocedora la priora de las necesidades por las que atravesaba este
recinto que la vió crecer espiritualmente, ya una vez establecidos hacia 1653
en el Monasterio del Señor San José creemos con justa razón que envió como
un modo de agradecimiento y gran estima hacia la Casa matriz, y conocedores
del extraordinario arte que se realizaba por aquellos años en dicha ciudad, una
imagen de Santa María del Monte Carmelo.
Sobre los cultos rendidos a esta imagen nos da cuenta Fray Basilio de Santa
Teresa, que nos menciona que para apoyar al recogimiento y su futuro como
Monasterio, se estableció una Hermandad de Ntra. Sra. del Carmen, fundado
en 1627 y la cual establecía el número de hermanos como veinticuatro. En sus
estatutos señalan que se encuentran agregados a la Orden reformada del
Carmen, los cuales portarían el santo escapulario de la Virgen Santísima; y
para fiesta principal determinaron la de Ntra. Sra. del Carmen "el tercer
domingo del mes de Julio de cada año conforme al buleto del Jubileo.".
Durante los años coloniales debió mantenerse esta fiesta como principal, y
celebrando como memoria la fiesta de Santa María del Monte Carmelo el 16 de
Julio, la solemnidad y magnificencia se veían en aquellas celebraciones "A la
qual acudirá el Prior de manera q. se celebre con la mayor devoción y
reverencia q. se pueda y a de ser a su cargo elegir predicador para dha
festividad".
Más en los años que se veía turbado el Virreinato, debió decaer la devoción, y
como tantas otras no pasaba por sus mejores tiempos, los cultos se debieron
mantener con ciertos altos y bajos. Pero es en la República, que con las
nuevas ideas provenientes del viejo continente, atrajo caracteres identificativos
que debían buscar la unidad de los peruanos, es por ello que entre tantas
cosas, la Imagen de María fué la causa de la identidad, en este caso particular
en la zona de clase media y humilde como lo era Barrios Altos ya a mediados
del siglo XIX, empieza a florecer el culto secular hacia esta venerada efigie.
LA CANDELARIA DE CAYMA
de los pobres, es decir un par de tórtolas o dos pichones y una vela de cera. Con este
ritual del que bien podía haberse dispensado, como que era Ella inmaculada y su Hijo el
Unigénito de Dios.
o Candelaria, cuya fiesta la Iglesia celebra el 2 de Febrero. Una de las más antiguas del
leyenda. Lo cierto es, según constante tradición, que fue un obsequio a aquella región del
Emperador Carlos V y que un día, siendo conducida por los indios, escucharon éstos una
voz que les ordenaba que se detuviesen en aquel sitio y aunque intentaron proseguir su
La Virgen de Cayma es una talla de tamaño regular, de rostro delicado y dulce. Sostiene
al Niño Jesús, con su respectiva candela y canasto, infaltables en las imágenes de esta
advocación mariana, muy difundida bajo diversos nombres (p. ej., Nuestra Señora de
Arequipa, afligida por las epidemias y los terremotos, comenzando por la violenta
Cuatro años después, a raíz de una terrible epidemia de cólera –conocida vulgarmente
por “el vómito negro”– que devastaba a la población “hasta el punto de no caber los
muertos en las iglesias y ser enterrados en masa en grandes zanjas”, se acordó traer en
su socorro a la imagen de la Candelaria de Cayma... y fue tan sólo pasearla por la ciudad
que la mortandad cesó. Por lo que se hizo costumbre, en agradecimiento por haber
ahuyentado tan implacable pestilencia, bajarla todos los años en esa fecha, 28 de
agosto, fiesta de San Agustín. Devoción ésta que perduró hasta fines del siglo XIX.
quedado inmortalizado en los numerosos cuadros que relatan los favores de esta Virgen
de la Candelaria y que se conservan al interior del templo. En uno de ellos –pues faltaría
espacio para transcribir tantos hechos que se le atribuyen– aparece estampada esta
milagros que ha obrado y obra cada día esta divina Señora de Cayma. Cojos, mancos,
la mayor pompa a la Plaza de Armas de la Ciudad Blanca, el día 11 de mayo tuvo lugar la
ciudad, se puede llegar a él cruzando el río Chili por el puente Grau, siguiendo por la Av.
Ejército hasta la intersección con la Av. Cayma y subiendo por su empinada cuesta, hasta
atravesar uno de los cinco hermosos arcos de cantería que dan acceso a su pintoresca
Plaza. En uno de sus lados, se encuentra el Santuario de Cayma con sus añejos sauces al
peregrinaciones al lugar y la
congojas y atenderle
cariñosamente.
La estructura del templo ha
restos descansan en su
interior, le debemos una edificación mayor y más espléndida, que llevó pacientemente
CUZCO
La Mamacha Carmen de
Paucartambo
La belleza de esta imagen es sencillamente extraordinaria, así
como la del Niño Jesús,
que en alegre expresión infantil descansa sobre su brazo
izquierdo. El color marrón
oscuro del hábito carmelita, una capa amplia y mantilla blancas,
con bordados de hilos
de oro y plata, contrastan con la hermosura de su delicado rostro
y expresión. Ciñe una
gran corona sobre la cabeza y sostiene un cetro de oro en la mano
derecha, símbolos de
su realeza y autoridad. Completan el conjunto un pectoral bordado
con piedras preciosas,
pequeños escapularios que penden de las manos del Niño Jesús y
numerosas joyas.
La “Mamacha” Carmen de Paucartambo
La Santa Iglesia celebra el 16 de julio la
solemne fiesta de la Bienaventurada
Virgen María del Monte Carmelo, que es
una de las advocaciones más conocidas y
queridas a la Madre de Dios. Su origen se
remonta, según una antigua tradición, al
Profeta San Elías, quien en el siglo IX a.C.,
junto a San Eliseo y sus demás discípulos,
se estableció en el Monte Carmelo, en
Palestina, donde ya veneraban a Aquella
que vendría un día a ser la Madre del
Redentor.
La Santísima Virgen era entonces
simbolizada por la nubecita que apareció
cuando San Elías pidió a Dios que pusiese
fin a una prolongada sequía que asolaba al
pueblo como castigo, nube ésa de la cual
cayó finalmente una bendita y
abundantísima lluvia que reverdeció la
tierra, anunciando las gracias que recibiría
la Humanidad cuando fuese redimida por
Nuestro Señor Jesucristo.
Esos ermitaños se sucedieron a través de
muchas generaciones hasta la Edad Media,
y, cuando los musulmanes dominaron
Tierra Santa, fueron forzados a huir a
Europa, enfrentando grandes dificultades y
corriendo riesgo de extinción.
Entonces un carmelita inglés, San Simón Stock, fue elegido
Superior General de la Orden
y, angustiado con la situación en que se encontraban, comenzó a
suplicar
incesantemente a la Santísima Virgen para que los protegiese. La
respuesta de la Madre
de Dios no se hizo esperar y fue de una elocuencia impar.
El 16 de julio de 1251, cuando el Santo rezaba en el convento de
Cambridge, se le
apareció Nuestra Señora revestida del hábito carmelita, llevando
en sus brazos al Niño
Jesús y dándole un escapulario para ser difundido entre los fieles,
confiriendo privilegios
inéditos a aquellos a quienes les fuese impuesto y lo usasen.
Mostraba así una
predilección excepcional por la Orden Carmelita, sobre la cual
recaían grandes designios
de la Divina Providencia.
Nuestra Señora del Carmen es, pues, especialísimamente Patrona
de todos aquellos que
desean, más que cualquier otra cosa, ser fieles a los designios de
Dios y a la Santa
Iglesia, resistir la opresión del paganismo y que brille el esplendor
de la Cristiandad, o
sea, que en breve triunfe la Santísima Virgen sobre los ataques del
demonio y sus
secuaces, de un lado, y sobre las debilidades y faltas de sus
propios hijos, de otro.
La devoción a la Virgen del Carmen en el Perú
Por eso, entre los muchos modos como los peruanos manifestamos
nuestro amor y
veneración a la Santísima Virgen se destaca la devoción a Nuestra
Señora del Carmen,
también conocida en los pueblos andinos como la Mamacha
Carmen.
Su presencia en el Perú se refleja de modo especial en la
existencia de dieciocho
Monasterios de Madres Carmelitas que iluminan nuestro suelo; en
la popularísima
devoción al Escapulario, tan difundido en todas las clases sociales;
en el número de
localidades que han tomado su nombre o que la tienen por
patrona; y, en las sagradas
imágenes de esta advocación
que se les presta culto en casi todas las regiones.
Sólo en la Ciudad de los Reyes, antigua capital virreinal y hoy urbe
cosmopolita, hay
actualmente dos claustros de la Orden de la Bienaventurada Virgen
María del Monte
Carmelo: el Monasterio del Carmen, en los Barrios Altos, y el
Monasterio de las
Nazarenas, en pleno centro de la ciudad. El Carmen Alto guarda
una hermosa imagen de
la Virgen del Carmen que sale en procesión por las calles de Lima
en el mes de julio, y el
de Nazarenas cobija al portentoso Señor de los Milagros, que viste
a la ciudad de morado
en el mes de octubre.
Y a una legua del vecino puerto del Callao, tenemos a la Virgen del
Carmen de la Legua,
que se venera en su pequeña iglesia desde comienzos del siglo
XVII y que da su nombre
a uno de los actuales distritos chalacos. Ahí también, hace algunos
años, se estableció un
Monasterio de Madres Carmelitas en antiguos terrenos del fundo
Oquendo.
La mayor gloria de la provincia de Paucartambo
Sin embargo, entre tantas imágenes de María del Carmen que aquí
encontramos, atrae
nuestra atención especialmente una, por su singular belleza,
encanto sobrenatural, y por
el enorme cariño con que la honran sus paisanos, incluso de
parajes muy remotos,
habiendo recibido además la presea insigne de su coronación
canónica. Se trata de la
Mamacha Carmen venerada en la localidad de Paucartambo, en el
Departamento del
Cusco.
La fisonomía de su rostro trasluce simultáneamente profundidad,
felicidad y contento.
Según el testimonio de muchos devotos, su tez, de un blanco
rosado pálido, varía
notablemente de expresión. A estas variaciones, contribuyen tanto
el color de su rico
vestuario como los cambios de luz natural. Pero se trata de un
fenómeno real, fácilmente
perceptible.
Artífices locales esculpieron el cuerpo con maguey, yeso y tela de
medio candelabro.
Según especialistas, la cabeza y las manos fueron talladas por
artistas cusqueños, debido
al parecido con diversas imágenes esculpidas por Basilio de Santa
Cruz, Antonio Sinchi
Roca, Bernardo Inca o sus discípulos indígenas; famosos pintores y
escultores de la
época de Mons. Manuel de Mollinedo y Angulo, gran Obispo y
mecenas del Cusco (1673-
1699).
Cautivadoras historias adornan su origen con un velo
de misterio
De las diversas narraciones que cuentan cómo llegó la Mamacha a
Paucartambo,
destacamos la que se refiere a la conversión de los chunchos.
Hacia el siglo XVII, había
en el valle de Q’osñipata más de 360 haciendas. Todos los años,
una imagen de la Virgen
del Carmen era llevada desde la hacienda Asunción a Paucartambo
para la fiesta de
Corpus, como sucedía con otras imágenes de santos de la Selva.
Cierta vez se rebelaron los salvajes y con feroz brutalidad
destruyeron y quemaron las
haciendas del valle, dieron muerte a los habitantes blancos y
atacaron finalmente la
iglesia. Las flechas de los chunchos hirieron el cuerpo de la Virgen
en el ojo y en el
pecho. Y por fin la arrojaron al río Amaru Mayu (Río de la
Serpiente), el cual desde
entonces se llama “Madre de Dios” por haber arrastrado la imagen
de la Virgen y haberla
posado en un islote, lugar desde el cual se la recuperó y trasladó
después a Paucartambo.
Ésta como otras tradiciones se ven reflejadas en los pintorescos
bailes que con gran
despliegue y vistosidad acompañan hasta el día de hoy las
celebraciones. La danza de los
chunchos, por ejemplo, alude a la vida guerrera de los salvajes
que, según el
pensamiento popular, ofrecen sus bailes a la Virgen que, pese a
sus faltas, les guarda
una especial predilección.
Una gran devoción que perdura en el tiempo
El culto a la Virgen del Carmen de Paucartambo se ha mantenido
vivo por más de tres
siglos y la fiesta del 16 de julio conserva su importancia pese a la
decadencia general de
la religiosidad en nuestros días, lo cual se manifiesta en la
presencia de costumbres
neopaganas que procuran contaminar la celebración tradicional.
El 3 de febrero de 1985, la imagen fue coronada pontificalmente
por Juan Pablo II en la
fortaleza de Sacsayhuamán sobre un altar monumental levantado
para el efecto sobre el
Trono del Inca, una imagen de la victoria de la misericordia
maternal de la Virgen sobre
sus hijos díscolos y finalmente convertidos.
Asimismo, durante las fiestas de Paucartambo, muchos peregrinos
se trasladan de
madrugada al paraje denominado Tres Cruces, a 5.000 metros
sobre el nivel del mar,
para contemplar el nacimiento del sol. Bellísimo símbolo de una
nueva era de Fe que
vendrá para el mundo bajo los inefables auspicios de la Santísima
Virgen.
La Virgen del Carmen de la
Legua
Reina y soberana del Callao
La
devoción
a Nuestra
Señora
del
Carmen,
así como
a su
escapulario
marrón,
son
universalmente
conocidos. Una de
las naciones donde
esa devoción se
halla más extendida
es precisamente el
Perú, como tuvimos
oportunidad de
exponerlo en el
artículo «La
Mamacha Carmen de
Paucartambo» .
Entre las numerosas
expresiones del
culto carmelitano
en nuestro país se
destaca, tanto por
su antigüedad como
por haber mantenido
su vigencia a
través de los
siglos, la devoción
a la Virgen del
Carmen de la Legua.
Su santuario está
ubicado en un lugar
estratégico, en el
antiguo camino que
unía a la capital
peruana con el
puerto del Callao,
equidistante entre
ambas localidades,
a una legua del mar.
Su vieja historia nos remonta a los albores del Virreinato del Perú,
cuando un rico
comerciante llamado don Domingo Gomes de Silva, que habría
partido probablemente
desde Centroamérica a la Ciudad de Los Reyes, estuvo a punto de
naufragar frente a
nuestras costas. En tal apremio, imploró la intercesión de la Virgen
María bajo la
advocación de El Carmen, patrona de los navegantes,
prometiéndole con toda la fuerza
de su fe que en el primer puerto al que llegara desembarcaría, y
con el producto de la
venta de las maderas que traía, le construiría una capilla en su
honor. La rada adonde
pudo aportar, fue precisamente el Callao.
Una señal de la Providencia
Por ese tiempo, tanto los caminos como los medios de transporte
eran muy
rudimentarios. Entre el Callao y Lima, hace cuatro siglos atrás, no
existía la avenida
Oscar R. Benavides —más conocida aún hoy por su antiguo y
sugestivo nombre de La
Colonial— que comunicaba aquellas dos poblaciones, en la
actualidad totalmente
enlazadas una con la otra. Pero sobre el mismo trazo de dos
leguas de longitud existía
una vía recta, ancha y polvorienta, dividida por unas tapias hechas
de ciclópeos adobes,
rodeada de amenos panoramas y fértiles tierras. Era intensamente
transitada durante el
día por recuas de animales, carretas haladas por mulos y carruajes
aislados o en convoy,
llevando a viajeros, mercaderías y minerales.
El agradecido comerciante, que se sentiría
haber vuelto a nacer, luego del regateo de
rigor contrató varias carretas para
transportar sus maderas y partió en dirección
a Lima. Después de un breve trecho de
senda gris y pedregosa, aparecieron a la
izquierda del camino las arboledas que
bordeaban el río Rímac y el húmedo valle.
Pero no bien llegado al lugar denominado La
Legua, los mulos no quisieron dar un paso
más, ni para adelante ni para atrás, por más latigazos que
recibieron. Ante el inusitado
hecho, don Domingo vio en él un designio providencial.
Comprendió que la Virgen
deseaba que en aquel punto le erigiera la capilla prometida,
cuando en alta mar se viera
en tan grande aprieto.
Así, el buen Domingo cumplió en poco tiempo su promesa,
levantando a sus expensas
una pequeña ermita y mandando traer de España una escultura de
la Virgen del Carmen.
Aunque no se conoce la fecha precisa de su arribo, se sabe que la
imagen llegó al Callao
el año de 1606. Y desde que se instaló en su humilde trono de La
Legua comenzó a
operar sus maravillas, partiendo con la expulsión del demonio de la
carretera, para
consuelo de quienes se atrevían a transitar por ella en las noches.
Pues muy cerca
existían unas huacas o cementerios indígenas, que sirvieron de
plácida guarida al
maligno durante años.
También por iniciativa de don Domingo y de su mujer doña
Catalina María se estableció
en La Legua un recogimiento para “hijas de personas principales”.
Este colegio-convento
para doncellas con hábito y regla del Carmen, se trasladó más
tarde a Lima y puede
haber dado origen al primer monasterio carmelita del Perú en
1643. En su lugar se
instalaron los padres de la Orden de San Juan de Dios, quienes
fundaron un hospital que
existió hasta los albores de la independencia y en donde ejerció su
apostolado por
muchos años el venerable padre Francisco Camacho.
La fuga de Magdalena Baldeón
Entre los innumerables milagros que se le atribuyen a
Nuestra Señora del Carmen de la Legua, figura la maternal
protección que le brindó a una mujer llamada Magdalena
Baldeón. Ésta se había casado con uno de tantos
inmigrantes chinos que por entonces llegó al Perú y al poco
tiempo se embarcó con él hacia el Oriente. Fuertemente
inclinado a las costumbres paganas, el marido la trataba
como a esclava. En medio de sus angustias, Magdalena
confeccionó un manto de seda para su Madre Santísima
con la esperanza de algún día poder ofrecérselo. Mientras
tanto, cansada de reiteradas crueldades y ofensas, la joven
decidió protestar ante el marido por su pésima conducta.
Esto no hizo más que enfurecer al asiático, quien
secretamente la condenó a muerte.
Avisada por una alma caritativa, la devota Baldeón se
encomendó a la Virgen y tomando el manto bordado por
sus manos emprendió la fuga. No conocía el país, ni el
idioma, ni disponía de otro sustento que su fe. Pero por
donde iba no encontraba sino facilidades, atenciones y
auxilios, que sólo los podría atribuir a la intercesión de su
celestial protectora. Después de una larga aventura llegó
finalmente al Callao y cumplió su deseo de vestir a la
Virgen de la Legua con aquel manto de seda, que con
tantas lágrimas consiguió bordar.
La plegaria de los virreyes
Desde aquí, la Madre de Dios ha sido testigo de gran parte de
nuestra historia. Por
ejemplo, la mayoría de los virreyes “venían primero al Callao antes
de hacerse cargo de
la administración del Virreinato del Perú, y precisamente en esa
misma Ermita de la
Legua, donde se encuentra la Virgen del Carmen, se detenía el
virrey para recibir las
insignias del mando e ingresar más tarde a Lima, bajo palio, entre
la admiración de la
nobleza, el clamoreo del pueblo, el ulular de los clarines y el
repiqueteo de las
campanas”.
A este lugar, que a lo largo de cuatro siglos ha sido como un
verdadero faro, han acudido
en búsqueda de auxilio grandes y pequeños, creyentes y
escépticos, vencedores y
derrotados, santos y pecadores. Mil sucesos han acaecido en su
entorno, desde un
terrible tsunami que en 1746 destruyó el Callao y cuyas aguas se
rindieron a sus plantas,
hasta una poderosa bomba terrorista que en 1992 explotó en una
comisaría vecina y
estuvo a punto de dejar en escombros al templo.
El ápice de la Coronación Pontificia y Canónica
Pero entre todos los hechos que han marcado la historia del
Santuario, ningún otro ha
tenido tal resonancia como las ceremonias con motivo de la
solemne coronación canónica
y pontificia de esta Imagen, ocurrida el 7 de octubre de 1951.
Lima y el Callao no
volvieron a ver en la segunda mitad del siglo XX el intenso fervor
mariano que como una
brisa fresca contagió a la población entera, ni los fecundos retiros
que le precedieron, las
multitudinarias comuniones que le acompañaron, o los incontables
homenajes que le
siguieron. Para quienes no tuvimos la gracia de estar presentes en
aquella magna
ocasión, las crónicas y recuerdos de la época nos pueden ayudar a
vislumbrar su enorme
trascendencia. Entre ellos cabe destacar el ardiente discurso que
pronunciara el Cardenal
Juan Gualberto Guevara, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, en
su calidad de Legado
Pontificio, al coronar a Nuestra Señora de la Legua.
Estas gracias fueron como que una prolongación local
de dos grandes acontecimientos marianos que
conmocionaron en aquel tiempo al orbe católico: la
Altar de la Virgen de la Legua
promulgación del Dogma de la Asunción, el 15 de
agosto de 1950 y la conmemoración del Sétimo
Centenario del Escapulario del Carmen, el 16 de julio
de 1951.
Desde entonces, a pesar de que el proceso de
descristianización se ha acentuado notablemente, a
pesar de los lamentables altibajos que sacuden la
piedad, a pesar de las enormes ingratitudes de los
peruanos hacia su Reina y Madre... no faltan entre
nosotros señales de gran esperanza. Una de ellas,
que bien se la podría comparar a la nubecilla de San
Elías, es la creciente avidez de formación y de
doctrina cristiana que se constata en los sectores
más diversos de nuestra sociedad.
Pidamos, pues, a la Santísima Virgen en esta
advocación tan querida del Carmen de la Legua, que
haga renacer en nuestras almas y en nuestra patria,
aquellos fervores de alma de otrora, para que el Perú
vuelva a ser un foco de irradiación del espíritu católico en América
y el mundo.
Agradecemos al Sr. Ricardo Ramos Rivarola por
brindarnos el libro Crónica de la Coronación
Pontificia de Nuestra Sra. del Carmen de la Legua,
el que ha servido de base para la redacción del
presente artículo.
La Voz del Pastor
Trechos de la proclamación de Su Emcia. Juan Gualberto Guevara,
al coronar a Nuestra
Señora del Carmen de la Legua:
¡Oh dulcísima Reina de los cielos y de la tierra!
Investido de la autoridad suprema del Romano
Pontífice, voy a imponerte esta rica corona de oro y
piedras preciosas. Ella simboliza el amor, la
veneración y el cariño que te profesan tus hijos del
Callao y de la Legua, y recuerda aquella otra
corona con que la Trinidad Beatísima ciñó tus
virginales sienes en premio de tus excelsas
virtudes, el día aquel en que saliste de este mundo
y triunfante y gloriosa entraste en la Jerusalén
celestial.
Muchas son efectivamente, Señora, las sombras que nublan el
límpido cielo de nuestra
patria. Madres que matan a sus hijos, atentados contra el pudor,
suicidios, atropellos,
pornografía audaz en folletos, revistas, espectáculos públicos, en
la prensa y en la radio;
bailes indecorosos, impúdicos y sensuales; el divorcio que crece
día a día en pavorosas
cifras y que amenaza derrumbar la familia peruana, relajación de
costumbres.
El juego, que de entretenimiento ha pasado a la categoría de
ocupación favorita; el
protestantismo, que siembra el error en las conciencias y destruye
la unidad nacional; la
masonería, cien veces condenada por los Papas y que desde las
sombras atenta contra
los derechos de Dios y de la Iglesia; el comunismo, que engaña a
muchedumbres
proletarias con paraísos irrealizables y utópicos.
***
Pero hay otro mal, Señora, tal vez peor que los que acabo de
enumerar: el mal católico,
el creyente falso, el que se dice discípulo de Cristo, pero cuya
conducta está en perfecto
desacuerdo con el Evangelio; el católico acomodaticio, que se ha
fabricado una religión a
su modo, donde caben el hurto, el adulterio, el divorcio y el
abandono de las prácticas
religiosas.
¡Virgen Purísima! No quiero ceñir tus sienes con una corona de
espinas; no. Mi propósito
es de imponeros una corona de amor y de cariño, de oro purísimo
y de piedras preciosas,
simbolizadas por las plegarias de los justos, la inocencia de los
niños, las lágrimas de los
pecadores arrepentidos, las devotas peregrinaciones, las virtudes
de las buenas esposas,
la fe robusta y fuerte de miles de hombres viriles que —sin temor
al respeto humano—
han desfilado camino del Santuario para ganar la indulgencia
jubilar. Tantas otras
manifestaciones de piedad, en fin, que con gran consuelo tuyo,
realizan en privado o en
público los verdaderos hijos tuyos que a toda costa quieren
conservar el tesoro
inestimable de la fe y de la religión que nos legaron nuestros
antepasados.
Haz que así como hoy en este momento solemne, que con fulgores
de luz pasará a la
historia del Callao, de la Gran Lima, te imponemos esta corona de
oro y de refulgentes
gemas, nos corones un día con esa misma corona a la que se
refería San Pablo cuando
transportado de fe y confianza en Dios, decía: «He peleado el
buen combate, he
conservado la fe, no me resta sino la corona de gloria que el Justo
Juez tiene reservada a
los que bien le aman y bien le sirven».
PUNO
La Virgen de la Candelaria
Patrona de Puno
“Todos cuantos se han ocupado del Santuario
de Copacabana (...) reconocen que la imagen
labrada por Tito Yupanqui y en él venerada,
fue un medio de que se valió la Providencia
para atraer a los indios a la Fe. Por ello
escogió la Virgen como trono de sus
misericordias, una región de las más pobladas
del Perú y en la cual se había encastillado
sólidamente la idolatría. Hasta la venida de la
imagen a las riberas del lago Titicaca, se había
predicado, es cierto, el Evangelio a las
poblaciones ribereñas, se habían establecido
doctrinas, pero a juicio de los cronistas de
entonces, aún persistían en ellas las prácticas
idolátricas y su ingreso en la iglesia de Cristo
era, como decía el Virrey Toledo, aparente y
casi forzado... Desde el día 2 de febrero de
1583, en que asentó sus reales en el pueblo la
Virgen de la Candelaria, comenzó la
conversión definitiva del Collao y la fama de
sus milagros hizo que su influencia se
extendiera a las comarcas más distantes” 1.
Las cruentas luchas por la posesión de la riquísima mina de
Laicacota, a mediados del
siglo XVII, movieron al célebre Conde de Lemos, Don Pedro
Antonio Fernández de
Castro, a dirigirse en persona al altiplano para pacificar aquella
vasta región. En su
empeño, el piadoso Virrey –muerto en olor de santidad– acudió al
famoso santuario de
Copacabana para agradecer a la Virgen por el éxito de su empresa,
luego de fundar a
orillas del soberbio Titicaca, el lago navegable más alto del mundo,
la ciudad de San
Carlos Borromeo de Puno, el 4 de noviembre de 1668. Allí, en la
parroquia de San Juan
Bautista, se venera desde antaño a una linda, dulce y sonrosada
imagen de la Santísima
Virgen de la Candelaria.
Pero esta gran devoción del pueblo puneño por su reina y patrona
sólo vendría a
consolidarse años después, durante la rebelión de Tupac Amaru,
en 1780. Puno fue
asediada a la sazón por los insurgentes, quienes con los aprestos
de guerra, el estrépito
de los pututos y las hogueras nocturnas, lograron atemorizar a sus
habitantes. En aquel
trance volvieron ellos sus ojos a la Mamacha Candelaria y en
concierto general sacaron a
http://fatima.org.pe/seccion-imprimearticulo-118.html (1 of 4) [2/17/2007 11:01:05 PM]
La Virgen de la Candelaria - El Perú necesita de Fátima
la imagen en procesión, “implorando con llantos y fervientes
súplicas el amparo y socorro
de su celestial Madre”. Mientras tanto los sublevados habían
coronado las cimas de los
cerros que rodean la ciudad, lanzando atronadores y amenazantes
gritos. Intervino
entonces de modo milagroso la poderosa María: “a los ojos de los
indios sitiadores
aparecieron las calles y plazas de esta ciudad custodiadas y
defendidas por numerosos
ejércitos de soldados. El terror y espanto de los sitiadores fue tal,
que huyeron
precipitadamente en la mayor confusión, sin haber causado el
menor mal ni daño a la
ciudad” 2.
En agradecimiento por aquella merced y por todos los demás
favores que en el curso del
tiempo la Madre de Dios les ha prodigado, cada año sus
pobladores se empeñan con la
mayor devoción para engalanar su fiesta el 2 de febrero. Un
tradicional novenario da
inicio a la conmemoraciones; y una colorida procesión, en la que
participan cientos de
danzarines, recorre las calles de la ciudad en el día central, al que
aún le sigue una
octava que concluye siempre en Domingo.
La Virgen de la Candelaria de Puno fue coronada canónicamente el
7 de mayo del 2000,
por el Emmo. Cardenal, Mons. Augusto Vargas Alzamora, S. J.
Esta hermosa fiesta nos puede servir de parangón para denunciar
un doble juego que
viene atentando contra la más fina esencia de la religiosidad
popular en muchos otros
lugares de nuestro querido Perú.
Los fieles, atrapados en una falsa alternativa
La perniciosa influencia de la teología de la liberación, durante las
décadas de los 70 y
80, llevó a un amplio sector del clero a abandonar seriamente la
asistencia espiritual que
le debe a sus fieles, llevados por una preocupación casi exclusiva y
mal enfocada por los
problemas sociales, abordando sólo su aspecto material. De ahí
sobrevino un
menosprecio, cuando no un combate abierto, a las prácticas
exteriores de la piedad
tradicional. Por ejemplo, la devoción a la Santísima Virgen, el culto
a las imágenes, el
rezo del Santo Rosario, el uso de hábitos terciarios o de
hermandades, la realización de
procesiones, etc.
Oí contar a un viejo amigo sacerdote que,
en una reunión en Trujillo del clero
diocesano, un colega criticó ásperamente
los “derroches” en las procesiones:
“Gastan en flores, gastan en velas,
gastan en fuegos artificiales, gastan en
homenajes... ” Mi amigo irónicamente lo
interpeló: “Padre, ¿acaso es su plata?” Y
con la risa general hubo que cambiar de
asunto.
Judas, recordémoslo, también criticó a la
Magdalena por derramar costosos
http://fatima.org.pe/seccion-imprimearticulo-118.html (2 of 4) [2/17/2007 11:01:05 PM]
La Virgen de la Candelaria - El Perú necesita de Fátima
Vista panorámica del Lago Titicaca
al atardecer. Toda una vasta región “en
la cual se había encastillado sólidamente
la idolatría” adhirió fervorosamente a la
Religión Católica, gracias a la devoción
a la Virgen de la Candelaria.
perfumes sobre los pies del Salvador, “no
porque él pasase algún cuidado por los
pobres, sino porque era ladrón” (Jn. 12,
6).
No obstante, mientras en ciertos
ambientes eclesiásticos estas
manifestaciones religiosas pasaron a ser
mal vistas, ridiculizadas, criticadas...,
comenzó a producirse un extraño
fenómeno opuesto: sectores comerciales,
publicitarios y turísticos las exaltan y
promueven, exclusivamente por la
riqueza cultural de la que son portadoras.
Es decir –tal como sucede hoy con el
desvirtuamiento comercial de la Navidad–
se da realce e importancia a la expresión
meramente externa, y no al sentimiento
interior que les ha dado su origen.
Así, se destacan los bailes, la música, la
vestimenta; en desmedro del culto, de la
devoción, de la acción de gracias.
Se pretende que un emotivo homenaje a la Patrona se transforme
en una ocasión para
exhibirse ante las cámaras, el lente fotográfico o las miradas de los
turistas.
Se pretende que un acto de piedad tan arraigado en la fe del
pueblo, se transforme en
un preámbulo de orgías y borracheras.
Se pretende que inocentes y cándidas pallas se transformen en
bailarinas de cabaret,
que cambien sus amplias y encantadoras polleras por atuendos
minúsculos y
provocadores.
Se pretende que una tradicional y hermosa manifestación de fe se
transforme en una
fiesta neopagana, en una mera representación o espectáculo
folklórico, para deleite de
los enemigos de la religión y para el lucro de un puñado de
mercaderes inescrupulosos.
No nos dejemos atrapar en esta falsa alternativa entre los que
menosprecian la devoción
y los que se aprovechan de ella para corromperla. No renunciemos
a nuestras más caras
tradiciones cristianas, antes bien, purifiquémoslas de cualquier
elemento extraño que las
puedan manchar.
Exterioricemos nuestro amor y nuestra devoción a María Santísima
en su advocación de
la Purificación o Candelaria, y como prueba de ello llevemos una
vida honesta que sea el
reflejo de sus más altas virtudes.
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