Sei sulla pagina 1di 4

“El preconcepto revolucionario” (1918/1919)

Por Fernando Pessoa


Introducción y Traducción: Nicolás González Varela
(fliegecojonera@gmail.com)

Al Pessoa mítico, al de los heterónimos, al


simpático bebedor de café en la Baixa de Lisboa,
el poeta de "Tabacaria", al soñador ayudante de
contabilidad que nos retrató el professore
Tabucchi, a ése lo conocemos más o menos bien.
Éste Pessoa que damos a conocer es quizá más
real que el anterior, es el Pessoa de carne y hueso,
comprometido con las luchas políticas y sociales
de su tiempo, buscando respuestas a los
problemas epocales de la Europa de entreguerras.
Pero es un Pessoa incómodo, políticamente
incorrecto, un anarquista de derechas, un
revolucionario conservador, obsesionado por la
grandeza nacional de Portugal, que reasume y
delinea, con claridad pasmosa, la práctica de un
teórico serio. Si las cuestiones política fundamentales del '900 europeo se
acompañan de visiones contemplativas, místicas o esotéricas, ello sólo explica la
característica y heterodoxia de su pensamiento y teorización sociopolítica. Un
Pessoa "político", más bien "impolítico", pues reflexiona sobre el fin o el más
allá de lo político, que desnuda su visión tentada de fascismo avant-la-lettre.
Pessoa, que antes que todo es un poeta, refuta cualquier tipo de ideología o de
creencia religiosa consolidada. En la época es un intelectual posicionado en la
derecha, quizá en la nueva derecha más extrema. Como en otros casos, es
imposible separar la poesía pessoiana de la incómoda posición política e
ideológica del poeta. Aspectos importantísimos, su "pluripersonalidad", o de
muchos de sus mejores poemas, son inexplicables sin relacionarlos, en cualquier
exégesis, con su Weltanschauung. Pessoa es el primero de la clase de los
malditos (generación multiformemente enloquecida), de los perversos del '900
(Blanchot, Céline, De Man, La Rochelle, Pound, Heidegger, Gadamer,...). Este
texto forma parte del famoso baúl de Pessoa, manuscritos muy fragmentarios, y
que formarían parte de un libro, nunca finalizado ni publicado, de título "El
preconcepto del Orden", y con el cual Pessoa se fijó las coordenadas básicas
sobre Portugal, anotando y estudiando el problema en un contexto histórico
más general, en especial a la luz de la revolución bolchevique de octubre de 1917
y de sus consecuencias sobre aspectos políticos y sociales de Europa. Sus "anti"
son claros: el comunismo, el Socialismo, la Democracia Liberal, el Estado de
Partidos, la idea revolucionaria á la francesa, el Catolicismo. Sus "pro" son
evidentes: el Conservadurismo monárquico, el Aristocraticismo pagano, el
Nacionalismo mesiánico, el Individualismo à la Nietzsche, el anarquismo
estético-político. Fernando Antonio Nogueira Pessoa, un escritor-patriota,
contra la sociedad de masas, anticomunista genérico, nacionalista místico,
conservador revolucionario... (Nicolás González Varela)

“El preconcepto revolucionario” (1918/1919)

Existe sólo un problema de pos-guerra [El fin de la Gran Guerra], aquel de la


Organización. Según como ese problema viene resuelto, se podrán resolver los
otros, todos dependientes de ello. Porque de nada sirve querer organizar, o la
industria, o el trabajo, o cualquier otra cosa, sin primero organizar la
organización, sin primero organizar a los organizadores. Otorgar a la palabra
“organización”, o a aquella otra — aquel absurdo bastón de los idiotas de
Inglaterra— “reconstrucción”, un valor mágico o milagroso, de modo que la
mera invocación de la idea de organizar da misteriosamente la vista a los ciegos,
la audición a los sordos y la vida a los muertos, es demasiado para una época
que, aunque acostumbrada a una mentalidad bastante retrógrada, viene
deducida como científica. ¿Quién debe organizar? ¿Cómo organizar sin
organizadores? No es suficiente la idea de la organización que hay que seguir:
debemos antes tener hombres que organicen. Muchas ideas son, si no propia y
efectivamente buenas, aceptables; y así parecerían, si a la cabeza de todas las
realizaciones no hubiera generalmente la incompetencia. Es difícil realizar, de
manera apropiada, la crítica de ciertas ideas, porque, sin quererlo, realizamos la
crítica de los hombres que las interpretan. El mismo Bolchevismo, en efecto,
podrá ser interpretado a través de la figura combinadas y decadentes de Lenin y
de Trotsky —aquellos infelices que, en una época científica, gobernaron à la
romántica, à la (…)

¿Cómo, entonces, organizar a los organizadores? El temperamento del


organizador nace, en sus fundamentos, con el individuo; este punto permanece
fuera de la competencia de cualquiera de nosotros. Pero es posible educar a los
organizadores, a fin de que, sabiendo organizar por instinto, sepamos organizar
mejor cuando educamos.

Sobre el Bolchevismo, por ejemplo, la única cosa verdadera y cierta es la


incompetencia horrorosa de sus líderes; y esto no debe sorprendernos.
Totalmente destituidos de cultura científica y moderna, cerebros románticos sin
alguna noción de realidad práctica, infelices que la ironía del Destino ha
arrojado a la celebridad gracias a aquel principio, ya expuesto por Shakespeare,
“No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a
algunos la grandeza le es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”. La
producción de incompetentes es la más cruel de las ironías de los dioses.

Cualquier cosa que suceda, exterior para este mundo, será por la fuerza
transitoria, absurda, malvada. Digo: "cualquier cosa que suceda", y aplico la
frase a todas las cosas que puedan sobrevenir: Neomilitarismo, Bolchevismo,
Industrialismo à la americana, cualquier cosa. La carencia de claridad mental y
de capacidad para una acción superior, vale decir, para la acción organizadora,
es la característica suprema de nuestra época.

Lo que debe ser investigado es sólo esto: ¿sobre cual punto debe incidir la
organización preliminar? ¿Qué cosa es lo que no debemos organizar, antes de
organizar cualquier cosa? Para esto, debemos, es evidente, comenzar con
establecer, para nosotros, cuales son las reglas fundamentales de toda
organización. Estas reglas, ni siquiera intuitivas, ya se han estudiado; muchas
personas que, en verdad no conocen ni de esto ni de cosa alguna. La
característica fundamental del incompetente es saber ya lo que los otros habrían
hecho después de haberlo visto realizado.

Tres son las reglas intelectuales de la organización perfecta, y ellas se aplican


tanto a la organización de un Estado como aquella de un trabajo de oficinas.
Ellas se pueden aplicar a cualquier cosa que se pretenda organizar —incluso si
este asunto sea una estupidez o un crimen. No defiendo la organización para
fines criminales o por la intención humanísima de no hacer otra cosa que
estupideces; defiendo, por lo tanto, la organización, su principio. (No digo, “de
la organización perfecta”, porque “organizar” quiere decir “organizar a la
perfección”; organización imperfecta no es organización).

1ª Regla: simplificación de los fundamentos de la materia a organizar;

2ª Regla: colocación de cada uno de los ejecutores de la organización en el


puesto que le compete;

3ª Regla: centralización de los servicios que verdaderamente sirven a la


organización.

La tesis viene formulada en nuestra época, como una verdad suprema, por el
biólogo Haeckel: entre el mono y el hombre normal, afirma, hay menos
diferencia que entre el hombre normal y el hombre genial. Entre el trabajador
del cerebro, como se lo denomina, y el trabajador del brazo no existe identidad
ni semejanza, existe una profunda, una radical oposición. Por eso es cierto que
entre un obrero y un mono hay menos diferencia que entre un obrero y un
hombre realmente culto. El Pueblo no es educable, porque es Pueblo. Si fuese
posible transformarlo en individuo sería educable, sería educado, pero ya no
sería Pueblo.

El odio contra la ciencia, contra las leyes naturales es lo que caracteriza a la


mentalidad popular. El milagro es que eso es lo que el Pueblo desea, eso es lo
que el Pueblo comprende. La diferencia reside sólo en que pueda ser hecho por
la Madonna de Lourdes, o de Fatima, o por Lenin. El Pueblo es
fundamentalmente, radicalmente, irremediablemente reaccionario. El
liberalismo es un concepto aristocrático y, por lo tanto, enteramente opuesto a
la democracia.

Sí, fijémonos en eso. Eliminemos la distinción puramente exterior, como aquella


entre negros y blancos. La distinción verdadera es de otro orden. Es entre gente
del pueblo e individuos.

Acepto un hombre del Pueblo como hermano de Dios, como hermano en Cristo,
pero no como hermano in Natura. De frente a la religión somos iguales; de
frente a la Naturaleza y a la Ciencia no existe entre nosotros (hombres de
cerebro y hombres de brazo) ninguna especie de igualdad. Donde se puede ver
que se establece una igualdad entre cosas diferentes por naturaleza diferentes
existe mística, existe religión: pero lo que no existe es Ciencia.
Hoy en día observamos, en casi todo el mundo, y por supuesto aquí entre
nosotros, la presencia de dos religiones en conflicto: el Cristianismo,
progresivamente regresivo al tipo católico, y el Bolchevismo. El Bolchevismo
(entendiendo con el término el Sindicalismo Revolucionario y el Comunismo, y
no sólo este último) es un fenómeno reaccionario y religioso. Nada tiene de
propiamente social, ni puede tenerlo, porque, si lo tuviese, no lo podría adoptar
la Plebe, incapaz de otra cosa que no sea religión. Es fácil probar la naturaleza
reaccionaria del Bolchevismo, como es fácil probar —todavía más— la
naturaleza religiosa.

El Bolchevismo mantiene la vieja manía cristiana de hacerse mártir, y de


inventar persecuciones cuando nadie se las hace.

Los débiles y los incultos espontáneamente son los que se rebelan. Se rebelan
propiamente porque son débiles, porque si fueran fuertes se adaptarían [al
régimen concurrencial=capitalismo liberal] y lucharían. Se rebelan
verdaderamente porque son ignorantes. Se rebelan porque tienen el rencor del
débil en el enfrentamiento con el fuerte, del indolente en el enfrentamiento con
el activo. Pero: ¿cómo se rebelan? Retornando espontáneamente a tipos
anteriores de sociedad —al tipo corporativo del Medioevo, rebautizado
“sindicalismo”. Y es justo señalar como esta reversión, este odio contra el
individualismo económico, se revela en las dos corrientes extremas: en el
Integralismo y en el Bolchevismo. Es un fenómeno patentemente reaccionario.

El Bolchevismo se apoya sobre dos dogmas: el “Libre Arbitrio” (el cual


presupone que el hombre es el que dirige el propio destino y que la palabra
“libertad” posee un significado absoluto) y el “Milagro” (porque, pretendiendo
construir una sociedad por fuera del egoísmo, de la vanidad, de la codicia
humana —fuente de todo el progreso y de toda la vida social—, pretende por este
supuesto suspender las leyes naturales, y llama, a la suspensión de las leyes
naturales, milagro). Sobre estos dos dogmas —evidentemente derivados del
cristianismo— se reclinan los dos misticismos bolcheviques.

El odio feroz del Bolchevismo contra el Cristianismo es más bien el odio de


fanáticos contra fanáticos, de una religión contra otra. No nos engañamos,
cuando suponíamos asistir a una lucha de clases: seguimos en la fatalidad de las
guerras religiosas, de la lucha de… de cuando el paganismo cae, con Juliano, y la
paz religiosa abandonó el mundo.

El estado mental del hombre que cree en la eficacia social directa de la


revolución es exactamente la misma de la de aquel hombre que cree en la
realidad de los milagros. La única utilidad de la Revolución es aquella de ser
Destrucción y de hacer patente la necesidad de Construcción; es aquella de ser
Anarquía y de hacer patente la necesidad de Orden; es aquella de ser siempre
Extranjera y de estimular, por Reacción, la acción contrarrevolucionaria,
siempre Nacional.

(Traducción de Nicolás González Varela: Obras Completas de Pessoa)

Potrebbero piacerti anche