EL PROBLEMA DE LA FELICIDAD EN EL HOMBRE:
UN ENSAYO ANÁLISIS A LA LUZ
DEL CONSTRUCTIVISMO Y CONSTRUCCIONISMO
Pedro Morales-Cortés (2007) .
La felicidad sin duda se presenta como
la máxima aspiración de los seres
humanos a lo largo de la historia,
entendida esta tanto a nivel personal
como universal. De ahí que las
sociedades tiendan a ella y las
manifestaciones de esta búsqueda se
ciña a la creación de normas y leyes
pecuniares, en las distintas épocas. No
obstante, a la hora de precisar el
concepto mismo variadas son las
aristas que surgen.
Aristóteles definirá la felicidad como la
aspiración suprema de todos los seres
humanos, el fin último al que el ser
humano tiende de modo natural, y
aquello por lo cual se desean todas las
demás cosas, más bien consiste en un
tipo de vida, una vida basada en el
ejercicio constante de lo más propio y
excelente del ser humano, aquello que
lo diferencia de otros animales no
humanos: la razón.
Para Epicuro con su teoría hedonista, la
felicidad se reduce al placer y la
ausencia de dolor. Los estoicos
propugnaban que la felicidad consistía
en la paz y la tranquilidad y la ataraxia.
No consistía en el placer y la ausencia
de dolor, dado que no podría ser algo
fuerte y duradero pues no siempre
dependía del hombre.
Nietzsche veía dos formas de felicidad:
por una parte la felicidad a la que
aspiran los mediocres, entendida como
paz y descanso, y por otro, aquella que
consiste en el placer asociado al
aumento de la fuerza vital que hay en
cada uno.
Por su parte, Spinoza argumenta que la
alegría es la prueba de que algo
aumenta la potencia vital que cada
quien es, la tristeza, en cambio, es el
síntoma de que lo que se hace
disminuye y apoya la fuerza vital que
cada quien posee.
Como se aprecia, la felicidad
irónicamente se convierte en un
problema para el hombre: el problema
de la felicidad; no obstante, es
reductible, partiendo por el concepto, al
proceso mediante el cual aquesta se
aprehende.
La felicidad no es un fin en sí mismo.
Eudemonistamente diversos autores
concuerdan en que la felicidad, como
bien supremo del hombre, es producto
de la adquisición de numerosos bienes,
sea cual fuere la naturaleza de éstos.
De hecho, la felicidad es punto muerto
si no se refiere a los bienes sujetos a
ella y que la hacen posible. Como punto
de partida, se hace necesario separar la
felicidad de la beatitud, conceptos
sinonimeados por la filosofía Tomista,
pero necesariamente separados ya por
Boecio; la felicidad es algo inherente al
hombre en el mundo, por ende
mundano. Kant ha de proseguir en
cierta forma con la tradición Tomista al
sostener la imposibilidad de la felicidad
en este mundo y remitirla a su
consecución en el “mundo de la gracia”.
Tan del mundo como la existencia del
hombre mismo, el mismo autor
demuestra que es empíricamente
imposible asirla, o sea irrealizable. En
efecto, no es posible que se satisfagan
todas las tendencias, inclinaciones,
voliciones del hombre, porque por un
lado la naturaleza no se preocupa de
salir al encuentro del hombre en vista
de tal satisfacción total y, por otro lado,
porque las mismas necesidades e
inclinaciones no se detienen nunca en la
quietud de la satisfacción (Crítica del
Juicio, § 83). En esta controversia, se
ha de entender paralelamente que el
1
concepto de beatitud hace alusión a la
consecución definitiva de tal noción,
sólo lograda en Dios mismo. En efecto,
el cristianismo y el Islam postulan tal
idea, aunque Vaticano II ha dejado en
claro en sus enseñanzas que este
„estado ideal‟ sin duda pensado
posterior a la muerte, también ha de
manifestarse en el momento presente y
gracias a la comunión mediante el
Espíritu Santo. Conforme las corrientes
de pensamiento se empirizan, han de
tener de convergencia la posibilidad
misma de intentar asirla al campo del
alma o psiqué.
Aunque asociada muchas veces con el
placer (un fin en sí mismo), de
perogrullo se entiende que la
„experiencia del camino a la felicidad‟,
por antonomasia propia del hombre,
pasa por la psiquis, y de ahí que los
filósofos griegos ya lo asociaran con la
capacidad inteligible del ser humano.
Como fenómeno psíquico, existirá un
rescate del legado de la escuela
hedonista, principalmente por ciertas
corrientes humanistas, quienes han de
otorgarle al placer un papel decidor en
relación a la felicidad, mas no
definitorio. A nivel construccionista,
este rescate es importante pues da
cuenta de lo complejo de la experiencia
humana. Así, las emociones también
aportan con su cuota a la formación de
determinados esquemas, y éstos –a su
vez- han de modular su percepción.
Siguiendo esta línea,
reflexológicamente la „experiencia de la
felicidad‟ también puede ser traducida
en términos de cambios fisicoquímicos
en el organismo, en constante
homeostasis. Cárdenas (1998),
propondrá una teoría de la felicidad
cuantizada, en la cual todos los
individuos son igual de felices y todos al
final de sus vidas habrán vivido una
cierta cantidad de felicidad que se
contrarrestará con la propia infelicidad
vivida obteniéndose como resultado un
balance total neutro. Sin perjuicio de lo
anterior, quedarse en el individuo como
resultante de una serie de ecuaciones,
es caer en el reduccionismo.
La persona humana es un poco más
compleja que eso, de este modo –y
siguiendo una línea socrática y
Gassetiana- es posible considerar a la
búsqueda de la felicidad como algo
inherente a ella, (1) por el misterio que
deviene de los conceptos absolutos en
el hombre, (2) por la capacidad propia
del hombre de pensar y pensarse.
Como ser multidimensional, la persona
humana presentará en su faceta social
(con otros, consigo mismo y/o con
„algo‟) un pilar definitorio de todo su
actuar, incluida acá la experiencia que
se describe.
La noción de felicidad es algo que pasa
tanto por la experiencia personal, como
por la experiencia social (esto es
aplicable a todo concepto de la vida
humana), ya que será ésta la definitoria
al momento de la creación de los
esquemas mentales funcionales para la
vida. Estos esquemas pueden volverse
no funcionales en la medida que el
individuo permita que muten,
dependiendo de a quien permita que los
muten, y en el modo en el que éstos lo
muten. Así, ciertas patologías asociadas
con el juicio de realidad, generalmente
de la mano de un sobre-
existencialismo, devienen de problemas
con el concepto atingente.
A quedado de manifiesto, entonces que
la felicidad es un concepto absoluto, no
asible mediante los esfuerzos
presentes, pero a su vez es posible en
una lectura a pie de página la
relativización del propio concepto, pues,
aunque como tal no es alcanzable, si lo
es en sus partes, dado que sus efectos
conductuales (devenidos por definición
como proceso mismo, bajo la mirada
construccionista) si es posible
experimentarlos, y a saber, las
emociones como la alegría y el gozo
2
(véase Eckmann) son manifiestos de
ésta. De este modo, cabe pensar en
que el tan afamado „camino a la
felicidad‟ debe de entenderse siempre
en el presente –que es donde estas
emociones se experimentan, y en
donde es posible otorgarles significado
significante (véase Rogers)-, y muchas
escuelas humanistas (que han dado pie
a la formación y mantenimiento de
gobiernos de corte liberal) propugnan la
conformidad consigo mismo, con los
demás y con otros conceptos (Cosmos,
Dios, Naturaleza, entre otros) siempre
en el aquí y el ahora, esto es una
plenitud y solaz propios de la misma
experiencia esperada de felicidad, como
el camino plausible para la consecución
de ella. Sin duda habrá corrientes
extremistas que, considerando esto,
dirán que la felicidad está en uno
mismo y acude al individuo en la
medida que éste la invoca.

Estudiante, Escuela Psicología, Universidad Católica del Norte.

Correspondencia a: Escuela de Psicología, Universidad Católica del Norte, Angamos 0610, Antofagasta, Chile.
E-mail: pedro.moralescortes@gmail.com