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Ya llega el cinco de febrero…

FESTIVIDAD DE LA CRUZ DE MOTUPE

Nuestro vecino departamento de Lambayeque es conocido nacional e


internacionalmente por los milenarios restos del Señor de Sipán, su rica
gastronomía, la simpatía y amistad que irradian sus gentes, pero sobre
todo por la entrañable y profunda devoción a la Cruz de Motupe,
símbolo de Redención de la humanidad.

Conocí esta devoción un cinco de febrero, hace exactamente 44 años


cuando viajaba de Talara a Trujillo. Por aquella época la ruta que
utilizaban “Línea Mora”, “Expreso Sudamericano” y cuantos vehículos
se dirigían al sur era la carretera a Chulucanas. A la altura del kilómetro
65 se tomaba hacia la derecha por una pista, no tan buena como hoy, en
la que el tramo más difícil era la peligrosa “cuesta de Ñaupe”. A 20
minutos del poblado de Olmos un desvío llevaba a San Julián de
Motupe, un distrito ancestral, dónde se celebraba la fiesta patronal.

La historia de la Cruz se remonta al año


1850. Por aquel tiempo llegó a esta zona un
religioso español de la orden franciscana, el
padre Juan Agustín Abad. Se caracterizaba
por su gran piedad, su fervor y ser hombre de
oración; ayudaba a los necesitados sin esperar
que se lo pidieran, asistía a los moribundos,
celebraba la misa, cada día era un constante
trajín y al atardecer desaparecía sin saberse
dónde iba a descansar.

Con el tiempo fue ausentándose y sólo bajaba


los fines de semana para rezar con todo el pueblo. Después se sabría que
el “Padre Santo” como lo llamaban, ascendía a los cerros escarpados e
inaccesibles para la gran mayoría y en una gruta pasaba muchos
días.Allí sin sentir el paso de las horas se entregaba a la meditación y
hacía muchos sacrificios, aplicándose fuertes castigos corporales que
ofrecía por la salvación de las almas.

Para ayudarse en sus prácticas piadosas talló


con sus hábiles manos una cruz de guayacán,
árbol muy conocido en la región. De pronto, no
se le vio más. Ante la incertidumbre aparecieron
algunas personas a quienes Fray Juan Agustín
había confiado que dejaba tres cruces en los
cerros de Chalpón, Rajado y Penachí
recomendándoles que a su desaparición o muerte
las buscaran y las hicieran objeto de toda
devoción.

Muchos motupanos se decidieron e iniciaron la


búsqueda sin resultado positivo. Dentro de ellos el más tenaz era un
joven de 22 años llamado José Mercedes Anteparra Peralta, quien –
según su propio relato- después de buscar cuatro días de sol a sol, con
los pies sangrantes, la ropa destrozada, las manos heridas, se dispuso a
descansar. Acababa la tarde del cinco de agosto de 1868 cuando al dar
una mirada panorámica al paisaje divisó entre las peñas más altas del
Cerro Chalpón un pequeño cerco que parecía hecho por mano humana.
Emocionado y pese a lo avanzado de la hora empezó a trepar, estuvo a
punto de despeñarse varias veces pero logró llegar a la gruta. Allí
extasiado, llorando de emoción contempló el Madero Divino, era como
un sueño del que no quería despertar. Bajó a Motupe y pidió a dos
amigos le ayudaran para al día siguiente bajar la Cruz, lo que hicieron
acompañados de un inmenso gentío.

Trascendencia. Los milagros no se hicieron esperar. Así lo demuestran


los miles de devotos que llegan hasta la cueva durante todo el año,
especialmente para la gran festividad que se celebra dos veces: el cinco
de febrero y el cinco de agosto. El peregrinaje demanda sacrificio. De
Motupe se toma el vehículo –que pasando por Salitral nos lleva hasta el
lugar denominado Zapote que queda en las faldas del Cerro Chalpón. A
continuación, ascendemos, caminando aproximadamente hora y media
por las escalinatas construidas en plena roca y rezando el Vía Crucis.
Hace décadas se ascendía entre rocas, tierra,
ramas y la gente subía atada por sogas, pero
ayer como hoy, la fe que mueve montañas nos
hace vencer impedimentos, olvidar la edad,
superar obstáculos para llegar a la gruta en lo
más alto del Cerro de Chalpón. Postrados
expresamos nuestra gratitud y entre lágrimas y
ruegos pedimos nuevas gracias diciendo ¡Oh
Cruz Santísima! Tú que sostuviste en tus brazos
abiertos el cuerpo clavado del Hijo de Dios,
acógenos y ampáranos que nos encontramos
desgarrados por el dolor, la enfermedad y la
pobreza. Ayúdanos siempre y danos tu bendición.

Publicado en el diario regional “El Tiempo” en Enero del2009


Isabel Lequernaqué de Elías.
Piura, agosto del 2009.

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