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LA CALEÑIDAD EN LA HISTORIA

Por Alejandro Ulloa


Escuela de Comunicación Social –Universidad del Valle

1. Una reflexión en doble vía

Quiero desarrollar por un lado una reflexión particular sobre Cali, para presentar
algunas hipótesis de carácter histórico y antropológico sobre su historia cultural.

Y por otro lado, una reflexión general que nos ubique en el contexto del cambio cultural
que vive la sociedad occidental, que nos sirva para pensar las transformaciones
ocurridas durante las últimas décadas en la ciudad, a partir de ciertas determinaciones
externas, en su encuentro con procesos históricos y dinámicas sociales internas. Esos
dos tipos de reflexión interdependientes son el preámbulo necesario para un análisis
sociocultural de la ciudad que a su vez está soportado en las siguientes premisas
conceptuales:

1-La cultura es una estructura de comunicación que se adquiere, se produce y se


reproduce socialmente. En otras palabras, no es innata ni se hereda biológicamente.
Pero así como se produce y se reproduce socialmente, también se destruye o se
transforma con los cambios de la sociedad. 2- La cultura en cuanto estructura de
comunicación, se expresa en una dimensión material mediante la producción de
artefactos y objetos tangibles ( viviendas y arquitectura, arte y artesanías, indumentarias,
comidas, música y bailes); y en una dimensión simbólica mediante la producción de
mitos y rituales, significados, valores éticos y estéticos, saberes y relatos. Tanto la
producción material como la producción simbólica son interdependientes en la cultura
de una sociedad específica. 3- La cultura se produce, se reproduce y se transforma
mediante determinadas prácticas sociales que realizan las personas bien sea como
agentes individuales o como actores colectivos. 4- En una sociedad dividida en clases
diferentes y en conflicto, se configuran subculturas de clase que también son diferentes
y tienden a ser contradictorias, al menos en algunos aspectos. Por lo tanto, como lo ha
escrito Edgar Vásquez,(1993) “La manera de relacionarse con el otro, la forma de mirar
al extraño o al enemigo, la valoración de sí mismo, la sexualidad, la relación con el
cuerpo, la percepción estética, la relación con el hábitat y la naturaleza, el tipo de
humor, el valor y el sentido que se le asigna a la vida, al amor, la muerte, el trabajo, el
matrimonio y la religiosidad, no sólo varían de una comunidad cultural a otra, sino
también de una clase social a otra, dentro de la misma organización social”. 5- La
adopción o la imposición de nuevas estructuras socioeconómicas, de un idioma o una
religión, sobre una comunidad, afecta su cultura haciendo que desaparezcan o se
destruyan algunas formas propias, mientras otras se transforman en el proceso y algunas
más sobreviven, resistiendo o en conflicto, con las expresiones nuevas que se imponen o
se desarrollan.
La reflexión que sigue se sustenta en estas premisas generales.
2. No hay identidad sin historia
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“Que la sociedad se reconozca y se afirme a sí misma como una colectividad, es la


premisa para que pueda actuar sobre sí misma. En consecuencia, una pregunta
decisiva de la modernidad es la siguiente: ¿Puede la sociedad moderna elaborar
políticamente una identidad razonable? (Norbert Lechner)

Este análisis se fundamenta en el presupuesto de que el conocimiento que se tenga de la


ciudad, de su territorio, de su historia y de sus habitantes, es una condición necesaria
para transformar la relación con ella, para fortalecer (o crear) nuevos sentidos de
pertenencia y rehacer las identidades colectivas, bajo las nuevas condiciones históricas.

Se nos dice que no tenemos sentido de pertenencia, pero no sabemos cómo se construye
el sentido de pertenencia; que no tenemos identidad pero no sabemos cómo se construye
la identidad, desde la identidad individual hasta la identidad social y colectiva.

Entendemos la identidad no como una esencia eterna e inmutable, por fuera de la


historia, sino como producto de una relación social con la alteridad, es decir, por
relación a un otro con el que nos parecemos y con el que nos diferenciamos. Hablar de
identidad implica asumir aquello que establece el vínculo y el reconocimiento con el
otro, pero también aquello que nos diferencia de él. Por eso, al pensar la identidad
debemos referirnos a la pertenencia a un universo simbólico en el cual nos reconocemos
hacia adentro y por el cual somos reconocidos desde afuera. Entendemos el sentido de
pertenencia como el reconocimiento de los vínculos y los símbolos comunes a un grupo
o una comunidad en contextos específicos. Reconocimiento de los referentes comunes,
tanto los referentes históricos y espaciales que conforman el patrimonio material, como
los afectos y comportamientos, las prácticas y el sistema de reglas básicas, formales e
informales, que regulan la convivencia y las relaciones sociales de esa comunidad.
Reconocer y actuar de acuerdo con esa normatividad significa admitir los derechos, las
obligaciones y los deberes que tenemos para con nosotros mismos y para con los demás.
Reconocer, valorar y preservar ese patrimonio material y simbólico, es lo que
necesitamos para re-crear las identidades y fortalecer los arraigos. Ha de tenerse en
cuenta que tanto la pertenencia como el relato de una identidad son resultados de
procesos sociales que se producen en el devenir histórico de los pueblos; pero, igual
sabemos que tanto las identidades, como los sentidos de pertenencia y otros sentidos
colectivos creados de manera inconsciente, también pueden ser orientados en
determinado momento, encauzados en torno a objetivos comunes si se asumen como
verdaderos proyectos educativos que comprometan a diversos actores y si se construyen
consensos en torno a ellos. En otras palabras, se trata de intervenir deliberadamente
sobre los procesos sociales y culturales, a través de la educación y con un concepto
amplio de educación para la ciudad y los ciudadanos. Desde las instituciones educativas,
pero también por fuera de ellas, se puede incidir en la gestación, el desarrollo o en la
transformación de un proceso que a mediano o largo plazo dé frutos nuevos y produzca
resultados alentadores, a pesar de las condiciones adversas y las coyunturas difíciles por
las que atraviesan la ciudad y el país.

Creo que los niños, los jóvenes y buena parte de la población adulta en Cali vive una
triple enajenación frente a la ciudad y frente a sí mismos, porque se ha privado del
conocimiento complejo de la ciudad donde vive. En otras palabras, dicha población
padece de una alienación múltiple que se manifiesta en un desconocimiento de la
historia y las memorias de la ciudad; un desconocimiento de sus espacios y su
territorio, y un desconocimiento de sus identidades y de la alteridad, es decir del otro, a
partir del cual se construye toda identidad. Este no reconocimiento del tiempo (la
historia y la memoria), del espacio (el territorio) y de la otredad (la identidad) constituye
un grave problema cultural, con repercusiones sociales, cuyas causas profundas no
podemos explicar detenidamente, pero que sin duda pasan por la educación, por el
modelo y el sistema educativo que hemos tenido. Algunas posibles causas de ese
problema son las siguientes: por un lado, la ausencia de estos temas en la educación y
no sólo en el currículo escolar, pues aunque pueden haber estado presentes en algunos
casos aislados, no lo han estado de una manera sistemática e integral en la educación de
los caleños. Por otro lado, aun estando presentes, las formas como se han enseñado la
historia, la geografía (y otras asignaturas), han sido equivocadas, al ignorar cómo es
que los niños y los adolescentes construyen las representaciones del tiempo y el espacio,
o suponer que lo hacen igual que los adultos. Afortunadamente, ello está siendo objeto
de revisión y replanteamiento por algunos maestros, a la luz de la investigación en
psicología y antropología. En tercer lugar, la influencia mediática y el impacto de las
nuevas tecnologías, mediante la producción y circulación de las imágenes audiovisuales
que están transformando los modos de representarnos a nosotros mismos, así como
están transformando las representaciones y el sentido del tiempo y del espacio, y
creando otros modos de relacionarnos con la ciudad, a través de las imágenes que nos
llegan hasta nuestra casa, sin necesidad de tener un contacto directo con la calle, ni con
el espacio público, y sin que conozcamos realmente la ciudad que habitamos.

Esta alienación se explica porque no ha habido interés en proporcionar ese


conocimiento, ni ha habido un proyecto para la ciudadanía y para la educación de sus
hijos que integre las distintas reflexiones elaboradas sobre la ciudad, producto de
estudios, análisis e investigaciones que se han desarrollado desde las ciencias sociales
y humanas durante las últimas décadas.

Ese desconocimiento de la historia, del territorio y de la alteridad ha sido fatal en la


educación de los caleños, pues no hay referentes desde donde anclar la experiencia
colectiva, ni donde situar a las nuevas generaciones. Abundan referentes de otras
partes, a través de las imágenes publicitarias, del cine y la televisión, de héroes y
personajes mediáticos, pero no hay una conciencia colectiva definida para nuestra
historia y nuestra territorialidad, más allá de Cristo Rey y las Tres Cruces, La Ermita,
San Antonio y la Merced, o San Francisco y el monumento a Sebastián de Belalcázar,
todos ellos símbolos de la herencia y la dominación española, incluídas la plaza de toros
y la catedral. ¿Dónde están los símbolos que representen los ancestros indígenas y
negros íntimamente ligados a nuestra historia social y cultural?

2.1
Si concordamos en que ese triple desconocimiento ha sido un lastre aún no superado,
podemos discutir una propuesta que intente contrarrestarlo.
La propuesta se basa en tres ejes conceptuales que serían objeto de una elaboración
teórica de carácter interdisciplinario, con el concurso de la historia, la geografía, la
sociología, la antropología cultural y la sicología, para abordar los tres tipos de relación
de los ciudadanos con:
1-El tiempo y la historia (la memoria)
2-El espacio y el territorio (la espacialidad)
3-La identidad y la alteridad (o la otredad)

Comencemos por el tiempo y al espacio que son dos coordenadas fundamentales para
situarnos en el mundo, para ubicarnos en ese punto relativo en que nos encontramos
siempre. Es necesario tener puntos de referencia de tiempo y lugar para situar nuestra
vida con respecto al aquí y al ahora, con respecto al pasado lejano y cercano, con
respecto al futuro que queremos proyectar… Es necesario tener referencias de tiempo y
espacio para saber a qué lugar pertenecemos y en que época o momento nos
encontramos en el mundo y en relación con los demás. Pero la enseñanza y el
aprendizaje de la historia y la geografía no pueden hacerse de cualquier manera; es
imprescindible preguntarnos cómo las ciencias sociales contribuyen a la construcción de
sujetos, así como es necesario saber cómo aprenden los niños y cómo se construyen en
ellos las representaciones del tiempo y el espacio.

Sabemos desde la psicología que es necesario ubicar espacial y temporalmente a los


niños para construir identidad y pertenencia como parte de su desarrollo sicosocial; esto
es lo que se llama “historizar al niño”. Pero no se trata solamente de ubicarlo en el
tiempo y el espacio sino incluir su relación con la otredad, o la alteridad, para entender
la diferencia de mentalidades con los demás sujetos históricos de nuestro tiempo y los
de otras épocas.

Según la sicóloga María Cristina Tenorio, profesora de la Universidad del Valle, “la
historización, desde el punto de vista psicológico se refiere a la necesidad que tiene todo
sujeto de establecer un relato coherente de su vida, que le dé continuidad en el tiempo,
que (sienta que) es el mismo a pesar de que cambia físicamente; y a pesar de que
cambian sus relaciones con los demás, él sigue siendo él. Esto le permite reconocerse
como uno y él mismo, le proporciona explicaciones sobre porqué es como es, le aporta
interpretaciones sobre los distintos acontecimientos que han ocurrido en su vida, y en la
vida de los demás. Pero a medida que crece, el relato personal se entreteje no solamente
con acontecimientos familiares o personales sino con acontecimientos locales,
nacionales o internacionales como podemos constatar en la vida de cada uno de
nosotros. Más allá de esa necesidad psicológica e individual de historización del sujeto
es necesario también conocer la historia del mundo en que se vive, del mundo lejano y
cercano, lo inmediato y lo remoto y para ello es necesario el aporte de las ciencias
sociales. Historizar implica construir progresivamente una identidad social enriquecida
por el conocimiento del mundo al que se pertenece, nuestra identidad individual y social
es el producto del contexto social y cultural y por tanto histórico en el que estamos
inscritos desde que venimos al mundo. La identidad social debe servirnos para actuar
eficazmente en el mundo al que pertenecemos y si no se logra es porque las
explicaciones en que se funda no están basadas en el conocimiento histórico sino en
pseudo aprendizajes erróneos o incompletos…” 1

2.3 PERO, CÓMO ENSEÑAR?

Quiero tomar prestadas algunas ideas de las profesoras Rosario Jaramillo y Ángela
Bermúdez que han trabajado sobre la explicación histórica en niños, adolescentes y
adultos, desde las ciencias sociales. Según ellas, el sentido de pertenencia es el resultado

1
M.Cristina Tenorio: Tiempo, espacio, identidad y alteridad en la enseñanza de la historia. Universidad del Valle-
Departamento de historia, Cali 1999
del tipo de identidad que se haya logrado construir. No se trata solamente de un
problema curricular y pedagógico sino de entender cómo es que se construyen las
identidades y los sentidos de pertinencia entre individuos y pueblos. Es importante
entender que esos conocimientos históricos y geográficos son útiles en la vida. Tal vez
ha habido un error en la manera como se enseñan y se asumen, pero es preciso que ellos
se utilicen, pues sirven para tomar decisiones, orientar las acciones y actuar
creativamente en el día a día. Dicho conocimiento tiene que tener un propósito, un valor
y una utilidad.

Según las referencias citadas, en la escuela colombiana se ha enseñado la historia y la


geografía para que los alumnos sepan cómo fue la conquista, la colonia o la época de la
independencia, pero nunca se preguntaron cómo un niño construye la representación del
tiempo y del espacio; o si un niño es capaz de dimensionar y relacionar los espacios y
las fechas, contar el paso del tiempo y de los siglos, o reconocer las distancias entre los
continentes. Se considera que basta con memorizar y luego se comprenderá , partiendo
de un presupuesto equivocado al suponer que los niños poseen las habilidades
cognitivas necesarias y suficientes para aprehender y conferirle sentido a los datos
memorizados. No se trata entonces de que los profesores transmitan a los alumnos los
contenidos que han aprendido en la universidad sino que asuman esos conocimientos
teniendo en cuenta cómo se construyen las representaciones de tiempo y espacio en los
niños para actuar en concordancia. De ahí que la historia no necesariamente tendrá que
contarse de atrás hacia delante, sino en sentido inverso, empezando por la historia
individual y familiar de los niños para ir reconstruyendo hacia atrás el paso de una
generación a otra, y posteriormente, (en otros niveles ) en paralelo con la historia de la
ciudad, aludiendo a sus más importantes procesos o acontecimientos.

Para el desarrollo de la propuesta será necesario no sólo el aporte de la historia y la


geografía sino de la sicología cognitiva y cultural, de la arquitectura y el urbanismo, de
la sociología, la historia y la antropología, para crear una perspectiva interdisciplinaria,
con la cual contribuir a diseñar una nueva simbolización de Cali.

La idea es que se construya de manera integral y sistemática una historia del territorio
de la ciudad, que se describan sus accidentes geográficos, las cordilleras que la limitan,
las cuencas hidrográficas y sus ríos, las laderas, planicies y montañas que la configuran.
Que se describan los usos potenciales del suelo, que se explique la ubicación de la
ciudad en un contexto regional y se analicen sus unidades y divisiones político
administrativas, corregimientos y veredas, así como sus barrios y comunas. Que se
valore en todas sus dimensiones la riqueza ambiental y paisajística, incluyendo la fauna
y la flora más representativa.

Así mismo necesitamos conocer una historia de los asentamientos precolombinos y del
poblamiento aborigen de nuestra ciudad, su cultura y organización social, para entender
cómo pensaban y actuaban según su visión del mundo, para saber de su integración con
la naturaleza y aprender de ellos lo que nos sea útil para nuestro tiempo, reconociendo
su importancia en la construcción y la transformación de las identidades y nuestra
relación con ellas. Igualmente hay que revaluar la historia oficial de la fundación de
Cali, a la luz de nuevas investigaciones, conocer a fondo el periodo colonial para poner
en perspectiva la presencia de la esclavitud en Cali y el suroccidente colombiano, sus
diferencias con la esclavitud en otras regiones de Colombia y el continente; analizar la
hacienda esclavista vallecaucana entre el siglo XVII y XIX y valorar críticamente su
herencia sociocultural hasta nuestros días, así como su papel en la configuración de la
caleñidad y lo que queda de ella. Estudiar la historia del desarrollo urbano y la
arquitectura del siglo XX, como parte del proceso de modernización de la ciudad.
Conocer la historia social y cultural de los procesos de migración y poblamiento que
transformaron el viejo pueblo en una ciudad grande a lo largo del siglo XX. La
estructura demográfica en sus momentos más importantes, la diversidad étnica, las
interacciones y las mezclas raciales que forjaron el mestizaje y el mulataje de Cali. La
historia de la cultura urbana y del arte en la ciudad, sus actores y sus representantes más
destacados.

Aunque en apariencia se vea como una lista de temas, esta propuesta debe priorizar los
contenidos según necesidades, objetivos y proyectos en marcha. Aquí, como en la
discusión de toda la propuesta, los maestros tienen la palabra.

La información recopilada y clasificada sobre los temas definidos podrá integrarse en


un paquete que incluya los datos más importantes en textos, cartillas, manuales,
historietas y periódicos escolares, fotografías, planos, diseños, registro audiovisual,
mapas, todos en soporte impreso y digital, de modo que cada escuela y cada institución
educativa disponga de ellos para sus proyectos pedagógicos, buscando no sólo conocer
sino valorar críticamente lo que tenemos, lo que hemos sido y la diversidad de lo que
somos. Es preciso cualificar nuestra concepción de la ciudad y elaborar nuevas miradas
sobre ella para romper con una visión acartonada de la historia, con la versión oficial
hecha desde los centros del poder político y administrativo. Cada escuela o entidad
educativa deberá estar dotada con ese material y todos los maestros deberán formarse en
el conocimiento complejo de los temas para luego encontrar las mejores maneras de
utilizarlo, según los públicos a los que se dirija. Es necesario construir una visión
diferente de la ciudad, que supere las resacas del narcotráfico, la melancolía que
producen la corrupción y el “despelote”, que se sobreponga a la incertidumbre que
generan la ausencia de un proyecto ciudadano y la falta de liderazgo, y que desafie la
mediocridad y el oportunismo de los políticos. Para que las nuevas visiones de la
ciudad no dependan sólamente de las imágenes mediáticas y que no sea la televisión el
monopolio que nos muestra las imágenes dominantes de Cali. Es necesario romper con
ese monopolio así como es necesario sacar la educación de la escuela para percibir el
territorio y poder hablar en torno a él y sobre él, para palpar sus referentes
arquitectónicos y urbanísticos, su patrimonio ambiental y paisajístico. Es necesario
romper con el uso mínimo y el desconocimiento de la ciudad que queda reducida a los
desplazamientos cortos y rutinarios para ir al estudio o al trabajo. Esta nueva mirada que
pretende recrear la simbolización de la ciudad debe pasar por una revisión crítica y
autocrítica que cuestione los mitos y las fantasías colectivas creadas oficialmente o
mediáticamente sobre Cali y propender por nuevos valores: la solidaridad, el respeto, el
reconocimiento del otro, el reconocimiento y valorización de las luchas populares y las
formas de resistencia civil al autoritarismo, al racismo y los abusos del poder
cualquiera que sean sus manifestaciones.

No sólo hay que resolver los problemas cruciales de Cali (seguridad, medio ambiente,
empleo, vivienda, educación, salud, etc.). Es necesario resimbolizar la ciudad, construir
los nuevos relatos sobre ella, dar la palabra a los inmigrantes de las últimas oleadas para
que narren su experiencia y su sentir. Probablemente en esta narrativa podamos
encontrar algunas pistas para saber cómo relacionar las nociones clásicas de sentido
de pertenencia y arraigo a un lugar, con la movilidad y la circulación incesante,
exacerbadas en la transición al siglo XXI.

Debemos saber de antemano que la modernización es un proceso de destrucción


creativa y de creación destructiva que debe asumirse con el mayor cuidado y con la
mayor responsabilidad de todos para que no se repitan las destrucciones funestas que
han caracterizado esta ciudad donde se toman decisiones político-administrativas que
arrasan con el patrimonio paisajístico y ambiental, o el patrimonio urbanístico y
arquitectónico sin que se haga nada por detenerlo porque lo que importa es el interés
político y económico de los grupos más poderosos. Es necesario que se valore y se
haga respetar el medio ambiente, la riqueza que todavía nos queda a pesar del deterioro
y la contaminación, para que a la hora del balance los nuevos proyectos urbanísticos
sean más constructivos que destructivos, y aporten más al beneficio colectivo que al
interés privado.
Concebida de esta manera, la CÁTEDRA CIUDAD DE CALI, será un nuevo espacio
cultural para emprender un proceso formativo que genere debate, que propicie
pertenencias y arraigos, para empezar a romper con esa triple enajenación que hemos
señalado : la del tiempo y la historia, la del espacio y el territorio, y la de la identidad y
la alteridad. Probablemente podamos empezar a soñar con una ciudad menos
excluyente, donde sus ciudadanos construyan nuevos sentidos de pertenencia y arraigos,
nuevos vínculos y reconocimientos, con lo mejor que aún nos queda de la caleñidad y
con los mejores elementos culturales que emergen de las nuevas condiciones históricas
en las que se inscribe hoy.

3. LA HIPÓTESIS DE LA CALEÑIDAD…

“El perfil de una ciudad cambia más rápido que el corazón humano”
Charles Baudelaire – Las flores del mal
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En el marco de una reflexión histórico social sobre Santiago de Cali, diversos autores
(J. Aprile y G. Mosquera 1978, H. Martínez 1986, E.Vasquez 2001) han señalado las
distintas fases del proceso de modernización que ha vivido la ciudad a lo largo del siglo
XX, en el que corren paralelos la industrialización económica, la inmigración del campo
a la ciudad - atraída por el desarrollo económico o por el desplazamiento - y la
urbanización salvaje de Cali.2 Su modernización tardía, si la comparamos con otras
ciudades del país como Medellín o Barranquilla, tuvo lugar cuando en América Latina
ocurrió lo que José L. Romero (1984) ha llamado la masificación de las ciudades. En
otras palabras, la modernización capitalista y la masificación urbana fueron simultáneas
en Cali, lo que no ocurrió necesariamente así en otras ciudades del continente como Río
de Janeiro o Buenos Aires, que se transformaron primero en “Ciudades burguesas”
desde finales del siglo XIX y se masificaron después en el siglo XX.

Según Romero, la masificación de las ciudades latinoamericanas tiene varias causas


estructurales: una, la gran depresión económica del capitalismo mundial en 1929; otra,
las grandes migraciones del campo a la ciudad, provocadas indirectamente por la misma
crisis y por la atracción de la vida moderna que encarna la promesa con que se vende la
imagen de la ciudad: aventura, progreso, oportunidades, riqueza, comodidad, educación,
2
Ver también A. Ulloa : “La salsa en Cali ( 1992 ), donde expongo por primera vez la hipótesis de la
caleñidad que ahora retomo con otros argumentos y en un nuevo contexto.
civilización. Y finalmente, la explosión demográfica y el aumento de las tasas de
natalidad, con lo cual se precipitó el proceso de urbanización allí donde ya existía, y se
inició con gran rapidez en las ciudades que apenas se modernizaban, (como Cali)
desbordando todas las expectativas y las previsiones.

Quiero retomar el tema, para relacionar ese proceso de modernización con la


construcción de un modo de ser social y colectivo, (si se quiere “una identidad”) de
origen popular, que se configuró durante el periodo en el cual la ciudad dejó de ser el
pueblo que había sido durante 400 años y se transformó al ritmo creciente de la
industrialización de la economía regional; a la velocidad del tren por el ferrocarril del
Pacífico que nos ligaba con Buenaventura y el resto del mundo; y con las oleadas de
campesinos, inmigrantes y desplazados por la Violencia política, liberal-conservadora
de los años 1940 -1960. En ese contexto general del desarrollo histórico de Cali, se
cocinó a fuego lento “la caleñidad” como un tipo de identidad y sentido de pertenencia
con respecto a la ciudad. Un sentimiento grato hacia ella, asociado a ciertas prácticas
asumidas colectivamente, indicaban unas formas de convivencia y usos de la ciudad,
que expresaban un modo de sentirla y de producirla.
La caleñidad es una construcción colectiva e identitaria que resulta de las interacciones
complejas entre formas culturales que provenían de la sociedad tradicional vallecaucana
(articuladas en torno a la hacienda esclavista del siglo XVII al XIX), formas que se
reproducen hasta el siglo XX y luego se mezclan – no sin contradicciones – con formas
culturales provenientes de la modernización capitalista de la sociedad colombiana, y con
formas culturales de los inmigrantes que llegan a Cali, desde diferentes regiones, a lo
largo del siglo XX y sobretodo después de 1940. Veamos cómo se conjuga la
participación de esas tres vertientes culturales en la conformación de la caleñidad.

3.1 La sociedad tradicional : entre la minería y la hacienda esclavista

"...Es la gobernación muy rica toda de oro y no le faltaría plata si tuviera brazos
que la meneasen. El oro se halla en los ríos, en criaderos, peladeros, en vetas...Es
grande la suma de oro que se ha sacado de aquella provincia porque toda ella está
milagrosamente lastrada de oro...Por ser tierra caliente y los indios bebedores y
por otras causan han faltado...No hay otro remedio para sacar un tesoro tan
grande como hay en aquel sitio sino procurar de probarle con negros casados en
colonias que aunque sean esclavos han de ser ascripticios a los metales en forma de
pueblos, de que resultará un provecho muy grande sin dueño de nadie, en útil de
todos ... Sobre los negros que conviene, se lleven a la gobernación de Popayán a las
ciudades de Cali, Popayán, Buga, Almaguer y Pasto, que son necesarios hasta
2.000 negros, los mil y doscientos varón y las ochocientas hembras..."

De acuerdo con los historiadores, la sociedad colonial en el Gran Cauca, (que incluía lo
que hoy es el Valle del Cauca) tuvo como epicentro económico los aluviones mineros
de la costa pacífica y la hacienda esclavista en el valle del río Cauca. 3 Con el
descubrimiento de los aluviones de oro en el Chocó a partir de 1680, (G.Colmenares

3
Para Gustavo de Roux (1983) la hacienda esclavista de esta zona, a diferencia de la hacienda tradicional que prevaleció en
el resto del país, se consolidó mediante la apropiación directa de mano de obra esclava y su vinculación a la explotación
minera, a la agricultura o la servidumbre. La hacienda tradicional (en otras regiones colombianas) prosperó
económicamente mediante el sometimiento del indio y la captación de rentas en especie o en trabajo. Como unidad
económica, la hacienda esclavista predominó en el Valle del Río Cauca y constituye un caso peculiar en la historia agraria
de nuestro país.
1975) se desarrolló la economía en la región suroccidental del país, obligando a la traída
de esclavos desde Cartagena hasta Cali y Popayán, para sustituir la mano de obra
indígena que había sido prácticamente exterminada durante la conquista. Así lo indica el
epígrafe citado, que es un fragmento de la Carta dirigida al Rey por el licenciado
Francisco de Amunzibay, del Consejo de Indias en 1592, solicitando el envió de
esclavos a la región.

Según el historiador Germán Colmenares "la minería se entendió siempre como la clave
del sistema económico" durante la colonia; en cuanto a la parte sur de la vertiente del
Pacifico (Cali, Popayán) la explotación data de la primera mitad del siglo XVI" (1.500-
1.550) 4 . Los centros mineros estaban ubicados al occidente del país en las cabeceras de
los ríos que bajan desde la cordillera occidental hasta la Costa Pacífica. Al ser arrancado
de su lugar originario en Africa Occidental, el esclavo tuvo que vivir un proceso de
adaptación y supervivencia en el nuevo mundo. En el suroccidente colombiano, allí
donde estuvo presente, desarrolló un estrecho contacto con la naturaleza, empleó
técnicas de cultivo y construcción de vivienda, aprovechó la pesca, la caza y el uso de
plantas medicinales, al tiempo que desarrolló un rico saber sobre su entorno. Algunas de
sus prácticas y conocimientos provenían del Africa; otros los aprendió de los indios; y
de sus amos asimiló la lengua, la religión católica y algunas expresiones poéticas y
musicales. La amalgama de esos saberes constituídos como patrimonio colectivo,
caracteriza social y culturalmente a la población negra del pacífico colombiano, a los
descendientes de la hacienda esclavista vallecaucana y en cierto modo hace parte del
mulataje que identifica étnica y culturalmente a Santiago de Cali, a la que consideramos
aquí como una ciudad mulata. 5

En Cali no había exactamente minas de oro, pero sí grandes haciendas dedicadas a la


ganadería y a la producción agrícola. El oro lo había en zonas circunvecinas hacia el
noroccidente, en el Calima - Darién, en Antioquia y en el Chocó; al occidente, en El
Raposo y Dagua; y al sur, cerca de Jamundí, en Santander de Quilichao y Caloto; más al

4
Germán Colmenares: "Historia Económica y Social de Colombia 1537 - 1719". Editorial La Carreta. Medellín.
págs. 262 - 267

5
En su estudio sobre "las configuraciones histórico culturales de los pueblos americanos", el antropólogo brasilero
Darcy Ribeiro (1970) define el proceso de incorporación histórica por medio del cual, el nuevo continente es
integrado al expansionismo mercantil europeo. La expansión mercantil, la revolución industrial, la extracción de
metales preciosos y la esclavitud en la plantación como formas de producción económica desarrollada en América,
dieron como resultado un conjunto de configuraciones histórico culturales en el nuevo continente. Las diferentes
combinaciones de las formas económicas y el predominio de unas sobre otras en distintas regiones de América,
dieron origen a configuraciones histórico culturales que Ribeiro denomina de la siguiente manera 1- “Los pueblos
testigos, representantes modernos de las civilizaciones antiguas, sobre las cuales ocurrió la expansión Europea". (Es
decir aquellos pueblos donde predominaron y sobrevivieron las etnias y las culturas indígenas). 2-“Los pueblos
transplantados” aquellos que surgieron bajo la influencia de comunidades europeas llegadas al nuevo mundo donde
restablecieron modos de vida esencialmente idénticos a los de la nación de origen. (Predominio y subsistencia de las
matrices culturales europeas). 3- “Los pueblos nuevos "que han surgido de la conjunción, deculturización y fusión de
matrices étnicas africanas, europeas e indígenas" pero donde prevalecieron la influencia y la herencia cultural de
ancestros africanos. Los pueblos nuevos son, en lo fundamental, resultantes de la plantación y la esclavitud en
aquellas regiones donde se cruzaron con distinto rol, el indio, el europeo y el africano. La plantación esclavista fue la
institución formativa básica de los pueblos nuevos. Según Ribeiro "la familia, la vida religiosa y la nación, fueron
moldeadas bajo su influencia, proyectada en el orden legal del Estado y en su autoridad pública". Creemos que Cali,
ciudad mulata, entra en la categoría de los pueblos nuevos, en virtud de la hacienda esclavista - principal unidad
económica durante la colonia - que sin ser igual a la plantación sí produjo relaciones de interacción étnica y social, en
algunos aspectos comunes con la plantación del Caribe. Aunque Cali no está a la orilla del mar, esa adscripción a los
pueblos nuevos la emparenta social y culturalmente con otras ciudades mulatas del continente como son La Habana,
Santiago de Cuba, San Juan de Puerto Rico, Barranquilla y Cartagena, Río de Janeiro y Bahía, marcadas por la
herencia afro y la presencia de la esclavitud, durante la colonia.
sur, en Iscuandé y Barbacoas, en el Departamento de Nariño. De acuerdo con el
historiador Germán Colmenares, hubo una intensa actividad en la compra venta de
esclavos en la región en la primera mitad del siglo XVIII; el apogeo de la trata duró
desde 1680 hasta 1750, cuando "los yacimientos del Pacífico estaban en pleno auge".
Aunque el tráfico más importante debía orientarse hacia los distritos mineros del Chocó,
cuyos propietarios eran principalmente payaneses". 6 Con bozales traídos de Cartagena,
o "criollos" nacidos en la región, "el mercado de esclavos se mantuvo a pesar de no
estar abastecido regularmente del exterior..." En las haciendas, sus dueños propiciaban
la reproducción vegetativa como forma de conservar una fuerza de trabajo para la
plantación y una mercancía para la trata. Según Colmenares (1983 : 72) " La existencia
de una economía minera al lado de una región excepcionalmente apta para la agricultura
favorecía el doble carácter de terratenientes y mineros. En ausencia de otro tipo de
mano de obra en las haciendas, se imponía el empleo de trabajadores esclavos cuyos
costos elevados se compensaban por la inmediatez de un mercado floreciente. Aún más,
la minería constituía estímulo para la formación de haciendas y uno de esto alicientes
consistía precisamente en la posibilidad de transferir capitales en forma de mano de
obra esclava entre los dos sectores". 7

La producción agrícola y ganadera de la hacienda esclavista abastecía el consumo local


y las demandas de alimentación requeridas en los centros mineros del Chocó y El
Raposo adonde se enviaba carne, cebo, azúcar, aguardiente y tabaco. En las haciendas
se estimulaba el apareamiento de familias para reproducir la fuerza de trabajo esclava.
"Tanto en el servicio doméstico como en las haciendas se creaban contingentes de mano
de obra que constituían verdaderas reservas -escribe Colmenares- La presencia de
mujeres esclavas hacía posible formar parejas, más frecuentes en las haciendas que
dentro de las cuadrillas mineras (Colmenares, 1983:73).

Varias haciendas esclavistas fueron particularmente importantes cerca a Cali: "El


Paraíso", escenario natural y social de la novela María (1867); "Cañas Gordas" en el
camino hacia Jamundí, donde transcurren los acontecimientos de El Alférez Real,
(1886) una crónica escrita por Eustaquio Palacios; "La Paila", sede del municipio del
mismo nombre y del ingenio Río Paila; “La Isla”, en las inmediaciones de Buga; "La
Rivera", cerca de Tuluá; "Llano Grande" (hoy Palmira) de propiedad de los Jesuitas,
dueños también de la hacienda de Japio en el camino hacia Santander de Quilichao;
“Quintero” y “La Bolsa” en el paso del mismo nombre, propiedad de la familia
Arboleda de Popayán. En todas ellas había esclavos, se criaba ganado, se cultivaban el
tabaco y la caña, se fabricaba (y se bebía) aguardiente; se producía azúcar y miel. Es
difícil dar una cifra exacta del número de esclavos asentados en toda la región, pero se
6
Germán Colmenares: "Cali: terratenientes, mineros y comerciantes. Siglo XVIII" Universidad del Valle - Banco
Popular - En la serie: Sociedad y Economía en el Valle del Cauca, tomo 1. Bogotá, 1983. pág. 69.
7
El intercambio de esclavos que se enviaban desde las haciendas hacía las minas o desde éstas hacia las haciendas
estimuló el desarrollo de expresiones culturales afines en las dos regiones. Un testimonio de este intercambio quedó
registrado en las estrofas de un bunde nortecaucano que dice:
"Mi amo me manda para el Chocó,
qué vida es ésta, válgame Dios
Válgame Dios, Válgame Dios
Válgame Dios de los cielos, Señor
"Manque mi amo me mate a la mina no voy
yo no quiero morirme en un socavón".

Estrofas citadas por Heliana Portes de Roux en su investigación: "Las adoraciones Nortecaucanas del Niño Dios: un
estudio etnomusicológico". Universidad del Valle. Departamento de Música, Cali 1986, pág. 49
estima, de acuerdo con Mateo Mina, que hacia 1753 en las minas cercanas a Santander
de Quilichao había más de 1.800 esclavos; y hacia 1830 don Sergio Julio Arboleda tenía
unos 1.400 esclavos distribuidos entre las haciendas y centros mineros. Esto debió ser
muy importante para él y su familia en una época en que la riqueza y el prestigio social
se definían por el número de esclavos que se tuviera. 8

Por otra parte, el historiador Pablo Rodríguez afirma que “Entre 1680 y 1800 fueron
vendidos 9.400 esclavos de distintas edades, etnias y sexos. En Cali y Buga el mercadeo
de esclavos era intenso aunque en menor proporción que en Popayán”. 9 Con el
fortalecimiento de la minería se desarrolló la hacienda esclavista donde se llevaban
parte de los esclavos para las labores agropecuarias y el servicio doméstico de las
familias aristocráticas de la región. En Cali por ejemplo, se conoce de “familias que se
daban el lujo de mantener hasta 37 esclavos para su servicio”. (P. Rodríguez 1996:75).
Muchos aprendieron y desarrollaron artes y oficios como la herrería, la carpintería, la
construcción, mientras las mujeres se dedicaron a la preparación de dulces, comidas y
alimentos que constituían la base de una gastronomía local, aprovechando los recursos
disponibles10. Cuando entró en crisis la economía minera y los precios de los esclavos
bajaron, algunos de ellos podían comprar su libertad, o la obtenían “jurídicamente” a
cambio de mantener ciertas lealtades para con sus antiguos amos. De todas maneras, las
relaciones de los esclavos con los amos abarcaban sentimientos que iban desde la
lealtad y la ayuda mutua (por ejemplo entre viudas blancas y sus esclavas) hasta la
crueldad de la dominación, pasando por el rencor, el paternalismo, la caridad, el hurto,
la adulación, el látigo y la muerte.

Ahora bien, con respecto a las relaciones sociales en la sociedad tradicional que se
extiende a lo largo del siglo XIX “ existía una fuerte discriminación social y racial por
parte de las élites blancas de hacendados, mineros y comerciantes contra los indígenas,
los negros, los mestizos o pardos, pero no hubo una fuerte discriminación racial mutua
dentro de esa base plebeya, en la cual se encontraban algunos blancos pobres. Al no
tener un puro ascendiente blanco y ubicados todos en el piso inferior de la pirámide
social, ningún plebeyo se sentía autorizado para ejercer una drástica y continua actitud

8
Mateo Mina en: "Esclavitud y Libertad en el Valle del Río Cauca". Publicaciones de la Rosca, Bogotá 1975
págs.36-39.

9
Pablo Rodríguez: “La sociedad y las formas. Siglo XVIII”. En Historia del Gran Cauca. Historia regional del
suroccidente colombiano. Universidad del Valle - Cali, 1996 - Pág. 75
La trata de esclavos, en esta región como en el resto de Colombia, fue de todas maneras poca si se compara con otros
países del continente. "No era la nuestra una inmigración masiva como la que se movía para las Guayanas o el Brasil,
o para los territorios insulares del Caribe", dice Virginia Gutiérrez de Pineda (1963) en su capítulo sobre la familia
negra en Colombia. Según ella, "...no se desplazaban (a nuestro país) familias ni en el grupo estricto, ni en la célula
externa. Tampoco unidades más amplias como friatrías o clanes. Eran solamente individuos desintegrados de sus
culturas, ni tan siquiera pertenecientes a una sola de las numerosas comunidades de la Costa Occidental Africana... El
esclavo negro era una planta arrancada de raíz, piezas sueltas de un juego dado, que iban a mezclarse con otras
distintas dentro de la misma situación..."por esto no pudo proyectar, ni reconstruir en Colombia"...un mundo a
imagen y semejanza de las instituciones africanas...desintegrado de sus raíces estructurales y ambientales, no tuvo
otro camino que moldearle y sobrevivir a la sombra de estructuras ajenas que al fin hizo suyas". En “La familia en
Colombia”. Vol. I (“El cruce racial y clases étnicas”) Ascofame, Bogotá 1963, págs. 166-170.

10
Ver Germán Patiño : “Las cocinas de María”, ensayo sobre los hábitos alimenticios en la hacienda y el papel de las
esclavas en la preparación de las comidas, sus conocimientos gastronómicos, así como las interacciones sociales en la
cocina, descritas en la novela de Isaacs. Revista Poligramas No. 23 Universidad del Valle – Escuela de Estudios
Literarios, Cali 2005
de discriminación racial”11. Encontramos aquí unas formas de tolerancia racial,
permisividad y flexibilidad que desde entonces favorecieron las uniones interraciales y
las mezclas que intensificaron el mestizaje y el mulataje de la población caleña, tal
como lo percibimos hoy en los sectores populares. Un mestizaje étnico y cultural
proclive a la autonomía del cuerpo, el ejercicio de la sexualidad y la independencia
personal, como manifestaciones de una moral más flexible y menos rígida que la
impuesta por la élite blanca, católica y patriarcal de la sociedad tradicional. De ésta,
heredamos culturalmente valores contradictorios pero en interacción permanente y en
conflicto, como veremos enseguida.

3.2 La estratificación social en la sociedad tradicional

"Los nobles vivían orgullosos de su linaje y miraban con desdén a la plebe;


la plebe, por su parte, estaba acostumbrada a reconocer esa distinción y se
sometía resignada porque no podía hacer otra cosa." … "Los criados de
una casa solían entrar en pendencia con los de otra, disputando sobre la
nobleza de sus amos: cada criado sostenía que la del suyo era de mayores
quilates que la del otro
Eustaquio Palacios – El Alférez real
11
Edgar Vásquez : “Los caleños, por qué somos así”. Revista CALIARTES – Universidad del Valle, Cali
1993. Págs. 4 -5
En el siglo XVIII, la sociedad estaba fuertemente estratificada. Si en la parte más baja
estaban los esclavos, en la cima de la pirámide social se encontraban los españoles
propietarios de tierras y encomiendas, mineros y comerciantes, que ampliaban su
dominio con títulos militares y honoríficos al hacer parte del cabildo de la ciudad.
Formaban un círculo cerrado cohesionado por una serie de valores como la autoridad
patriarcal y la sumisión a las jerarquías; la religiosidad y la moral cristiana frente al
cuerpo y la sexualidad; el formalismo de las relaciones sociales unido a un espíritu
señorial; el matrimonio católico y monogámico; los nexos de parentesco y compadrazgo
en la promoción de actividades económicas, así como el carácter familiar de sus
unidades productivas; el racismo y la discriminación; la exaltación de un ideal de
nobleza, así como la creencia en la (supuesta) superioridad de la raza blanca; y cierta
dosis de paternalismo cristiano que sirve para disfrazar el racismo y enmascarar la
dominación, o para encubrir el robo de los terrenos ejidos que habían sido destinados a
los desposeídos. Esos eran también los valores hegemónicos de la sociedad tradicional
algunos de los cuales se han reproducido hasta hoy, sobretodo entre las familias de
abolengo y en las clases altas. La élite blanca de aquel tiempo estrechaba el círculo
basado en la limpieza de sangre, acreditada con documentos y declaraciones que
certificaban ser de “solar conocido”, pertenecer a “cristiano antiguo” y no poseer “mala
traza” de judío o mahometano (P. Rodríguez 1996). Los ibéricos que no poseían tierras,
presumían de todos modos una condición de nobleza por el hecho de tener apellido
español aunque se desempeñaran como administradores o capataces en las haciendas o
laborando en los cabildos, cobrando tributos, vigilando los caminos o persiguiendo
infractores.

Le seguían los criollos, descendientes de españoles, con quienes disputaban no sólo la


limpieza de sangre sino los cargos públicos de la sociedad colonial. En la misma escala
estaban los “montañeses”, “pobladores blancos que tenían su origen en troncos de
familias blancas venidas a menos”, con modestas posesiones agrícolas cercanas a Cali.
Según el historiador Rodríguez, los “montañeses” aparecieron durante la segunda mitad
del siglo XVIII y con ellos se diversificaron los rasgos multiformes de la sociedad
colonial. Muchos blancos pobres se dedicaron a pequeñas actividades comerciales en
tiendas donde vendían los productos de la tierra. Otros, oficiaban como mayordomos,
agregados o capataces de las familias más pudientes y en ocasiones eran beneficiados
con algún lote de tierra o con una recua de mulas, con las que podían iniciar un trabajo
más independiente. Más abajo, los mestizos, una especie de grupo bastardo, que sin
embargo aspiraba a integrarse a la sociedad blanca mediante las uniones legítimas y la
asimilación de sus valores. Eran la mayoría de la población. Algunos se desempeñaban
como artesanos en la ciudad o agregados en las haciendas, aunque muchos de ellos
fueron marginados y excluidos del sistema económico. Otros llegaron a ser pequeños
comerciantes o labradores, propietarios de pequeñas parcelas y con el tiempo, aparceros,
arrendatarios y jornaleros; pero en conjunto, fueron los mestizos pobres los que más
presionaban al cabildo por la adjudicación de los terrenos ejidos, donde podían alternar
el cultivo de alguna huerta con otras labores en la ciudad. Su origen y estatus lo explica
el historiador Pablo Rodríguez (1996): “Junto al crecimiento de negros libres y mulatos,
se hizo visible, a fines del siglo XVIII, la aparición de un segmento de población
mezclada, de difícil denominación”. Según Rodríguez, eran conocidos como “las
castas” e incluía “zambos, cuarterones, moriscos, coyotes, albinos, tornatrás, ahí te
estás. Estas denominaciones revelaban un intenso cruce interétnico que tenía lugar tanto
en los sectores populares de sangre mezclada como entre blancos que entablaban
uniones legítimas y sobretodo ilegítimas con gente de color. Difícilmente pudieron
mantenerse desempeñando los oficios de pulpería, carga, cocina y limpieza. La mayor
parte de esta población se desplazaría a los campos y ocuparon las tierras anegadizas,
los montes y las riveras del río Cauca o sus afluentes… Caloto, Palmira, Guacarí, Buga
y Tulúa, vivieron este fenómeno en forma crítica. Asentados en tierras de difícil
discusión jurídica, las castas levantaron sus ranchos. Buena parte de su alimentación la
obtenían de sementeras y de la cacería”. La ocupación de esos terrenos y el aislamiento
en que vivían “sin Dios y sin ley” generó una relación conflictiva con los hacendados
y los cabildos que le atribuían el origen de muchos males como el abigeato. El cabildo,
en su intento por controlarlos, ordenó disposiciones que obligaban a mestizos, zambos y
mulatos mayores de 7 años que “ se debían concertar con los hacendados y vecinos
principales”; igual las mujeres que debían ser educadas en la doctrina cristiana por las
“señoras de bien”. El cabildo también prohibió que “la plebe celebrase bailes de día ni
de noche, ni a hora ninguna por los males que traían: embriagueces, incestos,
concubinatos y otros escándalos y delitos públicos”. (Rodríguez 1996 :76 ). De acuerdo
con este historiador, hacia 1776 los mestizos conformaban el 35% de la población en la
provincia del Cauca, “un 15% más que la población blanca, un 10% más que los
indígenas y un 50% más que los esclavos”. Por otro lado, según el censo de 1793, Cali
tenía 6.548 habitantes, de los cuales 1.106 eran esclavos y correspondían al 17% de la
población.12

Muchos esclavos se rebelaron contra la opresión y formaron palenques en el Patía, y a


orillas del río Palo en el norte del Cauca y sur del Valle desde donde resistieron contra
la esclavitud; otros, sobretodo los de las haciendas aceptaban su lugar y su condición en
la sociedad. En la hacienda están más cerca de la ciudad, tienen contacto con las
costumbres de los amos y sus familias, conocen y asimilan algunos de sus valores y
gustos, aprenden su lenguaje, su religión, su música, sus formas métricas para construir
versos y rimas. Pero no todo es asimilado ni todo se aprende al pie de la letra, como
sucede con la estructura familiar, porque frente al matrimonio monogámico de los amos,
que encarna el ideal cristiano de la familia, el negro hará valer la poligamia, sobretodo
después de la abolición. Y frente al círculo cerrado que forman las élites blancas y
esclavistas, el negro está abierto – incluso por razones de supervivencia – a las
interacciones y la sociabilidad con los demás sectores plebeyos que son la mayoría. Es
teóricamente posible suponer que después de la abolición (1851), en medio del conflicto
social que le precedió y le sucedió, no sólo se ampliaron las relaciones sociales y se
hicieron más flexibles los intercambios sino que se intensificaron las relaciones
interraciales dentro de la base social plebeya que predominaba en Cali, en sus áreas de
influencia y pueblos circunvecinos. 13 La población negra podrá mezclarse más

12
Edgar Vásquez: Historia del desarrollo urbano en Cali. 2ª. Edición – Universidad del Valle, Cali 1982 . En
“Historia de Cali en el siglo XX” (2001) el mismo autor afirma que las élites caleñas se apoyaban en la Biblia para
“demostrar” que la esclavitud y el cristianismo eran compatibles. En 1847, los hacendados opuestos a la abolición y
algunos miembros del clero divulgaron una hoja impresa “en la cual sustentaban el origen bíblico del esclavismo”.
(Pág. 16)
13
Entre 1840 y 1852 hubo intensos conflictos en Cali cuando los plebeyos intentaron recuperar los terrenos ejidos y
dehesas en torno a la aldea que habían sido otorgados por la corona española desde la colonia “para uso del común y
los pobres de la ciudad”. Dichos terrenos habían sido usurpados abusivamente por los hacendados que además se
oponían a la abolición de la esclavitud. Ello motivó rebeliones, motines, destrucción de cercas y ocupación de
algunas haciendas como “La Floresta” de Rafael Caicedo y Cuero, la hacienda Isabel Pérez (actual San Fernando) de
Manuel María Barona y la hacienda Salomia de Vicente Borrero, todas en 1848. Un año después continuó la
destrucción de cercas que los terratenientes habían puesto para adueñarse de los ejidos y en 1850 se produjo la
“guerra de los perreros” cuando los plebeyos se enfrentaron a los hacendados y a la élite que se oponía a la liberación
de los esclavos. Según Edgar Vásquez (2001) “en la mitad del siglo XIX el principal conflicto social que además
incidió en las contradicciones político partidistas, lo constituyó la lucha por las tierras ejidales en Cali…” E.Vásquez:
fácilmente con indios, pardos, sambos, mulatos, montañeses … (Incluso, algunos
blancos pudientes tendrán relaciones clandestinas con mujeres negras, durante y
después de la esclavitud.) Las sociabilidades dadas entre los plebeyos que habitan la
periferia de la aldea y en los intersticios de las haciendas, propician unas interacciones
más fluídas, más cercanas entre sí, más democráticas en la vida cotidiana para aceptarse
mutuamente con cierto grado de tolerancia racial suficiente como para mezclarse sin
mayores problemas, aunque subsistan formas de racismo en algunas personas más que
en otras. 14

Al sentirse libres, por fuera del control y la vigilancia de los amos, los negros podían
decidir sobre su vida, el matrimonio, la conformación de su familia, la vivienda, el
trabajo y demás asuntos personales, con lo cual desarrolló un sentido de autonomía
personal y laboral distinto al de los demás sectores que no habían padecido la
esclavitud. De ahí que sean comunes el concubinato, las relaciones de primaje
(registradas en la novela “María”), la presencia del tío como sustituto del padre (el
abunculado) y la poligamia, en medio de una moral más flexible y menos autoritaria en
la estructura familiar. Esa moral hará posible una actitud más desinhibida frente al
cuerpo y la sexualidad, que se vive de manera menos reprimida, aunque subsista el
sentimiento religioso. Una moral más flexible frente al matrimonio y la familia significa
que está menos constreñida por la fuerza de la ideología cristiana que impone la
represión sobre el cuerpo y la líbido, que obliga al casamiento por la iglesia, que
establece el matrimonio monogámico y otras obligaciones que el negro prácticamente
desobedece al estar por fuera de la hacienda o del aluvión minero ya sea porque se
rebeló y huyó como cimarrón, o porque se vinculó a las guerras de la independencia y
aprovechó la oportunidad para ser libre, o porque se enroló en las filas que luchaban
por la abolición, o porque compró su libertad antes de que se declarara el fin de la
esclavitud, o porque la obtuvo con la misma abolición.15

“Historia de Cali en el siglo XX” (capítulo 1). Ver también Margarita R. Pacheco “ La Fiesta Liberal en Cali” -
Universidad del Valle 1994.

14
Para la formación del sentido de autonomía consideremos también la movilidad propiciada bajo ciertas condiciones
como lo señala Virginia Gutiérrez de Pineda en su obra “Familia y Cultura en Colombia” (1996), al referirse a la
costa Pacifica: “Los negros en “Palenques”, merced a un hábitat pantanoso o selvático, favorecidos por las grandes
distancias sin vías y sin poblados, conformaron núcleos donde desarrollaron normas funcionales para la convivencia,
bien distantes de las que se quería asimilaran…se evadieron también de la superposición cultural cuando
conformaron grupos móviles en continuo ir y venir como los bogas del río Magdalena, del Cauca, del Atrato…su
permanente movilidad los retrajo de la aculturación hispánica” (Pág. 238)
15
Desde finales del siglo XVIII se formaron los palenques como zonas de resistencia e insubordinación a la
esclavitud en el Patía, en el Chocó y en el norte del Cauca. Hubo rebeliones y conflictos sobre todo al sur y al oriente
de Cali, donde se desarrolló intensamente el cultivo y el contrabando de tabaco. Gustavo Arboleda, en su "Historia de
Cali" nos dice que "...había muchos negros fugitivos, amotinados, y por centenares penetraban a la ciudad y asaltaban
los caminos. Don Felipe II dispuso que si la fuga se prolongaba por diez días se les cortara el miembro genital, "por
ser castigo que más temen...". Y según Mateo Mina: "...en el área de Puerto Tejada, ya en 1780 los negros libres o
prófugos y a veces reunidos en palenques, eran famosos por sus cultivos de tabaco. En ese tiempo el Rey de España
ordenó el monopolio del tabaco para aumentar las rentas del gobierno; sólo se podía vender el tabaco en el estanco
oficial y la policía vigilaba la tierra para destruir los cultivos ilegales. En el Valle del Cauca sólo había dos áreas
donde era permitido cultivar tabaco en Palmira y en los alrededores de Tuluá. Una fábrica real fue establecida en
Candelaria en 1778. En realidad, la mayoría del tabaco cultivado en el Valle del Cauca era de contrabando, ya que su
precio era mucho más alto que el pagado por el gobierno. En la zona de Puerto Tejada la policía no podía controlar a
los negros, bien escondidos y armados a lo largo del río Palo...El tabaco del río Palo era de óptima calidad" (M.Mina,
1975:34 - 35).
Gracias al cimarronaje, se colonizaron "desde adentro" haciendas ya conformadas, en cuyas zonas boscosas se
ocultaban los negros que huían aprovechando la inestabilidad política y los llamamientos a enrolarse en las filas para
el combate. Entre 1819 - 1820 se reclutaron cerca de 3.000 esclavos para la guerra de independencia. Muchos de
ellos se abrieron paso en los montes alejándose de las haciendas y ampliando la red de asentamientos clandestinos de
cimarrones que fueron aumentando con el paso mismo de las guerras antes y después del medio siglo. Destacamos
La realización de su autonomía y el ejercicio de su libertad duramente conquistadas en
distintas fases, se expresaba en su capacidad para decidir sobre sus relaciones sociales
por fuera de la imposición de los amos. Ese valor sociocultural es definido por Edgar
Vásquez (1993) como “un sentido de autonomía personal y laboral” para trabajar por
cuenta propia, mediante prácticas que el esclavo, una vez libre, asumió como parte de
sus formas de vida. Según Vásquez (1993 : 5 ) “El rechazo a la subordinación
esclavista por parte del negro que ya se venía expresando en la formación de palenques
en la región del Cauca, fortaleció la valoración que tenía el esclavo de su autonomía
personal y laboral. Esta valoración no encontró serios obstáculos a su socialización.
Más bien pudo encontrar condiciones favorables en la actividad artesanal que permitía
cierto grado de autonomía personal y laboral. La valoración de esta autonomía va a
supervivir (se reproduce socioculturalmente, diríamos nosotros) en los sectores
populares de alto mestizaje como inclinación hacia las actividades informales y de los
´cuenta propia´”. 16 Dicha autonomía permite establecer una relación más liviana con el
tiempo, pues gracias a ella y en una sociedad premoderna, se mezclan toda clase de
actividades laborales, recreativas, familiares, aunque por momentos pueda variar el
énfasis y la proporción de las mismas. Esta relación con el tiempo es completamente
distinta a la que establecerá en el siglo XX la producción industrial y la fábrica (o la
empresa comercial) que separa las actividades, los tiempos y los espacios, de manera
radical, y somete el cuerpo al rigor de la máquina y a la disciplina de la producción . 17

Así pues, en Cali y sus alrededores se conformó una amplia base social plebeya, mestiza
y mulata, pobre y poco integrada, que sobrevivió informalmente y desarrolló el sentido
de autonomía personal y laboral, como un atributo que se prolongará hasta el siglo XX,
cuando se cruza en hibridación con nuevos elementos culturales aportados por los
inmigrantes de otras regiones del país.

La crisis minera en el Chocó y el litoral Pacífico, sumada a las guerras de independencia


en el siglo XIX, llevaron a la quiebra de las haciendas. La vinculación de los esclavos a
los ejércitos en combate, antes y después de la abolición (1851), las decisiones políticas
antiesclavistas y las migraciones internas provocadas por las guerras y la misma crisis,
originan un clima de desorganización social, caos y conflicto en la región, al tiempo que
otras dinámicas socioeconómicas van creando condiciones para la futura recuperación y

entre ellas "la Guerra de los supremos" (1841) en la cual se enfrentaron hacendados y esclavos dirigidos por el
General Obando quien prometiendo libertad armó sus huestes, incluyendo indios y mestizos, para impulsar la
rebelión contra el Partido Conservador en el poder. Las guerras civiles de 1860, 1875 y 1885 fortalecieron la libertad
y la apropiación de tierras por los campesinos negros que aprovechaban así un clima favorable a sus aspiraciones.

16
Este valor sociocultural se reencuentra y se fortalece en el siglo XX, con una valoración semejante traída por los
campesinos inmigrantes que llegaron a Cali, acostumbrados al manejo personal de sus parcelas, antes de ser
expulsados por la Violencia liberal conservadora que azotó al país entre 1940 y 1960. Para E. Vásquez, (2001: 299)
“la difusión y socialización de ese valor ha sido en cierta medida la base cultural para el desarrollo del sector informal
de la economía, los cuenta propia y la microempresa ” en la economía caleña.

17
La supervivencia y la reproducción cultural de la autonomía personal y de la moral frente al cuerpo y la
sexualidad, serán el fundamento antropológico que hace posible el desarrollo del baile como un lenguaje del cuerpo,
propio de la base social plebeya de Cali, tal como lo refieren las obras literarias y distintas crónicas del siglo XIX,
cuando aluden al baile y las fiestas, en las haciendas o en la ciudad, donde negros y mulatos son protagonistas. En
esa compleja herencia cultural de valores, cuerpo y prácticas sociales, están los “cimientos” del baile de la música
popular moderna que se desarrolla en Cali al promediar el siglo XX por las nuevas capas sociales subalternas.
Aunque las manifestaciones de ese lenguaje corporal se han elevado a su máxima expresión durante las últimas
décadas, hay que reconocer sus antecedentes históricos y antropológicos en la base social plebeya del siglo XIX.
el advenimiento de una nueva mentalidad liberal, progresista y modernizadora, con la
que finaliza el siglo XIX y se recibe al siglo XX. De muchas maneras, la hacienda
esclavista nos dejó una gran herencia social y cultural, un patrimonio simbólico con
distintos valores, que está presente durante el proceso de modernización18.

Al comenzar el nuevo siglo dos grandes grupos siguen existiendo en medio de una
segregación socioespacial: las élites blancas y los plebeyos. Las élites, cerca de la plaza
de la constitución (parque de Caicedo), La Merced, San Pedro y San Antonio...Los
plebeyos en el Vallano, hoy San Nicolás y a los lados de la carnicería, (hoy el
Calvario)….ahí está el origen de dos ciudades excluyentes que se ha reproducido en
mayor escala años después, hasta nuestros días.

Muchos de los valores diferenciados y heredados de la sociedad tradicional se


conservarán hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando se inicia la modernización

18
Las dos obras más importantes de la literatura caleña del siglo XIX son la novela “ María” de J.Isaacs y “El
Alférez Real” , una crónica novelada de Eustaquio Palacios. Ambas se sitúan en la hacienda esclavista vallecaucana.
El Paraíso, conservada, restaurada y explotada turísticamente como un bien simbólico y cultural de los vallecaucanos.
Cañasgordas, abandonada y en ruinas. Ambas son patrimonio histórico y arquitectónico de la región. En ellas
encontramos indicios de la estratificación social, los grupos diferenciados, sus mentalidades y valores, los modos de
hablar (sobretodo en María) y sus prácticas culturales, tanto en el campo como en la ciudad. Ellas representan
metafóricamente las dos caras de lo que es la caleñidad hoy: una cara amable, radiante, motivo de orgullo para
mostrar al nativo o al visitante, que se expresa en lo que hay de alegría, baile, informalidad, y lo que queda de
civismo y respeto por el otro. La otra cara, decadente, corroída por la violencia, la corrupción y la anomia; arruinada
por la voracidad del interés privado de las nuevas élites y los políticos en el poder; deteriorada por la pérdida del
espacio público y la falta de un proyecto colectivo de ciudad y ciudadanía para sus habitantes.
de la economía y de la sociedad regional, mientras la ciudad todavía es pequeña en
extensión territorial y en poblamiento. Es después de 1930 cuando despunta la
modernización y la urbanización del medio siglo que dichos valores se amalgaman con
las nuevas corrientes. Con la modernización capitalista cambió la estratificación social,
así como cambiaron los criterios de diferenciación y las mentalidades. Y con “la variada
procedencia regional de los inmigrantes que llegaron a esta ciudad, se dio lugar a la
presencia de múltiples valores culturales, a veces contradictorios, cuya mezcla puede
explicar ( algunos ) rasgos característicos de la población de Cali” (Vásquez 1993 : 6 )

La producción y las exportaciones de café, la expansión de las actividades comerciales


y la incipiente producción de manufacturas, al igual que la interconexión regional por
nuevas vías de transporte y comunicación, marcan el comienzo de la modernización
económica y social en el Valle del Cauca, después de ser creado como departamento en
1910. La concepción progresista y modernizadora de algunos ilustrados de la élite local,
(Eustaquio Palacios y otros más que luchaban intelectual y políticamente por la
transformación de viejas estructuras ), se fortalece con la llegada de empresarios
extranjeros como Santiago Eder y Emilio Bizot, banqueros como el alemán Carlos
Simonds y comerciantes antioqueños como Adolfo Aristizábal, entre otros, que
impulsaron el espíritu empresarial y el interés por la producción manufacturera con
visión e iniciativa emprendedora para invertir en innovación tecnológica.

Los miembros de las élites regionales en sintonía con los nuevos aires de la
modernización capitalista asumieron los desafíos con una mentalidad diferente y
adoptaron los modelos en boga al comenzar el siglo XX cuando Cali era apenas una
pequeña aldea de 20.000 habitantes. El casco urbano llegaba hasta la actual calle 25 en
el oriente. Desde allí hasta el río Cauca en Juanchito se extendían grandes potreros,
humedales y caminos de herradura que atravesaban las haciendas alrededor de la
ciudad. En contraste con ellos, el tranvía, construído en 1910 por el suizo Emilio Bizot,
circulaba sobre rieles que iban desde Juanchito hasta el centro de Cali, con estaciones en
la Ermita, el barrio Obrero y el Calvario. El tranvía no sólo era el primer sistema de
transporte público en Cali sino el primer signo de su modernización.

Al comenzar el siglo XX, Cali es todavía un pueblo pequeño, organizado


urbanísticamente en forma de damero a partir de la plaza mayor ( plaza de Caicedo) su
lugar más importante - en cuyo entorno se localizaban los poderes eclesiástico y
político-militar - “por ser lugar de eventos, ritos, intercambios y encuentros, identidad
compartida por sus habitantes, y porque su dominio e influencia alcanzaba todo el
perímetro urbano” (Botero 2004 : 16, 26 ). Cali es entonces una villa compacta, estática
en su forma urbana pero jerarquizada espacialmente, ordenada mediante un trazado
reticular propio de su fundación hispánica, fácilmente representable en su totalidad y
con una baja densidad de población. En 100 años pasó de 7.000 habitantes que tenía en
1797 a un poco más de 20.000 en 1900. Si bien había triplicado su población a lo largo
del siglo XIX, no había extendido su perímetro urbano, logrando una forma de
crecimiento “hacia adentro”, lento e imperceptible, mediante la subdivisión de predios y
solares que iban ocupándose. 19 Este crecimiento demográfico contrasta notablemente
con lo sucedido a lo largo del siglo XX como veremos más adelante.

3.3 La primera modernización urbana 20

Construída en 1536 a la orilla del río Cali y recostada sobre las primeras estribaciones
de la cordillera occidental, la ciudad está enmarcada geográficamente por un bello
paisaje y una rica oferta ambiental comprendida en el bosque tropical seco que la rodea,
generoso en flora y fauna silvestre; bañada por siete ríos que la atraviesan desde sus
cuatro puntos cardinales; vigilada por los cerros tutelares que la delimitan al occidente;
iluminada por la luz nítida que la envuelve, en el verde exuberante del valle, y
refrescada por la arborización natural y la brisa. Todas las tardes llega puntual una brisa
acariciante que cobija la ciudad. Son los vientos del mar del Sur que soplan hasta la
llanura para cumplir su eterna cita con la puesta del sol. El ambiente tropical y el clima
cálido invitan a los vecinos a sentarse en las afueras de las casas para recibir la frescura,
contemplar los paisajes y dialogar con los demás. Esta costumbre es también una sutil
forma de ocupación del espacio público que se desarrolla en el siglo XX en el
19
Carlos Botero: “Plaza, parque y zona verde en el desarrollo urbano de Cali en el siglo XX”. Informe final de
investigación. Escuela de arquitectura Universidad del Valle, Cali 2004. Págs.15, 16, 20.
La forma de damero de la traza urbana de Cali, (con una gran capacidad funcional), fue similar a las de muchas otras
ciudades fundadas por los españoles, incluídas las que se construyeron por orden de Sebastián de Belalcázar
20
Los estudios consultados proponen diferentes periodizaciones con respecto a la modernización de Cali, según se
adopten criterios urbanísticos o económicos. Así por ejemplo, Edgar Vásquez (2001) identifica el “tránsito a la
modernización entre 1900 y 1930”, seguido por “la interrupción del desarrollo y crisis (1929-1931), el “apogeo
industrial en la vieja ciudad entre 1933 y 1955”, y luego la “Desaceleración industrial y terciarización de la
economía” de 1955 en adelante. (E.Vásquez 2001). Por su parte, el arquitecto y urbanista Carlos Botero (2004)
clasifica cuatro periodos en “la evolución de la forma urbana de Cali en el siglo XX”. El primero desde 1900 hasta
1930 cuando se construye el barrio San Fernando, como la primera urbanización con viviendas iguales en serie. En su
momento, esta urbanización dio lugar a una “nueva manera de expansión de la ciudad”. El segundo periodo va de
1930 hasta 1954 año en que se realizan los VII juegos atléticos nacionales, cuando se afianza el proceso de
urbanización al amparo del desarrollo industrial. El tercero, de 1954 a 1971 cuando se realizan los VI juegos
panamericanos y se redefine la expansión del perímetro urbano, “para preparar el terreno urbanizable hasta más allá
del siglo XX”. Y cuarto, desde 1971 hasta 1997 cuando se expide la ley 388 que ordena a los municipios el plan de
ordenamiento territorial.
transcurso de la primera modernización de la ciudad y se prolonga hasta décadas
después. La práctica llega a ser tan común en el comportamiento citadino que hacía
1948 Florián Holguín, un personaje del municipio escribe contra ello en un plano de la
ciudad levantado por él mismo: "Algo de Civismo". "En los países civilizados nadie se
para en las esquinas y puertas, ni en las aceras, para no interrumpir el andar; no se
escribe en las paredes, no se pegan carteles, no se ensucia la calle ... da grima ver cuan
grande es el saldo que nos queda de nuestro humilde antepasado aborigen". El espíritu
etnocentrista de don Florián Holguín no veía en esta costumbre la formación de una
mentalidad abierta al diálogo, a la comunicación y la espontaneidad callejera que hacían
parte de la i(n)diosincrasia de los caleños que hoy tiende a perderse cada vez más. El
etnocentrismo se reflejaba en la subestimación por lo aborigen e impedía comprender lo
que se estaba dando en la ciudad naciente. Porque en el transcurso del siglo XX,
aparecen nuevas formas de vida urbana originadas por el desarrollo capitalista en la
región, el intercambio y la comunicación con otras latitudes y la adopción paulatina de
la ideología burguesa. 21

21
La creación del departamento del Valle del Cauca, en 1910, y la elección de Cali como su capital, contextualizan
políticamente la primera modernización (1900-1936 año del cuarto centenario de su fundación) que se expresa en los
nuevos referentes urbanísticos y arquitectónicos de la ciudad cuando se construyen los primeros parques y avenidas,
el bulevar, el antejardín, la arborización de las calles, como resultado de un modelo importado que tuvo su núcleo
más importante en diferentes edificaciones: La Ermita (1915), el Teatro Municipal (1919-1927), el Edificio Otero
(1922-1928), el Palacio Nacional, (1926-1934) el Teatro Isaacs, el Hotel Alférez Real (demolido) y el antiguo Palacio
Departamental (demolido). La modernización urbana incluía “edificios especializados, con nuevas funciones, que
contrastaban con la tradicional arquitectura de origen colonial que tenía en el conjunto de templos y claustros la
mayor jerarquía edificada disponible para el culto, la educación, la administración y la sanidad”. (Botero 2004: 15 ).
Producto de esa modernización son también la ambientación del río Cali y la arborización de algunas calles; los
talleres de Chipichape (1930-1932), la planta de purificación de aguas de San Antonio (1930), el monumento al
fundador Sebastián de Belalcázar y su avenida así como la construcción de la avenida Uribe Uribe en 1928, la miguel
López Muñoz (calle 25) y la 3 de julio (carrera 15), en los años 30. En síntesis, se moderniza el equipamiento urbano
y se amplía con nuevas obras de infraestructura que jalonan la urbanización y cualifican el espacio como polos
ordenadores del desarrollo urbano.
3.4 La conquista del espacio público

CALI MÍO
(Gonzalo Arango)

"Mujer de Cali, ámame


Sol de Cali, abrázame
Río de Cali, llévame al mar
Nostalgia de Cali
Llévame de nuevo a la Patria
Cementerio de Cali arrójame de tus tumbas
Te doy gracias Dios mío
porque has hecho a Cali
de un seno de Eva
y un deseo de Adán..."

Aunque el concepto de espacio público se ha utilizado por muchos autores en diferentes


sentidos, “sólo aparece consolidado institucionalmente a partir de la constitución de
1991 que reconoce de manera explícita el derecho al uso del espacio público”22. Para
efectos de nuestra exposición entiendo el espacio público no como los andenes y las
calles invadidas por los vendedores ambulantes sino como la esfera de confrontación y
negociación de intereses por distintos actores, o por distintos sectores ciudadanos que
le dan significado al espacio, convirtiéndolo en territorio mediante la reivindicación, la

22
“ La ley 388 de 1997 desarrolla el concepto, el mismo que se complementa con el decreto1504 del 4 de agosto de
1998, ´por el cual se reglamenta el manejo del espacio público en los planes de ordenamiento territorial´”. (Carlos
Botero: Op. Cit. Pág. 9 )
movilización y la lucha, al defender intereses comunes, o mediante el encuentro lúdico
y socializador, donde se construyen los vínculos, los arraigos y los sentidos de
pertenencia. En este sentido, podemos identificar, para el periodo que estamos
analizando, tres tipos de espacio público en Cali, caracterizados por los usos, en un
momento en el que nadie hablaba de ellos: uno, los espacios naturales como los ríos,
colinas y montañas – entre otros - definidos por la ley. Dos, los espacios construidos
como producto de la planeación urbana para uso colectivo, tales como plazas, parques,
zonas verdes, calles, avenidas, paseos, bulevares, glorietas. Tres, espacios vacíos y
ociosos, ubicados en terrenos ejidos, ( algunos privatizados o en litigio) que fueron
usados colectivamente por los sectores populares para la recreación, el uso del tiempo
libre y la supervivencia, como una especie de espacio público informal que comprendía
intersticios de las haciendas, mangones, humedales, laderas y potreros no aprovechados
por la agricultura ni la ganadería.

Las investigaciones de los arquitectos Harold Martínez, Ramiro Bonilla y Carlos


Botero, nos aportan el conocimiento de la herencia urbanística legada por las distintas
fases de la modernización. "Casi en su totalidad son espacios públicos arborizados".
(Martínez 1986:57). El bulevar (o paseo) producto de la revolución y el capitalismo
industrial en el París del siglo XIX, será implementado en la zona que comunica las dos
orillas del río Cali, dando origen al paseo Bolívar.

La composición ambiental dada a la ciudad a partir de entonces y la creciente


arborización (palmas cubanas, camias, tulipanes africanos, chiminangos, ceibas y
samanes) será un nuevo elemento clave en la constitución posterior de una imagen de la
urbe. Si resaltamos esta herencia es para enfatizar el hecho de que al definirse este tipo
de espacios públicos, se creaban condiciones para incrementar la sociabilidad y la fiesta.
Se generaba de este modo lo que Martínez llama “una extroversión de la vida urbana”,
atraída por “las novedades ambientales y la tipología de los nuevos espacios públicos
como el parque, el paseo y la avenida". La alegría del Carnaval se traslada al parque de
Caycedo (1922 ) mientras se forman otros lugares públicos incluida una "zona de
tolerancia", decretada no obstante el carácter pudibundo de un pueblo aún dominado por
una élite todavía religiosa y señorial que no tuvo obstáculo para especular con la
valorización del suelo urbano.

Hacia 1930 el centro histórico de la ciudad se había transformado bajo el auge de las
nuevas fuerzas sociales y económicas (una burguesía comercial) que renunciaban a vivir
en él para desplazarse a otros sitios de la urbe y crear allí los nuevos reductos de la
exclusividad, en barrios como Granada y San Fernando

En los años 30 aparecen la follíe a la orilla del río (versión criolla del Centro de
Espectáculos Parisiense) y surgen las retretas como forma de la audición musical. Este
espacio público adquiere un interés colectivo y la música comienza a habitarlo. La
ciudad se va dotando de una infraestructura especial para la recepción del arte sonoro. Y
esa infraestructura se va transformando a medida que se intensifica el proceso de
urbanización. Es el paisaje adornado por esta primera modernización de los años 20, el
que llevó al poeta a decir un día que Cali "era un sueño atravesado por un río" aunque
hoy tal vez no exista ni lo uno ni lo otro…

Por fuera de estos referentes urbanísticos definidos como espacios públicos para el
disfrute colectivo, hubo otras áreas de la ciudad que no fueran intervenidas por la
modernización pero que fueron ocupadas y utilizadas por los pobladores de la periferia,
( que con respecto a los caleños y vallecaucanos era la prolongación de la base plebeya
compuesta por mestizos, negros y mulatos del siglo XIX ) aquellos que habitaban y
descubrían “otra ciudad”, a medida que iban construyendo los barrios, o colonizaban
nuevas zonas como espacios públicos para la recreación y para la supervivencia.
Porque fue en la lucha por la ocupación del suelo urbano y la conquista del espacio
público donde se gestó la caleñidad, categoría que acuñamos aquí para referir los rasgos
distintivos de un modo de ser urbano y popular que terminó representando a la ciudad
entera en un momento determinado de su historia; esto es, una sensibilidad, un modo de
ser y de sentirse caleño, espontáneo y jovial, antes que melancólico o taciturno; abierto
y festivo, antes que fanático religioso o puritano en tradiciones y costumbres. Receptivo
para acoger al foráneo y al extranjero sin prevención ni reticencias. Amante de los
paseos al río, del ejercicio y el deporte; dado a la exposición de los cuerpos al aire libre
antes que al exceso de ropas. Presto a aprovechar las bondades naturales de una brisa
fresca y unas aguas limpias que bañaban la ciudad por todos sus costados;
acostumbrado a admirar el horizonte de la llanura enmarcada por los cerros tutelares de
Cali, antes de que la urbanización salvaje destruyera sus recursos más preciados y
acabara hasta con la posibilidad de mirarlos.

La ocupación del Espacio Público abrazaba otros sitios que también eran epicentros de
la socialización; entre ellos la colina de San Antonio, las orillas de los ríos y las lagunas
de aguablanca provocadas por las lluvias o las inundaciones del río Cauca.
Expandiéndose sobre la planicie, la ciudad es bañada por riachuelos cristalinos que
descienden límpidos desde los farallones, en las montañas de los Andes. Los límites
naturales de Cali son los ríos; por el norte, Arroyohondo y Dapa; y por el sur el río
Pance. En medio de ellos las demás corrientes que la atraviesan de occidente a oriente,
hasta desembocar en el río Cauca. Al entrar a la ciudad, por el noroccidente el
Aguacatal y el río Cali, que se unen en un mismo abrazo y dividen la ciudad en dos.
Un poco más al sur las quebradas La Chanca y Sardinera y más hacia el sur el río
Cañaveralejo, que bordea la plaza de toros con el mismo nombre. Luego el Meléndez y
después el río de Las Piedras ("el Lili") que desciende desde la Buitrera; y por último, el
río Pance, el único que queda con vida. Al entrar en la llanura se forman los charcos de
aguas transparentes que invitan al baño refrescante de todos los días. 23

Las orillas de los ríos, tapizadas en el verano por una fina grama, hacen de ellas el
escenario ideal para el encuentro, la recreación y la lúdica al aire libre, convirtiéndolos
en verdaderos espacios públicos, que hoy sólo existen en la memoria de las
generaciones mayores que tuvieron el privilegio de haber nacido y crecido, o vivido, en
esta ciudad antes de ser devastada por la modernización de los juegos panamericanos
que arrasó con sus ríos y destruyó su patrimonio ambiental devorados por la
urbanización irracional y la voracidad del interés privado.

Los paseos al río y las prácticas deportivas que se ejecutan en su entorno, como la
natación, el ciclismo, el atletismo, el fútbol y los ejercicios al aire libre (no existían los
gimnasios, ni la televisión, ni los centros comerciales) en los que los cuerpos se
exponen casi desnudos a la mirada del otro, facilitan las relaciones sociales espontáneas
e informales. La asistencia masiva a tales espacios por parte de familias, grupos de
amigos y vecinos, así como las prácticas de esparcimiento colectivo,

23
Fueron muy conocidos a lo largo del río Cali el charco de La Planta, Las Pilas y el Polvorín (todos en Santa Rita)
en los alrededores del zoológico; el chocho en el aguacatal, los Pedrones, en la confluencia de los dos ríos; el Charco
del Burro y el de la Burra (donde hoy está el museo de arte La Tertulia); más abajo, hacia Bellas Artes el charco de la
Merced ( detrás de la iglesia) la Estaca y el charco de la Cervecería; luego el Trincho, en la carrera primera con calle
15 (conocido después como el charco de los bomberos) por donde se pasaba al norte, a la manga de Galilea; más
abajo, hacia el oriente en la calle 25, el charco del Puente del Ferrocarril, cerca donde hoy está la Terminal de
transportes.
Además de estos hubo otros charcos que fueron muy concurridos hasta finales de los años 60, cuando empezaron a
desaparecer, como La Chibunga, Caracolí y el charco del Mister, en el río Cañaveralejo, entre los barrios La Sirena y
Siloé. Las Delicias, el Aguacate y el otro trincho (frente al batallón pichincha) en el río Meléndez que formaba otros
charcos como el del burro, pasando la línea del ferrocarril hacia el oriente; y más al sur los charcos del Lili- al lado
del club Campestre - y la Viga en Pance, este último en las afueras del perímetro urbano. Y por el oriente Navarro y
Juanchito, en el río Cauca que se extiende por el Valle. Como eje natural para la comunicación y el transporte con los
pueblos vecinos al norte y al sur de Cali, el Cauca adquiere singular importancia con la navegación a vapor que duró
hasta 1930. Sus riveras se pueblan en el paso del Comercio, el paso de Juanchito, el paso de Cucarachas (actual
Villanueva), el paso de Figueroa y Navarro hoy zonas ocupadas por el distrito de Aguablanca.
Con excepción del río Cali que había sido objeto de cuidados y ornamentación en el trayecto cercano al centro
histórico, los demás ríos son espacios públicos naturales no intervenidos por la planeación urbana. Ello indica un
tratamiento discriminatorio de estas fuentes de agua, en el sentido de que sólo el río Cali, que dividía la ciudad en
dos, era tenido en cuenta para el diseño urbano, aunque fuera sólo en un segmento de su recorrido, el mismo que se
engalana hoy, artificialmente, para la navidad.
crearon las condiciones para desarrollar un espíritu alegre y extrovertido, una
espontaneidad en la comunicación y una propensión hacia el diálogo abierto y las
relaciones interpersonales. Estas formas de socialización como características
antropológicas, serían otros de los rasgos distintivos de ese modo de ser caleño,
descomplicado e informal, que estamos describiendo. Esta es parte de la hipótesis en
discusión señalando que no se trata de una cualidad innata sino de una condición
culturalmente procesada por la conjugación de causalidades históricosociales y
condiciones ambientales que hoy ya no son las mismas.

Dentro de los usos del suelo y del espacio público informal, hay que destacar también
las formas de una economía primaria, extractiva, a través de la pesca y la recolección de
frutos de pan coger en los intersticios de las haciendas, en los ejidos y en los humedales
del bosque tropical seco que rodea la ciudad, rico en flora y fauna silvestre. La pesca en
ríos o ciénagas formadas por el invierno y los desbordamientos; la caza de conejos,
patos, zarcetas, torcazas y otros animales, por fuera de lo barrios construidos, en zonas
vacías intercaladas, y en la periferia, eran comunes entre muchos habitantes de
entonces. La pesca, la caza y la recolección en baja escala por medios artesanales, no
tuvieron el impacto depredador que sí tuvieron la especulación con los precios de la
tierra, la apropiación indebida de los ejidos y la urbanización salvaje asociada a ellas.
Estas formas de uso del suelo y de aprovechamiento de los recursos naturales
disponibles, al alcance de la mano, para una población que los necesitaba, constituye
una forma de supervivencia fundamental (antes de que surgieran las prácticas masivas
del rebusque comercial) para muchos caleños, nativos e inmigrantes, que no son
incorporados al mercado laboral, en el proceso de industrialización. Las prácticas
lúdicas aunadas a esas formas de supervivencia, en la pequeña ciudad de entonces,
(impensables hoy en día), favorecen entre los pobres la adhesión a un territorio y el
apego a la ciudad, así como estimulan sentimientos de afecto, arraigos y sentidos de
pertenencia. 24 En conclusión, fue esencialmente en la lucha por la ocupación del suelo,
en la construcción de los barrios donde se resolvía el problema de la vivienda, en el
tiempo de ocio a partir de los usos lúdicos y recreativos de los espacios públicos, y en
las prácticas de supervivencia, como se construyó ese modo de ser (entre otros),
espontáneo e informal, desprevenido y alegre que en años pasados se expresó como un
comportamiento colectivo de “los caleños” 25. Fue en esa relación vital con los espacios
públicos, formales e informales, y en la articulación de las prácticas descritas, como se
configuró la caleñidad, una “ estructura de sentimiento” (expresión del historiador
Raymond Willians), es decir un sentimiento pensado y un pensamiento sentido por
medio del cual se expresaba la relación con el otro y la relación con la ciudad, de una
manera afectuosa, con una actitud positiva hacia ellos, aún en medio de las tensiones
propias de las relaciones sociales y de los conflictos de la época como la Violencia
política y la lucha por la ocupación del suelo urbano .

A mi juicio, esa “Estructura de sentimiento”, surge y se desarrolla como tal a lo largo


de varias décadas (entre 1930 y 1980 ) durante el proceso de modernización tardía y
masificación creciente que tiene lugar en Cali, y en el que se conjugan : la
industrialización en torno al ingenio azucarero y la producción de manufacturas; la
inmigración y el crecimiento demográfico, con la consecuente expansión urbana; y la
secularización de las mentalidades promovida por la revolución cultural de los años 60
en occidente, en la que se mezclaron ideologías que si por un lado se tocaban por el
otro se distanciaban (como el cristianismo y el marxismo) mientras se pregonaban
utopías revolucionarias y prácticas de vida comunitaria, solidaridad y hermandad,
resistencia a la guerra, conciencia social, paz y amor, sexo libre, música y algo más. 26

24
Un dato puntual, proporcionado por la investigación de Carlos Botero apoya esta hipótesis: “Para Cali,
que en 1951 contaba con 290.000 habitantes, cuando ya las teorías del urbanismo moderno habían llegado
a la ciudad, existía el plan piloto y se tasaba en 20 mts. cuadrados por habitante, la necesidad de espacio
libre, (éste) no alcanzaba a los 3 mts. cuadrados”. Op. Cit. Pág. 57 . La ocupación de aquellos terrenos
convertidos en espacio público informal, compensaba, a nuestro juicio, la deficiencia anotada.

25
Si esta “conquista” de la ciudad se fortalece con la consecución de un empleo (en el sector industrial, en el
comercio, como empleado público o aún como artesano, trabajador informal independiente o por cuenta propia), ello
favoreció aún más la formación y consolidación de ese sentimiento.
26
Definitivamente, los años 60 traían consigo cambios sustanciales en el comportamiento de las nuevas generaciones
que empezaron a alinearse en la militancia política de izquierda o en las barras y galladas de barrio, que aunque
unidas por la violencia tuvieron características distintas en los sectores altos y en los barrios bajos. A nivel
intelectual, un grupo de esotéricos en Cali, en un gesto atrevido y desafiante que provocó airadas protestas, esgrimió
su poesía en actitud iconoclasta y renegó de nuestra tradición literaria, quemando la novela "María" frente a la estatua
levantada en su honor. El gesto, rebelde en forma y contenido, era la plataforma de lanzamiento del movimiento
Nadaísta. Gonzalo Arango, J. Mario, Pablus Gallinazus, Elmo Valencia "el Monje Loco" y otros locos, atizaban el
fuego de la insubordinación y la rebeldía con ideas, poesías y proclamas escandalizadoras para los "castos" oídos de
unas clases que no se imaginaban lo que le esperaba al futuro del país. Destacamos de Gonzalo Arango el poema
citado como epígrafe, que exaltaba esa imagen sensual de Cali, a nuestro juicio, uno de los elementos de la caleñidad.
La caleñidad, como modo de ser colectivo, cocinado con muchos ingredientes de
distinta procedencia y origen, se fue creando paulatinamente, caracterizó a la ciudad
durante cierto tiempo hasta llegar a ser hegemónica y después se diluyó en la transición
al siglo XXI como manifestación de una crisis simbólica, es decir una crisis de
representación de la ciudad por parte de sus habitantes, asociada directamente a la crisis
económica y social, ética y política, urbanística y cultural de Cali. Esta crisis a la vez ha
suscitado inquietudes y preocupación por la situación actual y el futuro inmediato,
movilizando formas de acción y reflexión que actualmente se expresan por distintos
medios.

Esta es una hipótesis de trabajo, es decir algo que asumo, no como una verdad, sino
como un conjunto de ideas organizadas y presentadas para la discusión pública, como
una representación de la identidad, en un momento específico de su historia, para
comprender el auge y decadencia de esa representación. La Caleñidad es la categoría
central de la hipótesis. Obviamente se trata de una noción descriptiva, que espera ser
debatida académicamente y enriquecida conceptualmente, si es que tiene alguna validez.
Dentro de la hipótesis de la caleñidad aludiré a la relación entre sentido de pertenencia e
identidad para considerar estos dos aspectos como componentes de la cultura urbana.
Por último quiero interrogar qué queda de esa cultura urbana, qué ha cambiado, qué
queda de la caleñidad que pueda ser aprovechado ahora, qué elementos nuevos son
visibles en la conformación de otros modos de ser distintos que actualmente conviven, a
veces excluyéndose, en Santiago de Cali…
3.5 Inmigración y poblamiento

Como ya lo hemos expresado, ciertos rasgos de la caleñidad tienen su explicación


histórica y antropológica en la herencia sociocultural de la hacienda esclavista
vallecaucana, ya descrita, y en la apropiación gozosa del tiempo de ocio y el espacio
público, en el siglo XX, por parte de los sectores populares, tanto los nativos como los
inmigrantes que fueron acogidos y rápidamente se “caleñizaron” a medida que fueron
construyendo, entre todos, la nueva ciudad que surgió, al lado del pueblo que fue Cali
hasta mediados del siglo XX y en un momento en que la ciudad era todavía abarcable
como un todo, es decir, cuando era posible recorrerla plenamente, ya fuera en bus, en
bicicleta, en vehículo particular o incluso a pie, en muchos de sus trayectos; cuando
todavía se podía andar por sus calles sin mayores peligros de ser asaltado o arrollado
por un carro fantasma, o asesinado por una bala perdida, aun en medio de las tensiones
y los conflictos sociales de entonces, que también los había. Cuando la ciudad podía ser
representada mentalmente a partir de la vivencia cotidiana en sus barrios y laderas,
potreros ( o mangas), ríos y humedales, plazas y parques, canchas de fútbol, quioscos y
casetas, incluídos bares y cantinas de la zona de tolerancia que también era un espacio
público con mujeres públicas. Cuando predominaban las representaciones mentales
directas del territorio urbano porque no existían las imágenes mediáticas sobre la
ciudad, ni las representaciones creadas por la televisión que son las que predominan
hoy.

Fue en los usos múltiples de la ciudad y en las prácticas sociales no sólo ligadas al
trabajo o al estudio y la supervivencia, sino a la fiesta, la recreación y el deporte donde
se fraguó la caleñidad. Ese modo de ser social e identitario es una creación colectiva de
los sectores populares que lo produjeron al mismo tiempo que construían la nueva
ciudad, como lo indica la fundación de 100 barrios entre 1940 y 1975, periodo en el
que Santiago de Cali pasó de 120.000 habitantes a 1 millón en un lapso de 35 años. Se
trata entonces de una doble creación por parte de los mismos actores en el proceso de
urbanización y lucha por la ocupación del suelo. 27

27
El dato de los 100 barrios lo hemos deducido de un inventario de los barrios de Cali y su año de fundación,
levantado por el Departamento Administrativo de Acción Comunal del Municipio. También me he basado en los
relatos del concurso "Recuerdos de mi barrio- Historia de los barrios de Cali" (1985) durante la celebración de los
450 años de Cali. Según nuestras indagaciones , en la década del 40 se construyen 20 barrios nuevos; en la del 50,
35; y entre 1960 - 1970, se fundaron 40 barrios. Casi el 90% del total fueron barrios populares, levantados ya no con
hacha y machete, pero sí con la misma tenacidad con que se había descuajado la montaña y con la misma solidaridad
con que se habían construido las poblaciones de la colonización agraria desde un siglo atrás, la colonización
antioqueña que dio origen a varios municipios del norte del Valle. Los barrios se construyeron tanto en las zonas de
ladera al occidente (casos de Terrón Colorado y Siloé ) como en las llanuras del oriente, en las proximidades a los
ejidos y en las haciendas que los absorvieron o los incorporaron ilegalmente.

Además de archivos notariales, escrituras públicas y el archivo histórico municipal de Cali, se consultaron, entre
otros, diversos relatos de los barrios, escritos entre 1984 y 1985. En esos relatos, que no hacen parte de la historia
oficial, hay muchas narraciones alusivas a la condición de inmigrantes de muchos fundadores, y a las prácticas
mencionadas, en tanto usos del suelo o formas de ocupación del espacio. Los nombres de los autores corresponden al
seudónimo con el cual se identificaron los textos en el concurso. Ellos son: "Historias del barrio Siloé" por el grupo
Herencia.; "Historias de Siloé" por Laso; "Recuerdos de mi barrio Siloé" por los Aventureros; "Tiempo de vivir en el
barrio Siloé" por Alvarito el minero; "Siloé" por los historiadores. "Villacolombia" por Bacaibem y Clam;
"Recuerdos de mi barrio Villacolombia" por Jes; "Barrio Villacolombia" por los Cuadrúpedos. "Barrio Alfonso
López" por el grupo Decano; "Historia del barrio Alfonso López" por las dos hermanas; "Barrio Alfonso López" por
Libardo de Jesús García.
"San Fernando, un barrio lejano y perfumado". Por la abuela y yo; "Barrio San Fernando" por Vecinos de Antaño;
"Recuerdos de mi barrio San Fernando" Por el Dueto de Ayer; "Barrio San Fernando" por Carlomagno. Historia del
barrio Obrero. Historia del barrio San Nicolás ."Barrio Granada" por los Bataclanes. "Barrio Granada", por Lína.
"Historia del barrio Jorge Isaacs". San Carlos te acordás hermano” por A. Ulloa. “San Antonio pasado y presente”.
"Historia del Barrio Puerto Mallarino" por "Los Areneritos" Diego Inel Mina y Rubiela González de Mina. "Puerto
Mallarino" por el grupo Ecología (Esneda Cuero y otros). "Mi Puerto Mallarino" por Muequito y la Paisa.
En su estudio sobre la evolución de la forma urbana de Cali, Botero (2004 : 39)
distingue “dos dinámicas en la creación de barrios populares en la periferia de la
ciudad”. Una, basada en la planificación y el ordenamiento continuando la traza
original, con parámetros definidos como en el caso del barrio Obrero y el Jorge Isaacs,
este último al otro lado de la linea férrea, hacia el oriente. La otra dinámica es más
informal, caótica y espontánea, desarrollada “como trazas aisladas que poco a poco se
integran a la totalidad a partir de una vía o sendero importante para la relación entre Cali
y ciudades vecinas”. Esta dinámica está representada por el barrio “El Troncal, surgido
de la parcelación progresiva de predios mayores, para localizar un creciente número de
inmigrantes…” La diferencia fundamental radica en el diseño y la construcción de
parques o plazas como resultado de la planificación urbanística en los pocos barrios
donde se dio : San Nicolás, Obrero (1922), Alameda (1930), Popular(1948), Municipal
(1949), Villacolombia (1950) y La Floresta (1945). O en barrios de sectores medios
como El Peñón (1920), San Antonio (1920), Champagnat (1953), y en barrios altos
como San Fernando viejo (1928), Versalles (1935) y San Vicente (1945). Los parques y
plazas además de ser lugares para el encuentro, la comunicación y el intercambio,
jerarquizan y cualifican el espacio y cumplen una función ordenadora del conjunto a su
alrededor. Estos atributos le confieren identidad al sector y generan sentido de
pertenencia entre sus habitantes y usuarios. Pero a la mayoría de los barrios populares
en Cali le fue negada esa posibilidad como lo indica el hecho de que hacia 1951- cuando
ya se había intensificado la dispersión de la traza urbana iniciada con Granada y San
Fernando – “el total de áreas correspondientes a espacio abierto, plaza, parque, o zona
verde, no alcanza al 3% del total del área construida”. (Botero 2005 : 57)

Estos datos muestran por un lado una tendencia que se agudiza al final del siglo con la
carencia de espacios públicos en la ciudad. Y por otro, nos revelan que a falta de
espacios abiertos planificados para el encuentro colectivo, los sectores populares de
entonces se toman los espacios disponibles haciendo de ellos “espacios públicos
informales” como lo hemos descrito.

De todas maneras, para los inmigrantes expulsados del campo por la Violencia, o
atraídos por la industrialización, las promesas del progreso y el carisma de una ciudad
seductora, Cali se convirtió en una ciudad de refugiados, lugar del encuentro y la
desintegración de culturas campesinas, mientras se adelantaba la segunda fase de su
modernización (1930 – 1954). Los viejos protagonistas (y sus descendientes) de la
colonización agraria de la primera mitad del siglo irrumpen masivamente en esta urbe,
para emprender junto a muchos nativos, una segunda colonización: la colonización del
espacio urbano, de sus ejidos y de los retazos de viejas haciendas ganaderas, donde
siguen formándose nuevos barrios por fuera del ordenamiento territorial y de la traza
urbana. Ello le confiere a la ciudad una textura con grandes áreas construídas a lo largo
de los ejes viales más importantes, seguidas de superficies vacías, o intercaladas con
zonas construídas. Simultáneamente con la dispersión, la fragmentación y la dinámica
de urbanización informal, se acentúan la estratificación y la segregación espacial. Por
otro lado, continúan los cambios en los usos del suelo, sobretodo en el centro histórico,
alrededor de la plaza de Caicedo, presionados por el desarrollo industrial, comercial y
la presencia del capital financiero, cuyas entidades requieren estar cerca al centro
administrativo y las instituciones oficiales. El uso residencial cercano al centro, que
albergaba a las familias tradicionales, es desplazado por edificios y construcciones
modernas para bancos, empresas y negocios, especializando el sector, mientras las élites
continúan saliendo del centro hacia los mejores sitios urbanizables, con servicios,
transporte y planificación donde se construyen, o se desarrollan, barrios como
Centenario (1936) Miraflores, (1945) San Vicente (1945), Santa Rita (1945), San
Fernando nuevo (1950), y otros. Para los pobres quedan las zonas inundables, lejanas,
sin servicios, en los terrenos menos aptos para ser urbanizados, en los que , sin
embargo, se levanta la nueva ciudad por los plebeyos del siglo XX. 28

Para imaginarnos la magnitud del proceso veamos algunos datos demográficos: en 1952
Cali tenía 300.000 habitantes. En 1964 (12 años después) había duplicado su
población y contaba con 637.929 habitantes, de los cuales el 57% había nacido fuera de
la ciudad. La población saltó de 120.000 habitantes en 1940 a 650.000 en 1965. En 25
años se habían acomodado en Cali más de medio millón de nuevas personas entre
nativos e inmigrantes. En 1975 llegó al millón de habitantes. Un poco menos de la
mitad (el 45%) era nativo de esta capital. Comparando las cifras entre 1940 y 1975
concluímos que casi 900.000 personas poblaron a Cali en un lapso de 35 años, durante
el mismo período en que se fundaron los 100 nuevos barrios. 29

28
Para el análisis sobre la articulación entre proceso de industrialización y urbanización, ver el trabajo de Edgar
Vásques (2001) “Historia de Cali en el siglo XX” , especialmente el capítulo 4 en el que se incluye “el desarrollo
histórico de los barrios ilegales en Cali”.
29
Los datos demográficos son tomados de los censos de población. De allí inferimos algunas conclusiones todavía
descriptivas como las anotadas. Los datos coinciden con la tesis de Romero sobre la masificación de las ciudades
latinoamericanas. En su investigación, es a partir de 1930 cuando se inicia la masificación y entre 1940 - 1970, es el
periodo de mayor crecimiento poblacional, según lo indican las estadísticas comparadas por Romero entre varias
ciudades del continente. Nuestros hallazgos aquí validarían la tesis de Romero con respecto a Santiago de Cali,
ciudad que él no considera en su análisis comparativo. J.L. Romero (1984 : 327-328)
La mayor parte de este primer proceso migratorio se originó en el suroccidente
colombiano, en buena parte del territorio donde ocurrió "la Violencia". “De un saldo
migratorio neto acumulado de 337.000 personas en 1973, 137.000 procedían del
Departamento del Valle, 76.000 de Caldas, 54.000 del Cauca, 28.000 de Nariño y
12.000 del Huila. Estos cinco departamentos representaban así un poco más del 90% del
saldo migratorio neto de la ciudad en dichos años". 30 Las inmigraciones, el proceso de
urbanización, así como el desarrollo industrial activado con capital extranjero después
de los años 30, fueron procesos sincrónicos en la historia contemporánea de Cali.
Creemos que este proceso de urbanización está marcado por tres corrientes migratorias
fundamentales: una, viene del norte del Departamento del Valle, del viejo Caldas
(Risaralda y Quindío) y otros departamentos como Antioquia, Huila y Tolima donde se
desarrolló la colonización agraria alrededor del cultivo del café, el maiz y frutos de pan
coger. Esta corriente tiene cierta homogeneidad cultural basada en sus tradiciones
religiosas católicas, el conservadurismo político, la tenacidad para el trabajo y otros
rasgos propios de lo que en el sentido común se considera como la “cultura paisa.” Otra
corriente procede del sur del Valle, de los departamentos de Cauca y Nariño. En ésta,
diferenciamos la población indígena de los andes con sus tradiciones ancestrales y
campesinas, de la población negra, descendiente de los antiguos esclavos de las
haciendas del gran Cauca, (y de las que estaban cerca de Cali). Los inmigrantes negros
del norte del Cauca empezaron a llegar una vez iniciada su descomposición como
campesinado que había prosperado alrededor del cultivo del tabaco y el cacao, desde
finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del siglo XX (G. De Roux
1983).Su desintegración definitiva se precipitó en el período de "la violencia" y
coincide con el crecimiento de la agroindustria azucarera en la región.

La tercera corriente procede del Litoral Pacífico incluyendo al Chocó, Buenaventura y


la Costa Caucana y Nariñense (desde donde siguen llegando inmigrantes), con otras

30
José Antonio Ocampo: "El desarrollo económico de Cali en el siglo XIX". En el libro "Cali 450 años de historia",
pág. 144.
formas de organización familiar, tradiciones musicales distintas y liberalismo político,
que contrasta con la “cultura paisa”, temas sobre los que hay que investigar
detenidamente.

Consideramos que las tres corrientes son relativamente simultáneas en este período
(1940 - 1975) y de ello nos dan testimonio parcial las cifras estadísticas citadas
anteriormente. Si señalamos una diferenciación étnica y social dentro del fenómeno
migratorio es porque asumimos que la población negra constituye una base cultural, que
marca una diferencia con los demás grupos étnicos y aporta rasgos específicos a la
idiosincrasia de los caleños y a la conformación de la caleñidad, como el ser proclive a
la recepción de la música afrocubana y la salsa por ejemplo, que le cantan al esclavo, al
negro, a la caña y al azúcar, o al mulataje, referentes comunes para ellos, que ni la
música andina colombiana, ni el tango o la ranchera, relacionaron en sus contenidos. En
este contexto adquiere sentido el papel de la música caribeña cubana y puertorriqueña
de vieja guardia (1920 – 1960), y la salsa años más tarde (1960 – 1980) que invaden la
ciudad a través de la radio, el mercado discográfico, el espectáculo del concierto y el
cine mexicano (este último para el caso de “la vieja guardia”). Dicha música habitará en
el cuerpo de los habitantes y con ellos en el cuerpo de la ciudad, como lo testimonian
los relatos de los fundadores que hablan de quioscos y casetas comunales donde igual se
reunían los vecinos para organizarse en pro de la vivienda, la adquisición de servicios
públicos, o para armar un festival, o una verbena callejera y obtener recursos con los
cuales levantar una escuela, hacer los andenes o mejorar una cuadra del barrio.

Creemos que aún faltan investigaciones puntuales para demostrar plenamente nuestra
hipótesis sobre las tres corrientes migratorias – en sus configuraciones culturales - que
se encuentran en Cali para construir una nueva ciudad e iniciar una nueva vida para
ellos y sus descendientes. En otras palabras, la nueva Cali, construida a partir de 1940,
lo fue en virtud de esta colonización urbana que recogía la tradición fundadora de
pueblos "paisas" y nortevallecaucanos (como Sevilla, Caicedonia, Trujillo, Restrepo,
construidos por los pioneros de la colonización agraria) y de los pueblos negros del
suroriente de Cali como Puerto Tejada, Candelaria, Florida, Padilla, Guachené y Villa
Rica, fundados por la misma época que los anteriores, en el paso del siglo XIX al siglo
XX o en las primeras décadas de éste.

La "tradición fundadora” hacía parte de una cultura campesina configurada alrededor de


una economía agrícola que se basó, para ambos casos, en un producto de punta como el
café y el maiz (para el caso nortevallecaucano y paisa) o el tabaco y el cacao para los
campesinos negros del sur de Cali. En ambos casos el minifundio y la parcela fueron el
núcleo sobre el que se definió su economía e identidad social, mientras en Cali
predominó el latifundio improductivo y ocioso en manos de grandes terratenientes que
usufructuaron su propiedad mediante la ganadería antes de comenzar a fragmentar sus
predios para venderlos o construir en ellos aprovechando la coyuntura para impulsar la
urbanización salvaje de la ciudad.

3.6 Transformación de la hacienda ganadera en barrio

En Cali, varios acontecimientos históricos se articularon para transformar el espacio


físico de la hacienda ganadera en barrio citadino: la separación del campesino
colombiano de su tierra, los cambios en la estructura de propiedad del suelo, los usos
sociales y económicos de éste y el proceso de industrialización dependiente atraviesan
un estadio de transformación en el que la gran hacienda colonial y ganadera que rodeaba
la ciudad en siglos anteriores, se convierte en barrio urbano. Transformación desigual
(aunque extensiva) tanto en las barriadas pobres mencionadas como en los
asentamientos de la burguesía comercial de los años 20 en el Norte, (barrio Granada
1920-30) y en el Sur de Cali, (barrio San Fernando 1927-30) 31. Dicho estadio
transcurre plenamente a lo largo del siglo XX, y en su devenir, una nueva población
ocupó el lugar que antaño usufructuara el latifundio inútil o la ganadería industrializada.

3.7 El barrio urbano: entre la hacienda y los ejidos

Al transformarse la propiedad y el uso del suelo, desde comienzos del siglo XX, las
haciendas ganaderas de Cali se fragmentaron para dar paso a lotes urbanizados o
urbanizables en los que el área ya no se contaba por plazas o hectáreas sino por metros
cuadrados. Este cambio en la denominación indicaba en la superficie las profundas
mutaciones operadas en la configuración socio espacial de una ciudad que todavía no lo
era a pesar del título pomposo de su escudo.
Haciendas como El Guavito, La Floresta, Salomia, El Limonar, Pasoancho, Puente de
Palma, San Joaquín, Cañaveralejo, Meléndez, Isabel Pérez y otras sobre las que se basó
la economía local hasta el siglo XIX, fueron dividiéndose en extensiones menores sobre
las que se levantaron muchos de los actuales barrios de la ciudad, así como sobre los
terrenos ejidos, propiedad del común, se erigieron asentamientos legales o marginales a
medida que las presiones y las demandas de vivienda de una población en aumento eran
"atendidas" por los sectores dominantes que acaparaban la propiedad de la tierra. En
otros casos, algunos barrios fueron conformados parcialmente en tierras comunales
(ejidos o dehesas) como sucedió con parte del barrio Obrero, y en sectores de las
antiguas haciendas, como en el caso de San Fernando (1928), Terrón Colorado (1942) y
Popular (1948).
Las haciendas de Cali, que se habían caracterizado a lo largo del siglo XIX como
unidades de producción agropecuaria para el consumo y el abastecimiento de un
mercado regional, absorbían parte de los ejidos y dehesas de la municipalidad, sin que
su dueño, el terrateniente, invirtiera en ellas para convertirla en empresa capitalista.
La estructura de propiedad del suelo y el poder que representaba, generó serios
conflictos en Cali, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando la población plebeya
en aumento reclamó sus derechos a ocupar las tierras del común. Pleitos jurídicos,
devoluciones e invasiones de hecho, fueron comunes en la década de 1840 hasta 1862
cuando el cabildo municipal "comienza a entregar terrenos ejidos en la ciudad...en el
área de Meléndez, Cañaveralejo, La Chanca, Paso de Santa Rosa, Las Piedras,
Pasoancho, Navarro, Cucarachas (actual Villanueva), Aguablanca, San Nicolás, El
Pueblo, Guanábano, Sardinera y Barrio Nuevo (de San Nicolás hacia el río Cali)” 32

31
De acuerdo con Carlos Botero, la construcción de estos dos barrios lejos del centro rompió la unidad urbana
mantenida hasta entonces por su relación directa con la plaza de Caycedo; quebró el principio de expansión
secuencial y ordenada siguiendo el trazado original de la ciudad; modificó la dinámica de crecimiento orgánico y
originó un nuevo “esquema que empezará a regir la morfología urbana, consistente en trazados disímiles y aislados”,
con grandes extensiones vacías de por medio. Para establecer su relación con el centro administrativo, cultural y
comercial, se utilizan como vías urbanas los antiguos caminos hacia el sur – a Popayán – hacia el norte- a Yumbo y
hacia el oriente – a Palmira – Este hecho obligó a la ampliación del perímetro urbano en 1923 que incluía también al
barrio Jorge Isaacs fundado en 1922. (Op. Cit. Pág.37 )
32
Sobre la naturaleza de los terrenos ejidos en Cali y los conflictos originados por su apropiación indebida por parte
de los terratenientes, véanse los trabajos de Margarita Rosa Pacheco: 1."Ejidos de Cali: siglo XIX", en el libro
"Santiago de Cali 450 años de historia" (varios autores) Alcaldía de Cali 1981. 2. "Santa Bárbara de los Ciruelos:
En términos generales podemos decir que el proceso de industrialización subregional es
concomitante con el desarrollo urbano de Cali e implica la transformación de algunas de
las haciendas tradicionales en ingenio azucarero o en cultivos agroindustriales a lo largo
del Valle del río Cauca donde grandes extensiones se tornaron en cañaduzales, en
cultivos temporales y montajes industriales, mientras en Cali las haciendas ganaderas
se fueron transformado en barrios y urbanizaciones.

Ahora bien; el salto de una forma a otra en la estructura de la propiedad y en el uso del
suelo en el proceso de urbanización a lo largo del siglo XX, hubo de tener etapas
intermedias que aún están por investigar y que aquí apenas podemos sugerir. En algunos
casos, el estado impulsó los asentamientos sobre terrenos ejidos; en otros, compró al
terrateniente toda su extensión o una parte de ellas para lotearla entre los desposeídos,
como sucedió con las haciendas "La Fortaleza" y "Periquillo" de don Hernando
Caicedo, dedicadas a la ganadería y la lechería, que fueron adquiridas por el Instituto de
Crédito Territorial para fundar allí 4 barrios populares entre 1960 y 1965. En otras
ocasiones la ocupación ilegal dio origen a tugurios e invasiones que después fueron
legitimados como barrios normales; en otros casos, familias organizadas en comités
provivienda negociaron directamente con el terrateniente, o se asociaron con el estado, o
presionaron a éste para que comprara los terrenos y auspiciara la construcción de
vivienda, como sucedió en los barrios de Villa - Colombia (1948 - 50) y Alfonso López
(1958 - 60). Estos últimos fueron construidos por los propios habitantes en predios de la
hacienda El Guavito (antigua hacienda Los Ciruelos) negociados con la señora Leonor
Vásquez de Domínguez y su hijo Abraham Domínguez Vásquez. Finalmente, habría
casos en los que el terrateniente urbanizó mediante la creación de una empresa
constructora, o su vinculación a ella, o en últimas, gracias a sus influencias en esferas
oficiales presionó a la administración municipal para que le comprara sus tierras o las
valorizara con la dotación de infraestructura y servicios.
En cualquiera de los casos referidos a la gran hacienda, ésta fue perdiendo su carácter de
latifundio improductivo y en el paso de unas generaciones a otras en el siglo XX, se
transformó en barrio, a medida que se consolidaron las relaciones de producción
capitalista en nuestro país y en la región.

No es extraño pues que en las tres décadas señaladas se funden casi un centenar de
barrios con la participación de estas masas que se tomaron a Cali. La presión por
acceder al espacio urbano genera formas de organización como los centros o comités
provivienda que aglutinan a una gran cantidad de familias reivindicando el derecho a
vivir en la ciudad. Hacia 1958 había 117 centros provivienda en Cali. El trabajo
colectivo se traducía en negociaciones con el municipio o los terratenientes; en
invasiones simbólicas y reales; en el levantamiento de los primeros cambuches, en la
defensa del espacio conquistado, en la invitación a "Mingas" y "Convites" para limpiar
o rellenar un lote, armar un puente o abrir una nueva vía. Así se construyeron muchas
calles de Cali como la calle del machete en Villacolombia, o la calle novena en Bretaña
y otra más en Alfonso López.

En fin, la empresa colectiva de familias enteras, hizo posible la fundación de una nueva
Cali , en una verdadera gesta que empezó con la formación de barrios como el Obrero y

estancias, ejidos y haciendas de Cali Colonial" - Revista Historia y Espacio, Vol. II No.10, Universidad del Valle,
Cali 1984.
Sucre (1925 -1930 ) Bretaña y Siloé (en la década de 1940), Villacolombia y la Floresta
(hacia 1950) y continuó con Alfonso López, Nueva Floresta y El Rodeo (1958 - 1962)
entre otros.

En estas como en otras barriadas hubo intensas luchas en las que el pueblo puso sus
muertos. Alfonso López se llegó a conocer oficialmente como "asentamiento
clandestino controlado" y en El Rodeo murieron baleadas varias personas cuando la
población se enfrentó a la policía que intentaba desalojar el predio ocupado. En Siloé
por su parte, construído sobre minas de carbón y a donde iban a parar cientos de
campesinos desplazados que llegaban a La Casa Liberal en Cali, sobretodo después de
la muerte de Gaitán, la situación era más tensa. Llevados hasta “La nave”, donde
comienza el barrio y dejados allí al amparo de “sálvese quien pueda”, los inmigrantes
levantaban sus cambuches aún en las áreas donde era prohibido construir. Y tras ellos la
“Violencia” siguiéndoles los pasos en carros fantasmas disparando sus ráfagas y
gritando el consabido estribillo que subía un partido y bajaba al otro. Para protegerse,
los vecinos se organizaron en comités de autodefensa y se turnaban vigilando las
entradas al barrio. Apertrechados con tacos de dinamita y escopetas de fisto hechas por
ellos mismos, los comités de autodefensa repelían los ataques, mientras En Bogotá el
periódico El Tiempo publicaba : “Siloé es un campo minado, una trinchera liberal”.

Para los inmigrantes, el espejismo de la ciudad seductora se desvanecía en el encuentro


con la dura realidad de tener que vivir en la periferia, sin los más elementales servicios
y adonde no llegaba la modernización. Fueron necesarios hasta 10 o 20 años para
transformar el barrio en un nicho dignamente vivible, quererlo, pintarlo y llenarlo de
color, embellecerlo para la verbena callejera en la celebración del cumpleaños, en la
navidad, o en la celebración de los campeonatos de fútbol por los equipos locales (esto
último a partir de 1965).

Para el antiguo campesino, el eje de pertenencia e identificación no será más el río, ni el


caserío, ni la parcela cafetera, ni el cacaotal, que se evocan con nostalgia. Su lugar es
ahora un nuevo espacio en construcción: el barrio citadino. Nuevos vecinos, nuevas
amistades, nuevas relaciones sociales. La urbe impone otros códigos de reconocimiento
y exige asumir determinados comportamientos. Ante todo es necesario aprender a
caminar en la ciudad, conocer sus señales, evadir la agresión potencial de los vehículos
y esquivar la noche cuando impera el terrorismo de "los pájaros". 33

Los "paisanos" se buscan y se agrupan como inmigrantes de una misma región. La


diversidad de núcleos poblacionales (caleños, vallecaucanos, caldenses, antioqueños,
tolimenses, chocoanos, caucanos y nariñenses; indios, negros , mulatos y mestizos de
todas partes) que inundan la ciudad, trajo consigo costumbres y tradiciones aunadas a la

33
“Los pájaros”era el nombre con que se conocían popularmente a los sicarios que conformaban
escuadrones de la muerte, adscritos al partido conservador , para perseguir y asesinar a los
liberales, no sólo en Cali y en el Valle del Cauca, sino en otras regiones del país. Aunque se
concentraron en unas más que en otras, de todas maneras fueron una fuerza oscura que, después
de 1948 y hasta comenzar los 60, sembró de muerte y terror las ciudades, los pueblos y los campos
colombianos, particularmente durante los gobiernos de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez y
Rojas Pinilla. En Cali, los pájaros cometieron la mayor masacre, en octubre de 1949, cuando
mataron unas 30 personas en la Casa Liberal, situada en el barrio San Nicolás, cn la calle 16 entre
carreras 2ª y 3ª, siendo gobernador Nicolás Borrero Olano. De este funesto episodio, conocido
como “La masacre de la casa liberal”, quedó un testimonio literario en la novela “Noche de
Pájaros” del escritor caleño Arturo Alape.
esperanza de encontrar una vida mejor. Pero la avalancha desborda la capacidad de
absorción de mano de obra que el desarrollo industrial ha requerido. Al ser excluidos
del aparato productivo se genera una gran masa de desempleados y subempleados que
irán a pasar a los bordes, formando los tugurios posteriormente legitimados como
barrios. La ciudad impone también una conceptualización diferente del espacio en el
trazado de las vías, en la construcción de la vivienda, en el diseño de las fachadas, que
riñen a veces con la manera informal como construyen albañiles y maestros de obra,
conciliando la necesidad de la vivienda con la disponibilidad de los recursos. Aunque
en la construcción del barrio se conserva la organización por retícula – originaria de la
ciudad española - se establecen dimensiones mínimas allí donde la planeación lo exige
y obligadas restricciones en el uso de ciertos materiales ante la imposibilidad de
adquirirlos. La ciudad refugio se ruraliza y la conciencia rural de las masas tendrá que
urbanizarse en tanto va asimilando las nuevas reglas de juego. Formas culturales y
tradiciones campesinas se mezclan con elementos de la vida urbana para formar en las
generaciones posteriores una nueva sensibilidad, hecha por completo en la ciudad,
donde se narran los horrores de la “Violencia” y se recrean los relatos de las familias
huyendo del campo, o saliendo del pueblo en busca de la ciudad seductora que se torna
en la ciudad refugio.

Queda así descrito el fenómeno de la masificación urbana que hemos retomado de


J.L.Romero.Pero la masificación, que en el análisis de Romero es una forma de ver el
proceso de urbanización latinoamericano, no era sólo un fenómeno cuantitativo sino
también cualitativo en la medida en que se modificó una sociedad que era más pequeña,
más integrada y más cohesionada, y se convirtió, según él, en una “sociedad escindida”,
dividida en dos polos opuestos pero a la vez contiguos. Ellos fueron, de un lado “la
sociedad tradicional, normalizada”, compuesta por clases y grupos articulados cuyas
tensiones y cuyas formas de vida transcurrían dentro de un sistema convenido de
normas”; y de otro, “la sociedad anómica” conformada por el grupo de inmigrantes
aislados que convergían en la ciudad, “que sólo en ella alcanzaban un primer vínculo
por esa sola coincidencia, y que como grupo carecía de todo vínculo y, en consecuencia
de todo sistema de normas: era una sociedad anómica instalada precariamente al lado de
la otra como un grupo marginal” (Romero 1984: 331). En esas condiciones luchan por
sobrevivir en algún rincón aferrándose a la ilusión de ocupar el suelo urbano, de
adquirir un techo y un trabajo con el mismo derecho que tenía la sociedad normalizada.
La presencia ruidosa y agresiva de la sociedad anómica será visible cuando la masa
descontrolada penetra los espacios de la sociedad normalizada irrumpiendo con
violencia como sucedió en Buenos Aires en 1945, en Bogotá, el 9 de abril de 1948; en
Cali el 10 de mayo de 1957 (cuando la caída de Rojas Pinilla); y el 17 de febrero de
1971, para citar sólo estos cuatro casos, que ocurren justamente en el periodo señalado
como el de mayor crecimiento demográfico y masificación de las ciudades
latinoamericanas.

Lo interesante de este planteamiento es el hecho de que el conflicto identificado por


Romero no es el conflicto generacional, (que ganaría importancia a partir de los años
sesenta), ni tampoco la lucha de clases como lo plantearía el marxismo en su
concepción más ortodoxa. Hay en su análisis, un desplazamiento de la contradicción
hacia dos nuevas dimensiones antagónicas que trascienden lo económico- político para
asumir lo sociocultural. De otro lado, la noción de masa y masificación también es
diferente, porque si para la escuela de Francfort la masificación era sinónimo de
vulgarización y degradación del arte y la cultura burguesa, para la sociedad
norteamericana la masificación representaba el modelo de bienestar y confort alcanzado
por las clases medias después de la segunda guerra mundial. A su vez, para la izquierda
latinoamericana, a partir de los 60s, la masa designaba no los problemas del
crecimiento urbano, ni la sociedad de consumo masivo y medios de comunicación, sino
a las masas como la alianza ideal de las clases populares, proletarios y campesinos,
sectores medios e intelectuales que convergían en una utopía revolucionaria. Para
Romero por su parte, la masa corresponde a una formación social potencial que puede
aglutinarse por una circunstancia crítica, o en determinada coyuntura de conflictos. La
masa para él, es un conjunto heterogéneo y anómico, marginado frente a una sociedad
normalizada e integrada.
La masa no es pues homogénea ni compacta, aunque es el resultado de “la fusión entre
los grupos de inmigrantes y los sectores populares y de pequeña clase media de la
sociedad tradicional”, en un proceso contemporáneo con la industrialización de los
países latinoamericanos. (Romero 1.984: 336-337).
De cualquier manera, la masificación de las ciudades tiene lugar en el marco de lo que
Manuel Castells ha llamado la “Urbanización dependiente” o también la “Urbanización
salvaje”, entendida como “La conformación de grandes concentraciones de población
sin desarrollo equivalente en la capacidad productiva, a partir del éxodo rural; de la no
asimilación de los inmigrantes en el sistema económico de las ciudades; de la
desarticulación de la red urbana, el crecimiento de la segregación en la ocupación del
espacio y la conformación de vastas zonas ecológicas llamadas marginales, en un
proceso de urbanización salvaje...”( 7).

Pero a diferencia del planteamiento de Romero, con respecto al carácter anómico y la


ausencia de vínculos entre la masa, creemos que en Cali esos vínculos se gestaron – y se
fortalecieron - en torno a las prácticas descritas, a los usos del suelo y la conquista de
los espacios públicos en el tiempo de ocio, así como en torno a las fiestas, el baile y la
recepción de la música popular, particularmente los géneros afrocaribeños de Cuba y
Puerto Rico, conocidos como “la vieja guardia”.

(7) Manuel Castells en: “Imperialismo y urbanización en América Latina”. Págs. 12-15
3.8 Extroversión de la vida urbana en los espacios públicos

El surgimiento de los espacios públicos, que fueron determinantes en la historia cultural


de Cali, también estuvo marcado por diferencias sociales, desde la primera
modernización de la ciudad. Desde su origen fueron ocupados por sectores antagónicos
en la estructura social. Una primera caracterización nos permite distinguir los espacios
públicos de los sectores dominantes (terratenientes, ganaderos y burguesía comercial -
financiera) de los espacios ocupados por las clases bajas.
Para las clases altas su "vida social" transcurre en las inmediaciones del Parque de
Caycedo, donde al despuntar el siglo se forman clubes y centros de esparcimiento. Entre
ellos, "El Gran Club" de Jorge Pineda, "La Mata de Mora" bar y salón de juegos de
propiedad del antioqueño Pedro Pablo Piedrahíta, "Bar el Centenario" (con billares) de
Maximiliano Caycedo y algunas tiendas como la de don Juan Santander y la tienda de
Sparza, según lo relata Gustavo Lotero "Plumitas" en una de sus crónicas. Aunque eran
sitios sobre todo para hombres, se fueron constituyendo en escenarios para la recreación
y la fiesta de los sectores pudientes. Por su ubicación social y por referencias de los
cronistas de entonces deducimos que fueron los antecedentes del posterior Club
Colombia y de los demás Clubes Sociales de la élite parroquial. Otro espacio público
importante fue la Llanura de Galilea (en el actual Barrio Versalles) donde se inició el
fútbol en Cali en la década de 1910. Allí ( en los alrededores de la Clínica de Occidente)
se fundó además el primer hipódromo y el primer estadio para realizar los Juegos
Nacionales en 1928. El fútbol,(que empezaba a hacerse popular) las corridas de toros y
las competencias ecuestres eran las actividades predominantes, sobretodo las corridas y
las carreras de caballos, apenas lógicas en una sociedad todavía agraria como la de
entonces. En la Plaza de Galilea, así como en el Circo de Granada (frente a "los turcos")
y en la Plaza Belmonte años después, se fermentó la afición por los toros (y las
cabalgatas) que caracterizaron a la Feria de Cali, como una fiesta creada por los
terratenientes y ganaderos de la región.

El año de 1910 es clave en esta primera etapa de extroversión de la vida urbana y


ocupación del espacio público. Ese año ocurrieron dos acontecimientos trascendentales:
El Centenario de la Independencia Nacional y la creación del Departamento del Valle
del Cauca, designando a Cali como Capital. La importancia de los hechos estimuló la
participación colectiva en las celebraciones, agasajos y festividades públicas. Y a pesar
de que permanecieron vigentes la religiosidad y algunas costumbres e ideas de la
sociedad colonial, la ocupación de los espacios públicos para el esparcimiento
comunitario empezaba a generar otras actitudes, así fuera en las clases dominantes. Al
parecer, las festividades no eran muchas si las comparamos con la intensidad de hoy.
Las fiestas se reducían a las celebraciones religiosas, navidad, día de reyes, procesiones
del Sagrado Corazón y las fiestas del Santísimo Sacramento. Al lado de ellas, las
retretas vespertinas de domingos o días feriados en el desaparecido quiosco del parque
de Caycedo. La actividad musical la desplegaban unas cuantas bandas organizadas en
Cali. La primera de ellas, según las crónicas del periódico “Despertar Vallecaucano”,
fue un conjunto de origen indígena conocido como "Los Timbos" que interpretaban
música "autóctona" con flautas de carrizo, tambora rústica, redoblante o tambor
pequeño y platillos de cobre martillado"7 Antes de formarse la primera banda de
músicos - según esta crónica - se organizaron a principios de siglo dos conjuntos casi
simultáneamente, a base de instrumentos de viento. Ellos fueron "La Banda de Palo
Alto" (un quinteto) y "La Banda de Garrón de Puerco", que animaban las fiestas
pueblerinas. Posteriormente surgió "La Banda de los Porrongos" fundada por Ramón
Soto y sus hermanos para acompañar al Santísimo en sus correrías urbanas por las calles
empedradas del "Cali que se fue”. 34

Hubo así mismo otras agrupaciones como la orquesta de los hermanos Viteri que
interpretaban música religiosa y el conjunto de don Simón Velasco que alternaba la
música clásica con la colombiana; igualmente la orquesta de Enrique Umaña que
animaba los intermedios del Cine Mudo y la Banda de Hernando Sinisterra. 35 Después
surgió la banda militar del Batallón Pichincha (en 1928), la banda Departamental
fundada en 1935, y la orquesta de jazz de La Voz del Valle hacia la misma época. Todas
ellas interpretaban ritmos nacionales y extranjeros como el pasodoble, el fox, la
mazurka y la contradanza. Algunos tocaban también música clásica, zarzuelas
españolas, valses de Strauss o danzas y pasillos del maestro Pedro Morales Pino o las
composiciones de Rafael Machado y Agustín Payán, músicos de la región.

En el quiosco del parque Caycedo la Banda Militar del Batallón Pichincha ejecutaba
estos géneros en las retretas dominicales a donde entraban ricos y pobres pero ocupando
(dentro del parque encerrado) espacios distintos. Que fuera poca o mucha la actividad
musical de entonces depende de como se mire. Lo cierto es que en las fiestas
mencionadas y en las retretas, se dieron las primeras formas de audición colectiva de la
música en espacios públicos. Y esas fueron las prácticas culturales que antecedieron a la
formación de una competencia para el consumo del arte musical en Cali.
En resumen, la vida cultural de las clases altas se concentraba en las iglesias (La Merced
y San Francisco) en los bares y clubes alrededor del parque Caycedo, en Galilea, en las
tertulias, en el Salón Moderno (hoy Teatro Isaacs) donde se presentaban óperas,
zarzuelas, teatro y cine; en el Teatro Municipal iniciado en 1917, en los paseos a sus
haciendas y posteriormente en hoteles como el Europa y el Alférez Real, a donde
llegaron orquestas internacionales. Agreguemos los paseos en tranvía hasta Puerto
Mallarino y de allí los viajes por el río Cauca hasta Cartago y La Virginia en buque a
vapor. También los paseos en tren a La Cumbre y a Buenaventura. Los aires de
modernización incipiente se cristalizaron en los Carnavales de Cali, iniciados en
diciembre de 1922, con cabalgatas, toros, comparsas, retretas y reinado de belleza. Con
algunas interrupciones en la década del 30, los carnavales organizados por la élite
gobernante, fueron los precursores de la posterior feria de Cali. Ese mismo año (1922)
se inició la producción cinematográfica en Cali (pionera en Colombia) con la filmación
de "María" y otras dos películas rodadas en escenarios regionales.

Las prácticas y la ideología cultural de los sectores dominantes eran en lo fundamental


importadas de las metrópolis occidentales. A ello contribuyeron los viajes de familias
caleñas a países europeos y la llegada de inmigrantes extranjeros interesados en
radicarse en Cali. Al adoptar el eurocentrismo como concepción y modelo de la
“civilización”, ( antes de adherir incondicionalmente al modelo norteamericano ) las
castas dirigentes asumieron una actitud consumista (y no productiva) del capital cultural
de otros países y con ello sustituyeron la creación de una cultura burguesa propia que
expresara su identidad histórica. Tal vez, en las tertulias y los periódicos donde se

34
"Primeras bandas de Músicos". Despertar Vallecaucano No. 47, pág. 12 - Gustavo Lotero: "Las extraordinarias
orquestas del Cali Viejo". Despertar Vallecaucano. No. 76, pág. 6
35
Sobre la importancia de este compositor y director de orquesta ver la obra de Octavio Marulanda:
“Hernando Sinisterra huella y memoria”, editado por Funmúsica, Ginebra (Valle) 1993-. Ver también
E:Vásquez, 2001 : 172
formó un grupo de intelectuales provenientes de sectores medios, encontró la ciudad
dónde mirarse. Sólo un puñado de cronistas, poetas, algunos médicos y un músico
talentoso como Antonio María Valencia, dejaron su obra como producción
representativa para la formación de una cultura regional hecha por las élites cultas en la
ciudad.

Mientras las clases altas se regocijaban en los lugares descritos, el populacho


circundaba la plaza de mercado o galería del Calvario en cuyos alrededores se formaron
otros establecimientos públicos complementarios al comercio de la zona. Por ser
epicentro para el intercambio mercantil a donde llegaban los productos agrícolas
provenientes de Juanchito y el Paso del Comercio, la plaza de mercado se convirtió en
el escenario más importante de los espacios públicos. En sus inmediaciones surgieron el
teatro Cali, (donde se presentaba el cine mudo) junto a bares y cafés como El “Gato
Negro" (sobre la carrera 10 calles 12 y 13), "El Gallo de Oro", "La Puerta del Sol" y el
café "Las Américas", esquina de la calle 13, carrera 10 "con sus encantadoras coperas
de cariñosa distracción". Y en el mismo sector, el café "Bola Roja", en la carrera 9ª
con calles 12 y 13, frecuentado por “los pájaros”, que se reunían también en el café “Las
Vegas”, (carrera 10 calle 11 esquina ) y en el café “Colombia”, (carrera 3ª. con calle
10), donde según los testimonios de Arturo Alape y muchos otros caleños de la época,
se encontraban los “pájaros”, encargados de asesinar a sus rivales políticos, los
liberales...

Pero si en el parque de Caycedo pobres y ricos acudían a las retretas musicales


conservando las distancias, en la plaza de mercado todos se revolvían en el intercambio
mercantil. Y si en los clubes sociales y en las retretas se escuchaba música colombiana y
clásica, en la zona de tolerancia creada cerca al Calvario, se impondrían otros géneros:
el tango y aquellos que provenían de Cuba y Puerto Rico cantándole a Changó y a
Yemayá, al esclavo y el negro, al azúcar, la caña y el tambor; al campo, al barrio, al
baile y a la música misma.

3.9 La zona de tolerancia: espacio público para las mujeres públicas 36

La primera zona de tolerancia se había creado en 1910 y sin saberlo, hacía parte de la
primera modernización precapitalista de Santiago de Cali. Pero es después de 1930
cuando la música cubana penetra en la ciudad, a través de la radio y el mercado
discográfico y se concentra en los alrededores de una nueva zona de tolerancia.
Entonces se acentúan las diferencias sociales en el consumo de los productos musicales
y la recepción de los géneros producidos en Europa, Estados Unidos y América Latina.
Porque mientras la burguesía consume música clásica para semejarse a los europeos, y
baila bambucos o pasodobles para no olvidar sus orígenes, el pueblo caleño (que
también baila estos dos géneros) empieza a danzar con el tango y los ritmos

36
Para describir la historiografía de este importantísimo espacio público en Cali, hemos contado con las
crónicas escritas y con los testimonios de viejos y asiduos visitantes que accedieron, en los años 80, a contarnos
sus relatos. Entre ellos, hombres de distintas profesiones: Tito Cortés, José del Carmen Beyibo, Andrés Ospino
y Auber Ospino (músicos); Benigno Holguín, Carlos Valencia, Pedro Castro, Miguel Angel Barrios ("El
Chato"), Jimmy Bugalú, Félix Veintenillas y Evelio Carabalí (bailarines); Lucho Lenis, Olmedo Rosero y
Reinaldo Suavita (propietarios de establecimientos), Edgar Mallarino, Pedro López, Héctor "la sombra"
Martínez, Carlos "el indio" Montaño (futbolistas). Todos coinciden en destacar la presencia de la música
antillana en diferentes establecimientos donde se iniciaron los concursos de baile que dieron origen a una
tradición urbana y popular que se ha intensificado durante los últimos años.
afrocubanos, que habían nacido en los arrabales de ciudades industrializadas desde
comienzos del siglo. Y aunque Cali no era una ciudad industrial, la zona de tolerancia sí
era un arrabal; y en él como en los barrios circunvecinos (Obrero, Sucre, San Nicolás)
se concentró intensamente la recepción colectiva de los géneros proscritos. Las prácticas
de recepción y consumo del nuevo producto cultural musical y los espacios de su
audición, se diferenciaron desde entonces. De un lado, bares y cantinas prostibulares
donde se daban cita el amor y la pasión en un bolero de Pepito López, o en un tango de
Gardel, o se conjugaban el deseo y el baile en una guaracha de Daniel Santos. De otro
lado, los teatros donde se presentaban las películas y los artistas en persona, al igual que
en los radioteatros de las emisoras. En la zona todo estaba permitido como espacio
reservado para la realización de los placeres prohibidos por la moral dominante. Al
crear la zona de tolerancia se legitimó la prostitución que existía desde años atrás,
clandestinamente, como el oficio más viejo del mundo. Y fue el alcalde Guillermo
Triana, quien no sólo prohibió fumar a los menores de 18 años, sino que "dividió el río
Cali " en zonas separadas para el baño de los hombres y las mujeres. Aplicando
fielmente las restricciones que Fray Morquillas y otros curas de la ciudad imponían al
acercamiento de los cuerpos en el baile, el alcalde Triana les prohibía mostrarse en el
baño público del río; y en una decisión compensatoria, creó el primer barrio de
tolerancia en Cali como lugar para la compraventa del sexo, ese mismo que tanto se
procuraba mantener alejado en los paseos y en el baile; la esquizofrenia revelaba
sintomáticamente la doble moral de las élites dominantes. De acuerdo con el relato de
Gustavo Lotero "Plumitas" sobre "el primer barrio de tolerancia en Cali ", éste se
delimitó, en la primera década, entre las calles 14 y 15 con las carreras 10 y 12, zona
que corresponde al área detrás del teatro Ayacucho. 37
.
Allí se concentraron "las mujeres de la vida alegre", en este sector del Calvario como se
llama a la pequeña loma en cuya cima se levantaba una cruz. El nuevo espacio remitía
al juego simbólico de los pecadores aunque a decir de "Plumitas" el número de mujeres
públicas no era muy grande y por ello todas eran muy conocidas; muchas de ellas vivían
en casa propia (y como fueron conminadas a concentrarse en el barrio) éstas buscaron
un abogado alegando que tenían el derecho a recibir en sus casas a quienes quisieran.
Este fue un pleito muy sonado y aunque las propietarias siguieron viviendo en sus
propias residencias, las que no tenían casa propia tuvieron que trasladarse a la zona
demarcada en el decreto y esto dio ocasión a que aquella parte de la ciudad registrara
una elevación en los arrendamientos y en el precio de la propiedad raíz...". Por lo que
podemos deducir, el negocio resultó próspero para unos y para otras porque en 1918 el
cabildo municipal expidió nuevas reglamentaciones exigiendo a las mujeres públicas
trasladarse al lugar indicado". 38

En realidad, ya para esta fecha era un negocio de vieja data, pues según Alejandro
Sarasti ya en 1900, habitaban en "el Hoyo" (atrás de San Nicolás y a orillas del río)
"lindas mujeres de vida licenciosa, pero más bien recatadas, sin dar escándalo para bien
de sus asiduos visitantes". 39

38
A.H.M de Cali, Acuerdo 9, de julio 11 de 1918.
39
AIejandro Sarasti: "Así era Santiago de Cali en el año de gracia de 1900". Despertar Vallecaucano", pág. 33.
Hacia 1931 un nuevo acuerdo municipal ampliaba los límites hasta la carrera 9a. desde
la calle 14 hasta la 17; y finalmente, hacia 1945 la zona "se trasladó" (en realidad se
ampliaba) hasta el barrio Sucre, carrera 12 con calle 19, en el barrio Obrero. En verdad,
la primera "zona" seguía siéndolo pero se conocería como "la zona negra" y se
extendería hacia Fray Damián (San Pascual) y Santa Rosa. La segunda etapa, en los
barrios Obrero y Sucre, era ahora la zona de tolerancia y en ella se concentraría la
recepción bailable de los géneros musicales en particular los cubanos y puertorriqueños.
Y así como cualquier otro barrio popular de Cali, "el barrio de tolerancia (más conocido
como "La Zona") fue construido por etapas.
Fueron muchos los negocios establecidos en este sector. Entonces no se llamaban
grilles, ni discotecas; eran bares y cabarets, unos más elegantes que otros pero todos
dispuestos al buen servicio de una clientela esencialmente masculina.

3.10 Las fiestas populares: de los champús bailables a los bailes de cuota

El estudio de la música popular hoy en Colombia y en América Latina es una vía útil
para comprender los procesos de masificación en los que la industria cultural jugó un
papel determinante al poner en contacto las masas ciudadanas con la música de varios
países, en un proceso nuevo que se vivía a nivel continental. Aquí nos ocupamos de las
prácticas de recepción y consumo de los bienes culturales musicales, de su apropiación
por sectores sociales y de los usos y los modos como se adhieren a ellos, a través de la
fiesta y el baile, que para nuestro caso terminaron convirtiéndose en signo de identidad
para determinados sectores de la población.

Es durante el periodo que estamos analizando cuando la industria cultural difunde para
un mercado, los géneros folclóricos y populares de distintas nacionalidades. Ellos serán
un habitante más en la ciudad que está formándose y terminará por arraigarse creando
una memoria con el paso de los años, gracias al papel cumplido especialmente por la
radio, el disco y el cine, en tanto crearon un modo de oír urbano y una conciencia
consumista, pero también contribuyeron a modelar un modo de ser y de vivir.

En nuestras indagaciones hemos podido verificar que indiscutiblemente la rumba


popular en Cali empezó por el Vallano (después conocido como barrios San Nicolás y
el Hoyo) y de allí se regó por los barrios adyacentes, el Obrero y el Sucre, donde
adquirió otro sentido cuando la zona de tolerancia se concentró en sus inmediaciones.
Para nuestra historia partiremos de los años 30 desde cuando podemos citar referencias
sobre las fiestas según el relato de personas que participaron de ellas.

En la década de 1930 hemos encontrado referencias sobre el origen de los champús


bailables en los barrios San Nicolás, El Hoyo, Vilachí (al lado de San Antonio), Sucre y
el Obrero. 40 Los champús bailables eran reuniones vespertinas en casas de familias con
amplios solares, donde iban jóvenes y adolescentes a bailar el domingo por la tarde

40
La descripción de las fiestas está hecha con base en las narraciones de Benigno Holguín, Hilda Palta, Lucho Lenis,
Edgar Mallarino, Héctor "La Sombra" Martínez y Olmedo Rosero. Cuando dieron su testimonio ( 1985-86) todos
eran mayores de 50 años y participaron en su adolecencia de los champús bailables y de los bailes de cuota. Los tres
últimos fueron jugadores profesionales de fútbol en la época de “El Dorado”.
hasta tempranas horas de la noche. Se llamaban así porque se consumía esta bebida
típica del Valle del Cauca preparada con maíz, pedazos de lulo y piña y hojas de naranjo
agrio. Con ella no se emborrachaba nadie, pero tras de sí aparecían la cerveza y el
aguardiente que los hombres adultos tomaban mientras los jóvenes se llenaban de
champús. 41 Complementados con empanadas y fritanga, los champús bailables fueron
encuentros permanentes en aquellos barrios durante varias décadas hasta que
aparecieron los aguaelulos en los años 60 donde el champús fue reemplazado por la
cocacola y sólo el nombre del lulo quedaba como indicio verbal de lo que había sido
esa fiesta popular. 42

En los champús bailables de los años 40, se danzaban ya las rumbas criollas de Emilio
Sierra, los porros de Guillermo Buitrago, el foxtrot, el bolero, el pasodoble, la conga, el
son, el bote, la rumba y la guaracha escuchadas para entonces. Creemos que allí en los
champús bailables hicieron escuela muchos de los futuros bailarines de Cali de los años
40 y 50, como lo demuestra el caso de Benigno Holguín, quien creó la primera
academia de baile (“La comparsita” 1949 ) y en cuya casa paterna en el barrio Vilachí
se celebraban estas fiestas.

En los años 40 aparecen los bailes de cuota (según nuestras indagaciones) en casa de
doña Trinidad Martínez ubicada en la calle 15 con carrera 13 y 14 (barrio Fray Damián).
De ellas nos habla Héctor "La sombra" Martínez quien fuera jugador del Boca Jrs. de
Cali, además de maraquero y cantante de los "Cali Boys" en la década del 40.43

41
En la calle 16 entre carreras 1a. y 3a. actual, vivía la familia de doña Gregoria Echeverry "gente acomodada" con
mucha influencia en el sector en cuya casa se celebraban las fiestas del barrio El Hoyo, por allá entre 1930 y 1.935.
Allí iba Edgar Mallarino (que había nacido en El Hoyo) antes de ser el "maestro" profesional de fútbol vinculado al
Club América de Cali. En casa de doña Gregoria se daban cita los vecinos, jóvenes y padres de familia para divertirse
los fines de semana. Los jóvenes cortaban la mata de escoba para barrer la sala y pulir y brillar las baldosas de ladrillo
que se convertían en pista de baile sobre la cual se prolongaba la tradición festiva del Vallano. Se danzaba la música
de cuerda (guitarra, tiple y bandola) y otros aires que sonaban en grabadoras y vitrolas acopladas a un radio R.C.A.
Víctor. Coincidencialmente eran canciones de moda "El baile de la escoba", una marcha de Juan Moriche y Margarita
Cueto y el tango "Ladrillo", de Juan Pulído que para entonces había venido a Cali. En las fiestas de doña Gregoria el
toque de elegancia lo ponían las damas de vestido largo y los caballeros con chaleco, corbata y sombrero, que
disfrutaban una rumba sana y apacible. De los hombres sólo quienes habían alargado pantalón podían participar del
baile. Sin embargo, la fiesta en tanto lugar de socialización daba cabida a todos propiciando el acercamiento y la
integración del vecindario.

42
Según el testimonio de Edgar Mallarino, fueron muy populares también el champús de los Arce en el barrio El
Hoyo, en un solar inmenso de la calle 18 con carrera 1a. y 2a.; el champús de los Holguín en el barrio Vilachí, donde
Benigno era el discómano; los champús de San Nicolás (en la carrera 2a. con calle 23) y en el Obrero (carrera 9a. con
calle 20). Antes que un negocio, la venta de champús era un espacio para el encuentro festivo y amistoso de vecinos y
familiares habitantes del barrio o de un sector determinado. Por ser lugares relativamente amplios donde asisten
vecinos, familiares y amigos, surge la preocupación por tener un buen sonido y una discoteca complaciente, de
acuerdo con la época. Quizás estos dos aspectos, tengan que ver con los antecedentes de los melómanos y
coleccionistas caleños, reconocidos a nivel nacional por su manía como consumidores de música y la preservación de
los discos.

43
"Los Cali Boys" grupo musical fundado hacia 1945 por Tito Cortés y José del Carmen Beyibo. Ya en 1940, Tito
Cortés siendo estudiante de Santa Librada había organizado "Los Piratas del Ritmo", un conjuntico hecho con los
amigos para serenatiar por ahí, tocar en bares y cantinas y ganarse la vida. Después se formaron "Los Cali Boys"
como un sexteto constituido por músicos de distintos orígenes, que el destino juntaba en Cali: Tito Cortés
(Tumaqueño que había llegado, siendo niño, desde Buenaventura); Jorge E. Pérez, procedente de Barbacoas; Gastón
Guerrero (Chocoano); José del Carmen Beyibo (Barranquillero) y los caleños Adolfo Sierra y Marco T. Arias
"Cucharita". Después se integraron Raúl López, Chepito Giraldo y Pedro Junco. Su dotación constaba de una guitarra
puntera (haciendo el papel del tres cubano) una acompañante, percusión (claves, bongó, una tumbadora, cencerro y
maracas). El conjunto se organizó en el parque del barrio Obrero donde residían Beyibo y Cortés, iniciados ya en el
ambiente musical. Es en el espacio público y al aire libre donde se organiza el primer conjunto para tocar música
cubana en Cali, justamente en el barrio Obrero donde junto al Sucre y al San Nicolás se concentraba la audición
Los bailes de cuota surgen como otra forma de hacer la fiesta, cobrando cinco pesos
por la entrada con derecho a trago, tamales o lechona y se prolongan hasta las décadas
del 50 y 60. A ellas se iba con saco largo abajo de las rodillas, pantalones anchos a lo
"Pachuco" y con cadena colgando entre el bolsillo y la pretina, como Tin Tán en sus
buenos tiempos. El baile empezaba a las nueve de la noche y duraba hasta el otro día
cuando se prolongaba en "El Avispero" de lucho Lenis, una tienda en el Barrio Obrero
que los amigos convirtieron en amanecedero a partir de 1948. Algunas veces la fiesta
era con orquesta, amenizada por los hermanos Ospino, Tito Cortés, José del Carmen
Beyibo y otros músicos locales. Asistían hombres y mujeres, adultos, jóvenes de los
barrios circunvecinos, los mismos que antes participaban de los champús bailables y
ahora continuaban la fiesta obligada de cada ocho días. Cali era todavía un pueblo
grande antes que una ciudad; el ambiente de la fiesta era tranquilo y cualquiera podía
emborracharse sin temor a que lo robaran.

Tanto los champús bailables como los bailes de cuota de los años 30 iniciados en los
barrios populares tradicionales de Cali (San Nicolás y el Obrero) reaparecieron con
otras características en la década del 60 en otros barrios populares recién fundados
como el Jardín o Santa Elena. Ya para entonces se llamaron "aguaelulos" , los bailes de
cuota aumentaron el precio, los clientes llevaban el trago, desaparecieron la lechona y el
tamal y en su reemplazo surgieron los platos fríos. Las fiestas dejaron de ser apacibles y
ya no podía alguien emborracharse sin temor a que lo robaran. Definitivamente eran
otros tiempos en el paso de dos décadas. La ciudad había crecido y la violencia se había
apoderado de ella.

Para los años 50 se celebraban en Villacolombia (barrio recién fundado) las fiestas
típicas nacionales, con bailes familiares en los que no faltaban el pasillo y el bambuco,
al lado de la música cubana, el pasodoble o el bolero y los porros "Borrachera" y
"Cabeza de Hacha". A las fiestas típicas (20 de julio, 7 de agosto, 7 de diciembre)
asistían los jóvenes vestidos de pantalón y camisa blanca, alpargatas, pañuelos
rabodegallo y sombreros de paja. Se llevaba además un mate colgado al cuello en el que
se servía la chicha, según el relato de don Adalberto Castillo, uno de los primeros
habitantes del barrio que participó activamente en dichas festividades. Creemos que
estas fiestas tuvieron una marcada influencia de los inmigrantes campesinos del norte
del valle, el Viejo Caldas y el Tolima Grande que para entonces llegaban a diario a
nuestra ciudad huyendo de la "Violencia"; muchos de ellos fueron a parar, y a fundar el
barrio Villacolombia. Las tradiciones típicas de origen campesino se vertían en las
fiestas de los quioscos, pero desaparecieron después cuando en la ciudad no se daban las
condiciones que las habían originado.

fuerte de la música "antillana" en nuestra ciudad. Porque eran los barrios donde estaban no sólo los sitios de
diversión, las prostitutas, los bailarines, los equipos de fútbol, sino también donde residía buena parte del pueblo
caleño raizal y fututo, que había nacido allí, en ese sector de la ciudad.
Los Cali Boys, que en la farándula callejera de entonces se conocían como los Cali "mariguan" Boys, grabaron el
currulao "Mi Buenaventura" de Petronio Alvarez mucho antes de que Peregoyo y su Combo Vacaná lo pusieran de
moda en los años 60. Fueron ellos los primeros en llevar el folclor de la costa pacífica a la industria discográfica. En
1946 viajaron al Ecuador para cumplir presentaciones artísticas, lo cual era muy importante para el grupo que
empezaba a "internacionalizarse". Tito Cortés, líder del grupo, educaba su voz escuchando a Panchito Riset, Pepito
López, Miguelito Valdés, Daniel Santos y Orlando Guerra "Cascarita", a los que empezó a oír desde su infancia allá
en La Pilota, la vieja zona de tolerancia de Buenaventura. Los Cali Boys se transformaron en La Sonora Cali para
acompañar a Daniel Santos cuando vino por primera vez en 1953.
3.11 Las mamás grandes de la rumba en Cali

De acuerdo con los testimonios recogidos en diversas fuentes orales, las prácticas de
recepción de la música popular y la "antillana" tuvieron lugar en casas grandes de
amplios solares, donde los ritmos y su baile convocaban a los jóvenes adolescentes y
adultos en horarios diferenciados, con indumentarias y bebidas distintas en cada caso,
pero de todos modos en un ritual dispuesto para el goce y el placer de bailar. Dicho
ritual fue posible en sus albores con el visto bueno de las mamás grandes de la rumba
como doña Gregoria Echeverri en el barrio El Hoyo, Trinidad Martínez en Fray
Damián, doña Ernestina y doña Encarnación en el barrio Obrero y San Nicolás, o
“misiá” Leonor en "El Avispero", quienes facilitaban su casa en condiciones para la
fiesta. Su matriarcado en el barrio fue decisivo para impulsar las primeras
manifestaciones de la fiesta popular, en el sector pobre de Cali de los años 30 en
adelante. Creemos que tanto los champús bailables como los bailes de cuota se
apoyaban en una tradición festiva de la que tenemos algunos antecedentes en las
referencias literarias de “María” y las crónicas de viajeros como I.Holton, sobre la
hacienda esclavista del siglo XIX; y en las alusiones de “El Alférez Real”, sobre las
fiestas en el Vallano en los siglos XVIII y XIX, De todos modos hemos de suponer
que tanto los champús bailables como los bailes de cuota correspondían a nuevas
formas determinadas por las cambiantes condiciones socioeconómicas de una ciudad
que estaba haciéndose y, para el caso de la música, bajo el impulso novedoso y
fascinante de la industria cultural, a través de la radio, el disco y el cine.

El acceso de la familia a muchos de los epicentros de la rumba (kioscos, casetas,


terrazas, “clubes”) hará de ésta algo necesario para vivir. Allí la mujer estará expuesta,
desde su temprana adolescencia, al contacto con la fiesta y el baile, de manera
permanente. Y el baile será un modo de socialización fundamental por cuanto es en él
donde se opera el intercambio directo con el hombre. Esa interacción temprana,
apreciable en el hecho de que los niños aprenden a bailar antes de saber leer o escribir,
tiene a nuestro juicio, repercusiones en las futuras relaciones sociales, en el
comportamiento y la concepción del papel de la mujer en cuanto representación de sí
misma y de la que el hombre se hace sobre ella. Y dado el alto valor simbólico que se le
confiere al bailar bien, la fiesta se convierte en una escuela para el modelamiento del
cuerpo, pero también para la seducción y el enamoramiento. La presencia misma de las
mamás grandes de la rumba se nos revela como un indicio de la estructuración social de
una actitud frente al cuerpo, fundamental para convertir el baile en un lenguaje no
verbal, un lenguaje que no necesita de las palabras para comunicar sentimientos,
emociones y sensibilidades. Una actitud transmitida, reproducida y heredada
culturalmente por las generaciones posteriores que se materializa en el auge de las
escuelas de baile y de los 150 grupos representativos que hoy existen en Cali.44 Tal vez
allí estén algunas de las claves para entender la imagen hedonista de la ciudad y de la
mujer caleña proyectadas en el imaginario de los colombianos y reflejada en el poema
de Gonzalo Arango.
La participación de la mujer en diferentes escenarios y con distintos roles, contribuye
decisivamente a la configuración de la caleñidad, que sin duda fue una construcción
hecha también por las mujeres desde su perspectiva, y que merece ser analizada en
futuros estudios sobre el tema.
44
Para más información al respecto ver A. Ulloa : “El baile un lenguaje del cuerpo”. Imprenta departamental – 2ª.
Edición, Cali 2.005
Con las prácticas asociadas al baile y la fiesta popular urbana, simultáneas en el tiempo
con las otras prácticas descritas antes, se consolidaba esa estructura de sentimiento que
he denominado la caleñidad como una actitud más sensible que definible, aunque
hayamos intentado conceptualizarla. De muchas maneras se construyeron
simultáneamente la nueva ciudad de Cali y la caleñidad. Ambas fueron entonces una
creación colectiva, popular, pluriétnica y multicultural, hecha por hombres y mujeres,
en ese doble espacio donde se juntaron negros y mestizos, indios y mulatos, campesinos
y citadinos, caleños y vallecaucanos, negros del Pacífico y paisas de la zona cafetera,
huilenses y tolimenses, caucanos y nariñenses, con tradiciones distintas, pero unidos
todos por la necesidad de la supervivencia en un nuevo espacio.

Una percepción intuitiva de la caleñidad (sin una elaboración conceptual) es la identidad


que será promovida por la élites dominantes con ocasión de los juegos panamericanos,
entre 1967 y 1971, a través de un discurso modernizador y civilizatorio que disfrazaba
con paternalismo y caridad cristiana las formas de segregación espacial, la exclusión, el
racismo, la apropiación indebida de los terrenos ejidos y otras formas de despojo, que
históricamente han caracterizado a las clases dominantes en la ciudad desde sus
orígenes. Pero ese discurso modernizador sólo hablaba de limpiar las calles, pintar las
fachadas, barrer para adentro, ser amables con las delegaciones deportivas y los turistas,
consignas muy nobles por cierto, mientras sus agentes, al mismo tiempo, exaltaban la
represión severa de las justas protestas populares, expulsaban a los campesinos de su
parcela, se apropiaban y negociaban con las tierras que no le pertenecían, se repartían el
poder entre liberales y conservadores cobijados por el frente nacional y negaban los
espacios de participación política a otras fuerzas de la sociedad. Centrado apenas en “el
desarrollo”, como construcción de edificios y avenidas, ese discurso importado de las
agencias internacionales no hablaba de derechos humanos, ni de ampliación de la
democracia, ni del reconocimiento a las minorías étnicas del país, ni de las libertades
individuales, ni del respeto al medio ambiente...El desarrollo, que expresaba una
modernización sin las ideas de la modernidad ilustrada, se tradujo así en demolición del
patrimonio arquitectónico y urbanístico de la ciudad, construcción de carreteras y
autopistas, o de escenarios deportivos que después se abandonaron, todo en medio de
una urbanización salvaje que especuló con los precios del suelo y arrazó con las fuentes
de agua que eran los siete ríos que bañaban a Cali, al descender desde la cordillera de
los Andes y atravesar sus llanuras, antes de convertirlas en las alcantarillas que son
hoy. 45

45
Si las clases populares en Cali decantaron una cultura urbana, las clases dominantes se apropiaron de ella para
legitimar un régimen en decadencia. Desde diferentes enfoques y con diversos propósitos los rasgos de la caleñidad
han sido expropiados por las élites en el poder para construir las imágenes y los símbolos donde se borran las
contradicciones y se “eliminan” las desigualdades y las injusticias.
Los atributos de la caleñidad han sido utilizados en la feria de Cali, en el patrocinio a la rumba, a los bailarines de
salsa y otras manifestaciones de la cultura popular. Allí está el doble filo de esa identidad, desarrollada en procesos
complejos de lucha, resistencia y conflicto por las masas populares, que se convierte en resonador de la voz oficial
para canalizar los entusiasmos colectivos, las energías y las réplicas en pro de la aceptación plausible del orden
establecido.
Si Cali está hecha de tantas influencias (nacionales y extranjeras) que contribuyeron a crear el imaginario que hoy
soporta la ciudad, las clases dominantes son las que menos aportaron a su constitución. La ausencia de una
producción cultural (arquitectónica, literaria, musical o de otra índole) de nuestra burguesía dependiente, ha sido
característica en la ciudad y en el país. Y al no ser creativa, la cultura dominante se constituyó por el consumo
obsesivo de los bienes culturales que, generados en las metrópolis, llegaban a Colombia
Si los sectores dominantes, poco o nada aportaron a la conformación de nuestra identidad urbana , la cultura
popular, sin ser pura ni homogénea, sí se manifestó a través de la caleñidad, que ha sido recreada estéticamente en la
obra de varios artistas locales : en la primera producción literaria de Humberto Valverde, la novela de Andrés
4.0 La crisis de la caleñidad – Una hipótesis sobre la crisis

“Yo no soy caleña, soy aguablanqueña”

Caicedo y los relatos de otros narradores como Arturo Alape y Alberto Esquivel. En la poesía de Tomás Quintero y
Carlos Fajardo Fajardo; en la plástica de Hernando Tejada y la fotografía de Fernell Franco; en el cine de Carlos
Mayolo y Alfonso Ospina; en el desarrollo del baile como un lenguaje corporal recreado por tantos bailarines a lo
largo de medio siglo en Cali; en Barrio Ballet, la producción cultural en artes escénicas más importante y con mayor
proyección internacional en la historia de la ciudad; en la música de Píper Pimienta Díaz, el Grupo Niche, Guayacán
y otras agrupaciones salseras que han aludido a símbolos urbanos, aunque estos últimos también hayan contribuido a
reforzar los estereotipos de la ciudad por medio de la salsa.
Rosa María, habitante del distrito de Aguablanca (1995)

La caleñidad y la Cali que representaba entraron en crisis por cuenta de esa misma
urbanización salvaje que arrasó con lo mejor de su paisaje, exacerbada por la segunda
oleada migratoria, el apogeo del narcotráfico, el advenimiento de la globalización
(después de los años 80), la intensificación del conflicto social y armado, y la
proyección del imaginario de Cali fuera de la ciudad. Cada uno de estos factores ha
incidido de manera específica, pero es en su articulación compleja y simultánea donde
podemos encontrar las claves de interpretación del problema. La frase de Rosa María,
aunque no se pueda generalizar de manera absoluta, sí indica en el nivel de las
representaciones verbales, una ruptura con respecto a la caleñidad, la identidad y el
sentido de pertenencia, al no reconocer los referentes espaciales, ni sentirse partícipe de
un patrimonio simbólico común con otros habitantes de la ciudad. Su identificación es
con la nueva ciudad del fin del siglo que es el distrito de Aguablanca.

La crisis de la caleñidad, como crisis de representación simbólica, es la expresión de


una crisis más profunda de la ciudad en los órdenes económico y social, ético y
político, urbanístico y cultural. Esta crisis se produce a lo largo del último cuarto del
siglo XX, como resultado de la convergencia sincrónica entre cinco dinámicas
macrosociales e históricas, que aquí sólo podemos enunciar, esperando que el debate y
las futuras investigaciones puedan ratificarlo. Ellas son :1- La desaceleración del
crecimiento económico y el desarrollo industrial en la ciudad, si lo comparamos con el
auge de los años 40 y 50. 2- La segunda oleada migratoria, que da lugar al nacimiento
del distrito de Aguablanca, la otra nueva Cali, del fin del siglo XX, asentada en las
zonas innundables a lo largo y ancho del oriente, con la participación de políticos
oportunistas e irresponsables que negociaban con lo que no les pertenecía, a un altísimo
costo económico y social para la ciudad y sus habitantes, pero también con serias
implicaciones políticas, al ser su población la que terminó decidiendo las elecciones de
los últimos alcaldes. Si la inmigración del medio siglo encontró un lugar por construir y
una ciudad donde logró resolver sus necesidades básicas a costa de lucha y sacrificio,
esta nueva inmigración encontró una ciudad ya estancada, y sin mayores oportunidades
que las que ofrecía el narcotráfico, con todas sus consecuencias, “para bien o para mal”.
3- La emergencia del narcotráfico y su conformación en empresa multinacional a través
de los carteles de la droga (de Cali y del norte del Valle) que alteraron los patrones de
consumo, intensificaron la corrupción, modificaron valores éticos y estéticos en la
sociedad, y activaron ciertos renglones de la economía regional, con lo cual se proyectó
también una idea distorsionada de progreso económico. 4- El advenimiento de la
globalización y la apertura económica paralelo con la mundialización cultural. La
globalización porque implicó una reducción drástica del estado y sus obligaciones y una
erosión del sentido de lo público. La apertura porque arrasó con lo que quedaba del
trabajo en el campo y la producción agrícola, generando miseria en poblaciones
históricamente pobres y marginadas como las de la costa pacífica, expulsadas de su
hábitat original y obligadas al desplazamiento a los centros urbanos. 5- El conflicto
social y armado de nuestro país que se intensifica con el narcotráfico, con las políticas
neoliberales de la globalización y con la intervención norteamericana que produjeron
más violencia y más desplazamientos.

A estas cinco variables puede agregarse una más que es el imaginario de la ciudad
proyectado a nivel regional y nacional, según el cual Cali no solo es la única ciudad
polo de desarrollo en el suroccidente colombiano, sino una ciudad agradable, tropical,
deportiva, de lindas mujeres, de salsa y rumba, que escenifican una imagen sensual,
seductora y carismática de ella. Es la inercia de este imaginario colectivo la que sigue
atrayendo desplazados de todas partes aunque la ciudad ya no tenga cómo asimilarlos.
Dicha inercia se fortalece en el momento de bonanza del narcotráfico (1980 – 2000),
que genera empleo tanto alrededor de la producción y comercialización de la droga para
la exportación, como en el desarrollo de actividades comerciales formales e informales,
lícitas e ilícitas (como el contrabando) y la activación del mercado automotriz, el
mercado inmobiliario, los negocios de propiedad raíz y la industria de la construcción,
de la que se benefician tanto las élites y grandes terratenientes urbanos como el sector
financiero y la dirigencia política regional. Aunque no se desarrolló el aparato
productivo, la bonanza del narcotráfico impulsó el comercio del entretenimiento, la
música popular – no sólo la salsa - y la construcción suntuaria de barrios como Ciudad
Jardín o el Ingenio mientras los barrios populares de medio siglo mejoraron en su
apariencia física, sobretodo por la reforma y ampliación de sus viviendas que
modificaron los tipos arquitectónicos de la construcción original.

Esta es la hipótesis general de la crisis. Las complejas articulaciones entre las variables
mencionadas requieren de estudios disciplinarios específicos en economía, en
demografía, en urbanismo y arquitectura, en sociología, historia y antropología que nos
permitan comprender integralmente este último periodo de cambios acelerados e
imprevistos en todos los órdenes de la vida social. A partir de ellos puede construirse
una mirada interdisciplinaria que profundice en los aspectos apenas señalados aquí.

Quedarían por analizar, desde un punto de vista antropológico, los procesos de


reproducción cultural y de cambio cultural, así como las transiciones entre la
reproducción y el cambio, que se viven en Cali en el paso del siglo XX al siglo XXI.
Situar allí el papel que cumplen la estructura familiar y la educación, la industria
cultural, la presencia invasiva de los medios de comunicación, en particular la televisión
y la radio, y la inserción cada vez más intensa en el mundo de las nuevas tecnologías.

De la caleñidad tal vez sólo quedan algunos residuos como parte de una idiosincrasia
que tiene en la salsa y en el baile su principal expresión como cultura urbana subalterna;
aunque no es la única forma de ser caleño y tal vez no sea ya ni la hegemónica. Las
transformaciones inusitadas de los últimos tiempos, en el orden global, en la sociedad
colombiana y a nivel local, han incidido considerablemente en la configuración de otras
sensibilidades que coexisten conflictivamente en la ciudad del siglo XXI, mientras
surgen otras configuraciones socioespaciales, bajo la égida del paradigma informacional
y la globalización, temas que serán apenas descritos en las páginas siguientes para
promover el debate.

4.0 EL MARCO DE ANÁLISIS GENERAL

En el marco de análisis general, pueden identificarse algunos de los rasgos más


importantes del cambio cultural que vive la sociedad occidental y que algunos autores
como David Harvey (1989) llaman la condición posmoderna. Para ello parto de las
siguientes consideraciones que corresponden a causas estructurales de las que se derivan
transformaciones físicas y socioculturales en la ciudad.
1-La descontrolada expansión urbana de las grandes ciudades de América latina y los
proceso de migración y poblamiento que obligan a la ocupación del suelo en
condiciones inapropiadas para ello. En Colombia, actualmente, el 80% de la población
vive en las ciudades y apenas el 20% vive en el campo. Hace unos setenta años esta
relación era inversa. Durante la segunda mitad del siglo XX se invirtió ese orden, con
graves consecuencias para nuestra sociedad, en un país caracterizado por la diversidad
cultural, en medio del conflicto social y armado, las extremas desigualdades
socioeconómicas, la pobreza y la exclusión. La estructura socioeconómica que genera
dicha expansión se expresa, con respecto a la ciudad, en forma de urbanización salvaje,
que no sólo no resuelve los problemas de ocupación del espacio, sino que origina
nuevos problemas como el deterioro ambiental, la depredación de recursos naturales, la
destrucción del paisaje y la reducción (o eliminación) de los espacios públicos. Las
violentas modificaciones sufridas producen impactos tanto en la ciudad que habitamos
como en la ciudad que nos habita interiormente. Y aunque en los intentos por mejorar
la calidad del espacio urbano, en algunas ciudades se hayan logrados éxitos relativos y
parciales, ellos no logran revertir, ni contrarrestar, las tendencias dominantes de la
urbanización salvaje, inscrita hoy en el orden económico de la globalización y las
decisiones políticas del neoliberalismo, que ha generado migraciones internas en el país,
así como ha intensificado las migraciones transnacionales de colombianos hacia el
exterior, durante los últimos 20 años.

2-La segunda consideración tiene que ver con el proceso de globalización económica y
mundialización cultural, entendida la globalización económica como un nuevo régimen
de acumulación de capital, basado en el predominio de las leyes del mercado, la división
internacional del trabajo, la concentración de oligopolios financieros cada vez más
poderosos, la flexibilidad laboral expresada en el actual régimen de contratación de
mano de obra, la reducción del estado y la pérdida de sus funciones como garante de
los intereses colectivos, porque debe obedecer las reglas impuestas por los organismos
multilaterales y las corporaciones multinacionales. En síntesis, una pérdida gradual del
estado y sus obligaciones para con la sociedad, una reducción al mínimo de su papel
como instancia de integración y construcción de la nación, y una reducción de su
capacidad de servicio público para ceder a los intereses del capital financiero
internacional. Eso es grosso modo, la globalización económica. Y con ella corre
paralela la mundialización cultural, que es la otra cara de la globalización, articulada
en la industria cultural transnacional. Se expresa en la diversificación y la ampliación
de la oferta cultural a nivel mundial, mediante la circulación de imágenes, músicas,
discursos, e informaciones que se producen en los grandes epicentros del poder donde
se construyen las representaciones del mundo global y las justificaciones a favor de la
guerra, entre otros.

3-La tercera consideración, articulada a la anterior, se refiere a la mediatización de la


sociedad, es decir la reorganización de la vida social, de la vida urbana, del trabajo, de
la educación, gracias al advenimiento de nuevas tecnologías de información y
comunicación que han modificado las relaciones sociales, que han cambiado los modos
de producción del conocimiento y nuestra relación con él, que están transformando la
construcción de los vínculos entre las personas, modificando las formas de
comunicación, las formas de representarnos el tiempo y el espacio y el diseño mismo
de la ciudad.
Estas tres consideraciones generales nos remiten a variables estructurales que se sienten
de manera particular en cada país y en cada ciudad pero que sin duda están
transformando el mundo contemporáneo como un todo, así como están transformando
la concepción de las ciudades, su planeación urbana, la cultura y la mentalidad misma
de sus habitantes, aunque las personas no tengan plena conciencia histórica de lo que
está pasando.

Frente a este panorama general, encontramos diversos discursos que lo asumen,


fundiéndose con diferentes textualidades sobretodo en los medios masivos de
comunicacción: un discurso que es la exaltación de la multiculturalidad, la celebración
del nomadismo y de las hibridaciones culturales como lugar de experimentación, de
desplazamiento permanente, de encuentro virtual entre diferentes, que daría lugar a las
nuevas identidades desterritorializadas. (Identidades sin arraigo en un territorio). Y así
como se celebra la diversificación y la fragmentación de la vida social se celebra el
reino de la imagen, las posibilidades de superar barreras espaciales, la conectividad
electrónica, las nuevas identidades desterritorializadas, la diversidad de nuevas
subjetividades en ebullición y las nuevas formas de integración que se darían a través
de grupos o minorías mediante formas de socialización diferentes a las tradicionales. Y
por último, el supuesto ingreso a la sociedad del conocimiento, donde la información y
el conocimiento son más importantes que la posesión de materias primas, y donde
gracias a las nuevas tecnologías, “todos tenemos igualdad de oportunidades para poder
progresar”, como lo indica el discurso de la superación personal y del crecimiento
individual que tanto pregonan los nuevos voceros del pensamiento neoliberal y la
cultura posmoderna, para quienes la acción colectiva, los proyectos comunes y el interés
público, se diluyen en la competencia por el éxito del individualismo exacerbado, sin
importar cómo se logra, o aún al precio de apabullar a los demás.

Este discurso resalta la presumible transparencia de la comunicación generalizada, o la


democratización de la sociedad a través de la comunicación que hace posible la opinión
de todos, la participación de todos, el establecimiento de diálogos sociales, la
simultaneidad de diferentes lenguajes, el flujo permanente de información, la
circulación de bienes y mercancías por todas partes…(Los supermercados están
atiborrados de mercancías de todas partes del mundo, pero no todo el mundo puede
comprarlos…) Aunque ese discurso que celebra la apoteosis de las nuevas tecnologías,
la posibilidad de ser ciudadanos del mundo, para aquellos sujetos integrados, no dice
cómo, ni porqué, el modelo económico impuesto excluye a las grandes mayorías de
tales privilegios.

Otro discurso enfatiza en el desarraigo, la soledad, el individualismo y los nuevos


modos de exclusión. Destaca, entre otras cosas, el simulacro como una de las formas
más eficaces de representación de lo real, gracias a la estetización de lo social, a través
de los medios masivos de comunicación y su fortalecimiento con las nuevas
tecnologías. Sus imágenes hacen parte de una nueva fabulación del mundo, de nuevas
formas de representación en las que se erosiona el sentido de lo real.( Dónde está lo real,
en lo que tradicionalmente se consideró como “la realidad? O en su simulación virtual?)
La condición posmoderna mostraría una diversidad de racionalidades y de lógicas sin
límites, que expresan sus intereses en la ciudad y que se manifiestan a través de diversos
lenguajes, dialectos, relatos fragmentarios, citaciones, fusiones de géneros, de estilos y
maneras, desprovistos de paradigmas totalizadores y donde las fronteras ya no existen.
En el relativismo cultural de la condición posmoderna lo que prevalece es el fragmento,
la dispersión, mientras se pierde de vista la comprensión de la totalidad desde donde
se pueden apreciar las contradicciones sociales más importantes y los conflictos que
dinamizan la sociedad; se pierde de vista la complejidad de lo real porque la atención se
concentra en un aspecto particular desintegrado de esa totalidad. Otra de las
características de esta condición posmoderna producto de la globalización y su
ideología neoliberal en el ámbito de la cultura es que el sentido de lo público se diluye,
arrastrando consigo formas de sociabilidad que en otros tiempos vinculaban a las
personas de manera mucho más directa e intensa, a partir de su relación inmediata y
cotidiana con el espacio público, cada vez más reducido a menos en una ciudad como
Cali. 46

La reducción de los espacios públicos que es también una pérdida lamentable para la
vida colectiva. Determinada fundamentalmente por dinámicas internas, se suma al
trazado de vías rápidas, avenidas y autopistas que fracturan la ciudad, al separar barrios
y comunidades que histórica y culturalmente estuvieron integrados por referentes
comunes. Las nuevas formas de planificación y diseño urbano, concebidas bajo el
paradigma informacional para la circulación rápida y no para el encuentro de los
ciudadanos, (Jesús Martín B. 1998) arrasan con los referentes espaciales que sirvieron
de orientación y hacen parte de la memoria de los habitantes, generando un
desencuentro con su entorno urbano y barrial, una especie de extrañamiento, de no
reconocimiento del nuevo espacio. Será necesario el paso del tiempo para irse
acostumbrando a nuevas rutas, a nuevos trayectos e itinerarios por las calles que ya no
son, por las cuadras que ya no existen físicamente pero que se llevan dentro, en los
recuerdos, en la memoria individual y colectiva de quienes compartieron lugares
comunes y ahora deben adaptarse a las nuevas circunstancias espaciotemporales que le
imponen la transformación de la ciudad, el rediseño de sus vías y la implementación de
sistemas de transporte, para responder al crecimiento demográfico, a la expansión
territorial de la urbe y a la circulación rápida de bienes, mercancías y capitales.

Paralelo con los nuevos modelos de planificación y diseño urbano derivados del orden
global, se intensifica el formato habitacional del condominio o la unidad residencial
(también estratificados según el poder adquisitivo) definidos por las corporaciones
económicas, donde se expresan nuevas formas de segregación y de exclusión, lugares
para el autoexilio como forma de vida donde se repliegan las personas ante el miedo, la
inseguridad y la violencia, sobretodo en las ciudades donde el espacio público casi ha
desaparecido, o tiende a desaparecer, como sucede en Cali. En ellos se concentran en
pequeña escala las nuevas instancias del mercado y el consumo, (el minimercado
desplazó la tienda del barrio) con lo cual se fortalece su función como lugares del
autoexilio frente a las amenazas del entorno. Este repliegue de la vida privada en
detrimento de la vida pública, en detrimento del encuentro con los otros y de los
vínculos con los demás, es algo que se reafirma cada día como una de las
características de la vida contemporánea, convertido tal vez como un mecanismo de
defensa propiciado por el miedo y la inseguridad, frente a todas las violencias. Pero en
la medida que se evita el contacto con el otro, no sabemos quién es ni nos importa, se
debilitan también las posibilidades de solidaridad, porque el otro es percibido a priori
como una amenaza, una incertidumbre, o un riesgo. De este fenómeno se derivan

46
De acuerdo con la ley 388 que ordena los planes de ordenamiento territorial, se requiere un promedio de 15
metros cuadrados de espacio público efectivo por habitante. En Cali, ese promedio es apenas de 4 metros cuadrados,
según el estudio de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, citado por el arquitecto y urbanista Carlos Botero (2004:
77).
formas de desarraigo y aislamiento, se intensifican el individualismo y el encierro como
un nuevo estilo de vida, en el que las personas se guardan en su casa o en su
apartamento a ver televisión. Diríamos que es un nuevo tipo de habitante, un nuevo
tipo de citadino que ya no se caracteriza por la filiación territorial y la relación con el
espacio público, sino que se define más bien como un usuario, con una identidad como
consumidor, o como beneficiario de un servicio publico, o con cualquier otro rótulo a
los que se adscriben distintos roles de acuerdo con los papeles segmentados que se
desempeña en la vida social. Este fenómeno contribuye también a una pérdida del
sentido de identidad y a una pérdida del sentido de lo colectivo y de lo público en
nuestra sociedad.

Hoy en día, los cambios generados por factores tanto internos como externos, (conflicto
armado, narcotráfico y globalización por ejemplo) se traducen como pérdida de
referentes de identificación colectiva, erosión de la civilidad, (del “civismo y de la
urbanidad”), es decir pérdida de ciertos comportamientos que surgieron del
reconocimiento y la aceptación del otro, así como de nuestra relación con la ciudad y
sus espacios públicos, que fueron tejiendo la historia moderna de Cali. Esta
transformación de las formas de sociabilidad es un aspecto a considerar si se quiere
entender la configuración de las nuevas identidades. La identidad construída en torno a
los arraigos a un territorio se conserva entre algunos sectores sociales, pero parece
estar transformándose para otros. Según cierta hipótesis en discusión, las nuevas
identidades y los sentidos de pertenencia no se fundan ya en la adhesión a un lugar, ni
la fijación a un territorio, (G.Canclini 1995) ni en la cercanía con los demás, sino en
relaciones abstractas e impersonales, relaciones a distancia, en ausencia de los sujetos,
relaciones efímeras y no relaciones duraderas como es de esperarse que sean las
relaciones entre los seres humanos.

De acuerdo con esa misma hipótesis, han surgido nuevos sentidos de pertenencia e
identidad no territorializados, nuevas filiaciones (a géneros musicales, clubes de fans,
grupos étnicos, filiaciones de género, movimientos sociales…) producto de la
desafiliación a agrupaciones que en otros tiempos fueron importantes. Estaríamos
viviendo una especie de deslocalización de los individuos, de sus identidades y de
cierto modos de construir los vínculos más importantes. Si esto lo contextualizamos en
un país como Colombia donde más del 60% de su población vive en condiciones de
extrema pobreza, con altos índices de desempleo ( en Cali ha llegado a estar por encima
del 20% ) que obligan al rebusque y la supervivencia a cualquier costo, rodeados de
violencia, corrupción e inseguridad, el estado de anomia social se torna dramático, con
graves implicaciones para la construcción de los vínculos y los reconocimientos
identitarios. La ineficacia de lo poco que queda del estado y sus instituciones, el
cinismo de las corporaciones y sus tecnócratas, y la voracidad del capital finaciero,
agravan la situación de un país (y de la ciudad) que se ve reflejada día a día en la
agenda noticiosa, donde se mezclan todos los problemas. La reiteración de lo mismo en
los medios masivos de comunicación alimenta cierta visión apocalíptica del mundo y
fortalece sensaciones de incertidumbre, desesperanza y caos que se traducen en una
pérdida del sentido de la vida individual y del sentido de la vida colectiva. Sólo queda
el desahogo en los partidos de fútbol, la proyección imaginaria de nuestros deseos en los
relatos audiovisuales, el consumo de alcohol y toda clase de drogas, o la descarga de las
tensiones y frustraciones acumuladas que recaen en los seres más débiles y
vulnerables, mientras contrastamos la precariedad de nuestras vidas reales con las
maravillas y los paraísos artificiales que nos venden la publicidad, los realities y tantas
otras fábulas mediáticas, donde se simula la participación o se aparenta el diálogo,
mientras se encubren toda clase de simulacros: los de la seguridad, la construcción del
vínculo y la democracia.

¿Qué hacer entonces para volver a construir el sentido colectivo frente al


individualismo exacerbado? Cómo recuperar el sentido de lo público contra la
fragmentaciòn del sujeto itinerante y sin rumbo? Cómo crear arraigos permanentes
contra la deslocalizacion del sujeto móvil en el no lugar? Estos interrogantes se
acentúan al constatar que la ciudad cambió estrepitosamente en muchos aspectos, que
ya es prácticamente imposible volver atrás y que ya nada o casi nada es como antes.
Pero así mismo sabemos que es necesario fomentar los reconocimientos, crear arraigos
profundos y duraderos, promover vínculos fuertes entre los ciudadanos y de ellos con la
ciudad y sus entornos, en el nuevo contexto geopolítico, económico y social; en un
nuevo marco de referencias espaciotemporales, en condiciones cada vez más
cambiantes. Ese es uno de los desafíos que se nos plantean. Creemos que una manera de
enfrentar ese problema es por medio de la educación considerada desde una perspectiva
estratégica.
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