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Quiero desarrollar por un lado una reflexión particular sobre Cali, para presentar
algunas hipótesis de carácter histórico y antropológico sobre su historia cultural.
Y por otro lado, una reflexión general que nos ubique en el contexto del cambio cultural
que vive la sociedad occidental, que nos sirva para pensar las transformaciones
ocurridas durante las últimas décadas en la ciudad, a partir de ciertas determinaciones
externas, en su encuentro con procesos históricos y dinámicas sociales internas. Esos
dos tipos de reflexión interdependientes son el preámbulo necesario para un análisis
sociocultural de la ciudad que a su vez está soportado en las siguientes premisas
conceptuales:
Se nos dice que no tenemos sentido de pertenencia, pero no sabemos cómo se construye
el sentido de pertenencia; que no tenemos identidad pero no sabemos cómo se construye
la identidad, desde la identidad individual hasta la identidad social y colectiva.
Creo que los niños, los jóvenes y buena parte de la población adulta en Cali vive una
triple enajenación frente a la ciudad y frente a sí mismos, porque se ha privado del
conocimiento complejo de la ciudad donde vive. En otras palabras, dicha población
padece de una alienación múltiple que se manifiesta en un desconocimiento de la
historia y las memorias de la ciudad; un desconocimiento de sus espacios y su
territorio, y un desconocimiento de sus identidades y de la alteridad, es decir del otro, a
partir del cual se construye toda identidad. Este no reconocimiento del tiempo (la
historia y la memoria), del espacio (el territorio) y de la otredad (la identidad) constituye
un grave problema cultural, con repercusiones sociales, cuyas causas profundas no
podemos explicar detenidamente, pero que sin duda pasan por la educación, por el
modelo y el sistema educativo que hemos tenido. Algunas posibles causas de ese
problema son las siguientes: por un lado, la ausencia de estos temas en la educación y
no sólo en el currículo escolar, pues aunque pueden haber estado presentes en algunos
casos aislados, no lo han estado de una manera sistemática e integral en la educación de
los caleños. Por otro lado, aun estando presentes, las formas como se han enseñado la
historia, la geografía (y otras asignaturas), han sido equivocadas, al ignorar cómo es
que los niños y los adolescentes construyen las representaciones del tiempo y el espacio,
o suponer que lo hacen igual que los adultos. Afortunadamente, ello está siendo objeto
de revisión y replanteamiento por algunos maestros, a la luz de la investigación en
psicología y antropología. En tercer lugar, la influencia mediática y el impacto de las
nuevas tecnologías, mediante la producción y circulación de las imágenes audiovisuales
que están transformando los modos de representarnos a nosotros mismos, así como
están transformando las representaciones y el sentido del tiempo y del espacio, y
creando otros modos de relacionarnos con la ciudad, a través de las imágenes que nos
llegan hasta nuestra casa, sin necesidad de tener un contacto directo con la calle, ni con
el espacio público, y sin que conozcamos realmente la ciudad que habitamos.
2.1
Si concordamos en que ese triple desconocimiento ha sido un lastre aún no superado,
podemos discutir una propuesta que intente contrarrestarlo.
La propuesta se basa en tres ejes conceptuales que serían objeto de una elaboración
teórica de carácter interdisciplinario, con el concurso de la historia, la geografía, la
sociología, la antropología cultural y la sicología, para abordar los tres tipos de relación
de los ciudadanos con:
1-El tiempo y la historia (la memoria)
2-El espacio y el territorio (la espacialidad)
3-La identidad y la alteridad (o la otredad)
Comencemos por el tiempo y al espacio que son dos coordenadas fundamentales para
situarnos en el mundo, para ubicarnos en ese punto relativo en que nos encontramos
siempre. Es necesario tener puntos de referencia de tiempo y lugar para situar nuestra
vida con respecto al aquí y al ahora, con respecto al pasado lejano y cercano, con
respecto al futuro que queremos proyectar… Es necesario tener referencias de tiempo y
espacio para saber a qué lugar pertenecemos y en que época o momento nos
encontramos en el mundo y en relación con los demás. Pero la enseñanza y el
aprendizaje de la historia y la geografía no pueden hacerse de cualquier manera; es
imprescindible preguntarnos cómo las ciencias sociales contribuyen a la construcción de
sujetos, así como es necesario saber cómo aprenden los niños y cómo se construyen en
ellos las representaciones del tiempo y el espacio.
Según la sicóloga María Cristina Tenorio, profesora de la Universidad del Valle, “la
historización, desde el punto de vista psicológico se refiere a la necesidad que tiene todo
sujeto de establecer un relato coherente de su vida, que le dé continuidad en el tiempo,
que (sienta que) es el mismo a pesar de que cambia físicamente; y a pesar de que
cambian sus relaciones con los demás, él sigue siendo él. Esto le permite reconocerse
como uno y él mismo, le proporciona explicaciones sobre porqué es como es, le aporta
interpretaciones sobre los distintos acontecimientos que han ocurrido en su vida, y en la
vida de los demás. Pero a medida que crece, el relato personal se entreteje no solamente
con acontecimientos familiares o personales sino con acontecimientos locales,
nacionales o internacionales como podemos constatar en la vida de cada uno de
nosotros. Más allá de esa necesidad psicológica e individual de historización del sujeto
es necesario también conocer la historia del mundo en que se vive, del mundo lejano y
cercano, lo inmediato y lo remoto y para ello es necesario el aporte de las ciencias
sociales. Historizar implica construir progresivamente una identidad social enriquecida
por el conocimiento del mundo al que se pertenece, nuestra identidad individual y social
es el producto del contexto social y cultural y por tanto histórico en el que estamos
inscritos desde que venimos al mundo. La identidad social debe servirnos para actuar
eficazmente en el mundo al que pertenecemos y si no se logra es porque las
explicaciones en que se funda no están basadas en el conocimiento histórico sino en
pseudo aprendizajes erróneos o incompletos…” 1
Quiero tomar prestadas algunas ideas de las profesoras Rosario Jaramillo y Ángela
Bermúdez que han trabajado sobre la explicación histórica en niños, adolescentes y
adultos, desde las ciencias sociales. Según ellas, el sentido de pertenencia es el resultado
1
M.Cristina Tenorio: Tiempo, espacio, identidad y alteridad en la enseñanza de la historia. Universidad del Valle-
Departamento de historia, Cali 1999
del tipo de identidad que se haya logrado construir. No se trata solamente de un
problema curricular y pedagógico sino de entender cómo es que se construyen las
identidades y los sentidos de pertinencia entre individuos y pueblos. Es importante
entender que esos conocimientos históricos y geográficos son útiles en la vida. Tal vez
ha habido un error en la manera como se enseñan y se asumen, pero es preciso que ellos
se utilicen, pues sirven para tomar decisiones, orientar las acciones y actuar
creativamente en el día a día. Dicho conocimiento tiene que tener un propósito, un valor
y una utilidad.
La idea es que se construya de manera integral y sistemática una historia del territorio
de la ciudad, que se describan sus accidentes geográficos, las cordilleras que la limitan,
las cuencas hidrográficas y sus ríos, las laderas, planicies y montañas que la configuran.
Que se describan los usos potenciales del suelo, que se explique la ubicación de la
ciudad en un contexto regional y se analicen sus unidades y divisiones político
administrativas, corregimientos y veredas, así como sus barrios y comunas. Que se
valore en todas sus dimensiones la riqueza ambiental y paisajística, incluyendo la fauna
y la flora más representativa.
Así mismo necesitamos conocer una historia de los asentamientos precolombinos y del
poblamiento aborigen de nuestra ciudad, su cultura y organización social, para entender
cómo pensaban y actuaban según su visión del mundo, para saber de su integración con
la naturaleza y aprender de ellos lo que nos sea útil para nuestro tiempo, reconociendo
su importancia en la construcción y la transformación de las identidades y nuestra
relación con ellas. Igualmente hay que revaluar la historia oficial de la fundación de
Cali, a la luz de nuevas investigaciones, conocer a fondo el periodo colonial para poner
en perspectiva la presencia de la esclavitud en Cali y el suroccidente colombiano, sus
diferencias con la esclavitud en otras regiones de Colombia y el continente; analizar la
hacienda esclavista vallecaucana entre el siglo XVII y XIX y valorar críticamente su
herencia sociocultural hasta nuestros días, así como su papel en la configuración de la
caleñidad y lo que queda de ella. Estudiar la historia del desarrollo urbano y la
arquitectura del siglo XX, como parte del proceso de modernización de la ciudad.
Conocer la historia social y cultural de los procesos de migración y poblamiento que
transformaron el viejo pueblo en una ciudad grande a lo largo del siglo XX. La
estructura demográfica en sus momentos más importantes, la diversidad étnica, las
interacciones y las mezclas raciales que forjaron el mestizaje y el mulataje de Cali. La
historia de la cultura urbana y del arte en la ciudad, sus actores y sus representantes más
destacados.
Aunque en apariencia se vea como una lista de temas, esta propuesta debe priorizar los
contenidos según necesidades, objetivos y proyectos en marcha. Aquí, como en la
discusión de toda la propuesta, los maestros tienen la palabra.
No sólo hay que resolver los problemas cruciales de Cali (seguridad, medio ambiente,
empleo, vivienda, educación, salud, etc.). Es necesario resimbolizar la ciudad, construir
los nuevos relatos sobre ella, dar la palabra a los inmigrantes de las últimas oleadas para
que narren su experiencia y su sentir. Probablemente en esta narrativa podamos
encontrar algunas pistas para saber cómo relacionar las nociones clásicas de sentido
de pertenencia y arraigo a un lugar, con la movilidad y la circulación incesante,
exacerbadas en la transición al siglo XXI.
3. LA HIPÓTESIS DE LA CALEÑIDAD…
“El perfil de una ciudad cambia más rápido que el corazón humano”
Charles Baudelaire – Las flores del mal
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En el marco de una reflexión histórico social sobre Santiago de Cali, diversos autores
(J. Aprile y G. Mosquera 1978, H. Martínez 1986, E.Vasquez 2001) han señalado las
distintas fases del proceso de modernización que ha vivido la ciudad a lo largo del siglo
XX, en el que corren paralelos la industrialización económica, la inmigración del campo
a la ciudad - atraída por el desarrollo económico o por el desplazamiento - y la
urbanización salvaje de Cali.2 Su modernización tardía, si la comparamos con otras
ciudades del país como Medellín o Barranquilla, tuvo lugar cuando en América Latina
ocurrió lo que José L. Romero (1984) ha llamado la masificación de las ciudades. En
otras palabras, la modernización capitalista y la masificación urbana fueron simultáneas
en Cali, lo que no ocurrió necesariamente así en otras ciudades del continente como Río
de Janeiro o Buenos Aires, que se transformaron primero en “Ciudades burguesas”
desde finales del siglo XIX y se masificaron después en el siglo XX.
"...Es la gobernación muy rica toda de oro y no le faltaría plata si tuviera brazos
que la meneasen. El oro se halla en los ríos, en criaderos, peladeros, en vetas...Es
grande la suma de oro que se ha sacado de aquella provincia porque toda ella está
milagrosamente lastrada de oro...Por ser tierra caliente y los indios bebedores y
por otras causan han faltado...No hay otro remedio para sacar un tesoro tan
grande como hay en aquel sitio sino procurar de probarle con negros casados en
colonias que aunque sean esclavos han de ser ascripticios a los metales en forma de
pueblos, de que resultará un provecho muy grande sin dueño de nadie, en útil de
todos ... Sobre los negros que conviene, se lleven a la gobernación de Popayán a las
ciudades de Cali, Popayán, Buga, Almaguer y Pasto, que son necesarios hasta
2.000 negros, los mil y doscientos varón y las ochocientas hembras..."
De acuerdo con los historiadores, la sociedad colonial en el Gran Cauca, (que incluía lo
que hoy es el Valle del Cauca) tuvo como epicentro económico los aluviones mineros
de la costa pacífica y la hacienda esclavista en el valle del río Cauca. 3 Con el
descubrimiento de los aluviones de oro en el Chocó a partir de 1680, (G.Colmenares
3
Para Gustavo de Roux (1983) la hacienda esclavista de esta zona, a diferencia de la hacienda tradicional que prevaleció en
el resto del país, se consolidó mediante la apropiación directa de mano de obra esclava y su vinculación a la explotación
minera, a la agricultura o la servidumbre. La hacienda tradicional (en otras regiones colombianas) prosperó
económicamente mediante el sometimiento del indio y la captación de rentas en especie o en trabajo. Como unidad
económica, la hacienda esclavista predominó en el Valle del Río Cauca y constituye un caso peculiar en la historia agraria
de nuestro país.
1975) se desarrolló la economía en la región suroccidental del país, obligando a la traída
de esclavos desde Cartagena hasta Cali y Popayán, para sustituir la mano de obra
indígena que había sido prácticamente exterminada durante la conquista. Así lo indica el
epígrafe citado, que es un fragmento de la Carta dirigida al Rey por el licenciado
Francisco de Amunzibay, del Consejo de Indias en 1592, solicitando el envió de
esclavos a la región.
Según el historiador Germán Colmenares "la minería se entendió siempre como la clave
del sistema económico" durante la colonia; en cuanto a la parte sur de la vertiente del
Pacifico (Cali, Popayán) la explotación data de la primera mitad del siglo XVI" (1.500-
1.550) 4 . Los centros mineros estaban ubicados al occidente del país en las cabeceras de
los ríos que bajan desde la cordillera occidental hasta la Costa Pacífica. Al ser arrancado
de su lugar originario en Africa Occidental, el esclavo tuvo que vivir un proceso de
adaptación y supervivencia en el nuevo mundo. En el suroccidente colombiano, allí
donde estuvo presente, desarrolló un estrecho contacto con la naturaleza, empleó
técnicas de cultivo y construcción de vivienda, aprovechó la pesca, la caza y el uso de
plantas medicinales, al tiempo que desarrolló un rico saber sobre su entorno. Algunas de
sus prácticas y conocimientos provenían del Africa; otros los aprendió de los indios; y
de sus amos asimiló la lengua, la religión católica y algunas expresiones poéticas y
musicales. La amalgama de esos saberes constituídos como patrimonio colectivo,
caracteriza social y culturalmente a la población negra del pacífico colombiano, a los
descendientes de la hacienda esclavista vallecaucana y en cierto modo hace parte del
mulataje que identifica étnica y culturalmente a Santiago de Cali, a la que consideramos
aquí como una ciudad mulata. 5
4
Germán Colmenares: "Historia Económica y Social de Colombia 1537 - 1719". Editorial La Carreta. Medellín.
págs. 262 - 267
5
En su estudio sobre "las configuraciones histórico culturales de los pueblos americanos", el antropólogo brasilero
Darcy Ribeiro (1970) define el proceso de incorporación histórica por medio del cual, el nuevo continente es
integrado al expansionismo mercantil europeo. La expansión mercantil, la revolución industrial, la extracción de
metales preciosos y la esclavitud en la plantación como formas de producción económica desarrollada en América,
dieron como resultado un conjunto de configuraciones histórico culturales en el nuevo continente. Las diferentes
combinaciones de las formas económicas y el predominio de unas sobre otras en distintas regiones de América,
dieron origen a configuraciones histórico culturales que Ribeiro denomina de la siguiente manera 1- “Los pueblos
testigos, representantes modernos de las civilizaciones antiguas, sobre las cuales ocurrió la expansión Europea". (Es
decir aquellos pueblos donde predominaron y sobrevivieron las etnias y las culturas indígenas). 2-“Los pueblos
transplantados” aquellos que surgieron bajo la influencia de comunidades europeas llegadas al nuevo mundo donde
restablecieron modos de vida esencialmente idénticos a los de la nación de origen. (Predominio y subsistencia de las
matrices culturales europeas). 3- “Los pueblos nuevos "que han surgido de la conjunción, deculturización y fusión de
matrices étnicas africanas, europeas e indígenas" pero donde prevalecieron la influencia y la herencia cultural de
ancestros africanos. Los pueblos nuevos son, en lo fundamental, resultantes de la plantación y la esclavitud en
aquellas regiones donde se cruzaron con distinto rol, el indio, el europeo y el africano. La plantación esclavista fue la
institución formativa básica de los pueblos nuevos. Según Ribeiro "la familia, la vida religiosa y la nación, fueron
moldeadas bajo su influencia, proyectada en el orden legal del Estado y en su autoridad pública". Creemos que Cali,
ciudad mulata, entra en la categoría de los pueblos nuevos, en virtud de la hacienda esclavista - principal unidad
económica durante la colonia - que sin ser igual a la plantación sí produjo relaciones de interacción étnica y social, en
algunos aspectos comunes con la plantación del Caribe. Aunque Cali no está a la orilla del mar, esa adscripción a los
pueblos nuevos la emparenta social y culturalmente con otras ciudades mulatas del continente como son La Habana,
Santiago de Cuba, San Juan de Puerto Rico, Barranquilla y Cartagena, Río de Janeiro y Bahía, marcadas por la
herencia afro y la presencia de la esclavitud, durante la colonia.
sur, en Iscuandé y Barbacoas, en el Departamento de Nariño. De acuerdo con el
historiador Germán Colmenares, hubo una intensa actividad en la compra venta de
esclavos en la región en la primera mitad del siglo XVIII; el apogeo de la trata duró
desde 1680 hasta 1750, cuando "los yacimientos del Pacífico estaban en pleno auge".
Aunque el tráfico más importante debía orientarse hacia los distritos mineros del Chocó,
cuyos propietarios eran principalmente payaneses". 6 Con bozales traídos de Cartagena,
o "criollos" nacidos en la región, "el mercado de esclavos se mantuvo a pesar de no
estar abastecido regularmente del exterior..." En las haciendas, sus dueños propiciaban
la reproducción vegetativa como forma de conservar una fuerza de trabajo para la
plantación y una mercancía para la trata. Según Colmenares (1983 : 72) " La existencia
de una economía minera al lado de una región excepcionalmente apta para la agricultura
favorecía el doble carácter de terratenientes y mineros. En ausencia de otro tipo de
mano de obra en las haciendas, se imponía el empleo de trabajadores esclavos cuyos
costos elevados se compensaban por la inmediatez de un mercado floreciente. Aún más,
la minería constituía estímulo para la formación de haciendas y uno de esto alicientes
consistía precisamente en la posibilidad de transferir capitales en forma de mano de
obra esclava entre los dos sectores". 7
Estrofas citadas por Heliana Portes de Roux en su investigación: "Las adoraciones Nortecaucanas del Niño Dios: un
estudio etnomusicológico". Universidad del Valle. Departamento de Música, Cali 1986, pág. 49
estima, de acuerdo con Mateo Mina, que hacia 1753 en las minas cercanas a Santander
de Quilichao había más de 1.800 esclavos; y hacia 1830 don Sergio Julio Arboleda tenía
unos 1.400 esclavos distribuidos entre las haciendas y centros mineros. Esto debió ser
muy importante para él y su familia en una época en que la riqueza y el prestigio social
se definían por el número de esclavos que se tuviera. 8
Por otra parte, el historiador Pablo Rodríguez afirma que “Entre 1680 y 1800 fueron
vendidos 9.400 esclavos de distintas edades, etnias y sexos. En Cali y Buga el mercadeo
de esclavos era intenso aunque en menor proporción que en Popayán”. 9 Con el
fortalecimiento de la minería se desarrolló la hacienda esclavista donde se llevaban
parte de los esclavos para las labores agropecuarias y el servicio doméstico de las
familias aristocráticas de la región. En Cali por ejemplo, se conoce de “familias que se
daban el lujo de mantener hasta 37 esclavos para su servicio”. (P. Rodríguez 1996:75).
Muchos aprendieron y desarrollaron artes y oficios como la herrería, la carpintería, la
construcción, mientras las mujeres se dedicaron a la preparación de dulces, comidas y
alimentos que constituían la base de una gastronomía local, aprovechando los recursos
disponibles10. Cuando entró en crisis la economía minera y los precios de los esclavos
bajaron, algunos de ellos podían comprar su libertad, o la obtenían “jurídicamente” a
cambio de mantener ciertas lealtades para con sus antiguos amos. De todas maneras, las
relaciones de los esclavos con los amos abarcaban sentimientos que iban desde la
lealtad y la ayuda mutua (por ejemplo entre viudas blancas y sus esclavas) hasta la
crueldad de la dominación, pasando por el rencor, el paternalismo, la caridad, el hurto,
la adulación, el látigo y la muerte.
Ahora bien, con respecto a las relaciones sociales en la sociedad tradicional que se
extiende a lo largo del siglo XIX “ existía una fuerte discriminación social y racial por
parte de las élites blancas de hacendados, mineros y comerciantes contra los indígenas,
los negros, los mestizos o pardos, pero no hubo una fuerte discriminación racial mutua
dentro de esa base plebeya, en la cual se encontraban algunos blancos pobres. Al no
tener un puro ascendiente blanco y ubicados todos en el piso inferior de la pirámide
social, ningún plebeyo se sentía autorizado para ejercer una drástica y continua actitud
8
Mateo Mina en: "Esclavitud y Libertad en el Valle del Río Cauca". Publicaciones de la Rosca, Bogotá 1975
págs.36-39.
9
Pablo Rodríguez: “La sociedad y las formas. Siglo XVIII”. En Historia del Gran Cauca. Historia regional del
suroccidente colombiano. Universidad del Valle - Cali, 1996 - Pág. 75
La trata de esclavos, en esta región como en el resto de Colombia, fue de todas maneras poca si se compara con otros
países del continente. "No era la nuestra una inmigración masiva como la que se movía para las Guayanas o el Brasil,
o para los territorios insulares del Caribe", dice Virginia Gutiérrez de Pineda (1963) en su capítulo sobre la familia
negra en Colombia. Según ella, "...no se desplazaban (a nuestro país) familias ni en el grupo estricto, ni en la célula
externa. Tampoco unidades más amplias como friatrías o clanes. Eran solamente individuos desintegrados de sus
culturas, ni tan siquiera pertenecientes a una sola de las numerosas comunidades de la Costa Occidental Africana... El
esclavo negro era una planta arrancada de raíz, piezas sueltas de un juego dado, que iban a mezclarse con otras
distintas dentro de la misma situación..."por esto no pudo proyectar, ni reconstruir en Colombia"...un mundo a
imagen y semejanza de las instituciones africanas...desintegrado de sus raíces estructurales y ambientales, no tuvo
otro camino que moldearle y sobrevivir a la sombra de estructuras ajenas que al fin hizo suyas". En “La familia en
Colombia”. Vol. I (“El cruce racial y clases étnicas”) Ascofame, Bogotá 1963, págs. 166-170.
10
Ver Germán Patiño : “Las cocinas de María”, ensayo sobre los hábitos alimenticios en la hacienda y el papel de las
esclavas en la preparación de las comidas, sus conocimientos gastronómicos, así como las interacciones sociales en la
cocina, descritas en la novela de Isaacs. Revista Poligramas No. 23 Universidad del Valle – Escuela de Estudios
Literarios, Cali 2005
de discriminación racial”11. Encontramos aquí unas formas de tolerancia racial,
permisividad y flexibilidad que desde entonces favorecieron las uniones interraciales y
las mezclas que intensificaron el mestizaje y el mulataje de la población caleña, tal
como lo percibimos hoy en los sectores populares. Un mestizaje étnico y cultural
proclive a la autonomía del cuerpo, el ejercicio de la sexualidad y la independencia
personal, como manifestaciones de una moral más flexible y menos rígida que la
impuesta por la élite blanca, católica y patriarcal de la sociedad tradicional. De ésta,
heredamos culturalmente valores contradictorios pero en interacción permanente y en
conflicto, como veremos enseguida.
12
Edgar Vásquez: Historia del desarrollo urbano en Cali. 2ª. Edición – Universidad del Valle, Cali 1982 . En
“Historia de Cali en el siglo XX” (2001) el mismo autor afirma que las élites caleñas se apoyaban en la Biblia para
“demostrar” que la esclavitud y el cristianismo eran compatibles. En 1847, los hacendados opuestos a la abolición y
algunos miembros del clero divulgaron una hoja impresa “en la cual sustentaban el origen bíblico del esclavismo”.
(Pág. 16)
13
Entre 1840 y 1852 hubo intensos conflictos en Cali cuando los plebeyos intentaron recuperar los terrenos ejidos y
dehesas en torno a la aldea que habían sido otorgados por la corona española desde la colonia “para uso del común y
los pobres de la ciudad”. Dichos terrenos habían sido usurpados abusivamente por los hacendados que además se
oponían a la abolición de la esclavitud. Ello motivó rebeliones, motines, destrucción de cercas y ocupación de
algunas haciendas como “La Floresta” de Rafael Caicedo y Cuero, la hacienda Isabel Pérez (actual San Fernando) de
Manuel María Barona y la hacienda Salomia de Vicente Borrero, todas en 1848. Un año después continuó la
destrucción de cercas que los terratenientes habían puesto para adueñarse de los ejidos y en 1850 se produjo la
“guerra de los perreros” cuando los plebeyos se enfrentaron a los hacendados y a la élite que se oponía a la liberación
de los esclavos. Según Edgar Vásquez (2001) “en la mitad del siglo XIX el principal conflicto social que además
incidió en las contradicciones político partidistas, lo constituyó la lucha por las tierras ejidales en Cali…” E.Vásquez:
fácilmente con indios, pardos, sambos, mulatos, montañeses … (Incluso, algunos
blancos pudientes tendrán relaciones clandestinas con mujeres negras, durante y
después de la esclavitud.) Las sociabilidades dadas entre los plebeyos que habitan la
periferia de la aldea y en los intersticios de las haciendas, propician unas interacciones
más fluídas, más cercanas entre sí, más democráticas en la vida cotidiana para aceptarse
mutuamente con cierto grado de tolerancia racial suficiente como para mezclarse sin
mayores problemas, aunque subsistan formas de racismo en algunas personas más que
en otras. 14
Al sentirse libres, por fuera del control y la vigilancia de los amos, los negros podían
decidir sobre su vida, el matrimonio, la conformación de su familia, la vivienda, el
trabajo y demás asuntos personales, con lo cual desarrolló un sentido de autonomía
personal y laboral distinto al de los demás sectores que no habían padecido la
esclavitud. De ahí que sean comunes el concubinato, las relaciones de primaje
(registradas en la novela “María”), la presencia del tío como sustituto del padre (el
abunculado) y la poligamia, en medio de una moral más flexible y menos autoritaria en
la estructura familiar. Esa moral hará posible una actitud más desinhibida frente al
cuerpo y la sexualidad, que se vive de manera menos reprimida, aunque subsista el
sentimiento religioso. Una moral más flexible frente al matrimonio y la familia significa
que está menos constreñida por la fuerza de la ideología cristiana que impone la
represión sobre el cuerpo y la líbido, que obliga al casamiento por la iglesia, que
establece el matrimonio monogámico y otras obligaciones que el negro prácticamente
desobedece al estar por fuera de la hacienda o del aluvión minero ya sea porque se
rebeló y huyó como cimarrón, o porque se vinculó a las guerras de la independencia y
aprovechó la oportunidad para ser libre, o porque se enroló en las filas que luchaban
por la abolición, o porque compró su libertad antes de que se declarara el fin de la
esclavitud, o porque la obtuvo con la misma abolición.15
“Historia de Cali en el siglo XX” (capítulo 1). Ver también Margarita R. Pacheco “ La Fiesta Liberal en Cali” -
Universidad del Valle 1994.
14
Para la formación del sentido de autonomía consideremos también la movilidad propiciada bajo ciertas condiciones
como lo señala Virginia Gutiérrez de Pineda en su obra “Familia y Cultura en Colombia” (1996), al referirse a la
costa Pacifica: “Los negros en “Palenques”, merced a un hábitat pantanoso o selvático, favorecidos por las grandes
distancias sin vías y sin poblados, conformaron núcleos donde desarrollaron normas funcionales para la convivencia,
bien distantes de las que se quería asimilaran…se evadieron también de la superposición cultural cuando
conformaron grupos móviles en continuo ir y venir como los bogas del río Magdalena, del Cauca, del Atrato…su
permanente movilidad los retrajo de la aculturación hispánica” (Pág. 238)
15
Desde finales del siglo XVIII se formaron los palenques como zonas de resistencia e insubordinación a la
esclavitud en el Patía, en el Chocó y en el norte del Cauca. Hubo rebeliones y conflictos sobre todo al sur y al oriente
de Cali, donde se desarrolló intensamente el cultivo y el contrabando de tabaco. Gustavo Arboleda, en su "Historia de
Cali" nos dice que "...había muchos negros fugitivos, amotinados, y por centenares penetraban a la ciudad y asaltaban
los caminos. Don Felipe II dispuso que si la fuga se prolongaba por diez días se les cortara el miembro genital, "por
ser castigo que más temen...". Y según Mateo Mina: "...en el área de Puerto Tejada, ya en 1780 los negros libres o
prófugos y a veces reunidos en palenques, eran famosos por sus cultivos de tabaco. En ese tiempo el Rey de España
ordenó el monopolio del tabaco para aumentar las rentas del gobierno; sólo se podía vender el tabaco en el estanco
oficial y la policía vigilaba la tierra para destruir los cultivos ilegales. En el Valle del Cauca sólo había dos áreas
donde era permitido cultivar tabaco en Palmira y en los alrededores de Tuluá. Una fábrica real fue establecida en
Candelaria en 1778. En realidad, la mayoría del tabaco cultivado en el Valle del Cauca era de contrabando, ya que su
precio era mucho más alto que el pagado por el gobierno. En la zona de Puerto Tejada la policía no podía controlar a
los negros, bien escondidos y armados a lo largo del río Palo...El tabaco del río Palo era de óptima calidad" (M.Mina,
1975:34 - 35).
Gracias al cimarronaje, se colonizaron "desde adentro" haciendas ya conformadas, en cuyas zonas boscosas se
ocultaban los negros que huían aprovechando la inestabilidad política y los llamamientos a enrolarse en las filas para
el combate. Entre 1819 - 1820 se reclutaron cerca de 3.000 esclavos para la guerra de independencia. Muchos de
ellos se abrieron paso en los montes alejándose de las haciendas y ampliando la red de asentamientos clandestinos de
cimarrones que fueron aumentando con el paso mismo de las guerras antes y después del medio siglo. Destacamos
La realización de su autonomía y el ejercicio de su libertad duramente conquistadas en
distintas fases, se expresaba en su capacidad para decidir sobre sus relaciones sociales
por fuera de la imposición de los amos. Ese valor sociocultural es definido por Edgar
Vásquez (1993) como “un sentido de autonomía personal y laboral” para trabajar por
cuenta propia, mediante prácticas que el esclavo, una vez libre, asumió como parte de
sus formas de vida. Según Vásquez (1993 : 5 ) “El rechazo a la subordinación
esclavista por parte del negro que ya se venía expresando en la formación de palenques
en la región del Cauca, fortaleció la valoración que tenía el esclavo de su autonomía
personal y laboral. Esta valoración no encontró serios obstáculos a su socialización.
Más bien pudo encontrar condiciones favorables en la actividad artesanal que permitía
cierto grado de autonomía personal y laboral. La valoración de esta autonomía va a
supervivir (se reproduce socioculturalmente, diríamos nosotros) en los sectores
populares de alto mestizaje como inclinación hacia las actividades informales y de los
´cuenta propia´”. 16 Dicha autonomía permite establecer una relación más liviana con el
tiempo, pues gracias a ella y en una sociedad premoderna, se mezclan toda clase de
actividades laborales, recreativas, familiares, aunque por momentos pueda variar el
énfasis y la proporción de las mismas. Esta relación con el tiempo es completamente
distinta a la que establecerá en el siglo XX la producción industrial y la fábrica (o la
empresa comercial) que separa las actividades, los tiempos y los espacios, de manera
radical, y somete el cuerpo al rigor de la máquina y a la disciplina de la producción . 17
Así pues, en Cali y sus alrededores se conformó una amplia base social plebeya, mestiza
y mulata, pobre y poco integrada, que sobrevivió informalmente y desarrolló el sentido
de autonomía personal y laboral, como un atributo que se prolongará hasta el siglo XX,
cuando se cruza en hibridación con nuevos elementos culturales aportados por los
inmigrantes de otras regiones del país.
entre ellas "la Guerra de los supremos" (1841) en la cual se enfrentaron hacendados y esclavos dirigidos por el
General Obando quien prometiendo libertad armó sus huestes, incluyendo indios y mestizos, para impulsar la
rebelión contra el Partido Conservador en el poder. Las guerras civiles de 1860, 1875 y 1885 fortalecieron la libertad
y la apropiación de tierras por los campesinos negros que aprovechaban así un clima favorable a sus aspiraciones.
16
Este valor sociocultural se reencuentra y se fortalece en el siglo XX, con una valoración semejante traída por los
campesinos inmigrantes que llegaron a Cali, acostumbrados al manejo personal de sus parcelas, antes de ser
expulsados por la Violencia liberal conservadora que azotó al país entre 1940 y 1960. Para E. Vásquez, (2001: 299)
“la difusión y socialización de ese valor ha sido en cierta medida la base cultural para el desarrollo del sector informal
de la economía, los cuenta propia y la microempresa ” en la economía caleña.
17
La supervivencia y la reproducción cultural de la autonomía personal y de la moral frente al cuerpo y la
sexualidad, serán el fundamento antropológico que hace posible el desarrollo del baile como un lenguaje del cuerpo,
propio de la base social plebeya de Cali, tal como lo refieren las obras literarias y distintas crónicas del siglo XIX,
cuando aluden al baile y las fiestas, en las haciendas o en la ciudad, donde negros y mulatos son protagonistas. En
esa compleja herencia cultural de valores, cuerpo y prácticas sociales, están los “cimientos” del baile de la música
popular moderna que se desarrolla en Cali al promediar el siglo XX por las nuevas capas sociales subalternas.
Aunque las manifestaciones de ese lenguaje corporal se han elevado a su máxima expresión durante las últimas
décadas, hay que reconocer sus antecedentes históricos y antropológicos en la base social plebeya del siglo XIX.
el advenimiento de una nueva mentalidad liberal, progresista y modernizadora, con la
que finaliza el siglo XIX y se recibe al siglo XX. De muchas maneras, la hacienda
esclavista nos dejó una gran herencia social y cultural, un patrimonio simbólico con
distintos valores, que está presente durante el proceso de modernización18.
Al comenzar el nuevo siglo dos grandes grupos siguen existiendo en medio de una
segregación socioespacial: las élites blancas y los plebeyos. Las élites, cerca de la plaza
de la constitución (parque de Caicedo), La Merced, San Pedro y San Antonio...Los
plebeyos en el Vallano, hoy San Nicolás y a los lados de la carnicería, (hoy el
Calvario)….ahí está el origen de dos ciudades excluyentes que se ha reproducido en
mayor escala años después, hasta nuestros días.
18
Las dos obras más importantes de la literatura caleña del siglo XIX son la novela “ María” de J.Isaacs y “El
Alférez Real” , una crónica novelada de Eustaquio Palacios. Ambas se sitúan en la hacienda esclavista vallecaucana.
El Paraíso, conservada, restaurada y explotada turísticamente como un bien simbólico y cultural de los vallecaucanos.
Cañasgordas, abandonada y en ruinas. Ambas son patrimonio histórico y arquitectónico de la región. En ellas
encontramos indicios de la estratificación social, los grupos diferenciados, sus mentalidades y valores, los modos de
hablar (sobretodo en María) y sus prácticas culturales, tanto en el campo como en la ciudad. Ellas representan
metafóricamente las dos caras de lo que es la caleñidad hoy: una cara amable, radiante, motivo de orgullo para
mostrar al nativo o al visitante, que se expresa en lo que hay de alegría, baile, informalidad, y lo que queda de
civismo y respeto por el otro. La otra cara, decadente, corroída por la violencia, la corrupción y la anomia; arruinada
por la voracidad del interés privado de las nuevas élites y los políticos en el poder; deteriorada por la pérdida del
espacio público y la falta de un proyecto colectivo de ciudad y ciudadanía para sus habitantes.
de la economía y de la sociedad regional, mientras la ciudad todavía es pequeña en
extensión territorial y en poblamiento. Es después de 1930 cuando despunta la
modernización y la urbanización del medio siglo que dichos valores se amalgaman con
las nuevas corrientes. Con la modernización capitalista cambió la estratificación social,
así como cambiaron los criterios de diferenciación y las mentalidades. Y con “la variada
procedencia regional de los inmigrantes que llegaron a esta ciudad, se dio lugar a la
presencia de múltiples valores culturales, a veces contradictorios, cuya mezcla puede
explicar ( algunos ) rasgos característicos de la población de Cali” (Vásquez 1993 : 6 )
Los miembros de las élites regionales en sintonía con los nuevos aires de la
modernización capitalista asumieron los desafíos con una mentalidad diferente y
adoptaron los modelos en boga al comenzar el siglo XX cuando Cali era apenas una
pequeña aldea de 20.000 habitantes. El casco urbano llegaba hasta la actual calle 25 en
el oriente. Desde allí hasta el río Cauca en Juanchito se extendían grandes potreros,
humedales y caminos de herradura que atravesaban las haciendas alrededor de la
ciudad. En contraste con ellos, el tranvía, construído en 1910 por el suizo Emilio Bizot,
circulaba sobre rieles que iban desde Juanchito hasta el centro de Cali, con estaciones en
la Ermita, el barrio Obrero y el Calvario. El tranvía no sólo era el primer sistema de
transporte público en Cali sino el primer signo de su modernización.
Construída en 1536 a la orilla del río Cali y recostada sobre las primeras estribaciones
de la cordillera occidental, la ciudad está enmarcada geográficamente por un bello
paisaje y una rica oferta ambiental comprendida en el bosque tropical seco que la rodea,
generoso en flora y fauna silvestre; bañada por siete ríos que la atraviesan desde sus
cuatro puntos cardinales; vigilada por los cerros tutelares que la delimitan al occidente;
iluminada por la luz nítida que la envuelve, en el verde exuberante del valle, y
refrescada por la arborización natural y la brisa. Todas las tardes llega puntual una brisa
acariciante que cobija la ciudad. Son los vientos del mar del Sur que soplan hasta la
llanura para cumplir su eterna cita con la puesta del sol. El ambiente tropical y el clima
cálido invitan a los vecinos a sentarse en las afueras de las casas para recibir la frescura,
contemplar los paisajes y dialogar con los demás. Esta costumbre es también una sutil
forma de ocupación del espacio público que se desarrolla en el siglo XX en el
19
Carlos Botero: “Plaza, parque y zona verde en el desarrollo urbano de Cali en el siglo XX”. Informe final de
investigación. Escuela de arquitectura Universidad del Valle, Cali 2004. Págs.15, 16, 20.
La forma de damero de la traza urbana de Cali, (con una gran capacidad funcional), fue similar a las de muchas otras
ciudades fundadas por los españoles, incluídas las que se construyeron por orden de Sebastián de Belalcázar
20
Los estudios consultados proponen diferentes periodizaciones con respecto a la modernización de Cali, según se
adopten criterios urbanísticos o económicos. Así por ejemplo, Edgar Vásquez (2001) identifica el “tránsito a la
modernización entre 1900 y 1930”, seguido por “la interrupción del desarrollo y crisis (1929-1931), el “apogeo
industrial en la vieja ciudad entre 1933 y 1955”, y luego la “Desaceleración industrial y terciarización de la
economía” de 1955 en adelante. (E.Vásquez 2001). Por su parte, el arquitecto y urbanista Carlos Botero (2004)
clasifica cuatro periodos en “la evolución de la forma urbana de Cali en el siglo XX”. El primero desde 1900 hasta
1930 cuando se construye el barrio San Fernando, como la primera urbanización con viviendas iguales en serie. En su
momento, esta urbanización dio lugar a una “nueva manera de expansión de la ciudad”. El segundo periodo va de
1930 hasta 1954 año en que se realizan los VII juegos atléticos nacionales, cuando se afianza el proceso de
urbanización al amparo del desarrollo industrial. El tercero, de 1954 a 1971 cuando se realizan los VI juegos
panamericanos y se redefine la expansión del perímetro urbano, “para preparar el terreno urbanizable hasta más allá
del siglo XX”. Y cuarto, desde 1971 hasta 1997 cuando se expide la ley 388 que ordena a los municipios el plan de
ordenamiento territorial.
transcurso de la primera modernización de la ciudad y se prolonga hasta décadas
después. La práctica llega a ser tan común en el comportamiento citadino que hacía
1948 Florián Holguín, un personaje del municipio escribe contra ello en un plano de la
ciudad levantado por él mismo: "Algo de Civismo". "En los países civilizados nadie se
para en las esquinas y puertas, ni en las aceras, para no interrumpir el andar; no se
escribe en las paredes, no se pegan carteles, no se ensucia la calle ... da grima ver cuan
grande es el saldo que nos queda de nuestro humilde antepasado aborigen". El espíritu
etnocentrista de don Florián Holguín no veía en esta costumbre la formación de una
mentalidad abierta al diálogo, a la comunicación y la espontaneidad callejera que hacían
parte de la i(n)diosincrasia de los caleños que hoy tiende a perderse cada vez más. El
etnocentrismo se reflejaba en la subestimación por lo aborigen e impedía comprender lo
que se estaba dando en la ciudad naciente. Porque en el transcurso del siglo XX,
aparecen nuevas formas de vida urbana originadas por el desarrollo capitalista en la
región, el intercambio y la comunicación con otras latitudes y la adopción paulatina de
la ideología burguesa. 21
21
La creación del departamento del Valle del Cauca, en 1910, y la elección de Cali como su capital, contextualizan
políticamente la primera modernización (1900-1936 año del cuarto centenario de su fundación) que se expresa en los
nuevos referentes urbanísticos y arquitectónicos de la ciudad cuando se construyen los primeros parques y avenidas,
el bulevar, el antejardín, la arborización de las calles, como resultado de un modelo importado que tuvo su núcleo
más importante en diferentes edificaciones: La Ermita (1915), el Teatro Municipal (1919-1927), el Edificio Otero
(1922-1928), el Palacio Nacional, (1926-1934) el Teatro Isaacs, el Hotel Alférez Real (demolido) y el antiguo Palacio
Departamental (demolido). La modernización urbana incluía “edificios especializados, con nuevas funciones, que
contrastaban con la tradicional arquitectura de origen colonial que tenía en el conjunto de templos y claustros la
mayor jerarquía edificada disponible para el culto, la educación, la administración y la sanidad”. (Botero 2004: 15 ).
Producto de esa modernización son también la ambientación del río Cali y la arborización de algunas calles; los
talleres de Chipichape (1930-1932), la planta de purificación de aguas de San Antonio (1930), el monumento al
fundador Sebastián de Belalcázar y su avenida así como la construcción de la avenida Uribe Uribe en 1928, la miguel
López Muñoz (calle 25) y la 3 de julio (carrera 15), en los años 30. En síntesis, se moderniza el equipamiento urbano
y se amplía con nuevas obras de infraestructura que jalonan la urbanización y cualifican el espacio como polos
ordenadores del desarrollo urbano.
3.4 La conquista del espacio público
CALI MÍO
(Gonzalo Arango)
22
“ La ley 388 de 1997 desarrolla el concepto, el mismo que se complementa con el decreto1504 del 4 de agosto de
1998, ´por el cual se reglamenta el manejo del espacio público en los planes de ordenamiento territorial´”. (Carlos
Botero: Op. Cit. Pág. 9 )
movilización y la lucha, al defender intereses comunes, o mediante el encuentro lúdico
y socializador, donde se construyen los vínculos, los arraigos y los sentidos de
pertenencia. En este sentido, podemos identificar, para el periodo que estamos
analizando, tres tipos de espacio público en Cali, caracterizados por los usos, en un
momento en el que nadie hablaba de ellos: uno, los espacios naturales como los ríos,
colinas y montañas – entre otros - definidos por la ley. Dos, los espacios construidos
como producto de la planeación urbana para uso colectivo, tales como plazas, parques,
zonas verdes, calles, avenidas, paseos, bulevares, glorietas. Tres, espacios vacíos y
ociosos, ubicados en terrenos ejidos, ( algunos privatizados o en litigio) que fueron
usados colectivamente por los sectores populares para la recreación, el uso del tiempo
libre y la supervivencia, como una especie de espacio público informal que comprendía
intersticios de las haciendas, mangones, humedales, laderas y potreros no aprovechados
por la agricultura ni la ganadería.
Hacia 1930 el centro histórico de la ciudad se había transformado bajo el auge de las
nuevas fuerzas sociales y económicas (una burguesía comercial) que renunciaban a vivir
en él para desplazarse a otros sitios de la urbe y crear allí los nuevos reductos de la
exclusividad, en barrios como Granada y San Fernando
En los años 30 aparecen la follíe a la orilla del río (versión criolla del Centro de
Espectáculos Parisiense) y surgen las retretas como forma de la audición musical. Este
espacio público adquiere un interés colectivo y la música comienza a habitarlo. La
ciudad se va dotando de una infraestructura especial para la recepción del arte sonoro. Y
esa infraestructura se va transformando a medida que se intensifica el proceso de
urbanización. Es el paisaje adornado por esta primera modernización de los años 20, el
que llevó al poeta a decir un día que Cali "era un sueño atravesado por un río" aunque
hoy tal vez no exista ni lo uno ni lo otro…
Por fuera de estos referentes urbanísticos definidos como espacios públicos para el
disfrute colectivo, hubo otras áreas de la ciudad que no fueran intervenidas por la
modernización pero que fueron ocupadas y utilizadas por los pobladores de la periferia,
( que con respecto a los caleños y vallecaucanos era la prolongación de la base plebeya
compuesta por mestizos, negros y mulatos del siglo XIX ) aquellos que habitaban y
descubrían “otra ciudad”, a medida que iban construyendo los barrios, o colonizaban
nuevas zonas como espacios públicos para la recreación y para la supervivencia.
Porque fue en la lucha por la ocupación del suelo urbano y la conquista del espacio
público donde se gestó la caleñidad, categoría que acuñamos aquí para referir los rasgos
distintivos de un modo de ser urbano y popular que terminó representando a la ciudad
entera en un momento determinado de su historia; esto es, una sensibilidad, un modo de
ser y de sentirse caleño, espontáneo y jovial, antes que melancólico o taciturno; abierto
y festivo, antes que fanático religioso o puritano en tradiciones y costumbres. Receptivo
para acoger al foráneo y al extranjero sin prevención ni reticencias. Amante de los
paseos al río, del ejercicio y el deporte; dado a la exposición de los cuerpos al aire libre
antes que al exceso de ropas. Presto a aprovechar las bondades naturales de una brisa
fresca y unas aguas limpias que bañaban la ciudad por todos sus costados;
acostumbrado a admirar el horizonte de la llanura enmarcada por los cerros tutelares de
Cali, antes de que la urbanización salvaje destruyera sus recursos más preciados y
acabara hasta con la posibilidad de mirarlos.
La ocupación del Espacio Público abrazaba otros sitios que también eran epicentros de
la socialización; entre ellos la colina de San Antonio, las orillas de los ríos y las lagunas
de aguablanca provocadas por las lluvias o las inundaciones del río Cauca.
Expandiéndose sobre la planicie, la ciudad es bañada por riachuelos cristalinos que
descienden límpidos desde los farallones, en las montañas de los Andes. Los límites
naturales de Cali son los ríos; por el norte, Arroyohondo y Dapa; y por el sur el río
Pance. En medio de ellos las demás corrientes que la atraviesan de occidente a oriente,
hasta desembocar en el río Cauca. Al entrar a la ciudad, por el noroccidente el
Aguacatal y el río Cali, que se unen en un mismo abrazo y dividen la ciudad en dos.
Un poco más al sur las quebradas La Chanca y Sardinera y más hacia el sur el río
Cañaveralejo, que bordea la plaza de toros con el mismo nombre. Luego el Meléndez y
después el río de Las Piedras ("el Lili") que desciende desde la Buitrera; y por último, el
río Pance, el único que queda con vida. Al entrar en la llanura se forman los charcos de
aguas transparentes que invitan al baño refrescante de todos los días. 23
Las orillas de los ríos, tapizadas en el verano por una fina grama, hacen de ellas el
escenario ideal para el encuentro, la recreación y la lúdica al aire libre, convirtiéndolos
en verdaderos espacios públicos, que hoy sólo existen en la memoria de las
generaciones mayores que tuvieron el privilegio de haber nacido y crecido, o vivido, en
esta ciudad antes de ser devastada por la modernización de los juegos panamericanos
que arrasó con sus ríos y destruyó su patrimonio ambiental devorados por la
urbanización irracional y la voracidad del interés privado.
Los paseos al río y las prácticas deportivas que se ejecutan en su entorno, como la
natación, el ciclismo, el atletismo, el fútbol y los ejercicios al aire libre (no existían los
gimnasios, ni la televisión, ni los centros comerciales) en los que los cuerpos se
exponen casi desnudos a la mirada del otro, facilitan las relaciones sociales espontáneas
e informales. La asistencia masiva a tales espacios por parte de familias, grupos de
amigos y vecinos, así como las prácticas de esparcimiento colectivo,
23
Fueron muy conocidos a lo largo del río Cali el charco de La Planta, Las Pilas y el Polvorín (todos en Santa Rita)
en los alrededores del zoológico; el chocho en el aguacatal, los Pedrones, en la confluencia de los dos ríos; el Charco
del Burro y el de la Burra (donde hoy está el museo de arte La Tertulia); más abajo, hacia Bellas Artes el charco de la
Merced ( detrás de la iglesia) la Estaca y el charco de la Cervecería; luego el Trincho, en la carrera primera con calle
15 (conocido después como el charco de los bomberos) por donde se pasaba al norte, a la manga de Galilea; más
abajo, hacia el oriente en la calle 25, el charco del Puente del Ferrocarril, cerca donde hoy está la Terminal de
transportes.
Además de estos hubo otros charcos que fueron muy concurridos hasta finales de los años 60, cuando empezaron a
desaparecer, como La Chibunga, Caracolí y el charco del Mister, en el río Cañaveralejo, entre los barrios La Sirena y
Siloé. Las Delicias, el Aguacate y el otro trincho (frente al batallón pichincha) en el río Meléndez que formaba otros
charcos como el del burro, pasando la línea del ferrocarril hacia el oriente; y más al sur los charcos del Lili- al lado
del club Campestre - y la Viga en Pance, este último en las afueras del perímetro urbano. Y por el oriente Navarro y
Juanchito, en el río Cauca que se extiende por el Valle. Como eje natural para la comunicación y el transporte con los
pueblos vecinos al norte y al sur de Cali, el Cauca adquiere singular importancia con la navegación a vapor que duró
hasta 1930. Sus riveras se pueblan en el paso del Comercio, el paso de Juanchito, el paso de Cucarachas (actual
Villanueva), el paso de Figueroa y Navarro hoy zonas ocupadas por el distrito de Aguablanca.
Con excepción del río Cali que había sido objeto de cuidados y ornamentación en el trayecto cercano al centro
histórico, los demás ríos son espacios públicos naturales no intervenidos por la planeación urbana. Ello indica un
tratamiento discriminatorio de estas fuentes de agua, en el sentido de que sólo el río Cali, que dividía la ciudad en
dos, era tenido en cuenta para el diseño urbano, aunque fuera sólo en un segmento de su recorrido, el mismo que se
engalana hoy, artificialmente, para la navidad.
crearon las condiciones para desarrollar un espíritu alegre y extrovertido, una
espontaneidad en la comunicación y una propensión hacia el diálogo abierto y las
relaciones interpersonales. Estas formas de socialización como características
antropológicas, serían otros de los rasgos distintivos de ese modo de ser caleño,
descomplicado e informal, que estamos describiendo. Esta es parte de la hipótesis en
discusión señalando que no se trata de una cualidad innata sino de una condición
culturalmente procesada por la conjugación de causalidades históricosociales y
condiciones ambientales que hoy ya no son las mismas.
Dentro de los usos del suelo y del espacio público informal, hay que destacar también
las formas de una economía primaria, extractiva, a través de la pesca y la recolección de
frutos de pan coger en los intersticios de las haciendas, en los ejidos y en los humedales
del bosque tropical seco que rodea la ciudad, rico en flora y fauna silvestre. La pesca en
ríos o ciénagas formadas por el invierno y los desbordamientos; la caza de conejos,
patos, zarcetas, torcazas y otros animales, por fuera de lo barrios construidos, en zonas
vacías intercaladas, y en la periferia, eran comunes entre muchos habitantes de
entonces. La pesca, la caza y la recolección en baja escala por medios artesanales, no
tuvieron el impacto depredador que sí tuvieron la especulación con los precios de la
tierra, la apropiación indebida de los ejidos y la urbanización salvaje asociada a ellas.
Estas formas de uso del suelo y de aprovechamiento de los recursos naturales
disponibles, al alcance de la mano, para una población que los necesitaba, constituye
una forma de supervivencia fundamental (antes de que surgieran las prácticas masivas
del rebusque comercial) para muchos caleños, nativos e inmigrantes, que no son
incorporados al mercado laboral, en el proceso de industrialización. Las prácticas
lúdicas aunadas a esas formas de supervivencia, en la pequeña ciudad de entonces,
(impensables hoy en día), favorecen entre los pobres la adhesión a un territorio y el
apego a la ciudad, así como estimulan sentimientos de afecto, arraigos y sentidos de
pertenencia. 24 En conclusión, fue esencialmente en la lucha por la ocupación del suelo,
en la construcción de los barrios donde se resolvía el problema de la vivienda, en el
tiempo de ocio a partir de los usos lúdicos y recreativos de los espacios públicos, y en
las prácticas de supervivencia, como se construyó ese modo de ser (entre otros),
espontáneo e informal, desprevenido y alegre que en años pasados se expresó como un
comportamiento colectivo de “los caleños” 25. Fue en esa relación vital con los espacios
públicos, formales e informales, y en la articulación de las prácticas descritas, como se
configuró la caleñidad, una “ estructura de sentimiento” (expresión del historiador
Raymond Willians), es decir un sentimiento pensado y un pensamiento sentido por
medio del cual se expresaba la relación con el otro y la relación con la ciudad, de una
manera afectuosa, con una actitud positiva hacia ellos, aún en medio de las tensiones
propias de las relaciones sociales y de los conflictos de la época como la Violencia
política y la lucha por la ocupación del suelo urbano .
24
Un dato puntual, proporcionado por la investigación de Carlos Botero apoya esta hipótesis: “Para Cali,
que en 1951 contaba con 290.000 habitantes, cuando ya las teorías del urbanismo moderno habían llegado
a la ciudad, existía el plan piloto y se tasaba en 20 mts. cuadrados por habitante, la necesidad de espacio
libre, (éste) no alcanzaba a los 3 mts. cuadrados”. Op. Cit. Pág. 57 . La ocupación de aquellos terrenos
convertidos en espacio público informal, compensaba, a nuestro juicio, la deficiencia anotada.
25
Si esta “conquista” de la ciudad se fortalece con la consecución de un empleo (en el sector industrial, en el
comercio, como empleado público o aún como artesano, trabajador informal independiente o por cuenta propia), ello
favoreció aún más la formación y consolidación de ese sentimiento.
26
Definitivamente, los años 60 traían consigo cambios sustanciales en el comportamiento de las nuevas generaciones
que empezaron a alinearse en la militancia política de izquierda o en las barras y galladas de barrio, que aunque
unidas por la violencia tuvieron características distintas en los sectores altos y en los barrios bajos. A nivel
intelectual, un grupo de esotéricos en Cali, en un gesto atrevido y desafiante que provocó airadas protestas, esgrimió
su poesía en actitud iconoclasta y renegó de nuestra tradición literaria, quemando la novela "María" frente a la estatua
levantada en su honor. El gesto, rebelde en forma y contenido, era la plataforma de lanzamiento del movimiento
Nadaísta. Gonzalo Arango, J. Mario, Pablus Gallinazus, Elmo Valencia "el Monje Loco" y otros locos, atizaban el
fuego de la insubordinación y la rebeldía con ideas, poesías y proclamas escandalizadoras para los "castos" oídos de
unas clases que no se imaginaban lo que le esperaba al futuro del país. Destacamos de Gonzalo Arango el poema
citado como epígrafe, que exaltaba esa imagen sensual de Cali, a nuestro juicio, uno de los elementos de la caleñidad.
La caleñidad, como modo de ser colectivo, cocinado con muchos ingredientes de
distinta procedencia y origen, se fue creando paulatinamente, caracterizó a la ciudad
durante cierto tiempo hasta llegar a ser hegemónica y después se diluyó en la transición
al siglo XXI como manifestación de una crisis simbólica, es decir una crisis de
representación de la ciudad por parte de sus habitantes, asociada directamente a la crisis
económica y social, ética y política, urbanística y cultural de Cali. Esta crisis a la vez ha
suscitado inquietudes y preocupación por la situación actual y el futuro inmediato,
movilizando formas de acción y reflexión que actualmente se expresan por distintos
medios.
Esta es una hipótesis de trabajo, es decir algo que asumo, no como una verdad, sino
como un conjunto de ideas organizadas y presentadas para la discusión pública, como
una representación de la identidad, en un momento específico de su historia, para
comprender el auge y decadencia de esa representación. La Caleñidad es la categoría
central de la hipótesis. Obviamente se trata de una noción descriptiva, que espera ser
debatida académicamente y enriquecida conceptualmente, si es que tiene alguna validez.
Dentro de la hipótesis de la caleñidad aludiré a la relación entre sentido de pertenencia e
identidad para considerar estos dos aspectos como componentes de la cultura urbana.
Por último quiero interrogar qué queda de esa cultura urbana, qué ha cambiado, qué
queda de la caleñidad que pueda ser aprovechado ahora, qué elementos nuevos son
visibles en la conformación de otros modos de ser distintos que actualmente conviven, a
veces excluyéndose, en Santiago de Cali…
3.5 Inmigración y poblamiento
Fue en los usos múltiples de la ciudad y en las prácticas sociales no sólo ligadas al
trabajo o al estudio y la supervivencia, sino a la fiesta, la recreación y el deporte donde
se fraguó la caleñidad. Ese modo de ser social e identitario es una creación colectiva de
los sectores populares que lo produjeron al mismo tiempo que construían la nueva
ciudad, como lo indica la fundación de 100 barrios entre 1940 y 1975, periodo en el
que Santiago de Cali pasó de 120.000 habitantes a 1 millón en un lapso de 35 años. Se
trata entonces de una doble creación por parte de los mismos actores en el proceso de
urbanización y lucha por la ocupación del suelo. 27
27
El dato de los 100 barrios lo hemos deducido de un inventario de los barrios de Cali y su año de fundación,
levantado por el Departamento Administrativo de Acción Comunal del Municipio. También me he basado en los
relatos del concurso "Recuerdos de mi barrio- Historia de los barrios de Cali" (1985) durante la celebración de los
450 años de Cali. Según nuestras indagaciones , en la década del 40 se construyen 20 barrios nuevos; en la del 50,
35; y entre 1960 - 1970, se fundaron 40 barrios. Casi el 90% del total fueron barrios populares, levantados ya no con
hacha y machete, pero sí con la misma tenacidad con que se había descuajado la montaña y con la misma solidaridad
con que se habían construido las poblaciones de la colonización agraria desde un siglo atrás, la colonización
antioqueña que dio origen a varios municipios del norte del Valle. Los barrios se construyeron tanto en las zonas de
ladera al occidente (casos de Terrón Colorado y Siloé ) como en las llanuras del oriente, en las proximidades a los
ejidos y en las haciendas que los absorvieron o los incorporaron ilegalmente.
Además de archivos notariales, escrituras públicas y el archivo histórico municipal de Cali, se consultaron, entre
otros, diversos relatos de los barrios, escritos entre 1984 y 1985. En esos relatos, que no hacen parte de la historia
oficial, hay muchas narraciones alusivas a la condición de inmigrantes de muchos fundadores, y a las prácticas
mencionadas, en tanto usos del suelo o formas de ocupación del espacio. Los nombres de los autores corresponden al
seudónimo con el cual se identificaron los textos en el concurso. Ellos son: "Historias del barrio Siloé" por el grupo
Herencia.; "Historias de Siloé" por Laso; "Recuerdos de mi barrio Siloé" por los Aventureros; "Tiempo de vivir en el
barrio Siloé" por Alvarito el minero; "Siloé" por los historiadores. "Villacolombia" por Bacaibem y Clam;
"Recuerdos de mi barrio Villacolombia" por Jes; "Barrio Villacolombia" por los Cuadrúpedos. "Barrio Alfonso
López" por el grupo Decano; "Historia del barrio Alfonso López" por las dos hermanas; "Barrio Alfonso López" por
Libardo de Jesús García.
"San Fernando, un barrio lejano y perfumado". Por la abuela y yo; "Barrio San Fernando" por Vecinos de Antaño;
"Recuerdos de mi barrio San Fernando" Por el Dueto de Ayer; "Barrio San Fernando" por Carlomagno. Historia del
barrio Obrero. Historia del barrio San Nicolás ."Barrio Granada" por los Bataclanes. "Barrio Granada", por Lína.
"Historia del barrio Jorge Isaacs". San Carlos te acordás hermano” por A. Ulloa. “San Antonio pasado y presente”.
"Historia del Barrio Puerto Mallarino" por "Los Areneritos" Diego Inel Mina y Rubiela González de Mina. "Puerto
Mallarino" por el grupo Ecología (Esneda Cuero y otros). "Mi Puerto Mallarino" por Muequito y la Paisa.
En su estudio sobre la evolución de la forma urbana de Cali, Botero (2004 : 39)
distingue “dos dinámicas en la creación de barrios populares en la periferia de la
ciudad”. Una, basada en la planificación y el ordenamiento continuando la traza
original, con parámetros definidos como en el caso del barrio Obrero y el Jorge Isaacs,
este último al otro lado de la linea férrea, hacia el oriente. La otra dinámica es más
informal, caótica y espontánea, desarrollada “como trazas aisladas que poco a poco se
integran a la totalidad a partir de una vía o sendero importante para la relación entre Cali
y ciudades vecinas”. Esta dinámica está representada por el barrio “El Troncal, surgido
de la parcelación progresiva de predios mayores, para localizar un creciente número de
inmigrantes…” La diferencia fundamental radica en el diseño y la construcción de
parques o plazas como resultado de la planificación urbanística en los pocos barrios
donde se dio : San Nicolás, Obrero (1922), Alameda (1930), Popular(1948), Municipal
(1949), Villacolombia (1950) y La Floresta (1945). O en barrios de sectores medios
como El Peñón (1920), San Antonio (1920), Champagnat (1953), y en barrios altos
como San Fernando viejo (1928), Versalles (1935) y San Vicente (1945). Los parques y
plazas además de ser lugares para el encuentro, la comunicación y el intercambio,
jerarquizan y cualifican el espacio y cumplen una función ordenadora del conjunto a su
alrededor. Estos atributos le confieren identidad al sector y generan sentido de
pertenencia entre sus habitantes y usuarios. Pero a la mayoría de los barrios populares
en Cali le fue negada esa posibilidad como lo indica el hecho de que hacia 1951- cuando
ya se había intensificado la dispersión de la traza urbana iniciada con Granada y San
Fernando – “el total de áreas correspondientes a espacio abierto, plaza, parque, o zona
verde, no alcanza al 3% del total del área construida”. (Botero 2005 : 57)
Estos datos muestran por un lado una tendencia que se agudiza al final del siglo con la
carencia de espacios públicos en la ciudad. Y por otro, nos revelan que a falta de
espacios abiertos planificados para el encuentro colectivo, los sectores populares de
entonces se toman los espacios disponibles haciendo de ellos “espacios públicos
informales” como lo hemos descrito.
De todas maneras, para los inmigrantes expulsados del campo por la Violencia, o
atraídos por la industrialización, las promesas del progreso y el carisma de una ciudad
seductora, Cali se convirtió en una ciudad de refugiados, lugar del encuentro y la
desintegración de culturas campesinas, mientras se adelantaba la segunda fase de su
modernización (1930 – 1954). Los viejos protagonistas (y sus descendientes) de la
colonización agraria de la primera mitad del siglo irrumpen masivamente en esta urbe,
para emprender junto a muchos nativos, una segunda colonización: la colonización del
espacio urbano, de sus ejidos y de los retazos de viejas haciendas ganaderas, donde
siguen formándose nuevos barrios por fuera del ordenamiento territorial y de la traza
urbana. Ello le confiere a la ciudad una textura con grandes áreas construídas a lo largo
de los ejes viales más importantes, seguidas de superficies vacías, o intercaladas con
zonas construídas. Simultáneamente con la dispersión, la fragmentación y la dinámica
de urbanización informal, se acentúan la estratificación y la segregación espacial. Por
otro lado, continúan los cambios en los usos del suelo, sobretodo en el centro histórico,
alrededor de la plaza de Caicedo, presionados por el desarrollo industrial, comercial y
la presencia del capital financiero, cuyas entidades requieren estar cerca al centro
administrativo y las instituciones oficiales. El uso residencial cercano al centro, que
albergaba a las familias tradicionales, es desplazado por edificios y construcciones
modernas para bancos, empresas y negocios, especializando el sector, mientras las élites
continúan saliendo del centro hacia los mejores sitios urbanizables, con servicios,
transporte y planificación donde se construyen, o se desarrollan, barrios como
Centenario (1936) Miraflores, (1945) San Vicente (1945), Santa Rita (1945), San
Fernando nuevo (1950), y otros. Para los pobres quedan las zonas inundables, lejanas,
sin servicios, en los terrenos menos aptos para ser urbanizados, en los que , sin
embargo, se levanta la nueva ciudad por los plebeyos del siglo XX. 28
Para imaginarnos la magnitud del proceso veamos algunos datos demográficos: en 1952
Cali tenía 300.000 habitantes. En 1964 (12 años después) había duplicado su
población y contaba con 637.929 habitantes, de los cuales el 57% había nacido fuera de
la ciudad. La población saltó de 120.000 habitantes en 1940 a 650.000 en 1965. En 25
años se habían acomodado en Cali más de medio millón de nuevas personas entre
nativos e inmigrantes. En 1975 llegó al millón de habitantes. Un poco menos de la
mitad (el 45%) era nativo de esta capital. Comparando las cifras entre 1940 y 1975
concluímos que casi 900.000 personas poblaron a Cali en un lapso de 35 años, durante
el mismo período en que se fundaron los 100 nuevos barrios. 29
28
Para el análisis sobre la articulación entre proceso de industrialización y urbanización, ver el trabajo de Edgar
Vásques (2001) “Historia de Cali en el siglo XX” , especialmente el capítulo 4 en el que se incluye “el desarrollo
histórico de los barrios ilegales en Cali”.
29
Los datos demográficos son tomados de los censos de población. De allí inferimos algunas conclusiones todavía
descriptivas como las anotadas. Los datos coinciden con la tesis de Romero sobre la masificación de las ciudades
latinoamericanas. En su investigación, es a partir de 1930 cuando se inicia la masificación y entre 1940 - 1970, es el
periodo de mayor crecimiento poblacional, según lo indican las estadísticas comparadas por Romero entre varias
ciudades del continente. Nuestros hallazgos aquí validarían la tesis de Romero con respecto a Santiago de Cali,
ciudad que él no considera en su análisis comparativo. J.L. Romero (1984 : 327-328)
La mayor parte de este primer proceso migratorio se originó en el suroccidente
colombiano, en buena parte del territorio donde ocurrió "la Violencia". “De un saldo
migratorio neto acumulado de 337.000 personas en 1973, 137.000 procedían del
Departamento del Valle, 76.000 de Caldas, 54.000 del Cauca, 28.000 de Nariño y
12.000 del Huila. Estos cinco departamentos representaban así un poco más del 90% del
saldo migratorio neto de la ciudad en dichos años". 30 Las inmigraciones, el proceso de
urbanización, así como el desarrollo industrial activado con capital extranjero después
de los años 30, fueron procesos sincrónicos en la historia contemporánea de Cali.
Creemos que este proceso de urbanización está marcado por tres corrientes migratorias
fundamentales: una, viene del norte del Departamento del Valle, del viejo Caldas
(Risaralda y Quindío) y otros departamentos como Antioquia, Huila y Tolima donde se
desarrolló la colonización agraria alrededor del cultivo del café, el maiz y frutos de pan
coger. Esta corriente tiene cierta homogeneidad cultural basada en sus tradiciones
religiosas católicas, el conservadurismo político, la tenacidad para el trabajo y otros
rasgos propios de lo que en el sentido común se considera como la “cultura paisa.” Otra
corriente procede del sur del Valle, de los departamentos de Cauca y Nariño. En ésta,
diferenciamos la población indígena de los andes con sus tradiciones ancestrales y
campesinas, de la población negra, descendiente de los antiguos esclavos de las
haciendas del gran Cauca, (y de las que estaban cerca de Cali). Los inmigrantes negros
del norte del Cauca empezaron a llegar una vez iniciada su descomposición como
campesinado que había prosperado alrededor del cultivo del tabaco y el cacao, desde
finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del siglo XX (G. De Roux
1983).Su desintegración definitiva se precipitó en el período de "la violencia" y
coincide con el crecimiento de la agroindustria azucarera en la región.
30
José Antonio Ocampo: "El desarrollo económico de Cali en el siglo XIX". En el libro "Cali 450 años de historia",
pág. 144.
formas de organización familiar, tradiciones musicales distintas y liberalismo político,
que contrasta con la “cultura paisa”, temas sobre los que hay que investigar
detenidamente.
Consideramos que las tres corrientes son relativamente simultáneas en este período
(1940 - 1975) y de ello nos dan testimonio parcial las cifras estadísticas citadas
anteriormente. Si señalamos una diferenciación étnica y social dentro del fenómeno
migratorio es porque asumimos que la población negra constituye una base cultural, que
marca una diferencia con los demás grupos étnicos y aporta rasgos específicos a la
idiosincrasia de los caleños y a la conformación de la caleñidad, como el ser proclive a
la recepción de la música afrocubana y la salsa por ejemplo, que le cantan al esclavo, al
negro, a la caña y al azúcar, o al mulataje, referentes comunes para ellos, que ni la
música andina colombiana, ni el tango o la ranchera, relacionaron en sus contenidos. En
este contexto adquiere sentido el papel de la música caribeña cubana y puertorriqueña
de vieja guardia (1920 – 1960), y la salsa años más tarde (1960 – 1980) que invaden la
ciudad a través de la radio, el mercado discográfico, el espectáculo del concierto y el
cine mexicano (este último para el caso de “la vieja guardia”). Dicha música habitará en
el cuerpo de los habitantes y con ellos en el cuerpo de la ciudad, como lo testimonian
los relatos de los fundadores que hablan de quioscos y casetas comunales donde igual se
reunían los vecinos para organizarse en pro de la vivienda, la adquisición de servicios
públicos, o para armar un festival, o una verbena callejera y obtener recursos con los
cuales levantar una escuela, hacer los andenes o mejorar una cuadra del barrio.
Creemos que aún faltan investigaciones puntuales para demostrar plenamente nuestra
hipótesis sobre las tres corrientes migratorias – en sus configuraciones culturales - que
se encuentran en Cali para construir una nueva ciudad e iniciar una nueva vida para
ellos y sus descendientes. En otras palabras, la nueva Cali, construida a partir de 1940,
lo fue en virtud de esta colonización urbana que recogía la tradición fundadora de
pueblos "paisas" y nortevallecaucanos (como Sevilla, Caicedonia, Trujillo, Restrepo,
construidos por los pioneros de la colonización agraria) y de los pueblos negros del
suroriente de Cali como Puerto Tejada, Candelaria, Florida, Padilla, Guachené y Villa
Rica, fundados por la misma época que los anteriores, en el paso del siglo XIX al siglo
XX o en las primeras décadas de éste.
Al transformarse la propiedad y el uso del suelo, desde comienzos del siglo XX, las
haciendas ganaderas de Cali se fragmentaron para dar paso a lotes urbanizados o
urbanizables en los que el área ya no se contaba por plazas o hectáreas sino por metros
cuadrados. Este cambio en la denominación indicaba en la superficie las profundas
mutaciones operadas en la configuración socio espacial de una ciudad que todavía no lo
era a pesar del título pomposo de su escudo.
Haciendas como El Guavito, La Floresta, Salomia, El Limonar, Pasoancho, Puente de
Palma, San Joaquín, Cañaveralejo, Meléndez, Isabel Pérez y otras sobre las que se basó
la economía local hasta el siglo XIX, fueron dividiéndose en extensiones menores sobre
las que se levantaron muchos de los actuales barrios de la ciudad, así como sobre los
terrenos ejidos, propiedad del común, se erigieron asentamientos legales o marginales a
medida que las presiones y las demandas de vivienda de una población en aumento eran
"atendidas" por los sectores dominantes que acaparaban la propiedad de la tierra. En
otros casos, algunos barrios fueron conformados parcialmente en tierras comunales
(ejidos o dehesas) como sucedió con parte del barrio Obrero, y en sectores de las
antiguas haciendas, como en el caso de San Fernando (1928), Terrón Colorado (1942) y
Popular (1948).
Las haciendas de Cali, que se habían caracterizado a lo largo del siglo XIX como
unidades de producción agropecuaria para el consumo y el abastecimiento de un
mercado regional, absorbían parte de los ejidos y dehesas de la municipalidad, sin que
su dueño, el terrateniente, invirtiera en ellas para convertirla en empresa capitalista.
La estructura de propiedad del suelo y el poder que representaba, generó serios
conflictos en Cali, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando la población plebeya
en aumento reclamó sus derechos a ocupar las tierras del común. Pleitos jurídicos,
devoluciones e invasiones de hecho, fueron comunes en la década de 1840 hasta 1862
cuando el cabildo municipal "comienza a entregar terrenos ejidos en la ciudad...en el
área de Meléndez, Cañaveralejo, La Chanca, Paso de Santa Rosa, Las Piedras,
Pasoancho, Navarro, Cucarachas (actual Villanueva), Aguablanca, San Nicolás, El
Pueblo, Guanábano, Sardinera y Barrio Nuevo (de San Nicolás hacia el río Cali)” 32
31
De acuerdo con Carlos Botero, la construcción de estos dos barrios lejos del centro rompió la unidad urbana
mantenida hasta entonces por su relación directa con la plaza de Caycedo; quebró el principio de expansión
secuencial y ordenada siguiendo el trazado original de la ciudad; modificó la dinámica de crecimiento orgánico y
originó un nuevo “esquema que empezará a regir la morfología urbana, consistente en trazados disímiles y aislados”,
con grandes extensiones vacías de por medio. Para establecer su relación con el centro administrativo, cultural y
comercial, se utilizan como vías urbanas los antiguos caminos hacia el sur – a Popayán – hacia el norte- a Yumbo y
hacia el oriente – a Palmira – Este hecho obligó a la ampliación del perímetro urbano en 1923 que incluía también al
barrio Jorge Isaacs fundado en 1922. (Op. Cit. Pág.37 )
32
Sobre la naturaleza de los terrenos ejidos en Cali y los conflictos originados por su apropiación indebida por parte
de los terratenientes, véanse los trabajos de Margarita Rosa Pacheco: 1."Ejidos de Cali: siglo XIX", en el libro
"Santiago de Cali 450 años de historia" (varios autores) Alcaldía de Cali 1981. 2. "Santa Bárbara de los Ciruelos:
En términos generales podemos decir que el proceso de industrialización subregional es
concomitante con el desarrollo urbano de Cali e implica la transformación de algunas de
las haciendas tradicionales en ingenio azucarero o en cultivos agroindustriales a lo largo
del Valle del río Cauca donde grandes extensiones se tornaron en cañaduzales, en
cultivos temporales y montajes industriales, mientras en Cali las haciendas ganaderas
se fueron transformado en barrios y urbanizaciones.
Ahora bien; el salto de una forma a otra en la estructura de la propiedad y en el uso del
suelo en el proceso de urbanización a lo largo del siglo XX, hubo de tener etapas
intermedias que aún están por investigar y que aquí apenas podemos sugerir. En algunos
casos, el estado impulsó los asentamientos sobre terrenos ejidos; en otros, compró al
terrateniente toda su extensión o una parte de ellas para lotearla entre los desposeídos,
como sucedió con las haciendas "La Fortaleza" y "Periquillo" de don Hernando
Caicedo, dedicadas a la ganadería y la lechería, que fueron adquiridas por el Instituto de
Crédito Territorial para fundar allí 4 barrios populares entre 1960 y 1965. En otras
ocasiones la ocupación ilegal dio origen a tugurios e invasiones que después fueron
legitimados como barrios normales; en otros casos, familias organizadas en comités
provivienda negociaron directamente con el terrateniente, o se asociaron con el estado, o
presionaron a éste para que comprara los terrenos y auspiciara la construcción de
vivienda, como sucedió en los barrios de Villa - Colombia (1948 - 50) y Alfonso López
(1958 - 60). Estos últimos fueron construidos por los propios habitantes en predios de la
hacienda El Guavito (antigua hacienda Los Ciruelos) negociados con la señora Leonor
Vásquez de Domínguez y su hijo Abraham Domínguez Vásquez. Finalmente, habría
casos en los que el terrateniente urbanizó mediante la creación de una empresa
constructora, o su vinculación a ella, o en últimas, gracias a sus influencias en esferas
oficiales presionó a la administración municipal para que le comprara sus tierras o las
valorizara con la dotación de infraestructura y servicios.
En cualquiera de los casos referidos a la gran hacienda, ésta fue perdiendo su carácter de
latifundio improductivo y en el paso de unas generaciones a otras en el siglo XX, se
transformó en barrio, a medida que se consolidaron las relaciones de producción
capitalista en nuestro país y en la región.
No es extraño pues que en las tres décadas señaladas se funden casi un centenar de
barrios con la participación de estas masas que se tomaron a Cali. La presión por
acceder al espacio urbano genera formas de organización como los centros o comités
provivienda que aglutinan a una gran cantidad de familias reivindicando el derecho a
vivir en la ciudad. Hacia 1958 había 117 centros provivienda en Cali. El trabajo
colectivo se traducía en negociaciones con el municipio o los terratenientes; en
invasiones simbólicas y reales; en el levantamiento de los primeros cambuches, en la
defensa del espacio conquistado, en la invitación a "Mingas" y "Convites" para limpiar
o rellenar un lote, armar un puente o abrir una nueva vía. Así se construyeron muchas
calles de Cali como la calle del machete en Villacolombia, o la calle novena en Bretaña
y otra más en Alfonso López.
En fin, la empresa colectiva de familias enteras, hizo posible la fundación de una nueva
Cali , en una verdadera gesta que empezó con la formación de barrios como el Obrero y
estancias, ejidos y haciendas de Cali Colonial" - Revista Historia y Espacio, Vol. II No.10, Universidad del Valle,
Cali 1984.
Sucre (1925 -1930 ) Bretaña y Siloé (en la década de 1940), Villacolombia y la Floresta
(hacia 1950) y continuó con Alfonso López, Nueva Floresta y El Rodeo (1958 - 1962)
entre otros.
En estas como en otras barriadas hubo intensas luchas en las que el pueblo puso sus
muertos. Alfonso López se llegó a conocer oficialmente como "asentamiento
clandestino controlado" y en El Rodeo murieron baleadas varias personas cuando la
población se enfrentó a la policía que intentaba desalojar el predio ocupado. En Siloé
por su parte, construído sobre minas de carbón y a donde iban a parar cientos de
campesinos desplazados que llegaban a La Casa Liberal en Cali, sobretodo después de
la muerte de Gaitán, la situación era más tensa. Llevados hasta “La nave”, donde
comienza el barrio y dejados allí al amparo de “sálvese quien pueda”, los inmigrantes
levantaban sus cambuches aún en las áreas donde era prohibido construir. Y tras ellos la
“Violencia” siguiéndoles los pasos en carros fantasmas disparando sus ráfagas y
gritando el consabido estribillo que subía un partido y bajaba al otro. Para protegerse,
los vecinos se organizaron en comités de autodefensa y se turnaban vigilando las
entradas al barrio. Apertrechados con tacos de dinamita y escopetas de fisto hechas por
ellos mismos, los comités de autodefensa repelían los ataques, mientras En Bogotá el
periódico El Tiempo publicaba : “Siloé es un campo minado, una trinchera liberal”.
33
“Los pájaros”era el nombre con que se conocían popularmente a los sicarios que conformaban
escuadrones de la muerte, adscritos al partido conservador , para perseguir y asesinar a los
liberales, no sólo en Cali y en el Valle del Cauca, sino en otras regiones del país. Aunque se
concentraron en unas más que en otras, de todas maneras fueron una fuerza oscura que, después
de 1948 y hasta comenzar los 60, sembró de muerte y terror las ciudades, los pueblos y los campos
colombianos, particularmente durante los gobiernos de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez y
Rojas Pinilla. En Cali, los pájaros cometieron la mayor masacre, en octubre de 1949, cuando
mataron unas 30 personas en la Casa Liberal, situada en el barrio San Nicolás, cn la calle 16 entre
carreras 2ª y 3ª, siendo gobernador Nicolás Borrero Olano. De este funesto episodio, conocido
como “La masacre de la casa liberal”, quedó un testimonio literario en la novela “Noche de
Pájaros” del escritor caleño Arturo Alape.
esperanza de encontrar una vida mejor. Pero la avalancha desborda la capacidad de
absorción de mano de obra que el desarrollo industrial ha requerido. Al ser excluidos
del aparato productivo se genera una gran masa de desempleados y subempleados que
irán a pasar a los bordes, formando los tugurios posteriormente legitimados como
barrios. La ciudad impone también una conceptualización diferente del espacio en el
trazado de las vías, en la construcción de la vivienda, en el diseño de las fachadas, que
riñen a veces con la manera informal como construyen albañiles y maestros de obra,
conciliando la necesidad de la vivienda con la disponibilidad de los recursos. Aunque
en la construcción del barrio se conserva la organización por retícula – originaria de la
ciudad española - se establecen dimensiones mínimas allí donde la planeación lo exige
y obligadas restricciones en el uso de ciertos materiales ante la imposibilidad de
adquirirlos. La ciudad refugio se ruraliza y la conciencia rural de las masas tendrá que
urbanizarse en tanto va asimilando las nuevas reglas de juego. Formas culturales y
tradiciones campesinas se mezclan con elementos de la vida urbana para formar en las
generaciones posteriores una nueva sensibilidad, hecha por completo en la ciudad,
donde se narran los horrores de la “Violencia” y se recrean los relatos de las familias
huyendo del campo, o saliendo del pueblo en busca de la ciudad seductora que se torna
en la ciudad refugio.
(7) Manuel Castells en: “Imperialismo y urbanización en América Latina”. Págs. 12-15
3.8 Extroversión de la vida urbana en los espacios públicos
Hubo así mismo otras agrupaciones como la orquesta de los hermanos Viteri que
interpretaban música religiosa y el conjunto de don Simón Velasco que alternaba la
música clásica con la colombiana; igualmente la orquesta de Enrique Umaña que
animaba los intermedios del Cine Mudo y la Banda de Hernando Sinisterra. 35 Después
surgió la banda militar del Batallón Pichincha (en 1928), la banda Departamental
fundada en 1935, y la orquesta de jazz de La Voz del Valle hacia la misma época. Todas
ellas interpretaban ritmos nacionales y extranjeros como el pasodoble, el fox, la
mazurka y la contradanza. Algunos tocaban también música clásica, zarzuelas
españolas, valses de Strauss o danzas y pasillos del maestro Pedro Morales Pino o las
composiciones de Rafael Machado y Agustín Payán, músicos de la región.
En el quiosco del parque Caycedo la Banda Militar del Batallón Pichincha ejecutaba
estos géneros en las retretas dominicales a donde entraban ricos y pobres pero ocupando
(dentro del parque encerrado) espacios distintos. Que fuera poca o mucha la actividad
musical de entonces depende de como se mire. Lo cierto es que en las fiestas
mencionadas y en las retretas, se dieron las primeras formas de audición colectiva de la
música en espacios públicos. Y esas fueron las prácticas culturales que antecedieron a la
formación de una competencia para el consumo del arte musical en Cali.
En resumen, la vida cultural de las clases altas se concentraba en las iglesias (La Merced
y San Francisco) en los bares y clubes alrededor del parque Caycedo, en Galilea, en las
tertulias, en el Salón Moderno (hoy Teatro Isaacs) donde se presentaban óperas,
zarzuelas, teatro y cine; en el Teatro Municipal iniciado en 1917, en los paseos a sus
haciendas y posteriormente en hoteles como el Europa y el Alférez Real, a donde
llegaron orquestas internacionales. Agreguemos los paseos en tranvía hasta Puerto
Mallarino y de allí los viajes por el río Cauca hasta Cartago y La Virginia en buque a
vapor. También los paseos en tren a La Cumbre y a Buenaventura. Los aires de
modernización incipiente se cristalizaron en los Carnavales de Cali, iniciados en
diciembre de 1922, con cabalgatas, toros, comparsas, retretas y reinado de belleza. Con
algunas interrupciones en la década del 30, los carnavales organizados por la élite
gobernante, fueron los precursores de la posterior feria de Cali. Ese mismo año (1922)
se inició la producción cinematográfica en Cali (pionera en Colombia) con la filmación
de "María" y otras dos películas rodadas en escenarios regionales.
34
"Primeras bandas de Músicos". Despertar Vallecaucano No. 47, pág. 12 - Gustavo Lotero: "Las extraordinarias
orquestas del Cali Viejo". Despertar Vallecaucano. No. 76, pág. 6
35
Sobre la importancia de este compositor y director de orquesta ver la obra de Octavio Marulanda:
“Hernando Sinisterra huella y memoria”, editado por Funmúsica, Ginebra (Valle) 1993-. Ver también
E:Vásquez, 2001 : 172
formó un grupo de intelectuales provenientes de sectores medios, encontró la ciudad
dónde mirarse. Sólo un puñado de cronistas, poetas, algunos médicos y un músico
talentoso como Antonio María Valencia, dejaron su obra como producción
representativa para la formación de una cultura regional hecha por las élites cultas en la
ciudad.
La primera zona de tolerancia se había creado en 1910 y sin saberlo, hacía parte de la
primera modernización precapitalista de Santiago de Cali. Pero es después de 1930
cuando la música cubana penetra en la ciudad, a través de la radio y el mercado
discográfico y se concentra en los alrededores de una nueva zona de tolerancia.
Entonces se acentúan las diferencias sociales en el consumo de los productos musicales
y la recepción de los géneros producidos en Europa, Estados Unidos y América Latina.
Porque mientras la burguesía consume música clásica para semejarse a los europeos, y
baila bambucos o pasodobles para no olvidar sus orígenes, el pueblo caleño (que
también baila estos dos géneros) empieza a danzar con el tango y los ritmos
36
Para describir la historiografía de este importantísimo espacio público en Cali, hemos contado con las
crónicas escritas y con los testimonios de viejos y asiduos visitantes que accedieron, en los años 80, a contarnos
sus relatos. Entre ellos, hombres de distintas profesiones: Tito Cortés, José del Carmen Beyibo, Andrés Ospino
y Auber Ospino (músicos); Benigno Holguín, Carlos Valencia, Pedro Castro, Miguel Angel Barrios ("El
Chato"), Jimmy Bugalú, Félix Veintenillas y Evelio Carabalí (bailarines); Lucho Lenis, Olmedo Rosero y
Reinaldo Suavita (propietarios de establecimientos), Edgar Mallarino, Pedro López, Héctor "la sombra"
Martínez, Carlos "el indio" Montaño (futbolistas). Todos coinciden en destacar la presencia de la música
antillana en diferentes establecimientos donde se iniciaron los concursos de baile que dieron origen a una
tradición urbana y popular que se ha intensificado durante los últimos años.
afrocubanos, que habían nacido en los arrabales de ciudades industrializadas desde
comienzos del siglo. Y aunque Cali no era una ciudad industrial, la zona de tolerancia sí
era un arrabal; y en él como en los barrios circunvecinos (Obrero, Sucre, San Nicolás)
se concentró intensamente la recepción colectiva de los géneros proscritos. Las prácticas
de recepción y consumo del nuevo producto cultural musical y los espacios de su
audición, se diferenciaron desde entonces. De un lado, bares y cantinas prostibulares
donde se daban cita el amor y la pasión en un bolero de Pepito López, o en un tango de
Gardel, o se conjugaban el deseo y el baile en una guaracha de Daniel Santos. De otro
lado, los teatros donde se presentaban las películas y los artistas en persona, al igual que
en los radioteatros de las emisoras. En la zona todo estaba permitido como espacio
reservado para la realización de los placeres prohibidos por la moral dominante. Al
crear la zona de tolerancia se legitimó la prostitución que existía desde años atrás,
clandestinamente, como el oficio más viejo del mundo. Y fue el alcalde Guillermo
Triana, quien no sólo prohibió fumar a los menores de 18 años, sino que "dividió el río
Cali " en zonas separadas para el baño de los hombres y las mujeres. Aplicando
fielmente las restricciones que Fray Morquillas y otros curas de la ciudad imponían al
acercamiento de los cuerpos en el baile, el alcalde Triana les prohibía mostrarse en el
baño público del río; y en una decisión compensatoria, creó el primer barrio de
tolerancia en Cali como lugar para la compraventa del sexo, ese mismo que tanto se
procuraba mantener alejado en los paseos y en el baile; la esquizofrenia revelaba
sintomáticamente la doble moral de las élites dominantes. De acuerdo con el relato de
Gustavo Lotero "Plumitas" sobre "el primer barrio de tolerancia en Cali ", éste se
delimitó, en la primera década, entre las calles 14 y 15 con las carreras 10 y 12, zona
que corresponde al área detrás del teatro Ayacucho. 37
.
Allí se concentraron "las mujeres de la vida alegre", en este sector del Calvario como se
llama a la pequeña loma en cuya cima se levantaba una cruz. El nuevo espacio remitía
al juego simbólico de los pecadores aunque a decir de "Plumitas" el número de mujeres
públicas no era muy grande y por ello todas eran muy conocidas; muchas de ellas vivían
en casa propia (y como fueron conminadas a concentrarse en el barrio) éstas buscaron
un abogado alegando que tenían el derecho a recibir en sus casas a quienes quisieran.
Este fue un pleito muy sonado y aunque las propietarias siguieron viviendo en sus
propias residencias, las que no tenían casa propia tuvieron que trasladarse a la zona
demarcada en el decreto y esto dio ocasión a que aquella parte de la ciudad registrara
una elevación en los arrendamientos y en el precio de la propiedad raíz...". Por lo que
podemos deducir, el negocio resultó próspero para unos y para otras porque en 1918 el
cabildo municipal expidió nuevas reglamentaciones exigiendo a las mujeres públicas
trasladarse al lugar indicado". 38
En realidad, ya para esta fecha era un negocio de vieja data, pues según Alejandro
Sarasti ya en 1900, habitaban en "el Hoyo" (atrás de San Nicolás y a orillas del río)
"lindas mujeres de vida licenciosa, pero más bien recatadas, sin dar escándalo para bien
de sus asiduos visitantes". 39
38
A.H.M de Cali, Acuerdo 9, de julio 11 de 1918.
39
AIejandro Sarasti: "Así era Santiago de Cali en el año de gracia de 1900". Despertar Vallecaucano", pág. 33.
Hacia 1931 un nuevo acuerdo municipal ampliaba los límites hasta la carrera 9a. desde
la calle 14 hasta la 17; y finalmente, hacia 1945 la zona "se trasladó" (en realidad se
ampliaba) hasta el barrio Sucre, carrera 12 con calle 19, en el barrio Obrero. En verdad,
la primera "zona" seguía siéndolo pero se conocería como "la zona negra" y se
extendería hacia Fray Damián (San Pascual) y Santa Rosa. La segunda etapa, en los
barrios Obrero y Sucre, era ahora la zona de tolerancia y en ella se concentraría la
recepción bailable de los géneros musicales en particular los cubanos y puertorriqueños.
Y así como cualquier otro barrio popular de Cali, "el barrio de tolerancia (más conocido
como "La Zona") fue construido por etapas.
Fueron muchos los negocios establecidos en este sector. Entonces no se llamaban
grilles, ni discotecas; eran bares y cabarets, unos más elegantes que otros pero todos
dispuestos al buen servicio de una clientela esencialmente masculina.
3.10 Las fiestas populares: de los champús bailables a los bailes de cuota
El estudio de la música popular hoy en Colombia y en América Latina es una vía útil
para comprender los procesos de masificación en los que la industria cultural jugó un
papel determinante al poner en contacto las masas ciudadanas con la música de varios
países, en un proceso nuevo que se vivía a nivel continental. Aquí nos ocupamos de las
prácticas de recepción y consumo de los bienes culturales musicales, de su apropiación
por sectores sociales y de los usos y los modos como se adhieren a ellos, a través de la
fiesta y el baile, que para nuestro caso terminaron convirtiéndose en signo de identidad
para determinados sectores de la población.
Es durante el periodo que estamos analizando cuando la industria cultural difunde para
un mercado, los géneros folclóricos y populares de distintas nacionalidades. Ellos serán
un habitante más en la ciudad que está formándose y terminará por arraigarse creando
una memoria con el paso de los años, gracias al papel cumplido especialmente por la
radio, el disco y el cine, en tanto crearon un modo de oír urbano y una conciencia
consumista, pero también contribuyeron a modelar un modo de ser y de vivir.
40
La descripción de las fiestas está hecha con base en las narraciones de Benigno Holguín, Hilda Palta, Lucho Lenis,
Edgar Mallarino, Héctor "La Sombra" Martínez y Olmedo Rosero. Cuando dieron su testimonio ( 1985-86) todos
eran mayores de 50 años y participaron en su adolecencia de los champús bailables y de los bailes de cuota. Los tres
últimos fueron jugadores profesionales de fútbol en la época de “El Dorado”.
hasta tempranas horas de la noche. Se llamaban así porque se consumía esta bebida
típica del Valle del Cauca preparada con maíz, pedazos de lulo y piña y hojas de naranjo
agrio. Con ella no se emborrachaba nadie, pero tras de sí aparecían la cerveza y el
aguardiente que los hombres adultos tomaban mientras los jóvenes se llenaban de
champús. 41 Complementados con empanadas y fritanga, los champús bailables fueron
encuentros permanentes en aquellos barrios durante varias décadas hasta que
aparecieron los aguaelulos en los años 60 donde el champús fue reemplazado por la
cocacola y sólo el nombre del lulo quedaba como indicio verbal de lo que había sido
esa fiesta popular. 42
En los champús bailables de los años 40, se danzaban ya las rumbas criollas de Emilio
Sierra, los porros de Guillermo Buitrago, el foxtrot, el bolero, el pasodoble, la conga, el
son, el bote, la rumba y la guaracha escuchadas para entonces. Creemos que allí en los
champús bailables hicieron escuela muchos de los futuros bailarines de Cali de los años
40 y 50, como lo demuestra el caso de Benigno Holguín, quien creó la primera
academia de baile (“La comparsita” 1949 ) y en cuya casa paterna en el barrio Vilachí
se celebraban estas fiestas.
En los años 40 aparecen los bailes de cuota (según nuestras indagaciones) en casa de
doña Trinidad Martínez ubicada en la calle 15 con carrera 13 y 14 (barrio Fray Damián).
De ellas nos habla Héctor "La sombra" Martínez quien fuera jugador del Boca Jrs. de
Cali, además de maraquero y cantante de los "Cali Boys" en la década del 40.43
41
En la calle 16 entre carreras 1a. y 3a. actual, vivía la familia de doña Gregoria Echeverry "gente acomodada" con
mucha influencia en el sector en cuya casa se celebraban las fiestas del barrio El Hoyo, por allá entre 1930 y 1.935.
Allí iba Edgar Mallarino (que había nacido en El Hoyo) antes de ser el "maestro" profesional de fútbol vinculado al
Club América de Cali. En casa de doña Gregoria se daban cita los vecinos, jóvenes y padres de familia para divertirse
los fines de semana. Los jóvenes cortaban la mata de escoba para barrer la sala y pulir y brillar las baldosas de ladrillo
que se convertían en pista de baile sobre la cual se prolongaba la tradición festiva del Vallano. Se danzaba la música
de cuerda (guitarra, tiple y bandola) y otros aires que sonaban en grabadoras y vitrolas acopladas a un radio R.C.A.
Víctor. Coincidencialmente eran canciones de moda "El baile de la escoba", una marcha de Juan Moriche y Margarita
Cueto y el tango "Ladrillo", de Juan Pulído que para entonces había venido a Cali. En las fiestas de doña Gregoria el
toque de elegancia lo ponían las damas de vestido largo y los caballeros con chaleco, corbata y sombrero, que
disfrutaban una rumba sana y apacible. De los hombres sólo quienes habían alargado pantalón podían participar del
baile. Sin embargo, la fiesta en tanto lugar de socialización daba cabida a todos propiciando el acercamiento y la
integración del vecindario.
42
Según el testimonio de Edgar Mallarino, fueron muy populares también el champús de los Arce en el barrio El
Hoyo, en un solar inmenso de la calle 18 con carrera 1a. y 2a.; el champús de los Holguín en el barrio Vilachí, donde
Benigno era el discómano; los champús de San Nicolás (en la carrera 2a. con calle 23) y en el Obrero (carrera 9a. con
calle 20). Antes que un negocio, la venta de champús era un espacio para el encuentro festivo y amistoso de vecinos y
familiares habitantes del barrio o de un sector determinado. Por ser lugares relativamente amplios donde asisten
vecinos, familiares y amigos, surge la preocupación por tener un buen sonido y una discoteca complaciente, de
acuerdo con la época. Quizás estos dos aspectos, tengan que ver con los antecedentes de los melómanos y
coleccionistas caleños, reconocidos a nivel nacional por su manía como consumidores de música y la preservación de
los discos.
43
"Los Cali Boys" grupo musical fundado hacia 1945 por Tito Cortés y José del Carmen Beyibo. Ya en 1940, Tito
Cortés siendo estudiante de Santa Librada había organizado "Los Piratas del Ritmo", un conjuntico hecho con los
amigos para serenatiar por ahí, tocar en bares y cantinas y ganarse la vida. Después se formaron "Los Cali Boys"
como un sexteto constituido por músicos de distintos orígenes, que el destino juntaba en Cali: Tito Cortés
(Tumaqueño que había llegado, siendo niño, desde Buenaventura); Jorge E. Pérez, procedente de Barbacoas; Gastón
Guerrero (Chocoano); José del Carmen Beyibo (Barranquillero) y los caleños Adolfo Sierra y Marco T. Arias
"Cucharita". Después se integraron Raúl López, Chepito Giraldo y Pedro Junco. Su dotación constaba de una guitarra
puntera (haciendo el papel del tres cubano) una acompañante, percusión (claves, bongó, una tumbadora, cencerro y
maracas). El conjunto se organizó en el parque del barrio Obrero donde residían Beyibo y Cortés, iniciados ya en el
ambiente musical. Es en el espacio público y al aire libre donde se organiza el primer conjunto para tocar música
cubana en Cali, justamente en el barrio Obrero donde junto al Sucre y al San Nicolás se concentraba la audición
Los bailes de cuota surgen como otra forma de hacer la fiesta, cobrando cinco pesos
por la entrada con derecho a trago, tamales o lechona y se prolongan hasta las décadas
del 50 y 60. A ellas se iba con saco largo abajo de las rodillas, pantalones anchos a lo
"Pachuco" y con cadena colgando entre el bolsillo y la pretina, como Tin Tán en sus
buenos tiempos. El baile empezaba a las nueve de la noche y duraba hasta el otro día
cuando se prolongaba en "El Avispero" de lucho Lenis, una tienda en el Barrio Obrero
que los amigos convirtieron en amanecedero a partir de 1948. Algunas veces la fiesta
era con orquesta, amenizada por los hermanos Ospino, Tito Cortés, José del Carmen
Beyibo y otros músicos locales. Asistían hombres y mujeres, adultos, jóvenes de los
barrios circunvecinos, los mismos que antes participaban de los champús bailables y
ahora continuaban la fiesta obligada de cada ocho días. Cali era todavía un pueblo
grande antes que una ciudad; el ambiente de la fiesta era tranquilo y cualquiera podía
emborracharse sin temor a que lo robaran.
Tanto los champús bailables como los bailes de cuota de los años 30 iniciados en los
barrios populares tradicionales de Cali (San Nicolás y el Obrero) reaparecieron con
otras características en la década del 60 en otros barrios populares recién fundados
como el Jardín o Santa Elena. Ya para entonces se llamaron "aguaelulos" , los bailes de
cuota aumentaron el precio, los clientes llevaban el trago, desaparecieron la lechona y el
tamal y en su reemplazo surgieron los platos fríos. Las fiestas dejaron de ser apacibles y
ya no podía alguien emborracharse sin temor a que lo robaran. Definitivamente eran
otros tiempos en el paso de dos décadas. La ciudad había crecido y la violencia se había
apoderado de ella.
Para los años 50 se celebraban en Villacolombia (barrio recién fundado) las fiestas
típicas nacionales, con bailes familiares en los que no faltaban el pasillo y el bambuco,
al lado de la música cubana, el pasodoble o el bolero y los porros "Borrachera" y
"Cabeza de Hacha". A las fiestas típicas (20 de julio, 7 de agosto, 7 de diciembre)
asistían los jóvenes vestidos de pantalón y camisa blanca, alpargatas, pañuelos
rabodegallo y sombreros de paja. Se llevaba además un mate colgado al cuello en el que
se servía la chicha, según el relato de don Adalberto Castillo, uno de los primeros
habitantes del barrio que participó activamente en dichas festividades. Creemos que
estas fiestas tuvieron una marcada influencia de los inmigrantes campesinos del norte
del valle, el Viejo Caldas y el Tolima Grande que para entonces llegaban a diario a
nuestra ciudad huyendo de la "Violencia"; muchos de ellos fueron a parar, y a fundar el
barrio Villacolombia. Las tradiciones típicas de origen campesino se vertían en las
fiestas de los quioscos, pero desaparecieron después cuando en la ciudad no se daban las
condiciones que las habían originado.
fuerte de la música "antillana" en nuestra ciudad. Porque eran los barrios donde estaban no sólo los sitios de
diversión, las prostitutas, los bailarines, los equipos de fútbol, sino también donde residía buena parte del pueblo
caleño raizal y fututo, que había nacido allí, en ese sector de la ciudad.
Los Cali Boys, que en la farándula callejera de entonces se conocían como los Cali "mariguan" Boys, grabaron el
currulao "Mi Buenaventura" de Petronio Alvarez mucho antes de que Peregoyo y su Combo Vacaná lo pusieran de
moda en los años 60. Fueron ellos los primeros en llevar el folclor de la costa pacífica a la industria discográfica. En
1946 viajaron al Ecuador para cumplir presentaciones artísticas, lo cual era muy importante para el grupo que
empezaba a "internacionalizarse". Tito Cortés, líder del grupo, educaba su voz escuchando a Panchito Riset, Pepito
López, Miguelito Valdés, Daniel Santos y Orlando Guerra "Cascarita", a los que empezó a oír desde su infancia allá
en La Pilota, la vieja zona de tolerancia de Buenaventura. Los Cali Boys se transformaron en La Sonora Cali para
acompañar a Daniel Santos cuando vino por primera vez en 1953.
3.11 Las mamás grandes de la rumba en Cali
De acuerdo con los testimonios recogidos en diversas fuentes orales, las prácticas de
recepción de la música popular y la "antillana" tuvieron lugar en casas grandes de
amplios solares, donde los ritmos y su baile convocaban a los jóvenes adolescentes y
adultos en horarios diferenciados, con indumentarias y bebidas distintas en cada caso,
pero de todos modos en un ritual dispuesto para el goce y el placer de bailar. Dicho
ritual fue posible en sus albores con el visto bueno de las mamás grandes de la rumba
como doña Gregoria Echeverri en el barrio El Hoyo, Trinidad Martínez en Fray
Damián, doña Ernestina y doña Encarnación en el barrio Obrero y San Nicolás, o
“misiá” Leonor en "El Avispero", quienes facilitaban su casa en condiciones para la
fiesta. Su matriarcado en el barrio fue decisivo para impulsar las primeras
manifestaciones de la fiesta popular, en el sector pobre de Cali de los años 30 en
adelante. Creemos que tanto los champús bailables como los bailes de cuota se
apoyaban en una tradición festiva de la que tenemos algunos antecedentes en las
referencias literarias de “María” y las crónicas de viajeros como I.Holton, sobre la
hacienda esclavista del siglo XIX; y en las alusiones de “El Alférez Real”, sobre las
fiestas en el Vallano en los siglos XVIII y XIX, De todos modos hemos de suponer
que tanto los champús bailables como los bailes de cuota correspondían a nuevas
formas determinadas por las cambiantes condiciones socioeconómicas de una ciudad
que estaba haciéndose y, para el caso de la música, bajo el impulso novedoso y
fascinante de la industria cultural, a través de la radio, el disco y el cine.
45
Si las clases populares en Cali decantaron una cultura urbana, las clases dominantes se apropiaron de ella para
legitimar un régimen en decadencia. Desde diferentes enfoques y con diversos propósitos los rasgos de la caleñidad
han sido expropiados por las élites en el poder para construir las imágenes y los símbolos donde se borran las
contradicciones y se “eliminan” las desigualdades y las injusticias.
Los atributos de la caleñidad han sido utilizados en la feria de Cali, en el patrocinio a la rumba, a los bailarines de
salsa y otras manifestaciones de la cultura popular. Allí está el doble filo de esa identidad, desarrollada en procesos
complejos de lucha, resistencia y conflicto por las masas populares, que se convierte en resonador de la voz oficial
para canalizar los entusiasmos colectivos, las energías y las réplicas en pro de la aceptación plausible del orden
establecido.
Si Cali está hecha de tantas influencias (nacionales y extranjeras) que contribuyeron a crear el imaginario que hoy
soporta la ciudad, las clases dominantes son las que menos aportaron a su constitución. La ausencia de una
producción cultural (arquitectónica, literaria, musical o de otra índole) de nuestra burguesía dependiente, ha sido
característica en la ciudad y en el país. Y al no ser creativa, la cultura dominante se constituyó por el consumo
obsesivo de los bienes culturales que, generados en las metrópolis, llegaban a Colombia
Si los sectores dominantes, poco o nada aportaron a la conformación de nuestra identidad urbana , la cultura
popular, sin ser pura ni homogénea, sí se manifestó a través de la caleñidad, que ha sido recreada estéticamente en la
obra de varios artistas locales : en la primera producción literaria de Humberto Valverde, la novela de Andrés
4.0 La crisis de la caleñidad – Una hipótesis sobre la crisis
Caicedo y los relatos de otros narradores como Arturo Alape y Alberto Esquivel. En la poesía de Tomás Quintero y
Carlos Fajardo Fajardo; en la plástica de Hernando Tejada y la fotografía de Fernell Franco; en el cine de Carlos
Mayolo y Alfonso Ospina; en el desarrollo del baile como un lenguaje corporal recreado por tantos bailarines a lo
largo de medio siglo en Cali; en Barrio Ballet, la producción cultural en artes escénicas más importante y con mayor
proyección internacional en la historia de la ciudad; en la música de Píper Pimienta Díaz, el Grupo Niche, Guayacán
y otras agrupaciones salseras que han aludido a símbolos urbanos, aunque estos últimos también hayan contribuido a
reforzar los estereotipos de la ciudad por medio de la salsa.
Rosa María, habitante del distrito de Aguablanca (1995)
La caleñidad y la Cali que representaba entraron en crisis por cuenta de esa misma
urbanización salvaje que arrasó con lo mejor de su paisaje, exacerbada por la segunda
oleada migratoria, el apogeo del narcotráfico, el advenimiento de la globalización
(después de los años 80), la intensificación del conflicto social y armado, y la
proyección del imaginario de Cali fuera de la ciudad. Cada uno de estos factores ha
incidido de manera específica, pero es en su articulación compleja y simultánea donde
podemos encontrar las claves de interpretación del problema. La frase de Rosa María,
aunque no se pueda generalizar de manera absoluta, sí indica en el nivel de las
representaciones verbales, una ruptura con respecto a la caleñidad, la identidad y el
sentido de pertenencia, al no reconocer los referentes espaciales, ni sentirse partícipe de
un patrimonio simbólico común con otros habitantes de la ciudad. Su identificación es
con la nueva ciudad del fin del siglo que es el distrito de Aguablanca.
A estas cinco variables puede agregarse una más que es el imaginario de la ciudad
proyectado a nivel regional y nacional, según el cual Cali no solo es la única ciudad
polo de desarrollo en el suroccidente colombiano, sino una ciudad agradable, tropical,
deportiva, de lindas mujeres, de salsa y rumba, que escenifican una imagen sensual,
seductora y carismática de ella. Es la inercia de este imaginario colectivo la que sigue
atrayendo desplazados de todas partes aunque la ciudad ya no tenga cómo asimilarlos.
Dicha inercia se fortalece en el momento de bonanza del narcotráfico (1980 – 2000),
que genera empleo tanto alrededor de la producción y comercialización de la droga para
la exportación, como en el desarrollo de actividades comerciales formales e informales,
lícitas e ilícitas (como el contrabando) y la activación del mercado automotriz, el
mercado inmobiliario, los negocios de propiedad raíz y la industria de la construcción,
de la que se benefician tanto las élites y grandes terratenientes urbanos como el sector
financiero y la dirigencia política regional. Aunque no se desarrolló el aparato
productivo, la bonanza del narcotráfico impulsó el comercio del entretenimiento, la
música popular – no sólo la salsa - y la construcción suntuaria de barrios como Ciudad
Jardín o el Ingenio mientras los barrios populares de medio siglo mejoraron en su
apariencia física, sobretodo por la reforma y ampliación de sus viviendas que
modificaron los tipos arquitectónicos de la construcción original.
Esta es la hipótesis general de la crisis. Las complejas articulaciones entre las variables
mencionadas requieren de estudios disciplinarios específicos en economía, en
demografía, en urbanismo y arquitectura, en sociología, historia y antropología que nos
permitan comprender integralmente este último periodo de cambios acelerados e
imprevistos en todos los órdenes de la vida social. A partir de ellos puede construirse
una mirada interdisciplinaria que profundice en los aspectos apenas señalados aquí.
De la caleñidad tal vez sólo quedan algunos residuos como parte de una idiosincrasia
que tiene en la salsa y en el baile su principal expresión como cultura urbana subalterna;
aunque no es la única forma de ser caleño y tal vez no sea ya ni la hegemónica. Las
transformaciones inusitadas de los últimos tiempos, en el orden global, en la sociedad
colombiana y a nivel local, han incidido considerablemente en la configuración de otras
sensibilidades que coexisten conflictivamente en la ciudad del siglo XXI, mientras
surgen otras configuraciones socioespaciales, bajo la égida del paradigma informacional
y la globalización, temas que serán apenas descritos en las páginas siguientes para
promover el debate.
2-La segunda consideración tiene que ver con el proceso de globalización económica y
mundialización cultural, entendida la globalización económica como un nuevo régimen
de acumulación de capital, basado en el predominio de las leyes del mercado, la división
internacional del trabajo, la concentración de oligopolios financieros cada vez más
poderosos, la flexibilidad laboral expresada en el actual régimen de contratación de
mano de obra, la reducción del estado y la pérdida de sus funciones como garante de
los intereses colectivos, porque debe obedecer las reglas impuestas por los organismos
multilaterales y las corporaciones multinacionales. En síntesis, una pérdida gradual del
estado y sus obligaciones para con la sociedad, una reducción al mínimo de su papel
como instancia de integración y construcción de la nación, y una reducción de su
capacidad de servicio público para ceder a los intereses del capital financiero
internacional. Eso es grosso modo, la globalización económica. Y con ella corre
paralela la mundialización cultural, que es la otra cara de la globalización, articulada
en la industria cultural transnacional. Se expresa en la diversificación y la ampliación
de la oferta cultural a nivel mundial, mediante la circulación de imágenes, músicas,
discursos, e informaciones que se producen en los grandes epicentros del poder donde
se construyen las representaciones del mundo global y las justificaciones a favor de la
guerra, entre otros.
La reducción de los espacios públicos que es también una pérdida lamentable para la
vida colectiva. Determinada fundamentalmente por dinámicas internas, se suma al
trazado de vías rápidas, avenidas y autopistas que fracturan la ciudad, al separar barrios
y comunidades que histórica y culturalmente estuvieron integrados por referentes
comunes. Las nuevas formas de planificación y diseño urbano, concebidas bajo el
paradigma informacional para la circulación rápida y no para el encuentro de los
ciudadanos, (Jesús Martín B. 1998) arrasan con los referentes espaciales que sirvieron
de orientación y hacen parte de la memoria de los habitantes, generando un
desencuentro con su entorno urbano y barrial, una especie de extrañamiento, de no
reconocimiento del nuevo espacio. Será necesario el paso del tiempo para irse
acostumbrando a nuevas rutas, a nuevos trayectos e itinerarios por las calles que ya no
son, por las cuadras que ya no existen físicamente pero que se llevan dentro, en los
recuerdos, en la memoria individual y colectiva de quienes compartieron lugares
comunes y ahora deben adaptarse a las nuevas circunstancias espaciotemporales que le
imponen la transformación de la ciudad, el rediseño de sus vías y la implementación de
sistemas de transporte, para responder al crecimiento demográfico, a la expansión
territorial de la urbe y a la circulación rápida de bienes, mercancías y capitales.
Paralelo con los nuevos modelos de planificación y diseño urbano derivados del orden
global, se intensifica el formato habitacional del condominio o la unidad residencial
(también estratificados según el poder adquisitivo) definidos por las corporaciones
económicas, donde se expresan nuevas formas de segregación y de exclusión, lugares
para el autoexilio como forma de vida donde se repliegan las personas ante el miedo, la
inseguridad y la violencia, sobretodo en las ciudades donde el espacio público casi ha
desaparecido, o tiende a desaparecer, como sucede en Cali. En ellos se concentran en
pequeña escala las nuevas instancias del mercado y el consumo, (el minimercado
desplazó la tienda del barrio) con lo cual se fortalece su función como lugares del
autoexilio frente a las amenazas del entorno. Este repliegue de la vida privada en
detrimento de la vida pública, en detrimento del encuentro con los otros y de los
vínculos con los demás, es algo que se reafirma cada día como una de las
características de la vida contemporánea, convertido tal vez como un mecanismo de
defensa propiciado por el miedo y la inseguridad, frente a todas las violencias. Pero en
la medida que se evita el contacto con el otro, no sabemos quién es ni nos importa, se
debilitan también las posibilidades de solidaridad, porque el otro es percibido a priori
como una amenaza, una incertidumbre, o un riesgo. De este fenómeno se derivan
46
De acuerdo con la ley 388 que ordena los planes de ordenamiento territorial, se requiere un promedio de 15
metros cuadrados de espacio público efectivo por habitante. En Cali, ese promedio es apenas de 4 metros cuadrados,
según el estudio de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, citado por el arquitecto y urbanista Carlos Botero (2004:
77).
formas de desarraigo y aislamiento, se intensifican el individualismo y el encierro como
un nuevo estilo de vida, en el que las personas se guardan en su casa o en su
apartamento a ver televisión. Diríamos que es un nuevo tipo de habitante, un nuevo
tipo de citadino que ya no se caracteriza por la filiación territorial y la relación con el
espacio público, sino que se define más bien como un usuario, con una identidad como
consumidor, o como beneficiario de un servicio publico, o con cualquier otro rótulo a
los que se adscriben distintos roles de acuerdo con los papeles segmentados que se
desempeña en la vida social. Este fenómeno contribuye también a una pérdida del
sentido de identidad y a una pérdida del sentido de lo colectivo y de lo público en
nuestra sociedad.
Hoy en día, los cambios generados por factores tanto internos como externos, (conflicto
armado, narcotráfico y globalización por ejemplo) se traducen como pérdida de
referentes de identificación colectiva, erosión de la civilidad, (del “civismo y de la
urbanidad”), es decir pérdida de ciertos comportamientos que surgieron del
reconocimiento y la aceptación del otro, así como de nuestra relación con la ciudad y
sus espacios públicos, que fueron tejiendo la historia moderna de Cali. Esta
transformación de las formas de sociabilidad es un aspecto a considerar si se quiere
entender la configuración de las nuevas identidades. La identidad construída en torno a
los arraigos a un territorio se conserva entre algunos sectores sociales, pero parece
estar transformándose para otros. Según cierta hipótesis en discusión, las nuevas
identidades y los sentidos de pertenencia no se fundan ya en la adhesión a un lugar, ni
la fijación a un territorio, (G.Canclini 1995) ni en la cercanía con los demás, sino en
relaciones abstractas e impersonales, relaciones a distancia, en ausencia de los sujetos,
relaciones efímeras y no relaciones duraderas como es de esperarse que sean las
relaciones entre los seres humanos.
De acuerdo con esa misma hipótesis, han surgido nuevos sentidos de pertenencia e
identidad no territorializados, nuevas filiaciones (a géneros musicales, clubes de fans,
grupos étnicos, filiaciones de género, movimientos sociales…) producto de la
desafiliación a agrupaciones que en otros tiempos fueron importantes. Estaríamos
viviendo una especie de deslocalización de los individuos, de sus identidades y de
cierto modos de construir los vínculos más importantes. Si esto lo contextualizamos en
un país como Colombia donde más del 60% de su población vive en condiciones de
extrema pobreza, con altos índices de desempleo ( en Cali ha llegado a estar por encima
del 20% ) que obligan al rebusque y la supervivencia a cualquier costo, rodeados de
violencia, corrupción e inseguridad, el estado de anomia social se torna dramático, con
graves implicaciones para la construcción de los vínculos y los reconocimientos
identitarios. La ineficacia de lo poco que queda del estado y sus instituciones, el
cinismo de las corporaciones y sus tecnócratas, y la voracidad del capital finaciero,
agravan la situación de un país (y de la ciudad) que se ve reflejada día a día en la
agenda noticiosa, donde se mezclan todos los problemas. La reiteración de lo mismo en
los medios masivos de comunicación alimenta cierta visión apocalíptica del mundo y
fortalece sensaciones de incertidumbre, desesperanza y caos que se traducen en una
pérdida del sentido de la vida individual y del sentido de la vida colectiva. Sólo queda
el desahogo en los partidos de fútbol, la proyección imaginaria de nuestros deseos en los
relatos audiovisuales, el consumo de alcohol y toda clase de drogas, o la descarga de las
tensiones y frustraciones acumuladas que recaen en los seres más débiles y
vulnerables, mientras contrastamos la precariedad de nuestras vidas reales con las
maravillas y los paraísos artificiales que nos venden la publicidad, los realities y tantas
otras fábulas mediáticas, donde se simula la participación o se aparenta el diálogo,
mientras se encubren toda clase de simulacros: los de la seguridad, la construcción del
vínculo y la democracia.
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