Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
BIBLIOGRAFÍA
Estudio de los artículos 19 y 20 de la Ley 29/1998 para identificar quienes están legitimados para
intervenir como partes en el proceso contencioso-administrativo, lo que hace obligado el repaso
de los principios que vertebran el modelo de proceso legalmente establecido y de los que surgen
en cascada el conjunto de reglas particulares del sistema.
I. Introducción
Siempre que la sistemática del documento les brinde ocasión, los redactores de
la LJ de 1956 no perderán la oportunidad de poner de relieve el paralelismo que
existe entre la Jurisdicción contencioso-administrativa y las demás especies de
la función jurisdiccional. Así, la primera llamada de atención aparece ya en la Ex-
posición de Motivos: «El texto legal configura la Jurisdicción contencioso-adminis-
trativa como aquella que tiene por objeto específico el conocimiento de las preten-
siones que se deduzcan en relación con los actos de la Administración pública,
sujetos al Derecho administrativo. Claro está que esto no significa que se haya
querido concebir la Jurisdicción contencioso-administrativa como una segunda
instancia ante ella; por el contrario, se sigue un auténtico juicio o proceso entre
partes, cuya misión es examinar las pretensiones que deduzca la actora por razón
de un acto administrativo»; apartado II.1 de la Exposición de Motivos.
El legislador se hace así eco de una idea firmemente asentada en otros órdenes
jurisdiccionales pero que, dada su tradición legislativa, en el caso de la justicia
contencioso-administrativa era necesario proclamar con renovado ímpetu so pena
de perseverar en servidumbres e inercias que resultaban intolerables en la segunda
mitad del siglo XX: la configuración del proceso judicial como un cauce institucio-
nalizado de discusión entre quienes mantienen posiciones enfrentadas sobre un
mismo asunto.
El proceso judicial es impensable en ausencia de conflicto entre voluntades en-
contradas, «de ahí que la idea de parte sea consustancial a aquél a la vez que
(1)
un presupuesto de su existencia» , y, por ende, la necesidad de determinar las
condiciones que debe reunir quien pretenda la cualidad de parte procesal.
A este respecto, en consonancia con las demás normas de cabecera de Derecho
Procesal, son tres los requisitos exigidos por el Título II de la Ley 29/1998 para
atribuir la condición de parte en el proceso contencioso-administrativo:
a) Capacidad procesal ( art. 18 de la Ley 29/1998).
b) Legitimación ( arts. 19 a 22 Ley 29/1998).
c) Postulación ( arts. 23 y 24 Ley 29/1998).
Abordar el estudio crítico del régimen general de cada uno de los elementos que
conforman el estatuto jurídico de la parte serviría para llenar las páginas de un
manual de respetables dimensiones; el mercado literario da buena muestra de
que ello es así. La elección es, por tanto, inevitable.
Por esta vía de discriminación, lo que ahora se propone es el análisis aquél de
esos tres requisitos que, a mi juicio, reviste mayor interés en la práctica forense:
la legitimación. Y es que, mientras los temas de la capacidad y la postulación tienen
el atractivo que deriva de su concreta problematicidad, el de la legitimación añade
al conjunto dos notas adicionales de un especial significado: 1.º) el servir de cata-
lizador a la que con gran probabilidad sea una de las más profundas fracturas
entre el proceso contencioso-administrativo y el que articula la potestad judicial
en los demás órdenes jurisdiccionales; y 2.º) el peso específico de sus normas
reguladoras en la Ley de 1998 para el asentamiento de una idea no siempre
pacífica: la afirmación del proceso contencioso-administrativo como manifestación
—tal vez no exclusiva, pero sí la más poderosa— de protección y defensa de la
esfera de derechos e intereses particulares frente a la actuación de la Administra-
ción Pública.
Es más, incluso la aproximación a la figura de la legitimación se realiza de forma
parcial o limitada a aquélla de sus vertientes que en marco de lo contencioso-ad-
ministrativo reúne, desde esa perspectiva, un valor superior, como es la legitimación
activa.
Así las cosas, la cuestión inmediata que ha de abordarse es el estudio de los
artículos 19 y 20 de la Ley 29/1998; en otros términos, identificar quiénes están
legitimados para intervenir como parte en el proceso contencioso-administrativo,
lo cuál, a su vez, hace obligado el repaso de los principios que vertebran el modelo
(1) RUIZ RISUEÑO, Fco., El proceso contencioso-administrativo. Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la ju-
risdicción contencioso-administrativa, Colex, Madrid, 3.ª ed., 1999, pág. 180. También, NAVARRO PÉREZ, J.
L., Las partes en el proceso contencioso-administrativo (Estudio sistemático de los arts. 18 a 24 de la Ley
29/1998, de 13 de julio), Ed. Ibarra de Arce, S. L., Córdoba, 2000, pág. 19.
(3) Aspiración ésta que, sin embargo, no se lleva en su plasmación positiva a sus últimas consecuencias. Un co-
mentario sobre los puntos débiles de esta traslación podemos encontrar en LAVILLA RUBIRA en «Las directrices
fundamentales de la nueva Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa», en la obra colectiva Ley de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa. Estudio sistemático, Benigno PENDÁS GARCÍA (Coord.), Ed. Praxis,
Barcelona, 1999, pág. 11; GARCÍA FERNÁNDEZ, Javier, «La Ley reguladora de la jurisdicción contencioso-
administrativa y la Constitución», Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa. Estudio sistemático, op.
cit., págs. 37 a 56; CORDÓN MORENO, Faustino, El proceso contencioso-administrativo conforme a la Ley
29/1998, de 13 de julio, reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa, Aranzadi, Elcano, 2001, 2.ª
ed., pág. 122.
(4)
LJ 56—. Ahora, además de aquéllos y de éstas , podrán ser objeto de fiscaliza-
ción «cualesquiera otras manifestaciones de la actuación de las Administraciones
Públicas sujetas al Derecho Administrativo».
Se abre así las posibilidad impugnatoria «también contra la inactividad de la Ad-
ministración y contra sus actuaciones materiales que constituyan vía de hecho,
en los términos establecidos en esta Ley»; art. 25.2 de la Ley 29/1998. Item más,
el art. 24.1 CE ha permitido extender el objeto del recurso contencioso-adminis-
trativo sobre aquellos actos y disposiciones que, siendo materialmente administra-
tivos por su contenido y efectos, proceden de poderes públicos distintos la Admi-
nistración Pública.
(4) Incluida la legislación delegada respecto de aquellos elementos de la norma no protegidos por el rango de Ley
establecidos por la Ley delegante.
(6)
1.3. Judicialización del control
La Constitución de 1978 consagra definitivamente un sistema judicialista de control
de tal modo y manera que sólo a los Tribunales es dable controlar el sometimiento
de la Administración a la Ley y al Derecho, juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado
conforme a un conjunto de principios procesales y de organización judicial.
A contrario sensu, este frente de control comporta un tácito descarte de técnicas
«de jurisdicción inserta en la propia Administración, al modo del Consejo de Estado
(7)
francés (...); o de fórmulas históricas de jurisdicción retenida» , pero también de
sistemas híbridos, al modo del previsto en la Ley Santamaría de Paredes de 1888
en el que la función revisora de la adecuación a derecho de la actividad de la
Administración quedaba encomendada a órganos mixtos de funcionarios y
miembros de la carrera judicial.
(5) Aunque exceda con mucho el objeto limitado del trabajo, conviene una llamada de atención sobre el peligro
que entraña la automática equiparación entre sujeto pasivo de la jurisdicción contencioso-administrativa y el
nomenclátor de Administraciones Públicas formalmente positivado en los textos legales.
En relación con esto y la penetración del sintagma de la forma jurídica en la determinación del régimen jurídico
aplicable a una persona jurídica, vid. GONZÁLEZ VARAS IBÁÑEZ, S., Comentarios a la Ley de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa (Ley 29/1998, de 13 de julio) adaptados a la nueva concepción subjetiva; Tecnos,
Madrid, 1999, págs. 53 a 67; ORTIZ VAAMONDE, S., El levantamiento del velo en el Derecho Administrativo;
LA LEY-ACTUALIDAD, S. A., Madrid, 2004; GARCÍA ANDRADE GÓMEZ, J., Derecho Administrativo en la
contratación entre privados (Sociedades, fundaciones, concesionario y sectores excluidos), Marcial Pons, Madrid,
2005.
(6) Establece el art. 106.1 CE que serán los Jueces y Tribunales los encargados de controlar la potestad reglamen-
taria y la legalidad de la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican.
Pues bien, aunque se trate de una norma básica en el modelo de control de la actuación administrativa promo-
vido ex constitutione, «no es éste el precepto que constitucionaliza la jurisdicción contencioso-administrativa,
sino otro, el art. 153.c) CE, para una materia importante pero sin duda parcial para todo el sistema como es el
control de la Administración autonómica»; GUAITA, Aurelio, «Control judicial y responsabilidad de la Adminis-
tración», en la obra colectiva Comentarios a las Leyes Políticas. Constitución Española de 1978, Óscar ALZAGA
(Dir.), Edersa, Madrid, 1985, T. VIII, pág. 329.
(7) GARCÍA FERNÁNDEZ, Javier, «La Ley reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa y la Constitución»,
op. cit., pág. 30.
(8) En relación a las normas sobre ejecución de sentencias, la Exposición de Motivos señala: «La Ley ha realizado
un importante esfuerzo para incrementar las garantías de ejecución de las sentencias, desde siempre una de
las zonas grises de nuestro sistema contencioso-administrativo. El punto de partida reside en la imperiosa
obligación de cumplir las resoluciones judiciales y colaborar en la ejecución de lo resuelto, que la Constitución
prescribe, y en la potestad de los órganos judiciales de hacer ejecutar lo juzgado, que la propia Constitución
les atribuye. Prescripciones que entroncan directamente con el derecho a la tutela judicial efectiva, ya que, como
viene señalando la jurisprudencia, ese derecho no se satisface mediante una justicia meramente teórica, sino
que conlleva el derecho a la ejecución puntual de lo fallado en sus propios términos. La negativa, expresa o
implícita, a cumplir una resolución judicial constituye un atentado a la Constitución frente al que no caben excu-
sas»; apartado VI.3 de la Exposición.
(9) A tenor de lo dispuesto en el art. 134.1 y 113 de la Ley 29/1998 puede concluirse que las normas de ejecución
son aplicables a las sentencias, a los acuerdos o convenios de terminación del procedimiento contencioso a
que se refiere el art. 77 de la Ley y las demás resoluciones judiciales que impongan a la Administración una
conducta positiva que requiera la adopción de medidas ejecutivas.
(10) MENÉNDEZ PÉREZ, Segundo, «Ejecución de sentencias», en la obra colectiva Ley reguladora de la Jurisdicción
contencioso-administrativa (Doctrina y jurisprudencia), BAENA DEL ALCÁZAR, Mariano (Dir.), ed. Trivium,
Madrid, 1999, pág. 673.
(11)
bajo la vigencia de la LJ 1956 . Antes bien, en línea con los postulados consti-
tucionales y las conclusiones obtenidas por el TC en su interpretación, la LJCA
convierte la ejecución de lo juzgado en atribución privativa de los órganos jurisdic-
cionales, cuyas decisiones tendrán que ser observadas en sus justos términos y
no en los que decidan los particulares o la Administración según su conveniencia
( art. 118 CE).
Así, con carácter compendioso de la doctrina del Tribunal Constitucional y la suya
propia sobre la ejecución de sentencias, la STS de 5 de abril de 2001 declara:
1.ª).— El derecho fundamental a la tutela judicial efectiva (artículo 24.1 CE) com-
prende el que el fallo judicial se cumpla, pues lo contrario sería convertir las deci-
siones judiciales y el reconocimiento de los derechos que ellas comportan en
meras declaraciones de intenciones (STC 176/1985), e inseparablemente unida
a dicho derecho figura el principio de la inalterabilidad de las resoluciones judiciales
firmes, en conexión con la seguridad jurídica que consagra el artículo 9.3 CE que
garantiza a quienes han sido partes en el proceso que las resoluciones judiciales
(11) Configurada la ejecución de sentencias, por tanto, como un espacio propio y exclusivo del poder judicial, ¿qué
régimen jurídico corresponde a la actuación administrativa que se desarrolla en este contexto? En respuesta a
este interrogante y supuesta la ejecución voluntaria «en principio hay que entender que los actos dictados (...)
gozan de los efectos típicos de este tipo de acto jurídico (unilateralidad, ejercicio de potestad, ejecutoriedad,
etc.). Lo relevante es (...) que tales actos no están ya presididos por el principio de división de poderes que im-
pide un control de oficio de los tribunales sobre esta actuación, al contrario, el elemento que incorpora la potestad
de hacer ejecutar lo juzgado es que esa actuación administrativa está plenamente sometida a la dirección del
juez de la ejecución, excepto en lo que se refiere a los poderes de intervención reservados al desencadenamiento
de la ejecución forzosa» ORTEGA ÁLVAREZ, L., «La ejecución de sentencias», Capítulo X de Comentarios a
la Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa, LEGUINA VILLA, J. y SÁNCHEZ MORÓN, M., Lex Nova,
2.ª ed., Valladolid, 2001, pág. 515.
Transcurridos los plazos de ejecución voluntaria e instada la ejecución forzosa, el art. 108 Ley 29/1998 provee
a la autoridad judicial de una extensa panoplia de medidas: «En primer lugar, puede ejecutar la sentencia a
través de sus propios medios, lo que se producirá cuando la actividad de ejecución consista en un hacer jurídico
que se derive de una situación reglada declarada en la sentencia. (...) puede requerir la colaboración de las
autoridades y agentes de la Administración condenada, que se ponen en este caso directamente al servicio del
juez o, en su defecto, de autoridades o agentes de otras Administraciones Públicas, produciéndose un efecto
sustitutorio dirigido por el juez, donde no rige el régimen ordinario de las relaciones interadministrativas, sino
que las actuaciones de sustitución realizadas por una Administración tercera estarán presididas por el deber
constitucional de colaboración con las autoridades judiciales. (...) finalmente, el juez puede, en términos genéricos,
adoptar las medidas necesarias para que el fallo adquiera la eficacia que sería inherente al acto omitido, entre
las cuales se incluye expresamente la ejecución subsidiaria con cargo a la Administración condenada (...)»;
ORTEGA ÁLVAREZ, L., «La ejecución de sentencias», op. cit., págs. 516 y 517.
«En cambio, en las sentencias desestimatorias o de inadmisión del recurso contencioso-administrativo, el tribunal
no habrá añadido nada nuevo desde el punto de vista de la incidencia ejecutiva, en relación con al situación
preexistente al litigio»; Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, VVAA,
Aranzadi, 2002, 2.ª ed., pág. 879. «Si el fallo judicial es desfavorable al promotor del recurso, la actividad judicial
de ejecución se limita a la comunicación prevista en el art. 104 LJ para que la Administración pueda continuar
ejecutando el acto impugnado o aplicando la disposición»; STS de 12 de febrero de 1993. Será la Administración,
por tanto, la que, a virtud de la autotutela ejecutiva, lleve a puro y debido efecto el acto o la disposición recurrida.
¿Y qué si no lo hace? Teniendo en cuenta que no cae la ejecución dentro de la esfera discrecional de la Admi-
nistración pues —ex art. 104.1 la obligación de llevar a puro y debido efecto el fallo se predica de todos ellos,
cualquiera que sea su sentido—, el art. 29.2 de la Ley 29/1998 constituye una medida no desdeñable de reacción.
(12) Vid. GARCÍA DE ENTERRÍA, E., Democracia, jueces y control de la Administración, Civitas, Madrid, 1998, 4.ª
ed., pág. 35, para quien la naturaleza revisora de la jurisdicción es incompatible con el principio de tutela judicial
efectiva. También, GARRIDO FALLA, Fernando, Reflexión sobre una reconstrucción de los límites formales del
Derecho Administrativo Español, INAP, Madrid, 1982, págs. 28 y 29; GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús, El control ju-
risdiccional de las inactividad de la Administración en el Proyecto de la Ley de la Jurisdicción contencioso-admi-
nistrativa, 1988, pág. 20.
(13)
de manera equilibrada , pues, al decir de la STC de 22 de abril de 1981, «la
tutela efectiva supone que la igualdad entre las partes, propia de todo proceso en
el que éstas existan, sea asegurada de forma que no se produzca desigualdad
entre las mismas y consiguiente indefensión».
Ahora bien, malentiende el alcance de este cambio de perspectiva quien, como
algún autor ha pretendido, vislumbra en él una desaparición del carácter revisor
del recurso contencioso-administrativo. Una cosa es que la naturaleza revisora
que corresponde al proceso judicial haya perdido su sentido histórico y otra negar
la labor profiláctica que desarrollan los Juzgados y Tribunales sobre el actuar de
la Administración. Por mucho que la resolución, acto o, en general, actuación ad-
ministrativa sometida a enjuiciamiento haya cedido como objeto del proceso, el
ejercicio de cualquier función —en todas sus formas de acción u omisión— por
la Administración en su giro o tráfico específico, resiste como presupuesto inexcu-
(14)
sable para entablar el proceso contencioso . Sin actuación, gestión o actividad,
o, en fin, tarea propia de la función administrativa, no hay proceso administrativo.
Así las cosas, a pesar de la Ley de 1998 haya desplazado el centro de gravedad
del objeto contencioso desde el actuar de la Administración a la pretensión del
(15)
recurrente , es inexacto afirmar que la función revisora del recurso quede al
margen del proceso. Antes al contrario, la misma mantiene su vigencia desde el
momento en que el órgano jurisdiccional entra siempre a examinar la juridicidad
y legitimidad de una actuación administrativa, su conformidad a Derecho. La vigi-
lancia de esa legalidad ejerce, en efecto, una presión directa en el complejo jurí-
dico de la resolución judicial y en las reflexiones que desarrolla.
En rigor, por tanto, no es que la jurisdicción contencioso-administrativa haya per-
dido su específico poder revisor sobre la actuación pública controvertida y sí que
(13) «Es comprensible por ello que en nuestro país los avances de la jurisdicción contencioso-administrativa hayan
ido, si no presididos por la necesidad de despejar los obstáculos que pudieran oponerse a la simple admisión
de la posibilidad de que una pretensión de parte pudiera merecer un pronunciamiento de fondo por parte de la
jurisdicción y ello (...) tanto por hacer posible la realización del propio derecho particular como, al tiempo, para
realizar el valor de control a la Administración»; en Comentarios a la Ley de la jurisdicción contencioso-adminis-
trativa, LEGUINA VILLA, J. y SÁNCHEZ MORÓN, M., Lex Nova, 2.ª ed., Valladolid, 2001, págs. 138 y 139.
(14) Prueba de ello es que el art. 69.c), en relación con el 25, de la Ley 29/1998, previene su falta como causa de
inadmisibilidad.
La misma opinión puede verse en RUIZ RISUEÑO, Francisco, El proceso contencioso-administrativo, Colex,
Madrid, 1999, págs. 63 a 73.
(15) A fin de enfatizar el cambio de concepción, algún autor prefiere el término fiscalizadora en lugar del clásico de
revisión, para calificar a la justicia contencioso-administrativa; vid. Comentarios a la Ley de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa de 1998, op. cit., pág. 276.
(16)
la Ley 29/1998 ha reformulado el contenido de sus bases , con inmediatas
derivaciones de índole práctica que ya fueron anticipadas por el TS bajo la vigencia
de la LJ de 1956. Así, entre otras, las SSTS de 1 de julio de 1981 y 23 de septiem-
bre de 1983 advierten: «la función revisora de la jurisdicción contencioso-adminis-
trativa no significa que ésta deba resolver solamente aquellas cuestiones sobre
las que la Administración resolvió, sino que también debe hacerlo respecto de
aquellas de las que pudiendo y debiendo resolver, ésta no lo hizo, examinando
con toda amplitud si el actuar de la Administración se ajustó al ordenamiento
jurídico». Este entendimiento explica que la actuación administrativa opere como
presupuesto de procedibilidad del recurso judicial mas no como límite al poder de
vigilancia que sobre aquélla despliegan los Juzgados y Tribunales en ejercicio de
la potestad judicial. Si ello fuera así, quedaría entonces en manos de la Adminis-
tración la posibilidad de obstaculizar, limitar o impedir el ejercicio de la potestad
de control que el art. 106.1 CE encomienda justamente a los Tribunales y hasta
el total restablecimiento de la legalidad conculcada.
Avanzando un paso más, es de notar la esencia predominantemente subjetiva,
aunque con ligeras concesiones a planteamientos objetivos, sobre la que descan-
san las soluciones arbitradas en el proceso contencioso-administrativo. En otros
términos, la configuración de la justicia contenciosa como cauce de protección de
pretensiones jurídicas de los litigantes y sólo en supuestos excepcionales expre-
samente tipificados como garantía de probidad de la legalidad objetiva y remedio
para la corrección de los atentados que sufra.
En relación con esta funcionalidad tutelar, conviene traer a colación el valioso
empuje que recibirá su afirmación con los arts. 24 y 162.1.b) CE los cuales, al
reconocer el interés legítimo como ítem habilitante de tutela judicial, ensanchan
de manera notable círculo de quienes podrán tomar la iniciativa de poner en
marcha la acción de la justicia contra la Administración para la protección de su
esfera jurídica. La desaparición del interés directo como título legitimador y su
sustitución por la fórmula universal del interés legítimo que plasma el constituyente
ha sido, en efecto, uno de los factores capitales para la efectividad de la tutela
judicial en su doble dimensión de acceso a la justicia —perspectiva subjetiva—,
y de realización de la pretensión procesal —dimensión objetiva—.
En su el plano sustantivo, el interés legítimo permite superar el sistema utilizado
en la LJ de 1956, cuyo art. 28 distinguía diversos títulos legitimadores en función
de cuál fuera el objeto del recurso y la pretensión que se ejercitase. El interés
legítimo, en cambio, se contempla como reflejo o manifestación de un derecho
pleno a la tutela judicial y, por tanto, con un grado de penetración idéntico al que
(16) RUIZ RISUEÑO, Francisco, El proceso contencioso-administrativo, Colex, Madrid, 1999, págs. 63 a 73; FENOR
DE LA MAZA y CORNIDE QUIROGA, A., «Nuevas perspectivas en el proceso contencioso-administrativo» en
Las medidas cautelares, Montecorvo, Madrid, 1997, págs. 45 y 259; NAVARRO PÉREZ, J. L., Las partes en el
proceso contencioso-administrativo (Estudio sistemático de los arts. 18 a 24 de la Ley 29/1998, de 13 de julio),
op. cit.
(17)
deriva de la titularidad de un derecho . El título jurídico que fundamenta la in-
terpelación judicial no altera, en términos generales, el resultado de la acción.
Desde el punto de vista subjetivo, el interés legítimo ha catapultado los intereses
plurisubjetivos —colectivos, difusos o públicos— al estrado judicial. Así, compro-
metiéndose con la recién estrenada virtualidad procesal de los intereses suprain-
dividuales, la Ley 29/1998 encomienda la salvaguarda de los intereses colectivos
a las corporaciones, asociaciones, sindicatos, grupos o entidades legalmente ha-
bilitadas para la defensa de los derechos o intereses legítimos colectivos. En la
misma línea, si se trata de intereses difusos, la liturgia jurídica contenciosa apodera
a grupos, uniones sin personalidad o patrimonios independientes o autónomos
con capacidad procesal cuando resulten afectados por la decisión, la pasividad
o, incluso la vía de hecho, de la Administración, admitiéndose incluso, la posibilidad
de que sea un individuo quién asuma la representación del colectivo indeterminado
de afectados.
La fuerza centrífuga de la noción de legitimación no disipa, sin embargo, la esencia
subjetiva del proceso; en sentido negativo, no se generaliza la posibilidad del re-
curso de protección de la legalidad. Antes bien, el recurso uti cives sin necesidad
de acreditar un interés distinto a más cualificado que el que deriva de la defensa
abstracta de la legalidad objetiva se circunscribe «a los casos expresamente
previstos por la Ley»; art. 19.1.h) Ley 29/1998.
La objetivación del proceso contencioso dista mucho de ser una realidad. Como
constata el hecho de que, salvo en los supuestos tasados de reconocimiento de
la acción popular, la acción judicial esté atribuida a quienes son titulares de dere-
chos o intereses legítimos, el proceso contencioso se alza, todavía hoy, de forma
abrumadoramente mayoritaria sobre bases subjetivas o de protección de situacio-
nes jurídicas individuales o de grupos legitimantes.
La fórmula del interés legítimo hace entrar en crisis el esquema de distinción previsto en la LJ de 1956 entre
las llamadas pretensiones de anulación y las de plena jurisdicción —restablecimiento de una situación jurídica
individualizada en la terminología de la Ley de 1998— en función de la situación legitimante del recurrente.
reglas formales rígida y desconectada de los fines y los intereses públicos que
constituyen su ámbito de protección. En este sentido, la Ley 29/1998 traslada a
su articulado una concepción finalista de los presupuestos procesales o, en térmi-
nos de la Exposición de Motivos de la LJ de 1956, propugna que «los requisitos
formales se instituyen para asegurar el acierto de las decisiones jurisdiccionales
y su conformidad con la justicia, no como obstáculos que hayan de ser superados
para alcanzar la realización de la misma»; vid. STS de 31 de octubre de 1982.
Con este planteamiento hubiera resultado insólito e, incluso, incompatible, una
declaración de signo distinto a la que refleja la Exposición de Motivos de la Ley
29/1998: «La reforma compagina las medidas que las medidas que garantizan la
plenitud material de la tutela judicial en el orden contencioso-administrativo y el
criterio favorable al ejercicio de las acciones y recursos y a la defensa de las partes,
sin concesión alguna a tentaciones formalistas, con las que tienen por finalidad
agilizar la resolución de los litigios. La preocupación por conseguir un equilibrio
entre las garantías, tanto de los derechos e intereses públicos y privados en juego
como del acierto y calidad de las decisiones judiciales, con la celeridad de los
procesos y la efectividad de lo juzgado constituye uno de los ejes de la reforma».
A nivel de ordenación positiva, el texto de la Ley de 1998 ofrece ejemplos concretos
del régimen antiformalista que, anida en el texto constitucional y en la doctrina del
TC y del TS, y atraviesa su entero articulado.
Así, una manifestación expresa es el art. 45.3 Ley 29/1998 cuando dispone:
El Juzgado o Sala examinará de oficio la validez de la comparecencia tan pronto
como se haya presentado el escrito de interposición. Si con éste no se acompañan
los documentos expresados en el apartado anterior o los presentados son incom-
pletos y, en general, siempre que el Juzgado o Sala estime que no concurren los
requisitos exigidos por esta Ley para la validez de la comparecencia, requerirá
inmediatamente la subsanación de los mismos, señalando un plazo de diez días
para que el recurrente pueda llevarla a efecto, y si no lo hace, se ordenará el ar-
chivo de las actuaciones.
A este mismo criterio responde el art. 138 de la Ley, que se refiere a la posibilidad
de subsanar a instancia de parte o de oficio por el órgano jurisdiccional los defectos
de alguno de los actos de las partes.
Incluso, después de proclamar el carácter improrrogable de los plazos procesales,
el art. 128.1 prescribe: una vez transcurrido el plazo «(...) se admitirá el escrito
que proceda y producirá sus efectos legales, si se presentare dentro del día en
que se notifique el auto, salvo cuando se trate de plazos para preparar o interponer
recursos (...)».
Es también una concesión al discurso antiformalista la supresión del requisito de
comunicación previa a la Administración de la voluntad de interponer un recurso
(18) CORDÓN MORENO, Faustino, El proceso contencioso-administrativo conforme a la Ley 29/1998, de 13 de julio,
reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa, op. cit., págs. 33 y 34.
(20)
III. LEGITIMACIÓN ACTIVA
(19) RUIZ RISUEÑO, Fco., El proceso contencioso-administrativo. Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la ju-
risdicción contencioso-administrativa, op. cit., págs. 187 y 188.
(20) Destaca Emilio PUJALTE CLARIANA que en el proceso contencioso-administrativo la legitimación pasiva no
tiene otro valor que el de operar como requisito de admisibilidad de la comparecencia en la medida en que
asiste a la Administración autora del acto o de la disposición combatida. Vid. Emilio PUJALTE CLARIANA, «Las
partes: capacidad, legitimación, representación y defensa, en la obra colectiva», Ley reguladora de la Jurisdicción
contencioso-administrativa (Doctrina y jurisprudencia), op. cit., pág. 180. En el mismo sentido, GONZÁLEZ
PÉREZ, J., Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, Civitas, Madrid, 1994, 2.ª ed.,
págs. 313 y ss; NAVARRO PÉREZ, J. L., Las partes en el proceso contencioso-administrativo (Estudio sistemá-
tico de los arts. 18 a 24 de la Ley 29/1998, de 13 de julio), op. cit.
En relación a esta cuestión, una vez suprimida la figura del coadyuvante, el art. 21 LJCA considera parte deman-
dada:
a) Las Administraciones públicas o cualesquiera de los órganos mencionados en el artículo 1.3 contra cuya
actividad se dirija el recurso.
b) Las personas o entidades cuyos derechos o intereses legítimos pudieran quedar afectados por la esti-
mación de las pretensiones del demandante. Dado que éstos no serán identificados en el escrito de inter-
posición, corresponde a la Administración, al remitir el expediente administrativo, identificar a cuantos
puedan aparecer como interesados en él y emplazarles para que puedan personarse como demandadas
en el plazo de nueve días mediante acto propio y voluntario.
c) Las aseguradoras de las Administraciones públicas, que siempre serán parte codemandada junto con
la Administración a quien aseguren.
Con todo, es de advertir cómo ha sido justamente la figura de la legitimación pasiva causa de una litigiosidad
creciente en los últimos años a efectos del art. 106.2 CE.
Hasta su reforma por la Disposición Adicional 4.ª LO 19/2003, el art. 21 de la Ley 29/1998 se había convertido
en el último escollo —más formal que real— a la consolidación del principio de unidad jurisdiccional en materia
de responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas y, por ende, motivo de inseguridad para el
justiciable.
En efecto, si después de la reforma de la Ley 30/1992 en 1999 y la promulgación de la LJCA de 1998 parecía
incuestionable la competencia de la jurisdicción contencioso-administrativa para conocer en exclusiva las pre-
tensiones indemnizatorias deducidas al amparo del art. 106.2 CE, la yuxtaposición de la posibilidad que arbitra
el art. 76 de la Ley del Contrato del Seguro Privado en ese jurídico interfiere como elemento de distorsión al
carácter absoluto de esa restitución competencial. A tenor de la línea jurisprudencial abierta por los Autos de
la Sala de Conflictos del TS de 17 de diciembre de 2001 y 21 de octubre de 2002, cuando la Administración
tuviera asegurado el pago de la responsabilidad, el administrado dispone de los siguientes remedios procesales
para obtener la compensación del perjuicio sufrido:
b') ejercer la acción directa contra la aseguradora exclusivamente y ante la jurisdicción civil, en cuyo caso
serán de aplicación las previsiones contenidas en el art. 42 LEC relativas a las cuestiones prejudiciales no
penales, y en virtud de las cuales los tribunales civiles podrán conocer de asuntos que estén atribuidos a
los tribunales contencioso-administrativos a los solos efectos prejudiciales;
A pesar de que el art. 9.4 LOPJ y la interpretación finalista de la versión original del art. 21.1 LJCA permitían
reconocer sin demasiados problemas a las compañías aseguradoras como demandadas, las fugas al principio
de unidad jurisdiccional se cierran definitivamente con la adición de una nueva letra al art. 21.1 en 2003. A
partir de este momento, cualquier interpelación judicial que se plantee al amparo de lo dispuesto en el art. 106.2
CE contra la Administración Pública ante un orden jurisdiccional distinto al contencioso-administrativo será re-
chazada a limine por incompetencia.
(21) PÉREZ CONEJO, L. La defensa judicial de los intereses ambientales: estudio específico de la legitimación
«difusa» en el proceso contencioso-administrativo, Lex Nova, Valladolid, 2002, pág. 39.
(22) Como es, v. gr., la relativa a la naturaleza jurídica que corresponde a la legitimación, discusión ésta que ame-
naza con no abandonar los debates científicos en época próxima
(23) PRIETO CASTRO, Tratado de Derecho Procesal Civil, Aranzadi, Pamplona, 1982.
(24) SALA SÁNCHEZ, P. y XIOL RÍOS, J. A., Práctica Procesal contencioso-administrativa, op. cit., pág. 268.
de los derechos subjetivos pero más amplio, pueda verse privado del acceso a la
(25)
justicia» .
Así, la STS de 20 de junio de 2006 declara:
Debe recordarse a estos efectos, que la legitimación, que constituye un presupues-
to inexcusable de la admisibilidad del proceso, según se deduce de la jurispruden-
cia de esta Sala STS de 14 de octubre de 2003 y de 7 de diciembre de 2005 (sic),
así como de la doctrina constitucional (STC 65/94), implica en el proceso conten-
cioso-administrativo la existencia de una relación material unívoca entre el sujeto
y el objeto de la pretensión deducida en el recurso contencioso-administrativo, en
referencia a un interés en sentido propio, identificado y específico, de tal forma
que la anulación del acto o la disposición impugnados produzca automáticamente
un efecto positivo (beneficio) o negativo (perjuicio), actual o futuro, pero cierto
(SSTC 105/1995, de 3 de julio, F. 2; 122/1998, de 15 de junio, F. 4 y 1/2000, de
17 de enero).
Sabido es que este Tribunal Supremo reiteradamente ha declarado, según se re-
fiere en las sentencias de 7 de abril de 2005 con cita de las sentencias de 29 de
octubre de 1986, 18 de junio de 1997 y de 22 de noviembre de 2001, «que el
concepto de legitimación encierra un doble significado: la llamada legitimación ad
processum y la legitimación ad causam. Consiste la primera en la facultad de
promover la actividad del órgano decisorio, es decir, la aptitud genérica de ser
parte en cualquier proceso y, como dice la sentencia de este Tribunal de 19 de
mayo de 1960, «es lo mismo que capacidad jurídica o personalidad, porque toda
persona, por el hecho de serlo, es titular de derechos y obligaciones y puede
verse en necesidad de defenderlos».
Pero distinta de la anterior es la legitimación ad causam que, de forma más con-
creta, se refiere a la aptitud para ser parte en un proceso determinado, lo que
significa que depende de la pretensión procesal que ejercite el actor o, como dice
la sentencia antes citada, consiste en la legitimación propiamente dicha e «implica
una relación especial entre una persona y una situación jurídica en litigio, por virtud
de la cual es esa persona la que según la Ley debe actuar como actor o deman-
dado en ese pleito»; añadiendo la doctrina científica que «esta idoneidad especí-
fica se deriva del problema de fondo a discutir en el proceso; es, por tanto, aquel
problema procesal más ligado con el Derecho material, habiéndose llegado a
considerar una cuestión de fondo y no meramente procesal». Y es, precisamente,
el Tribunal Constitucional quien en el Fundamento Jurídico 5.º de su sentencia
de 11 de noviembre de 1991, ha dicho que «la legitimación —se refiere a la legiti-
mación ad causam—, en puridad, no constituye excepción o presupuesto procesal
(25) Los cambios introducidos en 1998 en el articulado de la Ley tuvieron una trascendencia más bien relativa en el
terreno de la aplicación práctica como consecuencia de la labor de reinterpretación de las reglas positivas de
la LJ de 1956 a la luz del art. 24 CE realizada ya para entonces por la doctrina y la jurisprudencia, máxime tras
la aparición del art. 7 LOPJ y del art. 31 Ley 30/1992.
una relación jurídica que sirve de título legitimador del proceso habrá de acre-
ditarse en el momento procesal en el que pretenda hacerse valer, en la forma
prevista en el art. 45.2.b) para el escrito de interposición, bien que este pre-
cepto se refiere a una sucesión en la legitimación aperada antes de la iniciación
del proceso. De esta manera las deficiencias en la acreditación de la sucesión
en la legitimación podrán subsanarse en el plazo de diez días que deberá
conceder el tribunal ( art. 45.3). Del mismo modo, la aludida falta de acreditación
no subsanada podrá invocarse como motivo de admisibilidad del recurso, si
por el estado procesal hubiera lugar a ello, en sede de alegaciones previas
(27)
[ 58.1 y 69.b)] o en la contestación a la demanda» .
b) De acuerdo a lo establecido en el art. 58.1, dentro de los primeros cinco
días del plazo para contestar la demanda el demandado «podrá alegar los
motivos que pudieren determinar la incompetencia del órgano jurisdiccional o
la inadmisibilidad del recurso con arreglo a lo dispuesto en el artículo 69» y,
por tanto, la falta de legitimación del recurrente.
c) En la fase final del proceso, corresponde al Juez o Tribunal verificar si la
parte recurrente está legitimada [( art. 69.b) Ley 29/1998], declarando la
inadmisibilidad del recurso en caso de apreciar su falta.
En relación al tratamiento procesal de la legitimación activa en el proceso conten-
cioso, se ha venido jurisprudencialmente admitiendo, con el beneplácito generali-
zado de la comunidad científica, la legitimación por efecto de su reconocimiento
en vía administrativa y fundamento en el principio nemo venire contra factum
propium: «(...) la doctrina de que la Administración no puede oponerse a una legi-
(28)
timación por ella misma reconocida previamente» ; SSTS de 21 de enero, 15
de febrero y 20 de octubre de 1989; 24 de septiembre de 1999.
(27) Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, VVAA, op. cit,, pág. 302.
Como precisión de interés es de advertir que la sucesión procesal no es sólo aplicable a los sujetos privados,
sino también operativa —y no de manera exótica— para las personas jurídicas públicas. En estos casos, el re-
ferente para averiguar si la sucesión en la titularizad de una competencia, en la relación jurídica básica, supone
la correlativa en el seno del proceso o bien genera un fenómeno litisconsorcial, viene dado por la norma especí-
fica conductora de las transformación en el sistema jurídico de reparto y organización de competencias. A este
respecto, con carácter general, cabe señalar que cuando la sucesión en la titularizad ha implicado la transfor-
mación de la entidad pública en otra diferente, la norma de transformación se ha solido preocupar de subrogar
al nuevo ente en la titularidad de las relaciones jurídicas del extinguido; en los casos de traspaso de competencias
sin desaparición ni transformación del ente ab initio titular, «la solución más usual ha sido la de legitimar expresa
y formalmente a todos los sujetos concernidos para comparecer en los procesos iniciados relativos o afectantes
a las competencias transferidas»; Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998,
VVAA, op. cit., pág. 303.
(28) TRUJILLO PEÑA, J., QUINTANA REDONDO, C. y BOLEA FORADADA, J. A., Comentarios a la Ley de la Ju-
risdicción Contencioso-Administrativa, T. I., Santillana, Madrid, 1965, págs. 461-462.
(29)
Son cada vez más numerosas las voces que, sin embargo, ponen en entredicho
el acomodo de esta doctrina con un sistema procesal, como es el nuestro, dónde
la legitimación es una cuestión de orden público cuya determinación no puede
quedar al arbitrio de las partes. Así, si en los casos de atribución equivocada de
legitimación por la Administración «(...) ese reconocimiento en modo alguno puede
servir para mediatizar al Tribunal en el momento de resolver por el problema
planteado al efecto (...) A sensu contrario, tenemos que reconocer que el hecho
de que la Administración hubiere negado la legitimación para accionar en vía ad-
ministrativa, no vincula al Tribunal, quién al revisar la actuación de aquélla puede,
(30) (31)
en contra de esta tesis , mantener que esa legitimación existe» .
(29) TRUJILLO PEÑA, J., QUINTANA REDONDO, C. y BOLEA FORADADA, J. A., Comentarios a la Ley de la Ju-
risdicción Contencioso-Administrativa, T. I., op. cit., págs. 461-462; PUJALTE CLARIANA, «Las partes: capacidad,
legitimación, representación y defensa, en la obra colectiva», Ley reguladora de la Jurisdicción contencioso-
administrativa (Doctrina y jurisprudencia), op. cit., págs. 185 y 186.
(30) La denegación de legitimación en vía administrativa será, obviamente, susceptible de recurso autónomo en vía
contencioso-administrativa, «con independencia de las dudas que suscite la posibilidad de acumulación a esta
pretensión de reconocimiento de legitimación de resolución sobre el fondo del asunto, sobre todo en los casos
en los que la administración no haya llegado a pronunciarse, ni siquiera incidentalmente, sobre dicha cuestión
o cuando pudieran existir otros interesados en la resolución de fondo»; Comentarios a la Ley de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa de 1998, VVAA, op. cit., pág. 279.
(31) TRUJILLO PEÑA, J., QUINTANA REDONDO, C. y BOLEA FORADADA, J. A., Comentarios a la Ley de la Ju-
risdicción Contencioso-Administrativa, T. I., op. cit., págs. 461-462. PUJALTE CLARIANA se halla próximo a
este planteamiento; con un matiz: la vinculación relativa del Tribunal por el reconocimiento, sea o no acertado,
de legitimación en vía administrativa; en «Las partes: capacidad, legitimación, representación y defensa, en la
obra colectiva», Ley reguladora de la Jurisdicción contencioso-administrativa (Doctrina y jurisprudencia), op.
cit., pág. 186.
(32) Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, VVAA, op. cit,, pág. 275.
(34) Salvo, obvio es decirlo, en los ámbitos cubiertos por la acción pública.
(35)
actualidad . Por su parte, el interés legítimo presupone una lesión jurídica
que se identifica, esencialmente, por la existencia de un perjuicio o la posibilidad
(36)
de obtener un beneficio —económico, personal, profesional o de carrera ,
académico e incluso moral— susceptible de conmover la esfera jurídica del
recurrente no sólo directa sino también refleja o indirectamente; v. gr., STS de
29 de noviembre de 1995. El interés legítimo se ha definido jurisprudencialmente
como el que tienen aquellas personas que, por razón de su situación personal
o por ser destinatarios de una regulación sectorial, son titulares de un interés
propio distinto del de cualquier ciudadano encaminado a que los poderes pú-
blicos actúen de acuerdo con el ordenamiento, ello aún cuando la situación de
que se trate no les ocasione un concreto beneficio o perjuicio inmediato; SSTS
de 1 de julio de 1985 y 16 de julio de 1987. Se estima, por tanto, que el interés
legítimo concurre cuando existe una situación jurídica individualizada caracte-
rizada por: «a) singularidad de la esfera jurídica de una persona frente a la
generalidad de los ciudadanos o los administrados en sus relaciones con la
Administración Pública; y, b) consistencia y lógica jurídico-administrativa propias,
independientes de su conexión o derivación de los verdaderos derechos sub-
jetivos»; STSJ País Vasco de 23 de enero de 1997.
d) nada impide que el interés legítimo se localice o pertenezca a una pluralidad
(37)
de sujetos ; titularidad común que no debe entenderse, empero, como
(38)
cláusula obstativa a su defensa individual . La fuerza legitimante del interés
no depende, por tanto, de su carácter individual o plurisubjetivo —STS de 1
(35) Vid. ORTEGA ÁLVAREZ, «La inmediatividad del interés directo en la legitimación contencioso-administrativa»,
RAP, núm. 82, 1977, págs. 211 y ss.; SÁNCHEZ ISANA, J., El interés directo en los Derechos español y francés,
IEAL, Madrid, 1977 in totum; FERNÁNDEZ FARRERES, G., «Interés competitivo, comercial o industrial e im-
pugnación directa de disposiciones de carácter general», REDA, núm. 22, 1979, pág. 467.
(36) Pero deja fuera el interés derivado del pundonor o ámbito profesional en que se mantenga una resolución
adoptada como titular de un órgano administrativo; STS de 15 de octubre de 1988.
(37) En cualquiera de sus modalidades: colectivos, o cualificados en un grupo determinado de personas; o difusos,
si se trata de intereses metaindividuales que corresponden a un grupo indeterminado.
La distinción, resaltada por la doctrina —vid. PÉREZ CONEJO, L., La defensa judicial de los intereses ambien-
tales: estudio específico de la legitimación «difusa» en el proceso contencioso-administrativo, Lex Nova, Valla-
dolid, 2002—, arranca del art. 7.3 LOPJ, el cual, desde el punto de vista de la legitimación para deducirlos en
juicio, distingue entre asociaciones representativas de los mismos y grupos de afectados, al igual que ahora
hace el art. 11 LEC de 2000.
Todo ello, sin perjuicio del ejercicio individual de la acción de defensa, por el interés que directamente puede
suponer una actuación que redunde asimismo en beneficio del grupo o colectivo. Ello no obstante, el TS se ha
mostrado muy reacio a admitir la defensa del interés del grupo por medio de acciones individuales, ante el
riesgo de que una persona pueda presentarse falsamente como representante de un grupo profesional o social.
Así, dice la STS de 12 de abril de 1991 que «el simple afiliado a una corporación, asociación o grupo desde su
exclusiva posición de tal no puede considerarse investido de esas facultades (...)».
(38) SALA SÁNCHEZ, P. y XIOL RÍOS, J. A., Práctica Procesal contencioso-administrativa, op. cit., pág. 281.
(39) Grupos de afectados, uniones sin personalidad o patrimonios independientes o autónomos, entidades todas
ellas aptas para ser titulares de derechos y obligaciones al margen de su integración en las estructuras formales
de las personas jurídicas a os que la Ley les reconozca expresamente capacidad jurídica.
(41) PÉREZ CONEJO, L., La defensa judicial de los intereses ambientales: estudio específico de la legitimación
«difusa» en el proceso contencioso-administrativo, op. cit., pág. 280.
(42) Conviene no dejar de lado las singulares manifestaciones procesales que, sin llegar a conferir al proceso con-
flictual entre Administraciones, predicamento de procedimiento especial, distancian éste del recurso que pudié-
ramos llamar ordinario: imprevisión de un régimen de recurso administrativo previo; configuración del requeri-
miento previo como presupuesto de viabilidad, con repercusión inmediata en cuanto al plazo de ejercicio de la
acción judicial (art. 44 y 46.6 Ley 29/1998); admisibilidad del recurso de apelación (art. 81.2 de la Ley procesal).
En relación a estas cuestiones, cfr. SALA SÁNCHEZ, P. y XIOL RÍOS, J. A., Práctica Procesal contencioso-
administrativa, op. cit., pág. 290.
(43) Véase Sentencia de 22 de septiembre de 2001, de la Sala Tercera del Tribunal Supremo, por la que se fija
doctrina legal en relación con la legitimación de las Comunidades Autónomas para recurrir en vía contencioso-
administrativa las resoluciones del Tribunal Económico-Administrativo Central y de los Tribunales Económico-
Administrativos Regionales en materia de tributos cedidos («B.O.E.» 17 diciembre).
(44) SALA SÁNCHEZ, P. y XIOL RÍOS, J. A., Práctica Procesal contencioso-administrativa, op. cit., pág. 294.
La Ley 34/1981 atribuía —art. 2— al Estado legitimación para impugnar ante los Tribunales de justicia las dis-
posiciones y actos de las Comunidades Autónomas sin exigir, como implícitamente hace ahora la Ley 29/1998,
que supongan una lesión a su competencia exclusiva o compartida con los demás sujetos de la organización
jurídico política del Estado.
La imprevisión de este elemento de anclaje dio pie a que algún sector de la comunidad de autores y alguna
resolución judicial —STS de 23 de febrero de 1989— vieran en ese art. 2 una fórmula de legitimación objetiva
a favor del Estado con fundamento en el art. 153 CE «para preservar las exigencias derivadas de las unidad
estatal y de los intereses generales que de ella traen causa». Desde esta comprensión, a la falta de mecanismos
de control de oportunidad de la actividad de las Comunidades Autónomas por el Estado, se estaría consagrando
una judicialización del control por éste de los actos y disposiciones de aquéllas.
(45) El peligro de superposición o solapamiento de jurisdicciones no se dará si el acto que vulnera el sistema de
reparto de competencias es una norma con fuerza de Ley, supuesto en el cual la competencia exclusiva del TC
no es discutible.
(47) Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, VV.AA., op. cit., pág. 282.
(49) Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, VV.AA., op. cit., pág. 284.
ción del acto o acuerdo de las Entidad Local, con la finalidad de que esta proceda
a su anulación dentro del plazo que se señales; y, la segunda, mediante impugna-
ción directa ante la Jurisdicción contencioso-administrativa del acuerdo de que
se trate.— 3.º) Actos y acuerdos en que la infracción del ordenamiento jurídico
consista, específicamente, en menoscabo e interferencia en las competencias del
Estado o de las Comunidades Autónomas o en extralimitación respecto de las
competencias de la propia Entidad Local (y, en este caso, sin que la Ley exija, la
menos expresamente, vinculación con las competencias autonómicas —o estata-
les—), que podrán ser impugnados directamente ante la Jurisdicción contencioso-
administrativa sin necesidad de previo requerimiento y en los términos del art. 66
de la Ley y 216 del Reglamento antes mencionado. Es de notar que la vigente
Ley Jurisdiccional —art. 19.1.d)— engloba los dos últimos casos en un solo su-
puesto legitimador, mediante una genérica remisión a lo dispuesto en la legislación
de régimen local, y para impugnar los actos y disposiciones que afecten al ámbito
de las autonomía de las Comunidades Autónomas, expresión ésta que compren-
derá, por tanto, la legitimación autonómica para impugnar actos y acuerdos locales
en el ámbito de su competencia y para impugnar actos y acuerdos que menoscaben
o interfieran las competencias autonómicas o que simplemente excedan de la
competencia de dichas entidades —locales—.
En otras palabras, el artículo 92.3 es una norma singular, referida exclusivamente a quien ostenta "ex lege" la
representación y defensa de la Administración y actúa procesalmente en este doble concepto.
Téngase en cuenta que atribuye la cualidad de "recurrente" al propio "defensor de la Administración", identificán-
dolo con ésta, del mismo modo que lo hacía el artículo 99.3 de la Ley anterior respecto del Abogado del Estado,
identificación que solo puede cobrar sentido referida a los letrados que, estando al servicio de la Administración
pública, tienen como cometido específico ostentar la representación y defensa en juicio de la Administración
en cuantos asuntos ésta sea parte; sin que sea posible, finalmente, olvidar que la interpretación favorable a la
admisión del recurso tiene también el límite de ser jurídicamente aceptable, ya que el derecho a la tutela judicial
efectiva es garantía de todas las partes del proceso, no sólo de una de ellas (STC 109/1987, de 29 de junio),
por lo que no puede forzarse la interpretación de las normas al extremo de desconocer los limites que al recurso
mismo impone el legislador.
En este mismo sentido ya se ha pronunciado esta Sala, entre otros, en Autos de 22 de mayo de 2000 (recursos
5859/99 y 6756/99), 20 y 27 de noviembre de 2000 (recursos 3099/00 y 1139/00), 22 de enero de 2001 (recurso
569/00), 19 de febrero de 2001 (recurso 2407/00), 21 de mayo de 2001 (recurso 7019/00), 4 de junio de 2001
(recurso 1697/00), 11 de junio de 2001 (recurso 4797/00) y 3 de febrero de 2003 (recurso 2619/2002), declarán-
dose desiertos, por las mismas razones, los recursos de casación preparados por los Ayuntamientos de Madrid
(recursos 6756/99, 569/00, 3099/00, 1697/00 y 4797/00), de Vilaboa (recurso 2407/00), Oviedo (recurso 1139/00),
Pontevedra (recurso 5859/99), Palencia (recurso 7019/00) y Boadilla del Monte (recurso 2610/2002)».
(51) Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, VV.AA., op. cit,, pág. 287.
(52) «Si bien es cierto que esta legitimación no se recogía en la Ley del 56, sí es cierto que la doctrina ya había po-
lemizado sobre la conveniencia del reconocimiento de la misma. Rente a las figuras que defienden la aparición
de la figura del Ministerio Fiscal en el proceso administrativo, especialmente para la defensa de los intereses
de carácter general que afectan a ámbitos sociales y públicos, y en los que la determinación de los titulares es
difícil (...) otro sector de la doctrina ha puesto de manifiesto que la intervención del Ministerio fiscal en litigios
sobre intereses que representan fenómenos complejos de carácter económico y social puede hacer peligrar la
neutralidad de esta actuación fiscal, al tiempo que dudan de la oportunidad de que este Ministerio, que depende
del ejecutivo, defienda intereses que hayan sido vulnerados por la Administración»; GONZÁLEZ ESCUDERO,
M.ª Teresa, «Las partes procesales, representación y defensa de las Administraciones Públicas y de los órganos
constitucionales», en la obra colectiva La Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa. Estudio sistemático,
op. cit., pág. 188.
(53) CONDE MARTÍN e hijas denomina a este supuesto como legitimación ex officio o atribución de legitimación
para evitar que pueda quedar impune el ataque a intereses supraindividuales, que siendo relevantes para
nuestro sistema jurídico como fundamento del orden público y de la paz social, no se defienden por los perso-
nalmente legitimados; vid. CONDE MARTÍN e hijas, «Jurisdicción Contencioso-Administrativa», Comentarios
a la Ley 29/1998, de 13 de julio, Reguladora de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, El Consultor de los
Ayuntamientos y de los Juzgados, Madrid, 1998.
nentes ajurídicos o libres, sino, como clarifica el art. 19.1.h) de la Ley, «intervenir
(54)
en los procesos que determine la Ley»
Así, además de en sede de legitimación, el legislador procesal buscará expresa-
mente la participación del Ministerio Fiscal en el proceso contencioso:
— En la audiencia previa a que el Juez o Tribunal declare de oficio la falta de
jurisdicción;
art. 5.2 LJCA
— En la audiencia previa a que se apreciada la falta de competencia;
art. 7.2 LJCA
— En el supuesto del art. 48.10 LJCA: «Impuestas las tres primeras multas
coercitivas sin lograr que se remita el expediente completo, el Juez o Tribunal
pondrá los hechos en conocimiento del Ministerio Fiscal, sin perjuicio de seguir
imponiendo nuevas multas. El requerimiento cuya desatención pueda dar lugar
a la tercera multa coercitiva contendrá el oportuno apercibimiento».
— En caso de desistimiento, «el Juez o Tribunal oirá a las demás partes, y en
los supuestos de acción popular al Ministerio Fiscal, por plazo común de cinco
días, y dictará auto en el que declarará terminado el procedimiento, ordenando
el archivo de los autos y la devolución del expediente administrativo» — art.
74.3 LJCA—, salvo que «se opusiere la Administración o, en su caso, el Minis-
terio Fiscal», en cuyo caso deberá rechazarlo. Además, podrá rechazarlo razo-
nadamente «cuando apreciare daño para el interés público».
— En el recurso de casación en interés de Ley; art. 100.
— Se prevé su convocatoria al acto de comparecencia y traslado de la demanda
en el procedimiento especial de protección de los derechos fundamentales;
arts. 117.2 y 119.
— Intervendrá en la audiencia contradictoria en el proceso especial de protec-
ción del derechote reunión;
art. 122.2.
— Disfruta de una exención ope legis de la condena en costas; art. 139.5 Ley
29/1998.
— Está legitimado para intervenir en defensa de los derechos y libertades del
art. 153.2 LJCA.
(54) El hecho de que el legislador, en lugar de reconocer pura y simplemente la legitimación activa del Ministerio
Fiscal, se refiera, de manera harto imprecisa, a su intervención en el proceso pero sin prefigurar su posición
procesal, fue causa de no pocas perplejidades interpretativas; dudas cuya superación se debe, en buena medida,
a las Memorias anuales de la Fiscalía General del Estado.
(56) SALA SÁNCHEZ, P. y XIOL RÍOS, J. A. Práctica Procesal contencioso-administrativa, op. cit., pág. 321.
(57) GONZÁLEZ ESCUDERO, M.ª Teresa, «Las partes procesales, representación y defensa de las Administraciones
Públicas y de los órganos constitucionales», en la obra colectiva La Ley de la Jurisdicción Contencioso-Admi-
nistrativa. Estudio sistemático, op. cit., pág. 192.
(59)
c) Acción popular
Aún y cuando el tema de su reconocimiento en sede de Derecho Administrativo
(60)
no es un debate cerrado , la Ley 29/1998 reconoce — art. 19.1.h)— la acción
(61)
popular siempre que cuente con expreso refrendo legal , el cual, con carácter
(58) PUJALTE CLARIANA, Emilio, «Las partes: capacidad, legitimación, representación y defensa, en la obra colec-
tiva», Ley reguladora de la Jurisdicción contencioso-administrativa (Doctrina y jurisprudencia), op. cit., pág. 185.
También, GONZÁLEZ ESCUDERO, M.ª Teresa, «Las partes procesales, representación y defensa de las Ad-
ministraciones Públicas y de los órganos constitucionales», en la obra colectiva La Ley de la Jurisdicción Con-
tencioso-Administrativa. Estudio sistemático, op. cit., págs. 191 y 192.
(59) Por lo común denominada acción pública en el campo del Derecho Administrativo.
(60) El afán querulante de los ciudadanos y la amenaza de la instrumentación espuria de la justicia al servicio no ya
del cumplimiento abstracto de la legalidad son argumentos recurrentes entre quines propugnan —estando su
supresión fuera ex constitutione del poder de disposición del legislador ordinario— la conveniencia de su regu-
lación restrictiva. En cambio, en épocas relativamente lejanas algún autor aboga por su generalización en sede
contencioso-administrativa por razones, es lo cierto, que el actual estadio legislativo permite considerar superadas;
cfr. ARIAS VELASCO, La acción popular en el Derecho Administrativo, 1920; con un discurso más cercano en
el tiempo, SÁNCHEZ MORÓN, La participación del ciudadano en la Administración Pública, Centro de Estudios
Políticos y Territoriales, Madrid, 1980.
(61) Pero también en disposiciones de rango reglamentario en la medida en que sean anteriores a la CE de 1978.
(63) V. gr., art. 8.2.a) de la Ley 2/2006, del Suelo y Urbanismo del País Vasco.
(64) Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, VV.AA., op. cit,, pág. 289.
(65) Reserva constitucional de Ley que no denosta, empero, la validez de las disposiciones reglamentarias anteriores
a la entrada en vigor del texto constitucional.
A nivel de legislación ordinaria, además del supuesto paradigmático del art. 304 TRLS de 1992, la acción pública
aparece regulada: art. 47.b) de la Ley de Caza; art. 58 de la Ley de Pesca; art. 20.1 de la Ley General para la
defensa de Consumidores y Usuarios; art. 8 LPH; art. 47.3 de la Ley 2/1982, de 12 de mayo, del Tribunal de
Cuentas; art. 109 de la Ley de Costas; en general, todas las Leyes sobre protección medioambiental; Leyes
reguladoras de algunos Parques Nacionales: Doñana, Tablas de Daimiel, Garajona, Caldera de Taburiente,
Timanfaya, Salinas de Ibiza, Islas de Freús y las Salinas de Formentera, Marismas de Santoña y Noja.
3.º) Como quiera que en los casos de acción pública el recurrente puede condu-
cirse al margen de todo derecho personal o interés legítimo, podrá deducir preten-
siones de anulación o de adopción de medidas que impliquen el reconocimiento
de la legalidad infringida, pero no pretender el reconocimiento de una situación
jurídica individualizada. La reivindicación de pretensiones de plena jurisdicción
sólo es dable si bajo la corteza de la acción popular asoma además la protección
de un status jurídico personal.
(66)
El actor que ejercita la acción popular no podrá tampoco :
• Recurrir actos de trámite que no decidan el fondo del asunto o determinen
la imposibilidad de continuar el procedimiento, puesto que éstos sólo son recu-
rribles cuando producen indefensión o perjuicio irreparable a derechos o inte-
reses legítimos ( art. 25.1 LJCA).
• Impugnar la inactividad de la Administración, puesto que esto sólo es posible
cuando en virtud de una disposición general que no precise de actos de aplica-
ción o en virtud de un acto, contrato o convenio administrativo, esté obligada
a realizar una prestación concreta a favor de una o varias personas determina-
das ( art. 29.1 LJCA).
• Impugnar las vías de hecho de la Administración, facultad igualmente reser-
vada a los interesados ( art. 30 LJCA).
• Solicitar la extensión a terceros de los efectos de la sentencia, facultad
igualmente reservada a los interesados ( art. 110 LJCA).
Estas limitaciones no deslucirán en cambio la facultad de quien litiga en ejercicio
de a acción popular para instar, en cualquier estado del proceso, la adopción de
medidas tendentes a asegurar la efectividad de la sentencia — art. 129 Ley
29/1998—, so pena, en otro caso, de dar al traste con la razón de ser que justifica
el reconocimiento de la acción pública. Por lo mismo, «(...) el actor que ejercita la
acción popular tiene facultades para, si la Administración realizar alguna actividad
que contraviniera los pronunciamientos del fallo, instar al juez o tribunal la reposi-
ción de la situación al estado exigido por el fallo ( art. 108.2 Ley 29/1998)» y, por
supuesto, para promover la ejecución forzosa de la sentencia.
4.º) Sin necesidad de legitimación especial, la acción pública habilita para esgrimir
en vía administrativa y judicial cuantas acciones resulten pertinentes para exigir
el cumplimiento de la legalidad y, como antes veíamos, para compeler a la Admi-
nistración para que disponga las necesarias para el restablecimiento de la vulne-
rada.
(66) SALA SÁNCHEZ, P. y XIOL RÍOS, J. A., Práctica Procesal contencioso-administrativa, op. cit., pág. 316.
(67) Ante la presunción de buena fe que rige en nuestro Derecho, lo difícil será probar que ese abuso existe; conclusión
a la que habrá de llegarse aplicando al supuesto de hecho los elementos conceptuales exigidos por el art. 7.2
Cc. Pese a las dificultades probatorias, la jurisprudencia ha declarado contrarios al art. 11 LOPJ y 247 LEC: el
ejercicio de la acción popular con el único objetivo de buscar compensaciones económicas en vez de buscar
el bien general; también cuando de la acción emprendida se derivan únicamente daños para un tercero no im-
prescindibles para el beneficio de la comunidad «que es el fundamento mismo de la acción pública»; STS de
22 de enero de 1980. Con relación a este último supuesto, conviene puntualizar, sin embargo, que el deseo de
venganza no se considera constitutito de abuso de derecho cuando se denuncien reales infracciones formativas;
SSTS de 17 de diciembre de 1980 y 26 de junio de 2006.
(68) En puridad técnico dogmática, se trata no se supuestos de no legitimación sino de prohibiciones legales; LEGUINA
VILLA, J. y SÁNCHEZ MORÓN, M., Comentarios a la Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa, op. cit.,
pág. 152; NAVARRO PÉREZ, J. L., Las partes en el proceso contencioso-administrativo (Estudio sistemático
de los arts. 18 a 24 de la Ley 29/1998, de 13 de julio), op. cit.
(70) LEGUINA VILLA, J. y SÁNCHEZ MORÓN, M., Comentarios a la Ley de la jurisdicción contencioso-administra-
tiva, op. cit., pág. 152 y 153.
Aplicando a contrario sensu este planteamiento, la STS de 2 de junio de 1995 afirma: «el ordenamiento jurídico
positivo dota a la Seguridad Social de personalidad jurídica propia e independiente de la del Estado, lo que
acarrea la consecuencia de su no identificación con la esfera de la Administración General del Estado y por
ende la posibilidad de impugnar actos atribuibles a los órganos arbitrales específicos pero incardinados en dicha
Administración Estatal».
(71) A este respecto, interesa recordar que la jurisprudencia del TS ha estimado que el cumplimiento del requisito
del voto en contra no puede considerarse cumplidamente satisfecho si el miembro del órgano colegiado no ha
asistido a la sesión en la que el acto o acuerdo se hubiere adoptado o simplemente se hubiere abstenido, sino
que es preciso que haya expresado inequívocamente un voto contrario; STS de 7 de noviembre de 1985 y 22
de octubre de 1992.
de formación de voluntad del órgano que dictó el acto de que se trate contradigan
palmariamente la posterior actividad impugnatoria, cosa que se produciría cuando
no se hubiese puesto objeción alguna al acuerdo o cuando, incluso, se hubiera
votado a favor de su adopción».
A tenor de esta lectura del precepto que analizamos, en los casos de voto secreto
cabe presumir que los actos o disposiciones que así se adopten sólo podrán im-
pugnarse por los miembros de la corporación que de algún modo hubieran hecho
constar su oposición al acto o acuerdo; STS de 9 de junio de 1987.
Por su parte, el art. 20.b) Ley 29/1998 rechaza la legitimación del particular que
actúa como alter ego de la Administración para accionar contra la organización
cuyos intereses representa y defiende impugnando las actuaciones desarrolladas
por él en marco de la relación de mandato o delegación.
Por último, la letra c) del art. 20 considera no legitimadas a «las Entidades de
Derecho público que sean dependientes o estén vinculadas al Estado, las Comu-
nidades Autónomas o las Entidades locales, respecto de la actividad de la Admi-
nistración de la que dependan». Se exceptúan, sin embargo, «aquellos a los que
por Ley se haya dotado de un estatuto específico de autonomía respecto de dicha
Administración».
Tal y como su misma literalidad deja entrever, la restricción gira en torno al con-
cepto anfilar de dependencia o vinculación a la Administración matriz. La prohibición
garantiza así no la inmunidad de todos actos o resoluciones de la Administración
matriz sino sólo la de aquellos que hubieran sido dictados en ejercicio de las fun-
ciones específicas de control, dirección o tutela sobre el ente dependiente; por el
contrario, aquellos que comprometan o incidan en la esfera de derechos o intereses
legítimos de los organismos vinculados o dependientes al margen de la fenome-
nología de la relación de sujeción especial, podrán ser recurridos por el tutelado
de acuerdo a las reglas generales de legitimación del art. 19. De la misma manera,
la falta de sujeción especial cuando la Ley dota al Ente u Organismo tutelado de
un estatuto específico de autonomía respecto de la organización matriz, explica
la previsión excepcional del art. 20.c) in fine haciendo decaer el veto a la legitima-
ción de aquella entidad vinculada o dependiente.
(72) Y resolución que tuviera reconocida una fuerza análoga: resolución judicial que apruebe una transacción judicial
o un acuerdo alcanzado en el proceso.
(73) Esta ampliación de los sujetos legitimados a intervenir ya se contemplaba en el art. 110 LJ 56, al reconocer le-
gitimación no sólo a las partes litigantes que habían comparecido en juicio sino también a las partes afectadas.
(74) El legislador respalda sí los planteamiento de ruptura de la ecuación parte interesada en la ejecución/parte liti-
gante patrocinados por una antigua jurisprudencia del TS (sentencias de 8 de enero de 1943, 21 de noviembre
de 19576 o 10 de octubre de 1959) y, en época más próxima, por la STC 4/1985, de 18 de enero, auténtico
leading case sobre este tema.
(75) No cabe, por ello, que el Juzgado o Tribunal declaren de oficio la apertura de los trámites de la ejecución forzosa.
(76) Como regla general, dos meses desde la comunicación de la sentencia al órgano que hubiera realizado la acti-
vidad objeto de recurso, salvo que la sentencia fije expresamente otro distinto —mayor, en el caso del art. 71.1.c)
Ley 29/1998; menor, en el del 104.3—.
(77) «(...) el artículo 103 de la Ley de la Jurisdicción, en sus apartados 4 y 5, permite que en el procedimiento de
ejecución, resolviendo un mero incidente en él planteado, se declare la nulidad de actos o disposiciones admi-
nistrativas distintas, claro es, de las que ya fueron enjuiciadas en la sentencia en ejecución. Pero para ello exige,
no sólo que el acto o disposición sea contrario a los pronunciamientos de dicha sentencia, sino, además, que
se haya dictado con la finalidad de eludir su cumplimiento. El precepto contempla, pues, un singular supuesto
de desviación de poder, en el que el fin perseguido por el acto o disposición no es aquél para el que se otorgó
la potestad de dictarlo, sino el de eludir el cumplimiento de la sentencia»; STS de 21 de junio de 2005.
(78) MENÉNDEZ PÉREZ, Segundo, «Ejecución de sentencias», en la obra colectiva Ley reguladora de la Jurisdicción
contencioso-administrativa (Doctrina y jurisprudencia), op. cit., pág. 674.
(79) Art. 72.2 LJCA: «La anulación de una disposición o acto producirá efectos para todas las personas afectadas.
Las sentencias firmes que anulen una disposición general tendrán efectos generales desde el día en que sea
publicado su fallo y preceptos anulados en el mismo periódico oficial en que lo hubiera sido la disposición anu-
lada».
(80) Dada su significación cuantitativa y cualitativa respecto de lo que es ahora objeto de análisis, es pertinente traer
a colación la ya clásica jurisprudencia del TS según la cual tratándose de obras realizadas al amparo de una
licencia que contraviene las normas urbanísticas, la anulación de ésta comprota indefectiblemente la obligación
de demolición de aquéllas, de suerte que «ni la sentencia que acuerde ésta —demolición— aunque no hubiera
sido pedida, es incongruente ni se rebasa el sentido del título ejecutivo cuando se ordena tal demolición en la
fase de ejecución pese a que el título sólo contuviera explícitamente el pronunciamiento anulatorio»; SSTS de
29 de noviembre de 1995, 3 de julio de 2000, 19 de noviembre de 2001, 26 de julio de 2002.
(81) «La estimación de pretensiones de reconocimiento o restablecimiento de una situación jurídica individualizada
sólo producirá efectos entre las partes. No obstante, tales efectos podrán extenderse a terceros en los términos
previstos en los artículos 110 y 111»; art. 72.3.
El art. 518 de ese texto dispone: «la acción ejecutiva fundada en sentencia, en resolución judicial que apruebe
una transacción judicial o un acuerdo alcanzado en el proceso o en resolución arbitral caducará si no se inter-
pone la correspondiente demanda ejecutiva dentro de los cinco años siguientes a la firmeza de la sentencia o
resolución».
Junto a la postura clásica de quienes se aferran al art. 1964 Cc en el entendimiento de que el inicio en sí mismo
de la ejecución en el orden contencioso-administrativo no es a instancia de parte, el art. 518 LEC ha dado lugar
a una nueva corriente de opinión favorable a la extensión de su ámbito de aplicación también al proceso con-
tencioso-administrativo y, por tanto, la sujeción de la demanda ejecutiva fundada en sentencia —o resolución
equivalente— al plazo de caducidad de cinco años. Al tiempo de escribirse estas líneas, ninguna de las dos
tesis doctrinales ha logrado dominar y desplazar a la otra.
(83) Dos sentencias del TS de la misma fecha —20 de junio de 2005— dejan entrever la indiligencia en la personación
en la fase declarativa como eventual óbice a la legitimación en fase ejecutiva de sentencia. Más explícitamente,
el Auto del TS de 16 de noviembre de 1999 niega la legitimación para promover el incidente de ejecución de
sentencia de quien no fue parte en el proceso declarativo pudiendo haberlo sido.
IV. Bibliografía
1.— CONDE MARTÍN e hijas, «Jurisdicción Contencioso-Administrativa», Comen-
tarios a la Ley 29/1998, de 13 de julio, Reguladora de la Jurisdicción Contencioso-
Administrativa, El Consultor de los Ayuntamientos y de los Juzgados, Madrid,
1998.
2.— CORDÓN MORENO, Faustino, El proceso contencioso-administrativo confor-
me a la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la jurisdicción contencioso-ad-
ministrativa, Aranzadi, 2.ª ed., Elcano, 2001.
3.— FENOR DE LA MAZA y CORNIDE QUIROGA, A., «Nuevas perspectivas en
el proceso contencioso-administrativo» en Las medidas cautelares, Montecorvo,
Madrid, 1997.
4.— FERNÁNDEZ FARRERES, G., «Interés competitivo, comercial o industrial e
impugnación directa de disposiciones de carácter general», REDA, núm. 22, 1979.
5.— GARBERÍ LLOBREGAT, José, La nueva ley de la jurisdicción contencioso-
administrativa: estudio y aplicación práctica de la Ley 29/1998, Constitución y
Leyes, Majadahonda (Madrid), 1999.
(1)
RUIZ RISUEÑO, Fco., El proceso contencioso-administrativo. Ley 29/1998, de 13
de julio, reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa, Colex, Madrid,
3.ª ed., 1999, pág. 180. También, NAVARRO PÉREZ, J. L., Las partes en el pro-
ceso contencioso-administrativo (Estudio sistemático de los arts. 18 a 24 de la
Ley 29/1998, de 13 de julio), Ed. Ibarra de Arce, S. L., Córdoba, 2000, pág. 19.
(2)
La norma sustituye a la LJ de 1956 no de manera traumática o en términos de
ruptura. Al contrario, profundiza en el camino de judicialización de la actuación
administrativa emprendido por el texto de 1956 integrando lo que de positivo tiene
el precedente con la incorporación de una serie de medidas de índole orgánica y
funcional tendentes a descongestionar la situación de auténtico colapso en la que
se encontraba la justicia contencioso-administrativa.
(3)
Aspiración ésta que, sin embargo, no se lleva en su plasmación positiva a sus úl-
timas consecuencias. Un comentario sobre los puntos débiles de esta traslación
podemos encontrar en LAVILLA RUBIRA en «Las directrices fundamentales de
la nueva Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa», en la obra colectiva
Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa. Estudio sistemático, Benigno
PENDÁS GARCÍA (Coord.), Ed. Praxis, Barcelona, 1999, pág. 11; GARCÍA
FERNÁNDEZ, Javier, «La Ley reguladora de la jurisdicción contencioso-adminis-
trativa y la Constitución», Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa. Estudio
sistemático, op. cit., págs. 37 a 56; CORDÓN MORENO, Faustino, El proceso
contencioso-administrativo conforme a la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora
de la jurisdicción contencioso-administrativa, Aranzadi, Elcano, 2001, 2.ª ed., pág.
122.
(4)
Incluida la legislación delegada respecto de aquellos elementos de la norma no
protegidos por el rango de Ley establecidos por la Ley delegante.
(5)
Aunque exceda con mucho el objeto limitado del trabajo, conviene una llamada
de atención sobre el peligro que entraña la automática equiparación entre sujeto
pasivo de la jurisdicción contencioso-administrativa y el nomenclátor de Adminis-
traciones Públicas formalmente positivado en los textos legales.
En relación con esto y la penetración del sintagma de la forma jurídica en la deter-
minación del régimen jurídico aplicable a una persona jurídica, vid. GONZÁLEZ
VARAS IBÁÑEZ, S., Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Admi-
nistrativa (Ley 29/1998, de 13 de julio) adaptados a la nueva concepción subjetiva;
Tecnos, Madrid, 1999, págs. 53 a 67; ORTIZ VAAMONDE, S., El levantamiento
del velo en el Derecho Administrativo; LA LEY-ACTUALIDAD, S. A., Madrid, 2004;
GARCÍA ANDRADE GÓMEZ, J., Derecho Administrativo en la contratación entre
dencia), BAENA DEL ALCÁZAR, Mariano (Dir.), ed. Trivium, Madrid, 1999, pág.
673.
(11)
Configurada la ejecución de sentencias, por tanto, como un espacio propio y ex-
clusivo del poder judicial, ¿qué régimen jurídico corresponde a la actuación admi-
nistrativa que se desarrolla en este contexto? En respuesta a este interrogante y
supuesta la ejecución voluntaria «en principio hay que entender que los actos
dictados (...) gozan de los efectos típicos de este tipo de acto jurídico (unilaterali-
dad, ejercicio de potestad, ejecutoriedad, etc.). Lo relevante es (...) que tales actos
no están ya presididos por el principio de división de poderes que impide un control
de oficio de los tribunales sobre esta actuación, al contrario, el elemento que in-
corpora la potestad de hacer ejecutar lo juzgado es que esa actuación administra-
tiva está plenamente sometida a la dirección del juez de la ejecución, excepto en
lo que se refiere a los poderes de intervención reservados al desencadenamiento
de la ejecución forzosa» ORTEGA ÁLVAREZ, L., «La ejecución de sentencias»,
Capítulo X de Comentarios a la Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa,
LEGUINA VILLA, J. y SÁNCHEZ MORÓN, M., Lex Nova, 2.ª ed., Valladolid, 2001,
pág. 515.
Transcurridos los plazos de ejecución voluntaria e instada la ejecución forzosa,
el art. 108 Ley 29/1998 provee a la autoridad judicial de una extensa panoplia de
medidas: «En primer lugar, puede ejecutar la sentencia a través de sus propios
medios, lo que se producirá cuando la actividad de ejecución consista en un hacer
jurídico que se derive de una situación reglada declarada en la sentencia. (...)
puede requerir la colaboración de las autoridades y agentes de la Administración
condenada, que se ponen en este caso directamente al servicio del juez o, en su
defecto, de autoridades o agentes de otras Administraciones Públicas, producién-
dose un efecto sustitutorio dirigido por el juez, donde no rige el régimen ordinario
de las relaciones interadministrativas, sino que las actuaciones de sustitución
realizadas por una Administración tercera estarán presididas por el deber consti-
tucional de colaboración con las autoridades judiciales. (...) finalmente, el juez
puede, en términos genéricos, adoptar las medidas necesarias para que el fallo
adquiera la eficacia que sería inherente al acto omitido, entre las cuales se incluye
expresamente la ejecución subsidiaria con cargo a la Administración condenada
(...)»; ORTEGA ÁLVAREZ, L., «La ejecución de sentencias», op. cit., págs. 516
y 517.
«En cambio, en las sentencias desestimatorias o de inadmisión del recurso con-
tencioso-administrativo, el tribunal no habrá añadido nada nuevo desde el punto
de vista de la incidencia ejecutiva, en relación con al situación preexistente al liti-
gio»; Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998,
VVAA, Aranzadi, 2002, 2.ª ed., pág. 879. «Si el fallo judicial es desfavorable al
promotor del recurso, la actividad judicial de ejecución se limita a la comunicación
prevista en el art. 104 LJ para que la Administración pueda continuar ejecutando
Montecorvo, Madrid, 1997, págs. 45 y 259; NAVARRO PÉREZ, J. L., Las partes
en el proceso contencioso-administrativo (Estudio sistemático de los arts. 18 a 24
de la Ley 29/1998, de 13 de julio), op. cit.
(17)
«El título legitimador no puede ya (...) condicionar el alcance del fallo, que depen-
derá exclusivamente de la relación jurídico material en juego»; SALA SÁNCHEZ,
P. y XIOL RÍOS, J. A., Práctica Procesal contencioso-administrativa, ed. Bosch,
Barcelona, 2004, V. II, pág. 274.
La fórmula del interés legítimo hace entrar en crisis el esquema de distinción
previsto en la LJ de 1956 entre las llamadas pretensiones de anulación y las de
plena jurisdicción —restablecimiento de una situación jurídica individualizada en
la terminología de la Ley de 1998— en función de la situación legitimante del re-
currente.
(18)
CORDÓN MORENO, Faustino, El proceso contencioso-administrativo conforme
a la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la jurisdicción contencioso-admi-
nistrativa, op. cit., págs. 33 y 34.
(19)
RUIZ RISUEÑO, Fco., El proceso contencioso-administrativo. Ley 29/1998, de 13
de julio, reguladora de la jurisdicción contencioso-administrativa, op. cit., págs.
187 y 188.
(20)
Destaca Emilio PUJALTE CLARIANA que en el proceso contencioso-administra-
tivo la legitimación pasiva no tiene otro valor que el de operar como requisito de
admisibilidad de la comparecencia en la medida en que asiste a la Administración
autora del acto o de la disposición combatida. Vid. Emilio PUJALTE CLARIANA,
«Las partes: capacidad, legitimación, representación y defensa, en la obra colec-
tiva», Ley reguladora de la Jurisdicción contencioso-administrativa (Doctrina y ju-
risprudencia), op. cit., pág. 180. En el mismo sentido, GONZÁLEZ PÉREZ, J.,
Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, Civitas, Madrid,
1994, 2.ª ed., págs. 313 y ss; NAVARRO PÉREZ, J. L., Las partes en el proceso
contencioso-administrativo (Estudio sistemático de los arts. 18 a 24 de la Ley
29/1998, de 13 de julio), op. cit.
En relación a esta cuestión, una vez suprimida la figura del coadyuvante, el art.
21 LJCA considera parte demandada:
a) Las Administraciones públicas o cualesquiera de los órganos mencionados
en el artículo 1.3 contra cuya actividad se dirija el recurso.
b) Las personas o entidades cuyos derechos o intereses legítimos pudieran
quedar afectados por la estimación de las pretensiones del demandante. Dado
(27)
Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998,
VVAA, op. cit,, pág. 302.
Como precisión de interés es de advertir que la sucesión procesal no es sólo
aplicable a los sujetos privados, sino también operativa —y no de manera exótica—
para las personas jurídicas públicas. En estos casos, el referente para averiguar
si la sucesión en la titularizad de una competencia, en la relación jurídica básica,
supone la correlativa en el seno del proceso o bien genera un fenómeno litiscon-
sorcial, viene dado por la norma específica conductora de las transformación en
el sistema jurídico de reparto y organización de competencias. A este respecto,
con carácter general, cabe señalar que cuando la sucesión en la titularizad ha
implicado la transformación de la entidad pública en otra diferente, la norma de
transformación se ha solido preocupar de subrogar al nuevo ente en la titularidad
de las relaciones jurídicas del extinguido; en los casos de traspaso de competencias
sin desaparición ni transformación del ente ab initio titular, «la solución más usual
ha sido la de legitimar expresa y formalmente a todos los sujetos concernidos
para comparecer en los procesos iniciados relativos o afectantes a las competen-
cias transferidas»; Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Adminis-
trativa de 1998, VVAA, op. cit., pág. 303.
(28)
TRUJILLO PEÑA, J., QUINTANA REDONDO, C. y BOLEA FORADADA, J. A.,
Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, T. I., Santillana,
Madrid, 1965, págs. 461-462.
(29)
TRUJILLO PEÑA, J., QUINTANA REDONDO, C. y BOLEA FORADADA, J. A.,
Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, T. I., op. cit.,
págs. 461-462; PUJALTE CLARIANA, «Las partes: capacidad, legitimación, repre-
sentación y defensa, en la obra colectiva», Ley reguladora de la Jurisdicción
contencioso-administrativa (Doctrina y jurisprudencia), op. cit., págs. 185 y 186.
(30)
La denegación de legitimación en vía administrativa será, obviamente, susceptible
de recurso autónomo en vía contencioso-administrativa, «con independencia de
las dudas que suscite la posibilidad de acumulación a esta pretensión de recono-
cimiento de legitimación de resolución sobre el fondo del asunto, sobre todo en
los casos en los que la administración no haya llegado a pronunciarse, ni siquiera
incidentalmente, sobre dicha cuestión o cuando pudieran existir otros interesados
en la resolución de fondo»; Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-
Administrativa de 1998, VVAA, op. cit., pág. 279.
(31)
TRUJILLO PEÑA, J., QUINTANA REDONDO, C. y BOLEA FORADADA, J. A.,
Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, T. I., op. cit.,
Dada el número de ocasiones en las que la polémica llega al TS, resulta oportuno
apuntar aquí la doctrina de nuestro Alto Tribunal acerca de lo estatuido en el
artículo 92.3 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, en relación a la sostenibilidad del
recurso de casación por el defensor de la Administración. Así, dando cuenta de
lo que es hoy una línea jurisprudencial, el Auto del TS de 22 de abril de 2004
señala: «Esta Sala ha dicho reiteradamente que tal precepto, al referirse genéri-
camente al "defensor de la Administración", a diferencia del artículo 99.3 del
Texto anterior, que contemplaba únicamente al Abogado del Estado, lo que hace
es extender esta norma singular a todas las Administraciones públicas cuando
han actuado ante la Sala de instancia representadas y defendidas por los Letrados
que sirven en los servicios jurídicos de las mismas —ex artículo 447 de la LOPJ—,
no cuando, como aquí ha ocurrido, lo hacen confiriendo su representación a un
Procurador apoderado al efecto, pues en tal caso la Administración se encuentra
sujeta, como cualquier otro litigante, a la carga de personarse y formular ante esta
Sala el escrito de interposición del recurso dentro del término legal del emplaza-
miento efectuado por el Tribunal "a quo", como con carácter general preceptúa el
artículo 92.1 de la Ley de esta Jurisdicción.
En otras palabras, el artículo 92.3 es una norma singular, referida exclusivamente
a quien ostenta "ex lege" la representación y defensa de la Administración y actúa
procesalmente en este doble concepto.
Téngase en cuenta que atribuye la cualidad de "recurrente" al propio "defensor
de la Administración", identificándolo con ésta, del mismo modo que lo hacía el
artículo 99.3 de la Ley anterior respecto del Abogado del Estado, identificación
que solo puede cobrar sentido referida a los letrados que, estando al servicio de
la Administración pública, tienen como cometido específico ostentar la represen-
tación y defensa en juicio de la Administración en cuantos asuntos ésta sea parte;
sin que sea posible, finalmente, olvidar que la interpretación favorable a la admisión
del recurso tiene también el límite de ser jurídicamente aceptable, ya que el derecho
a la tutela judicial efectiva es garantía de todas las partes del proceso, no sólo de
una de ellas (STC 109/1987, de 29 de junio), por lo que no puede forzarse la in-
terpretación de las normas al extremo de desconocer los limites que al recurso
mismo impone el legislador.
En este mismo sentido ya se ha pronunciado esta Sala, entre otros, en Autos de
22 de mayo de 2000 (recursos 5859/99 y 6756/99), 20 y 27 de noviembre de 2000
(recursos 3099/00 y 1139/00), 22 de enero de 2001 (recurso 569/00), 19 de febrero
de 2001 (recurso 2407/00), 21 de mayo de 2001 (recurso 7019/00), 4 de junio de
2001 (recurso 1697/00), 11 de junio de 2001 (recurso 4797/00) y 3 de febrero de
2003 (recurso 2619/2002), declarándose desiertos, por las mismas razones, los
recursos de casación preparados por los Ayuntamientos de Madrid (recursos
6756/99, 569/00, 3099/00, 1697/00 y 4797/00), de Vilaboa (recurso 2407/00),
Oviedo (recurso 1139/00), Pontevedra (recurso 5859/99), Palencia (recurso
7019/00) y Boadilla del Monte (recurso 2610/2002)».
(51)
Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998,
VV.AA., op. cit,, pág. 287.
(52)
«Si bien es cierto que esta legitimación no se recogía en la Ley del 56, sí es cierto
que la doctrina ya había polemizado sobre la conveniencia del reconocimiento de
la misma. Rente a las figuras que defienden la aparición de la figura del Ministerio
Fiscal en el proceso administrativo, especialmente para la defensa de los intereses
de carácter general que afectan a ámbitos sociales y públicos, y en los que la
determinación de los titulares es difícil (...) otro sector de la doctrina ha puesto de
manifiesto que la intervención del Ministerio fiscal en litigios sobre intereses que
representan fenómenos complejos de carácter económico y social puede hacer
peligrar la neutralidad de esta actuación fiscal, al tiempo que dudan de la oportu-
nidad de que este Ministerio, que depende del ejecutivo, defienda intereses que
hayan sido vulnerados por la Administración»; GONZÁLEZ ESCUDERO, M.ª Te-
resa, «Las partes procesales, representación y defensa de las Administraciones
Públicas y de los órganos constitucionales», en la obra colectiva La Ley de la Ju-
risdicción Contencioso-Administrativa. Estudio sistemático, op. cit., pág. 188.
(53)
CONDE MARTÍN e hijas denomina a este supuesto como legitimación ex officio
o atribución de legitimación para evitar que pueda quedar impune el ataque a in-
tereses supraindividuales, que siendo relevantes para nuestro sistema jurídico
como fundamento del orden público y de la paz social, no se defienden por los
personalmente legitimados; vid. CONDE MARTÍN e hijas, «Jurisdicción Conten-
cioso-Administrativa», Comentarios a la Ley 29/1998, de 13 de julio, Reguladora
de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, El Consultor de los Ayuntamientos
y de los Juzgados, Madrid, 1998.
(54)
El hecho de que el legislador, en lugar de reconocer pura y simplemente la legiti-
mación activa del Ministerio Fiscal, se refiera, de manera harto imprecisa, a su
intervención en el proceso pero sin prefigurar su posición procesal, fue causa de
no pocas perplejidades interpretativas; dudas cuya superación se debe, en buena
medida, a las Memorias anuales de la Fiscalía General del Estado.
(55)
Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998,
VV.AA., op. cit., pág. 289.
(56)
SALA SÁNCHEZ, P. y XIOL RÍOS, J. A. Práctica Procesal contencioso-adminis-
trativa, op. cit., pág. 321.
(57)
(73)
Esta ampliación de los sujetos legitimados a intervenir ya se contemplaba en el
art. 110 LJ 56, al reconocer legitimación no sólo a las partes litigantes que habían
comparecido en juicio sino también a las partes afectadas.
(74)
El legislador respalda sí los planteamiento de ruptura de la ecuación parte intere-
sada en la ejecución/parte litigante patrocinados por una antigua jurisprudencia
del TS (sentencias de 8 de enero de 1943, 21 de noviembre de 19576 o 10 de
octubre de 1959) y, en época más próxima, por la STC 4/1985, de 18 de enero,
auténtico leading case sobre este tema.
(75)
No cabe, por ello, que el Juzgado o Tribunal declaren de oficio la apertura de los
trámites de la ejecución forzosa.
(76)
Como regla general, dos meses desde la comunicación de la sentencia al órgano
que hubiera realizado la actividad objeto de recurso, salvo que la sentencia fije
expresamente otro distinto —mayor, en el caso del art. 71.1.c) Ley 29/1998; menor,
en el del 104.3—.
(77)
«(...) el artículo 103 de la Ley de la Jurisdicción, en sus apartados 4 y 5, permite
que en el procedimiento de ejecución, resolviendo un mero incidente en él plan-
teado, se declare la nulidad de actos o disposiciones administrativas distintas,
claro es, de las que ya fueron enjuiciadas en la sentencia en ejecución. Pero para
ello exige, no sólo que el acto o disposición sea contrario a los pronunciamientos
de dicha sentencia, sino, además, que se haya dictado con la finalidad de eludir
su cumplimiento. El precepto contempla, pues, un singular supuesto de desviación
de poder, en el que el fin perseguido por el acto o disposición no es aquél para el
que se otorgó la potestad de dictarlo, sino el de eludir el cumplimiento de la sen-
tencia»; STS de 21 de junio de 2005.
(78)
MENÉNDEZ PÉREZ, Segundo, «Ejecución de sentencias», en la obra colectiva
Ley reguladora de la Jurisdicción contencioso-administrativa (Doctrina y jurispru-
dencia), op. cit., pág. 674.
Entre otras, vid. STS de 31 de enero de 2006.
(79)
Art. 72.2 LJCA: «La anulación de una disposición o acto producirá efectos para
todas las personas afectadas. Las sentencias firmes que anulen una disposición
general tendrán efectos generales desde el día en que sea publicado su fallo y