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Cempoala
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Cempoala

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El lector hallará una serie de reflexiones construidas desde una visión que pretende trascender los enfoques que priorizan el análisis de los materiales arqueológicos, desligándolos de sus referentes culturales y sociales. La obra se orienta hacia el examen de los vacíos cognoscitivos evidentes.
LanguageEspañol
Release dateJul 27, 2012
ISBN9786071640468
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    Cempoala - Félix Báez-Jorge

    2010

    I. Estudios arqueológicos previos

    CASI TODO LO QUE SABEMOS sobre la vida cotidiana de la antigua Cempoala se basa en datos obtenidos mediante dos tipos de fuentes: documentos etnohistóricos (las crónicas de los conquistadores y de los frailes evangelizadores) y testimonios arqueológicos (cerámica, arquitectura, escultura, instrumentos líticos, entre otros vestigios materiales).

    Ante las limitaciones de las fuentes etnohistóricas relacionadas directamente con esta ciudad, la arqueología se ha convertido en herramienta cognoscitiva fundamental. Sin embargo, en esta disciplina se han desarrollado diversas posiciones teóricas y metodológicas, las cuales han influido en las formas de trabajo en la elección de determinadas temáticas y en el énfasis en éstas, lo que ha propiciado diferentes perspectivas respecto de los procesos culturales. Una de estas perspectivas se relaciona con la búsqueda de referentes históricos mediante los cuales se pretendía difundir antecedentes civilizatorios comparables a los de los grandes países europeos, que se asumían como herederos de las civilizaciones prístinas del mundo antiguo.

    Por otra parte, desde su consolidación como Estados-nación, algunos países de América Latina aplicaron políticas de apertura económica como estrategia para el progreso. A finales del siglo XIX y principios del XX, México era un país en incipiente desarrollo, cuya economía se caracterizaba por la desigualdad social y la inequitativa distribución de la riqueza. Para atraer las inversiones extranjeras, el régimen porfirista trató de difundir la imagen de un país culto, proclive al progreso mediante la aplicación de la ciencia y la tecnología, y con gran riqueza natural e histórica. En este sentido, para la construcción de un pasado glorioso era necesario contar con el equivalente de la antigüedad clásica (la de las culturas grecorromanas) y con un referente civilizatorio que distinguiera a una nación que aspiraba a la modernidad.

    Con ese fin, la presencia de grandiosas y exóticas ciudades en el tiempo lejano podría servir como testimonio inobjetable del elevado desarrollo de nuestros pueblos autóctonos. Toda vez que la gran Tenochtitlan había sido destruida por el crecimiento de la capital novohispana, Teotihuacan alcanzó pronto una posición privilegiada entre los testimonios del pasado precolombino. ¿Qué mejor ejemplo que una ciudad con arquitectura comparable a la del lejano Egipto, con un trazo basado en ejes perfectamente orientados y una cuidadosa organización de complejos urbanísticos?

    Para celebrar el centenario de la Independencia, el régimen de Porfirio Díaz impulsó los trabajos de excavación en Teotihuacan, que fueron encomendados a Leopoldo Batres, quien se dedicó a la exploración y reconstrucción de la Pirámide del Sol, edificación sobresaliente del sitio. Otras ciudades prehispánicas apenas documentadas por los viajeros del siglo XIX empezaban a emerger de la implacable cubierta del olvido, la tierra o la selva. Contar con esos ejemplos que tanto maravillaban a los eruditos europeos era sin duda motivo de orgullo y admiración, prueba del alto desarrollo cultural que se había gestado en estas tierras. Por ello, durante el Porfiriato se formularon algunas iniciativas para la difusión y protección del patrimonio arqueológico, como la Ley sobre Monumentos Arqueológicos, publicada el 11 de mayo de 1897, donde se establece que este tipo de bienes muebles e inmuebles son propiedad de la nación. Tal ordenamiento pretendía frenar el creciente saqueo perpetrado en diferentes zonas arqueológicas del país, como fue el caso de Cempoala.

    La arqueología del Porfiriato también marca la primera etapa de exploraciones en Cempoala. Con el objeto de ubicar la ciudad que había maravillado a los invasores hispanos, el historiador veracruzano Francisco del Paso y Troncoso recopiló la información contenida en las Cartas de relación de Hernán Cortés, la crónica de Bernal Díaz del Castillo y las obras relacionadas con la evangelización de Juan de Torquemada, Diego Durán y Bartolomé de las Casas, entre otros. Casi simultáneamente a las tareas que realizara Del Paso y Troncoso, Hermann Strebel (anticuario oriundo de Hamburgo) publicó en 1884 un breve artículo sobre las ruinas de Cempoala, al cual agrega un sencillo plano del sitio. Sin haber emprendido ningún trabajo de investigación arqueológica en la zona, Strebel fundamenta sus planteamientos en las figurillas, vasijas y esculturas de piedra menores que le hizo llegar hasta Hamburgo Estefanía Salas de Broner (prominente comerciante de vainilla, originaria de Misantla, Veracruz). Strebel le enviaba dinero desde Alemania a fin de que ella pudiera obtener materiales arqueológicos de sitios y contextos controlados en el centro de Veracruz, según lo indica Annick Daneels:

    durante los años 1880 y 1890, Strebel es arqueólogo por correspondencia, acumulando y analizando un importante corpus de piezas del Centro de Veracruz, área de operaciones de la señora Salas, quien le manda informes de sus excavaciones con descripción de los estratos y de sus secuencias [Hermann Strebel: precursor de precursores…].

    Eran tiempos en los que todavía no existía ningún ordenamiento que regulara las investigaciones arqueológicas en México y valorara los hallazgos en el marco del patrimonio cultural de la nación; época convulsa en la que los saqueos eran cotidianos. Así se entiende la dura crítica que formulara Ignacio Marquina, señalando la destrucción causada por Estefanía Salas de Broner y sus ayudantes en un gran número de tumbas de Cempoala y en otros lugares del estado de Veracruz.

    Avecindado en el puerto de Veracruz en 1853, el alemán Hermann Strebel dirigió un negocio familiar de almacenaje de mercancías en tránsito; años más tarde (en 1867) retornó a su país natal. Aficionado a coleccionar conchas, Strebel fue animado por Carl H. Berendt en el interés por las antigüedades mexicanas. Examinando su papel de precursor en la arqueología mexicana, Daneels indica:

    Herman Strebel es una figura muy poco conocida en la arqueología de Veracruz, a pesar de ser el primero en estudiar el centro del estado a partir de sus materiales arqueológicos y haber puesto la primera secuencia histórico-cultural del área en 1885. Además, fue quien interesó a Eduard Seler en México, con la consecuencia conocida que fundara en 1910 la Escuela Internacional de Etnología y Arqueología Americanas en la ciudad de México. Tuvo a su vez como consecuencia indirecta, tan importante para Veracruz, que Walter Krickeberg, alumno de Seler, realizara su tesis de doctorado sobre los totonacas, analizando y sintetizando las aportaciones de Strebel.

    Daneels señala que Strebel publicó la primera interpretación estratigráfica de una secuencia arqueológica en México (un cuarto de siglo antes de las excavaciones de Manuel Gamio en San Miguel Atzcapozalco), si bien en su aseveración no menciona los fundamentos metodológicos que marcan la enorme diferencia entre una y otra pesquisas, pues la primera se realizó sin ningún estudio en el terreno (por correspondencia, como lo indica la citada autora), mientras que la investigación de Gamio (orientada por Franz Boas) siguió estrictamente los lineamientos del análisis estratigráfico. A la luz de estas ideas debe leerse el interrogante formulado por Daneels:

    ¿Por qué se olvidó a una figura tan importante en la arqueología de Veracruz? Por una parte, porque nunca se le tradujo del alemán; por otra, a causa de un esnobismo académico, ya que era negociante y no universitario; y por último, porque fue un extranjero en un país que a través de la Reforma y la Revolución se forjaba una identidad nacional basada en un pasado mexicano.

    Es indudable la importancia de los materiales arqueológicos que Estefanía Salas de Broner envió a Strebel. Según lo indicado por Annick Daneels, el anticuario vendió su colección de Ranchito de las Ánimas y Cerro Montoso al Museo Etnológico de Berlín (entonces dirigido por Adolf Bastian), en el cual Eduard Seler ingresó a colaborar como voluntario en la sección americana. La autora afirma que de acuerdo con Strebel […] fue la razón por la que el joven Seler empezó a interesarse también en la arqueología del centro de América, y no solamente en la lingüística y los códices.

    En 1891 la localización arqueológica de Cempoala despertó enorme interés en los círculos académicos. Se explica así que la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública creara una Comisión Científica Exploradora, dirigida por Francisco del Paso y Troncoso, entonces director del Museo Nacional. En los trabajos de esa comisión participaron también Jesús Galindo y Villa, y los oficiales de ingenieros Pedro R. Romero y Fernando del Castillo. La expedición llegó a un paraje casi despoblado, llamado entonces El Agostadero, y descubrió (bajo una densa cubierta de tierra y vegetación tropical) varios conjuntos de edificios que fueron identificados como los recintos descritos por los conquistadores europeos.

    El extraordinario hallazgo inauguró una etapa trascendente para la historia antigua de México. Del Paso y Troncoso fue invita do a integrar la Junta Colombina,¹ que participaría en los actos mundiales que el gobierno español organizara para promover el comercio mundial e ilustrar la historia de los países americanos a la llegada de Colón. Por tal motivo, Del Paso y Troncoso excavó el sitio y extrajo varios objetos arqueológicos que fueron exhibidos en el marco del IV Centenario del Descubrimiento de América, celebrado en 1892 en Madrid. De esa manera, como lo expresara Ignacio Bernal, se pretendía hacer patente la indiscutible importancia del Egipto americano. En estas actividades internacionales, convertidas en foros comerciales, científicos, tecnológicos y culturales, el gobierno porfirista encontró un escaparate ideal para dar a conocer la magnificencia del pasado precolombino y, sobre todo, para pregonar los adelantos de una administración moderna y abierta al comercio internacional que aspiraba al reconocimiento de las grandes potencias para sostenerse. Cabe señalar que Francisco del Paso y Troncoso realizó otras exploraciones, coordinando la Comisión Científica Exploradora; dirigió los levantamientos topográficos y documentó el estado de antiguas ciudades (como Cempola y El Tajín) con dibujos y fotografías, además de emprender excavaciones para extraer materiales arqueológicos. El 16 de mayo de 1891 concluyeron las tareas en Cempoala, que aportaron también un excelente plano del sitio levantado: el capitán segundo Pedro P. Romero y el teniente Fernando del Castillo identificaron un total de 12 sistemas amurallados, de los cuales actualmente sólo se conservan tres y restos escasos de otros. Se sumó a la misión el destacado artista plástico José María Velasco, quien, según Omar Ruis, plasmó algunas de las imágenes más impactantes de Cempoala, la visión de las ruinas entre la vegetación.

    FIGURA I.1. Primera expedición arqueológica dirigida por Francisco del Paso y Troncoso en 1891

    MAPA I.1. Plano de ruinas de Cempoala levantado en los trabajos de exploración dirigidos por Francisco del Paso y Troncoso

    Los resultados de la investigación pionera fueron publicados en el Catálogo de la Sección de México, que exhibió una importante colección durante la Exposición Histórico-Americana, llevada a cabo en Madrid e inaugurada el 12 de octubre de 1892. Después de la brillante participación de la Junta Colombina de México en ese evento, nuestro país participó también en las posteriores Ferias Universales de París (1899 y 1900), en la Exposición Panamericana de Buffalo, Nueva York (1902), y en la Feria Mundial de San Luis Missouri (1904). En todas ellas, la alusión a Cempoala tuvo gran resonancia en la representación del México antiguo.

    Jesús Galindo y Villa (como ya se dijo, participante de la Junta Colombina y discípulo de Francisco del Paso) dio a conocer una serie de datos sobre este sitio en 1912, en el breve artículo titulado Las ruinas de Cempoala y el Templo del Tajín, incluido en los Anales del Museo (medio de difusión impulsado por la Escuela Internacional de Etnología y Arqueología de las Américas). Posteriormente, entre 1927 y 1928, Ceballos Novelo difundió otros textos concernientes a Cempoala. Sin embargo, la obra que más efecto causó en la investigación del pasado prehispánico regional fue sin duda Los totonaca, contribución a la etnografía histórica de la América Central, tesis doctoral escrita en alemán por Walter Krickeberg, discípulo de Eduard Seler, en la que analiza los planteamientos de Strebel. La traducción al español de esta obra (publicada en 1933) se convirtió de inmediato en fuente obligada de consulta para el pequeño grupo de investigadores mexicanos que años después sentaría las bases de la investigación institucionalizada en el estado de Veracruz.

    MAPA I.2. Mapa planimétrico. Zona arqueológica de Cempoala

    La lucha revolucionaria armada y los posteriores conflictos agrarios en la entidad suspendieron durante un largo periodo la mayor parte de las investigaciones sobre historia prehispánica, y Cempoala no fue la excepción. No obstante, la primera ciudad que los conquistadores españoles hallaron en el Nuevo Mundo nuevamente acaparaba la atención de los estudiosos y, junto con El Tajín, se convirtió en referente conspicuo del esplendor de las culturas precolombinas en la extensa franja costera del Golfo de México.

    Las bases de la arqueología regional

    A los largos conflictos revolucionarios siguió una etapa que autores como Jaime Litvak King y Manuel Gándara han llamado la Escuela Mexicana o Escuela de Reconstrucción Nacional. Ligada a los intereses del Estado, su propósito fue encontrar referentes de unificación para otorgarle identidad al nuevo proyecto de nación. Una vez más, se pensó que la arqueología podría proporcionar la raíz común de la población mexicana, distinguiéndola frente a otras naciones.² El nombre de reconstrucción nacional es, por supuesto, irónico; por un lado se refiere a la necesidad de subsanar las profundas crisis sociales que provocó la prolongada lucha armada, que deterioró todas las estructuras económicas y políticas del país, pero, por el otro, alude al intento reiterado de enaltecer la imagen monumental de las ciudades prehispánicas y coloniales, para erigirlas como joyas de la patria.

    En el ejercicio arqueológico, la intervención en las pirámides más altas y en las construcciones monumentales parecía estar plenamente justificada. ¿Qué mejor testimonio de la grandeza del pasado que el patrimonio edificado de las antiguas capitales mesoamericanas? Si los templos y palacios de nuestra antigua civilización habían sufrido los embates del tiempo y el intemperismo, entonces la arqueología debía devolverles su fastuosa fisonomía, incluso reconstruyéndolos.

    De hecho —escribió Jaime Litvak— sus reconstrucciones monumentales deben verse como la forma más clara de divulgación, maquetas a tamaño que fueron brillantemente ejecutadas. Sin importar la validez de la técnica o la exactitud de la representación, el tener la pirámide de cuerpo presente y hacer que el pueblo fuera a verla y viviera multisensorialmente la cultura antigua fue obra de esa escuela y esa obra ha perdurado.

    Entre los más claros ejemplos de esta Escuela Mexicana de Reconstrucción Nacional están los trabajos realizados por José García Payón, quien se desempeñó como jefe del Departamento de Arqueología en el Estado de México, si bien había iniciado su trabajo profesional en el estado de Veracruz hacia 1939, como investigador del recién fundado Instituto Nacional de Antropología e Historia. Plenamente identificado con los campos profesionales de la arquitectura y la arqueología, García Payón dirigió sus esfuerzos a la exploración y restauración de ciudades como El Tajín, Cempoala y Paxil. A él se debe la difusión de estos importantes centros, a los que dedicó una intensa etapa de tres años de itinerantes temporadas de trabajo de campo, que truncó brevemente para laborar comisionado en la zona arqueológica de Uxmal. Su estancia en Yucatán fue efímera y regresó a Cempoala. Según sus palabras:

    Desde el año de 1941 que me hice cargo de la exploración y estudio de la zona arqueológica he practicado numerosos sondeos para efectuar excavaciones estratigráficas y exploraciones en los núcleos de las estructuras, para conocer de una manera exacta si existió una superposición de culturas y una sucesión de épocas constructivas.

    Con apoyo del Instituto Nacional de Antropología e Historia y de la Universidad Veracruzana, José García Payón llevó a cabo la segunda investigación arqueológica en Cempoala, con el objetivo principal de explorar y reconstruir algunos edificios como los llamados Templo Mayor, Templo de Las Caritas y los conjuntos del Dios del Aire y de Los Cuates. Entre 1949 y 1951 dio a conocer sus resultados en el informe Zempoala, compendio de su estudio arqueológico y en publicaciones como Restos de una cultura prehistórica encontrada en la región de Cempoala, Arqueología de Cempoala III y Arqueología de Cempoala IV. En ellas trató de establecer una secuencia constructiva para dar cuenta del desarrollo del asentamiento a partir de cuatro etapas de auge que él cree detectar en los edificios. Este pionero también estudió el sitio de Oceloapan (hoy llamado La Calera o El Boquerón) y consolidó parte del monumental edificio posclásico dedicado al Dios del Aire, estructura semejante al templo del mismo nombre ubicado en Cempoala.

    FIGURA I.2. Edificio de Las Chimeneas

    FIGURA I.3. Anexo a la Gran Pirámide (o Templo Mayor)

    Convencido de que el desarrollo temporal y espacial del sitio sólo puede inferirse a partir de un estudio regional, García Payón trabajó explorando los sitios de Barra de Chachalacas (1951) y excavando Trapiche y Calahuite, donde encontró restos cerámicos que corresponden al Horizonte Formativo de Mesoamérica. En su libro Prehistoria de Mesoamérica (1966) asienta la posibilidad de que en esta región hayan existido dos culturas contemporáneas con distintas tradiciones cerámicas, como indica la colección de tiestos y figurillas antropomorfas de barro.

    En el marco de la Escuela Mexicana de Reconstrucción Nacional, representada por García Payón, se gesta otra corriente dedicada al estudio de la historia cultural, a la que encabezó un grupo de investigadores de origen veracruzano impulsados por José Luis Melgarejo Vivanco y Alfonso Medellín Zenil. Oriundo de Palmas de Abajo (municipio de Actopan), Melgarejo Vivanco estaba familiarizado con sitios como Villa Rica, Quiahuiztlan y Cempoala, a los que dedica su atención hasta convertirse en un estudioso autodidacta de la historia prehispánica regional. Inspirado probablemente por Los totonaca (de Walter Krickeberg), retoma la idea de estudiar a esa cultura como principal referente poblacional del centro de Veracruz. Al poco tiempo de egresar de la Escuela Normal Veracruzana (1936) laboró en Cempoala, lo cual incrementó su interés en el sitio, como se observaría en posteriores y controvertidas publicaciones, entre las cuales pueden citarse Los calendarios de Cempoala, que la Universidad Veracruzana editó en 1966. En ese ensayo el autor pretendía subrayar los avances astronómicos y matemáticos de este pueblo, basado en información etnohistórica y en cálculos obtenidos a partir de la identificación astral manifiesta en algunos edificios, como el Templo de Las Caritas.³ Durante el cardenismo, los intelectuales consideraron un deber patriótico el rescate de las raíces autóctonas, y Melgarejo Vivanco dedicó su esfuerzo a revelar el notable desarrollo civilizatorio de nuestros pueblos ancestrales, confiriendo a esta idea un enfoque regionalista, como se observa en la mayor parte de su producción bibliográfica.

    Entre 1947 y 1953, José Luis Melgarejo Vivanco fue director del Departamento de Antropología del gobierno del estado de Veracruz, que en 1957 se convertiría en el Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, gracias a una serie de gestiones del entonces rector, Gonzalo Aguirre Beltrán. Además del instituto, la máxima casa de estudios de Veracruz fundó la Escuela de Antropología y poco después inauguraría la etapa inicial del Museo, primera construcción del país diseñada ex profeso para alojar y exhibir una colección arqueológica. Desde estas tres instituciones se auspició la investigación arqueológica en numerosos sitios prehispánicos de la entidad, aunque es evidente que el centro de Veracruz recibió mayor atención por parte de los investigadores adscritos al Instituto de Antropología, entre quienes puede citarse a Alfonso Medellín Zenil, Manuel Torres Guzmán, Ana Bertha Cuevas, Mario Navarrete y Ramón Arellanos Melgarejo. Este grupo excavó varios sitios cercanos a Cempoala, como Quiahuiztlan, El Viejón, Remojadas, Loma de los Carmona, Carrizal, Paso de Ovejas, Buena Vista, La Antigua o Caño Prieto, entre otros. Todos ellos partieron de la idea de identificar los repertorios materiales,

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