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haciéndolo caer al suelo. Que, en ese contexto, la chica se colocó entre ambos
sujetos a fin de evitar que prosiga la golpiza –incluso empujando al agresor a tal
fin–, y es así que éste, con un movimiento circular con el brazo derecho donde
tenía el arma “...la quiso sacar del medio... y le disparó...”, aunque sin apuntarle.
El juez destacó asimismo que si bien la testigo Villagrán dijo no haber observado
quién llevó consigo el arma de fuego al lugar del hecho –ni quien la disparó, ni en
qué circunstancias–, no debe perderse de vista que la menor información
proporcionada por esta testigo obedece a que, como ella misma afirmó, en el
momento preciso en que se produjo el disparo ella estaba “de espaldas” y que
recién allí vio por primera vez el arma de fuego –en poder de Arce–, agregando
que incluso después del disparo éste siguió golpeando a Quiroga con la culata del
arma en la cabeza, para darse a la fuga inmediatamente. En suma –concluye el
magistrado–, aparece claro del primer testimonio que Arce llevaba el arma, que
con ella agredió inicialmente a Quiroga en su cabeza, que la mantuvo en su poder
mientras luchaba con Evelyn, y que finalmente le disparó a ésta, al intentar
sacarla del medio. Que ello confirma, en lo fundamental, la versión
proporcionada por Quiroga a fs. 10, 111/112 y 229, no sólo en cuanto a las
lesiones corporales que sufriera –corroboradas, además, por el informe médico de
fs. 21, y hasta por el testimonio del padre de la menor de fs. 109–, sino también
en lo relativo a la dinámica de la acción que concluyera con el disparo mortal,
específicamente en torno a la ubicación de la víctima y del autor del hecho.
Mientras que el segundo relato, lejos de contradecir lo anterior, lo reafirma –
verdad que parcialmente, habida cuenta el menor grado de percepción
evidenciado por esta testigo–, coadyuvando a desvirtuar por completo, por lo
demás, la posición exculpatoria asumida por el mencionado imputado.
Con relación a la explicación inicial que diera Quiroga en torno al motivo
que, en apariencia, perseguía el agresor –a quien primeramente dijo no conocer y
que este ‘desconocido’ habría cometido un intento de robo en su perjuicio–, el a
quo destacó que ello fue debidamente aclarado por el mencionado testigo a fs.
112/vta., cuando expresó que, al momento de ocurrir el hecho, él “...creyó que se
trataba de un asalto, por eso le manifestó eso a ambas familias...”, y que recién
cuando en la comisaría reconoció las fotos del agresor como correspondientes al
prevenido Arce cayó en la cuenta de “...dónde podía provenir el problema, es
decir, por lo de su hermano Jesús...”. Consideró asimismo que el cambio
experimentado en ese aspecto de su versión resulta lógico habida cuenta que el
hecho fue cometido por un sujeto que, al interceptarles a él y a su novia
subrepticiamente en la oscuridad, cubría de cierta manera su rostro, y de allí que
sea razonable que no haya advertido de quién se trataba.
Respecto a la calificación legal del hecho, el magistrado también coincidió
con la asignada por la fiscal de instrucción (homicidio agravado por el empleo de
arma de fuego, presuntamente cometido con dolo eventual), indicando sobre el
particular que la tesis de la impugnación parte de una premisa falsa, cual es el
hecho de sostener que Arce no tuvo manera de conocer a priori que, en el lugar
del hecho, aparecería un arma de fuego, y que ésta sería disparada. El error,
sostiene el juez, deriva de que dicha circunstancia se encuentra ampliamente
desvirtuada en la causa, pues, como se estableció anteriormente, fue el propio
imputado quien se hizo presente en el lugar “...munido de un arma de fuego,
cargada y apta para el disparo...”, y de allí que no pueda admitirse que éste no
pudo representarse los posibles resultados que se generarían (o que podrían
generarse) a raíz de la utilización, incluso en forma impropia, de una arma con
esas características, máxime “...tratándose de un hecho violento...” que él mismo
premeditó y ejecutó temerariamente. Sostuvo asimismo que, aun cuando se
sostenga que el propósito de Arce no haya sido inicialmente el de matar y que el
resultado lesivo no era de su agrado, es evidente que, con todo, “...menospreció la
posibilidad de las consecuencias letales de su accionar, consintiendo la
eventualidad de su producción...”, es decir, que obró a sabiendas de la posible
.
proceso penal es, obviamente, una de esas garantías cuya jerarquía superior –por
el valor que protege– y cuya importancia –por el gravamen irreparable que
provoca su denegación– autoriza la excepción establecida por los precedentes
citados, por las razones allí expuestas. De allí que, en el presente caso, aunque el
apelante al interponer el recurso no haya incluido entre los puntos de agravio el
pedido de que se revise lo relativo a la libertad de su defendido, dado que esa
solicitud sí puede inferirse de los argumentos vertidos al momento de
fundamentarse por escrito el recurso, es que corresponde considerarla en esta
sede y expedirse al respecto. En consecuencia, en primer lugar se analizará lo
referido al mérito sustantivo reunido en la presente causa (existencia del hecho,
participación del imputado y calificación legal asignada a aquél) y, en segundo
término, lo concerniente a la solicitud de revocación de la prisión preventiva
impuesta al imputado Arce por inexistencia de peligro procesal concreto
V) Tras un minucioso estudio de las constancias de autos concluimos que
el recurso interpuesto por la defensa del prevenido Arce debe ser rechazado, sin
perjuicio de lo que, de oficio, se dirá respecto de la calificación legal del hecho.
En efecto, en términos generales observamos que al fundamentar la defensa por
escrito los agravios introducidos –de idéntica naturaleza a los interpuestos como
motivo de oposición, como hemos visto ya– el impugnante expuso sus
fundamentos en un orden argumental similar al utilizado en la oposición,
resultando que la compulsa de los escritos defensivos revela que guardan entre sí
sustancial similitud.
Pues bien, dichos fundamentos ya han sido considerados por el señor juez
de control –como queda claro en la resolución impugnada, en la que se hace
referencia a cada uno de los agravios del impugnante– y han recibido por lo tanto
una respuesta concreta por parte de la jurisdicción. Es cierto que, con el
argumento de que un tribunal superior en jerarquía puede valorar de distinta
manera el mismo razonamiento expresado por el impugnante ante un inferior,
bien puede fundarse válidamente la pretensión de que nada impide que se solicite
en esta sede la revisión de una resolución anterior en función de argumentos
impugnativos ya utilizados. Pero no lo es menos que, en los hechos, si el apelante
no ofrece nuevos argumentos, sólo en casos excepcionales resultará factible
disentir desde esta alzada con lo ya resuelto al respecto por tribunales que, como
sucede con los juzgados de control, han tenido oportunidad de revisar
minuciosamente todas las constancias de autos. De allí que, salvo supuestos de
manifiesto error en la valoración fáctica o jurídica por parte del inferior –lo cual
no sucede en el caso sub examine, sin perjuicio de lo que se dirá a continuación
en torno a la calificación legal del hecho–, la ausencia de argumentos
sustancialmente nuevos en el recurso de apelación conducirá, por regla, a su
rechazo en esta sede. En tal sentido, no basta que el recurrente simplemente
exprese, formalmente, que sus argumentos son nuevos, sino que dicha novedad
debe poder inferirse objetivamente y en términos sustanciales del contraste entre
las impugnaciones interpuestas, y ello es precisamente lo que no es posible
concluir aquí. Por otra parte, y como ya se adelantara, además de sustancialmente
nuevos los argumentos de la apelación deben tener la eficacia señalada para
lograr demostrar la equivocación del a-quo, lo cual tampoco ocurre en el
presente.
De este modo, queda claro que el apelante no brinda ningún argumento
que demuestre el error de la valoración efectuada por el a quo, sino que se limita
a realizar una serie de manifestaciones que indican su propio punto de vista en
relación con el mérito de la causa, pero que de ninguna manera ponen en crisis la
argumentación del inferior, la cual, por lo demás, resulta correcta pues constituye
una derivación razonable tanto de las constancias de autos como del derecho
aplicable, razón por la cual la compartimos en todo cuanto no fuere objeto de
modificación en lo sucesivo –como ocurre con la calificación legal del hecho, tal
como se anticipó– y nos remitimos a ella en homenaje a la brevedad. Lo expuesto
.
relación a este tópico. Pues lo cierto es que, mas allá de las palabras específicas
empleadas por estos dos testigos para describir el tipo de arma que vieron, tal
como lo admiten expresamente a fs. 24/vta. y 30, ninguno de ellos es persona
avezada en materia de armas de fuego ni tienen, al menos, un conocimiento
mínimo acerca de la forma material que ellas poseen, datos cognoscitivos que, en
un contexto de violencia temporalmente acotado, desarrollado en su totalidad en
la vía pública y en horario nocturno, les permita discernir claramente entre una y
otra clase de armas, y estar en condiciones de asegurar –y a la investigación
admitir con certidumbre dicho dato– que se trataba de una pistola y no de un
revólver, o al revés.
Para concluir esta cuestión corresponde señalar, frente a los analizados
gravámenes defensivos orientados a sostener la orfandad probatoria en la
presente causa, que a esta altura del desarrollo jurisprudencial en la provincia de
Córdoba se muestra casi ocioso reiterar lo relativo a la forma como deben ser
valorados los indicios: básicamente en forma conjunta y no aislada (en igual
sentido, los citados autos “Simoncelli”, “Capdevila”, “Galeano”, “Vargas”,
“Pompas”, “Agreda”, “Agüero”, “Córdoba” y “Carnero”, todos del TSJ, entre
otros). Basta agregar que numerosas han sido las oportunidades en las que este
tribunal abordó lo relativo al valor de la prueba indiciaria. Ya dijimos que para
que ésta, críticamente examinada, conduzca a una conclusión probable de
participación, debe permitir al juzgador –partiendo de la suma de indicios
introducidos al proceso–, superar las meras presunciones que en ellas puedan
fundarse y arribar a un juicio de probabilidad respecto a la participación del
encartado en el hecho investigado, lo que sucede en el caso de autos, en el que la
inculpación del traído a proceso no ha sido desvirtuada. En efecto, no se adecua
al sistema de la ley procesal vigente la pretensión del impugnante, en virtud de la
cual prácticamente parece exigirse certeza positiva en sentido incriminante para
que la medida de coerción se encuentre suficientemente justificada, en orden al
mérito sustantivo que la ley adjetiva exige. En la –también citada– causa
“Bachetti”, sostuvimos que: “...El estándar probatorio de probabilidad que
únicamente exige el CPP refleja justamente el ideario de que sea el juicio el que
dirima posibles anfibologías subsistentes durante la investigación preliminar, en
procura de obtener allí la certeza necesaria para condenar, debiéndose
obviamente absolver al imputado si aquella no se consigue. No debe caerse, en
consecuencia, en este error..., conforme al cual se pretende que se apliquen
durante la investigación preliminar o en su momento de clausura criterios de
certeza sólo exigibles para la sentencia posterior al juicio oral y público. El
estándar probatorio conforme al cual puede darse por superada en sentido
incriminante la etapa de la investigación penal preparatoria es, tanto por ley como
por lógica, de una exigencia menor al que se requiere para llegar válidamente a
una sentencia condenatoria. De ello resulta que, antes del juicio, no es forzoso
que toda debilidad inferencial implique ‘duda’ en sentido jurídico-procesal. Ello,
en muchos casos, puede importar ‘probabilidad’, y conformar por consiguiente
una base probatoria suficiente como para justificar la realización del juicio o la
imposición de la prisión preventiva, según el caso. Es cierto que todo esto es muy
obvio, pero no queda otro camino que recordarlo y enfatizarlo atento las
múltiples ocasiones en las que estos principios elementales parecen ser olvidados
por quienes legítimamente emplean el recurso de apelación para disentir con
conclusiones de mérito a las que se arriba durante la investigación preliminar en
esta clase de delitos ...” (en igual sentido, C.Acus., autos “Grazioli” –auto nº 1 del
06-02-2007–, “Neyra” –auto nº 85 del 29-05-2007–, y “Picone” –auto nº 130 del
31-07-2007–, entre otros).
Conforme lo expuesto, las conclusiones a las que llegan tanto la fiscal de
instrucción como el a quo, a las que nos remitimos brevitatis causae por
compartirlas (a excepción, como se anticipó, de la agravante en la que se
encuadró el hecho, cuestión que será abordada de inmediato), están apoyadas en
.
como lo han hecho otras decisiones jurisprudenciales (véase por ej. TSJ Entre
Ríos, causa “Clari”, sentencia del 15/06/04; Cámara 9ª del Crimen de Córdoba,
causa “Ruiz”, sentencia del 09/02/05, voto en minoría de la vocal Adriana
Mandelli, entre otras). La única razón por la cual aquí se declara dicha
inconstitucionalidad es la siguiente: el art. 41 bis del CP resulta inconstitucional
por violar de modo manifiesto e indudable el principio de legalidad en su
derivado específico de prohibición de leyes o sanciones indeterminadas (nullum
crimen, nullum poena sine lege certa), y ello es así porque no es de ninguna
manera claro que dicho artículo sea aplicable a los delitos a los que
paradigmáticamente –según la intención del legislador– pretende agravar:
lesiones y homicidio, en lo fundamental.
A tal punto dicha aplicabilidad resulta dudosa que existen, al menos, dos
posibilidades interpretativas de similar peso y con resultados opuestos: uno a
favor y otro en contra de la aplicabilidad de la agravante genérica a dichos tipos
penales. Esta situación de duda ha conducido, de hecho, a que, por una parte,
existan algunos pronunciamientos jurisprudenciales –como los ya citados del
TSJ– que afirman la aplicabilidad de la agravante genérica en cuestión al delito
de homicidio simple, con el argumento de que éste no prevé expresamente el uso
de arma de fuego como medio comisivo. Por otra parte, en cambio, existen
antecedentes de otros tribunales que, por considerar que el uso de arma de fuego
está previsto implícitamente como modo de comisión en el art. 79 del CP,
entienden que el art. 41 bis no es aplicable al tipo penal del homicidio simple (cf.
en este sentido Tribunal de Juicio del Distrito Judicial Norte de la Provincia de
Tierra del Fuego, causa “Vidal Yánez”, sentencia del 05/11/2003, y causa
“Fernández”, sentencia del 16/06/2004, del mismo tribunal, entre otras). Es decir,
queda claro que no se sostiene aquí que la agravante genérica es de extensión
dudosa porque existen precedentes jurisprudencias contradictorios, sino que
existen precedentes contradictorios porque es dudosa la extensión de dicha
norma.
Es cierto que una de las soluciones posibles a la cuestión de la
aplicabilidad del art. 41 bis a delitos como los aquí mencionados es más
beneficiosa para el perseguido penalmente que la otra, con lo cual toda la
discusión podría zanjarse con la elección de la alternativa más benigna a partir de
una comprensión amplia del principio in dubio pro reo, que lo torne aplicable no
sólo a casos de duda sobre cuestiones de hecho (tal su comprensión tradicional)
sino también a casos de duda sobre cuestiones de derecho o de interpretación de
la ley (a favor de esta comprensión amplia, reclasificada en rigor como “principio
pro homine”, se expiden entre otros ZAFFARONI, Eugenio – ALAGIA, Alejandro –
SLOKAR, Alejandro, Derecho penal. Parte general, 2ª edic., Ediar, Buenos Aires,
2002, p. 135). Según nuestro punto de vista, en cambio, nuestro orden jurídico
sólo recepta la máxima de que, en determinado momento procesal (el de la
sentencia), y únicamente con respecto a cuestiones de hecho, es obligatorio
decidir a favor del imputado (in dubio pro reo: CPP, art. 406, 3º párrafo; CN, art.
18). Si de lo que se trata es de un problema de interpretación de la ley, en el
sentido de que resulta dudosa su extensión, la cuestión deberá dirimirse en
función de los estándares propios del principio de legalidad, en su derivado
específico de lex certa (similar en este sentido MAIER, Julio, Derecho procesal
penal, vol. I: Fundamentos, 2ª edic., Del Puerto, Buenos Aires, 1996, pp. 501 y
ss.). Y ello significa concretamente que, si la duda es tal que no es posible
decidirse a favor de una u otra interpretación sin un considerable esfuerzo
argumentativo, la norma en cuestión debe ser declarada inconstitucional, por
resultar indeterminada. La norma, en efecto, debe ser clara (cierta) para su
destinatario, que es el ciudadano común y no el jurista. Aquel es quien debe
saber, con toda certeza, que –por poner un ejemplo relacionado con este caso–
cometer un homicidio con un arma de fuego es un delito agravado en relación con
.
un homicidio cometido con un arma blanca. Pero si una norma de derecho penal
no es claramente asequible siquiera al jurista especializado (y ello es lo que
sucede cuando resulta necesaria una compleja argumentación para fijar su
extensión), va de suyo que tampoco lo será para su destinatario.
Aquí, en definitiva, se sostiene, a modo de tesis central, que la
aplicabilidad de la agravante genérica examinada al tipo de homicidio simple (así
como a otros tipos del CP) resulta dudosa, esto es: el precepto contenido en el
primer párrafo del art. 41 bis del CP no es claro y no respeta, por tanto, el
mandato constitucional de lex certa, siendo esta la razón de su
inconstitucionalidad (si fuera claro que el art. 41 bis no es aplicable a esos tipos
penales es obvio que no sería necesario declarar su inconstitucionalidad, pues
bastaría con resolver el caso en función de lo previsto en el segundo párrafo del
mismo artículo, que justamente excluye la agravante para esos casos).
X) Las dudas señaladas provienen, de hecho, de la falta de precisión del
precepto cuestionado, y ello es producto a su vez de la inadecuada técnica
legislativa elegida para sancionarlo: la utilización de una agravante genérica, que
en este caso viola el mencionado principio de determinación no sólo por ser
genérica, sino porque produce perplejidades específicas de aplicación, tal como
luego se demostrará.
Al respecto, autorizada doctrina ha sostenido lo siguiente: “...hay que
destacar que las ‘agravantes genéricas’... tienen el déficit, desde el punto de vista
del principio nullum crimen nulla poena sine lege, sub especie ‘lex certa’, de no
vincular de modo suficientemente estrecho la descripción de la agravante... con
un hecho específico. La ley allí se relaja, sin demostrar acabadamente si lo que se
incluye como agravante genérica se enlaza realmente con el núcleo del tipo de la
parte especial... Si el juez tiene que adivinar a qué tipos penales se vincula
realmente la agravante, es porque no se cumple con la lex certa sin más ni más, es
decir, que esa regulación es contraria al principio de legalidad” (SANCINETTI,
Marcelo, Casos de derecho penal. Parte general, 3ª edic., Hammurabi, Buenos
Aires, 2006, pp. 231 y ss.; cursivas en el original). Y a ello cabe agregar: “esta
forma de construir las figuras penales, en la cual la determinación de la totalidad
de los hechos punibles queda supeditada a raciocinios ulteriores..., expone a una
represión no demarcada de antemano en sus verdaderos alcances” (NÚÑEZ,
Ricardo, Derecho penal argentino, vol I: Parte general, Bibliográfica Argentina,
Buenos Aires, 1964, pp. 109 y s.).
En efecto, respecto a la exigencia constitucional de lex certa, como
derivado directo del principio de legalidad, ya desde antiguo se ha advertido que
el principio nullum crimen sine lege, entendido sólo como sine lege praevia,
resulta demasiado limitado, pues deja indemnes a aquellos tipos penales que, no
obstante su manifiesta falta de precisión, han sido sancionados por ley con
anterioridad a la comisión del hecho. De allí la necesidad de entender que ‘lege’,
en este contexto, significa no sólo sanción legislativa anterior al hecho (praevia),
sino también “definición específica de un tipo de acción” (Beling, Soler; ver ref.
bibl. en cita sig. de este último autor), o “catálogo de delitos y penas
absolutamente circunscripto” (NÚÑEZ, op. y loc. cits.), esto es: lex certa. Con
otras palabras: “La sola existencia de ley previa no basta; esta ley debe reunir
ciertos caracteres: debe ser concretamente definitoria de una acción, debe trazar
una figura cerrada en sí misma, en cuya virtud se conozca no solamente cuál es la
conducta comprendida sino también cuál es la no comprendida” (SOLER,
Sebastián, Derecho penal argentino, vol. I: Parte general, 5ª edic. actualizada
por G. J. Fierro, TEA, Buenos Aires, 1987, p. 140; referencias a Beling en pp.
138-140).
La misma idea se expresa en los manuales actuales de derecho penal, en
los que se destaca que “el principio de legalidad no sólo exige que el presupuesto
y la sanción surjan de una norma jurídica expresa, sino además que los describan
con certeza. Los preceptos penales no pueden ser indeterminados, pues no
.
Por otro lado, no es ocioso aclarar que esa intención del legislador no ha
encontrado eco alguno en la realidad, al menos en la de esta ciudad. Es sabido
que el monto de la pena ejerce escasa o nula influencia preventiva. Y ello ha
quedado claramente demostrado en este caso en particular: en efecto, las
estadísticas oficiales de la Policía Judicial de Córdoba demuestran que, en los
casos de homicidios dolosos, el aumento de la pena generado por el art. 41 bis
para los cometidos con armas de fuego no produjo un detrimento apreciable de la
correspondiente tasa delictiva. La ley que consagró esta agravante genérica se
sancionó, como se dijo, el 22 de septiembre de 2000. Pues bien, en la ciudad de
Córdoba, antes de esta fecha, se cometieron 70 homicidios con arma de fuego en
el año 1998 y 66 en el año 1999. En el año 2000 la cantidad de homicidios con
arma de fuego baja a 50 casos, pero recuérdese que la ley se promulgó a fines del
mes de septiembre de ese año, por lo que la reducción en cuestión no puede ser
atribuida de ninguna manera a la sanción de la ley. Y esto queda demostrado, de
hecho, con la evolución de la tasa de homicidios con arma de fuego en esta
ciudad en los dos años posteriores a la sanción de la ley: 71 casos en 2001 y 69
casos en 2002. A partir de allí la tasa es sumamente irregular: registra una baja
en el año 2005 a 34 casos, pero al año siguiente (2006) sube 56 casos, en el año
2007 se registran 53 casos y en el año 2008 tiene lugar un fuerte incremento a 72
casos. Queda claro, pues, que la sanción de la ley no ha generado una
disminución apreciable de esta clase de delito, o una tendencia descendente, sino
todo lo contrario: en los dos años inmediatamente posteriores a la entrada en
vigencia del art. 41 bis la tasa de homicidios con arma de fuego incluso aumentó.
Y la irregularidad de la evolución posterior, con un claro incremento en el último
año, hace dudar seriamente de la eficacia preventiva directa de esta ley (la
estadística en cuestión puede ser consultada en la Oficina de Estadísticas y Enlace
de la Dirección General de Policía Judicial). Téngase en cuenta, además, que
estas estadísticas no discriminan entre hechos cometidos por simples particulares
y por policías, por lo que también las muertes causadas por estos últimos están
incluidas en los números citados y, en consecuencia, éstos no son un reflejo de la
cantidad de violencia privada cometida con armas de fuego. Fuera de ello, lo que
dicha estadística sí permite afirmar es que sería aventurado sostener que la
declaración de inconstitucionalidad de esta norma puede incidir en un incremento
de hechos de homicidio cometidos con arma de fuego (no se incluyen aquí los
casos de robo calificado por el empleo de ese tipo de arma porque, en ese delito –
y como ya se dijo–, ello está expresamente agravado por un artículo específico de
la parte especial del CP).
Lo cierto es que, más allá de todo ello y como se decía, el legislador, al
sancionar el art. 41 bis, ha elegido una técnica que, por su excesiva generalidad e
indeterminación, deja abiertas serias dudas respecto a la aplicación de la norma
aquí examinada a determinados delitos, entre otros el involucrado en esta causa,
i.e., el homicidio simple. Dudas que, por lo demás y como se verá, no pueden ser
zanjadas mediante una interpretación tal que evite la declaración de
inconstitucionalidad, remedio este que, como es sabido, es extremo y en
consecuencia debe ser empleado sólo cuando de ninguna manera sea factible
adecuar a la Constitución el tenor literal del texto legal en conflicto con ella
(CSJN, Fallos, 315:923). Y ello es precisamente lo que sucede en este caso, en el
cual, como ya se dijo, “la repugnancia de la norma con la cláusula constitucional
(resulta) manifiesta, clara e indudable” (Fallos, 312:851), por lo que no queda
otro camino que su declaración. Todo ello se demostrará con lo que sigue.
XII) Téngase en cuenta ante todo que el propio art. 41 bis del CP
establece, en su segundo párrafo, que “esta agravante no será aplicable cuando la
circunstancia mencionada en ella [i.e., el empleo de un arma de fuego] ya se
encuentre contemplada como elemento constitutivo o calificante del delito de que
se trate”. Pues bien, aplicada esta regla correctamente, lo que resulta –como se
verá– es lo ya dicho: sólo surgen dudas –y serias– acerca de la posibilidad de
.
aplicar el primer párrafo del art. 41 bis como agravante a algún tipo específico de
la parte especial del CP.
En este sentido, debe tenerse presente que, si bien aparece prima facie
como plausible la tesis según la cual la determinación acerca de si el empleo de
un arma de fuego está contemplado o no como constitutivo de un delito ha de
inferirse sólo a partir del texto expreso de los distintos tipos penales (tesis del TSJ
de Córdoba), no menos convincente es aquella que afirma que dicha
determinación debe efectuarse a partir no sólo de un examen gramatical de cada
tipo penal sino, también, de un análisis sistemático de todas las figuras
involucradas (tesis de los fallos citados del tribunal de Río Grande). La primera
tesis es fuerte porque se funda en la indudable claridad que surge a partir de una
mención expresa en la ley de la circunstancia en discusión. Pero la segunda tesis
también lo es, pues, de no llevarse a cabo una interpretación sistemática, podría
resultar violado el principio de razonabilidad de las leyes, derivado directo del
art. 28 de la CN, tal como lo sostiene de modo uniforme la doctrina. Se afirma, en
efecto, que “aunque el art. 28 no contiene la expresión, la doctrina y la
jurisprudencia han elaborado el principio de razonabilidad como un intento de
delimitación entre la reglamentación legítima de la que altera los derechos y
garantías... El principio interpretativo de razonabilidad... emana de una norma
operativa, por lo que resulta ineludible de aplicar por todos los órganos de poder
en el estado de derecho, entendido éste, precisamente, como estado de razón. En
efecto, si lo razonable es lo opuesto a lo arbitrario, es decir contrario a lo carente
de sustento..., una ley, reglamento o sentencia son razonables cuando están
motivados en los hechos y circunstancias que los impulsaron y fundados en el
derecho vigente” (GELLI, María Angélica, Constitución de la Nación Argentina.
Comentada y concordada, 2ª edic., La Ley, Buenos Aires, 2003, art. 28, pp. 248 y
s., cursiva agregada; en el mismo sentido CSJN, Fallos, 199:483; 312:826, entre
muchos otros). Conforme entonces a esta doctrina, el método sistemático de
interpretación, en tanto persigue precisamente evitar interpretaciones irrazonables
(cf. al respecto GIMBERNAT ORDEIG, Enrique, Concepto y método de la ciencia
del derecho penal, Tecnos, Madrid, 1999, p. 51, donde acentúa que este método
de interpretación “procura superar las posibles contradicciones entre los diversos
preceptos penales”, contradicciones que, precisamente, tornarían irrazonable a la
ley), debe –y no sólo puede– ser aplicado por los jueces, pues él constituye un
mandato derivado de una norma constitucional operativa (a favor de la aplicación
del método sistemático de interpretación se ha pronunciado reiteradamente
incluso el propio TSJ de Córdoba: cf. por ej. la causa “Abrile”, S. nº 55 del
17/06/05, entre muchas otras).
Ambas tesis son, pues, plausibles. Pero la primera conduce claramente a la
aplicabilidad del primer párrafo del art. 41 bis a los tipos de homicidio y lesiones
(entre otros), mientras que la segunda conduce a su inaplicabilidad. Esto último
aún no ha sido demostrado, por lo que se procederá a ello a continuación.
XIII) Si se aplica el método sistemático de interpretación, un resultado
posible –y a nuestro juicio tan plausible como el que se basa en el texto expreso
de cada tipo penal– es el siguiente. El art. 104 del CP establece que merecerá
pena de uno a tres años de prisión el que dispare un arma de fuego contra una
persona sin herirla, y que esa pena se aplicará igualmente si se causare una herida
a la que corresponda una pena menor, esto es, una lesión leve (CP, art. 89). Es
decir, si con un arma de fuego se dispara contra una persona y no se la hiere o se
le causa una lesión leve, la pena es de uno a tres años de prisión, por lo peligroso
que resulta el medio empleado. Si se le causa –dolosamente– una lesión más
grave (las previstas en los arts. 90 y 91 del CP) o –dolosa o imprudentemente– la
muerte (arts. 79, 84), corresponde ya que se apliquen estos últimos artículos, más
severos que el 104 (el TSJ –en la causa “Nieto”, cit.–desvincula de todas formas
a esta agravante genérica de los delitos imprudentes, por otras razones). Queda
claro, pues, que, conforme a las valoraciones efectuadas por el legislador
.
específicamente para los distintos tipos de la parte especial del CP, la utilización
de un arma de fuego no es motivo suficiente para agravar la pena que
corresponde a la causación de lesiones dolosas de cierta entidad (las graves y las
gravísimas), ni tampoco para agravar la causación dolosa o imprudente de una
muerte. Pues si la herida es mortal o alcanza determinada entidad, por imperio del
propio texto del art. 104 del CP (a la vez absorbente y subsidiario) la utilización
de un arma de fuego queda absorbida por esos otros tipos penales, de lo cual se
infiere que está contemplada en sus tipos básicos y que, por lo tanto, en virtud a
su vez del art. 41 bis, segundo párrafo, la agravante genérica prevista en el primer
párrafo de esta última norma no es aplicable a aquellos.
Es evidente entonces, que, conforme a esta interpretación sistemática,
quedaría descartada la aplicación de la agravante genérica del art. 41 bis a
cualquier hipótesis de lesiones, en tanto sean dolosas, y a cualquier hipótesis de
homicidio, doloso o incluso imprudente: si se trata de una lesión leve (provocada
por un disparo de arma de fuego), la agravante genérica no se aplicaría porque,
por imperio del principio de especialidad y por la propia letra del segundo párrafo
del art. 41 bis en conjunción con la del art. 104, correspondería aplicar este
último; y si se trata de una lesión grave o gravísima o de un homicidio doloso o
imprudente no se aplicaría porque el mismo art. 104 –que prevé la utilización de
un arma de fuego como medio– se autoexcluye en términos de subsidiariedad si el
delito que se consuma –con un arma de fuego– es más grave (por prever, ya en su
escala básica, una pena mayor, como de hecho ocurre con el homicidio simple y
las lesiones graves y gravísimas).
La conclusión a la que se arribaría conforme a esta interpretación
sistemática de la ley rezaría, pues, lo siguiente: el empleo de un arma de fuego
como modo comisivo para la causación de lesiones graves o gravísimas y de
homicidios ya ha sido contemplado en los tipos penales básicos respectivos, pues
ello es lo que resulta de interpretar dichos tipos en conjunción con aquel que
expresamente valora la utilización de un arma de fuego en contra de una persona:
el art. 104 del CP. Aun aceptándose entonces, y a solo título de hipótesis
argumentativa, la validez del primer párrafo del art. 41 bis, estaría claro, ya por
imperio de su segundo párrafo y del art. 104 del CP, que la agravante genérica
que aquel introduce no es aplicable a dichos delitos.
La cuestión, con todo, no finaliza aquí. A continuación se demostrará que
la interpretación sistemática permitiría asimismo sostener, plausiblemente, la
inaplicabilidad de la agravante genérica del art. 41 bis del CP a otros delitos
situados no tan en el centro de su supuesto ámbito de aplicación. Así, por
ejemplo, debe tenerse en cuenta que el CP, para el caso de que un arma sea
utilizada con mero fin de amedrentación (CP, art. 149 bis, 1º párrafo, última
oración), prevé una pena idéntica a la del disparo con arma de fuego (CP, art.
104): uno a tres años de prisión. Pues bien, dado que disparar contra una persona
con un arma de fuego configura una conducta de mucho mayor peligro que el
simple hecho de amenazarla con esa misma clase de arma, y que la pena para el
caso del disparo es la misma que la prevista para el caso de la amenaza, no puede
sino concluirse que el legislador, al fijar la pena de la amenaza con uso de arma,
ha incluido la hipótesis de que dicha arma sea de fuego. Y si ello –a saber: que el
empleo de un arma de fuego haya sido previsto ya como una circunstancia propia
del tipo de amenazas– es tan claro aquí, ¿por qué debería serlo menos en el caso
del homicidio o de las lesiones?
XIV) Lo que surge hasta aquí, entonces, es lo siguiente: respecto a la
aplicación del art. 41 bis al tipo de homicidio simple (y lo mismo vale para los
tipos de lesiones y amenazas agravadas), hay una tesis –que denominaremos
‘tesis de la exclusión por previsión expresa’– que conduce, plausiblemente, a su
aplicabilidad. Y otra –que denominaremos ‘tesis de la exclusión por previsión
implícita’– que, también plausiblemente, conduce a su inaplicabilidad. Hay
buenas razones tanto a favor de una de las tesis como de la otra. ¿Qué
.
abstracto para este delito parte de un mínimo de pena de 8 años de prisión, lo que
de por sí torna improcedente la condena de ejecución condicional (art. 26 del
CP).
Existiendo, pues, un pronóstico punitivo de condena efectiva, presunción
iuris tantum de peligrosidad procesal, sólo resta analizar si ella se ve enervada en
el caso concreto por alguna circunstancia específica, esto es, si el encartado
Lucero presenta condiciones distintas del común denominador de los imputados
por un delito, que no sean situaciones regulares (normales) en la generalidad de
las personas sometidas a proceso (cf. TSJ, “Nieto”, cit., con remisión a
“Montero”, s. 1 del 14/2/05, “Spizzo”, s. 66 del 7/7/06, “Mansilla”, s. 203 del
24/8/07, “Gallotti”, s. 113 del 28/9/06, “Rodríguez”, s. 137 del 31/10/06), no
advirtiendo el suscripto ninguna circunstancia particular que pueda excluirlo de
tal presunción.
De esta manera y por las razones indicadas precedentemente concluyo que
la medida de coerción se encuentra debidamente adoptada, debiendo confirmarse
la resolución apelada y declararse la inconstitucionalidad del art. 41 bis del CP –
encuadrándose la conducta de Arce en el tipo de homicidio simple del art. 79 de
dicho cuerpo legal–, con costas para el recurrente. Así voto.
Como consecuencia de la votación que antecede, el tribunal RESUELVE:
I) Por unanimidad, rechazar la apelación interpuesta por la defensa técnica del
imputado José Alberto Arce y confirmar el auto apelado, en cuanto ha sido
materia del presente recurso, con costas (arts. 550/551 CPP). II) Por mayoría,
declarar de oficio la inconstitucionalidad del art. 41 bis, primer párrafo, del CP, y
en consecuencia encuadrar la conducta intimada al imputado Arce en el delito de
homicidio simple (CP, art. 79). Protocolícese, notifíquese y bajen.