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En contraposición con

el optimismo nacional del


Salmo 121, esta ardiente
súplica refleja la opresión
en que se encontraban los
israelitas a su vuelta del
exilio babilónico (Neh. 4. 1-
5).
La reconstrucción material
y espiritual de la nación se
realizaba en medio de las
luchas más penosas.
Las bellas imágenes del v.
2 indican que sólo la
protección divina podía
ofrecer a los repatriados un
motivo de esperanza.
1. CON ISRAEL

Salmo de Peregrinación o "salmo de Subida", este poema es una joya literaria, cuyo
ritmo verbal está cincelado mediante un juego de repeticiones significativas: los ojos,
la mano, "hacia"... Piedad, hartos despreciados... El pueblo de Israel tenía conciencia
de ser un pueblo de "pequeños", de "pobres", de "oprimidos", de "despreciados". Todo
esto lo dice la palabra hebrea "Anawin" que se traduce ya por "pobre" ya por
"humilde". Lejos de abatirse por esta situación, los judíos se apoyaban en ella para
"volverse a Dios sólo": privados de todo poder político o militar, ellos "volvían los ojos
hacia el cielo".
2. CON JESÚS

Por lo que hace a la trágica súplica de los pobres "hartos de desprecios", Jesús la
vivió y la bebió hasta la última gota: murió entre injurias y burlas, desnudo, expuesto a
los sarcasmos de sus adversarios, crucificado como un esclavo.

3. CON NUESTRO
TIEMPO
"Esto es demasiado, estamos hartos de menosprecio de los soberbios". ¡Qué fuerte
es esta expresión de "golpe bajo" de aquellos que se sienten escarnecidos! Podemos
orar con este salmo, en nombre de aquellos cuya dignidad humana es despreciada,
en nombre de los "Derechos Humanos", como se dice hoy, en nombre de los "sin-
voz", en nombre de los que sufren ocultamente porque no tienen los medios de
hacerse oír en este mundo ruidoso.
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos
de sus señores, como están los ojos de la esclava fijos
en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el
Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.
Misericordia, Señor, misericordia, que estamos
saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada del sarcasmo de los
satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.
LA ORACIÓN DE MIS OJOS

Mis ojos miran hacia arriba, porque, en figura y en descripción humana, tú estás en
los cielos, y los cielos están en lo alto. A lo largo de la rutina del día, llevo de ordinario
la vista baja para ver donde piso, o mirando justo enfrente de mí, no para ver a la
gente, sino para no chocar con ella. Veo gente y tráfico, edificios y habitaciones, libros
y papeles, colores pintados y palabras impresas. Veo mil imágenes en un instante. Al
único a quien no veo es a ti. He abierto los ojos, pero siguen cerrados.

Cuando hablo con la gente, caigo en la cuenta de que mis ojos también hablan. Me
traicionan. Declaran, sin mi permiso, mis gustos y repugnancias, mi interés o mi
aburrimiento, mi placer instantáneo o mi genio enfurecido. Un guiño de los ojos puede
decir más que todo un discurso. Una mirada de amor puede encerrar más afecto que
todo un poema amoroso. Los ojos hablan en silencio, con ternura, con eficacia. Son mis
mejores embajadores
Hoy mis ojos se vuelven hacia ti, Señor. Y eso es oración. Sin palabras, sin
peticiones, sin cantos. Sólo mis ojos vueltos al cielo. Tú sabes leer su lengua y entender
su mensaje. Mirada tierna de fe y entrega, de confianza y amor. Sólo mirarte a ti.
Volver los ojos despacio hacia arriba. Siento que me hace bien. Mis ojos me dicen que
les gusta mirar hacia arriba, y yo les dejo seguir su inclinación, y acompaño la dirección
de su mirada con los deseos de mi alma. También a mi alma le gusta mirar hacia arriba,
Señor.
Desde la mañana, Señor Jesucristo, hemos
querido que nuestros ojos estuviesen
levantados hacia ti en todos los momentos de
nuestra jornada; ahora, al llegar al umbral de
la noche, te suplicamos que los ilumines, por
tu misericordia, para que podamos continuar
contemplándote en la fe, en medio de la
oscuridad de un mundo satisfecho y orgulloso.
Tú, que eres la luz del mundo y vives y reinas
por los siglos de los siglos. Amén.

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