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PERDIDOS.
No estará bien visto en esta época que los jueces, cuando han
recibido elementos para la construcción de nuevos paradigmas,
refrenden los malos hábitos que han hecho de Colombia un país de
personas individualistas, indignas, sin carácter e intolerantes. El
sueño es que nuestros jueces encarnen y desarrollen un espíritu
solidario frente a sus colegas y frente a sus asociados, evitando que
en su interior germinen el canibalismo profesional y la insensibilidad
más abominable. Lo ideal es que nuestros jueces, en aras de la
tolerancia, desmonten de su esquema de valores el dogmatismo, la
sofística de los racismos y la pretensión de superioridad de los
hombres formados en el eruditismo huero. La esperanza es que
nuestros jueces asuman sin esguinces, en procura de la
consolidación de su carácter, la responsabilidad de sus errores, y
que sean capaces, contra todos los riesgos, incluso los
burocráticos, de mantener su independencia de criterio como
enseña fundamental del ejercicio digno de su función. Lo ideal es
que los jueces sean creativos e imaginativos y que hagan de la
aventura del pensamiento uno de los símbolos de la razón de ser de
su existencia.