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El problema de la intervención del Estado en la voluntad del individuo

por Sebastián Gornall Siede

“…el Estado es, por su propia naturaleza, superior al individuo; porque si cada
individuo aislado no puede bastarse a sí mismo, todos estarán, separadamente, en el
mismo caso. Si se hallase un hombre que no pudiese vivir en sociedad o que pretendiese
no necesitar cuidado alguno, no sería propiamente un hombre, sería una fiera salvaje o
un dios”.1
Con esta noción de Estado del filósofo Aristóteles, parto este ensayo. Noción que,
si bien, a modo personal puede ser algo cuestionable en su tenor literal o por lo anticuado
de sus términos, en el fondo descubre una gran verdad. En tal sentido, esa noción ayuda
a esta tesis, por cuanto mi objetivo es cuestionar el rol que el Estado
–reflejado a través de su Poder Ejecutivo, Legislativo o Judicial, el Tribunal
Constitucional, Municipalidades, etc.- asume, o mejor dicho que se auto impone al
regular a su integrante principal: el grupo humano.
¿Cómo plantear la problemática? ¿A qué apunta? Un punto clave en esto, es
cómo un individuo, acepta la imposición de normas de conducta, el accionar (muchas
veces arbitrarias) o la infracción de derechos fundamentales por parte del Estado,
fundándose en un solo eje: el interés o bien común.
Para partir, primero debo hacer presente cuál es la noción que tenemos del Estado
o mas bien cuál es su naturaleza. En tal sentido, tomo de la mano la Escuela
Contractualista, que considera al Estado como una creación de la razón y no de la
naturaleza, cuyo origen lo conciben con la existencia de un Estado de Naturaleza pre-
social, del que sale por acuerdo racional que constituye el Pacto Social y que implica así,
el nacimiento de la sociedad. Dentro de éste punto, autores como Hobbes, Locke y
Rousseau se alinean en esta escuela. Sin embargo, a modo personal, el último es el más
importante por su obra máxima: El contrato social.
Relacionado con lo anterior, es importante precisar qué es el pacto social y cómo
éste determina el actuar del Estado respecto de sus individuos. El pacto o contrato social,
surge porque el estado de naturaleza – previo al estado de sociedad- es imperfecto, y el
hombre requiere para concretarlo de una ley normativa y de la coerción para cumplirla.
Por lo tanto, esto significa que los individuos renuncian en cierta medida a los derechos

1
Aristóteles: La Política, p.27
que tenían consagrados por la ley natural, creando poderes, dándoles legitimidad a éstos
y regulándose a sí mismos con un fin determinado. Así es, como los contractualistas
encuentran la solución de la naturaleza del Estado; el pacto social en definitiva, refleja el
que cada uno se una a todos, pero que no obedezca sino así mismo, permaneciendo tan
libre como en el estado de naturaleza.
Es ahí donde está el problema, el Estado ¿respeta la libertad del individuo,
manteniendo los parámetros que establece el contrato social? ¿El individuo sigue
permaneciendo tan libre como en el estado de naturaleza? A mi parecer, muchas veces
no, e incluso infringiendo las cláusulas del pacto en forma arbitraria. Un ejemplo claro
de esto lo encontramos en la decisión del Estado –a través de su Poder Legislativo- en
tipificar el consumo de drogas y sancionarlo con una pena, con el fin de proteger la salud
individual, bien jurídico que en definitiva persigue al bien común. Tal ejemplo, refleja la
problemática, ya que perfectamente podríamos decir ¿cuál es la diferencia entre el
consumo de drogas y el consumo de otra droga como el tabaco o el alcohol, las cuales no
están tipificadas por nuestro Derecho Penal? Da para pensar.
Relacionado con lo anterior, mi planteamiento es que el individuo es el hombre
de las sociedades democráticas modernas, y mi supuesto plantea que es el individuo el
elemento central en estas sociedades y no los grupos de población o las diferentes
comunidades que en ella conviven. Las políticas públicas que establece el Estado no
pueden contraponer al individuo y a la sociedad; la sociedad está compuesta por
individuos, y por tanto el Estado debe preocuparse por ellos en primer término. Un
Estado que propicie la implementación de políticas a favor del individuo siempre
favorecerá también a la sociedad; pero esta relación no se da en el otro sentido. Un
Estado que contemple a la sociedad como fundamental antes que el individuo generará
políticas desfavorables hacia el desarrollo de este último, por cuanto aquel Estado
generará condiciones sociales y políticas tendientes a la reproducción de la sociedad y al
mantenimiento del orden dentro de ella, y para lograr estas metas el Estado se verá
obligado a coaccionar al individuo y limitar sus conductas, que en ocasiones atentan
contra el orden social. De este modo, en estas sociedades represivas y preocupadas por el
bien de la mayoría el individuo se ve supeditado o sometido al imperio de la mayoría, en
tanto que las expresiones autónomas de los individuos tienden a desestabilizar un sistema
social basado en la coacción y el miedo. Y si un Estado atenta contra un individuo y su
libertad, atenta contra las libertades de todos los individuos. Si elimina a un ser humano
por el bien de los demás, entonces los elimina a todos. No es un asunto de números, el
problema está en que aquella coacción se representa al resto de los individuos como
posible sanción en el caso de comportamientos que reflejen la libertad individual, de
manera tal que su conducta pasará a estar estrictamente regida por aquellas
determinaciones estatales, por miedo a la muerte o a la apropiación de la libertad.
Este énfasis en la sociedad por sobre el individuo entraña problemas para este
último, por cuanto, por un lado, limita la libertad del individuo y, por otro lado, implica
serios problemas de orden práctico para las sociedades en donde el individuo ya no vive
con sentimientos comunitarios. La existencia de un Estado que coaccione a sus
individuos de modo tal que les arrebate su libertad, con el fin de asegurar la vida de sus
individuos y del sistema mismo, no tiene sentido, puesto que el Estado debe estar
construido para asegurar la existencia del individuo y no la de la sociedad, que es un ente
abstracto. Es el individuo la base de la sociedad, y ella no tiene importancia por ella
misma, solo la tiene en tanto hogar del individuo o lugar físico y simbólico en donde este
se desarrollará.
Si bien es cierto, mi postura tiene un planteamiento racional y básico respecto a la
declaración de cualquier principio, no desconozco en lo absoluto, es más, defiendo la
absoluta capacidad del Estado de normar y ejercer coerción respecto de sus individuos en
casos donde se cometan delitos, especialmente respecto de la seguridad individual, física
como síquica y respecto de la libertad individual. Es aquí donde el Derecho, juega su rol
principal, sin embargo, muchas veces en la creación y ejercicio del mismo no vemos la
aplicación de su fin último: la justicia. Esto lo puedo ejemplificar de la siguiente manera:
Sin entrar a cuestionar la tipificación del delito de aborto, ni entrar a demostrar mi
postura personal respecto a ello, sí puedo emitir un juicio respecto al rol del Estado, en la
intervención que hace a través de sus Tribunales de Justicia, cuando toma conocimiento
del comentado hecho constitutivo de delito, puesto que es de conocimiento público lo
férreo que es la máxima institución humana al impartir justicia, a través de sus
tribunales, respecto de sectores socioeconómicos más vulnerables y lo contrario que es
respecto del otro sector. Si bien, el tema sustancial en el cual ingreso es la justicia –tema
que es de otro costal- sí tiene que ver con la intervención del Estado en la libertad del
individuo, puesto que él decide que una persona, una mujer, será sancionada penalmente
en el caso de cometer el delito, pero no lo hace eficazmente respecto de todos los
sectores, es decir, si el Estado interviene en la voluntad, por lo menos que lo haga con
justicia.
Podría exponer otros ejemplos del tema en cuestión, tal como el matrimonio
homosexual, ¿porqué el Estado decide arbitrariamente y sólo con un argumento de
índole religioso, que una pareja homosexual no puede contraer matrimonio? Para mí, es
un atentado evidente contra la libertad individual, puesto que el Estado o mejor dicho
quienes legislan y se oponen a él, esgrimen que el matrimonio tiene por fin último la
procreación, e incluso otros argumentan que la voluntad divina determina que el
matrimonio sólo debe existir entre un hombre y una mujer. En otro sentido, pero
siguiendo la misma línea ejemplificadora: ¿Por qué el Estado, restringió deliberadamente
la distribución de la píldora del día después? El individuo, conforme a lo planteado
anteriormente, tiene y debe ejercer su libertad individual de elegir qué hacer y qué no
hacer, qué consumir y qué no consumir; si concebimos que el Estado debe preocuparse
del individuo y no de la sociedad, y por ende de los intereses económicos, morales,
religiosos o políticos de determinados sectores, mi planteamiento tiene por lo menos algo
de razón. En tal sentido, la declaración del senador Guido Guirardi tiene sentido: "Lo
que hay que hacer es una ley que diga que cada chilena tendrá derecho a acceder, si lo
desea, a la píldora del día después. Lo que hay acá es que el Opus Dei ha dado un golpe
de Estado en este país contra la mayoría".
Es imprescindible, que en la conformación del Estado, se tenga una concepción
humanista del mismo, así lo señala Luigi Sturzo: “La nación tiene su dinamismo propio,
que afecta tanto al Estado como organismo de poder cuanto al pueblo como fuente de
poder político. Es la caracterización del espíritu de un pueblo, fija su continuidad
histórica, da su sello a la educación, crea la posibilidad de resistencia en la adversidad y
forma las tendencias en todos los campos, pero especialmente en las creaciones de la
poesía y arte”2. En tal sentido, esta declaración refleja el poder político del pueblo, y por
lo tanto del individuo; el individuo como parte del Estado no puede ser utilizado como
instrumento u objeto de éste último, es él quien debe determinar su destino conforme a
los parámetros determinados por el Derecho (y con esto reafirmo lo planteado
anteriormente respecto a la fuerza que le reconozco a la norma jurídica como tal), es el
individuo, no la sociedad ni el Estado, éstos tres deben ser sinónimos, encontrando como
su máxima al ser humano individualmente considerado.
Un punto a considerar, es que normalmente se da como argumento –por parte de
quienes defienden este tipo de actos por parte del Estado- el de la participación
ciudadana y sus mecanismos. Es decir, les basta plantear que el reflejo de la
2
Sturzo, Luigi: Fundamentos de la democracia (Buenos Aires, Ed. Humanismo, 1969), p.12 y ss.
determinación del destino de un individuo lo vemos en la participación ciudadana que
éste tiene, es decir, a través del sufragio, puesto que éste decide quién legislará las
normas que posteriormente serán impuestas sobre el mismo. Sin embargo, a modo
personal, tal mecanismo no basta, puesto que es incapaz de reflejar la intención del
contrato social, cual es la de un hombre libre que, si bien se reúne para conformar un
poder que los haga convivir en armonía, es capaz de determinar su destino libremente.
No podemos conformarnos con mecanismos donde lo que menos se ve es la
participación del individuo, sino al contrario, el interés de la sociedad, de grupos sociales
cuyo actuar es determinado por intereses políticos económicos. Por lo tanto, a mí
parecer, es necesario un nuevo contrato social.
“Como encontrar una forma de asociación que defienda y proteja, con la fuerza
común, la persona y los bienes de cada asociado, y por lo cual cada uno, uniéndose a
todos los demás, no obedezca más que así mismo y permanezca, por tanto, tan libre
como antes. He aquí el problema fundamental cuya solución proporciona el contrato
social.
Las cláusulas de este contrato están de tal suerte determinadas por la naturaleza
del acto, que la menor modificación de ellas las haría inútiles y sin efecto…”3
Termino con esta reflexión de Rousseau, que refleja exactamente la naturaleza del
contrato social. El individuo como elemento más importante del Estado y su base
fundacional, tiene, por el sólo hecho de ser humano, garantías que le son inherentes, y
que deben ser respetadas por el Estado, prescindiendo éste último de coartarlos o
infringirlos, puesto que los hombres lo han creado. La institucionalidad de toda
organización se basa en el individuo, cuyo fin es alcanzar una serie de bienes o la
satisfacción de variadas necesidades, de forma que el elemento humano trasciende al
Estado, y los demás elementos son instrumentales de éste.

3
Rousseau, Jean Jacques: El Contrato Social (Madrid, Sarpe, 1983) p.27

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