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AQUÍ Y AHORA
¿Cómo así que era el centro de su mensaje? Si siempre nos han enseñado que
el centro del mensaje cristiano es Él mismo: “Yo soy el camino, la verdad, y la
vida”1. O en el peor de los casos, el centro de la predicación ha sido la Iglesia
(“Fuera de la <<barca de Pedro>> no hay salvación”). ¿Pero el “Reino” como el
mensaje principal del cristianismo? eso no aparece por ningún lado. De hecho
los cristianos, y en particular los católicos, hablamos mucho y de muchas cosas,
pero del Reino poco y pocas veces.
En su tiempo y en su país
En la época que le tocó vivir, Jesús de Nazaret se encontró con una situación
social y religiosa marcada por la injusticia, la indiferencia y la desesperanza. Era
un mundo dominado política y militarmente por los romanos, era el “Imperio del
César”. Así que Israel, “el pueblo escogido por Dios”, era en realidad un “paisito”
de tercera categoría (¿hoy diríamos del <<Tercer Mundo>>, no?), que
prácticamente “no tocaba un pito en el concierto de las naciones”.
Desde el punto de vista interno, era una sociedad religiosa, sus normas de
convivencia social estaban íntimamente ligadas a sus creencias y costumbres
religiosas. En la Ley de Moisés estaba establecido todo aquello que podía o no
hacerse en Israel, y también todas las normas y los ritos de purificación por los
pecados-delitos (en una sociedad así, no podría distinguirse muy bien una cosa
de otra). De modo pues que los judíos de la época de Jesús se encontraron
viviendo bajo el “Imperio de la Ley” dentro del “Imperio del César”
Jesús comparó esa situación que se vivía, con lo que sentía en su corazón:
En el “Imperio del César”, valía más quien era más fuerte, o quien más tenía
plata, o quien tenía la ciudadanía romana… los demás eran considerados de
segunda y hasta de tercera categoría (¿cómo que desde siempre los poderosos
dividen el mundo en tres, no?)
En el “Imperio de la Ley”, valía quien era más puro, o quién podía comprar los
animales para hacer las purificaciones en el Templo, o quien tenía la
ascendencia judía… los demás eran pecadores, indignos de “Dios” o peor aún
paganos.
Mientras que para el Papá-Dios en el que creía Jesús, todos valen: hombres,
mujeres, extranjeros, judíos, pobres, ricos, etc. De hecho, Jesús pone como
modelo de vida a un pequeño.
Y aún más, le reclama a los Imperios el desprecio con el que tratan a los pobres,
a los enfermos, a las mujeres, a los niños, a los extranjeros, a los que no
cumplen la ley de Moisés, a los que llama “los pequeños”.
Papá-Dios (Abbá) nos ama a todos, y porque nos ama a todos le indigna esta
situación de injusticia e hipocresía: “Ése no es el mundo que mi Padre soñó…”
es el grito desgarrador con el que Jesús prepara el anuncio del “Reino de Dios”.
Jesús se esfuerza en hacer llegar ese mensaje a tod@s: come con prostitutas y
cobradores de impuestos (considerados pecadores sin remedio), asiste a las
bodas de sus amig@s, hace continuar la fiesta cuando se acaba el vino y
convierte una tarde triste y nublada que iba a terminar despidiendo a la gente
con hambre y cansada, en un fiestón inolvidable, de puro compartir lo que cada
quién traía y lo que cada uno era…
Aquella tarde lo que se multiplicaron no fueron sólo panes y peces, sino también
la generosidad y la esperanza.
¿Cómo dices que dicen que dijo?
Esa forma de actuar de Jesús, tan libre de los Imperios, tan amoroso con
quienes según los líderes (políticos y religiosos) no eran “dignos”, le convirtió en
una figura pública, ganándose pues tantos amigos como enemigos.
En ése ambiente, los líderes le lanzaron a Jesús un dardo venenoso (al mejor
estilo del “periodismo” actual): “¿Es o no lícito que los judíos paguen tributos al
César?” y Él (al mejor estilo de entrevistado-acosado, ¿o acusado?), responde
con una frase “trabalengüística” que aún no parece ser bien entendida del todo.
Más aún con esa frase denuncia el hecho de que la sociedad le dé más valor al
dinero que a la persona.
Jesús se la jugó por la gente (le dio a Dios lo que es de Dios) y lo pagó muy
caro.
Por una cara, nos muestra la Salvación. “Mi Reino no es de este mundo”, le dice
a Pilatos. Él no vino a tomar el lugar del César, ni el de Herodes. Su Reino,
ciertamente, tiene una dimensión espiritual, mística, escatológica, como
queramos verlo… En él se resumirán tantos años de historia, tantas vidas,
tantos afanes, tantas alegrías. En esta perspectiva, el “Reino de Dios” es
plenitud plena, valga la redundancia. Plenitud de Amor, plenitud de Justicia,
plenitud de Paz.
Pero por otro lado (y al mismo tiempo), el Reino es Liberación. “Hoy se han
cumplido estas palabras en mí”. “Hoy”, no “Ayer” ni “Mañana”, sino HOY. Hoy los
ciegos ven (cada vez que alguien ve el amor de Dios en su vida), hoy los cojos
andan (cada vez que alguien ayuda a otro a levantarse de algún problema), hoy
los hambrientos comen (cada vez que los que tienen para comer todos los días
comparten con quienes no tienen), hoy se ha proclamado el “Año de Gracia del
Señor” (cuando se exonere de la deuda externa ¿o eterna? a los países del mal
llamado “Tercer Mundo”).
El Reino de Dios es HOY y es también (al mismo tiempo) ETERNIDAD. Ya llegó
con Jesús, pero todavía no es pleno. El Reino de Dios es, al mismo tiempo,
Salvación y Liberación.
AQUÍ Y AHORA
Probablemente esa frase del “Reino de Dios”, haya tenido cabida en la época de
Jesús. De hecho, el que mucha gente lo siguiera, a pesar de la oposición de los
líderes y las autoridades, le da valor a esa propuesta. Pero hoy en día, en
contraste con el mundo que encontró Jesús, el nuestro es un mundo cada vez
más alejado no solo de lo religioso sino también cada vez mas fragmentado y
mas hundido en el materialismo y el individualismo, ¿tendrá sentido seguir
hablando de Dios?
A pesar de todo esto, sí hay una razón para seguir hablando de Dios. Sí tiene
sentido hablar del “Reino de Dios”. Más aún, se hace absolutamente necesario
retomar la propuesta de Jesús. Nuestro mundo lo necesita. Es su única
salvación.
Esa razón no es otra que los que Jesús llama los pequeños. Los pequeños de
ayer y de hoy, son los jodidos de siempre. No puede ser verdad que a Dios no le
importe el sufrimiento de l@s que viven en los cerros3, de aquell@s que les
cuesta redondearse la arepa, de los que son discriminad@s por cualquier
“razón” (¿es que acaso hay razones para discriminar a la gente?).
No he encontrado quien plantee mas “claro y raspao” esa lógica que Pedro Trigo
sj, a quien cito a continuación: “Que Dios reine en nuestra historia significa que
con la profundización de la democracia a escala planetaria vayamos superando
privilegios y discriminaciones e incluyendo a los excluidos, tanto en el interior de
cada país, como a los países excluidos. Significa que la producción y el
consumo se desabsoluticen para que se cultiven otras dimensiones humanas
como el estar, el convivir, el celebrar, el permanecer en silencio, la reciprocidad
de dones, la gratuidad, el vivir en la presencia de Dios y relacionarse con él”.4
Pueden haber muchas otras razones para hablar del “Reino de Dios”, pero ésta,
si no es la más importante, es la más urgente.
En ese sentido y siguiendo el dicho: “una imagen dice más que mil palabras”, he
realizado varios bocetos de dibujos, a través de los cuales pretendo expresar lo
que en mi tiempo y en mi país, veo en relación con el Reino de Dios.
En
El Reino va haciéndose
más concreto en el día a
día. Por eso dibujo algunos
elementos de esa vida
cotidiana que reflejan como
Papa-Dios va reinando en
nuestra vida: un martillo, un balón, una patineta, un i-pod, un serrucho, unos
libros, unos anillos de matrimonio, etc. A través de estos símbolos, el trabajo, los
estudios, el compromiso, los deportes, la música, etc, tienen un espacio en el
Reino, el cual no se reduce a una dimensión “sagrada” donde lo “mundano” no
tiene cabida. El Reino acontece cuando Dios reina sobre lo “mundano”, sobre lo
cotidiano.
Otro aspecto, muy actual, tiene que ver con el SIDA. A ver si
llegamos a entender que la lucha contra el SIDA, es contra el
SIDA, NO contra los “sidosos”. La discriminación hacia quienes
portan el VIH+ o ya sufren la enfermedad es un “apartheid”
comparable al de los “leprosos” de la época de Jesús. Otro
“apartheid” que se ve incluso al interno de nuestra Iglesia, es
contra la comunidad GLTB (Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales). Sí, ya
sé que hay argumentos sustentados en infinidad de textos bíblicos y del
magisterio sobre el tema. Pero la verdad es que seguimos sin entender que
aunque no compartamos dicho estilo de vida, no tenemos ningún derecho a
discriminarlos y a apartarlos de la vida civil y eclesial. ¿Cuándo empezaremos a
valorar a las personas por lo que son: hij@s de Dios?