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Gombrowiczidas
Juan Carlos Gómez

2008

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JACQUES LACAN Y WITOLD GOMBROWICZ

A decir verdad Gombrowicz pasó olímpicamente por alto una personalidad tan
multifacética como la de Jacques Lacan, sólo se refiere a él mezclado en una retahíla
de nombres estructuralistas que menciona en un reportaje apócrifo que se hace a sí
mismo.
La inteligencia de Lacan era tan seductora que despertó la admiración de nuestra
Victoria Ocampo en los viajes que hacía a París entre las dos guerras mundiales,
aunque nadie puede asegurar que haya ido más allá de un apasionado flirteo, a pesar
del gusto que tenía esa dama tan elegante por ir a la cama con personajes destacados.
Gombrowicz vivió en la época más agitada del siglo XX, a la gente se le había dado por
pensar y las ideas deslumbrantes salían de las cabezas a una velocidad vertiginosa.
Gombrowicz era perezoso pero no podía dejarse estar ni quedarse atrás, más aún
estando en Europa, y en esto Dios le dio una mano.

Los franceses empezaron a hacer correr como reguero de pólvora el comentario de


que su idea de la forma se había adelantado treinta años al estructuralismo con el que
tenía un gran parecido.
Europa hervía con esa teoría común a varias ciencias humanas: la lingüística, la
antropología social y la psicología, que concibe cada objeto de estudio como un todo
cuyos miembros se determinan entre sí, tanto en su naturaleza como en sus funciones,
en virtud de leyes generales. Antes de que surgiera la moda del estructuralismo Marx
ya había intentado establecer científicamente las condiciones de la estructura social
que, según su concepción materialista, estaba determinada por el modo de producción
y por las relaciones entre las clases sociales sobre la que se apoya la superestuctura
institucional, jurídica, moral e ideológica de la sociedad.

Y Freud había elaborado un modelo estructural para el inconsciente reprimido con su


sistema del yo, del ello y del super yo.
Y, también, antes de la moda estructuralista, Saussure diferencia en sus estudios sobre
lingüística a la “lengua” del “habla”, considerando a la lengua como un sistema de
signos independiente del uso que de él hace el individuo, habiendo sido esta idea la
inspiradora del estructuralismo. Durante las décadas del 40 y el 50, la escena filosófica
francesa se caracterizó por el existencialismo, fundamentalmente a través de Sartre,
aparecen también la fenomenología, el retorno a Hegel y la filosofía de la ciencia. Pero
hay algo que cambia en la década del 60 cuando Sartre se orienta hacia el marxismo y
surge una nueva moda, el estructuralismo. Strauss en la etnología, Lacan en el
psicoanálisis, Altuhusser en el marxismo y Foucault en la epistemología, por decir algo,
aunque él no se reconocía como estructuralista.

Treinta años después de muerto Gombrowicz me puse en campaña para publicar las
cartas que me había escrito desde Europa y me encontré enseguida con la oposición
cerril de la Vaca Sagrada, así que le pedí ayuda a un catalán refugiado en Francia,
amigo de ambos, a ver si podía vencer esa resistencia implacable, pero no se mostró
muy entusiasmado que digamos.
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Louis Soler, profesor de la Universidad de París, casado con Colette Soler, una
connotada lacaniana, tradujo, presentó y publicó en Francia la primera nota que
escribí sobre Witold, “Gombrowicz está en nosotros”.
“¿La queremos ayudar, o no? Si la respuesta es sí, será con seriedad y paciencia, no
con ironía, tono conminatorio y un ultimátum cada tres o cuatro meses. ¿No te
parece? (...)”

“Las cartas de Witold con detalles muy interesantes y otros que sólo lo son porque se
trata de un gigante, y a los gigantes le toca comer, dormir y alojarse igual que a los
enanos”
En junio del año 1998 le conté a Soler que “Emecé” me iba a publicar las cartas y le
pedí que no se lo dijera a la Vaca Sagrada. Este fue el principio del fin.
“A ella no le diré nada porque no soy soplón. Pero a ti te diré que Rita hace tiempo que
está al tanto de tus negociaciones con ‘Emecé’ y con otras editoriales de otros países
(lo único que no sabe es la fecha de publicación).(...) Tu argumento que en la Argentina
y en otros países la ley es diferente que en Francia no vale. En cambio esto sí que es
posible: que un editor decida no respetar las leyes si piensa ganar más dinero con una
publicación que lo que le costará un juicio perdido (lo mismo pasa con los buques
petroleros que echan porquerías al mar: les ponen unas multas, ¿y qué? Esto no es
nada para ellos)”

Para conseguir que desistiera de mi propósito malsano me acercó un argumento


personal y dramático.
“En 1996 quise publicar un poema de amor de Lacan que me había regalado la
destinataria y propietaria del escrito, pero no pude, la familia de Lacan ya fallecido nos
amenazó con un proceso. Cedí, mis medios no me permitían luchar con los que tenían
la ley de su lado, que es lo que hará el agente literario de Rita contigo, si es que insistes
con tu idea, para defender sus derechos”
Le pedí que si podía no le diera un carácter definitivo a lo que me estaba diciendo y
que, si no podía, la forma nos iba a llevar a los dos a la mismísima mierda. Y nos llevó
nomás, un año después, cuando apareció “Cartas a un amigo argentino”.

Poco antes del final me contó todavía que estaban peleando como leones contra
Jacques-Alain Miller, el mentor del Gnomo Pimentón, a un paso de un nuevo cisma
lacaniano.
Por más que uno mire con los ojos de la ciencia la forma en la que se encadenan los
acontecimientos, el resultado al que llegamos algunas veces nos parece milagroso,
tanto como nos parece milagrosa la aparición de uno de los protagonistas de “Filimor
forrado de niño”, uno de los dos cuentos que Gombrowicz mete en “Ferdydurke”
“A fines del siglo dieciocho un campesino, nacido en París, tuvo un hijo, y aquel hijo
tuvo un hijo, y ese hijo tuvo a su vez un hijo y luego hubo otro hijo… y el último hijo,
campeón mundial de tenis, jugaba un mach en la cancha del Racing Club parisiense”

El encadenamiento de los acontecimientos psicoanalíticos en todo lo que concierne al


club de gombrowiczidas se presentó más o menos así. En la segunda mitad del siglo XX,
Jacques Lacan, nacido en París, tuvo un yerno, Jacques-Alain Miller, y de ambos
nacieron unos miembros del club que participan de estas historias verdaderas, a saber:
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el Gnomo Pimentón, Louis Soler, Jean-Michel Vappereau, y más recientemente el Gran


Ortiba y Jorge Gómez Alcalá.
Los cismas lacanianos que se producen en las organizaciones tanáticas que preside el
yerno de Lacan son frecuentes, violentas y contagiosas, tanto es así que en una de las
historias verdaderas a la que di en llamar “Los problemas del diván”, tuve que hacer
comentarios sobre uno de sus epígonos más fervientes y miembro destacado del club
de gombrowiczidas.

“El Gnomo Pimentón, uno de nuestros gombrowiczidas más señalados, ha despachado


desde el diván a muchos pacientes con suerte diversa. Director de una organización de
orates a la que dio en llamar “Fundación Descartes”, es un destripador de psiques que
ha enloquecido a una gran cantidad de personas siendo uno de los casos más notables
el de Cara de Ángel (...)”
“La relación amarga que tengo con el Gnomo Pimentón no me dejaba ver con claridad
si mi conflicto era con el diván o con él mismo, pero la aparición reciente en el club de
gombrowiczidas de un psicoanalista de pura cepa tan encumbrado como él me puso al
descubierto que el desencuentro es personal.
En efecto, Jorge Gómez Alcalá me ha dado pruebas sobradas de que mi talante
existencial no es tan ajeno a su profesión de una manera amena y afectuosa que
espero dure, como decía la madre de Napoleón (...)”

“De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas
podemos deducir la fuerza destructiva que emana de las rostros de Miller y del Gnomo
Pimentón y, en cambio, la plácida y esfumada contemplación del mundo que realiza
Jorge Gómez Alcalá”
Una de las particularidades más destacadas del yerno de Lacan, a más de la violencia,
es su versatilidad, una versatilidad que nos recuerda a la de otro ilustre miembro del
club: Revólver a la Orden.
“(...) de las ‘psicosis no desencadenadas’, de los lazos entre Borges y Lacan y del
‘supuesto saber del presidente electo Fernando de la Rúa: de casi todo habló Jacques-
Alain Miller (...)”

Sea por su versatilidad, sea por su violencia, o sea por lo que fuere la cosa es que Jorge
Gómez Alcalá publicó junto a “Los problemas del diván” un texto en el que se refiere al
Gnomo Pimentón y al yerno de Lacan aunque sin nombrarlos.
“El Club de Grombrowiczidas del que forma parte ‘Goma’, que es como llaman al autor
de la nota, hace referencia a dos connotados psicoanalistas.
Ambos son conocidos por mí y por la relación que he tenido con ellos no me produce
extrañeza el ‘desencuentro’ producido.
No voy aquí a dar más detalles, sólo alegrarme de que Juan Carlos haya comprendido y
sabido distinguir lo que son diferencias ‘personales’ y ‘sectarias’, con lo que supone
una disciplina como el psicoanálisis”

LOS CABALLOS Y LOS ESCARABAJOS


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No es lo mismo entrar a una reunión de psicólogos que a una de ingenieros, o a un


salón plutocrático que a una taberna del puerto. Cada profesión y cada clase social
tiene sus códigos y sus modales. Gombrowicz, nacido de terratenientes y educado en
un colegio aristocrático, era el producto del refinamiento y del tipo de belleza que
produce la riqueza.
Pero Gombrowicz era, antes que ninguna otra cosa, un escritor, y sólo un escritor
puede confundirse o incomodarse cuando, pongamos por caso, lo mira una vaca.
Quien ha decidido ocupar una parte de su vida escribiendo debe empezar a tomar
apuntes y a realizar experimentos originales, o a escribir un diario para alcanzar sus
objetivos y no malograrse.

Cuando el escritor comienza a meditar en el resultado de su actividad se le presenta el


problema de la originalidad, y en este campo Gombrowicz era un maestro. La más de
las veces pensaba que su vida no era interesante, que a él no le ocurría nada que
valiera la pena contar en los diarios.
Aquí, en la Argentina, se nos aparecía como una persona sin pasado, un Deus ex
machina, y tanto era así que los cubanos habían hecho correr el rumor en el café Rex
de que era hijo de un relojero próspero de Varsovia, y de que de esta profesión
provenía su filosemitismo.
A mí me dijo una vez que no entendía como Gide podía hacer tantas cosas en un día:
Tocar el piano, ver editores, escribir; –Yo apenas tengo tiempo de escribir un par de
renglones y comerme un sandwichito.

Como en la Argentina le faltaba acción se dedicó a humanizar la naturaleza para poner


en movimiento su vida un tanto gris, son memorables sus relatos sobre la vaca, el
perro, los escarabajos, la casa, la mano, las moscas, los caballos, el crepúsculo..., si
hasta pareciera que el sentimiento de la falta de acción, y no la falta de acción misma,
fuera la comida con la que se alimentaba Gombrowicz para poder escribir.
Los terratenientes tienen en general una buena relación con los animales, a
Gombrowicz lo alcanzan las generales de la ley, es una predisposición que
paradójicamente humaniza el carácter de los hombres, como también le ocurría a
nuestro Bioy Casares. Ya sabemos que, a pesar de su nobleza terrateniente,
Gombrowicz se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza al punto que al
momento de ponerse en contacto con ella se transformaba en un demonio, en una
anti-naturaleza, sin embargo, con los caballos le iba bastante bien, no así con los
jinetes.

Mientras los caballos eran para Gombrowicz los representantes de una soledad radical,
los jinetes en cambio eran unos payasos incorregibles.
“Tarado, vos no gima por tu soledad, observa vos los animales, por ejemplo, los
caballos (con los que tenés un parecido), ya ves que están absolutamente solos, eso de
la soledad es un mito contemporáneo pues el hombre es por naturaleza solitario y
tiene que vivir su vida. Hay que ser macho, viejo, y no una mujercita que anda
buscando siempre compañía, fijate en mí. Y si no casate. Pero observa vos los padres
de familia cuando pasean con su prole, están perfectamente solos”
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El hombre a caballo, en cambio, es una cosa estrafalaria, una ridiculez y una ofensa a la
estética. Los animales no nacen para cargar sobre sí a otros animales.

Un hombre sobre un caballo es tan absurdo como una rata sobre un gallo o un mono
sobre una vaca, es una perturbación del orden natural a pesar de que el arte le rinde
homenaje a este convencionalismo en las estatuas y en la pintura.
El jinete da brincos sobre la bestia con las piernas despatarradas en un animal torpe y
estúpido, corre montado a la velocidad de una bicicleta y repite vez tras vez el salto de
un obstáculo en una bestia que no sirve para saltar. Los placeres de las cabalgatas
provienen del atavismo pues en otros tiempos el caballo era realmente útil y enaltecía
al hombre. Un hombre a caballo dominaba a los demás, el caballo era la riqueza, la
fuerza y el orgullo del jinete. De esos tiempos nos quedó el culto de la equitación y la
adoración por un cuadrúpedo anacrónico.

“Mi monstruoso sacrilegio resonaba salvajemente de un extremo a otro del horizonte.


El dueño y criador de sesenta yeguas de raza me miraba con condescendencia”
Estas reflexiones sobre los jinetes las hace después de haberse despachado con unas
cuantas mentiras en los diarios anteriores en los que habla de un yegua que le había
caído bien. Galopaba en los pastos, saltaba los obstáculos y devoraba las cercas, el
animal era de pura sangre pero de reflejos amanerados. Gombrowicz cuenta que le
daba garbo a la yegua con la cuerda, saltando vallados, y con trote tranquilo al lado de
las dos hijas de Wladyslaw Jankowski, el dueño de la estancia.
“Mentira, mentira... A pie soy diferente que a caballo, a caballo diferente que a pie.
Los caballos mienten a la moral, la moral a los caballos, yo a los caballos, a la moral y a
las chicas. Un repentino relajamiento. Frivolidad. ¿Quién soy? ¿Acaso soy realmente? A
veces soy esto, a veces aquello...”

En un pasaje famoso de sus diarios Gombrowicz relata cómo en una tarde de playa se
dedicó a salvar la vida de unos escarabajos que estaban achicharrándose al sol
dándolos vuelta y poniéndolos panza abajo. Cuando dio vuelta al enésimo escarabajo
se dio cuenta que la cantidad de esos bichos era enorme y que no podía salvarlos a
todos, entonces interrumpió las operaciones de salvamento.
La cantidad de los que sufren le pone pues límites al dolor, lo fragmenta y lo disuelve, y
como el sentimiento que pone al hombre en contacto con el dolor del otro proviene de
una reflejo moral, entonces es necesario que el hombre disponga de una moral
limitada, fragmentaria, arbitraria e injusta, una moral que por su naturaleza no sea
continua sino granulada, como la moral que le apareció a Gombrowicz cuando daba
vuela a los escarabajos. Este tipo de moral es la que Gombrowicz utilizaba para
enfrentar todos los excesos, especialmente los ideológicos.

Cuando me hacen preguntas sobre Gombrowicz, a veces digo unas cosas, a veces digo
otras, pero cuando me preguntan por el legado que nos dejó siempre digo lo mismo: la
libertad interior y la amistad, y este legado humano era el que nos ligaba a él cuando
volvió a Europa.
Es difícil resumir en pocas palabras el proceso de deshumanización que se manifiesta
en sus diarios cuando Gombrowicz se va de la Argentina, pero hay dos cosas que se
pueden comprobar fácilmente: la desaparición de su inclinación a humanizar lo que no
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es humano, y la declinación de su capacidad para formar el pensamiento dejándose en


cambio tomar por las cosas.
Todo ocurre como si se hubiera alejado de esa libertad con la que descubría zonas
enteras de la cultura que el pensamiento crítico había dejado vírgenes, y como si se
hubiera quedado sin fuerzas para seguir derribando tabúes, pero esta característica
era precisamente la más sobresaliente de su humanidad.

Tuvo que reemplazar sus conversaciones del Rex por un mundo distinto: editores,
ediciones, profesores, directores, funcionarios, artistas, entrevistas, reuniones,
escritores, escritores y escritores… y la administración de su gloria, un mundo
diferente al que le había perdido el gusto y la costumbre durante veinticuatro años. Es
claro que Gombrowicz no perdió sus características humanas, y mucho menos aquellas
que están relacionadas con el dolor, pero nosotros empezamos a sentir que nos estaba
retirando su legado, y a esto nos referimos cuando hablamos de la deshumanización
de Gombrowicz en Europa.

WITOLD GOMBROWICZ Y HENRYK SIENKIEWICZ

“Estoy leyendo a Sienkiewicz. Una lectura atormentadora. Decimos: es bastante malo,


y seguimos leyendo. Constatamos: es una lectura barata, y no podemos dejarla.
Gritamos: ¡Es una ópera insoportable!, y continuamos leyendo fascinados”
Un año después de que naciera Gombrowicz Henryk Sienkiewicz recibe el Premio
Nobel de Literatura, el quinto en la historia del galardón. Este insigne hombre de letras
polaco, gran defensor de la causa de Polonia, que escribió sobre temas referidos a los
problemas sociales del campesinado y de las clases pobres de las ciudades, es uno de
los autores más leídos del siglo XX.
La cuestión Sienkiewicz que se le presentó a Gombrowicz estaba vinculada a Dios, a la
patria y a la inferioridad.

Los valores más importantes que tenían los polacos antes del nacimiento de
Gombrowicz eran los de Dios y los de la patria. Cuando murió ya no lo eran, se habían
transformado, sin embargo, hay que decir que estos dos valores son universales,
señalan las dos pertenencias fundamentales que tiene el hombre, a saber: la
transcendencia y la tierra.
Gombrowicz no creó ni destruyó estos valores, aunque ganas no le faltaban pero, un
poco por cómo era la época y otro poco por cómo era él, se le fueron transformando;
el primero que se le transformó fue Dios. Había sido creyente hasta los catorce años y
dejó de serlo sin ningún aspaviento, nunca había sentido la necesidad de tener fe. Sin
embargo, no era ateo, para un hombre que enfrentaba el misterio de la existencia
como lo enfrentaba él cualquier solución era posible, no podía ser ateo.

Le costaba trabajo mantener relaciones con el catolicismo porque esa doctrina estaba
en contradicción con su visión del mundo, pero el intelectualismo contemporáneo se
estaba volviendo peligroso y le despertaba más desconfianza aún que el propio
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catolicismo. El segundo valor que se le transformó fue el de la patria, un poco después


de la transformación de Dios, a los dieciséis años, cuando los rusos llegaron a las
puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando del mariscal
Pilsudski en el año 1920. Los jóvenes se alistaban como voluntarios y sus colegas se
paseaban en uniforme por las calles, pero Gombrowicz permaneció en su casa. Esa
ruptura con el grupo y con la nación surgió en el año memorable de la batalla de
Varsovia, y lo obligó a buscar su propia senda y a vivir por su cuenta.

Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras lo impulsaron a la


anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria por la presión que ejercía sobre
los individuos. Aunque estaba lejos todavía de dominar intelectualmente estos difíciles
problemas empezó a comprender que en Polonia el precio de la vida humana era bajo.
El poder de Dios y de la patria se había debilitado en la conciencia de Gombrowicz y la
idea de inferioridad presionaba para ocupar su lugar.
Gombrowicz anduvo buscando durante toda su vida una manera de pasar de la
inferioridad a la superioridad con un movimiento de ida y vuelta conservando por
separado las propiedades que tienen cada uno de estos estadios, una aspiración a la
totalidad y a la universalidad característica de la cultura de su tiempo.

La cuestión de escribir adrede una novela buena para las masas, es decir, mala para el
que la escribía no parecía más fácil que escribir una novela buena.
Escribir una novela buena para las masas no significaba en absoluto escribir una novela
accesible, interesante, noble e impregnada de cultura como las de Sienkiewicz, sino
escribir una novela con lo que las masas experimentan en realidad penetrando sus
instintos más bajos. El que emprendiera esta tarea debería liberar su imaginación más
sucia, turbia y mediocre, quitarle las cadenas a la conciencia oscura y baja. Este pobre
concepto de las masas tenía más que ver con el miedo que con el desprecio. La
intelectualidad polaca estaba amenazada por el primitivismo de las masas mucho más
ignorante y terrible en Polonia que en otros países de cultura superior.

En aquellos años al dirigirse a los de abajo el escritor escribía desde arriba en la medida
que su cultura y su buena educación literaria se lo permitía, es el caso de Sienkiewicz.
Pero el proyecto del joven Gombrowicz era otro: entregarse a la masa, rebajarse,
convertirse en un ser inferior, una idea que más tarde le sirvió para enunciar un
postulado según el cual en la cultura no sólo el inferior debe ser creado por el superior,
sino también a la inversa. El proyecto no terminó bien, era una tarea gigantesca y
peligrosa, diez años después se dio cuenta que había estado jugando con fuego, algo
enfermizo que llegó a sus manos le hizo tomar conciencia. Un joven llegó a su casa con
un manuscrito bajo el brazo pidiéndole que lo leyera, que la obra tenía un gran
impulso erótico para excitar a los lectores.

De verdad resultó un libro erótico y sucio que se complacía en la porquería, era malo y
barato. Leyendo ese manuscrito Gombrowicz recordó su propia novela olvidada hacía
tiempo. Unos días después de que el autor del manuscrito llegara a la casa de
Gombrowicz se pegó un tiro en la sien.
La causa del suicidio no había sido la novela, seguramente, pero esa obra era la
expresión de un estado de ánimo que condujo al joven a la catástrofe. Diez años atrás,
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a pesar de las apariencias y de una existencia de aspecto casi despreocupado,


Gombrowicz no había estado lejos él mismo de tomar una decisión parecida, debía
estar muy desesperado. La obra maestra a la que Gombrowicz le había puesto el punto
final resultó ser una mezcla asquerosa del vivir plenamente la vida en la sensualidad y
la brutalidad, una historia no menos sórdida y excitante que la del joven malogrado.

Una señora amiga la leyó y le sugirió que la quemara; Gombrowicz le hizo caso, arrojó
el original y las copias en la nieve y les prendió fuego.
Esta historia muestra cómo en Polonia el hombre culto no estaba protegido de la
presión de las masas por instituciones y tradiciones sólidas, por la jerarquía y el orden
social como lo estaba en Occidente.
“En nuestro país la inteligencia, la sutileza, la razón, el talento, están indefensos ante
toda clase de inferioridad proveniente de los bajos fondos de la sociedad, la miseria,
las extravagancias, el salvajismo, las desviaciones y desenfrenos, el embrutecimiento y
la brutalidad; por eso a quien llamamos intelectual ha estado siempre y sigue estando
algo atemorizado... Lo único que quizás haya cambiado es que hoy en día esa violencia
del inferior sobre el superior está mejor organizada...”

Su aspiración de escribir desde el nivel de abajo fracasó, entonces buscó inspiración


satírica en las conversaciones que mantenía su madre con las amigas escuchando
detrás de las puertas a hurtadillas y en las provocaciones que realizaba en otras
mansiones de la región.
“De todos los ambientes, estilos moribundos el que agonizaba con más suntuosidad
era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente,
formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las
facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país. ¡Qué espectáculo
daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera,
cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la
modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de
Sienkiewicz! (...)”

“Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la


provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz
y Radom”
Desde sus primeros escarceos literarios con el mundo de la inmadurez hasta el Premio
Internacional de Literatura pasó mucho tiempo. Cuando lo recibió Gombrowicz golpeó
a los polacos de muy buena gana, como siempre lo hacía, para que sintieran en carne
viva los errores que habían cometido con él.
“¡Oh, literatura polaca! Yo, el andrajoso, el desplumado, el maltratado, yo, el
presumido, el renegado, el traidor, el megalómano deposito a tus pies este laurel
internacional, el más sagrado desde los tiempos de Sienkiewicz y de Reymont!(...)”

“¡Lo veis palurdos! (...) Qué fácil es permanecer con los Copérnicos y con los
Sienkiewicz. Resulta más difícil adoptar una actitud inteligente y honesta con los
valores vivos de la nación”
Empezamos diciendo que la cuestión Sienkiewicz se le había presentado a Gombrowicz
vinculada a Dios, a la patria y a la inferioridad.
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El Dios polaco es un sistema maravilloso que mantiene al hombre en la esfera


intermedia de la existencia, es una manera de esquivar lo extremo, el Dios polaco es el
Dios de Sienkiewicz, ese escritor eximio de segunda fila, ese Homero de cuarta
categoría, ese Dumas padre de primera clase. Es difícil encontrar en la historia de la
literatura un encantamiento parecido al que produjo Sienkiewicz sobre la nación y las
masas.

Los polacos leían a Mickiewicz porque era una literatura obligatoria, pero Sinkiewicz
embriagaba los corazones de todos los polacos porque les acercó un tipo de belleza
distinto.
Antes de Sienkiewicz la belleza polaca se identificaba con la virtud pero los gustos
fueron cambiando con el tiempo y la virtud terminó por resultar aburrida. La
naturaleza humana se manifiesta en el pecado, en la expansión vital, y la verdadera
belleza no se consigue silenciando la fealdad. El dilema entre la virtud y la vitalidad no
estaba resuelto, entonces, Sienkiewicz, sazonó la virtud con el pecado, endulzó el
pecado con la virtud y preparó un licor dulzón, no demasiado fuerte y, sin embargo,
excitante, un licor que gusta sobre todo a las mujeres.

El pecado simpático, bonachón, encantador y limpio es la especialidad de la cocina de


Sienkiewicz, lo preparaba para fortalecer a la nación y a Dios. A Gombrowicz le
resultaba claro que el Dios de Mickiewicz y de Sienkiewicz estaba subordinado a la
nación. La moral individual de Dios le cedía su lugar a la moral colectiva de la nación
abriéndole la puerta al espíritu del rebaño, por eso es que Sienkiewicz es un escritor
católico sólo en apariencia.
“Por eso la literatura de Sienkiewicz podría ser definida como el desprecio por los
valores absolutos a los que reemplaza por una vida facilitada (...) La fuerza de
Sienkiewicz consiste precisamente en que él elige el camino del menor esfuerzo, en
que es todo placer, un desahogo despreocupado en un sueño barato (...)”

“Nos introduce como nadie en los recovecos del alma donde se realiza nuestra huida
de la vida, el modo polaco de eludir la verdad”
El lenguaje del catolicismo limitado de Sienkiewicz no alcanzaba para satisfacer el
propósito de Gombrowicz, es decir, no alcanzaba para lograr un encuentro entre lo
superior y lo inferior, un encuentro que Gombrowicz buscaba y que el cristianismo,
con una sabiduría calculada para todas las mentes, le podía procurar.
Tuvo que seguir otro camino, un camino en el que entronizó la inmadurez como un
promontorio de la cultura y con la que desmontó una buena parte de los hábitos
contemporáneos.

EL SÉPTIMO SELLO

En la última novela del Pato Criollo, obedeciendo las órdenes de Frasca, el


representante del mal en la tierra, aparece un salmón de grandes proporciones sobre
el cielo de Rosario, mientras otros fenómenos también perturban el orden del cosmos:
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aparecen juguetes que se transforman en personas, personas que se desprenden de


una pantalla, las pirámides de Egipto se multiplican y avanzan por el desierto... un gran
desorden hace peligrar a la humanidad.
Una sensación parecida a la que puede producir este trastorno del cosmos se apodera
de mí cuando algún editor publica lo que escribo. Este fenómeno cultural increíble se
ha producido sin embargo dos veces en este año, a saber: en marzo, el Gran Ortiba,
comandante en jefe de la revista “El Ortiba”, empezó a publicar todo lo que llevo
escrito sobre Gombrowicz, todo lo que estoy escribiendo y, si Dios lo permite, todo lo
que escribiré.

Y en octubre, el Perro Uno, comandante en jefe de la revista “Cinosargo”, empezó a


publicar todos los Gombrowiczidas que le van cayendo entre las manos al que,
lamentablemente, tuve que tirarle de las orejas porque tiene la costumbre de
publicarlos sin nombrar al autor que, como todo el mundo sabe, vengo a ser yo.
Cinosargo es el nombre del gimnasio dónde un discípulo de Socrates impartía sus
enseñanzas siendo Diógenes su alumno más destacado. Los discípulos estaban
orgullosos de que los llamaran cínicos, es decir, perros pues era un apelativo que
señalaba cumplidamente su desprecio por las convenciones sociales.
Gombrowicz adoraba a los perros, y la adoración que le tenía a su perro Psina más su
costumbre de jugar al ajedrez se me asociaron de una manera extraña con “El séptimo
sello”, la película de Bergman.

Ingmar Bergman fue un gombrowiczida insigne, su puesta en escena de “Ivona” y la


escena del “El séptimo sello" en la que el caballero que vuelve de las Cruzadas reta a la
Muerte a un juego de ajedrez para demorarla en unos trabajos macabros que debía
realizar con sus vecinos enfermos de peste, son inolvidables.
Gombrowicz, entusiasmado por la belleza de los otoños de Vence, cantaba arias de
opereta –en es momento estaba escribiendo “Opereta”– con su perro Psina que
sacaba su lengua grandota, se reía y cantaba con él.
“Ha terminado el año, un año más cerca de la muerte, aunque hablar de la muerte
demuestra mala educación”
Si bien es cierto que Gombrowicz tenía con la muerte una relación más bien mundana
juega con ella en serio unas partidas de ajedrez, como el protagonista de “El séptimo
sello”

“Mientras estábamos merendando en la terraza apareció el tío Szymon; –¿Cómo?, si


Szymon hace cinco años que yace bajo tierra; –Exacto, vino del cementerio con el
mismo traje con que lo enterramos, saludó a todos los presentes, se sentó, tomó un té,
charló un poco sobre las cosechas y se volvió al cementerio; –¿Cómo? ¿Y vosotros qué
hicisteis?; –Nada, qué puede hacerse, querido, ante semejante insolencia”
A Gombrowicz le parece que los hombres cometen una canallada promulgando leyes
que le impiden morir a quienes han elegido la muerte, obligándolos a vivir nada más
que por mezquindad, para evitar los inconvenientes que trae la muerte. El chantaje
contenido en la obstaculización de la muerte atenta contra la más valiosa de las
libertades humanas.
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Estamos condenados a vivir, pero si la vida nos pisotea y nos denigra con la crueldad
de una bestia salvaje, disponemos de un instrumento maravilloso para zafar: podemos
privarnos de nuestra vida.
Aunque no elegimos venir al mundo, debiéramos tener al menos el derecho de
marcharnos, siendo éste el fundamento de la libertad y de la dignidad personal,
porque vivir dignamente quiere decir vivir voluntariamente. Este derecho fundamental
del hombre, que debiera figurarar en la constitución y en las leyes, ha sufrido una
confiscación paulatina e imperceptible. La organización social dispone las cosas de tal
manera que morir resulta difícil, a pesar de los recursos de la técnica actual que
podrían proporcionarnos una muerte muy dulce.

La afirmación ciega de la vida del otro pone al descubierto la insensibilidad del que nos
impide morir, que tiene mucho que ver con el hecho de que el dolor y la agonía
todavía no lo alcanzaron, una estúpida frivolidad con la que se impide morir al que
sufre. La organización social debería restringir el campo de acción del dolor dándole
lugar a la eutanasia.
Todas las consideraciones que se oponen a esta determinación son dogmáticas y
teóricas, se despliegan como la cola de un pavo real, lejos de la muerte. Lo más lejos
posible. Gombrowicz tiene las ideas bastante claras respecto al dolor y al
envejecimiento, pero no las tiene tan claras respecto a la muerte.
“Durante el entierro pensé que no eran vivos quienes despedían al finado, sino
moribundos (...)”

“En el cementerio, a aquella luminosa hora de la tarde, las caras marcadas por una
cierta expresión de grave desesperación, tenían un aspecto cadavérico, igual que el
cadáver del ataúd, y cada uno de los presentes cargaba consigo mismo como un saco
lleno de muerte”
Pero este saco lleno de muerte, este “memento mori”, le resultaba exagerado, cuando
le aparecía tenía la necesidad de controlarlo. La insistencia continua de la idea de la
muerte sólo prueba que no somos capaces de asimilarla, pues si lo fuéramos, si en
verdad sintiéramos su presencia, no podríamos dormir ni comer, sin embargo, ni
siquiera nos impide ir al cine. No nos preocupamos verdaderamente por nuestros
propios pensamientos sobre la muerte, pareciera como si esa idea se pensara a sí
misma, a lo Hegel, por su cuenta.

“La muerte se vuelve para mí cada vez menos importante, tanto la humana como la
animal. Cada vez me resulta más difícil comprender a aquellos para quienes la
privación de la vida es el mayor de los castigos. No entiendo la venganza de quien, al
matar con un inesperado disparo en la nuca, se regocija como si el otro hubiera
sentido algo. Me he vuelto casi indiferente a la muerte (no hablo de la mía)”
Si bien Gombrowicz quería mucho a los perros, su amigo Wladyslaw Jankowski los
quería aún más. Los galgos de Dus se habían metido en un terreno lindero y
despedazado a una cerda. El vecino salió de la casa con una escopeta, mató a uno de
los galgos e hirió a otro, los demás huyeron. Dus salió corriendo al porche con una
linterna, los galgos se levantaron al verlo y lo rodearon, su amor sumiso era
conmovedor.
13

Faltaban Step y un cachorro, el dolor de Dus lo dominaba todo, elevándose como el


canto de Isolda, hubiera dado por Step todos sus caballos preferidos.
Su cara era la de un hombre abatido, debilitada quizás también por la pequeñez de esa
desesperación suya causada solamente por un perro y para el cual no podía exigirnos
nuestra total aprobación.
Sacó un revólver de un cajón, montó a caballo y el galope se lo llevó hacia la noche.
Finalmente la ira lo fue abandonado al pobre Dus y sólo le quedó el dolor por el más
fiel de sus perros: –¿Por qué me has hecho esto?, siempre he sido un buen vecino. Se
puso a buscar el cadáver de Step y lo encontró entre unos arbustos, pero todavía vivía.
Lo llevaron al establo jadeante y sacudido por convulsiones.

Dus, Jacek, Jeanne y Gombrowicz celebraron un consejo sobre si había que acortarle el
suplicio a Step. Y votaron.
La señorita Jeanne, guapa, veinte años, mujer de lujo y comunista, lúcida, enérgica y
valiente, moderna y atea. Al verla ante ese perro Gombrowicz se dio cuenta de que la
justicia comunista, al igual que la católica, no incluye a los animales. Como su moral
racional no tenía nada que decir la señorita Jeanne se transformó en mujer, se
escondió en su sexo, la sexualidad irrumpió en el dolor como si pudiera remediarlo. Se
inclinó sobre el perro con una ternura maternal, la muerte le pareció peor que el dolor:
–No, no, ¡no lo matéis!
Jacek, católico, profundamente creyente, pero Dios tampoco tiene nada que ver aquí,
para un perro no hay salvación.

Sin embargo, Dios permite que el hombre tenga piedad de ellos. Su decisión estaría
dictada entonces por la compasión, por el cálculo de que la vida de un perro no tiene
mayor importancia, y por la idea de que había que terminar cuanto antes con una
situación que resultaba un tanto embarazosa para Dios y para el alma: –Matadlo, no
saldrá de ésta.
Para Gombrowicz no existía ninguna instancia superior, tampoco ya existía el perro,
delante de él sólo había un pedazo de materia sufriendo. Atrapado por este tormento
en el establo exigió que le pusieran fin: –¡Matadlo, detengan la máquina del dolor! ¡No
se puede hacer nada más, sólo esto! ¡Esto sí que lo podemos hacer!
Dus, agrónomo, terrateniente, cazador, deportista, amante de los caballos y de los
galgos.

Entre él y los otros existía una total disonancia. No tiene miedo del dolor en sí como
Gombrowicz. No busca una justicia universal como el católico o el comunista. Existe
entre seres de carne y hueso, rechaza las abstracciones, en el fondo de su alma no
sabe qué es la igualdad, es un amo. Quiere muchísimo a ese perro, para él una criatura
próxima, que conoce, por Step está dispuesto a cualquier sacrificio, pero no quiere
conocerlo todo, quiere permanecer en el círculo limitado de sus sentimientos.
Quiere a Step con amor de amo, lo quería porque el perro lo adoraba, y el quería en el
perro su adoración canina, un sentimiento aristocrático nacido de la superioridad
absoluta del hombre, toda la naturaleza tiene que servirle para que él distribuya las
gracias entre los seres inferiores.
14

El rey absoluto inclinado sobre el perro fue el más acorde con la naturaleza, y si el
perro hubiera podido comprender lo hubiera comprendido a él y no a los otros. Con la
dulzura de una madre dolorosa él también votó: –Esperemos, quizás no se muera. Un
amo feroz que prolonga la tortura de Step con el fin de salvar al perro para sí mismo.
“Esta escena, como extraída de un drama, no estaría tan llena de tensión ni sería tan
crítica, si no fuera por el estertor y los ojos del perro, que no se apartaban de
nosotros”

WITOLD GOMBROWICZ Y VIRGILIO PIÑERA

El primer gombrowiczida polaco que apareció en Francia fue el Príncipe Bastardo, y el


primer gombrowiczida hispanohablante que apareció en la Argentina fue Virgilio
Piñera aunque, hay que decirlo, Gombrowicz ya tenía algunos admiradores en el país.
Gombrowicz designó a Piñera como presidente del comité de traducción de
“Ferdydurke”, un trabajo que la mayor parte del tiempo se realizó en el café Rex: –
Joyce dispuso de una sola persona para traducir su Ulises, yo dispuse de veinte para
traducir mi “Ferdydurke”.
Antes de llevar adelante esta empresa Piñera ya se había hecho una composición de
lugar respecto a Gombrowicz en las mesas de café: –Así que usted viene de la lejana
Cuba. Todo muy tropical por allá, ¿no es cierto? ¡Caramba, cuántas palmeras!

El misterio del origen del vocablo “Ferdydurke”, en los tiempos del Rex en que se
traducía “Ferdydurke”, resultaba impenetrable para Piñera, tanto como la
verosimilitud de la historia que le contaba sobre su viaje a la Argentina. Pero mientras
que para el vocablo tenía una versión única: no significa nada, para la historia tenía
varias. El relato del viaje era el primer plato de la conversación con Gombrowicz y fue
escuchado por todas las personas que se acercaban al autor de “Ferdydurke” en
aquellos años.
Destacaba que en el barco era invitado de honor, que almorzaba en la mesa del
capitán con el que sostenía conversaciones filosóficas y al que le daba consejos
místicos. Repetía hasta el cansancio que no le había gustado Río de Janeiro porque su
vegetación era demasiado verde y porque los morros eran muy dudosos, y tantas
veces como lo de la vegetación, repetía que no había regresado a Polonia por los
intensos estudios del alma sudamericana que había iniciado el día anterior a la partida
del barco.

“Cuando apareció ‘Ferdydurke’, llovió sobre él el fuego graneado de los gramáticos. En


general, tenían razón. Las objeciones de Sabato, de Capdevila, y tantos otros, se
fundamentaban en argumentos contundentes. No creo, sin embargo, que por haber
empleado mal algunas palabras, o de haber tomado otras en una acepción bastante
discutible, la traducción fuese absolutamente mala. Sin que pretenda justificar esas
faltas lo cierto es que tales errores se debieron a que fue imposible, en vista a la
inminente aparición del libro, hacer una revisión al microscopio. Yo no creo,
sinceramente, que a pesar de que uno que otro adverbio haya sido mal empleado, o
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de que un sustantivo haya sido usado impropiamente, la versión española de


“Ferdydurke” resultara ilegible”

Toda esta historia había empezado cuando el maestro Paulino Frydman, director de la
sala de ajedrez del café Rex, consiguió milagrosamente traer un ejemplar polaco de
“Ferdydurke” a la Argentina, pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a
Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones
pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes observaron después que
Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del
lector al contenido del libro.
Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas,
reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de
la traducción se propusieron no desalentar a los lectores en el mismo comienzo de la
obra.

Por otro lado, los traductores de Gombrowicz, jugando con una mezcla de estilos y
variaciones del castellano y sin atender demasiado a la corrección, crearon un lenguaje
tan fuera de lo convencional que irritaron a los puristas. El lector no sabía descifrar
muy bien a “Ferdydurke”, pues no sabía en qué grado el lenguaje dependía de las
licencias poéticas del autor o de la traducción misma. Por eso no podía juzgar
adecuadamente el trabajo de los traductores, ni aún el mismo libro. El motivo general
del rechazo a “Ferdydurke” no fueron sin embargo las cuestiones lingüísticas, sino la
inmadurez por parte de los lectores para entender el aspecto filosófico del libro.
Virgilio Piñera define a la obra como la realización de un análisis espectral, como un
examen de conciencia que todavía hacía falta en la cultura.

Ve a “Ferdydurke” como una sátira y la compara con Don Quijote. Según Piñera, a
través de lo grotesco y lo absurdo Gombrowicz muestra los mecanismos de la forma, y
gracias a su madurez en el oficio, no cae en la trampa de la pura dialéctica que mataría
la poesía de la obra. Hasta aquí estamos viendo a “Ferdydurke” con la mirada de
Virgilio Piñera, ahora vamos a ver un poco “La carne de René” con la mirada de
Gombrowicz.
Hay naciones que miran y otras que se sienten miradas. En la época de Gombrowicz,
las capitales del cuadrilátero de la cultura: País, Roma, Inglaterra y Berlín, se pasaban la
vida mirando, mientras otras capitales del mundo se sentían miradas con desdén
El que es mirado suele maniobrar en forma defensiva, Sudamérica pertenecía al gran
mapa de las regiones periféricas que se sentían miradas, no podían luchar con esa
mirada desdeñosa, era una tierra fértil para el cultivo del gran absurdo.

Después de leer “La carne de René” Gombrowicz se ocupa de Piñera en los diarios y lo
pone bajo la lupa con la que observa la rebelión inmadura sudamericana contra la
cultura europea.
“Piñera, al sentirse impotente, rinde homenaje al gran absurdo, que lo aplasta; en su
arte la adoración del absurdo es una protesta contra el sin sentido del mundo, hasta
una venganza, una blasfemia del hombre ofendido en su moralidad. ‘Si el sentido, el
sentido moral del mundo, es inaccesible, me dedicaré a hacer payasadas’; tal es el
aspecto aproximado que tomaban la venganza de Piñera y su rebeldía”
16

Pero fue en la región central de las miradas donde aparecieron por primera vez las
miradas absolutas y también el gran absurdo. Kierkegaard, en su famoso “¡O esto o
aquello!”, crucifica a la razón para aceptar la paradoja absoluta que él ve en Cristo.

Como su tiempo no quiso aceptar su esto o aquello, se rebeló contra la sociedad,


contra su propia iglesia, y contra el mismísimo matrimonio, porque, conforme a su
exigencia de una pureza absoluta, la procreación le parecía pecaminosa.
Y el Roquentin de Sartre se rebela contra el mundo porque el mundo no es como
debiera ser de acuerdo a sus postulados absolutos. El hecho de que Kierkegaard fuera
teísta y que Sartre fuera ateo, resulta de la menor importancia, ya que lo que ambos
tienen en común es mucho más esencial: la demanda de lo absoluto en un mundo
relativo, y la actitud de rebelión contra ese mundo que no se pliega a sus demandas
absolutas.
Piñera, díganos qué impresión le causa Gómez; –Es un joven muy conversador; –No,
Piñera, háblenos de los defectos; –No sé qué defectos tiene, Gombrowicz, no lo
conozco; –¿No le parece que a veces le falla el lenguaje?; –Sí, lo he notado; –Le falla
porque es joven, naturalmente; –Sí, es muy joven.

Virgilio Piñera es uno de los grandes escritores cubanos. En febrero de 1946 viajó a Buenos Aires donde

residió, con algunas interrupciones, hasta 1958. Aquí trabajó como funcionario del consulado de Cuba,

como corrector de pruebas y como traductor.

Para llevarle la contraria a “Aurora”, la revista de la resistencia que había creado Gombrowicz, fundó la

revista Victrola”, y para llevarle la contraria a Lezama Lima, con quien había polemizado agriamente,

fundó la revista “Ciclón”, una publicación de gran importancia en la historia de la literatura cubana. En

1952 apareció su primera novela, “La carne de René”.

Colaboró con la revista argentina “Sur” y con las francesas “Lettres Nouvelles” y “Les
Temps Modernes”. En 1958 abandonó la Argentina y se instaló definitivamente en
Cuba donde murió en 1979. En los últimos años de su vida Piñera fue condenado al
ostracismo literario por las autoridades de las instituciones culturales oficiales
cubanas, en gran parte debido a su condición de homosexual, una condición que él
nunca había ocultado.

WITOLD GOMBROWICZ Y MARIE-RITA LABROSSE

El infernal diminutivo que tan decisivamente había pesado en el destino de


Gombrowicz hacía su aparición en las primeras cartas que nos escribe sobre la Vaca
Sagrada.
“Rita es una niña que digamos moderna, desde cinco años vive en París escribiendo
una tesis sobre Colette (todavía reúne materiales), amiga de Dalí, etc. Le encantaría,
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Goma, es vivísima, nada tonta, charla, ríe, jode, cocina, viste (muy bien) es de la última
ola y en el viento (dans le vent). Frescura del alma. Exigente en el amor. Enloquecida
conmigo. Carita enloquecedora, cuerpito bikini (...)”
“Sol, ambiente primaveral, esta inocente criatura cocina bastante bien, además me
ama y a cada rato hacemos esa cosa que te imaginarás, de modo que dejé totalmente
las pastillas para los nervios y estoy en vías de franca recuperación”

La Vaca Sagrada se pliega al tono inmaduro en la primera carta que nos escribe desde
Vence, una carta a la que acompaña con una foto: “¡Hello Boys! Rita hully-gully les
manda besos MONOKINI auto-stop”
Hay que decir que los diminutivos y el infantilismo nunca desaparecieron en
Gombrowicz, era la contraforma que utilizaba para darle una forma a los sentimientos,
pero la enfermedad lo empieza a ahogar y nos lo hace saber en sus cartas.
“¿Qué me dice? ustedes –también Ada– se imaginan que yo estoy durmiendo en un
lecho de rosas, y con Rita, además. Mientras que estoy pudriéndome de todos lados
un poquitito. En fin, no es tan dramático. Hay también momentos de buen humor.
Pero –amigo– nunca me parecía menos a un monstruo egoísta y mefistofélico que
ahora. Ahora peso 68 kg. ¡Pesaba 83! Salud”

Pasa el tiempo y Gombrowicz convirtió a la Vaca Sagrada en su familia, en esa familia


de Polonia que él había perdido en 1939. En la penúltima carta que nos escribe hay un
paréntesis terrible, un paréntesis ortográfico. Es una carta escrita en un tiempo en el
que Gombrowicz le había empezado pedir a un par amigos algún veneno o, en su
defecto, una pistola para pegarse un tiro. A pesar de una convivencia con la Vaca
Sagrada que tenía ya cuatro años y medio, cuando se siente obligado a casarse con ella
después del infarto del míocardio del año 68’, nos informa que había contraído
matrimonio, pero nos lo informa entre paréntesis (con Rita), se siente obligado a
aclararnos con quién se estaba casando allá en Europa después de los
deslumbramientos que había causado en París.

Claro, nos lo tenía que aclarar, si por un error de cálculo imperdonable en vez de
casarse con una princesa o, en el último de los casos, con una condesa se había casado
con una estudiante que seguía buscando materiales para escribir una tesis sobre
Colette, mientras la barra argentina seguía esperando, según lo imaginaba él, unas
nupcias reales. En vida de Gombrowicz nunca dejó de ser una sombra para nosotros,
una sombra que lo cuidó y que lo ayudó a morir.
El 18 de noviembre de 1968 tiene un infarto del miocardio, se siente morir, finalmente
se interesa por una ocurrencia que tiene el Hasídico y prepara un curso de filosofía que
les va a dictar al que le dio la idea y a la Vaca Sagrada.

Lo empieza a dar el 27 de abril pero debe interrumpirlo el 25 de mayo, a dos meses de


su fallecimiento. Cuando se pude mover un poco habla de los médicos.
“Después de cuatro semanas, empiezo ahora a poder sentarme en la cama (...) un
infarto del miocardio y varias crisis muy dolorosas (...) mi médico jura que no quedarán
secuelas. Por supuesto, es un embustero profesional, como todos los médicos (...)”
“Pero el hombre es para sí mismo una sorpresa inacabable porque yo, aunque con
miedo de morirme y ese taladro que me desgarraba el pecho, tenía reparos en
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despertar a Rita y llamar al médico a una hora tan temprana; finalmente vino, me puso
una inyección y, cuando el dolor remitió, a Rita y a mí nos dio una ataque de alegría, de
pronto nos invadió un humor excelente, reíamos y decíamos tonterías, y el médico nos
miraba como a dos mentecatos (...)”

“No me he muerto, y sin embargo algo en mí ha sido tocado por la muerte, todo
aquello de antes de la enfermedad es como si estuviera detrás de un muro. Ha surgido
una nueva dificultad entre yo y el pasado”
Yo me encontré con Rita en Buenos Aires en el año 1973 cuando el inefable Gustaw
Kotkowski, el primo de Gombrowicz, nos hizo de partenaire, y a caballo de los años
1978 y 1979 cuando volvió para completar los testimonios que después publicó en
“Gombrowicz en Argentina”.
A decir verdad el estado de confusión en el que había caído mi relación con
Gombrowicz también la arrastró a ella, y cuando después de cuarenta años llegó el
momento de la reparación que debió ocurrir junto a la que para mí fue la resurrección
de mi amigo, no pude hacerlo, y no pude hacerlo por la oposición cerril que me
interpuso y me sigue interponiendo para impedir que publique las cartas que me
escribió Gombrowicz.

La enfermedad de Gombrowicz en Berlín le acrecienta su inestabilidad nerviosa, su


neurastenia, busca un poco de tranquilidad y se establece en la vieja abadía de
Royaumont donde conoce a Rita.
“Los reaccionarios nunca lo quisieron, comprendieron que él era enemigo de todos los
órdenes establecidos (...) en Royaumont lo han tratado hasta de nazi, pero hay que
reconocer que allí, en materia de provocación, él no tenía las manos muertas. Muchos
hicieron su autocrítica, pero bastante después, a ellos les llevó muchos años descubrir
lo que Gombrowicz siempre supo”
Las actitudes protectoras de las mujeres respecto a Gombrowicz empezaron con
Antonina y Aniela, la madre y la abuela materna, y terminaron con Rita.

“(...) Hasta los treinta y cinco años y durante sus últimos cinco las mujeres tuvieron
mucho que ver en su vida (...) Mi aventura real con Gombrowicz duró cinco años y mi
aventura póstuma veinte. Y estos veinticinco años los he pasado pensando
constantemente en él, ya sea sola en mi casa trabajando alrededor de su obra, ya sea
con gente que me hablaba de él y de mis dos libros. Hago este trabajo para conocer
mejor al hombre y a su obra, y también es una manera de prolongar mi aventura con
él. Lo amé un poco como a un niño, pero además como a un hombre invencible e
inmortal, solamente después de haber escrito mi propio testimonio es que acepté,
finalmente, que él es también mortal como todos los hombres”
Gombrowicz hizo todo lo posible por estar apartado del trabajo y del matrimonio, pero
ocho años después de haberlo perdido todo se empleó durante casi ocho años en el
Banco Polaco, y algún tiempo después de haber regresado a Europa se casó con la
Vaca Sagrada.

“Siempre estuvo fascinado por la bastardía (...) Puede ser que Gombrowicz no se
sintiera reconocido por su padre, como adulto, como bueno y como adaptado a la
vida. En cuanto a su deseo de prolongarse yo no sé, todos sus discípulos y yo también
19

fuimos sus hijos. Una sola vez después de nuestro matrimonio tratamos el tema y me
pareció que le hubiera gustado tener una vida familiar. Pero era demasiado tarde,
estaba demasiado viejo, si es que se puede considerar viejo a un hombre de sesenta
años. En cuanto a mí, no me arrepiento. A juzgar por la educación que le dimos a
Psina, nuestro bien amado perrito, nuestro niño se hubiera vuelto loco si es que no
hubiera sido loco ya desde el nacimiento”
Cuando la Vaca Sagrada conoció a Gombrowicz en Royaumont estaba escribiendo una
tesis sobre Colette.

Gombrowicz, que ya tenía la salud quebrantada, le dijo que quería radicarse en


España, en el sur de Francia o, quizás, regresar a la Argentina: –Cambie el tema de la
tesis, hágala sobre mí, yo se la escribiré en dos semanas y luego nos vamos.
Finalmente aprobó la tesis escribiendo sobre Colette, a pesar de los sarcasmos de
Gombrowicz que le advirtió que después de los acontecimientos de mayo su tesis sería
rechazada. Una joven canadiense que viajaba por Europa lo encontró a Gombrowicz y
se quedó con él.
“La voluntad de ser objetiva en “Gombrowicz en Europa” es una manera de tomar
distancia con Witold. No aparezco en mi libro hasta el final porque no aparecí para él
sino al final de su vida. Pero en realidad estoy constantemente presente en los dos
libros, en ‘Gombrowicz en Argentina’ y en ‘Gombrowicz en Europa’; disimulada pero
presente, para espiar a los otros hablándome de su amor o de su admiración por él
(...)”

“Estaba en mi casa con mi tesoro que escuchaba en mi soledad, y anotaba todo eso,
palabra por palabra. Así se hizo ‘Gombrowicz en Argentina’, mi primer trabajo de
distanciamiento, paso a paso. En la Argentina lo amaron de la misma manera que lo
amé yo, me sentía muy próxima a sus discípulos cuando estuve por allá. Pero en
‘Gombrowicz en Europa’ me di cuenta que en Berlín empezó a ser visto con ojos
menos amables, y en Royaumont con ojos casi siempre hostiles”
A mí se me había formado la idea de que una persona tan lúcida como el
Cagamármoles me iba a ayudar a publicar las cartas que me había escrito Gombrowicz
en Feltrinelli venciendo la resistencia de la Vaca Sagrada, pero en vez de ayudarla a
realizar una empresa tan noble la ayudó a cometer un desatino.

Gombrowicz se fue a la tumba sin saber que se publicarían dos libros con unos textos
suyos que no habían visto la luz del día mientras vivió: “Curso de filosofía en seis horas
y cuarto” e “Historia”. Se publicaron después con la santa bendición de la Vaca
Sagrada, pero llamar textos de Gombrowicz a los apuntes que sacó en el curso de
filosofía y que Gombrowicz no tuvo ocasión de revisar es una temeridad.
Para escribir este engendro mortuorio se puso a las órdenes canónicas de la Vaca
Sagrada el doctor profesor honoris causa lameculos llamado el Cagamármoles, y allá
fue este mamotreto indigerible.
Como Gombrowicz no era filósofo ni profesor de filosofía no disponía del automatismo
que da la memoria mediante el cual podemos repetir cosas que dijimos antes una y mil
veces sin pensar en lo que estamos diciendo ahora.
20

Gombrowicz dio ese curso para olvidarse de la idea del suicidio, no disponía pues de la
imaginación y de la conciencia agudísimas con las que de vez en cuando enfrentaba
estos desafíos.
El sentimiento del que derivan la deserción y el destierro de Gombrowicz es el miedo,
pero, ¿y la homosexualidad?, no es tan evidente que el origen de la homosexualidad
de Gombrowicz sea el miedo. Gombrowicz no le tenía odio a las mujeres, no era
misógino, pero, ¿y miedo?, ¿no será que era ginófobo? La cuestión de que la
homosexualidad le produjera tanta vergüenza y la heterosexualidad de sus relaciones
con Rita dan para pensar que le tenía miedo a las mujeres y que el miedo era el origen
de su homosexualidad.

Dejemos este dilema para otra oportunidad, pero si fuera cierto que era ginófobo, el
miedo se convertiría en el archiorigen de los dolores de Gombrowicz. Sin embargo, a
juicio del Niño Ruso yo no supe darle el lugar debido a la Vaca Sagrada y me hace
reproches sobre este asunto.
“Me permito decirte que hay algo que no me gusta de tus cartas, la manera como te
expresas al tocar a Rita G. Fue su compañera, su enfermera, su lazo con el mundo y
con la vida en los últimos años. Él la eligió. Aún ahora continúa trabajando para que la
obra de Gombrowicz no se pierda. Si también tiene ganancias de esa obra, eso es lo
que menos debe contar. Y si declara que tenía relaciones con otros, es explicable, por
las discordancias de edades, por la enfermedad y por las características difíciles de
Gombrowicz en cuanto al sexo (...)”

“Y, sobre todo, porque en los años sesenta en Europa y creo que en todo el mundo,
fueron absolutamente disolutos, libertarios, anárquicos, cargados de una intensidad
erótica soberbia, y un acto sexual no tenía la más mínima trascendencia. Era como
tomar un vaso de agua”

LAS CRÍTICAS, LAS CARAS Y EL IDIOTA

Existen dos asuntos contra los cuales Gombrowicz se previno muy tempranamente: la
crítica literaria y las caras de los polacos.
Sobre esta última cuestión quizás se previno tempranamente advertido por las
reflexiones de un conocido suyo que solía sumirse en profundas meditaciones. Luego,
al volver en sí, decía: –Lameculos, cerdos, cerdas, comemierdas, todos son la misma
porquería; –¿En qué piensas?; –En los polacos.
Gombrowicz llegó muy temprano a la conclusión de que los dos grandes enemigos de
la literatura son los escritores y la crítica literaria.
La literatura sólo puede sobrevivir si se le escurre entre las manos a los escritores,
cuando desempeñan funciones de críticos, y a los críticos.

Gombrowicz saca a la superficie este pensamiento cuando se pronuncia sobre la


sinceridad y la probidad pues la sinceridad en la literatura, según su juicio, no conduce
21

a nada, el camino por el cual se llega a la franqueza es el artificio, y le sirve de muy


poco la probidad a un escritor si es que vive en el medio de la niebla.
El ataque a la actividad de la crítica literaria ocupa buena parte de las páginas de su
“Diario”. La naturaleza de la facilidad con la que el periodismo literario le ajusta las
cuentas a la literatura lo induce a oponerle resistencia. La obra de un escritor no puede
ser inocente respecto de la crítica, pues corre el riesgo de ser destruida por el juicio de
un idiota. El autor debe procurarse una ventaja de partida contra los críticos, pues un
estilo que no sabe defenderse a sí mismo de un comentario humano no cumple con su
cometido más importante.

Esos juicios son decisivos para el escritor, incluso cuando procedan de un cretino; la
actitud orgullosa de ponerse por encima de ellos es una ficción absurda que produce
consecuencias prácticas y de importancia vital. El crítico es por lo general un literato de
segunda clase con una relación frágil, casi siempre de carácter social, con el mundo del
espíritu. ¿Cómo un hombre así, inferior, puede valorar el trabajo de otro superior? Los
efectos que causan estos parásitos son catastróficos.
Las aventuras que corre Gombrowicz con las caras y con sus partes, de igual modo que
con la crítica literaria, son múltiples y muy entretenidas. Su amigo, Tonio Sobanski, uno
de los hombres más característicos de la Varsovia de preguerra y de las
transformaciones que se producían en Polonia, no confiaba demasiado en las caras de
los polacos.

Sobanski era un conde terrateniente, un bohemio que detestaba el campo, que había
roto con las tradiciones y que había asimilado todos los fermentos intelectuales y
artísticos. Gombrowicz estaba deslumbrado con ese aristócrata extraordinariamente
inteligente, un europeo de una gran cultura y de modales perfectos.
No era snob ni un pedante amanerado, era un hombre de elite, pero su terreno de
acción se limitaba a la clase superior. Más que nadie sabía que el encanto de una
nación, su capacidad de fascinar y seducir, eran armas más poderosas que los cañones,
y que el mundo trataba de un modo totalmente diferente a un pueblo que lo
impresionara por su estilo y por su encanto.

“Veía en el país un material de primera categoría, creía que los polacos, llenos de
temperamento, fantasía, sensibles al arte, hubieran podido seducir al mundo si no
fuera por una terrible combinación de esclerosis, de provincialismo, de falsa
vergüenza, de pathos y de una virilidad militar forzada, una mezcolanza que les
confería una rigidez atroz: –¡Qué horror!, dijo inesperadamente una tarde mientras
caminábamos; –¿Qué cosa?; –¡Las caras!”
La cuestión de las caras llegó a tener mucha importancia para Gombrowicz, al punto
que hizo todo lo posible por desacreditarlas e intentó reemplazarlas con el culo.
La cara y sus habitantes: los ojos, la boca, la nariz y la orejas; el culo y sus
proximidades: las manos, los dedos, los muslos y las espaldas se convirtieron en los
representantes plenipotenciarios de la forma y de la inmadurez.

En “Ferdydurke” desmonta la mistificación de los ideales recurriendo a un duelo de


muecas entre estudiantes que termina en una violación que se hacen por las orejas, y
desmorona a la modernidad en un amasijo de cuerpos en el que un profesor trata de
22

mantener su dignidad utilizando los orificios de su nariz mientras los juventones, la


colegiala y el colegial se dan bofetadas, se agarran de los mentones y de las rodillas, se
muerden las costillas y enloquecen en un montón hormigueante.
En otras ocasiones se refiere a las caras como un soporte de partes. Una tarde se
estaba dirigiendo al café Rex pero, de repente, desde el café París, le hacen señas unas
señoras conocidas que aparentemente estaban sentadas a la mesa comiendo
bizcochos que mojan en la crema.

Pero era una mistificación, la verdad es que estaban sentadas a un tablero cubierto de
esmalte apoyado sobre cuatro barras de hierro torcidas, y la acción de comer consistía
en meterse una cosa u otra por un orificio practicado en la cara, al tiempo que sus
orejas y sus narices despuntaban. Cháchara va, cháchara viene, Gombrowicz pide
disculpas y se marcha alegando falta de tiempo. El hecho de que estuvieran ocurriendo
cosas demasiado cretinas como para ser reveladas, era la razón que lo obligaba a
relatarlas pues tenían un exceso de cretinismo.
Las caras también tienen para mí un significado profundo y misterioso, especialmente
en ciertas oportunidades. En efecto, a menudo se me ponen muy de relieve en las
despedidas cuando algún gombrowiczida me marca el territorio.

“Hay un señor Juan Carlos Gómez que, desde hace meses, invade mi bandeja del Gmail
con una serie de artículos sobre el genial escritor polaco Witold Gombrowicz, autor,
como ustedes bien saben, de Ferdydurke, El trasatlántico y otras novelas que en su
momento leí con fruición. Pues bien, este señor, me refiero a Gómez, nunca pudo
hacer que yo leyera completo aunque sea uno de estos textos, de tal manera –
desadvertido yo– que no me di cuenta hasta hoy que Gómez acompaña cada uno de
sus inopinados envíos de fotos de Gombrowicz y otros escritores. Copio abajo,
entonces, uno de sus textos, y pego algunas fotos muy interesantes y poco conocidas.
Servidos”
Este gombrowiczida, recientemente ingresado al club, será conocido en adelante como
el Idiota por su exceso de cretinismo.

El Idiota es un crítico literario que escribió este texto tan promisorio cuando cayó en
sus manos una historia verdadera a la que di en llamar “Witold Gombrowicz y Henryk
Sienkiewicz.
Si bien es cierto que este personaje tiene un exceso de cretinismo por las cosas que
escribe, me llamó más la atención aún el rostro tropical de ese protoser más pequeño,
más oscuro y más perverso que los rostros de las regiones frías.
La cara que aparece en la foto que forma parte de este gombrowiczidas seguramente
no tiene nada que envidiarle a las caras de las que le hablaba Sobanski a Gombrowicz
refiriéndose a los polacos.

WITOLD GOMBROWICZ Y FRANÇOIS BONDY


23

El primer escollo que Gombrowicz tuvo que vencer para ser escritor fue el de su
familia. Desde que empezó a cultivar la literatura, siempre tuvo que destruir a alguien
para salvarse a sí mismo. En “Ferdydurke” atacó a los críticos para salirse de ese
sistema donde los escritores se mal entienden y se devoran unos a otros, para
independizarse. Sus ataques a los poetas y a los pintores también estaban dictados por
la necesidad de apartarse.
Con esta mezcla de naturalezas, la de su familia y la de la literatura, se moría de
vergüenza cuando pensaba que llegaría a ser un artista como ellos, que se convertiría
en un ciudadano de esa ridícula república de almas ingenuas, en un engranaje de esa
terrible maquinaria, en un miembro de ese clan. Por nada del mundo quería
pertenecer al gremio.

La desconfianza por el desempeño de una actividad que poco a poco fue absorbiendo
la mayor parte de su tiempo lo puso en camino de preguntarse cuál era el quid de una
obra, si la obra podía responder a las preguntas de qué se está hablando y en qué
consiste la cosa.
El quid de las obras de algunos autores es su vida personal, pero no siempre es así,
Gombrowicz creía que aunque su vida se hubiera desarrollado de otra manera sus
libros no hubieran cambiado demasiado.
Su mudanza de Polonia a la Argentina lo puso en medio de gente que le hablaba en
una lengua extraña para él, en medio de la soledad y de la frescura del anonimato que,
con el hielo de la indiferencia, le permitía conservar su orgullo.

Al empezar a escribir los diarios tuvo que abandonar parcialmente su lenguaje


artístico, fue entonces cuando le pareció que se le había caído la armadura que lo
protegía de los lectores. Pero después, poco a poco, se fue dando cuenta que podía
comentarse a sí mismo, se convirtió en su propio juez y le quitó al cerebro de los
críticos el poder de pronunciar veredictos.
Con los diarios acompañó a su arte hasta el lugar donde penetraba otras existencias,
una zona que a menudo le resultaba hostil. Amordazado en Polonia, aislado del gran
mundo por el exotismo de la legua polaca, acorralado en el ambiente cerrado y
estrecho de le emigración, en esta bruma nacían sus obras difíciles, a tal punto difíciles
que en el mismo corazón de París debieron luchar duramente para ser reconocidas.
La superficialidad de las cabezas polacas con las que trataba en la emigración se podría
medir por el hecho de que el mismo “Diario”, más fácil de comprender en apariencia
que sus otras obras, no conseguía penetrar en sus cerebros.

Ni Polonia ni la Argentina le abrían las puertas de un mundo que él quería conquistar.


Emprendió entonces su conquista lanzando un desafío similar al del personaje de
Balzac: “Si voy allí, es en efecto para conquistar (...) en París tendré que ser enemigo
de París”. Sin embargo, a pesar de que en la Argentina no le llevaban el apunte, fue
conocido en París de la mano de la versión española de “Ferdydurke”, una traducción
que se hizo en el café Rex y que se volvió legendaria en el mundo entero: –Joyce
dispuso de una sola persona para traducir su Ulises, yo dispuse de veinte para traducir
mi “Ferdydurke”.
24

Cuando Gombrowicz traduce “Ferdydurke” al español, los miembros del comité de


traducción se empiezan a entusiasmar, y de este entusiasmo Gombrowicz deduce algo
que anota en sus diarios mucho tiempo después.

“Era, pues, un libro universal. Era uno de esos pocos libros, poquísimos libros polacos
capaces de conmover realmente a los lectores extranjeros de la mejor categoría. ¿Y en
París? Me di cuenta de que la carrera mundial de “Ferdydurke” no era algo que
perteneciera sólo al dominio de los sueños, eso ya lo sabía de antes, pero se me había
olvidado”
François Bondy, redactor de la revista “Preuves”, escribió en 1956 un artículo
entusiasta sobre “Ferdydurke”, Maurice Nadeau se entusiasmó con el entusiasmo de
Bondy y propuso la publicación de “Ferdydurke” en la colección “Les Lettres
Nouvelles” de la editorial “Julliard”, y “Julliard” lo publicó. Antes del artículo de Bondy,
“Julliard”, al igual que todos los grandes editores franceses, se había negado a publicar
el libro.

Fue entonces el francés Bondy quien le abrió las puertas de la cárcel a Gombrowicz en
el mismísimo París. En el año 1953 Bondy había publicado, también en la revista
“Preuves”, la primera nota sobre “Ferdydurke” aparecida en Europa Occidental
después de la guerra cuyo texto vale la pena conocer.
“Es por su exilio en la Argentina y gracias a una memorable traducción al español que
se convirtió, ni más ni menos, que en la carta de presentación de “Ferdydurke”, que
conocimos esta novela polaca. Un comité de una veintena de traductores compuesto
por escritores cubanos, argentinos, brasileños, ingleses, etc. se dedicó, bajo la
dirección del autor, a hispanizar este grotesco filosófico-lírico, enorme y genial, una
prueba de la admiración que había despertado este joven escritor, y también de las
dificultades que tuvieron que sortear para traducir el texto de su lengua de origen, un
texto que es un disparo continuo de inventiva verbal (...)”

“Gracias a esta traducción, la lengua española se enriqueció, para su sorpresa, con un


gran número de neologismos de los que, por lo menos una veintena de sinónimos, se
refieren al “trasero” (Por ejemplo, culeito). ‘Ferdydurke’ aparece en Polonia en 1937
cuando su autor, el gran trovador de la inmadurez, ya había cumplido los treinta años.
El libro fue ampliamente discutido en las revistas literarias polacas, pero no alcanzó a
destacarse demasiado. Ignoro cómo fue recibido en América Latina, en la que el autor
acaba de escribir una nueva novela sobre historias de la emigración polaca en la
Argentina. ‘Ferdydurke’ es una obra de un humor extraño, cómica y pueril, en la que se
mezclan las meditaciones y las leyendas. Se trata de las aventuras de un hombre
maduro, reintegrado por la fuerza a la adolescencia y a la escuela, que se convierte en
objeto de diversas empresas de infantilización y de adultización. Publicaremos
próximamente algunas páginas características con la esperanza de que los amantes de
Jarry se alegrarán de descubrir a un Gombrowicz que, con una tradición eslava y
gogoliana, payasesco, desafiante e irónico, crea una obra que llega a ser hasta genial,
en todo caso de una sorprendente extrañeza”

Bondy llegó a Buenos Aires en 1961 precedido por el repique de campanas en toda la
prensa. A horas de haber arribado lo llamó por teléfono a Gombrowicz, y al día
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siguiente se encontraron en el City Hotel. Había desayunado con Victoria Ocampo y el


resto del día lo tenía libre. Charla que te charla se fue haciendo de noche, entonces lo
invitó a cenar a lo de Zofia Chadzynska, una polaca amiga de Gombrowicz. Sin pensarlo
dos veces llevó a Bondy a la casa de Zofia, estaban también invitados los Lubomirski y
un arquitecto.
“Organizamos una pequeña cena (muy modesta, como siempre en casa de Zofia; en
cambio el francés espumea como el champán...), pero en el ambiente flotaba una
reticencia. Al marcharnos, las señoras me guiñan el ojo: –Vamos, confiesa, ¿a quién
nos has traído? ¿Quién es? ¿Un poeta? ¿Un italiano o qué? ¿De dónde lo has sacado?
(...) Bondy, seguramente, forma parte (lo conozco poco) de esa gente cuya fuerza
consiste en su ausencia: él siempre está en un lugar más allá de lo que está haciendo,
aunque sea con un solo pie; su sabiduría es como la de un ternero que mamase de dos
madres”

WITOLD GOMBROWICZ Y DOMINIQUE DE ROUX

El cartesianismo y la forma habían puesto a Gombrowicz en la vereda de enfrente de


Francia, sin embargo, en el último tramo de su vida cruzó la calzada y se quedó en
Francia para administrar mejor su gloria.
“Pero, ¿cuál es la índole de las rebeliones francesas? Lo que las caracteriza a todas sin
excepción es que son espasmódicas, convulsivas, brutales y frías; no desembocan en
ninguna relajación, sino que contribuyen por le contrario a acrecentar el espasmo, la
convulsión, la tensión. Falta de aire. Todo se intensifica, nada se relaja. Esto me fascina
en la Francia de hoy. Esa sofocación. Esa amenaza. ¡Es algo excitante!”
La Francia de hoy era la Francia de Charles de Gaulle, Gombrowicz no se perdía
ninguna de las conferencias del General y siguió todos los debates de la Asamblea
Nacional durante los acontecimientos de mayo.

Si hasta el mismísimo Cohn Bendit pensaba que Charles de Gaulle era Francia en los
días turbulentos de la revolución.
“En realidad, si quiere que le diga la verdad, nuestra Revolución se sublevó contra el
matrimonio de Gaulle, eso fue todo”
En ese ambiente de grandeza Gombrowicz emprende su última campaña, empieza a
armar unas conversaciones con el Hasídico para hablar de su obra y de su vida.
“La vía en este mundo es como el filo de una navaja, de este lado el infierno, y del otro
el infierno; entre los dos: la vía de la vida. Relatos Hasídicos”
Estas son las palabras preliminares de un libro que ha sido de una gran utilidad para la
mayor parte de los gombrowiczidas, unas palabras preliminares de las Dominique de
Roux también tomó su apodo.

En julio de 1967 Gombrowicz tenía ya cincuenta páginas escritas de estas


conversaciones y estaba encantado porque su ciencia genealógica había sacado mucho
provecho de los generosos secretos sobre el Gotha que le había revelado el Hasídico,
26

un joven admirador, editor y escritor ilustre, que al poco tiempo de empezar su


relación con Gombrowicz le marcan el territorio.
“He escrito los primeros capítulos sin incluir preguntas. En los capítulos siguientes he
introducido unas preguntas muy lacónicas y neutras, y me gustaría hacer lo mismo en
los próximos, pues resulta más fácil escribir en forma de diálogo (...) Su idea de que la
distribución de las preguntas debe realizarse al final de los capítulos no me parece
afortunada (...) tal vez encuentre una manera más ingeniosa de formularlas que la mía,
pero conserve estrictamente su sentido puesto que sirven de hilo conductor en el
diálogo. Su verdadera participación puede consistir en un prefacio que escriba sobre
mí y mi obra (...) Eso es todo”

Gombrowicz limita desde el comienzo la participación del Hasídico porque en realidad


no la necesitaba, es decir, sí la necesitaba, el Hasídico era un editor prestigioso que
llevaría de la mano estas conversaciones inexistentes a la imprenta para alcanzar su
publicación.
Lo estimula de varias maneras distintas para que se mueva con más rapidez, teniendo
en cuenta por otra parte que lo único que le había encargado era un prefacio.
“Mis amigos de Estocolmo insisten; consideran que tengo muchas posibilidades para el
Nobel, en la actualidad Polonia puede ser candidata, y las conversaciones podrían
ayudar. Yo no sé nada de esto, pero doscientos cincuenta mil francos me parecen una
suma demasiado importante como para desdeñar esa posibilidad (...) Si mi
conocimiento de los hombres no me engaña, obligarlo a trabajar es la dificultad mayor
que tendré que vencer, porque, disculpe la franqueza, a usted la pesa el trasero”

Esto lo escribía a comienzos de 1968, además trataba de tranquilizarlo aconsejándole


que no escribiera el prefacio antes de conocer el texto completo pues de ese modo
podría dominar toda la problemática en todos sus matices. Cuando el Hasídico le
manda el prefacio se lo corrige.
“Existen a veces diferencias demasiado evidentes entre mi interpretación y la suya (...)
Mi consejo paternal es que medite a fondo en mis correcciones al prefacio y las
conserve a todas (...) trate de cambiar lo menos posible (...) Es el suyo un hermoso y
profundo prefacio (...) Pienso ir a París en junio pero quiero terminar antes las
Conversaciones”

Ahora ya no lo suelta más: que se apure en llevar el texto a la imprenta, que no lo


entregue antes de revisar el contrato con el editor, que está corrigiendo el texto de la
traductora que lo pasa del polaco al francés, que las correcciones que él hace son
precisas y satisfactorias. El Hasídico le había preguntado a Gombrowicz qué es lo que
tenía que hacer de Gaulle con el mayo francés.
“Voy a responder a su pregunta relativa a la juventud desmandada. Si yo fuera el
General, los metería a todos en la cárcel por vagancia, sobre todo a los barbudos”
Cuando finalmente Gombrowicz recibe el prefacio corregido le escribe que su
preocupación es hacerlo aún más accesible al lector, cosa que los escritores de esta
época, desprecian olímpicamente.

Elimina las pocas preguntas que se había atrevido a escribir el Hasídico, le mete mano
a las pruebas de imprenta y le ordena que no cambie nada del texto sin ponerse
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previamente de acuerdo con él. Le advierte también que no hay que decir que las
“Conversaciones” habían sido escritas enteramente por él porque eso las privaría de
los atractivos que de antemano tienen los diálogos.
Un mes antes del infarto que tuvo hacia el final del año 1968 le manifiesta su
amargura.
“Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que,
desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares. El año que viene se
lo darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y
entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas”

Estaba absolutamente aturdido, pasmado y estupefacto ante la avalancha de artículos


que se habían escrito sobre la aparición de las “Conversaciones”, sin embargo, algo lo
preocupaba.
“Me alarma el hecho de que Kot mencione en su artículo a mi antepasado Radziwill,
mientras que en “Realidades” se decía que yo nací en un castillo (¡?). ¿No está usted
de acuerdo conmigo en que habría que tomar medidas para evitar en otros artículos
tales esnobismos? Creo que a la larga pueden resultar perjudiciales. Ya le he escrito a
Kot pidiéndole que suprima esa frase. Tanto más que Dostoievski escribió que en el
extranjero todo polaco se declara conde”

Algunas de sus manifestaciones sobre el mayo francés habían provocado la ira de


muchos escritores que le mandaban cartas entre las que sobresale la de un historiador
e ideólogo anarquista.
“Querido Witold Gombrowicz. Es usted un gran escritor, pero con respecto a los
estudiantes del mayo del 68 no es más que un patán. Lo lamento por usted.
Sinceramente/ Daniel Guerín de la Unión de Escritores y del Comité de Acción
Estudiantes-Escritores”
El Hasídico le había hecho llegar a de Gaulle el “Diario” y “Cosmos” a ver qué le
parecían al General.
“Lo único que me asusta es que el General se halla ya en posesión de mis modestos
libros. En cuanto al curso de filosofía me gustaría dictarlo a partir de Kant, con él
empieza el pensamiento moderno, calculo una hora para Kant, otra para Hegel, treinta
minutos para Marx, una hora para Husserl, otra para el existencialismo y otra para el
estructuralismo, en total, cinco horas y media. Pero no estoy seguro de poder hacerlo,
pues me fatigo cuando hablo demasiado”

“Conversaciones de Gombrowicz”, un libro que después se llamó “Testamento”, le


sirvió al mismísimo Kundera para darle una lección a un amigo.
“Hablo con un amigo, un escritor francés; insisto en que lea a Gombrowizc. Cuando
vuelvo a encontrármelo está molesto: –Te he hecho caso, pero, sinceramente, no
entiendo tu entusiasmo; –¿Qué has leído de él?; –‘Los hechizados’; –¡Vaya! ¿Y por qué
‘Los hechizados’? ‘Los hechizados’ no salió como libro hasta después de la muerte de
Gombrowicz. Se trata de una novela popular que en su juventud había publicado, con
seudónimo, por entregas en un periódico polaco de antes de la guerra. Hacia el final de
su vida se publicó, con el título de ‘Testamento’, una larga conversación con
Dominique de Roux. Gombrowicz comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro.
Ni una sola palabra sobre ‘Los hechizados’. –¡Tienes que leer ‘Ferdydurke’! ¡O
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‘Pornografía’!, le digo. Me mira con melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí.
He agotado la dosis de tiempo que tenía guardada para tu autor”

Hay una diferencia de tono y de estrategia en lo que Gombrowicz escribe sobre la


Argentina en el “Diario” y en “Testamento”. Una de las diferencias que existe entre
una obra literaria y la comida es que la comida se empieza a digerir cuando está
dentro, y la obra literaria cuando está afuera. Pues bien, sea cual fuere la razón por la
que Gombrowicz se haya quedado en la Argentina, la cosa es que fue aquí donde
empezó a digerir, es decir, a comprender su obra fundamental: “Ferdydurke”.
Un mes antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial fue depositado al otro lado
del océano, en una tierra desconocida para él.
Y para ofrecerle una vida novelada le dice al Hasídico que su viaje a la Argentina no fue
una casualidad, fue la mano del destino la que lo depositó aquí y no en Europa porque,
si no hubiera ocurrido así, tarde o temprano habría terminado viviendo en París, y ése
no era el deseo de su estrella.

¿Y por qué no lo era? Porque con el tiempo se habría convertido en un parisino, pero
él tenía que ser antiparisino, tenía que estar alejado de los mecanismos literarios
escribiendo para los cajones. La Argentina era un país europeo en el que se sentía la
presencia de Europa más que en Europa misma, un territorio de vacas donde no se
apreciaba la literatura.
“No sé... El imperialismo de nuestro ‘yo’ es indomable, y su poder tiene tal alcance
que, a veces, me sentía inclinado a creer que el desbarajuste del mundo no tenía otro
objeto que depositarme en la Argentina y sumergirme de nuevo en la juventud de mi
vida, que en su momento no había podido experimentar ni aprovechar. Era por eso por
lo que existía la guerra, y la Argentina, y Buenos Aires”

WITOLD GOMBROWICZ Y ENRIQUE VILA-MATAS

El Orate Blaguer es un hombre de letras muy connotado que fue adquiriendo un cierto
desparpajo a medida que pasaba el tiempo, si bien no pudo sacarse de encima un tono
de llorón crónico que lo acompaña a todas partes, una manía incurable de hacerse el
loco y una verborrea incoercible.
“Pasé toda una larga época obsesionado con saber qué había sucedido realmente en la
famosa cena de Borges y Gombrowicz. Un día, el azar quiso que José Bianco aterrizara
en Barcelona, le llevaron a la tertulia literaria que yo tenía en el bar Astoria. Me pasé
toda la noche planeando el momento en que le preguntaría a Bianco qué había
ocurrido en la famosa cena. Cuando por fin me atreví a preguntar, Bianco me dijo: –
Usted quiere saber qué pasó aquel día, pero yo quiero saber qué ha pasado hoy, pues
a mí me habían dicho que esto era una tertulia literaria y lo que yo he visto hasta
ahora es una reunión de cocainómanos, no han parado ustedes de ir todo el rato al
lavabo. Ya no me atreví a decirle nada más a Bianco en toda la noche”
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Mis historias con los escritores y los editores en la mayoría de los casos no tienen un
final feliz. Las últimas cartas que recibí del Orate Blaguer eran tan breves como
amargas. Este destino triste que me persigue desde hace mucho tiempo tiene algo que
ver con los contenidos de los gombrowiczidas que en algunas ocasiones no llegan a ser
bien interpretados.
Los nombres de muchos gombrowiczidas han sido coronados con apodos a lo largo del
tiempo. A mí me parece que el origen y la naturaleza de los motes debe quedar un
poco en el misterio, sin demasiadas aclaraciones por parte del autor que, como todos
los gombrowiczidas saben, vengo a ser yo. Debo aclarar sin embargo que algunos de
esos motes carecen de ese misterio, verbi gracia el del Orate Blaguer, pues describe
cumplidamente la naturaleza de este hombre de letras. El primer apodo que puse fue
el de Pterodáctilo, en una época en la que todavía no existían los gombrowiczidas.

El origen del mote siempre tiene un contenido negativo, se refiere a historias


verdaderas que me unieron a los motejados en distintos momentos de esas cápsulas
de Gombrowicz que son los gombrowiczidas, pero con el paso del tiempo pierden el
sabor acre que traen por el nacimiento y llegan a tener, por lo menos para mí, un
carácter familiar y afectuoso.
Debo reconocer sin embargo que así como Gombrowicz provocaba a los profesores en
la pensión de las “manoseadas” de Zakopane con sus burlas, a mí se me ocurre aveces
provocar a los hombres de letras y a los Protoseres.
Los españoles, como sabemos, han elegido al Orate Blaguer entre sus hombres de
letras más conspicuos para reflexionar sobre Gombrowicz.

Siendo Gombrowicz un escritor cuya obra no admite una interpretación única se puede
entrar a su mundo por muchas puertas distintas, más diría, se puede entrar también
por las ventanas.
La puerta que eligió este escritor ilustre fue la precaución pues desde muy joven se
puso bajo el paraguas de la idea gombrowiczida de que el arte consiste en escribir
sobre algo imprevisto y no sobre lo que se tiene que decir. Es evidente que el Orate
Blaguer escribe sobre Gombrowicz sin tener nada que decir pero, a pesar de esto, no
alcanza el imprevisto del que habla Gombrowicz.
Su fascinación por Gombrowicz comienza cuando ve una foto de Tandil en la que está
posando con gorra en actitud altiva y arrogante. Se le despiertan entonces las ganas de
ser como él, de ser un escritor extranjero, raro y con un rostro tan orgulloso como el
suyo.

Repite hasta el cansancio su inveterada tontería de que durante mucho tiempo se


imaginó que su escritura se parecía mucho a la de Gombrowicz, pero que después de
haberlo leído se dio cuenta de que eso no era para nada cierto.
De idiotez en idiotez, con esa arrogancia irresponsable que tiene el Orate Blaguer, nos
informa sobre cuáles son las dos obras maestras de Gombrowicz: los diarios y la
inscripción que dejó en el baño de un café de la calle Callao: –A señoras y señores/
para nuestro beneficio/ no lo hagan en la tabla/ háganlo en el orificio.
Y sobre el pasaje del diario en el que Gombrowicz habla de su encuentro con una vaca
se pronuncia en forma apodíctica: “Estamos tal vez ante un texto fundamental de
Gombrowicz”
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El Orate Blaguer es un llorón crónico, un llorón que intenta llorar desde el más allá. A
este tipo de llorones profesionales Gombrowicz les da una buena paliza.

“Pero estoy harto de los gimoteos actuales. Hay que renovar nuestros problemas (...)
La muerte, por ejemplo. Para cambiar un poco de óptica, nos basta con pensar: No, no
es ningún drama, estamos adaptados a la muerte desde que nacemos; y aunque nos
vaya devorando poco a poco cada día, nunca nos enfrentamos con ella a cara (...)”
“¿Enajenación? No, no es tan terrible (...) esas enajenaciones le reportan al obrero a lo
largo del año, casi tantos días libres y maravillosos días de fiesta como días de trabajo.
¿El vacío? ¿El absurdo de la existencia? ¿La nada? (...) No se necesita un Dios o unos
ideales para descubrir el valor supremo. Basta con permanecer tres días sin comer
para que un mendrugo de pan adquiera ese valor; nuestras necesidades son la base de
nuestros valores, del sentido y del orden de nuestra vida (...)”

“Hace algunos siglos, la gente moría antes de los treinta años. La epidemias, la miseria,
el diablo, las brujas, el infierno, el purgatorio, las torturas... ¿Acaso los triunfos se nos
han subido demasiado a la cabeza? ¿Acaso hemos olvidado lo que éramos ayer? (...)”
“No es que me rebele contra una visión trágica de la existencia, no soy de los que
pintan el mundo de color de rosa. Pero no se puede estar siempre repitiendo lo mismo
(...)”
“El rasgo más trágico de las grandes tragedias es que suscitan pequeñas tragedias; en
nuestro caso, el aburrimiento, la monotonía, y una especie de explotación superficial y
monótona de las profundidades”
Finalmente el Orate Blaguer se cansó de los gombrowiczidas, más especialmente del
autor de los gombrowiczidas, y desde Nueva York se refiere a mí aunque sin
nombrarme de una manera insolente.

“Se ha dicho que le he dado mantenimiento a los clásicos de Borges (a Melville y su


Bartleby), pero también es cierto que he acompañado los éxitos de librería de Robert
Walser (a quien saqué modestamente del invernadero de las solapas y lo convertí,
gracias a Doctor Pasavento, en un santo laico), de Georges Perec (uno de los autores
que he decidido doblar, duplicar), de Fernando Pessoa (propongo que se multipliquen,
como los peces, los heterónimos) y de Witold Gombrowicz, el noble polaco al que
algún imbécil debería dejar de manosear”
Los rostros tiene un gran significado, suelen también ser equivalentes cuando expresan
los mismos contenidos. La réplica nacional de rostro español del Orate Blaguer es el
rostro argentino del Hombre Unidimensional, como muy bien puede observarse en las
fotos que forman parte de este gombrowiczidas.

El tono del comienzo de mi relación con el Orate Blaguer fue promisorio y afectuoso,
de ningún modo era previsible la caída estrepitosa que se produjo después.
“Quiero decirte que mi editor es Jorge Herralde (Anagrama) quien, a la vuelta de un
viaje argentino, me regaló el libro de Emecé, con las cartas a Goma de Gombrowicz. Así
como Beatriz de Moura, que fue mi primera editora, le importa muy poco
Gombrowicz, Herralde siempre ha tenido una gran debilidad por él (como tú ya sabes,
publicó ‘Testamento’). Yo te recomendaría que hablaras o, mejor dicho, le escribieras a
Herralde (...) Escríbele a Herralde, por favor. Sería maravilloso que tus escritos se
31

publiquen en Anagrama. Herralde es muy receptivo a esas cuestiones. Además, ha sido


un editor que ha leído con profundidad a Gombrowicz al que quiso traducir desde el
inicio de su editorial. No pudo entonces conseguir los derechos. La viuda miraba a
Anagrama como a una minucia, algo que no valía la pena. El único libro que pudo
publicar fue ‘Transatlántico’ aunque ya había sido editado antes”

El Pato Criollo y el Orate Blaguer son dos gombrowiczidas ilustres que tuvieron
conmigo una muy buena predisposición desde el mismo comienzo de nuestra relación,
luego las cosas fueron cambiando poco a poco hasta convertirse en una relación
amarga.
Hace ya algunos años, por razones completamente desconocidas para mí, me vinieron
unas ganas incontenibles de mortificarlos a los dos al mismo tiempo y tuve la
ocurrencia de mandarle una carta al Pato Criollo en la que le decía que el Orate
Blaguer tenía las facultades mentales completamente alteradas, y al Orate Blaguer
otra en la que le decía que el Pato Criollo era un bartolero insustancial. Puse en el
sobre del Orate Blaguer la carta del Pato Criollo y viceversa, en el sobre del Pato Criollo
la carta del Orate Blaguer, y acto seguido los mandé por correo. El Orate Blaguer se
enojó y no me escribió más.
La reacción del Pato Criollo en cambio fue benévola, me pareció entonces que el Orate
Blaguer era un ser limitado y el Pato Criollo una persona de un panorama más amplio.

WITOLD GOMBROWICZ Y ADAM MICKIEWICZ

“(…) la Historia ha enseñado a los polacos lo que quiere decir no ser. Privados de
Estado, vivieron durante más de un siglo en el corredor de la muerte. ‘Polonia todavía
no ha perecido’ es el primer y patético verso de su himno nacional y, hace unos
cincuenta años, Gombrowicz, en una carta a Czeslaw Milosz, escribía una frase que no
se le habría ocurrido a ningún español: ‘Si dentro de cien años nuestra lengua todavía
existe’…(...)”
No pasaron cien, pero pasaron cincuenta años y la lengua polaca todavía existe, una
lengua que a mi modo de ver tiene demasiadas consonantes. Esta demasía me hizo
cometer un error lamentable en un gombrowiczidas al que di en llamar “Gombrowicz,
Milosz y Witkiewicz”, pues en vez de poner Witkiewicz puse Mitkiewicz.

Espero fervientemente que mi error no haya provocado ninguna confusión en los


miembros del club de gombrowiczidas pues en un caso estamos hablando de un
macabro metafísico y en otro de un poeta profeta que es el tema de esta historia
verdadera.
Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki y Zygmunt Krasinski son los tres poetas profetas de
Polonia, y a partir de estos guías espirituales de la nación Gombrowicz empieza a
recorrer un largo camino que culmina cuando pronuncia su conferencia “Contra los
Poetas”, una de las piezas literarias más analizadas por los hombres de letras
hispanohablantes.
32

El espíritu romántico polaco cuyo campeón era Mickiewicz le dio bastantes dolores de
cabeza a Gombrowicz.

La grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura


en la que el hombre trata de ser dueño y señor. La postura romántica, en cambio, se
expresa en el sometimiento del hombre, en el aguante y en el sufrimiento, la grandeza
del hombre romántico recién aparece cuando se convierte en víctima de un mundo
que lo supera.
Mickiewicz, no deja lugar a duda, es la postura romántica del aguante y el sufrimiento,
su grandeza proviene de su lucha contra una fuerza que lo somete y lo hace víctima de
un mundo que los supera. Los polacos que escribieron después de la guerra fueron
culpables, según lo veía Gombrowicz, de no haber sabido educar a la nación en una
conducta más natural y menos fantástica, pero los que habían escrito antes de la
guerra también fueron culpables.

En la relación de los polacos con el mundo de antes de la guerra había algo malo y
alterado, si por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a
estar eternamente desgarrada, entonces había que cambiar algo en los polacos para
salvar su humanidad.
Los artistas y los intelectuales polacos de antes de la guerra fueron entonces también
responsables de no ajustar las cuentas con ese pedazo de tierra creado por las
condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo, de
modo que la leyenda polaca del romanticismo y del idealismo, de la que Mickiewicz
era el campeón, se extinguiera.
El existencialismo, esto está claro, rechaza la actitud racional y fría y se pone a favor de
la exaltación de la pasión y hasta cierto punto del romanticismo.

Hasta que el existencialismo apareció en el mundo de manera más o menos definida,


el pensamiento era un instrumento que funcionaba hacia fuera con el propósito de
dominar el mundo de las cosas en el que nos movemos, pero desde el advenimiento
de la nueva manera de ver las cosas, el pensamiento se convirtió en un acto gracias al
actual el hombre se crea a sí mismo.
Los razonamientos abstractos y objetivos son precedidos por una libre elección,
primero elegimos el mundo y después buscamos argumentos para justificar la
elección. Esta posición de la conciencia pone, de manera evidente, a la abstracción y a
la ciencia en la vereda de enfrente, y lo hace en nombre de una verdad interior, de una
verdad subjetiva.
Una vez que Gombrowicz termina de poner en claro este aspecto del existencialismo,
se pregunta si en Polonia se puede manifestar con la misma fuerza que en Europa
Occidental la rebelión contra la ciencia.

Antes de la guerra el país era romántico y le tenía desconfianza a la ciencia. Mickiewicz


les seguía enseñando a los polacos que el sentimiento y la fe hablaban con más fuerza
que la lupa y el ojo del sabio.
La segunda guerra mundial le da una terrible paliza a ese espíritu romántico, al país le
empieza a resultar indispensable un mayor grado de sensatez, es decir, de realismo, es
33

entonces que le sirven en el plato de la ciencia y de la política una teoría presuntuosa


que se jacta de ser un pensamiento racional, le sirven el marxismo científico.
En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre ponerse
en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir las
fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe “Ferdydurke”
con un propósito restringido, pero la obra se la va de las manos, le sale el tiro por la
culata y se pone en línea con la “Oda a la juventud” de Adam Mickiewicz.

“A medida que iba creciendo me volvía cada vez más peligroso. Mis composiciones de
polaco eran las mejores y eso me salvaba, en otras materias era ignorante y holgazán.
Un día, nuestro profesor Cieplinski nos mandó escribir una redacción sobre Slowacki,
uno de los tres poetas profetas. Harto ya de tanto incienso dedicado al poeta profeta,
decidí para variar, fastidiarlo un poco (...) El profesor Cieplinski me puso un cero y me
amenazó con enviar el trabajo al ministerio. Yo le pregunté por qué obligaba a los
alumnos a ser hipócritas (...) En “Ferdydurke” encontraréis una descripción de las
clases de polaco y de latín, así como del cuerpo de profesores, esas escenas delirantes
nacían entonces en mi cerebro, en el séptimo grado, mientras naufragaba en las
conferencias dulcemente conmovedoras del profesor Cieplinski –por lo demás una
buena persona– sobre nuestros poetas profetas o cuando contemplaba con horror la
figura maltrecha y grotesca de nuestro profesor de latín”

En un pasaje de “Ferdydurke” Gombrowicz se burla de la poesía y del romanticismo


polacos sacando a la superficie el verdadero espíritu de unos versos que le escriben a
la Colegiala.
“Los horizontes estallan como botellas/ La mancha verde crece hacia el cielo/ Me
traslado de nuevo a la sombra de los pinos/ desde allí/ Tomo el último trago
insaciable/ De mi primavera cotidiana”
En la traducción de Pepe el poema pasaba de la versión romántica a la versión erótica.
“Los muslos, los muslos, los muslos/ Los muslos, los muslos, los muslos, los muslos/ El
muslo/ Los muslos, los muslos, los muslos”
“Transatlántico”, en cambio, es una ajuste de cuentas que hace Gombrowicz entre el
individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las
condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo.

El propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola


más resistente al abrumador predominio de la masa. No hay obra, sin embargo, más
cerca del derrumbe que “Transatlántico”. La literatura tiene paredes en las que rebota
como si fuera una pelota, contra el lenguaje y contra el objeto. La guerra era el objeto
de “Transatlántico” y tenía que hacerlo desaparecer, Gombrowicz sabía que sólo podía
aproximarse a la guerra a través del mundo entero y de la naturaleza humana en sus
aspectos más fundamentales y no de la literatura.
“Esta obra nació en mí como un ‘Pan Tadeuz’ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito
también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía
nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En
‘Transatlántico’ quería oponerme a Mickiewicz”
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Esta presión contra la patria va creciendo hasta que Gombrowicz pronuncia la


blasfemia increíble del comienzo de “Transatlántico”. Pasados diez años de escritas
estas páginas sacrílegas en las que maldice a Polonia, pone en el diario que en ese
barco, en “Transatlántico”, había regresado a su patria y se había convertido en un
ciudadano. La patria, como a Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu
polaco. Y la patria lo llama nuevamente cuando se va de la Argentina y lo sorprende
diciendo que no se había desnacionalizado, que seguía siendo tan polaco como el
primer día.
“Esta obra nació en mí como un ‘Pan Tadeuz’ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito
también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía
nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En
“Transatlántico” quería oponerme a Mickiewicz”

El romanticismo, el idealismo, la guerra y la leyenda polacos le asomaban la nariz


debajo de cada página de “Transatlántico”, así que se propuso cortarles la cabeza con
la risa. Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del conocimiento
intuitivo, la forma natural del conocimiento inseparable de nuestro ser animal, sobre el
pensamiento abstracto. Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de
comprender todas las variantes que presenta la realidad, es placentero ver perder a la
razón de vez en cuando, un dominio severo, perpetuo y molesto.
La risa es un súbito descubrimiento del fracaso de una instancia autoritaria que nos
sojuzga. La facultad racional considerada por encima de la facultad sensible queda en
entredicho cuando la intuición nos muestra una falla de la razón. La risa es el resultado
del poder que tenemos de liberarnos de lo que nos oprime despojándolo de su
autoridad, evidenciando sus formas ridículas y echándolo por tierra.

“A casi nadie le gustan los versos y el mundo de la poesía en verso es un mundo ficticio
y falseado”
Esta es la tesis de la conferencia que dio Gombrowicz en la librería Fray Mocho el 28 de
agosto de 1947. Nos contaba que fue una reunión tumultuosa, los poetas presentes se
empezaron a alterar, reaccionaron con insultos y un viejo poeta le revoleó su bastón.
Las palabras que pronunció resultaron tan elocuentes que Nowinski se decidió y lo
empleó en el Banco Polaco a fines de ese año en el que hacía su segundo debut su
obra más querida: “Ferdydurke”. Gombrowicz dice en “Contra los poetas” algo que ya
le había manifestado a su profesor de polaco en el liceo y que ya había escrito en
“Ferdydurke”, que los versos no le gustaban en absoluto y que lo aburrían, una
afirmación que va contra la poesía en verso y no contra la poesía que aparece
mezclada con otros elementos más prosaicos, como en los dramas de Shakespeare, en
la prosa de Dostoyevski y en una corriente puesta de sol.

El leguaje de los poetas es para Gombrowicz el menos interesante de todos y la


manera en que los poetas hablan de sí mismos y de su poesía es ridícula y del peor
estilo.
Como prueba de la falsedad de los embelesos que algunas veces despierta el arte
cuenta cómo después de asegurarse el falso aplauso de un grupo de expertos
presentes y anunciar que iba a interpretar música moderna empezó a aporrear las
teclas del piano sin la menor idea de lo que estaba haciendo y, sin embargo, tuvo éxito.
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Decide utilizar el método experimental inspirándose en Bacon para sacar a la


superficie las supercherías de los vates y de los que se encantan con sus creaciones.
Combina frases y fragmentos de frases de un poeta construyendo de esa manera un
poema absurdo que lee a un grupo de fieles y despierta en ellos el arrobamiento
general. Los interroga también sobre algún detalle de poemas verdaderos y constata
que no los habían leído enteros.

De estos experimentos saca la consecuencia de que el deleite que produce la precisión


matemática de la palabra poética no es verdadero. La misa poética se desenvuelve
entonces en un vacío total.
Se dedica a continuación a analizar los materiales con los que se construye la poesía
versificada y descubre lo que da en llamar un exceso que cansa. Un exceso de palabras
poéticas, un exceso de metáforas, un exceso de sublimación, un exceso de
condensación y un exceso en la depuración de todo elemento antipoético, de todo lo
cual resultan unos versos que se parecen a un producto químico. A lo largo de los
siglos los poetas se multiplicaron y su postura se volvió cada vez más rígida, dejaron de
cantar para las multitudes y empezaron a cantar para ellos mismos con una vanidad
constante de continuo perfeccionamiento de lo que surgió una pirámide cuya cumbre
alcanza los cielos.

Lo que debió ser una elevación momentánea de la prosa se convirtió en una profesión
y hoy en día se es poeta de la misma manera que se es ingeniero o médico.
Los poetas se han vuelto unos esclavos que no pueden expresarse a sí mismos porque
tienen que expresar el verso y este estilo definido que se forma por eliminación es en
el fondo un empobrecimiento. No debemos permitir que una postura reduzca nuestras
posibilidades convirtiéndose en una mordaza, debemos de vez en cuando interrumpir
nuestra laboriosa creación de la belleza para comprobar si lo que creamos nos expresa.
Ningún poeta es exclusivamente poeta y en cada uno de ellos vive un no poeta que no
canta y a quien no le gusta el canto puesto que el hombre es más vasto que el poeta. El
estilo surgido entre los adeptos a una misma religión muere en contacto con la
multitud de los infieles, es incapaz de defenderse y de luchar, es incapaz de vivir una
vida verdadera pues el arte debe formarse en contacto con el enemigo.

La impotencia ante la realidad caracteriza de manera contundente el estilo y la postura


de los poetas, pero el hombre que huye de la realidad no encuentra apoyo en nada y
se convierte en un juguete de los elementos. La metáfora privada de cualquier freno se
desencadenó hasta tal punto que hoy en los versos no hay más que metáforas. Esta
postura religiosa también ha hecho estragos en la prosa, la eminencia y la grandeza de
obras como “Ulises” se realiza en el vacío, son libros que nos resultan lejanos,
inaccesibles y fríos puesto que fueron escritos con el pensamiento puesto en el arte y
no en el lector. Es una prosa nacida del mismo espíritu que ilumina a los poetas y, por
su esencia, es una prosa poética.
“Yo voy a decir un poema. Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que
reconocer que soy el más grande poeta de Buenos Aires (...)”
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“Chip Chip me decía la chiva... Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró
las papeletas. Gombrowicz se declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner,
radical de Forja, tembló de indignación y estuvo a punto de proceder”
“Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación
que le habían producido los poetas de Varsovia, su poesía convencional lo tenía harto,
pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos. A parte de la
alteración que se produjo en el público presente y del bastonazo que le quiso pegar el
viejo poeta, se desató una batalla tremebunda en la prensa. Gombrowicz no podía
esperar que los signos de interrogación que le había puesto a la poesía fueran a ser
enriquecidos por los periodistas. Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien
hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era
nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico.

WITOLD GOMBROWICZ Y RICARDO PIGLIA

La curiosidad que tienen las personas cultas por saber cuáles han sido las lecturas de
los hombres de letras eminentes es análoga al deseo de conocer sus antecedentes
familiares, es una necesidad que se manifiesta en todos los campos del conocimiento
humano, la necesidad de clasificar y de darle una estructura lo más simple posible al
desorden. Pero ni de sus antecedentes familiares ni de sus lecturas podemos deducir la
naturaleza de Gombrowicz.
Mis aventuras con las personas muy apegadas a la actividad de escribir a veces no
llegan al conflicto, se mantienen en estado larval esperando circunstancias más
favorables, es el caso de mi relación con el Vate Marxista, hace exactamente cuarenta
y cinco años tuve mi primer encuentro con este gombrowiczida tan ilustre.

“Salimos de Anchorena, tomamos un taxi y fuimos a Galatea, la librería de Viamonte y


Florida donde se presentaba Hernán, la novela del Asno (...) Yo llegué un poco más
tarde, Canal Feijóo y Marta Lynch ya se habían ido (...) De la librería partió un
contingente de poetas, críticos y comunistas. Fuimos a tomar unas copas a la
‘Escalerita’ de Tucumán y 25 de mayo. Llevaba el mismo chaleco y la misma corbata de
nuestra peregrinación a La Plata y los asesinos estaban otra vez ahí. Hablé una hora
seguida sin parar; me interrumpió Piglia, un vate marxista, pero sin ningún resultado.
Reconozco que tenía unas copas de más, dos whiskys en lo de los Lubomirski y otros
tres en la ‘Escalerita’ habían hecho lo suyo. Tengo impresiones borrosas, el Asno decía:
–Gómez es muy inteligente. Alguien del extremo lejano se levantó y vino hacia mí (...)”

El hombre se siente diferente según esté en un bosque sombrío, en un jardín podado a


la francesa, o en el piso cuadragésimo de un rascacielos. Los que escriben en los cafés
tienen los límites de su personalidad a la distancia que los separa de las mesas vecinas.
No hay en ellos ni rastros del empeño dramático de un solitario, les falta la angustia
metafísica nacida del silencio, el método y la disciplina de los laboratorios científicos.
Cada uno de ellos acaba allí donde comienza su vecino; muy cerca.
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Algunos se dan cuenta y hacen lo posible para no parecer escritores de café, pero sus
convulsiones espirituales sólo van dirigidas a no parecerlo, por lo que se convierten de
nuevo en escritores de café, pero al revés. Un verdadero círculo vicioso. Yo he criticado
con cierta dureza algunas de las reflexiones que ha hecho el Vate Marxista sobre
Gombrowicz.

Sin embargo, no se me ocurrió pensar en qué lugar las había escrito, y me gustaría
saberlo porque, si las hubiese escrito en los cafés es como si las hubiera escrito con
una mano atada, un capiti diminutio.
Cuando le puse el punto final a un relato que hice sobre “Transatlántico” me acordé de
que el Vate Marxista, con uno de esos golpes secos en los que combina con
proporciones armoniosas la paradoja, la logomaquia y la ciencia, había hecho unas
declaraciones llamativas: “El mejor escritor argentino del siglo XX es Witold
Gombrowicz”
Bastante tiempo atrás de esta declaración, en el año 1965, el agregado cultural de la
embajada argentina en París, Ocampo, le decía a su par polaco, Tadeusz Breza, que
Gombrowicz había comido del pan argentino durante un cuarto de siglo y ahora
ladraba contra la Argentina.

Y dos años antes, en el año 1963, Gombrowicz nos había dicho que después de
veintitrés años era tan polaco y tan extranjero como el primer día de su llegada, que
no había cedido, que no se había adaptado ni desnacionalizado. Es decir, Gombrowicz
era entonces un escritor argentino que ladraba contra la Argentina, que no se había
adaptado y que seguía siendo tan polaco y extranjero como cuando llegó a la
Argentina.
No pude hacer pie firme en un terreno tan escabroso como éste así que decidí recurrir
a otras declaraciones del Vate Marxista en las que el aspecto racional tuviera
relevancia y un poco más de peso que las fantasías del lenguaje y las paradojas. En un
congreso de escritores que se realizó en Santa Fe hace exactamente veintidós años,
afirmó que “Transatlántico” era una de las mejores novelas escritas en el país, una
afirmación más restringida y específica que la anterior y que, a la primera mirada, no
parecía paradojal.

Sin embargo, después de leer esa ponencia a la que llamó “Gombrowicz y la novela
argentina” me quedó la extraña sensación de que los comentarios del Vate Marxista
no tomaban contacto con Gombrowicz sino con las traducciones, los estilos, la lengua
y unas logomaquias que remata diciendo que la novela argentina sería algo así como
una novela polaca traducida a un español futuro. Cuando yo leo cosas por el estilo, me
mareo, no se puede saber nada de “Transatlántico” ni de Gombrowicz en medio de
tantas paradojas, frases ingeniosas y sutilezas, es un género que yo detesto.
En un pasaje memorable de “Trasatlántico” que el Vate Marxista comenta con fruición,
Gombrowicz se burla de los libros y de los hombres de letras en la cabeza de un
personaje que al Vate Marxista le recuerda a Mallea, al Filósofo Payador le recuerda a
Borges, y a otros más les recuerda a Mujica Láinez.

Había entrado a la reunión un hombre vestido de negro, una persona muy importante,
un gran escritor, un maestro. Llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de
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papeles que perdía a cada momento, y debajo del brazo algunos libros, se volvía a cada
rato inteligentemente más inteligente. Los compatriotas de Gombrowicz lo empezaron
a azuzar para que mordiera al hombre de negro, que si no lo hacía lo iban a tratar de
comemierda y lo iban a morder.
Entonces Gombrowicz le dijo a la persona más cercana en voz bastante alta para que lo
oyera el hombre de negro: –No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los
fideos demasiado fideosos, ni la sémola demasiado semolosa, ni los cereales
demasiado cerealientos.

El hombre de negro le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya
Sartorio la había expresado en sus “Eglogas”, y cuando Gombrowicz le manifestó que
no le importaba un comino lo que decía Sartorio sino lo que decía él, el que estaba
hablando, el gran escritor le contestó que la idea no era mala pero que existía un
problema, ya había dicho algo parecido Madame de Lespinnase en sus “Cartas”.
Gombrowicz perdió el aliento, aquel canalla lo había dejado sin palabras, entonces
empezó a caminar y a caminar, y cada vez caminaba con más furia, sus compatriotas
estaban rojos de vergüenza y los demás de ira. Pero alguien comenzó a caminar con él,
era un hombre alto, moreno, de rostro noble. Sin embargo, sus labios eran rojos,
estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el diablo. El moreno lo siguió,
era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía para tomar café y luego
salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en una mansión
simulaba ser su propio lacayo, tenía miedo que le pegaran o que lo asesinaran para
sacarle la plata.

“Transatlántico” es, efectivamente, la obra polaca más argentina de Gombrowicz, ya


tenía encima más de la mitad del tiempo que vivió en Argentina, y no pudo ni quiso
sustraerse a su influencia.
Hay en esta novela un ambiente en el que aparecen en una misma escena, el estilo
intelectual imperante por Buenos Aires en esa época, y un puto millonario. Es probable
que el escritor vestido de negro fuera una mezcla de Mallea con Borges, y el puto
millonario, una mezcla del mismísimo Gombrowicz con Manuel Mujica Láinez.
Cuando hablo en los gombrowiczidas de la performance de los escritores
hispanohablantes me refiero exclusivamente al desempeño que tienen en el asunto
Gombrowicz.

La primera sensación que uno tiene leyendo los escritos del Vate Marxista es que nos
encontramos en un campo literario en el que las ideas se ponen al servicio de las
palabras.
La primacía de la semántica y la ilación en el decurso de los movimientos cognoscitivos
de este ser compelido a escribir, a veces contra su propia voluntad, nos coloca en un
mundo de características borgianas. Para cortar por lo sano e ir directamente al grano
tenemos que decir que en Gombrowicz las cosas ocurren exactamente al revés, mejor
expresado, las palabras se ponen al servicio de las ideas y, en el límite, el significado de
las palabras no tiene importancia, o importa poco.

Si bien es cierto que el discurso de los hombres de letras hispanohablantes no es tan


homogéneo que digamos respecto a Gombrowicz pues se mueve en un rango que va
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desde la más declarada logorrea del Pato Criollo a la hermenéutica un tanto sofocante
del Vate Marxista, en muy pocas ocasiones estos jinetes que sujetan con fuerza las
riendas del caballo de las palabras se montan en el caballo de las ideas de
Gombrowicz. Podríamos decir que Gombrowicz los convierte en unos seres
incompletos pues sólo comprenden la parte de Gombrowicz que está en ellos, pero
esta parte de Gombrowicz es la más pequeña.
Para ponerlo de otra manera, no utilizamos bien el tiempo cuando salimos a cazar
jabalíes con una red o cuando nos vamos de pesca con una escopeta.

Los escritores argentinos cuando se las tienen que ver con Gombrowicz ponen las
ideas al servicio de las palabras a diferencia de Gombrowicz que pone las palabras al
servicio de las ideas.
Pero, ¿al servicio de qué ideas pone las palabras Gombrowicz? Gombrowicz arremete
con furia contra todas las ideas, acosa a la realidad en todas las formas posibles y la
irrealidad de las ideas lo pone fuera de sí, pero lucha contra ella.
“Gómez, todos te felicitamos por tu generosa campaña de difusión de la obra de
Gombrowicz. Quería pedirte que me enviaras tus mensajes a esta dirección y no
(también) a la de Princeton (porque ahí solo pasan los emails escritos en inglés y el
resto se acumula en el techo). Gracias y saludos”

Si juntamos, por un lado, las conclusiones del Pato Criollo –Gombrowicz es un poseur
que usó su genio para volverse sospechoso– con las dudas que tenía el Revólver a la
Orden sobre la seriedad de sus pensamientos, y las ponemos al lado de las
afirmaciones del Vate Marxista –la novela argentina sería algo así como una novela
polaca traducida a un español futuro– obtenemos las características del mejor escritor
argentino del siglo XX.
Las expresiones del Vate Marxista, de Revólver a la Orden y del Pato Criollo que
aparecen en las fotografías son muy diferentes. La del Vate Marxista parece que nos
estuviera diciendo que él lo sabe todo, la de Revólver a la Orden parece que nos
estuviera diciendo que va a dar un golpe de furca, y la del Pato Criollo parece que nos
estuviera diciendo que lo han tirado a la basura.

TADEUSZ BREZA Y WITOLD GOMBROWICZ

Los problemas que tenía Gombrowicz con las mujeres eran múltiples y de variada
naturaleza. Los psicoanalistas tienen la vocación de contarle el culo a las hormigas,
utilizan el vicio de su actividad cavernosa para buscar conexiones psíquicas entre los
personajes de la obra de Gombrowicz y su parentela, pero cualesquiera haya sido la
complexión psíquica de su familia y de su relación con ella resulta claro que
Gombrowicz empieza a recorrer un camino que se aparta de la esfera donde reinan las
relaciones rígidas de la causa y el efecto, de la determinación y del psiquismo.
A Gombrowicz le empezaron a molestar las damas de la sociedad ya desde joven, la
más de las veces le resultaban insoportables por su grandilocuencia ingenua y
supercómoda.
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El programa sublime de estas mujeres era conseguir un marido que ganara dinero o
que sacara beneficios de sus dominios, mientras ellas desempeñaban el papel de
guardianas de unos ideales a los que no les miraban los dientes porque les venían de
unos padres y abuelos venerados. La nueva generación estaba irritada con esta
falsedad de su actitud y de su tono, cada vez más evidente.
Estos estilos agonizantes de las formas polacas que se remataban como a un animal
enfermo, fueron una verdadera ganga para Gombrowicz en los tiempos que escribía
“Ferdydurke”. Pero los problemas no sólo estaban afuera de Gombrowicz, también
estaban dentro de él.
“Y yo también, sólo al cabo de cierto tiempo, tomaba conciencia de que nada podía
salir de semejantes amores basados en una mistificación (...)”

“Efectivamente, no salía nada. Todos ellos terminaban dolorosamente cuando la joven


descubría que yo, aunque encantado con ella, no le permitía acceder a mí, siempre
hermético, entregado a mis asuntos, nunca verdaderamente sincero y abierto, ni por
un minuto. Sin embargo, yo, por mi parte, no podía ser diferente, ya que hubiera sido
más fácil, por ejemplo, comprender la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada
por influencia y factores que eran completamente desconocidos para ellas”
Gombrowicz alentaba el deseo de venganza de su generación apoyando a sus amigos
en los conflictos con las mujeres. Uno de ellos tenía una tía a la que no podía soportar,
había condenado públicamente sus próximos esponsales con una joven porque no era
suficientemente bien.

Para sacarse de encima esa pesadilla decidió tomarse revancha, buscó una mujer
callejera que no estaba nada mal, le dio unas lecciones de los llamados modales de
salón, y la presentó con un nombre falso en la casa de la tía. La cortesana se comportó
perfectamente, bebía el té y comisqueaba los bocaditos de una manera irreprochable,
pero resultó que tenía varios conocidos entre los señores presentes. Todo terminó en
un escándalo y el amigo y la prostituta fueron puestos de patitas en la calle.
El padre del existencialismo moderno también tuvo problemas con las mujeres. El
elegante solitario melancólico danés, igual que Gombrowicz, era enemigo del disimulo
y las mentiras, quería llevar una vida auténtica en el reino de la fe cristiana y luchar
contra la mala fe de los que fingían tenerla sin vivir al nivel de los severos y austeros
principios del cristianismo verdadero.

Quiso ponerse a prueba él mismo y eligió romper su compromiso con la hermosa


Regina Olsen que lo adoraba, una conducta que utilizó desvergonzadamente en sus
libros describiendo a la mujer como el eterno enemigo del espíritu, como el diablo que
arrastra a los jóvenes a sus trampas. Pero todas estas actitudes con las justificaciones
respectivas eran mentiras, mentiras al mundo y a sí mismo.
La auténtica razón de su ruptura con la joven Regina Olsen fue su impotencia sexual,
contra la cual buscó ayuda médica sin resultado. Este es un caso al que es posible
aplicar el diagnóstico de que un conflicto mental de toda la vida puede ser localizado
como proveniente de alguna inferioridad orgánica.
Algunos colegas trataban de ayudar a Gombrowicz en los problemas que tenía con las
mujeres y otros en cambio se burlaban de él.
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Iba de fracaso en fracaso y las mofas corrían en el ambiente como reguero de pólvora.
Janusz Minkiewicz, un poeta satírico famoso por sus conquistas en el mundo de la
galantería, le dijo una tarde en el café: –Ahora regreso a casa porque espero una
llamada de Lala... A las cinco he quedado con Cela, y a las once me espera una locura
con Fila. ¡Hasta la vista!
Tadeusz Breza, nacido y muerto un año después que Gombrowicz, era uno de sus
buenos amigos.
“El consejero cultural de la embajada argentina, Ocampo, dijo al consejero de la
embajada polaca que yo me comporto como un desagradecido después de haber
comido el pan argentino durante 25 años. El consejero polaco (mi amigo Breza) le
contestó que yo pagaba el pan con divisas extranjeras”

La mezquindad de la que habla Ocampo no era tan absoluta, se le pueden contabilizar


a Gombrowicz algunos de los regalos que hizo aquí en la Argentina: una escultura de
yeso muy bonita, un frasco de mermelada, un libro de pinturas, una sandía con su
firma, un arrodillamiento conmovedor para agradecer cinco litros de kerosene, y una
cantidad considerable de dedicatorias que estampaba en cualquier tipo de libros.
Gombrowicz nos hace conocer esta emergencia diplomática en una carta que nos
manda desde Vence en abril de 1965. Algún tiempo después escribió en “Testamento”
que el no hablaba mal de la Argentina sino, en todo caso, de alguna burguesía
argentina y que, por otra parte, el pan argentino le había llegado en realidad del
extranjero: de los polacos, del Banco Polaco y, finalmente, de las ediciones extranjeras.

El consejero cultural polaco que lo defendió era Tadeusz Breza, un novelista y


diplomático amigo de Gombrowicz. Era una amistad complicada, a Breza le resultaba
difícil comprender sus manías y su falta de naturalidad, no llegaba a asimilar cómo
coexistían en Gombrowicz una cultura y una inteligencia sobresalientes con una falta
total de mundología.
Gombrowicz de vez en cuando se escapaba de su casa y, de igual modo que el
protagonista de “Cosmos”, se tomaba unas vacaciones en alguna pensión de
Zakopane.
En una ocasión se alojó en la de una canonesa amiga de su hermana Rena. Había caído
en una trampa, se encontró con amigas de su hermana y con unas cuantas personas
más pertenecientes a la buena sociedad, damas católicas de una moralidad
inquebrantable.

Cuando ya había decidido la mudanza, apareció Tadeusz Breza, un joven alto y de


semblante distinguido, de un humor loco y de arrebatos poéticos. Mientras
Gombrowicz naufragaba en su problema con la forma polaca y en su dificultad para
relacionarse con las amigas de su hermana Rena, Breza se convertía en el eje de la
conversación.
“En realidad no sirves para nada –explicaba Tadeusz a una de las presentes–, no sé
cómo utilizarte, en todo caso podrías servir para levantar cargas, pero tal vez fuera
mejor emplearte directamente como carga, o sea un lastre, sí, se te podría atar al
extremo de una cuerda y subir los muebles desde la calle a los pisos superiores,
aunque, yo qué sé, eres tan rústica que mejor te dedicases a plantar... por ejemplo,
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rábanos... pero quizá fuese mejor utilizarte como suelo para plantar y plantarte
rábanos en las orejas”

A Gombrowicz le encantaba el tipo de humor de Breza y estaba deslumbrado con él,


envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba de
mal en peor.
Finalmente, como los fracasos de Gombrowicz no cesaban de repetirse, llamaron la
atención de Tadeusz. Le presentó entonces a una joven actriz, hermosa, sana,
simpática, amante de la lectura y del arte con la esperanza de haber encontrado para
él la unidad ideal de cuerpo y de espíritu, de cultura y naturaleza.
Pero el hecho de que esa joven apareciera sobre un escenario, que se dejara
contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia su encanto y sus gracias, hizo
que no se le despertara ningún interés por ella.

Los alojamientos de Gombrowicz en las pensiones a menudo eran peligrosos. En cierta


ocasión una damisela que había pasado unos años en Inglaterra torturaba a la mesa
con su europeísmo tocando de esta manera uno de los complejos de Gombrowicz. En
un momento no aguantó más y dijo en voz alta que se había atracado con Inglaterra y
ahora estaba repitiendo. La inglesa lo acusó de mocoso mal educado al tiempo que un
señor terriblemente digno agregó unas palabras sobre la arrogancia de los estudiantes
insensatos. En un extremo de la mesa un juez retirado que no participaba de esta
discusión, reprendía a su hija porque había jugado a las cartas antes de comer: –¡Hay
que saber con quién se juega!
Aunque el juez no se había dirigido a él, Gombrowicz se sentió sentado en el banquillo
de los acusados y pensó que esas palabras también le estaban destinadas.

Tuvo vergüenza y se sintió infeliz, la suma de todas esas idioteces, esa notable
ausencia de civismo en esa maldita pensión lo sumió en un estado de una gran
impotencia. De esta forma se producían en él saltos de la bufonería a la seriedad, de lo
cómico al sufrimiento real. Era un océano en el que naufragaba pero que llevaba
dentro de sí.
Poco a poco, sin embargo, fue encontrando su lugar en el mundo, y como no hay mal
que dure cien años, las cosas empezaron cambiar. Ya no necesitó de Breza para
alojarse en las pensiones; escribiendo y frecuentado los cafés consiguió un prestigio
considerable. Su mesa, a la que concurría un gran número de admiradores, era testigo
de sus bromas, sus gestos, sus dichos, su dialéctica, sus elevaciones líricas, sus
razonamientos filosóficos y psicológicos, sus declaraciones artísticas, sus ataques
arrolladores y sus provocaciones taimadas que electrizaban a sus oyentes.

WITOLD GOMBROWICZ Y ABELARDO CASTILLO

Algunos de los hombres de letras de este club de gombrowiczidas han sido o son
maestros o alumnos de los talleres de literatura. En cierta ocasión lo invitaron a
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Gombrowicz a dar una charla en Berlín en unos de estos talleres, que en Alemania
llevan un nombre más rimbombante, Literarische Colloquium.
Los jóvenes escritores estudiaban allí la técnica de la composición, la expresión
artística, los métodos de descripción y algunas cosas más.
Gombrowicz empezó la disertación diciéndoles que si querían ser escritores debían
huir de allí rápidamente por las puertas y las ventanas, y que no se dejaran seducir por
Butor con las maravillas del nouveau roman français o con cualquier otra teoría. Los
estudiantes recibieron esos consejos con gran satisfacción y alegría.

Estaban metidos hasta las cejas en disciplinas que hasta ese momento habían estado
reservadas a la libertad humana, pero Gombrowicz sentía en su risa liberadora que
eran sus aliados.
Sea lo que fueren los talleres de literatura hay que decir que uno de nuestros maestros
más destacados en esta profesión de talleristas tan difundida es el connotado
Boxeador Amateur, uno de los escritores argentinos a los que di en llamar los nueve
magníficos. Cuando le pedí que presentara mi “Gombrowicz, este hombre me causa
problemas” en la Embajada de Polonia se excusó con el argumento nada desdeñable
de que no presentaba libros para que sus alumnos del taller no se pusieran celosos.
“Afortunadamente la literatura argentina es mediocre lo que los obliga a leer libros
extranjeros”

Gombrowicz destaca de esta manera que las culturas nacionales deben desarrollarse
con los valores más celebrados y universales de la humanidad, y lo decía en una época
en la que el Pterodáctilo y el Asiriobabilónico Metafísico planeaban sobre la cultura
argentina. El mundo y las personas del tiempo de Gombrowicz ya no son los mismos,
se agregó un pedazo de historia y cambiaron los nombres. ¿Podría Gombrowicz decir
lo mismo sobre la literatura argentina de hoy cuando planean sobre ella el Boxeador
Amateur y el Pato Criollo, por tomar sólo un par de homólogos proporcionales de los
de hace medio siglo?
Estas cavilaciones preliminares me llevan al punto central, es decir, a un
descubrimiento desagradable que hice en el año de la celebración del centenario de
Gombrowicz.

El Boxeador Amateur que pasa por ser un hombre de letras sincero y responsable debe
sentir un verdadero placer faltando a sus compromisos, si es que llegara a ser cierto lo
que nos decía Gombrowicz: –¿Por qué será, niños, que uno goza tanto cuando se hace
pasar por algo que no es?
Sobre la defección de los escritores argentinos al homenaje que se le rindió a
Gombrowicz en la Feria del libro se tejieron varias historias que iban del pánico
académico hasta la mismísima descortesía. Pero yo quiero hablar de un solo escritor,
del único que aceptó la invitación , del Boxeador Amateur, pues me hace acordar a lo
que le pasó al maestro Erich Kleiber con los músicos del Teatro Colón cuando
preparaba “Las Bodas de Fígaro”, la ópera de Mozart.

El director austríaco estaba preocupado porque le cambiaban los músicos en cada


ensayo que hacía hasta que en la víspera de la primera función les dijo: –He notado
que los músicos de este último ensayo son completamente distintos a los que tuve en
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el primero, al único que reconozco es al segundo fagot; –Ah, perdón, maestro, pero
mañana no voy a poder venir al estreno.
Cuando “Curso de filosofía en seis horas y cuarto” llegó a Buenos Aires, el Boxeador
Amateur, uno de los hombres de letras gombrowiczidas más ilustres, publicó una nota
de un tono decididamente ditirámbico y heroico, por lo menos en lo que respecta a su
primer y último párrafo.
“En seis horas, diseminadas entre el 27 de abril y el 29 de mayo de 1969, Witold
Gombrowicz llevó a cabo, sin saberlo, una de las obras más prodigiosas y disparatadas
de su vida intelectual (...)”

“Sócrates, después de la cicuta, conversando con sus discípulos sin rebajarse a aceptar
el consuelo de la inmortalidad del alma, no me parece más probo, más sereno, más
estoico, que el hombre que improvisó estas lecciones, para dos personas, unos días
antes de la muerte”
En presencia de los extremos de un panegírico tan promisorio pensé que este hombre
de letras era la persona más indicada para hablar de Gombrowicz en la Feria del libro
en el año de su centenario.
Cuando lo visitamos en su casa de la calle Hipólito Irigoyen, una casa acogedora y
espléndida, el Pequeño K recién llegado de Polonia se llevó una buena impresión de su
mujer pero una no tan buena del Boxeador Amateur.

El malestar empezó frente a un tablero de ajedrez muy bonito que se exhibía en la sala
de entrada, pues mientras el dueño de casa coqueteaba con sus conocimientos de la
apertura española y sus variantes, no tomaba en cuenta los comentarios que le hacía
el Pequeño K sobre que yo había sido amigo de Miguel Najdorf y alguna partida le
había ganado.
A medida que pasaba el tiempo el Pequeño K fue cayendo en la cuenta de que el
Boxeador Amateur se interesaba mucho más en su propia grandeza que en la de
Gombrowicz y que delegaba en la Vasca el conocimiento de Gombrowicz que, en
verdad, era el motivo de nuestra visita. Yo estaba preocupado en cambio porque, fuera
de quien fuere ese conocimiento, me empezó a parecer que estaba colgado de
alfileres.

Los recuerdos más frescos que tenía el Boxeador Amateur sobre Gombrowicz se
referían a “La virginidad” y a sobre cómo al final del relato los dos protagonistas
empezaban a roer un hueso.
Para colaborar con el buen desempeño del Boxeador Amateur en la mesa redonda de
la Feria del libro, se me ocurrió proponerle la lectura de “Gombrowicz, este hombre
me causa problemas” de modo que convinimos en que se lo traería para nuestro
próximo encuentro.
El Pequeño K quedó disgustado y esta vez no quiso acompañarme, yo le reproché esta
decisión sin presentir ni por un momento lo que iba a pasar al día siguiente.

Cuando llegué a su casa de Hipólito Irigoyen, la Vasca me dice que está en el medio de
una entrevista filmada y que no puede atenderme, y cuando le pregunto por el
Boxeador Amateur, me dice que estaba con una afonía imposible. Me retiré muy
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disgustado y le manifesté que eran un par de maleducados. Con la sensación de que la


participación del Boxeador Amateur se había malogrado regresé a mi casa.
Sin embargo, ese mismo día, la Vasca habló con mi mujer para que intercediera en el
conflicto y se ofreció a pasar por mi casa para retirar “Gombrowicz, este hombre me
causa problemas”, proposición que yo no acepté.
La Vasca, de igual manera, prometió que para el día de la mesa redonda tanto ella
como el Boxeador Amateur estarían allí muy emperifollados, pero el día de la mesa
redonda, el matrimonio faltó a la cita.

Algunas veces recuerdo con alegría las jornadas del centenario de Gombrowicz, sin
embargo hay un recuerdo entre todos que me quedó atravesado en la garganta.
Cuando en la mesa redonda de la Feria del libro una persona del público le preguntó a
los expositores por qué no estaba allí Abelardo Castillo tal como estaba anunciado en
el programa, la ira me tomó palabra.
“Como en tantas otras cuestiones de la historia de la humanidad existen dos versiones,
las autoridades de la Feria del Libro nos dicen que Abelardo Castillo tiene una crisis
renal y nosotros los expositores pensamos en cambio que tiene ensueños con la gloria,
una razón no menos atendible que los riñones. La conferencia que Castillo pronunció
ayer en la inauguración del acontecimiento más importante del mundo de la cultura
fue apoteótica. Aplaudido por un público emocionado que se había puesto de pie
durante largos minutos lo alzaron y lo llevaron en andas como a un guerrero romano.
Los laureles que coronaron la cabeza de Castillo estaban muy altos, había alcanzado
una gloria que no debía ponerse en juego con la vida de todos los días, y la ponencia
que tenía que compartir con nosotros en la mesa redonda sobre Gombrowicz no se
veía desde allá arriba”

El Boxeador Amateur dio sus primeros pasos en la literatura cambiando golpes sobre el
ring en el gimnasio que el padre tenía en su casa de San Pedro. Los rastros de esos
golpes que recibió de joven quedaron marcados en su nariz, como bien puede
apreciarse en la foto de este gombrowiczidas, y no son pocos los que piensan que
también dejaron una huella muy profunda en su manera de escribir.

KONSTANTY JELENSKI Y WITOLD GOMBROWICZ

“A veces asocio a Jelenski (que al parecer es un refinado hombre de mundo) con la


proletaria sencillez de un soldado..., es decir, tengo la sensación de que su facilidad es
la facilidad ante la lucha, ante la muerte... Que ambos somos, como soldados en las
trincheras, al mismo tiempo fútiles y trágicos”
El Príncipe Bastardo fue diplomático antes de la guerra, integrante del ejército polaco
que combatió en Francia contra los nazis por la liberación de Europa, miembro
sobresaliente del mundo artístico parisino de posguerra, y fue también el primer
gombrowiczida que apareció en el mundo y el primero con el que tuve
correspondencia.
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Dice Gombrowicz que sus relaciones con Konstanty Jelenski se habían vuelto
distendidas, que se habían empezado a sentir realmente cómodos a partir del
momento en que habían descubierto una tatarabuela común.

El lugar en el que le abrieron las puertas de la cárcel a Gombrowicz fue París, pero no
fue el Príncipe Bastardo polaco sino el francés Bondy quien se las abrió a “Ferdydurke”,
quién le podía creer un polaco si, como dice Dostoievski, se declaran condes en cuanto
pisan suelo extranjero.
“Ando enloquecido, Ferdy aparece el 10 de noviembre en París, precedida por una
publicación de Lettres nouvelles, ahora ocurre que sin avisarme han metido en el libro
un prefacio, lo que me enfureció, mandé telegrama exigiendo que lo saquen a toda
costa, el príncipe se enfermó, Nadeau asustadísimo, ahora después leí otra vez el
prefacio y me pareció tan bueno que estoy temblando que lo van a sacar y ya mandé
otro telegrama. Ahora nada sé, todo está en manos de Dios”
El prefacio lo había escrito el Príncipe Bastardo, un texto que finalmente apareció en la
edición francesa de “Ferdydurke”. Para interpretar “Pornografía” Jelenski se refiere al
erotismo y a la guerra y para interpretar “Ferdydurke” a las partes del cuerpo.

“(...) Estás realizando una de las primeras incursiones en un dominio desdeñado por
Freud: el inconsciente físico (...) Tú das prueba de una inmensa intuición (no se hasta
que punto consciente) estableciendo una ecuación entre el erotismo y la guerra”
El Príncipe Bastardo le manda una carta a “Wiadomosci” en la que se arriesga a afirmar
que las ideas de Gombrowicz tienen un cierto parentesco con las de Pirandello y
también con las de Sartre.
“Por si acaso prefiero no parecerme a nadie, y aunque la idea no es más que uno de los
elementos del arte a veces ha ocurrido que una idea de lo más trivial como ‘el amor
santifica’ o ‘la vida es bella’ ha servido de punto de partida para una obra que
deslumbra por su inspiración y sorprende por su originalidad y fuerza (...)”

“Por sí mismas no son nada, pueden tener importancia sólo en razón del modo en que
han sido percibidas y espiritualmente explotadas, en consideración a la altura a la que
han sido elevadas y al resplandor que desde la altura emanan. Una obra de arte no es
cuestión de una sola idea ni de un solo descubrimiento, sino que es el resultado de
miles de pequeñas inspiraciones, el producto de un hombre que se ha instalado en su
propia mina y extrae de ella mineral siempre nuevo”
El abismo que existe entre la idea y la vida es el hueco que Gombrowicz utiliza para
meternos el grano de maíz en el orificio bucal. En efecto, el conflicto más importante
del hombre se produce dentro de nosotros mismos, entre dos aspiraciones
fundamentales: el deseo de la forma y la definición, y el rechazo de la forma.

La humanidad siempre tiene que estar definiéndose y, al mismo tiempo,


escabulléndose de sus propias definiciones. La realidad no puede ser abarcada tan sólo
por la forma pues la forma no está acorde con la esencia de la vida.
Las notas que escribía el Príncipe Bastardo sobre la obra de Gombrowicz recorrían
París como un reguero de pólvora. Durante el mayo francés puso de relieve que la
revolución de la juventud había sido anunciada por Gombrowicz con treinta años de
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anticipación y que “Opereta” era una ilustración poética de los acontecimientos de


mayo.
Mi correspondencia con el Príncipe Bastardo terminó cuando se interrumpió la que
mantenía con Gombrowicz. Por él supe que la Vaca Sagrada podía ser una solución
para que Gombrowicz sobrellevara el invierno de 1964, y también el porqué a
Gombrowicz no le había gustado el prefacio que había escrito el Pterodáctilo para la
reedición de “Ferdydurke”.

El Príncipe Bastardo vivía con la hermosa pintora argentina Leonor Fini y con otro
poeta diplomático, un ménage à trois en un departamento de dos pisos en el Marais.
Uno de los pisos estaba bellamente decorado con muebles Regencia y pinturas de los
amigos surrealistas de Leonor, el otro lo ocupaban alrededor de treinta gatos: persas,
angoras, siameses, cuyo remolino de colores creaba su propia decoración
fantasmagórica. Leonor había hecho la escenografía de la producción francesa del
Requiem for a Nun de William Faulkner, y en la intimidad hacía intrincados dibujos
pornográficos que mostraba furtivamente a los amigos mientras bailaba con suavidad
alrededor de un cuarto.
En ese departamento recibieron a Gombrowicz cuando llegó a París después de su
alejamiento de la Argentina.

“Las damas mas distinguidas gritaban ‘ah, que felicidad, la suya!’ cuando Leonor Fini
les anunciaba mi presencia en su casa”
La vida del Príncipe Bastardo no tuvo un final feliz, murió de Sida en 1987, un año
después de que el virus recibiera el nombre que tiene hoy: VIH. En esa época la gente
temía acercarse al los infectados pues aún no se conocían bien las vías de contagio y
en general se consideraba que el estilo de vida depravado de los homosexuales era
responsable de la enfermedad.

WITOLD GOMBROWICZ Y ALAN PAULS

Mi primer contacto con el Buey Corneta lo tuve en ocasión del estreno de


“Gombrowicz o la seducción”, la película de Fischerman; el segundo contacto lo tuve
en ocasión de la publicación de “Cartas a un amigo argentino”; y el último cuando le
pedí que escribiera un prólogo para presentar en Polonia las cartas que yo le había
escrito a Gombrowicz.
El Buey Corneta estaba encantado con “Gombrowicz o la seducción”, remata una larga
nota que apareció un mes después del estreno de la película con una referencia al
cuarteto.
“Ninguno de los cuatro discípulos (Rússovich, Gómez, Betelú y Di Paola) es actor, pero
los cuatro representan sus papeles en "Gombrowicz o la seducción". Obligados a
repetir escenas, situaciones y textos que verdaderamente los unieron al escritor
polaco, sus interpretaciones están impregnadas de una admirable extrañeza”
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El Buey Corneta escribió páginas memorables sobre Gombrowicz, y a pesar de que el


Hombre Unidimensional lo acusa de cobarde por el partido que tomó en el asunto del
premio medio vidrioso que le dieron al Vate Marxista, en el caso de la presentación de
“Cartas a un amigo argentino” que se hizo en el Centro Cultural de España, fue audaz.
Yo había conseguido la participación del Pterodáctilo para la presentación de ese libro
inmarcesible, pero entonces la Hierática me preguntó si no sería conveniente la
presencia de las dos generaciones de gombrowiczidas: –Sí, claro, invitalo a Alan Pauls,
es el más fotogénico de nuestros hombres de letras y nos asegura, por la parte baja, la
presencia de dos docenas de mujeres. Presentó el libro con mucho entusiasmo pero un
poco intimidado por la presencia del Pterodáctilo.

“Pero la vida epistolar de Gombrowicz sigue siendo doble, tan doble como la que
llevaba en Buenos Aires: un ojo en la Forma, el otro en lo Informe, un pie en el Centro,
el otro en las turbias periferias (...) De Gómez sólo hay una carta en todo el libro, pero
tiene un papel estelar: es la carta que cierra el libro. Seca, hastiada, lapidaria: menos
una carta, casi, que un ajuste de cuentas”
Las dos defecciones más señaladas del Buey Corneta conmigo tienen que ver con su
conducta vacilante: una, la que tuvo con el prólogo que le pedí y otra, la que tuvo con
la invitación que le hice para que participara en una mesa redonda de la Feria del libro
el año del centenario de Gombrowicz. Ambas conductas me hicieron recordar al
comentario sobre el Buey Corneta que me había hecho el Hombre Unidimensional.

“(...) Sea como fuere, Pauls, ahora sé de vos dos cosas que antes no sabía, que no sos
puntual y que sos desconsiderado. La impuntualidad y la desconsideración son
moneda corriente en Buenos Aires, no puedo quejarme de eso. Pero me preocupa que
seás también un bufón y se te ocurra divulgar el contenido de las cartas que le escribí a
Gombrowicz. Cuando las deposité en tus manos jamás imaginé que podías tener la
misma conducta que tienen los payasos cuando se cambian de traje en el circo”
El Buey Corneta, entre otros varios escritores argentinos, fue invitado a la mesa
redonda del homenaje que se le hacía a Gombrowicz, pero se escondió detrás de la
excusa de los compromisos anteriores. De tal modo los hombres de letras
hispanohablantes desairaron a Gombrowicz, a los ponentes polacos, y al Embajador de
Polonia.

Pasaron dos años y ahora sí, el Buey Corneta aceptó participar en una mesa redonda
del la Feria del Libro: “La verdad tiene la estructura de la ficción”, una mesa en la que
también hablaron como ponentes el Orate Blaguer y el Pícaro, un personaje este
último oscuro y neurótico que tiene en su haber el extraño record de haber rechazado
“in limine” y a libro cerrado la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás”. Sería
hora de que el Buey Corneta, éste representante de la ambigüedad y del mundo
florido, dejara de llenarse la boca con Gombrowicz al que sólo utiliza de adorno.
En “Cuando un amigo se va” el Buey Corneta se detiene con fruición en una página de
los diarios en la que Gombrowicz habla de un par de zapatos amarillos que había
comprado en Ostende.

“Fui a Ostende, una tienda de moda, y me compré un par de zapatos amarillos que
resultaron ser demasiado pequeños. Volví, pues, a la tienda y cambié ese par por otro,
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del mismo modelo y número y, en fin, idéntico en todos los aspectos, que también
resultó ser demasiado pequeño. A veces me asombro de mí mismo”
Sobre este pasaje de los diarios hay gente que se pregunta por qué Gombrowicz mete
estas trivialidades en su mayor obra literaria. Si bien se podría creer que estas palabras
tienen un tono ligero y socarrón, de tal modo que aparecen como gratuitas, sin
embargo, no lo son, por lo menos no lo son a los ojos del autor.
Cuando Gombrowicz les explica a los jóvenes de Tandil la razón por la que los incluye
como personajes en los diarios, aparecen los zapatos de Ostende.

"(...) Lo hago porque me gusta operar con lo insignificante, llevar lo insignificante a la


altura, desconcertar... Lo hice una vez con un par de zapatos y otra con seis camisas de
verano, metiéndolos en mi “Diario”, así que no se imaginen demasiado...(...)"
Lo zapatos de Ostende también le han servido al Buey Corneta como enlace de un
dietario intelectual que escribió después de haber leído el “Diario argentino” y “Cartas
a un amigo argentino”.
“(...) Las 'Cartas a un amigo argentino' empiezan donde termina el 'Diario argentino'
(...) Durmió en pensiones, jugó al ajedrez en la confitería Rex, tartamudeó el castellano
y sus lunfardos, se codeó con las señoras de la comunidad polaca local, compró
zapatos amarillos en 'una tienda de moda' de Ostende que le quedaron chicos (...)”

“Trabó alguna amistad con Ernesto Sabato (que prologó 'Ferdydurke') y con
Matronardi y ninguna con Borges ('quizá el escritor argentino de más talento, dotado
de una inteligencia que el sufrimiento personal agudizaba'), escribió dos novelas
geniales ('Transatlántico' y 'Pornografía') y empezó una tercera, igualmente genial, que
sería la última ('Cosmos'), buscó aventuras nocturnas en los alrededores de Retiro,
cambió los zapatos amarillos por otros exactamente iguales (que también le quedaron
chicos), visitó Mar del Plata, Santiago del Estero, Uruguay y Tandil (...)”
Es bien sabido que una buena parte de la personalidad del Buey Corneta se le formó
caminado por las playas de Cabo Polonio, tanto es así que en “La vida descalzo”
recuerda un pasaje de los diarios de Gombrowicz en el que la mujer del farmacéutico
juguetea con el piececito, mientras su talón desnudo despunta y asoma en las playas
de Necochea.

Quizá fue por eso que confundió una tienda de la calle Florida llamada Ostende, donde
Gombrowicz realmente compró los zapatos, con el balneario de Ostende donde el
Buey Corneta cree que los compró.
Según parece el Buey Corneta está encaprichado, no quiere escribir ficciones y
tampoco quiere escribir de política, entonces escribe diarios y los sazona para los
lectores con un poco de Gombrowicz. Pero los diarios de Gombrowicz no se parecen
en nada a los diarios del Buey Corneta que intenta ser más culto que los demás
paseándose descalzo en la playa del Cabo Polonio y es por eso que dice tonterías, unas
tonterías contra las que Gombrowicz estaba prevenido.
Ya sabemos que los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los reúne en
un punto en el que se encuentran utilizando palabras parecidas.

De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico Metafísico, el Pato Criollo y el


Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos, Gombrowicz es un impostor. No creo
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que estos escritores tan connotados, cada uno en su carácter, se hayan propuesto
caricaturizar a Gombrowicz.
A mí mismo, siguiendo esa deriva de la miniaturización tan atractiva, se me ocurre
decir que las actividades de mentir, de desmentir y de desmentirse se fueron
convirtiendo en un hábito permanente de Gombrowicz.
Yo pienso, sin embargo, que no es por el lado de la pose, de la impostura o de la
mentira que nos podemos acercar a Gombrowicz. Ese hombre, con un punto de vista
moderno y ateo, que tanto desconfiaba de las ideologías y de la cultura, que nunca se
valió de Dios ni siquiera por cinco minutos, debe tener otra dimensión.

La mala fe de la que se lo acusa va más allá de la mentira cínica, es más bien como si lo
acusaran de que estuviera negando la propia verdad, como si estuviera engañándose
a sí mismo, como si su mala fe fuera una fe.
Si bien es cierto que las concepciones de Gombrowicz son divergentes en algunos de
sus puntos con las del existencilismo, no lo son tanto en su pretensión de llegar a ser
una descripción moral del mundo, porque esta descripción nos revela el sentido ético
de los distintos proyectos humanos.
Ambas concepciones intentan llevar al hombre a la renuncia del espíritu que le
concede al mundo más realidad que al hombre y considera al hombre como un
resultado del mundo, espíritu que los existencialistas llaman “espíritu de seriedad”.

Es tan tentadora la actitud reduccionista de los hombres de letras argentinos que nos
permite entender a Gombrowicz con una sola idea, que se me está ocurriendo escribir
sobre otra de sus características sobresalientes: el complejo de Eróstrato.
Eróstrato era un pastor del Éfeso que, queriendo hacerse célebre, incendió el templo
de Diana, una de las siete maravillas de la antigüedad. Gombrowicz tenía una intención
parecida a la del griego, pero en vez de incendiar templos se dedicó a desmontar todas
las posiciones de la cultura para hacerse escuchar.
Los escritores argentinos se cuidan de no caer en internas culturales, como las llama el
Buey Corneta, cualquiera podría pensar que no caen en estas internas culturales
porque son más educados que los polacos, pero yo pienso otra cosa.

Se cuidan por debilidad, no quieren poner a prueba la arrogancia que llevan en el


pecho como la armadura de Don Quijote a la que, por si acaso, prefieren no probar, no
vaya a ser cosa que todo se les venga abajo.
Cuando el Buey Corneta se enteró de las batallas campales que se estaban librando en
Polonia donde hombres de letras insignes se acusaban unos a otros de homosexuales
tradicionales y de planchados comemierda, se lo comunicó de inmediato a sus
corresponsales, y en esto deben encontrar los gombrowiczidas una de las razones del
apodo que le puse a Alan Pauls.

WITOLD GOMBROWICZ Y CARLOS MASTRONARDI

Mastronardi había elaborado una estrategia para acercar a Gombrowicz al grupo


“Sur”, cuando pensaba en ese encuentro le temblaban las piernas, y no era para
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menos, ese conde polaco se había referido a Victoria Ocampo con desconsideración,
una dama aristocrática apoyada en muchos millones que acostumbraba a hospedar en
su casa a celebridades europeas, y sobre la que se hacía una pregunta que no se
atrevía a contestar.
“¿En qué medida influyeron en esas majestuosas amistades los millones de la señora
Ocampo y en qué medida sus indudables calidades y su talento personal? (...) Por lo
pronto Mastronardi decidió presentarme primero a la hermana de Victoria, Silvina,
casada con Bioy Casares (...)”

“Una noche fuimos a cenar con ellos (...) Decidieron, pues, que yo era un anarquista
bastante turbio, de segunda mano, uno de aquellos que por falta de mayores luces
proclaman el elan vital y desprecian aquello que son incapaces de comprender. Así
terminó la cena en casa de Bioy Casares... en nada... como todas las cenas consumidas
por mí al lado de la literatura argentina”
El Dandy se refiere a la cena con otras palabras, pero el aburrimiento fue, según
parece, el sentimiento predominante entre los siete comensales: Silvina, Bioy, Borges,
Gombrowicz, Mastronardi, José Bianco y Manuel Peyrou. La cena en la casa del Dandy
que menciona Gombrowicz en los diarios y Bioy en un reportaje se volvió famosa sin
ningún motivo. Quizás, lo único destacable, fueron los tangos que escucharon antes de
sentarse a la mesa y el accidente que sufrió Silvina Ocampo.

En efecto, a Silvina se le cayó la fuente de las manos cuando la llevaba de la cocina al


comedor con un gran estruendo. El único que se dio por enterado fue Gombrowicz
pues no le prestaba ninguna atención a los tangos, entonces corrió a ver lo que
pasaba. La vio a la pobre Silvina con la cabeza entre las manos y le dijo que no se
preocupara, que recogiera todo y lo sirviera como si no hubiese pasado nada. Silvina le
pidió que guardara el secreto, durante la comida Gombrowicz le echaba miradas
cómplices cuando los demás decían que la comida estaba muy buena.
“Yo también la recuerdo con tedio. En ningún momento durante esa larga noche
prosperó un asomo mínimo de conversación. Sólo al retirarse, lo acompañé abajo para
despedirlo (...)”

“Miramos juntos un momento la avenida del Libertador, que entonces se llamaba


Alvear, y Gombrowicz dijo: –¡Bioy, qué hermosa avenida! Y entonces sí estuvimos de
acuerdo. Yo no sé, ese Gombrowicz. Carlos Mastronardi estaba obsesionado con él.
Hablaba todo el día, al punto que cuando ya lo había nombrado como diez veces,
comenzaba a usar perifrasis: un amigo europeo, cierto conde polaco. Era gracioso”
El Asiriobabilónico Metafísico casi no hablaba de Gombrowicz, pero cuando hablaba se
refería a él en forma ácida e insubstancial.
“A ese hombre lo conocí por mi amigo el poeta Mastronardi, de quien él era también
amigo. Mastronardi hablaba tanto de Gombrowicz que finalmente le prohibimos
nombrarlo. Cada vez que Mastronardi usaba palabras como 'un extranjero, un eslavo,
un aristócrata, un observador' ya sabíamos a quién se refería (...)”

“Recuerdo otra anécdota de Gombrowicz: él solía comer con mi amigo Mastronardi en


un restaurante –un almacén, mejor dicho– y tenía la costumbre de abrirse el cuello de
la camisa, hecho que fastidiaba a Mastronardi. De golpe, mi amigo se lleva el cuchillo a
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la boca y Gombrowicz le dice: ‘Si usted come cuchillo yo abro camisa’. Ahora bien, a
esta anécdota habría que darle vuelta, tendría que ser mi amigo el del cuello abierto y
Gombrowicz el del cuchillo, entonces podría decirle: ‘Si usted abre camisa yo como
cuchillo’. Con esto, ‘como cuchillo’, que es el elemento gracioso –‘abro camisa’ es
vulgar, cotidiano– quedaría al final. Y siempre hay que ponerle al lector lo gracioso al
final, eso que llaman golpe de efecto”

Manuel Gálvez y Arturo Capdevila le habían brindado a Gombrowicz una exquisita


hospitalidad, pero la sordera de uno y su falta de seriedad lo pusieron finalmente en
las manos de unas jóvenes estudiantes que lo iniciaron el mundo del flirteo argentino.
En esta prehistoria de sus aventuras en la Argentina el grupo de Victoria Ocampo
brillaba como una estrella.
“(...) una dama ya entrada en años y aristócrata, que nadaba en millones largos y que
con su tenacidad entusiasta había conseguido hacerse amiga de Paul Valéry, invitar a
su casa a Tagore y Keyserling, tomar el té con Bernard Shaw y hacer buenas migas con
Strawinski (...) Un escritor francés de renombre había caído ante ella de rodillas
gritando que no se levantaría hasta recibir el dinero suficiente para fundar una ‘revue’
literaria: –¿Qué iba hacer con un hombre arrodillado y que no quería levantarse? Tuve
que dárselo”

Mastronardi hizo lo que pudo para acercarlos, pero entre el Sur que Gombrowicz había
descubierto pedaleando una bicicleta entre un pequeño balneario montañoso y la
playa de un puerto diminuto en los Pirineos Orientales, y el “Sur” de Victoria Ocampo
había un abismo. Ese poeta de Entre Ríos, irónico y hermético, se obsesionó con
Gombrowicz. En esa encarnación de lo provinciano con el europeísmo más parisino se
alojaba una bondad angelical protegida por la causticidad. Un crustáceo que defendía
su hipersensibilidad se interesó por ese ejemplar de europeo culto, y lo introdujo en
los secretos de una Argentina entre bastidores, que se escapaba de los intelectuales y
los aterrorizaba con su inmadurez.
Fue con Mastronardi, también homosexual, con quien Gombrowicz mantuvo los
diálogos más escabrosos sobre la sodomía, cada uno disfrazándose como podía en este
juego prohibido.

El factor atenuante en este diálogo era el infantilismo. A mi juicio Gombrowicz se


manejaba mejor con la forma infantil que con la inmadura, porque la infancia, con las
pulsiones sexuales en estado de nacimiento, es menos drástica que la juventud.
Mastronardi recuerda en sus testimonios algunas de las cosas que le decía
Gombrowicz.
“(...) En todos los casos, el placer de los escritores que saben ser leídos es más grande
que el de sus lectores; en consecuencia los primeros deberían pagar a estos últimos y
no a la inversa, como se hace (...) No vea en mí a un indiferente, a la manera de los
cínicos: únicamente combato el disimulo y la mentira. Sobre esta base afirmo que un
dolor de muelas nos desespera más que la muerte de un hermano muy querido. La
muerte se distrae, pero el cuerpo insiste (...)”

Unas semanas antes de partir para Europa, por casualidad, Mastronardi nos ve a
Gombrowicz y a mí en un café de San Martín y Lavalle, entra y se sienta a la mesa. En
53

medio de las efusiones y de los recuerdos Mastronardi hace una referencia poética a la
homosexualidad de ambos en las misas negras del pasado: –Le doy dos minutos,
Mastronardi, para que se retire de la mesa. Pasaron los dos minutos, y como
Mastronardi no se levantó, se levantó Gombrowicz, así terminaron. Siete años después
de este episodio lamentable Mastronardi se despide de Gombrowicz con dignidad.
“Estoico, sufrido, capaz de soportar todas la adversidades, no parecía tomar en cuenta
los bienes que el destino le negaba. En la Argentina, no buscó la aceptación ni tampoco
fue rechazado por aquellos que ornaban el Olimpo literario; más bien habría que decir
que estaba muy a gusto en otros medios (...)”

“Nunca quiso, ni aquí ni en su patria, entrar en la Cultura como se entra a un templo


en el que los fieles rezan de rodillas (...) Gombrowicz ha vivido más de veinte años en
la Argentina, mi país. Poco antes de su partida, le llegó el eco de su fama en Europa,
donde los jóvenes escritores polacos le alababan en voz baja. Tras una temporada en
Alemania, se instaló en Francia; allí, tras haber entrevisto la gloria, se lo llevó una
antigua enfermedad. Lúcido, decidido, nunca por debajo, siempre a la altura de las
circunstancias, distante de las quimeras y la ilusión, no creo que esta explosión casi
póstuma lo haya emocionado demasiado”

ZOFIA NALKOWSKA Y WITOLD GOMBROWICZ

Después de la batalla de Varsovia que los polacos libraron con los bolcheviques en el
año 1920 a Gombrowicz le quedaron claras dos cosas: que era un desertor nato y que
no tenía sentimientos de pertenencia. “Ivona” y “Ferdydurke” son obras que
Gombrowicz escribe antes de la segunda guerra mundial, por lo tanto no puede haber
en ellas referencias a este conflicto, pero sí aparece oculta entre las sombras la batalla
de Varsovia, y aparece porque una de las formas que utilizaba para ajustar las cuentas
con su debilidad era burlarse de ella y de las causas que se la provocaban.
“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de ‘Ferdydurke’ un pequeño verso
que parodiaba ‘La primera Brigada’ de las Legiones. Puso el grito en el cielo (...) Pero,
aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder
ser comentado libremente en la prensa o los libros, cada uno podía hablar de lo que se
le venía en gana”

Zofia Nalkowska en Varsovia, tanto como Victoria Ocampo en Buenos Aires, fueron
damas que convirtieron a sus casas en verdaderos centros culturales para el desarrollo
de la vida literaria. Gombrowicz conoció a Bruno Schulz en la casa de Zofia, después de
la publicación de “Las tiendas de color canela”. Ese modesto maestro, un ser indefenso
al que todo el mundo le daba palmaditas en la espalda para animarlo, fue consagrado
en la casa de Nalkowska. Schulz estaba deslumbrado: –Hizo que le leyera las primeras
páginas, después se detuvo y me pidió que le dejara el manuscrito para terminar de
leerlo ella sola. Es una mujer maravillosa. A la tarde de ese mismo día Nalkowska
exclamó: –Es la revelación más sensacional de nuestra producción novelística. Mañana
mismo iré a la editorial para que publique el libro.
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“La señora Zofia, el único miembro femenino de la Academia de Literatura, se sentaba


en el sofá y guiaba la conversación a la manera de las distinguidas matronas de antes
de la guerra; todo ello me recordaba los five o’clock de mi madre o las recepciones
organizadas por las canonesas. Sin embargo, no cabía duda de que la inteligencia y la
cultura de esa mujer eminente marcaba el nivel de la conversación y dominaba
perfectamente a diversos elementos que participaban en esas charlas (...) Su talante
mundano fracasaba únicamente en presencia de Witkiewicz; cuando aparecía ese
gigante pesado con la cara de un astuto esquizofrénico, la señora Zofia lanzaba a sus
confidentes una miradas desesperadas, porque desde ese mismo momento se
terminaba la conversación y Witkacy tomaba la palabra”

El círculo de las relaciones de la señora Nalkowska era muy vasto, abarcaba también al
mundo político, hasta el mariscal Pilsudski había pasado algunos días en su casa. Con
las mujeres mantenía relaciones bastante complejas y hasta perversas, no les tenía
afecto y prefería la compañía masculina. En el fondo Gombrowicz no soportaba a los
polacos como la Nalkowska que asimilaban el savoir vivre europeo eludiendo al mismo
tiempo una confrontación esencial con Occidente. Una tarde Gombrowicz caminaba
con ella por un parque de alamedas: –¡Ah, fíjese en esa línea... es una belleza
coronada...! ¡Qué chic es ese árbol...! ¡Pero si parece una verdadera dama...!
Gombrowicz no aguantó más: –¡Se ve que usted pone toda su alma en ese árbol!; –Es
verdad, la belleza no sólo me hace la vida más difícil, sino que además me impide
encontrar una actitud normal frente a ella.

Zofia Nalkowska, igual que Victoria Ocampo, descubrió y apoyó con entusiasmo a
muchos escritores que fueron importantes, a Gombrowicz tampoco le escatimó la
ayuda y los consejos. Algo que no es tan fácil de explicar debió ocurrir entre Victoria
Ocampo y Gombrowicz, estas dos mujeres eminentes estaban acostumbradas a tratar
con locos y con toda la variedad de trastornos que tiene el género humano.
Gombrowicz no rechazó a Nalkowska por sus relaciones sumisas con Europa y con la
belleza, pero sí la rechazó a Victoria Ocampo por las mismas razones y la trató con
desconsideración, una dama aristocrática apoyada en muchos millones que
acostumbraba a hospedar en su casa a celebridades europeas, y sobre la que se hacía
una pregunta que no se atrevía a contestar: ¿En qué medida influyeron en esas
majestuosas amistades los millones de la señora Ocampo y en qué medida sus
indudables calidades y su talento personal?

Y a la inversa, la Nalkowska no rechazó a Witkiewicz, a pesar de que era un pesado


inaguantable, un loco de remate, porque tenía talento. Pero la Ocampo sí lo rechazó a
Gombrowicz, ¿por qué?, ¿porque era qué?, ¿porque no tenía talento?...
Gombrowicz, hablando de un libro, mantuvo una conversación con la Nalkowska que
bien podía haberla tenido con la Ocampo.
“Hay ahí, Witold, un montón de observaciones excelentes, de distintos sabores y
saborcillos, una especie de cordialidad sui generis, ¿comprende?, algo especial..., pero
hay que entrar en ello, fijarse de cerca, buscarlo...; –Sí, señora, Si usted se pone a mirar
con atención esta caja de cerillas, extraerá de ella mundos enteros. Si va a buscar
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sabores en un libro, seguro que los encontrará, porque está escrito: buscad y
encontraréis (...)”

“Pero un crítico no debería explorar ni buscar, que se quede sentado con los brazos
cruzados esperando que el libro dé con él. A los talentos no hay que buscarlos con un
microscopio, el talento debería dar señales de vida él mismo haciendo doblar todas las
campanas”
La Ocampo escuchó el doblar de las campanas en 1967, cuando Gombrowicz recibe el
Premio Internacional de Literatura, pero ya era tarde para ella.
“Antes de cruzar las espadas con la Suma Sacerdotisa del culto inmaduro de la
Madurez, Victoria Ocampo, que nos sea permitido tributarle un cortés saludo. Victoria
Ocampo es inteligente y tiene personalidad (...)”

“¡Viva Victoria Ocampo! Empero, esta poderosa Dama Mundana, esta alma violenta y
apasionada, bañada en ignotas e infinitas soberbias, en indescriptibles y sangrientos
lujos del Medioevo Sudamericano, por un indescifrable Misterio de su iglesia interna se
convierte en una niña temblorosa cuando se encuentra con lo que ella misma llama
‘Valery y Francia’ (...)”
“¡Muera Vitoria Ocampo! Vedla como se esquiva, se aniquila, se inmaduriza frente a
Valery (...) Pero chiquilla, aunque no fueses Victoria sino la más humilde y más
inmadura de las hermosas hijas de esta tierra, no te conviene arrodillarte (...) Ni
América es tan inmadura ni Europa es tan madura”

JULIO CORTÁZAR Y WITOLD GOMBROWICZ

Existen pocos puntos de encuentro entre estos dos escritores insignes, se podría decir
en general que sólo entran en contacto en cuestiones relacionas con los premios y con
los misterios. Debemos recordar, sin embargo, que los hombres de letras
hispanohablantes tienen la costumbre de encontrarle parecidos a cosas muy
diferentes.
Son memorables, verbi gracia, los esfuerzos que hicieron el Vate Marxista y el Filósofo
Payador para encontrar paralelos entre el Asiriobabilónico Metafísico y Gombrowicz. El
paralelo entre Cortázar y Gombrowicz lo buscó y lo encontró en el año del centenario
un señalado gombrowiczida que además de hombre de letras es psicoanalista.
Estos incansables buscadores de problemas en las cavernas de la psique tienen la
invariable costumbre de contarle el culo a las hormigas.

Con tenacidad y sin claudicaciones este Perogrullo del inconsciente descubrió que el
paralelo entre estos dos escritores tan renombrados quedaba establecido por el hecho
singular de que ambos eran exiliados.
“Carnet de viaje –breves fragmentos donde por lo general más se dice de la escritura
que del lugar– lo denominan algunos al Diario. La vuelta al día en ochenta mundos lo
llamaría Julio Cortazar y Diario Argentino le diría Witold Gombrowicz. La fatigada
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expresión de extranjeros en su tierra bien puede aplicarse a la producción de ambos


(...)”
“Una regla áurea que por su misma condición brillante, destellaría incesantemente en
los apuntes, ya sean los de Los Premios de Julio Cortázar o Transatlántico de Witold
Gombrowicz. Una cierta baliza destemplada que dice de la extrañeza y el exilio”

Como el contarle el culo a las hormigas no es un asunto de mi incumbencia voy a


restringir los comentarios que haga sobre este paralelo a los premios y a los misterios.
El Pato Criollo algo nos dice sobre estas cuestiones, no nos dice mucho y además lo
poco que nos dice es de relativa importancia.
“Otra cosa: o mucho me equivoco, o Cortázar no menciona una sola vez en los
cuarenta tomos de sus obras a Gombrowicz. Y sin embargo, debieron cruzarse más de
una vez, porque Cortázar frecuentaba la Fragata en los años cuarenta. Supongo que
Gombrowicz tampoco lo menciona a él, ni lo leyó. No sé si Cortázar lo habrá leído,
pero tiene un cuento, de los últimos que escribió, ‘La escuela de noche’, que es
totalmente gombrowicziano (...)”

“Casi te diría que es lo único bueno que ha escrito bajo el magisterio de tu amigo. Lo
curioso es que lo haya escrito al borde de la muerte, después de veinte años de
melancolías literarias y desvaríos políticos”
Cortázar sí menciona a “Ferdydurke” en “Rayuela”, y también mucho después lo
menciona cuando se le escapa de las manos el premio internacional de literatura que,
finalmente, recibe Gombrowicz: “(...) justo homenaje al enorme cronopio de
Gombrowicz”
La carrera por los premios, en la que finalmente se encuentran Gombrowicz y Cortázar,
tiene en Gombrowicz un origen temprano. A Gombrowicz le gustaba mucho el juego
de las alianzas. Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los
primeros años fueron muy dolorosos.

Como estaba dotado de un temperamento intranquilo y travieso se convirtió


rápidamente en el blanco de todos los golpes y puntapiés, y de torturas sofisticadas
como el sacacorchos, las tijeras sencillas y la doble Nelson. No había día en que no
fuera varias veces al suelo con un golpe lateral plano que le daban con el pie en una
parte baja de la pierna. Cada mañana, yendo a la escuela cargado con la mochila, era
víctima de taladradoras y pomadas que le aplicaban unos pesados terribles que se
convirtieron poco a poco en sus verdugos permanentes. A pesar de todo no descendió
a la categoría de pelele y organizó un grupo de agresión y defensa para protegerse de
esos terribles suplicios acompañados por las risotadas salvajes de sus desolladores. En
esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de
criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente, y
para descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos.

Mucho tiempo después de estas alianzas escolares de agresión y defensa, enhebraba


otras para hacerse del premio internacional de literatura.
“Como ya sabrás perdí el Premio Internacional por un voto. Todo ha sido muy
dramático. El jurado estaba en San Rafael, a 50 km. de aquí, de modo que a cada rato
venían a verme para cenar, claro. Perdí por la estupidez de la MacCarthy, por una falsa
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maniobra de Ferrater (español) y por otra falsa maniobra de Bondy. ¡Qué tristeza para
vos! De todos modos salí muy bien parado, Quilombo, con mucha gloria y se abren
nuevas perspectivas en EE.UU. Inglaterra, Italia, España, Suecia y otros países”
Dos años después de esta pérdida Gombrowicz celebraba consejos de guerra con el
duque Hamilton Douglas, con Konstanty Jelenski, con Dominique de Roux...

Este juego de aliados le ayudaba a presentar batalla a Sarraute, Leduc, Sartre, Grillet,
Guimaraes Rosa, Fuentes, Carpentier y Cortázar, los otros candidatos. El triunfo fue
para Gombrowicz, lo premiaron por “Cosmos”.
El trabajo de los hombres de letras es muy arduo, desde la página en blanco hasta el
editor deben levantar barreras pesadas, incluida la del propio editor. Después viene la
verdadera hazaña, conseguir que alguien lea lo que escribe.
Pero el calvario no termina aquí, si el hombre de letras logra levantar los obstáculos
que le ponen el editor y el lector debe iniciar una marcha forzada hacia los premios.
Después del Formentor a Gombrowicz se le despierta el apetito, quiere más, quiere el
Nobel.

El desempeño en la enseñanza se mide con las notas, en la escritura con los premios. El
punto más alto de la enseñanza se alcanza con un diez, el punto más alto de la
escritura con el Nobel. Las notas miden la inteligencia, el Nobel la grandeza, todo esto
dicho grosso modo.
“(...) ¿qué tema o problema podría ser más mío que ese acrecentamiento depravante
de mi personalidad, inflada por la fama y la grandeza? (...) tengo que encontrar aquí mi
propia solución, y a la pregunta ¿cómo ser grande? debería darle una respuesta
totalmente particular (...) De nada sirve la afectada maestría de Anatole France (...) la
grandeza de Dostoievski, llena de sencillez compasiva, astuta y apasionada, tampoco
es utilizable (...) ¿Y el Olimpo de Goethe? ¿Y Erasmo o Leonardo? ¿El Tolstoy de Iasnaia
Poliana? ¿El dandismo metafísico de Jarry o Lautremont? ¿Ticiano o Poe? ¿Kierkegaard
o Claudel? Nada de eso, ninguna de esas máscaras, ninguno de esos abrigos purpúreos
(...)”

En casi todos los gremios de la actividad literaria se piensa que el autor es su obra. Esta
explicación pareciera, sin embargo, más apropiada para los productos del arte que
para los productos de la ciencia, a nadie se le ocurriría decir, pongamos por caso, que
Einstein es la Teoría de la Relatividad, pero pega muy bien decir que Gombrowicz es
“Ferdydurke”.
Las diferencias fundamentales entre la ciencia y el arte no son tan evidentes que
digamos, pero se podría decir aproximadamente que mientras la ciencia intenta
resolver los misterios del mundo, el arte, en gran medida, vive de ellos. Entre todos los
misterios del mundo, Dios es el más importante y el menos explicable de todos. Así
como el de Dios, no es explicable tampoco la obra de un escritor, es menos explicable
aún que su propia vida.

La vida corriente no es tan oscura, está medida por el desempeño que tiene el hombre
en la familia, en el estudio, en el trabajo, y por tal razón es menos misteriosa.
En cambio un hombre puesto en la actividad de escribir puede transmutarlo todo:
puede poner a un hombre, llegado a la treintena, como alumno en un colegio de
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adolescentes, o volverse puto en estado de ebullición, sin que el mundo se vaya a


alterar demasiado por eso, porque cuando una persona escribe no tiene asignada
ninguna función definida para alcanzar un objetivo entre los hombres, cualesquiera
fuera la naturaleza de esa función: ética, estética, religiosa...
En cambio, un hombre puesto en la vida real, sí que tiene una función definida: como
padre, como juez, como general, como sacerdote, como ingeniero, como mozo de
café...

El hombre, cuando escribe, se pone aparte de las funciones, su horizonte está más allá.
Las particularidades y las funciones de la vida corriente se convierten en instrumentos
para alcanzar otros propósitos, por ejemplo, el de ser Dios. Pero Gombrowicz, según
parece, no quiere ser Dios, no se ha cansado de decir que el hombre está por encima
de su obra, y ocupó gran parte de su tiempo dando explicaciones sobre su obra para
limitar el misterio.
Uno de los grandes misterios de Cortázar eran los cronopios. Cuando le preguntaban
por el significados de la palabra cronopios se solía sonreír, no era el dios Cronos el que
lo había inspirado, era otra cosa. En el intervalo de la representación de una obra de
Stravinsky en un teatro de París, conducida por el mismísimo Stravinsky, se dio cuenta
de que estaba solo en el gallinero, la gente se había retirado para estirar las piernas o
tomar un café.

Esa penumbra que queda en los teatros en los momentos del descanso le despertó la
imaginación, empezó a ver unas figuras tenues que volaban en el espacio, y con algo
de poesía y con estos duendecillos alados fabricó los cronopios. Eligió uno enorme
entre todos y se lo regaló a Gombrowicz.

WITOLD GOMBROWICZ Y GUILLERMO SACCOMANNO

Gombrowicz tenía miedo de ser engañado por el mundo artificial de los hombres de
letras, un temor que le manifiesta al Hasídico en las conversaciones apócrifas que
mantuvo con él en su casa de Vence y que más tarde aparecieron en “Testamento”
“Mire, Dominique, el artista es un individuo que se engaña sistemáticamente desde la
primera palabra que escribe (...) Sabemos que mentimos y sabemos que los demás
también nos mienten, y que ese desdichado malogrará su vida alimentándose de
embustes cotidianos, que con el tiempo le irán envolviendo cada vez más (...) Ni
siquiera los mejores de entre nosotros se libran de ello. El engaño permanente nos
corroe. El crítico, el amigo, el editor, el admirador, todo lector en fin..., todos mienten,
mienten, mienten... ”

Nunca se le ocurrió armar un programa para ahogar el miedo a no ser aceptado, se dio
cuenta muy temprano que ese miedo no lo podía conducir a ninguna parte pues nadie
se libera de la soledad por más lectores que tenga, y sólo quien logra separarse de la
gente y existir como un ser singular le puede poner un límite a la soledad.
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Sobre este mundo artificial de los hombres de letras vamos a decir que desde hace ya
algún tiempo el Patriarca de los Pájaros difunde una historia que se ha convertido en
una leyenda negra en el mundo de los escritores argentinos según la cual la Cocot
habría invitado al finado Soriano a dar una charla en la Facultad de Filosofía y Letras
con el exclusivo propósito de que el alumnado se burlara de él, y esto porque Soriano
apenas había terminado a los tumbos la escuela primaria. Soriano, que efectivamente
tenía un capiti diminutio respecto a su instrucción incompleta, muy dolorido se lo
contó al Patriarca de los Pájaros.

El Manco recordó esta anécdota en una nota que le dio a Radar, la Sarlo lo trató de
rústico y se armó un lío político de izquierdas y de derechas en el que se sacaron
chispas, y todo porque Soriano tenía realmente un capiti diminutio con respecto a su
educación descuidada.
El Manco se puso a la izquierda de la ilustre Cocot y la pobre mujer quedó situada en
una especie de derecha presumida. La acusó de que se emocionaba con el Guernica de
Picasso y no tenía memoria para los bombardeos del ’55; que tenía sensibilidad para
los hambrientos del primer mundo y no para los de acá a la vuelta; que esta jerarquía
de preocupaciones era la misma con la que había vivido Victoria Ocampo; que no se le
podía creer a una columnista dominical que se olvida de los derechos humanos y sólo
se ocupa de los sentimientos benéficos.

Que los alumnos de Filosofía y Letras se emplean en editoriales cuando egresan, hacen
informes sobre originales y son obedientes a esos gustos canónicos institucionales que
la Cocot imponía desde su actividad académica; que sólo lee a la Cocot para saber en
qué anda la derecha argentina ilustrada.
La política ha cavado surcos muy hondos en las cabezas de los escritores argentinos, es
una fuerza colectiva que les absorbe buena parte de su energía personal creativa.
“¿Y cómo podría el arte ser político? (...) Dejemos al artista a solas con su obra. Seamos
discretos. El arte es una empresa delicada que se realiza en la penumbra”
Gombrowicz, tanto como Borges, tenía una relación extraña con la política, se
interesaba más por el estilo de los políticos y de los jefes militares que por las ideas
que representaban.

Buscaba la liberación de su conciencia, estaba convencido de la bancarrota de todas


las ideologías políticas, de las de izquierda y de las de derecha. Siguiendo las
enseñanzas de su colega Marx pensaba que había llegado el momento de estudiar el
condicionamiento de la conciencia, no sólo la de los aguaciles del capitalismo, sino
también la de los estudiantes que profieren injurias en un mitin.
Desde adolescente se sintió en rebeldía contra las instituciones que utiliza la
colectividad para presionar sobre el individuo y desde entonces estuvo convencido de
que ninguna reforma violenta puede transformar el mundo en un paraíso. Mientras,
por un lado, seguía perteneciendo a la vieja época de la buena educación política en la
que la gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por otro, era un
representante de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo que
facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios y las relaciones.
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Hubiese utilizado el comunismo como un instrumento para destruir el conjunto de


condiciones que fatalmente lo determinaban si no fuera porque no creía que la teorías
fueran capaces de transformar verdaderamente la vida.
Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito sobre Gombrowicz nunca fue indiferente
al siniestro problema de la vida fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres.
El miedo a ser engañado por sus colegas, por lo editores y por los lectores era
entonces un sentimiento más o menos permanente de Gombrowicz, pero también lo
era el temor de expresar su agradecimiento. Los sentimientos de gratitud de
Gombrowicz era muy inestables, quizás haya hecho algunas excepciones con Bruno
Schulz, pero no demasiadas.

Cuando se publicó en Francia el “Traité des mannequins” de su amigo difunto, Nadeau


puso en el prefacio que había que asegurarle un lugar entre los grandes escritores de
nuestra época.
Sin embargo, cuando Gombrowicz se siente obligado a decir algo en los diarios sobre la
aparición de esta obra insigne no se encuentra del todo cómodo.
“Pero en este momento, en julio, todavía no se puede decir nada, no es fácil predecir
la suerte en París de una obra extraordinaria. ¡Al diablo con París! Pese a todo, ¡cómo
cansa París! Si no fuera por París, yo no tendría que escribir el presente souvenir sobre
el amigo difunto, ¡este ejercicio estilístico me sería ahorrado!”
La gratitud era un sentimiento que no le caía bien, no porque fuera ingrato, sino
porque le resultaba incómodo, difícil de expresar y, por eso mismo, peligroso.

Por acá, en la Argentina, sus gestos de gratitud no fueron muy frecuentes, se le


pueden contabilizar, sin embargo, algunos regalos: una escultura de yeso muy bonita,
un frasco de mermelada, un libro de pinturas, una sandía con su firma, un
arrodillamiento conmovedor para agradecer cinco litros de kerosene, y una cantidad
considerable de dedicatorias que estampaba en cualquier tipo de libros.
El miedo a ser engañado y el sentimiento de gratitud se me subieron arriba de la mesa
y empezaron a mirarme desde una carta que me había escrito el Manco para estas
fiestas.
“Querido Gómez: No soy afecto al elogio facilongo, tan habitual en el gallinero literario
(como la puñalada por la espalda). También, convengamos, Usted impone, Gómez,
como todo iconoclasta, además de admiración un cierto temor (...)”

“Es el temor que imponen los que no tienen nada que perder en un mundito donde
todos escriben para ganar algo: sexo-dinero-poder. Volviendo al motivo de este mail:
con la excusa de que Usted tuvo la amistosa deferencia de enviarme un saludo para
estas fiestas –como seguramente lo hizo con todos los que integramos su club del clan
gombrowiczida– y considerando que además del saludo usted hizo una reflexión que
comparto sobre el carácter de las mismas (vitel toné, lechón, pan dulce, nueces,
alcoholes, sudores, parientes, cuetes, cañitas voladoras y buscapiés ), le escribo para
confesarle un sentimiento: creo que Usted viene armando uno de los libros más
fuertes y apasionados por estos pagos. La pasión –coincidirá conmigo, Gómez,
últimamente tiene mala prensa y viene devaluada– (...)”
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“Con el "Facundo" o el "Borges" de Bioy Casares su “Gombrowicz” comparte una furia


y un amor que necesariamente, en su desmesura, abarca los rasgos de la biografía, la
confesión, el ensayo, la novela, el tratado social y la crónica de costumbres. Su
literatura sobre Gombrowicz padece, por fortuna, el síndrome de la Biblioteca Infinita
–en eso convirtió Usted a Gombrowicz: en un infinito–. Pero quizá el mérito mayor es
haber convertido su obra, la de Usted, digo, –de a ratos crispada, siempre irónica y
lúcida, siempre encendida– en un acto de escritura que refiere no sólo una radiografía
del cosmos Gombrowicz sino también –quizá de modo inexorable– en una afinidad
sutil con otro polaco, un tal Korzeniowski. ¿Acaso su Gombrowicz no es su Kurtz
personal? ‘Ah, el horror, el horror’, pero también la felicidad de una escritura que nos
enfrenta con nuestras virtudes (las menos) y nuestras miserias (las más). Felices
fiestas, Gómez. Guillermo Saccomanno”

WITOLD GOMBROWICZ Y RODOLFO RABANAL

“Qué raro, ¿sabor acre?, ¿sabor dulce?, qué raro. Nunca supe por qué, sobre la base
de qué datos clínicos, espirituales o varios supusiste un día que yo era ‘medio
esquizoide’, gran enigma, ¿proyectivo? Bien, tampoco importa y, es cierto, que el tul
hialino del espíritu Gombo abarca piadosamente defectos y virtudes. Te mando un
deseo de felices fiestas en familia. Rodolfo Rabanal”
El Esquizoide me está pidiendo explicaciones por el apodo que le puse, y aunque el
origen de los motes debe quedar un poco en el misterio debo decir que se lo puse
porque es un caso que los handbooks apuntan como de doble personalidad, pero
vamos a ver cómo este gombrowiczida tan connotado nos muestra los síntomas de un
síndrome que ha dado la vuelta al mundo.

Las películas polacas sobre Gombrowicz van de regulares a malas. Harina de otro costal
es “Gombrowicz o la seducción”, una película dirigida por Alberto Fischerman, una de
las mejores de los años ochenta para algunos críticos, para otros, una de las mejores
del último cuarto de siglo, y para otros más una de las mejores filmaciones argentinas
de todos los tiempos. Cuando la premiaron en el festival de Rotterdam en el año 1986,
Hubert Bals, el creador y director de este festival, dijo cosas interesantes y muy
halagadoras para los que habíamos hecho la película.
“Un film como "Gombrowicz o la seducción", por ejemplo, parte de una idea
totalmente nueva y se convierte en una obra fascinante que no puede dejar de verse
hasta el final, y así es como debe hacerse el cine. Es un film que enriquece al
espectador”

El suceso argentino más importante de la década del 80 concerniente a Gombrowicz


fue, sin lugar a ninguna duda, la película que filmó Alberto Fischerman, “Gombrowicz o
la seducción”, con el guión del Esquizoide, un hombre de letras muy bien perfilado en
el arte de escribir. Una doble personalidad muy evidente, por un lado, muy alejado del
mundanal ruido al punto de pasarse largos meses del invierno en Gessel para escuchar
el silencio, y por otro, muy apegado a los bienes terrenales al punto de sentirse
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amoscado porque Fischerman aparece en el film como coguionista, una función que a
juicio del Esquizoide el director no desempeñó.
Los aportes intelectuales que hace el Esquizoide sobre Gombrowicz son de una extraña
catadura.

Se atreve a decir, bajo un estado de ensoñación hipomaniacal intenso, que las ideas
fundamentales del polaco son la inmadurez, la juventud y la inferioridad, un caso
flagrante de tautología. De igual manera que el Orate Blaguer recurre a la Vaca
Sagrada para darse lustre y cuenta que en 1983 la viuda le había regalado los tres
tomos de “Journal”.
“Uno de esos tomos registra la etapa argentina, pero las referencias al país donde vivió
los años más productivos, miserables y luminosos de su vida impregnan la mayor parte
de su obra”
Las ocurrencias que tuvo el Esquizoide sobre las tres ideas fundamentales y sobre que
la Argentina impregna la mayor parte de la obra de Gombrowicz se deben, en parte, a
que no la leyó, y en parte, a que no existe una verdadera penalidad para castigar los
desatinos que se escriben.

El castigo que impone Gombrowicz muriéndose en las bocas de los que abusan de su
nombre no es suficiente, la humanidad le ha dado a los escritores un bill de
indemnidad y las maldiciones de Gombrowicz los tienen sin cuidado, para decir la
verdad, no los alcanzan.
La Universidad Nacional del Litoral organizó en el año 1986 el Primer Encuentro
Nacional de Literatura y Crítica. Allí se estrenó “Gombrowicz o la seducción”, la película
de Fischerman, y allí conocí al Vate Marxista, al Buey Corneta y al Boxeador Amateur.
Los integrantes del film después de la exhibición nos fuimos a comer de madrugada a
un restaurante cercano a la Universidad.

Mientras Fischerman hablaba en una punta de la mesa de asuntos hasídicos e


iniciáticos, Rabanal y yo, en la otra punta, hacíamos una parodia teatral de la película,
en la que yo representaba el papel del virrey Sobremonte huyendo a campo traviesa
en un carruaje con las joyas de la corona. Lamentablemente allí también escuché por
primera vez los desvaríos del Vate Marxista en los que Gombrowicz aparecía como el
mejor escritor argentino del siglo XX, y en los que la novela argentina sería algo así
como una novela polaca traducida a un español futuro.
Después del estreno de “Gombrowicz o la seducción” los discípulos empezamos a dar
algunas dentelladas, el Esperpento, pongamos por caso, andaba diciendo en secreto
que el Buhonero Mercachifle sobraba en la película, y Quilombo que el que sobraba
era el Mariposón.

Sobraran o no sobraran la cuestión es que el que se hizo famoso fue el cuarteto


Gombrowicz, integrado por sus discípulos dilectos: Mariano Betelú, Jorge Di Paola,
Alejandro Rússovich y yo. El nombre de cuarteto se lo puso el Esquizoide, coguionista
del film junto a Alberto Fischerman, un rasgo de la lucidez que tiene este hombre de
letras hispanohablante tan destacado.
“Mariano Betelú guarda las llaves del reino. Su haber es la memoria del detalle, el
documento fichado, los originales de cartas, las inesperadas fotos, el más rico
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anecdotario. Betelú es, además, un caso afortunado de transparencia. Dueño de un


amor artero e inclaudicable y de una ironía tan fina como sus caligráficos y enigmáticos
dibujos, representa la posibilidad del equilibrio en el cuarteto por momentos
tempestuoso”

“Rússovich, el filósofo de Goya, es, tanto como Gómez, un hombre que ha cultivado
largamente la máscara. En su caso, esta persona se encuentra a la total merced de su
inteligencia, él opera sobre ella, él decide y define a cada momento su personalidad en
un juego de alternativas que durante largos meses de entrevistas previas a la
filmación, llegó por momentos a fascinarnos (...)”
“Pero la máscara es también un atributo de Juan Carlos Gómez, salvo que en él ha
adoptado formas permanentes. Sospecho que Gómez –el matemático y filósofo– es
quien más profundamente ha sido marcado por la ácida influencia de Gombrowicz en
ese particular sentido de la representación como una de las maneras de la
espontaneidad. Es curioso, y estimulante, comprobar de qué modo Rússovich y Gómez
entran inmediatamente en conflicto –amistoso, por cierto–, disputándose el
legendario afecto de Gombrowicz o la propiedad original de un concepto referido a la
estética personal del escritor polaco”

“En cuanto al narrador Jorge Di Paola, supo siempre –y desde muy joven– moverse en
la irreverencia. Dipi, que buena parte de este año estuvo oculto en Tandil escribiendo
una novela, volvió para aportar al cuarteto esa enorme capacidad que posee para
desarreglar las cosas y volverlas a disponer según sus designios”
El anárquico Asno, sin embargo, contra todo lo que podría parecer, preparó con mucho
cuidado la bajada por una escalera con Quilombo, una de las escenas más logradas del
film, estudiando de memoria las palabras de Antonio frente al cadáver de César en el
drama de Shakespeare. Lo que sí es cierto también es que hubo que repetir la toma
una docena de veces porque se olvidaba del parlamento.
El Esquizoide estaba subyugado con la película, tanto es así que le pidió permiso a
Fischerman para disfrazarse de mozo y servirnos unos cafés mientras nos filmaban.

WITOLD GOMBROWICZ Y CZESLAW STRASZEWICZ

Las observaciones que se pueden hacer en un laboratorio tienen una diferencia


insalvable con las que se pueden hacer en la vida, en el laboratorio se pueden repetir
más o menos exactamente las condiciones iniciales, en la vida no se pueden repetir ni
siquiera aproximadamente.
Es por esta razón que no podemos saber cómo hubiese sido la obra de Gombrowicz y
aún Gombrowicz mismo, si no hubiera venido a la Argentina, pero en todo caso
podemos suponer que algo distintos hubieran sido.
Sea como fuere debemos decir que el viaje de Gombrowicz a la Argentina debe tener
una causa y un momento de nacimiento, vamos a hablar entonces en este
gombrowiczidas de quién fue el responsable de darle el empujón en Polonia y también
de qué cómplices tuvo en la Argentina.
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El primer conocimiento que teníamos sus amigos de cómo se vino a la Argentina


aparecía en un relato que él mismo hacía en el café Rex. El relato del viaje era el
primer plato de la conversación con Gombrowicz y fue escuchado por todas las
personas que se acercaban al autor de “Ferdydurke” en aquellos años.
Nos decía que en el barco era invitado de honor, que almorzaba en la mesa del capitán
con el que sostenía conversaciones filosóficas y al que le daba consejos místicos.
Repetía hasta el cansancio que no le había gustado Río de Janeiro porque su
vegetación era demasiado verde y porque los morros eran muy dudosos, y tantas
veces como lo de la vegetación, repetía que no había regresado a Polonia por los
intensos estudios del alma sudamericana que había iniciado el día anterior a la partida
del barco.

Por qué se fue Gombrowicz de Polonia y no volvió es un misterio que nadie sabe
explicar, ni él mismo lo entendía con claridad. Todo empieza en un café, como tantos
otros asuntos de Gombrowicz.
Un día, en el Zodiac, un café de Varsovia, se encuentra con un amigo escritor, Czeslaw
Straszewicz: –Me voy a Sudamérica; –¿Cómo es eso?; –Dentro de un mes, el nuevo
transatlántico polaco Chrobry leva anclas para Buenos Aires, será su primer travesía.
He sido invitado como escritor para publicar algunos artículos en los periódicos; –Oiga,
¿y no podrían invitarme a mí también?; –Podemos probar. Les propondré su
candidatura. ¿Quién sabe? Quizá resulte. Siendo dos el viaje sería más agradable.
Después de sortear algunos inconvenientes de último momento Gombrowicz se
embarcó en el Chrobry, y la compañía de su amigo Czeslaw le resultó de veras
agradable.

“Straszewicz es un noble del campo que cree ser el segundo después del rey –algo muy
polaco–, descendiente de Rej y Potocki, nieto de Sienkiewicz, aunque también primo
de Wiech– un parentesco que inspira confianza en los amplios círculos de sus
admiradores (...) Cuando llegamos a Buenos Aires la situación internacional parecía
distenderse. Pero al día siguiente de nuestra llegada, los telegramas de Moscú y de
Berlín que anunciaban el pacto de no agresión entre Alemania y Rusia cayeron sobre el
mundo como un cañonazo. ¡Era la guerra! Una semana más tarde, las primeras
bombas alemanas caían sobre Varsovia (...)”
“Seguía viviendo en el barco con mi amigo Straszewicz. Al enterarse de la declaración
de la guerra, el capitán decidió regresar a Inglaterra (ya no se podía pensar en llegar a
Polonia). Straszewicz y yo celebramos un consejo de guerra. Él optó por Inglaterra. Yo
me quedé en la Argentina”

Mientras Straszewicz se embarca en el “Chrobry” de regreso a Europa Gombrowicz se


queda flotando en el agua del puerto de Buenos Aires como una tabla en el mar
después de un naufragio, de allí lo rescata el cómplice de la Argentina en esta aventura
increíble: Jeremi Stempowski.
Este polaco ilustre desarrolló a lo largo de su vida una gran cantidad de ocupaciones
que lo distinguían en todos los ambientes que frecuentaba: primer secretario de la
Embajada de Polonia, director de la compañía marítima Gydnia America Line en la que
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viajó Gombrowicz, director fundador de la biblioteca polaca de Buenos Aires,


presidente del Club Polaco...

“Witold estaba muy nervioso. Dudaba entre regresar o bien permanecer en la


Argentina a la espera del fin de las hostilidades. Yo no sabía que aconsejarle, aquí, en
Buenos Aires, no se sabía nada de la auténtica situación, entonces acompañé a Witold
al puerto. Hizo que le subieran el equipaje, se despidió y embarcó. Yo me quedé en el
muelle, diez minutos más tarde sonó la sirena anunciando la partida, y en ese
momento vi que Gombrowicz cruzaba la pasarela con sus maletas y bajaba
rápidamente al muelle. Era el único momento en que podía tomar una decisión y la
tomó. Temblaba: –No lo sé, se trata del momento más trágico de mi vida”
El estilo diplomático y ambiguo de Stempowski le vino muy bien al espíritu sarcástico
de Gombrowicz y entonces lo convierte en un vecino de sus primos en Polonia en el
relato de “Transatlántico”

Cuando el barco de “Transatlático” se aleja del Puerto de Buenos Aires Gombrowicz


pronuncia una blasfemia terrible contra Polonia y se interna en la ciudad. Estaba
desorientado y sin dinero así que visita a un compatriota que había sido vecino de sus
primos en Polonia para pedirle opinión y consejo. Pero este hombre empieza a decirle
que aprobaba y que no aprobaba su decisión de quedarse, que había hecho bien y tal
vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos tiempos o como para no
opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no presentarse, que era
igual si se presentaba o si no se presentaba, que se podía exponer o no exponer a
graves riesgos. Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo hiciera.
Como la legación polaca no quería ayudarlo Gombrowicz amenazó con instalar a la
entrada del edificio un cajón de lustrabotas para limpiar zapatos.

No quiso alistarse en el ejército a pesar de la insistencia de todo el mundo,


especialmente de un emisario especial llegado de Londres para agitar y reclutar, pero
Gombrowicz no le hizo caso.
Sin saber a qué santo encomendarse con este Gombrowicz tan difícil Stempowski
decide presentarle a algunos polacos de la colectividad y también a algunos escritores
argentinos como Manuel Gálvez, Arturo Capdevila... pero ésta es harina de otro costal.
Cuando apareció “Transatlántico” los caminos de Straszewicz y de Gombrowicz
empezaron a separarse aún más de lo que ya se habían separado en el puerto de
Buenos Aires. Para Straszewicz la patria estaba por encima de todas las cosas así que
después de la aparición de “Transatlántico” consideró a Gombrowicz como a un
traidor.

Para Gombrowicz, en cambio, tanto el arte como la patria sólo tenían significado
cuando a través de ellos el hombre se unía a los valores más esenciales y más
profundos de la existencia.
“El patriotismo emocional que representaba Straszewicz nos ha causado los peores
perjuicios, ha pesado de una manera destructiva sobre toda nuestra política y, lo que
es peor, sobre nuestra cultura. No oculto que, al igual que Straszewicz, tenía miedo.
Quizá no tanto del ejército y de la guerra, cuanto del hecho que, a pesar de mi mejor
voluntad, no podría estar a la altura. No estoy hecho para esto. Mi campo es diferente.
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Desde la edad más temprana mi desarrollo tomó otra dirección. Como soldado sería
un desastre. Sería una vergüenza para mí y para vosotros (...)”

“¿Creéis que patriotas como Mickiewicz y Chopin no participaron en la lucha armada


únicamente por cobardía? ¿O quizá porque no querían hacer el ridículo? Y supongo
que tenían derecho a defenderse de aquello que superaba sus fuerzas. Pero tal vez
estas confesiones sean innecesarias y torpes. Tal vez sería suficiente decir que en el
momento del estallido de la guerra tenía la categoría de inútil parcial, y luego, cuando
me presenté ante una comisión médica en la legación polaca en Buenos Aires, me
clasificaron como perteneciente a la categoría de inútil total... Prefiero poner los
puntos sobre las íes”
Después de que Stempowski lo pusiera en las manos de Manuel Gálvez y de Arturo
Capdevila corrió mucha agua bajo el puente hasta que llegó a nosotros, pasaba de
mano en mano como la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguna se la queda.

El Esperpento que lo conoció en el segundo período de su estada en la Argentina, y el


Asno que lo conoció en el último, se refieren a Gombrowicz para sumar y cerrar su
relación con él de una manera llamativa.
“¿Su influencia? Es una cuestión mal planteada, Gombrowicz me ayudó personalmente
y todavía me ayuda. Pero si debo hablar de su influencia, puedo decir que fue
negativa. Siempre negativa, pues Gombrowicz para mí ha sido un límite absoluto. Me
encontraba ante él como delate de un muro”
Esta idea del Esperpento no es igual a la que tenía el Asno aunque algún parecido
tienen. La atracción que Gombrowicz ejercía sobre nosotros era absorbente, a veces
molesta, pero siempre muy intensa.

“Lo que he llegado a ser en el plano cultural no hubiera sido posible sin Gombrowicz y
sin esa lucha ambigua entre, por una parte, el afecto y la admiración que siento por él
y, por otra, la necesidad de encontrar mi propio camino. El Gombrowicz de los cafés de
Tandil era un maestro paradójico y no un escritor que buscaba alguien a quien influir.
En esa pequeña ciudad clara y limpia que era Tandil no pasaba nunca nada, estábamos
convencidos de que nuestra misión era conseguir que pasara algo, y nos pasó
Gombrowicz. Si Gombrowicz no hubiera existido hubiéramos sentido la necesidad de
inventarlo nosotros”
Tanto en el caso del Esperpento como en el caso del Asno Gombrowicz se presenta
como una dificultad que ellos tienen que sortear para encontrar de ese modo su
propio camino. A decir verdad a mí no se me presentó esa dificultad pues nunca quise
encontrar mi propio camino, ni siquiera tengo la sensación de que hago mi camino al
andar como le ocurría a Machado, soy como el tercero excluido, ése que jamás pudo
encontrar ni el mismísimo Aristóteles.

WITOLD GOMBROWICZ Y TOMÁS ABRAHAM


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“Te mando un abrazo ferdydurkiano y seguiré leyendo tu interminable búsqueda del


polaco perdido, ¡abrazo y buen 2009! Tomás Abraham”
De todos los hombres de letras hispanohablantes miembros del club de
gombrowiczidas sólo hay cinco que han desarrollado hasta cierto punto una estructura
de pensamiento para sacar a la superficie los misterios de Gombrowicz, a saber: el
Vate Marxista, el Filósofo Payador, el Gnomo Pimentón, Revólver a la Orden y el Pato
Criollo.
Cada uno a su manera ha puesto el énfasis en algunas de las características de
Gombrowicz y elaborado una guía para encontrar una unidad entre la vida y la obra de
este personaje fascinante. De estos cinco gombrowiczidas el más extravagante es sin
duda alguna Revólver a la Orden al punto que a veces resulta contradictorio.

“Agrego que el único contacto que tuve con César Aira, fue cuando yo dirigía la revista
La Caja y le pedí un artículo que rechacé. Me envió un relato filosófico de una
simplicidad que me pareció infantil y que debía valer por su firma. La ideología de la
revista era antifirma, no porque las firmas no valieran sino porque no valían por sí
mismas. Me dijeron que Aira se sorprendió, actitud que sabe disponer con frecuencia.
Es un hombre que sabe cómo, dónde, y especialmente cuándo sorprenderse”
El contacto de Revólver a la Orden con el Pato Criollo es ambivalente, y de esta
ambivalencia tuve que protegerme en una ocasión en la que el Pato Criollo me dio un
consejo. La cosa es que el Zorro, de la Embajada de Polonia, me mordía los tobillos y
me daba golpes en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa
redonda de la Feria del Libro en el año del centenario.

No le entraba en la cabeza cómo podía ser que todos se negaran, era un desaire para
Gombrowicz, para los ponentes polacos y, en fin, para todos los polacos que vivían en
la Argentina. El Pato Criollo, que se había retobado personalmente en las mismas
narices del Zorro, me sugirió que, perdido por perdido, lo invitara a Revólver a la
Orden, un filósofo escritor para el que no existían dificultades, pero no me atreví a
tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo, casi con seguridad se proponía
que yo introdujera en la mesa un participante que, por distinguiese del resto, podía
despacharse con cualquier extravagancia.
Revólver a la Orden es filósofo, escritor y tiene un apodo muy adecuado a los servicios
que presta.

En efecto, el periodismo lo suele consultar sobre los asuntos más variados. Un tiempo
atrás respondía por radio a una consulta que le hacían sobre la veracidad de la
medición del índice de inflación que hacía el gobierno y sobre la crisis argentina. Las
respuestas fueron paradojales, como lo suelen ser las respuestas de este pensador
profesional, la medición de la inflación podía no ser verdadera pero teníamos que
estar a ella para evitar que nos sobrevinieran tiempos apocalípticos.
Este miembro connotado del club de gombrowiczidas tuvo una intervención rutilante
en una de las pasadas Ferias del libro. Con su carácter categórico y versátil –que
ejercita todos los jueves desde hace veinte años en una aquelarre filosófico que tiene
un apartado llamado Gombrowicz en el que oficia de numen del Esperpento– les
comentaba a los periodistas radiales que había presentado un libro sobre la pasada
crisis argentina en la que cayeron en picada el principio de autoridad y la economía.
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Se paseó con erudición por las ideas del pasado y del presente, afirmó que el negocio
de la filosofía permanecía más o menos sin variantes desde hacía algunos años, dijo
que Heidegger no era tan nazi como la gente creía pero sí era un cagón, y manifestó
que había estado de acuerdo con el presidente de la Argentina hasta el momento en
que se declaró un adalid de los derechos humanos al tiempo que le daba entrada a los
años setenta como si hubieran sido el mismísimo siglo de Pericles.
Hasta aquí, nada de especial, los conductores del programa radial y el filósofo se
despidieron cordialmente. Sin embargo, a los pocos minutos la radio pasó el
comentario grabado de una oyente: –Soy Mercedes de Castelar, por qué no le dicen a
ese filósofo que se vaya a la remil puta madre que lo parió.

Es curioso que a la casa de Gombrowicz puedan entrar con cierta facilidad personas
que están dispuestas a opinar sobre cualquier cosa, como es el caso de Revólver a la
Orden, y otras personas que no están dispuestas a opinar sobre nada, como es el caso
del Pato Criollo. La intención de alcanzar la universalidad de los espíritus es un
propósito deliberado de Gombrowicz.
No fue en el cristianismo que Gombrowicz alcanzó esta universalidad, pero algo
milagroso ocurrió e hizo posible que personas tan distintas como el Pato Criollo y
Revólver a la Orden pudieran entrar a la casa de Gombrowicz como si fueran
hermanos.
La naturaleza policial y matemática de “Cosmos” atrajo la atención por algún tiempo
de este filósofo multifacético.

“Cosmos” es un relato que tiene una extraña relación con las ciencias duras,
especialmente en lo que concierne a los desarrollos de series y al análisis
combinatorio, un asunto que ha despertado el interés no sólo de nuestro Revólver a la
Orden sino también, y muy especialmente, el de Gilles Deleuze.
Las reflexiones que hace Revólver a la Orden sobre “Cosmos”, sin embargo, deben ser
tomadas con cuidado en razón de las características teatrales con las que se manifiesta
este filósofo gombrowiczida.
El caso de Gilles Deleuze es diferente. Deleuze habla de Gombrowicz en un curso que
da sobre la confrontación entre Whitehead y Leibniz como un ejemplo del escritor que
sale del caos haciendo series.

Para Deleuze, “Cosmos” es el desorden puro del que Gombrowicz sale organizando dos
series diferentes, la de los ahorcados y la de las bocas. Después habla de la tonalidad
afectiva fundamental de Leibniz y de la de Descartes, la tonalidad afectiva fundamental
de Cartesius vendría a ser la sospecha.
La filosofía es para Deleuze el arte de formar, de inventar y de fabricar conceptos, una
idea realmente interesante.
“Sólo hay una manera de salir del caos, haciendo series. La serie es la primera palabra
después del caos, es el primer balbuceo. Gombrowicz hizo una novela muy interesante
que se llama ‘Cosmos’, donde él se lanza, como novelista, en la misma tentativa.
‘Cosmos’ es el desorden puro, es el caos, ¿cómo salir del caos? (...)”
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“La novela de Gombrowicz es muy bella, muestra cómo se organizan las series a partir
del caos, sobre todo hay en ella dos series insólitas que se organizan. Una serie de
animales ahorcados, el gorrión ahorcado y el pollo ahorcado, y una serie de bocas,
series que se interfieren la una con la otra y poco a poco trazan un orden en el caos. Es
una novela muy curiosa que uno no habría terminado de leer si es que no se hubiera
metido de cabeza en ella”
Revólver a la Orden hace comentarios humorísticos en “Fricciones” sobre la actitud de
algunos amigos de Gombrowicz respecto a las cartas que les había escrito, los hace
con el propósito de restarle el aire sacro a cierto tipo de grandeza. Yo también hago
comentarios humorísticos sobre Revólver a la Orden, así que debiéramos estar en paz.

“Gombrowicz es un escritor, un gran escritor testimonial. De su obra de ficción la que


más me entusiasma es ‘Ferdydurke’, pero no hay como sus diarios y su labor crítica.
Gombrowicz es el pensador más importante de la contracultura, del
contramonumento, es el que mejor entendió la conducta de los intelectuales y artistas
en los países periféricos, ese aspecto provinciano, centrado en su propio ombligo y
anhelante por trascender en los países centrales. Polonia es argentina (...)”
“No tuve la desgracia de conocer a Gombrowicz, de todos modos no lo habría
soportado, era demasiado inteligente y seductor. Aquellos que sí lo hicieron todavía
hablan de él como la mejor anécdota de sus vidas”

“(...) ‘¡Tengo una carta de Gombrowicz!’ gritan algunos. Gombrowicz le dio ‘forma’ a
mi desprecio humorístico de la gente que cree que la cultura la hace mejor ser
humano, sobre todo, más importante. Gombrowicz estudió las relaciones entre el
poder y el símbolo mucho mejor que Bourdieu (...)”
“Gombrowicz y Schulz no se necesitaban, eran autónomos, se cruzaban y les daba
nutrimento hacerlo. Schulz necesitaba todo, por eso parecía inexpugnable. Era
imposible pisarle la cabeza porque se enterraba solo, pero tengo todas la sensación de
que era un hombre diabólico. Detrás de un sumiso hay un fauno agazapado.
Gombrowicz jamás le encontró la vuelta. Witoldo era un especialista en poses, es decir
en pretensiones, Schulz aparecía con candor sin aspirar a nada, era una fortaleza de
humildad, y, claro, talento”

WITOLD GOMBROWICZ Y MARIO ROBERTO SANTUCHO

“Soy amigo de la Argentina natural, sencilla, cotidiana, popular. Estoy en guerra con la
Argentina superior, ya elaborada, ¡mal elaborada! (...)”
“!Oh, belleza! ¡Crecerás donde te siembren! ¡Y serás como te siembren! No creáis en
las bellezas de Santiago. No son verdad. ¡Me las he inventado! (...)”
“Usted es alérgico a nosotros, por eso no nos quiere (...) Usted busca en este país lo
legítimo, porque usted nos quiere (...) ¿Querer a un país? ¿Yo?”
Gombrowicz se establece en Santiago del Estero en el año 1958. Huyendo del frío de
Tandil y del de Buenos Aires se toma unas vacaciones de cuatro meses y medio en esa
ciudad subtropical. En esa ciudad no encontró el término medio que había encontrado
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en Tandil ni el anonimato de Buenos Aires, se movía a menudo entre la provocación y


el erotismo.

Gombrowicz buscaba una actualización de su inmadurez y de su talante jocoso e


infantil que no pocas veces le producía contratiempos. Las últimas paradas argentinas
que hizo en este viaje a la inmadurez fueron Tandil y Santiago del Estero. El intento por
separar literariamente en los diarios su inmadurez tandilense de su erotización
santiagueña no funcionó y todo quedó confundido en una especie de erotización
inmadura.
Recién llegado a Santiago del Estero Gombrowicz le comenta a Francisco Santucho,
redactor de la revista “Dimensión” y hermano de Mario Roberto Santucho, que había
demasiada belleza en la juventud de esa cuidad: –No hay nada peor que la
superabundancia, conozco ciudades donde cada una de esas niñas valdría cien mil,
aquí no daría yo por ellas ni tres centavos. Son demasiadas, parecen todas iguales; –
No, no es por eso... el motivo es otro; –¿Cuál es?; –Es la venganza del indio; –¿Qué
venganza?

El señor español había reducido a los indios al papel de esclavos y siervos, pero poco a
poco el indio se fue desempeñando funciones de criado de lo que resultó una
combinación especial. El indio tenía que defenderse de la dominación del señor y
recurrió a la burla, mofándose del señor acabó cultivando en sí mismo una perfecta
capacidad para ridiculizar todo lo que quería destacarse y dominar.
De esta manera rechazó las jerarquías y reivindicó la igualdad, el indio veía en el éxito y
en las muestras de talento el deseo de dominar: –Y aquí tiene usted el resultado, ahora
nada aquí quiere destacarse ni brillar. Otro asunto que puso al indio a la defensiva fue
el engaño, los conquistadores empezaron a confundirlo con piedras brillantes y
siguieron tomándole el pelo.

No hay nada a lo que un indio tema más que a que lo engañen, y éste era el tipo de
miedo que Gombrowicz registraba en algunos de sus lectores.
“Pero ¿de qué le sirve al indio saber si yo hablo ‘sincera’ o ‘insinceramente’? ¿Qué
tiene que ver esto con la certeza de los pensamientos que pronuncio?”
Gombrowicz estaba convencido de que se puede proclamar insinceramente una gran
verdad y soltar sinceramente la mayor tontería. Los pensamientos se deben analizar en
tanto que pensamientos, y no en tanto a cuál sea la actitud del hombre que los
pronuncia. Hay que observar también que el engaño es una herramienta a la que el
escritor debe recurrir a menudo para no convertirse en una presa fácil del lector.
“Basta ya de ese sueño tranquilo en el seno de la confianza mutua. ¡Que despierte el
espíritu! ¡Despierta! ¡Y salud, indios!”

“Estaba sentado en un banco, en un parque, y a mi lado tenía un muchacho aindiado,


posiblemente de la Escuela Industrial, con un compañero mayor que él: –Si fueras de
putas –le decía el muchacho al compañero–, tendrías que soltar al menos cincuenta.
¡O sea que a mí me debes lo mismo! (...)”
“¿Cómo entender eso? Ya me he percatado que en Santiago todo puede interpretarse
de dos maneras diferentes: como extrema inocencia o como extrema depravación, por
lo que no me extrañaría que estas palabras fueran inocentes, una simple broma en una
71

conversación entre colegiales. Pero no puede excluirse algo más perverso. Como
tampoco puede excluirse la archiperversión que consistiría en que, teniendo el
significado que yo les atribuía, fueran, a pesar de todo ello, inocentes..., en cuyo caso
el escándalo mayor constituiría la más perfecta inocencia (...)”

“Ese muchacho quinceañero era evidentemente de buena familia, de sus ojos


emanaba salud, cordialidad y alegría, no decía aquello voluptuosamente, sino con toda
la convicción de una persona que defiende un derecho legítimo. Y además reía..., con
esa risa de aquí, nunca excesiva pero envolvente”
Gombrowicz ya advertido de la dulzura equívoca de los changos santiagueños dio una
conferencia en la Universidad en la que habló como hablan los más célebres,
simulando que se sentía como si estuviera en su propia casa, que aquello era para él
pan comido, cuando en realidad cualquier cuestionario indiscreto que le hubieran
hecho lo hubiera dejado desarmado.
“¡Pero estoy tan acostumbrado a la mistificación! Y además sé perfectamente que
hasta los más ilustres no desdeñan tal mistificación. Hacía, pues, mi papel como podía,
que por otro lado no me salía del todo mal (...)”

“De repente vi, un poco al fondo, detrás de la primera fila, una mano que descansaba
sobre una rodilla...Otra mano, al lado, perteneciente a otra persona, se apoyaba o,
mejor, se agarraba con los dedos al respaldo de la silla..., y de pronto fue como si esas
dos manos me tomaran, hasta el punto que me asusté, me quedé sin respiración..., y
otra vez sentí en mí la llamada de la carne"
Las manos que irrumpen como un llamado del cuerpo lo llevan a Gombrowicz a una
persecución anhelante y arrebatada de un de un muchacho moreno, desconocido para
él, por las calles de la ciudad de Santiago
"Fue uno de esos momentos de mi vida en que comprendí con toda claridad que la
moral es salvaje..., salvaje... De pronto... cuando llegué a su altura, me saludó
sonriente: –¿Qué tal? ¡Lo conocía, era uno de lustrabotas de la plaza (...) para eso no
estaba preparado! (...); –¿Adónde vas?”
Se cruzaron y de toda esa pasión no le quedó sino la normalidad.

El parlamento argentino había promulgado una ley que concedía a las universidades
católicas y de otras confesiones los mismos derechos que tenían las universidades
estatales cuando Gombrowicz estaba en Santiago del Estero.
Se produjo una protesta enfurecida de la mayoría de los estudiantes universitarios a la
que se unieron los alumnos de las escuelas secundarias.
“Una buena mañana vi en la plaza mayor de Santiago una multitud de adolescentes
bajo la mirada paternal de la policía; uno de aquellos jóvenes pronunciaba un fogoso
discurso exigiendo la dimisión del gobierno y la supresión de la enseñanza religiosa en
las escuelas. Habló con tanta vehemencia, que cuando terminó le pregunté a solas cuál
era el motivo de su odio hacia la iglesia y el clero: –Las chicas– contestó lacónicamente
dándome un codazo”

El pecado original anatematizado por la iglesia católica era el verdadero motivo de la


revuelta estudiantil, pero la tendencia revolucionaria del joven argentino no revestía
72

ningún peligro, era demasiado sonriente y sociable y, pese a sus protestas, vivía
demasiado bien.
En la maraña indígeno erotizada que Gombrowicz había armado en Santiago del Estero
se fueron perfilando poco a poco dos personajes míticos: Leopoldo Allub Manzur y
Mario Roberto Santucho a los que Gombrowicz apodó el Beduino y el Indiecito
respectivamente.
El Beduino era un personaje desconcertante, de un aspecto intimidatorio por la fiereza
de su rostro, sin embargo, era el más tierno de todos nosotros. Para defenderse de su
timidez recurría a burlas inocentes en forma permanente de modo que alrededor del
Beduino flotaba un aire de irrealidad manifiesto.

Una tarde Gombrowicz conversaba con el Beduino en un banco de la plaza principal de


Santiago. Este pichón santiagueño de sociólogo le preguntaba de vez en cuando si
tenía tanto sentido del humor como parecía a primera vista. Mientras tanto le contaba
que cada uno de los hermanos Santucho tenía una tendencia política diferente, gracias
a lo cual la familia no le temía a las revoluciones tan frecuentes en aquella época,
cualquiera fuese la revolución que triunfara algún hermano ganaría: el comunista, el
nacionalista, el liberal, el cura o el peronista. El Beduino trataba de asegurarse, más
que de ninguna otra cosa, de que Gombrowicz tuviera sentido del humor. Cuando
estuvo más o menos seguro de que lo tenía, con mucho disimulo, encendió un petardo
y lo puso debajo del banco, el petardo estalló: –Perdón, Gombrowicz, ¿se asustó?; –No
utilice, jovencito, esas armas infernales contra mí. Me contaba el Beduino que se puso
blanco como un papel y durante un largo rato Gombrowicz no pudo pronunciar
palabra.

El talante ligero de este gombrowiczida santiagueño le daba oportunidad a


Gombrowicz para armar numeritos teatrales.
“Beduino y yo en la parada del autobús, esperamos el 208 cerca de mi casa de
Venezuela: –¡Oye, viejo! Para no aburrirnos, ¡montaremos un numerito! ¡Los
dejaremos boquiabiertos! Habla conmigo como si yo fuera director de orquesta y tú
músico, pregúntame por Toscanini...
Beduino se muestra encantado. Subimos. Se sitúa a una distancia conveniente y
comienza, en voz alta: –En tu lugar, reforzaría los contrabajos, prestaría atención
también al fugato, maestro... La gente aguza los oídos: –Hum, hum...; –Y cuidado con
los cobres en ese pasaje del Fa al Re... ¿Cuándo tienes ese concierto? Yo toco el
catorce... A propósito, ¿cuándo me mostrarás esa carta de Toscanini?; –Me dejas
asombrado, chico... No conozco a Toscanini, no soy director de orquesta y
francamente no entiendo por qué has de presumir delante de la gente haciéndote
pasar por músico. ¿Qué es eso de engalanarte con plumas ajenas? ¡Es muy feo!
Todos miraban severamente a Beduino que, colorado como un tomate, me dirige una
mirada asesina”

“Santiago es una vaca que rumia diariamente su vuelo, es una pesadilla en la que uno
corre una carrera vertiginosa pero sin moverse de un lugar (...) Roby llegó a Buenos
Aires (...) es un soldado nato, sirve para el fusil, las trincheras, el caballo. Me
interesaba saber si en los dos años que habíamos dejado de vernos había cambiado
algo en aquel estudiante (...) me parecía imposible que a su edad, pudiera evitar una
73

mutación aunque fuese parcial (...) El tonto no ha asimilado nada desde que lo dejé en
Santiago hace dos años”
En el año 1960 Roby Santucho vino a Buenos Aires y nos fue a visitar al Rex. A la una de
la mañana nos fuimos a otro bar a tomar cerveza y a discutir en un círculo más privado.
Esa noche Roby lo había trasladado a Gombrowicz al pasado, al hitlerismo, al
sentimiento de impotencia que lo había asaltado en la víspera de la quiebra de Europa,
y al asombro que le producía el cómo la calidad inferior puede ser hasta tal punto
fuerte y agresiva.

Por esa particularidad fructuosa que tiene la literatura podemos mezclar estos
recuerdos del ascenso irresistible de la barbarie alemana del año 1938, con ese Roby
santiagueño de 1960, y con unas aventuras extrañas que corrió Gombrowicz durante
su estada en Berlín en 1963.
La cabeza y la mano, en la imaginación de Gombrowicz, son las partes del cuerpo que
ponían en contacto a ese joven argentino, que el tiempo convirtió en el jefe del
ejército revolucionario del pueblo, con el terror del nazismo.
“En Berlín me llevaron a una prisión y me mostraron una habitación corriente,
luminosa, con unas anillas de hierro en el techo que habían servido para colgar de ellas
a quienes luchaban contra Hitler, o quizás no para colgar, sino para asfixiar”

Por las calles de una ciudad profundamente moral tenía también que ver perros y
hombres monstruosos junto a una voluntad admirable de ser normales.
El año nuevo de 1964 Gombrowicz lo pasó con un grupo de jóvenes alemanes en la
casa de un pintor. Y es aquí donde empieza a darle vuelta a las manos, ve a esos
jóvenes nórdicos encadenados a sus propias manos, unas manos por otra parte
perfectamente civilizadas.
“Y las cabezas acompañaban esas manos como una nube acompaña la tierra, no fue
una sensación nueva, ya en alguna otra ocasión, en la Argentina, Roby Santucho se me
había identificado con sus propias manos”
Eran unas manos nuevas e inocentes y, sin embargo, iguales a aquellas otras
sangrientas del pasado.

Manos amistosas, fraternales y amorosas, como las de aquel bosque de manos


alzadas, tendidas hacia delante en su ‘heil’, en las que también había amor. Una
generación que parecía no engendrada por nadie, sin pasado y suspendida en el vacío,
sólo que seguía encadenada a sus propias manos, unas manos que ya no mataban,
sino que se ocupaban de los gráficos, de la contabilidad y de la producción.
“Al mismo tiempo miré la pared en la casa del pintor anfitrión y vi allá, en lo alto, casi
tocando el techo, un gancho clavado en la pared, clavado en una pared lisa, solitario,
trágico como aquellas anillas de hierro de las que colgaban o asfixiaban a los que
luchaban contra Hitler”
Ese año nuevo en Berlín le resultó plácido, sin la presencia del tiempo ni de la historia.

Sólo aquel gancho en la pared y esas manos se le asociaban con las paradas militares
amorosamente mortales. De esos jóvenes se habían extraído unas manos puestas en la
avanzada de un bosque de manos que mostraban el camino hacia delante.
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“Aquí y ahora, en cambio, las manos estaban tranquilas, desocupadas, eran privadas,
y, sin embargo, los vi de nuevo encadenados a sus manos (...) En realidad no sabía a
qué atenerme: nunca había visto una juventud más humanitaria y universal,
democrática y auténticamente inocente..., más tranquila. Pero... ¡con esas manos!”
A Gombrowicz lo asaltaba la sospecha insistente de que el contenido de las ideologías
no tenía importancia, que las ideologías sólo servían para agrupar a la gente, formar
una masa y una fuerza creadora.

Pero Gombrowicz quería ser él mismo, sostenerse sobre sus propios pies, alejarse de
las palabras huecas, de la mentira y del éxtasis para tener contacto con la realidad.
“Viví antes de la guerra y durante la guerra la victoria de la fuerza colectiva y también
su derrota y su desintegración con el renacimiento del ‘yo’ inmortal. Poco a poco se
han ido debilitando en mí aquellos miedos, ¡cuando de pronto Roby me ha hecho
llegar nuevamente ese tufo diabólico!”
Otra vez Gombrowicz se sentía sometido a las fuerzas ciegas de la colectividad y de la
historia; la moral, la ciencia, la razón, la lógica, todo se convierte en instrumento de
una idea diferente y superior que quiere conquistarnos y poseernos. Pero no es una
idea, es una criatura surgida de la masa y que expresa a la multitud.

“Tomaba cerveza sentado frente a ese estudiante tan encantadoramente joven, tan
indefenso y al mismo tiempo tan peligroso. Miraba su cabeza y su mano. ¡Su cabeza!
¡Su mano! (...)”
“Una mano dispuesta a matar en nombre de una niñería. La prolongación del disparate
y la sandez que se estaba incubando en su cabeza era una bayoneta ensangrentada...
Una criatura extraña: de cabeza confusa y trivial, de mano peligrosa. Se me ha ocurrido
una idea, un poco vaga y no acabada de pensar, que sin embargo quisiera anotar aquí
(...)”
“Se podría formular más o menos como sigue: su cabeza está llena de quimeras, por lo
tanto es digna de compasión; pero su mano tiene el don de transformar las quimeras
en realidad, es capaz de crear hechos. Irrealidad, pues, del lado de la cabeza, realidad
del lado de la mano... y seriedad de uno de los extremos (...)”
“Tal vez le esté agradecido por haberme vuelto a mis antiguas angustias. Esta
seguridad en mí mismo de hombre culto, de intelectual, de artista, que va creciendo
en mí con la edad, ¡no es nada bueno! No hay que olvidar que los que no escriben con
tinta escriben con sangre”

WITOLD GOMBROWICZ Y CÉSAR AIRA 2

“Como dice la vieja fórmula, feliz Navidad y próspero Año Nuevo, como si la felicidad y
la prosperidad fueran cosas distintas. Siempre te tengo en el corazón, mi querido
Goma. Besos y abrazos. César Aira”
Yo me aprovecho de la paciencia que tiene conmigo el Pato Criollo de la misma
manera que él se aprovecha de la paciencia que tiene su mujer Liliana con las novelas
que escribe.
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Existen dos hombres de letras argentinos que cosechan en unos las más calurosas
adhesiones y en otros el más encendido rechazo, a saber: el Pterodáctilo y el Pato
Criollo, ambos gombrowiczidas ilustrísimos. Es uno de los casos más señalados de la
bipolaridad literaria argentina que tiene raíces oscuras y obedece a los mandatos de
los más bajos instintos.

La primera vez que vi a Gombrowicz me pareció un personaje inglés por el aspecto y


por la pipa. Poco tiempo después se me empezó a parecer a Jacques Tati, y cuando lo
conocí un poco más todavía puso en mis manos a “Ferdydurke”. Gombrowicz fue el
primer hombre de letras al que conocí personalmente; de este encuentro y de la
lectura de “Ferdydurke” saqué la conclusión de que era un hombre seductor e
inesperado y de que no existía ninguna diferencia entre el escritor y sus escritos.
Cuando conocí a otros escritores me di cuenta de que este canon no era aplicable en
forma uniforme, funcionaba más o menos bien con el Pterodáctilo, pero no funcionaba
con el Pato Criollo, para poner dos ejemplos que se refieren a estilos y concepciones
literarias tan diferentes que ocupan los dos extremos en el rango de la creación
artística.

El Hombre Unimesional comenta entre los miembros del gremio de los hombres de
letras que no conoce a ningún escritor que lea tanto como el Pato Criollo, y ésta es
precisamente una diferencia muy marcada que yo tengo con él. Después de haber
leído “El arte del espectáculo” le dije al Pato Criollo que el Asno tenía las facultades
mentales alteradas, pero no es así, lo que pasa es que estando yo en mi estado natural
–que es el de no leer– cuando me cae un libro en las manos, lo rechazo y lo primero
que se me ocurre es hablar mal del autor, no del texto al que no leí o al que apenas leí,
como hacía Gombrowicz con Borges.
Advertido de esta inclinación malsana que tengo decidí consultar al Niño Ruso sobre
cuál era la altura literaria que había alcanzado el Pato Criollo pues me proponía leer
alguno de sus libros.

“Me parece bien que hayas acudido a Aira (...) Hay conexiones con Gombrowicz en su
excentricidad, en su libertad, en muchas cosas. No son iguales, claro, nadie lo es (...)”
“Yo lamento la ausencia de los conocimientos filosóficos que tan bien maneja Aira y
que le dan un peso especial a sus novelas, como ‘Cumpleaños’. Aira es el más
importante y radical de los nuevos autores latinoamericanos y a mí, que estoy en el
umbral de los setenta años, leerlo me da una gran sensación de libertad”
Como las precauciones que uno puede tomar antes de poner un libro entre las manos
nunca están demás le escribí una carta al Pato Criollo pues me proponía leer uno de
sus libros, una lectura que seguramente me iba a entusiasmar a estar de los
comentarios que me estaba haciendo el Niño Ruso.

“Y, sí, siendo amigos, o en vías de serlo, lo que da lo mismo, creo que ha llegado un
momento muy duro para mí. Como te hice leer diecinueve de las cartas que le escribí a
Gombrowicz el mero transcurso del tiempo me obliga a leer alguno de tus libros, así lo
mandan las leyes de la simetría, contrariando mi inveterada costumbre de resistirme,
como gato panza arriba, a la lectura de libros, no así a la lectura de cartas. (...) Llegados
a este punto, y como es muy probable que a vos te interese saber, por lo menos en
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parte, qué es lo que pienso de tus escritos, creo que deberías recomendarme la lectura
de un libro tuyo. Para prevenirnos, tanto vos como yo, de malos entendidos que
podrían resultar fatales para el futuro de nuestra relación, más teniendo en cuenta que
vos escribís novelas con mucha frecuencia, es imprescindible que se entienda muy bien
que te estoy pidiendo la recomendación para la lectura de tan solo uno de tus libros,
no vaya a ser cosa que se te ocurra jugarme una mala pasada, una pitolina, como
quien diría. Pitol me mandó recientemente desde México tres libros suyos dedicados”

Una tarde en el Tortoni el Pato Criollo me contaba que la mujer de un escritor


argentino conocidísimo se le había entregado al Dandy para darle celos, no podía
soportar que su marido anduviera persiguiendo a las nínfulas como buitre a camión de
tripas. Yo no sé si esta historia será cierta, nunca se sabe hasta dónde pueden llegar los
hombres de letras, tanto es así que también me contó que la mujer del Dandy se
acostaba con una señora de la familia más íntima del Dandy aunque en este caso no
sabía por qué.
A pesar de estas maniobras algo desdorosas de los hombres de letras se podría decir
que la actividad más importante que desempeñó Gombrowicz , y casi única, fue
escribir. Sin embargo no fue un escritor prolífico, le costaba trabajo pasar de una obra
a otra, le costaba también terminarlas, el final le parecía siempre arbitrario.

Gombrowicz no se parecía en nada a Lope de Vega que escribía una obra en una sola
noche y, para no ir tan lejos ni tan atrás, tampoco se parecía al Pato Criollo, uno de
nuestros escritores más prolíficos que no llega a escribir una obra por noche pero le
anda raspando. Esta dificultad para asomar la cabeza con sus escritos lo hacía sufrir, no
tenemos que olvidarnos que Gombrowicz era más bien un hombre de ágora que un
hombre de claustro.
“Qué extraño, que no leas. Yo prácticamente no hago otra cosa (...) Pero estoy seguro
que vas a leer esta carta. Si yo fuera una de esas pedagogas insistentes, se me ocurriría
un truco para hacerte leer: tomaría una buena novela, por ejemplo ‘La Montaña
Mágica’ de Thomas Mann, y te la iría mandando de a una página por día en un sobre; si
encuentro una oficina de correos que abra los domingos, me llevará tres años, si no,
cuatro”

Un poco por este truco del Pato Criollo con el que me quería obligar a leer y otro poco
por el hecho de que en cada uno de los miembros del club debe anidar algo de esa
impotencia que tenía Gombrowicz que le impedía terminar de leer los libros, la
cuestión es que se me fue ocurriendo la idea de escribir los gombrowiczidas, una idea
que también me permite entrar y salir de Gombrowicz con alguna soltura.
A pesar de la desenvoltura con la que escribe el Pato Criollo y la facilidad con la que
consigue que le publiquen lo que escribe, conoce perfectamente bien las
contrariedades que padecen muchos de sus colegas. En una de sus novelas narra las
desventuras de un joven escritor cuyo destino queda ligado a la conducta
contradictoria de un editor. El editor recibe con entusiasmo la primera novela del
autor, una historia que le parece genial, y le promete la firma del contrato en no más
de dos semanas, pero las cosas no suceden así.
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Los contactos entre el escritor y el editor se van haciendo cada vez menos frecuentes,
de semanas pasan a meses y de meses a años, sin embargo, el entusiasmo y la
delicadeza con los que el editor trata al autor aumentan con el transcurso del tiempo.
Pero es justamente el transcurso del tiempo el que hace pasar al escritor de la
condición de joven promesa a la de autor entrado en años y, como si fuera poco, de un
escritor malogrado, una historia con un marcado aire kafkiano que me trajo a la
memoria “Un artista del hambre”. Kafka narra en este cuento los infortunios de un
hombre que ayuna por falta de apetito y que es exhibido en público como una rareza
llamativa. Al final del relato ya nadie se interesaba por él, y lo barren junto a la basura,
un final que surgiere hasta cierto punto un parentesco entre este pobre faquir y los
escritores malogrados.

Hace unos años Carlos Fuentes andaba desparramando a los cuatro vientos que en
poco tiempo César Aira recibiría el Premio Nobel de Literatura pero, el tiempo está
pasando y, a pesar de la maquinaria de precisión que ha montado su agente literario
alemán, al Pato Criollo le está ocurriendo con los premios lo mismo que al autor
malogrado le ocurría con el editor contradictorio, y tiene miedo de correr la misma
suerte del ayunador en el cuento de Kafka, es decir, tiene miedo de que lo barran junto
a la basura.
Lo primero que atinó a hacer Gombrowicz cuando ganó el Premio Internacional de
Literatura fue preparar una lista de sus enemigos literarios, regocijándose de
antemano con la amargura desesperante que les iba a despertar.

Ya con el premio en la mano escribe el famoso diario del hijo ilegítimo que proyecta
visitarlo en Vence para mortificar a sus enemigos polacos de Londres. Finalmente
había obtenido un certificado de escritor de alta categoría, firmado por la flor y nata de
la crítica internacional. Se le puso una cara extraña, los laureles le congelaban la cara y
una seriedad severa le cerraba con siete llaves los tesoros de la gloria.
“Una cara extraña que expresa sólo y únicamente esto: ¡que bailen a tu alrededor
como quieran, tú ni te inmutes!”
Existen narraciones que nos dan una idea del inexorable sentimiento de culpa y
vergüenza que la mirada de los otros puede producir en nosotros, el camino de la
interioridad pasa a través de la otra persona, la otra persona sólo es interesante para
mí en la medida en que me refleja, vale decir en la medida en que yo soy un objeto
para ella.

El mismo Pato Criollo aborda el problema de la mirada en una novela cuya acción
transcurre en Coronel Pringles, el lugar de su nacimiento. En cierto momento se
produce una gran revolución en el cementerio, los muertos salen de las tumbas y
atacan al pueblo. Le abren la cabeza a los vecinos y le chupan las endorfinas, los
zombis resultan invencibles.
Sin embargo, en un momento determinado una señora anciana mira y reconoce a uno
de los muertos que se le está viniendo encima: –Pero si éste es el colorado Pereira. Los
viejos comienzan a mirarlos e identificarlos a uno por uno y los zombis, mirados y
derrotados, vuelven a las tumbas.
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Sin embargo, en el prólogo que escribe para “Gombrowicz, este hombre me causa
problemas”, es donde el Pato Criollo se da un paseo magistral hablando de la distancia
y, en consecuencia, de la mirada.

“Pero distancia es también articulación; lo que establece la distancia es la mirada, y la


distancia hace necesaria la mirada para aprehender los objetos heterogéneos (...) El
‘tiempo real’ se constituye en la devolución de la mirada, en lo simultáneo: la imagen
también mira, el ‘poseur’ mira (...) En la comedia teórica del ‘poseur’, la representación
se pone en el trance de representarse a sí misma, y en el vertiginoso juego de espejos
aparece Goma. El ‘fiel’ Goma. La figura de Goma es la más misteriosa del mito
Gombrowicz. ‘Goma o la Inteligencia’. Así podría titularse este drama, como esas viejas
piezas tipológicas francesas (...) Extraen del pozo de la locura el agua clara de las ideas,
que salen en forma de temas. Y todos los temas se resumen en el tema del Eros de la
creación, y de la vida (...)”

“El interlocutor heterogéneo es de rigor, porque erotizar la inteligencia significa


ponerla en dos cuerpos distintos: un viejo y un joven, un extranjero y un nativo, y al
final un muerto y un vivo (...)”
“El argentino y el extranjero: el ‘poseur’ asciende un escalón más en lo concreto de la
realidad al desterrase (...) El desterrado hace una construcción imperfecta, arma un
país con los fragmentos de otro. Es un trabajo parecido al de construir la felicidad, que
se arma con fragmentos de otras vidas, fragmentos cuyos bordes nunca coinciden
exactamente (...) El viejo y el joven: Gombrowicz lo dijo: ‘El hombre no quiere ser Dios.
El hombre quiere ser joven’. El deseo niega lo general abstracto a favor de lo particular
concreto, que es un joven (...)”

“Al joven le falta experiencia histórica, no ha tenido tiempo de desterrarse, sigue en el


campo familiar del sobreentendido de la inteligencia. Es un inocente que no puede
sino generalizar, de ahí que a veces parezca una versión de Dios (...)”
“El muerto y el vivo son la última y no definitiva pareja en el diálogo, la más específica
de la literatura. La Vida-y-Obra de un escritor es una trinidad, porque la muerte es una
de sus premisas. Gombrowicz se fue de la Argentina, envejeció y se murió. Se esfumó
de la vida de Goma, y su desaparición proyectó una larga sombra retrospectiva de
sospecha sobre la puntualidad que había regido la conversación. El ‘poseur’ se
revelaba fantasma a priori. El ‘jueguito’ entre Maestro y Discípulo no pudo prolongarse
porque había sucedido en el ‘tiempo real’ (...)”

“Por ser real, el tiempo siguió pasando, pero el diálogo persistió, porque había estado
antes del tiempo, creándolo. Aquí ‘diálogo’ es sinónimo de ‘amistad’, esa hermana de
la inteligencia. Si la filosofía nació, como suele decirse, de la amistad, este libro de la
inteligencia que ahora escribe Goma es un libro de filósofo. Se me ocurre que, en el
campo de la fábula, la diferencia entre literatura y filosofía es que en la primera
mueren todos salvo uno, que es el que cuenta el cuento; en la segunda sobreviven
todos menos uno, que es el tema de otra especie de cuento. Ese muerto, el fantasma
en cuestión, es Gombrowicz el ‘poseur’, que usó su genio para hacerse sospechoso. Y
la sospecha es irreversible, ella también hace real el tiempo: no se vuelve atrás a un
mundo de sentido pleno y confiable (...)

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