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GOMBROWICZIDAS
Gombrowiczidas
LA FRANCOTIRADORA
“En una especie de biografía de la infancia y juventud Stanislaw Lem escribe: ‘El Arte no
coacciona a nadie; nos transporta sólo si consentimos que nos transporte. Consecuen-
temente, es el elemento de mutuo consuelo, es el elogio que revierte en elogio, es el
´hoy por ti y mañana por mí´ y por tanto es el fraude y la prevaricación colectiva. Gom-
browtiz nos abrió los ojos al respecto’ (...)”
“(...) Lo del saber como el salto es también certero, hace años lo sigo con los rusos, los
formalistas: la tradición pasa de tío a sobrino, o como el salto del caballo de ajedrez…
Shklovski abunda sobre esto y es tan preciso ese movimiento…(...)”
Y otras veces me hace llegar sus pensamientos argentinos, por momentos apasionados
y por momentos destructivos.
“¿Por qué los (algunos, diría yo) escritores argentinos no saben hablar de Gombro-
wicz?... Creo que porque no leen solos, libres, porque no leen sueltos, porque hay miedo
fuera de las estructuras, porque no leen con amor, es decir, con la terrible identificación
con que hay que leer… como vos en parte hacés con estos correos…Y por esa misma
forma de leer atada quedan afuera autores y otros, sesgados, irreconocibles, entran al
canon sordo y ciego… Por último, igual, Aira lee libre en su propia obra, ese es su mayor
realismo, su perfecto, enloquecedor, desparpajo literario”
Un día en el que me referí a ciertas trivialidades que escribió Gombrowicz en los dia-
rios sobre los zapatos de Ostende le toqué sin querer otra vez la cuerda eslava, yo es-
taba afirmando en el gombrowiczidas que era lector de una sola obra.
“(...) dice Milita –Milita que sabe bien– que vos no escribís estos textos pensando en
lectores como nosotras… pero este asunto del Diario me hace pensar que los autores
grandes escriben todo igual, con la misma voz, con la misma potencia de existencia y,
por eso, no hay ´trivialidades´. Hay cuerpo que sostiene la obra, ‘autor de una sola
obra’–como dice Milita que escribió Osvaldo Lamborghini. Autores de frases –que son
las menores partes en que pueden descomponerse los buenos discursos. Los autores no
pueden no escribir, escriben obra, escriben Cuadernos, todo igual. Pero hay pocos que
saben leer todo igual, todo con la misma potencia y ahí está el asunto, este pequeño
asunto que me conmueve. Los zapatos amarillos, un color eslavo si lo hay, son enormes
piezas, queridas piezas, pedazos de Gombrowicz: autor-obra, sin solución de continui-
dad. Intratable asunto para los que se tranquilizan con los géneros, con las formas dife-
rentes y se amparan de la mayor gran soledad en que nos pone la gran obra literaria”
Mis encuentros con la Francotiradora y la Flauta Traversa siempre me dejan alguna en-
señanza.
Una tarde en el café Gardel estábamos hablando de la desaparición del Pato Criollo,
ellas pensaban que sí, que había desaparecido, que se escondía detrás del infantilismo
y de las naderías. Ambas fueron hace años admiradoras del Pato Criollo, pero en los
tiempos que corren se les presentaba el dilema de si leerlo o no leerlo.
Cuando empezamos a hablar de leer o no leer yo les recordé que Gombrowicz le tenía
desconfianza a la lectura al punto de que para saber cuánto había de cierto en nuestra
afirmación de que habíamos leído “Ferdydurke” nos preguntaba en qué capítulo asesi-
naban al conejo.
Mientras que la Flauta Traversa insiste en que Gombrowicz no sentía ninguna culpa
por sus deserciones ni por su homosexualidad, la Francotiradora saca la escopeta y
empieza a bajar muñecos entre los escritores y los editores en forma sistemática y des-
tructiva..
Una de las especialidades en la que las mujeres han desarrollado una gran destreza es
en la de dar celos. En uno de los accidentes de la conversación empiezan a decir que
Flor de Quilombo había sido el mejor amigo de Gombrowicz mientras yo me ponía
verde y trataba de demostrarles que eso no era cierto, pero ellas me miraban con una
mueca de desdén.
Estas dos escritoras y profesoras de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras, aun-
que una de ellas retirada, admiradoras de Nicolás Rosa y de Lamborghini, son dos ac-
trices consumadas de familias originarias de la pampa húmeda y de las estepas rusas.
Además de ser inteligentes, son ágiles como las liebres y yo ya estoy un poco viejo para
andar a los saltos detrás de ellas. Ambas me recriminaban la costumbre que tengo de
meter a Sartre en las cuestiones de Gombrowicz, y palabra va palabra viene termina-
mos hablando de la culpa. Mientras que la gombrowiczida originaria de la pampa
húmeda con su aire apodíctico parece nacida sin culpa y sin pecado original, la origina-
ria de las estepas rusas se considera culpable de todo.
Las categorías que más cuadran a los talantes de la Flauta Traversa y de la Francotiradora
son la eventualidad y la eternidad, son categorías que se ponen ellas mismas en el mismo
orden en que las nombro.
Celosas de la Hierática cuando hablo de su belleza, ambas me exigieron que deje de meter
a Sartre en los gombrowiczidas y en las conversaciones porque es berreta. Me pareció
oportuno entonces hacer un giro hacia el padre del existencialismo y empecé a hablar de la
impotencia sexual de Kierkegaard y de las ideas que tenía sobre la virginidad, pero tampoco
encontré para ese tema aires favorables, especialmente por las intervenciones al bies que
me hacía la Flauta Traversa, totalmente cautivada por el petimetre danés, y por los boste-
zos de la Francotiradora que caían sobre la mesa.
Algo que no dije hasta ahora, pero que se puede deducir de la foto que forma parte de este
gombrowiczidas, es que la Francotiradora es una mandona.
EL QUID DE LA OBRA
Resultó así que el primer escollo que tuvo que vencer como escritor fue el de su propia
familia. Desde que empezó a cultivar la literatura, siempre tuvo que intentar destruir a
alguien para salvarse a sí mismo.
En “Ferdydurke” atacó a los críticos para salirse del sistema de la literatura, para inde-
pendizarse. Sus ataques a los poetas y a los pintores también estaban dictados por la
necesidad de apartarse.
Diez años antes se había puesto en marcha para perder esa vergüenza, vamos a ver
entonces quién fue el culpable y los cómplices necesarios de que la perdiera.
“Una mañana, al alba, no era ni de día ni de noche, sólo había brumas y movimiento
del agua omnipresente, susurrante; a veces aparecía sobre estos torbellinos un objeto
determinado –una tabla o una rama–, pero nada resultaba de ello, pues también esta-
ba inmerso en ese poderoso movimiento que hacía perder los sentidos”
El quid de las obras de algunos autores es su vida personal, pero no siempre es así.
Gombrowicz creía que aunque su vida se hubiera desarrollado de otra manera sus li-
bros no hubieran cambiado demasiado.
También le da las gracias a Dios por haberle permitido escribir el “Diario”. En los pri-
meros tiempos, cuando empezó a abandonar el lenguaje de sus obras anteriores para
escribir los diarios, sintió como si se le hubiese caído la armadura. Pero después, poco
a poco, se fue dando cuenta que podía comentarse a sí mismo, entonces se convirtió
en su propio juez y le quitó al cerebro de los críticos el poder de pronunciar veredictos.
Con los diarios acompañó a su arte hasta el lugar donde penetraba otras existencias,
una zona que a menudo le resultaba hostil.
Debiéramos decir que el quid de las obras de Gombrowicz, por lo menos en una gran
parte, es una puesta en escena de su drama personal.
Amordazado en Polonia, aislado del gran mundo por el exotismo de la lengua polaca,
acorralado en el ambiente cerrado y estrecho de la emigración, en esta bruma nacían
sus obras difíciles, a tal punto difíciles que en el mismo corazón de París debieron lu-
char duramente para ser reconocidas. La superficialidad de las cabezas polacas con las
que trataba en la emigración se podría medir por el hecho de que el mismo “Diario”,
más fácil de comprender en apariencia que sus otras obras, no conseguía penetrar en
sus cerebros. Lo tildaron de egotista, no se les ocurrió pensar que uno puede hablar de
sí mismo sin que su yo sea por eso egotista y trivial, sino alguien consciente, con un
egotismo metódico y disciplinado, y un objetivismo desarrollado y distante.
Ahora vamos a ver quién lo sacó de esta prisión, y en qué lugar del mundo le abrieron
las puertas de la cárcel.
El lugar fue París, y sobre el quién estaría tentado a decir que fue Kot Jelenski. Sí, pero
Jelenski, aunque vivía en París, era polaco, y quién le iba a creer a un polaco si, como
decía Dostoievski, se declaran condes cuando se van al extranjero. El mundo tenía que
escuchar la voz de un francés, y así ocurrió.
Antes del artículo de Bondy, “Julliard”, al igual que todos los grandes editores france-
ses, se había negado a publicar el libro. Fue entonces el francés Bondy quien le abrió
las puertas de la cárcel a Gombrowicz en el mismísimo París, y fue Maurice Nadeau el
que le abrió las puertas del mundo.
Bondy llegó a Buenos Aires en 1961 precedido por el repique de campanas de toda la
prensa. A horas de haber arribado lo llamó por teléfono a Gombrowicz, y al día si-
guiente se encontraron en el City Hotel. Había desayunado con Victoria Ocampo y el
resto del día lo tenía libre. Charla que te charla se fue haciendo de noche, entonces
Gombrowicz lo invitó a cenar a lo de Zofia Chadzynska, una polaca amiga. Sin pensarlo
dos veces lo llevó rápidamente a esa casa, estaban también invitados los Lubomirski y
un arquitecto.
“Organizamos una pequeña cena (muy modesta, como siempre en casa de Zofia; en
cambio el francés espumea como el champán...), pero en el ambiente flotaba una reti-
cencia. Al marcharnos, las señoras me guiñan el ojo: –Vamos, confiesa, ¿a quién nos
has traído? ¿Quién es? ¿Un poeta? ¿Un italiano o qué? ¿De dónde lo has sacado? (...)
Bondy, seguramente, forma parte (lo conozco poco) de esa gente cuya fuerza consiste
en su ausencia: él siempre está en un lugar más allá de lo que está haciendo, aunque
sea con un solo pie; su sabiduría es como la de un ternero que mamase de dos madres”
Nadeau le pidió al Príncipe Bastardo que escribiera un prólogo para “Ferdydurke” sin
avisarle nada a Gombrowicz, Gombrowicz se enfureció y le exigió que lo retirara inme-
diatamente. Nadeau no sabía a qué atenerse, sin embargo, ese famoso crítico francés
seguía entusiasmadísimo con Gombrowicz aunque era un hombre de pocas pulgas.
“Arnesto asustadisimo porque parece que Nadeau se ofendió con él y suplicándome pa-
ra que intervenga en su favor”
Nadeau estaba verdaderamente deslumbrado con Gombrowicz y quería tenerlo cerca,
pero Gombrowicz estaba en Berín.
“Recibí carta de Nadeau, dice que mi visita a París causó sensación, que era yo la vedette y
me ruega que vaya en diciembre para el lanzamiento del Diario que se hará en gran escala.
No tengo gran gana, le escribí que tienen que mandarme 300 dólares porque ando seco”
Después de leer el “Diario” recién traducido al francés, Nadeau estalla como un géiser y
Gombrowicz nos lo hace saber.
“Nadeau se revuelve a mis pies en un ataque de admiración después de haber leído el
Diario (porque Kosko ha terminado la traducción). Me dice: ‘Maravillado. Estupefacto
estoy. Esto es más que si fuese sólo de un gran escritor... Publicaré todo de W.G. pues
quiero que Les Lettres Nouv. sean para siempre vinculadas con su nombre!’ (...)”
Pero los diarios que Gombrowicz escribe sobre París lo preocuparon mucho a Nadeau.
“Les Lettres Nouvelles en diciembre empiezan publicar mi Diario Trasatlántico. Todos
dicen que habrá escándalo con los capítulos sobre París. Nadeau indignado y apenado
dice que escribí pavadas, pero lo va a publicar. ¡Que cosa! Dios mío!”
De las fotos que forman parte de este gombrowiczidas se puede deducir fácilmente el
porqué Zofia rechazó la propuesta de matrimonio cuando Gombrowicz la enteró de
que no la iba a tocar, y el porqué el Pterodáctilo se asustó cuando Nadeau se estaba
ocupando de publicarle “Alejandra”, la versión francesa de “Sobre héroes y tumbas”.
EL ALFAJOR
Siguiendo el camino que me había señalado el Niño Ruso me puse en contacto con el
Alfajor.
“Quería decirte que disiento con el Niño Ruso, a pesar del cariño y el respeto que le
tengo. Cualquier crónica de lo que estás haciendo te rompería las pelotas por hache o
por be, podría apostar la camisa. Y por supuesto pasaría a integrar la cadena, lo sé, y le
veo la gracia, pero a mí me gusta más el papel de comparsa que tengo en esta historia”
“Los gombrowiczidas que echaste a andar tienen su propia lógica. Los envíos son el li-
bro, ya no podés separar una cosa de la otra, sin que aquellos que conocen los envíos
sientan la falta. En ese sentido, ya les ganaste a los editores—de hecho, tarde o tem-
prano los tendrás comiendo de tu mano: por eso te decía ayer (y creo habértelo dicho
antes, en los inicios del club) que es mera cuestión de tiempo hasta que algún editor—
no necesariamente el más idóneo, pero seguramente el más vivillo—se dé cuenta de
que no se puede perder la oportunidad de publicar los gombrowiczidas”
El comienzo promisorio de mis relaciones con personas vinculadas a la actividad de es-
cribir me produce en un primer momento una alegría espontánea pero también un
cierto desasosiego pues tengo el presentimiento de que en un momento futuro no
muy lejano algo va a terminar mal, momento que en el caso de los escritores suele
aparecer cuando quieren hacerme leer un libro.
El Alfajor, que dispone de una técnica depurada para sacarse estos problemas de en-
cima –cuando se pone a leer un libro hace críticas breves, apodícticas y de una sola pa-
labra, entre las que sobresalen delicioso e inenarrable– estaba preparando sigilosa-
mente entre nosotros un camino regio.
“(...) Es un gusto recibir sus envíos, y aunque le pese debo decirle que se le nota, hace
rato que se nota que le da gusto escribir. Le deseo que pronto se reconcilie con el gusto
de leer, también --aunque sospecho que también eso le viene ocurriendo últimamente
(...)”
Nos estábamos acercando sin saberlo, aunque yo tenía malos presentimientos, al pun-
to sin retorno, entonces el Alfajor dio un paso decisivo.
“(...) Es cierto, ha logrado que seamos una familia. No sé los demás pero yo leo así sus
envíos: como partes diarios, enviados por un empecinado viejo pariente que sólo así
puede mantener a la familia, si no unida, al menos al tanto de sí misma (con ese espíri-
tu leo yo sus textos gombrowiczidas).
La Hierática, sabiamente, demoró cuanto pudo el envío de María Domecq, pero final-
mente sucumbió y el libro llegó a mis manos.
“Leí tu “María Domecq”, los personajes que me gustaron más son tu bisabuelo Do-
mecq, tu abuelo Forn, y vos mismo, sos realmente un personaje.
Las mujeres, a mi juicio, no te salen tan bien, quizás sea porque sos un tanto calzonutis.
Me hizo gracia lo de gran formato, viniendo precisamente de vos --creo que entre el
calzonutis y el gran formato has contestado como un verdadero payador al ‘delicioso’
que te había propinado yo para ‘Gombrowicz, este hombre me causa problemas’ vía la
Hierática. Chapeau y gracias”
Y de aquí de mal en peor, el Alfajor empezó a encontrarme parecidos físicos con Manu
Ginobili, el Pato Criollo ya me los había encontrado con Pepe Arias y con Orgambide,
finalmente dio un paso más.
“(...) igual ésas son las cosas que me gustan de vos, Gómez: cuando demostrás que,
además de inteligente, sos medio necio también, cosa que nos pasa a todos, incluyendo
al Farsante Ambulatorio (...)”
El Alfajor había atravesado el Rubicon y volvió a referirse a mis características corpora-
les, una técnica que también utilizaba Gombrowicz cuando quería desacreditar a algún
semejante.
“El domingo, en una nota sobre Kafka en Radar, te cité. Mencioné tu teoría de cuánto
se podía citar de otro en un ensayo, regla que se me ha convertido en dogma, no sé por
qué –será porque no hay jurisprudencia al respecto. Ayer a la noche me tocó hablar en
Baires (una cosa de húngaros sobre Sandor Marai) y los de la organización me dijeron
que había un tipo extraño en el auditorio que exigía hablar conmigo, y yo me asomé y
vi un viejito muy digno y cabrero, y pensé por un segundo que te había citado mal en
Radar y venías a quejarte. No eras. Están muy buenos los últimos gombrowiczidas”
El Esquizoide pasaba largas temporadas en Villa Gessel para escuchar el silencio. De la
observación atenta de la foto que forma parte de este gombrowiczidas puede deducir-
se en cambio que la vida del Alfajor en esas hermosas playas es más animada.
LA FILÓLOGA
Los investigadores de los pasos que han dado los hombres de letras en
el transcurso de sus vidas son unos obsesos que persiguen los deta-
lles. Gombrowicz carga sobre sus espaldas unos cuantos de estos es-
pecialistas, algunos de ellos forman parte del club de gombrowiczidas.
La Corifea, verbigracia, está juntando papeles de Gombrowicz y sobre Gombrowicz casi
desde el nacimiento y los cataloga con un cariño maternal, con el mismo que tienen los en-
tomólogos cuando clasifican los insectos. El riesgo que uno corre al ponerse en contacto
con estos investigadores es que, por la fuerza de la costumbre, nos conviertan también a
nosotros en un papel. La Corifea me acercó al Burro y el Burro me acercó a la Filóloga.
Antes de hablar de la Filóloga vamos a ver qué pasa con estos investigadores que nos dan
tantos dolores de cabeza.
El camino que siguen los grandes escritores después de muertos está compuesto de
una mezcla de asuntos cuyas proporciones varían a medida que pasa el tiempo. Los in-
gredientes de esa mezcla son la propia obra del hombre de letras, los testimonios de
los que lo conocieron, una gran variedad de documentos, y los escritos de los que es-
criben sobre el muerto.
A medida que pasan los años estos compuestos van perdiendo actividad, como vícti-
mas de una entropía –esa función termodinámica que en el leguaje de la ciencia es la
parte no utilizable de la energía en un sistema cerrado– que los degrada, y los docu-
mentos, como último eslabón de esta cadena, vendrían a ser a la literatura lo que al
mundo físico es el calor.
Así como la física predice la muerte térmica del universo pues el calor no puede devol-
verle a las otras formas de energía en la misma cantidad lo que recibe de ellas, la lite-
ratura podría predecir la muerte literaria de un autor cuando no quedan de él más que
documentos.
La Filóloga es una investigadora cordobesa muy mona que vive en Bélgica y a la que se
le dio por investigar a Gombrowicz sobre su costado argentino.
“Mi interés por Witold Gombrowicz surgió a partir de la oscuridad y la leyenda que ro-
deaba su figura. Un escritor reconocido internacionalmente como uno de los represen-
tantes más importantes de la vanguardia del Siglo XX , que en nuestro país, sin embar-
go, era prácticamente desconocido. A pesar de haber vivido casi un cuarto de siglo en
Argentina, sus obras no parecen haber dejado una huella perceptible en los escritores
contemporáneos, aunque Juan José Sáer, César Aira o Ricardo Piglia lo reconozcan co-
mo un referente.
Estos comentarios son interesantes, pero mucho más interesantes para mí eran unos
que la Filóloga había hecho en una nota en la que nos menciona al Gnomo Pimentón y
a mí como los únicos escritores que habíamos publicado libros sobre Gombrowicz has-
ta la llegada del Burro.
Tanto a la Filóloga como al Burro les informé que para ser miembros plenos del club de
gombrowiczidas debían leer “Gombrowicz, y todo lo demás” con la mayor premura
pues corrían el riesgo de quedar afuera de este claustro de meditaciones.
Hasta aquí nada de especial, cualquier conflicto que me sobreviniera con la Filóloga o
con el Burro podía manejarlo a la distancia.
“Gracias por este inicio de correspondencia, estoy leyendo con gusto las gombrowczia-
das. Klementyna (la Corifea) me había hablado de usted (¿puedo tutearlo?), pero pro-
rrogaba siempre el escribirle hasta tener seguro una fecha en que viajara a Argentina.
Viajo en octubre, y si tiene un rato libre, me gustaría conocerlo”
Claro, podríamos encontrarnos por acá, pero no creo que los gombrowiczidas te vayan
a entusiasmar tanto como para que te tomés esa molestia”
Pero los filólogos investigadores son capaces de dar la vuelta al mundo para coleccio-
nar insectos relacionados con al actividad de escribir.
“Voy a hacer todo lo posible para viajar hasta su casa. Soy de Córdoba, aunque ahora
estoy viviendo en Bélgica; viajo a Argentina de vacaciones y solamente paso por Bue-
nos Aires unas horas. Pero si puedo arreglar horarios y fechas, me gustaría charlar con
usted”
A mi edad me van a poner otra vez bajo la lupa de estos especialistas que le cuentan el
culo a las hormigas, pensaba yo, pero ocurrió algo inesperado.
“Ya volví a Bélgica y no pude ir a verlo. Un día antes de viajar a Argentina me enteré
que estaba embarazada, y como había tenido un problema de salud hacía poco todos
los planes del viaje cambiaron y no pasé por Buenos Aires. Ahora ya estoy bien, pero le-
jos. Así que seguramente iré a verlo la próxima vez”
Que alguien se tome la molestia de venir a verme a mi casa es para mí un halago, más
si quien viene a verme es la Filóloga, esa joven tan mona que aparece en la foto de es-
te gombrowiczidas.
Hay doce palabras, ni una más ni una menos, con las que podemos comprender, si es
que nos acostumbramos a ellas, toda la obra de Gombrowicz:
Las normas, la familia, lo perfecto, la cultura, la nación, la patria, Dios, el padre, el vie-
jo, la madurez, la realidad y la historia.
la de los Apóstoles; la de los signos del Zodíaco; la de los trabajos de Hércules; la de las
categorías de Kant; la de los meses del año.
Dar vueltas alrededor de esta batería de ideas con todas sus combinaciones posibles es
una tarea ímproba, pues cada una de ellas tiene, digámoslo así, un espejo, no un
opuesto, sino un espejo.
Hemos tomado como idea opuesta a la de forma, la idea de caos, pero el espejo de la
forma no es el caos, sino una forma sin jerarquía, y la mosca es un elemento que nos
puede ayudar a introducirnos en el espejo.
“Vos tratá de vivir tu vida en detalle, a cada momento, como por ejemplo, miras una
mosca y dices ¡qué mosca! Esto es lo más placentero”
Gombrowicz utilizaba a las moscas como una forma sin jerarquía no solamente en el
carácter de recurso literario, sino también para manejarse en la vida de todos los días,
especialmente cuando le resultaba difícil controlar una situación. Un contertulio bas-
tante pesado se sentaba a la mesa y empezaba a hablar del holocausto. Era judío, a
Gombrowicz le resultaba difícil controlarlo con la conversación pues era muy conside-
rado con el dolor ajeno, así que empezaba a decir ¡moscas! A la tercera vez que decía
¡moscas! el judío se levantaba y se iba.
Pero no solamente recurría a las moscas, también echaba mano de las mariposas. En el
final de “Opereta”, después que el mundo entero se había descalabrado y derrumbado
sobre sí mismo, aparece el protagonista dandy y calavera cazando mariposas delante
de un cajón llevado por dos enterradores en cuyo interior estaba Albertina completa-
mente desnuda.
Este es uno de los casos en que utiliza una forma infantil, es decir, sin jerarquía para
contraponerla a una forma trágica en el campo de la literatura.
En la mosca de ¡qué mosca!, nos las estamos viendo con un caso casi literario, pues es
el fragmento de una carta en el que utiliza una forma inferior para contraponerla a las
formas dramáticas de Quilombo con sus dificultades económicas, con sus contratiem-
pos de salud y con las penurias que le ocasionaban sus estudios de contable.
“Por otra parte nuevas aventuras reclamaron muy pronto mi atención. Recuerdo que
en 1918 fui yo, yo solo, quien rompió el frente alemán. Como es de todos sabido, las
trincheras llegaban hasta el mar. Se trataba de un verdadero sistema de canales pro-
fundos que tenían una longitud de hasta quinientos kilómetros. Sólo a mí se me ocurrió
la sencilla idea de inundar los canales. Una noche trabajé a escondidas, cavé un foso
que comunicó los canales con el mar. Al penetrar ininterrumpidamente, el agua inundó
las trincheras y corrió por toda la línea del frente. Con gran estupor los aliados vieron a
los alemanes, empapados hasta los huesos, saltar fuera de las fosas enloquecidos de
pánico, cuando despuntaban las primeras luces de un amanecer brumoso”
La situación literaria más dramática a la que le tiene que oponer una forma inferior se
le presenta en “Cosmos”. Al protagonista se le estaban moviendo las manos con la in-
tención de ahorcar al sacerdote, había llegado también a la conclusión de que tenía
que asesinar a Lena por la que se le había despertado una pasión enfermiza, cuyo es-
poso había aparecido colgando de un árbol, y cuyo padre se masturbaba en la monta-
ña delante de todo el mundo. De repente la lluvia, un diluvio.
“En conclusión: escalofríos, reumas, fiebres, Lena enfermó de anginas, fue necesario
llevar un taxi de Zakopane, enfermedades, médicos, en fin, todo cambió y yo volví a
Varsovia, mis padres, el conflicto permanente con mi padre, y otras historias, proble-
mas, dificultades, complicaciones. Hoy en el almuerzo comimos pollo relleno”
A Gombrobicz le había aparecido desde su temprana infancia una alergia respecto a la
forma polaca que lo obligó a rascarse y a buscar un estilo literario que fue consiguien-
do poco a poco un lugar en la literatura.
“Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis dolorosas aventuras con las diversas
distorsiones de la forma polaca que producían en mí un efecto parecido al de las cos-
quillas: uno se troncha de la risa, pero no resulta agradable”
Pero las alergias son incurables, así le pasó con sus eczemas, con el asma y con su po-
lonidad.
“Hoy veo hasta qué punto mis reacciones son polacas, de un hidalgüelo polaco, de un
campesino polaco, polacas de carne y hueso. Mi polonidad incurable, que experimento
a cada paso cuando estoy en el extranjero, casi hace reír a un hombre como yo, apa-
rentemente liberado de todos sus lazos”
Gombrowicz era un polaco raro, cuanto más le ladraba a la forma polaca, más polaco
se volvía. Yo creo que el espejo de la forma lo regresaba a un estado infantil, que era el
único estado en el que Gombrowicz se sentía cómodo como se lo puede apreciar en la
foto que forma parte de este gombrowiczidas.
EL MAESTRO CIRUELA
Son reflexiones que hizo el Maestro Ciruela cuando hablé de la declinación creativa de
Gombrowicz en los últimos años de su vida en Europa. Si bien es cierto que a duras
penas pudo terminar ‘Cosmos´ y ‘Opereta’ hay que decir que estas obras fueron con-
cebidas y parcialmente escritas en la Argentina, son creaciones de una enorme ampli-
tud espiritual que alcanzan una gran altura en el desarrollo de la composición literaria
respecto a sus obras anteriores y nada tienen que ver con el empobrecimiento del que
habla el Maestro Ciruela.
El aletargamiento de su gran imaginación y la enfermedad le impidieron seguir escri-
biendo, no pudo, por ejemplo, darle forma a una pieza teatral en la que quería rebelar-
se contra el dolor en el diminuto cuerpo de una mosca, le había llegado el tiempo en el
que sólo podía clasificar los pensamientos como lo hizo en “Testamento”, pero no pod-
ía inventarlos ni crearlos.
Dice Gombrowicz que sus lectores occidentales se dividen entre los que buscan la di-
versión sin preocuparse de otra cosa, y los graves, los graves a secas y los graves ofen-
didos. Es evidente que al Maestro Ciruela le gustan sus obras divertidas pero, lamenta-
blemente para esta clase de lectores, Gombrowicz abandona el género humorístico en
‘Pornografía’, cambia de andarivel y coloca su carga de alegría y sarcasmo en la corres-
pondencia que mantiene con nosotros. Y da la casualidad que al Maestro Ciruela tam-
bién le gustan las cartas.
Hay lectores de Gombrowicz a los que le resulta difícil digerir su lado austero y dramá-
tico, al punto que algunos de ellos borran esa parte de su mundo, no la recuerdan o,
mejor dicho, no la quieren recordar como le ocurre también a la Flauta Traversa.
Al Maestro Ciruela no le gusta que copie pasajes de cartas y los publique, y también
me pide que no le mande las partes acres de los gombrowiczidas.
“Agradezco esa carta que desborda de buenas intenciones, pero, decime una cosa,
¿cómo puedo hacer para separar lo que te interesa de lo que no e interesa?, eso es algo
que no voy a hacer. Vos utilizá lo que te interese y eliminá lo que no te interese, me
imagino que tus oídos no serán tan vírgenes que no puedan escuchar una mala palabra
de vez en cuando. Por lo demás, dormí tranquilo, tus oídos no te pueden comprometer,
la que nos puede comprometer es la boca. Y por los problemas que yo pueda tener,
tampoco te preocupés, yo soy el problema”
De la misma manera que el Castor el Maestro Ciruela tampoco gusta de los apodos
que les pongo a los Protoseres y a los hombres de letras. A mí me parece que el origen
y la naturaleza de los motes debe quedar un poco en el misterio, sin demasiadas acla-
raciones por parte del autor que, como todos los gombrowiczidas saben, vengo a ser
yo.
El primer apodo que puse fue el Pterodáctilo, en una época en la que todavía no exist-
ían los gombrowiczidas, y el último de ayer mismo es el Científico Fascista.
El origen del mote siempre tiene un contenido negativo, se refiere a historias verdade-
ras que me unen a los motejados en distintos momentos de esas cápsulas de Gom-
browicz que son los gombrowiczidas, pero con el paso del tiempo pierden el sabor acre
que traen por el nacimiento y llegan a tener, por lo menos para mí, un carácter familiar
y afectuoso.
Pero el Maestro Ciruela no es tan puro como pudiera parecer, termina una excelente
reseña que escribió sobre “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” de una
manera pecaminosa.
El Maestro Ciruela no es maestro ciruela porque no sepa leer y haya puesto escuela, es
maestro porque me da consejos como los dan los maestros, y es ciruela porque los
consejos que me da son agradables y dulces como los son las ciruelas.
La Prima, una parienta política de la Madame du Plastique, una poetisa polaca muy
connotada y eximia traductora, publicó en la editorial preferida por los jóvenes, “El
jueguito continúa”, una nota que no está nada mal en la que hace reflexiones sobre
“Cartas a un amigo argentino”, el libro editado por “Emecé”.
En un momento determinado del escrito se pregunta sobre mis verdaderas intencio-
nes. “¿Qué es lo que se esconde detrás de esa determinación y de esa obsesión con la
que ahora se está esforzando por conseguir la gloria, no solamente la del querido ‘Ma-
estro’, sino también la suya?”
En ese tiempo la Prima se había agarrado violentamente de los pelos con la Corifea y
con la Vaca.
“No sólo yo, sino todos los integrantes de la revista estuvimos ciertos de su incompe-
tencia e insolencia. Por esto, el nombre de la co-traductora que aparece en la revista no
es abiertamente el mío (...), de acuerdo a un buen consejo que me dio Sommer, pues
Klementyna no merecía el respaldo que hubiera podido darle mi nombre (...) La actitud
de Jarzebski hacia mí es de mala fe, lo hace para ponerse del lado de su joven amiga,
Klementyna (...) Jarzebski es un psicólogo tan capaz y listo como lo es Klementyna en
materia de traducciones y escritura”
El Lenteja, después de haber tenido encerradas en el cajón del escritorio durante más
de tres años dos de las cartas que me había escrito el Príncipe Bastardo, se puso en
contacto conmigo.
Es el director de “Literatura na swiecie” y también él, para esa época, tuvo un cambio
de palabras con el Pequeño K que puso en mi conocimiento.
“Acerca de su tercer deseo (le pedí que publicara en su revista una nota del Pequeño K),
lo lamento mucho pero no podemos satisfacerlo. Por el conocimiento que tenemos del
contexto de la literatura de Polonia debo decirle que la publicación de la nota de Raj-
mund Kalicki en “Literatura na swiecie”, así como está, podría ser perjudicial para el
mismo Mr Kalicki, inclusive también para usted, y seguramente dañaría la reputación
de nuestra revista”
En ese número de “Literatura na swiecie” se produjo un milagro, el Lenteja consiguió la
autorización de la Vaca Sagrada para publicar en versión polaca trece de las cartas que
Gombrowicz me había escrito.
Fue el Lenteja quien eligió esas trece cartas, el número de la yeta en la numerología de
la quinela, no son las mejores cartas pero no ciertamente por la responsabilidad del
Lenteja sino por la de Vaca Sagrada que actuó de filtro, hacía tiempo ya venía manifes-
tando una preocupación religiosa y quería proteger la memoria de su esposo, estaba
haciendo todo lo posible por no ofender a la Santa Iglesia Católica.
En las fotos que forman parte de este gombrowiczidas aparecen la Prima, la Corifea y
el Lenteja con un talante que es difícil definir, tienen algo de argentino y algo de pola-
co, vamos a ver entonces qué piensa Gombrowicz de todo esto.
La Argentina es un país que se preocupa más por el fútbol que por las ideas, es por es-
to un país inmaduro. Pero el infantilismo argentino es menos peligroso que el infanti-
lismo de la gente fanática la que, en nombre de alguna teoría, está dispuesta a pasar
por el cuchillo a la mitad de la humanidad.
El hombre argentino, relajado, elástico e incapaz de asimilar teoría alguna es precisa-
mente por esta razón el hombre del futuro, en todo caso, un hombre existencialista,
porque el existencialismo se pone en la vereda de enfrente de los esquemas, de las
abstracciones y de las teorías.
Existe un parentesco entre el polaco y el argentino, no sólo por la alergia que le tienen
a las ideologías sino por la situación de sus naciones respecto al mundo.
El existencialismo sabe muy bien que ninguna idea y ninguna teoría pueden esclarecer
el sentido de la vida, no es extraño que la Argentina sea entonces un país existencial
pues aquí reina el sosiego en medio de espacios enormes ocupados por poca gente y
con poca historia, aquí el hombre puede crear para sí mismo su propia vida.
EL ABANDERADO Y EL CASANOVA
“Querido Gomez: Agradezco el mote de Casanova, aunque me haya sido conferido por
delegación femenina (un acto de generosidad por parte de mis amigas, sin duda).
Permítame señalarle que si usted hubiese leído la nota que escribí al respecto del even-
to, habría advertido que el soponcio se vio muy atemperado por la ironía y que en
ningún caso se trató de una afectación de importancia, así que no veo por qué debería
ser castigado con una parrafada moral de su santo laico don Witold al respecto. De to-
dos modos, sí le escribo para aclarar que no me siento gombrowiczida ni practico el
gombrowiczismo. Me siento, en cambio, afectuosamente, muy dipaoliano”
El comentario del Abanderado es mucho más audaz que el del Casanova y roza delibe-
radamente el descaro.
“(...) Majestad, monarquía, rey en el exilio y corte… Esto me lleva a la cuestión de las
genealogías. En su infinita cortesía –otra palabra de cuño aristocrático– Dipi dejó que
se le atribuyera una pertenencia y un legado; de él se dice que a su vez fue discípulo de
Gombrowicz. Tal vez él mismo lo siga diciendo aún, yo no lo sé porque hace mucho que
no nos vemos y este día no sirvió para actualizarnos del todo. Lo que quiero decir, o
destacar, es que lo hecho por Dipi es mucho más arduo que la gesta gombrowicziana.
Gombrowicz creó un círculo y utilizó su obra para crear su fama, lo que no era tan difí-
cil, debido a que su figura tenía rasgos promocionables muy evidentes. No había mane-
ra de que a largo plazo la intelectualidad argentina se abstuviera de caer rendida a sus
pies, independientemente de lo que pudiera pensar de sus libros. Yo creo que Dipi,
hipotético discípulo, siguió el camino inverso (...)”
“Cerca ya de los cincuenta años, uno puede decir que conoció a muchos hombres de ta-
lento. Eso no es raro, talento sobra a lo largo y a lo ancho del país. El mundo desperdi-
cia talento a cada rato. Pero lo más difícil, lo raro, excepcional y hermoso (para citar un
long play de los Bee Gees), es que a lo largo de la vida conozcamos a una persona de
genio. Yo tuve esa suerte al conocer a Jorge 'Dipi' Di Paola (...)Yo propondría a Dipi
desde ya para el Premio Nobel, si no fuera que los premios se dan a las carreras y no a
las obras. Pero me gustaría ver a Dipi recibiendo ese millón de dólares del premio, para
ver qué hace con la tarasca. Ese día va a ser una fiesta”
El Casanova utiliza al Asno como una garrocha para saltar sobre Gombrowicz, el Aban-
derado en cambio es más cómodo, cuando le aparecen problemas como el de Gom-
browicz o el de la filosofía de la ciencia física les pasa por el costado.
El distinto talante que muestran estos dos hombres de letras se ve muy bien en las fo-
tografías de este gombrowiczidas.
Mientras el Casanova aparece como un trabajador del pensamiento acariciando una li-
notipo, el Abanderado adopta una actitud señorial y distante, como si estuviera
huyendo de algún esfuerzo.
LOS MEXICANOS
Los mexicanos de la revista “Los elementos del reino” hicieron una magní-
fica composición fotográfica con los rostros de la Hierática, la Bestia Cata-
lana y la Vaca Sagrada, una pequeña obra de arte que le hice conocer
inmediatamente a la Hierática con la seguridad de que le iba a encantar, pero al ver la ima-
gen de “El perfume de cuatro mujeres” algún bicho raro le picó.
“No lo puedo creer... soy un avatar de Rita”
–Mercedes, es una composición fotográfica excelente; –Mira, Goma, recién vengo de Nue-
va York, los mexicanos que vi por allá no andan nada bien, una tarde de cuarenta grados de
calor se me acercó uno disfrazado de pato amarillo con un vestido abrigadísimo y me pidió
cinco dólares.
Cuando por alguna razón los mexicanos y Gombrowicz aparecen mezclados me vienen a la
memoria unas palabras del Orate Blaguer que junta en unas pocas líneas al Niño Ruso con
el Hábil Declarante y el Cacatúa.
“(...) ‘Me creo a mí mismo a través de mi obra. Primero combatiré, y después sabré lo
que soy’, le oigo decir a Gombrowicz.
Sé el tiempo empleado en leerla, pero no el que tardé en comprender esa vida, que en
realidad es esencialmente una obra. Pero sí sé que un día le oí decir a Christopher
Domínguez Michael que aún no sabía si Gombrowicz fue un genio que sólo el nuevo si-
glo comprenderá o una extraña criatura de la vanguardia que incubaban en la gran Po-
lonia escritores como Schulz y Witkiewicz. Y también sé que le oí decir que había cruza-
do con muy poca gente palabras en torno a la obra de Gombrowicz (citaba a Pitol y
Manjarrez entre otros), ‘pues entre las características que delatan a este misántropo es
que poco puede decirse de él’ (...)”
El Cacatúa escribió hace casi un cuarto de siglo una nota prodigiosa en la que compara
a Gombrowicz y Thomas Mann con tanta maestría que no tiene nada que envidiarle a
las “Vidas paralelas” de Plutarco, sin embargo, no siempre hace comentarios atinados,
y no los hace porque el Cacatúa tiene un capiti diminutio como muy cumplidamente
vamos a demostrar en este gombrowiczidas.
“La mayoría de las fotos de Gombrowicz que conozco lo muestran fumando en pipa. Un
hombre de orejas muy grandes, patas de gallo en crucigrama, ojos que no miran la
cámara (...), nariz de grandes ventanas, pelo ralo, tórax ancho (...) y una mano grande
... que agarra una pipa”
Las palabras del Cacatúa sobre el aspecto de Gombrowicz no son muy felices que di-
gamos, en cambio, sus reflexiones sobre la santidad y el satanismo del polaco y del
alemán son incomparables.
No están nada mal estas meditaciones del Cacatúa, la perversidad que destilan las con-
fusiones entre la santidad y el satanismo, entre la inocencia y la obscenidad y, para de-
cirlo con las propias palabras de Gombrowicz, entre la inmadurez y la forma, son una
clave conspicua para comprenderlo, aunque no sé si eso es lo que Gombrowicz andaba
buscando, si eso es lo que él quería, si ése era el lugar a donde quería ir.
Pero antes de deambular por pensamientos tan atinados el Cacatúa había pisado el pa-
lito y nos hace conocer sus sentimientos de inferioridad.
“Estoy seguro, sin embargo, que en “El casamiento” Gombrowicz afirma, insinúa y des-
pliega la idea de que lo inferior es también superior... sin que por ello deje de ser infe-
rior. Esta es una idea extraña, efectivamente, el 68 no la consagró, pero Gombrowicz,
sumamente apolítico en el sentido más amplio y estricto del término, pensaba que era
una idea revolucionaria”
“El casamiento” no parece una obra en la que Gombrowicz haya puesto especialmente
el énfasis en el asunto de la inferioridad, aunque las relaciones entre la inferioridad y la
superioridad aparecen en todos sus escritos. Pero el Cacatúa piensa que sí y sigue ade-
lante con esta idea adornándola con pasajes del epistolario de Gombrowicz.
“En la carta a Juan Carlos Gómez del 15 de noviembre de 1964 se observa cómo Witol-
do entendía perfectamente el espíritu español, pero no sus reglas... Gombrowicz en-
tendía la inferioridad de América Latina, pero no toleraba el discurso sobre la injusticia
del subdesarrollo (...) En esta carta a Juan Carlos Gómez, Gombrowicz dibuja un peque-
ño plano de su departamento, destacando y subrayando que tiene tres balcones (...)”
El Cacatúa comienza su excepcional nota a la que dio en llamar “El padre es el doble
del hijo”, un título por sí mismo llamativo, con una declaración increíble.
“De 1968 a 1974 leí mucho a Witold Gombrowicz. Acabo de poner sobre la mesa todos
los libros suyos que leí en esa época... Son más que los que tengo de Tolstoi o Dickens,
pongamos por caso... (...)”
“El casamiento” es el sueño sobre una ceremonia religiosa y metafísica que se celebra
en un futuro trágico en el que el hombre advierte con horror que se está formando a sí
mismo de un modo imprevisible; un acorde disonante entre el individuo y la forma, y
no entre lo inferior y lo superior como piensa el Cacatúa.
Las fotos que aparecen en este gombrowiczidas son muy elocuentes. “El perfume de
cuatro mujeres” es una pequeña obra de arte que realizaron los mexicanos a pesar de
las protestas infundadas que formuló la Hierática.
El Niño Ruso oculta detrás de su sonrisa sus misterios más reservados, mientras que el
Cacatúa es, como puede verse, un pájaro más grande que un loro. Este avechucho tie-
ne un pico poderoso, es ruidoso, arisco y Dios lo ha dotado con el don de la palabra.
El caso del Hábil Declarante es parecido al del Visir y el Faraón.. El Visir creía en Dios
pero practicaba la religión musulmana para disimular, hasta que un súbdito lo denun-
ció presentando cuarenta testigos que dieron fe de que adoraba al Dios de Moisés y
que renegaba del Faraón: –El que ha creado a los que me denuncian me ha creado a
mí también, deseo entonces rey que los perdones por haberme acusado y también pa-
ra complacerme en el día de hoy.
Estaba leyendo una carta de Louis Soler, uno de mis más entrañables
gombrowiczidas que ya no está con nosotros, y me quedaron flotando
un párrafo dramático y una fotografía conmovedora de su madre.
“(...) es mi madre, poniendo en autogestión el mercado de Barcelona, con la pistola en
la mano (...)”
Esta mujer, una hermosa anarquista barcelonesa, me llevó de la mano a los sueños que
yo tuve en mi juventud con el heroísmo y la grandeza de la mujer española en la gue-
rra civil.
Cuando ya me había abandonado a esas hermosas imágenes flotantes que me venían
del pasado, un golpe seco me despertó del sueño.
Gombrowicz está dando una versión muy distinta de la mujer española a la que yo ten-
ía, y me imagino que con la misma seguridad con la que decía que le gustaba la sopa
de tomate.
“¡Debía defenderme a mí mismo! (...) Pues la realidad, pensaba yo, esta realidad gene-
ral, objetiva, no es en absoluto la realidad. La verdadera realidad es la propia de uno
mismo. No me está permitido escribir: ‘La sopa de tomate es una buena sopa’ ¡Qué
abuso! En cambio, estoy en mi derecho cuando digo: ‘Me gusta la sopa de tomate’ ¡Así
es como hay que hablar! Eso es el estilo”
Sin embargo, en cuestión de versiones, Gombrowicz no se quedaba con una sola idea,
tenía por lo menos dos, también para la mujer polaca.
Para analizar este tipo de negación tan frecuente en Gombrowicz es bueno recordar
que la negación es para Sartre la primera propiedad de la conciencia, surge de la for-
mación de un espacio vacío en la plenitud del ser. El ejercicio de la negación constituye
pues la diferencia básica entre la conciencia humana y la naturaleza inanimada.
La negación es realmente nada o, para ser más precisos, la nada que está en el corazón
del hombre. Gombrowicz ejerció esta primera propiedad de la conciencia con todo lo
que se le cruzaba por el camino.
Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron Marcelina Antonina, Rena, las criadas y
las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya
hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se ca-
racterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades fi-
lantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus
hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los
principios que ellas practicaban era hostil y maligna. De las criadas Gombrowicz se
ocupa en “La escalera de servicio” y de las primas en “Ferdydurke”.
Los escritores son realmente molestos, como sólo existen por obra y gracia de los lec-
tores se pasan la vida buscándolos, aunque sea debajo de la mesa. Por lo demás, son
mansos, en la mayoría de los casos no son hombres de acción y hasta pueden resultar
simpáticos. Mis aventuras con los hombres de letras siguen en general un curso des-
cendente, empiezan con un gran entusiasmo pero no resisten el paso del tiempo. Así
es, por un quítame de ahí esas pajas perdí mi amistad con el Pato Criollo, cuando la
pusimos a prueba con el prólogo que escribió para “Gombrowicz, este hombre me
causa problemas”. En el tiempo en el que todavía éramos amigos me escribía cartas
enigmáticas.
“Qué extraño, que no leas. Yo prácticamente no hago otra cosa (...) Pero estoy seguro
que vas a leer esta carta. Si yo fuera una de esas pedagogas insistentes, se me ocurriría
un truco para hacerte leer: tomaría una buena novela, por ejemplo “La Montaña Mági-
ca” de Thomas Mann, y te la iría mandando de a una página por día en un sobre; si en-
cuentro una oficina de correos que abra los domingos, me llevará tres años, si no, cua-
tro”
Un poco por este truco del Pato Criollo y otro poco por el hecho de que en cada uno de
mis corresponsales debe anidar algo de esa impotencia que tenía Gombrowicz que le
impedía terminar de leer los libros, la cuestión es que se me fue ocurriendo la idea de
escribir los gombrowiczidas, una idea que también me permite entrar y salir de Gom-
browicz con alguna soltura.
En efecto, hace algún tiempo comenté que su pertenencia a dos mundos, tan fuerte-
mente marcada desde su juventud, fue muy clara hasta la muerte del padre, después
las cosas fueron cambiando. En vida del viejo Gombrowicz entraba a la oscuridad y
volvía a la luz con alguna facilidad, cruzaba la línea de sombra en las dos direcciones lo
que le permitía comportarse como un camaleón. Esa doble personalidad se prestaba a
la mistificación, su apariencia de terrateniente más que de asiduo de cafés y de escri-
tor vanguardista le producía todo tipo de malentendidos, especialmente con el género
femenino. Si bien es cierto que el camaleón tiene formas distintas hay que decir que
no las tiene al mismo tiempo, mientras que con el ornitorrinco pasa otra cosa. Se podr-
ía decir que el mundo de Gombrowicz es más parecido a un ornitorrinco que a un ca-
maleón.
LA COLIFATA
La Colifata es una polaca más loca que una cabra, una joven diplomá-
tica que se desempeñó como segunda del Camaleón en la Embajada
de Polonia.
Mientras anduvo por acá se comportó siempre como una mujer de carácter, finalmen-
te se peleó con el embajador y la trasladaron a Venezuela. Se fue de la Argentina con
un proyecto debajo del brazo: traducir al polaco las cartas que me había escrito Gom-
browicz y luego publicarlas.
La parte del proyecto que se refería a la publicación era de difícil realización, necesita-
ba la aprobación de la Vaca Sagrada que ya se la había negado a media docena de Pro-
toseres hispanohablantes.
Al primer encuentro llevé los originales de las cartas de Gombrowicz pues la Vaca tenía
que preparar un informe muy detallado sobre la correspondencia para la Universidad
Jaguellónica.
Querían pormenores sobre su gramaje, su color y muy especialmente sobre sus medi-
das, pero resulta que el filólogo gombrowiczólogo seguramente aturdido con los traji-
nes del viaje se olvidó de llevar una regla. Yo lo castigué por tonto así que tuvo que ir él
solo a comprarla sin saber una palabra de español, naturalmente se perdió y regresó
después de una hora.
Cuando la reunión estaba muy animada y ya teníamos algunas copas encima llegó el
marido de la Colifata con el rostro demudado. Se alejaron de la mesa, hablaron unas
palabras en voz baja y se retiraron con la excusa de que había surgido un problema en
la embajada.
La Colifata me contó después que el marido había agarrado por el cuello al cónsul po-
laco en la mismímima embajada con la intención de ahorcarlo, llegó preocupadísimo al
café donde estábamos, quería comunicarle a la Colifata lo afligido que estaba, tenía
miedo de que la fueran a despedir por su grandísima culpa.
No todos los argentinos que conozco son personajes, pero todos los polacos que yo
conozco son personajes, y esto vendría a ser algo así como un misterio. Gombrowicz
también intentaba indagar en el enigma que aparece cuando se confronta la forma ar-
gentina con la polaca.
No obstante el misterio polaco tenía los pies de barro. Polonia era un país que no se
destacaba demasiado, que carecía de una cara propia, pero los polacos, sin embargo,
no pasaban por el mundo desapercibidos, aunque en la mayoría de los casos llamaban
la atención por sus extravagancias. A pesar de todo, el misterio polaco existe, una cier-
ta manera polaca que atrae e interesa al extranjero.
“Estuvimos discutiendo sobre este tema con grupo humano de varias lenguas, al volver
de la proyección de una película cuyo título en polaco debe ser Zamach (El atentado). A
aquellos argentinos, ingleses e italianos la película le había parecido bastante exótica,
pero cuando los acosé a preguntas, resultó que no era por el tema, ni por la forma
artística ni por la acción. No, todo eso es más que conocido, ese patriotismo, la lucha
contra el invasor, el heroísmo de la juventud, sí, es un tema bastante sobado..., pero
aquellas gorras..., y aquella manera de andar... Precisamente esos detalles de tercer
orden, que no se sabe cómo llegan a la pantalla, eran los que más les habían interesa-
do”
El águila blanca del escudo de Polonia es imperial y hermosa como lo son las águilas
pero tiene algo de extravagante, se parece a esos jóvenes polacos de la película “El
atentado” de la que habla Gombrowicz, pero sin la gorra.
Una cierta locura contagiosa flota alrededor de los polacos, en efecto, después de la
retirada apresurada de la Colifata rumbo a la embajada para resolver la emergencia
que se había presentado, la Vaca y yo seguimos charlando y tomando vodka durante
dos horas, el hablaba en polaco y yo en español así que no entendíamos nada de nada,
sin embargo, conversábamos animadamente con un gran entusiasmo.
Höllerer –una especie de Victoria Ocampo nos decía en sus cartas– le inspiraba con-
fianza, tanto como profesor como por su talante de estudiante, algo que se le hacía
evidente cuando escuchaba su risa jocosa y juvenil. Gombrowicz esperaba que esa jo-
vialidad lo librara justamente de ese compromiso con los estudiantes de la universi-
dad, pero el alemán que el profesor llevaba adentro lo obligó a representar su papel y
se dispuso a abrir la sesión.
“Höllerer hablaba como profesor y sólo como profesor, dentro de los límites de la fun-
ción, Barlevi, en calidad de polaco, de futurista varsoviano de antes de la guerra y de
pintor que estaba preparando una exposición, y también de invitado de Höllerer.
Hölzer, en calidad de poeta... Völker, como joven literato”
Gombrowicz se sintió ignorado, tenía que hacerse notar, decidió por lo tanto dar seña-
les de vida y pidió la palabra para chapurrear su alemán. Su balbuceo hueco se volvió
enseguida inconcebible, ensartaba palabras al azar con el único propósito de seguir
hablando, pero, increíblemente, los estudiantes lo estaban escuchando, no sabía cómo
seguir.
Entonces se dirigió a Barlevi, al que podía hincar el diente como compatriota y como
pintor, y en un tono apasionado le empezó a hacer reproches incomprensibles, hasta
que Barlevi se durmió. Sonaron los aplausos, los estudiantes se levantaron y Höllerer
dio por terminada la reunión.
EL BOXITRACIO
Gombrowicz escuchaba las protestas de los jóvenes de Santiago contra Europa a la que
no querían imitar, estaban indignados porque los aplastaba, pero no podían rebelarse
porque eran inmaduros, y de esa manera ellos mismos se ponían en un círculo vicioso.
Llegados a ese punto que parecía sin retorno, Gombrowicz les recordaba que la cultura
no es en absoluto necesaria para sentirse al mismo nivel de Europa. Si Santiago no es-
taba hecho a la medida de París había que demostrar que París era tan inmaduro como
Santiago. Y les pregunta entonces dónde les parecía a ellos que se decían más tonter-
ías.
En Santiago se discute sobre cosas concretas como pueden ser las cosechas o las cos-
tumbres de la hija del vecino, de argumentos conocidos por todo el mundo, mientras
que en París se habla de existencialismo, de la música de Schönberg o de teorías físicas
que nadie domina y que sobrepasan las posibilidades de los buenos burgueses parisi-
nos. Dicho de otra manera: París es más culto que Santiago, pero precisamente por
eso, la gente allí dice más tonterías.
El conflicto pareciera ser la fuerza que nos une a los otros hombres sea con la intensi-
dad que fuere. El Pterodáctilo no se fue a las manos con Gombrowicz cuando le contó
en Vence que había destapado una botella de champaña el día que mataron al “Che”,
pero Arrillaga, el comunista que me lo había presentado, lo amenazó con desparramar-
le mierda en la cara cuando Gombrowicz lo examinó en presencia mía sobre el origen
del materialismo histórico y puso al descubierto que el desconcertado comunista no
conocía ni siquiera el título de un libro de Hegel.
En ese momento se produce un fenómeno muy estudiado por las ciencias físicas, el
Avechucho desapareció inesperadamente pero apareció en su lugar el Boxitracio, y de
esta nueva aproximación resultó la publicación de dos notas en el Diario Perfil, una del
Boxitracio y otra mía, ambas mutiladas cuidadosamente pues según parece a Perfil to-
do lo que le entregan le parece grande para el diario y demasiado fuerte para sus lec-
tores.
“Sé gentil conmigo, el calor me desmoraliza, si no querés publicar ninguno de mis escri-
tos no los publiqués, pero decime qué pensás hacer, corrés el peligro de que te convier-
ta en uno de los personajes de los gombrowiczidas”
“Tengo treinta años, hice box amateur y entreno tres veces por semana en un gimnasio
de Flores, la literatura y sus personajes me recontra chupan un huevo. Así que, primero
que nada, tené en cuenta que a donde te hagas el loco, por más astrofísico que seas, te
voy a buscar y te voy a romper en mil pedacitos. Quedás avisado”
El aspecto torvo y sombrío del Boxitracio que aparece en la foto del gombrowiczidas
no augura nada bueno.
EL PRÍNCIPE BASTARDO
El Príncipe Bastardo fue diplomático antes de la guerra, integrante del ejército polaco
que combatió en Francia contra los nazis por la liberación de Europa, miembro sobre-
saliente del mundo artístico parisino de posguerra, y fue también el primer gombro-
wiczida que apareció en el mundo.
Dice Gombrowicz que sus relaciones con Jelenski se habían vuelto distendidas, que se
habían empezado a sentir realmente cómodos a partir del momento en que habían
descubierto una tatarabuela común.
El lugar en el que le abrieron las puertas de la cárcel a Gombrowicz fue París, pero no
fue el Príncipe Bastardo polaco sino el francés Bondy el que se las abrió a “Ferdydur-
ke”, ¿quién le podía creer un polaco si, como dice Dostoievski, se declaran condes en
cuanto pisan un país extranjero?
“Ando enloquecido, Ferdy aparece el 10 de noviembre en París, precedida por una pu-
blicación de Lettres nouvelles, ahora ocurre que sin avisarme han metido en el libro un
prefacio, lo que me enfureció, mandé telegrama exigiendo que lo saquen a toda costa,
el príncipe se enfermó, Nadeau asustadísimo, ahora después leí otra vez el prefacio y
me pareció tan bueno que estoy temblando que lo van a sacar y ya mandé otro tele-
grama. Ahora nada sé, todo está en manos de Dios”
El prefacio lo había escrito el Príncipe Bastardo, un texto que finalmente apareció en la
edición francesa de “Ferdydurke”.
Las notas que escribía el Príncipe Bastardo sobre la obra de Gombrowicz recorrían
París como reguero de pólvora.
Durante el mayo francés puso de relieve que la revolución de la juventud había sido
anunciada por Gombrowicz con treinta años de anticipación y que “Opereta” era una
ilustración poética de los acontecimientos de mayo.
El Príncipe Bastardo vivía con la hermosa pintora argentina Leonor Fini y con otro poe-
ta diplomático, un ménage à trois, en un departamento de dos pisos en el Marais. Uno
de los pisos estaba bellamente decorado con muebles Regencia y pinturas de los ami-
gos surrealistas de Leonor, el otro lo ocupaban alrededor de treinta gatos: persas, an-
goras, siameses, cuyo remolino de colores creaba su propia decoración fantasmagóri-
ca. Leonor había hecho la escenografía de la producción francesa del Requiem for a
Nun de William Faulkner, y en la intimidad hacía intrincados dibujos pornográficos que
mostraba furtivamente a los amigos mientras bailaba con suavidad alrededor de un
cuarto.
“Las damas mas distinguidas gritaban ‘ah, que felicidad, la suya!’ cuando Leonor Fini
les anunciaba mi presencia en su casa”
La vida del Príncipe Bastardo no tuvo un final feliz, murió de Sida en 1987, un año des-
pués de que el virus recibiera el nombre que tiene hoy: VIH. En esa época la gente
temía acercarse al los infectados pues aún no se conocían bien las vías de contagio y
en general se consideraba que el estilo de vida depravado de los homosexuales era
responsable de la enfermedad.
LA CONSIGLIERE Y EL MAFIOSO
Una característica común que tienen estos juicios de Dios es que los acusados son so-
metidos a pruebas extra corporales para encontrar la causa de la transformación.
Si bien es cierto que el contenido de los gombrowiczidas debía ser más tentador para
los jóvenes del Malba que para un Gnomo Pimentón sexagenario, ésta no podía ser la
única causa de que a ese homúnculo, guardián de los tesoros subterráneos, se le
hubieran escapado el valor que tienen estos escritos. La causa moral tampoco es admi-
sible porque todo el mundo sabe que los gnomos, sean pimentones o de otro color,
son amorales.
La única forma que se me ocurre para explicar la caída vertiginosa de las nociones
axiológicas del Gnomo Pimentón es suponiendo un debilitamiento grave de su capaci-
dad cognoscitiva.
Sin embargo, sigue manteniendo en esa página un círculo al que llama Gombrowicz, un
círculo tan vicioso como el Gnomo Pimentón mismo, un círculo que morirá en las bo-
cas de los que entren a él porque tiene un nombre que ese gusano no sabe pronunciar.
Sin tomar en cuenta la cantidad de palabras que le dedico a cada escritor podría decir
que el conjunto de escritores que han caído en mis manos viene a ser algo así como un
sistema solar cuyo centro es Gombrowicz a cuyo servicio se puso “El hilo de Ariadna”,
la revista de la organización mafiosa del Malba.
En un momento determinado esta publicación alcanzó la doble naturaleza ondulatoria
y corpuscular, completando su versión virtual con una versión física de ciento cincuen-
ta páginas por número, y todo esto para ampliar y hacer más poderosa la familia del
Padrino
Y, dicho y hecho, el Boxeador Amateur desairó a “El hilo de Ariadna”; en la Feria del li-
bro había alegado un cólico renal para excusarse, ahora interpuso un viaje a San Pedro.
Este Boxeador Amateur que pasa por ser un hombre de letras sincero y responsable
debe sentir un verdadero placer faltando a sus compromisos, si es que llegara a ser
cierto lo que nos decía Gombrowicz: –¿Por qué será, niños, que uno goza tanto cuando
se hace pasar por algo que no es?
LAS CONDECORACIONES
A pesar de haber recibido un golpe tan duro no estaba triste, sabía por el Zorro que el
Presidente de la República de Polonia me había otorgado la Cruz al Mérito de Oro. Es
una de las condecoraciones más importantes que le dan los polacos a sus ciudadanos y
a los extranjeros para distinguir el desempeño en las actividades civiles y militares y, en
mi caso, en aquellas que tienen que ver con la cultura. Soñaba despierto con esa cruz
que iba a guardar toda la vida junto a mis recuerdos más queridos.
Sin embargo, algo me daba vueltas en la cabeza y no me dejaba dormir tranquilo, era
una carta que me había escrito el Pequeño K hacía ya bastante tiempo.
“Las costumbres se han venido a menos. Hace unos días mi jefe, Jerzy Lisowski, acom-
pañó al Presidente de la Nación en su viaje oficial a Francia. Después de una recepción
regia (casi), desde el aeropuerto los llevaron a un hotel lujoso en el centro de París. Me
cuenta Lisowski: –Tenía dos horas libres así que opté por acostarme. Un apartamento
enorme, una cama inmensa como para tres parejas. Me desvestí, ¡a apolillar se ha di-
cho!, pero justo en ese momento llaman a la puerta. Voy, abro, y veo a un portero con
su uniforme regular: –¿Monsieur Lisowski?; –Oui, le contesté en paños menores; –Ce
pour vous... y me entregó un paquetito. Vuelvo a la habitación, abro el paquete y veo...
veo una orden para mí: la Legión de Honor. La Francia de hoy ya no es como la de ante-
s, a otro miembro de la delegación polaca le entregaron la orden en el ascensor, y a
otro más, en el pasillo”
A mí no me va a pasar lo mismo decía para mis adentros, yo voy a ser el único conde-
corado en la casa señorial que tiene la Embajada de Polonia en Palermo Chico. El me-
diodía del 15 de diciembre del año 2004 el Zorro entregó una docena de cruces al
mérito. Mientras yo le reprochaba amargamente esa colectivización de la ceremonia el
amagaba una defensa falsa alegando que no todas las medallas habían sido de oro
como la mía, entonces le rogué que me volviera a condecorar en el Centro Cultural
Borges a mí solo, esa misma noche, en el cierre de las jornadas gombrowiczianas.
La cuestión es que el Zorro se apiadó de mí –mucho tuvo que ver con esto la interme-
diación de la Gallega Micifuza– y me condecoró otra vez tal cual se lo había pedido y
como puede verse en una de mis solapas de la fotografía, antes de que yo diera por
terminada la celebración del centenario en el Centro Cultural Borges con una confe-
rencia de la que copio sus palabras iniciales. El escenario estaba afeado por un telón
blanco que habían colgado para proyectar “Pornografía”, una película de Kolski con
cuya proyección se cerraron las jornadas conmemorativas.
“En el Centro Cultural Borges empezamos y hoy estamos terminando una empresa no-
ble que contagió a los integrantes de la fundación. El enigma de Gombrowicz electrizó
a sus jóvenes, los inspiró de tal forma que realizaron un trabajo sin par, llevaron ade-
lante un proyecto con el que alcanzaron uno de los picos memorables de la historia del
Centro Cultural Borges. Yo estoy muy agradecido por la generosidad con la que me tra-
taron estos jóvenes y por la paciencia que tuvieron conmigo; las horas y los días que
trabajamos juntos ya forman parte de mis recuerdos más queridos.
De una razón: debía ser un día lo más cercano que fuera posible al fin de año para dar-
le al cierre un tono espiritual, pero no tan cercano que fuera a caer en las semanas de
las fiestas, ésta es una época en que la gente anda medio mareada y no distingue un
triángulo de un número primo.
De la otra razón: debía ser un día que se constituyera en una gesta, en una efeméride, y
a falta de gesta en una gestación. Si bien es cierto que los días de apertura y de cierre
coinciden, este mero hecho con toda la sugestión que tiene no llega a ser una efeméri-
de, pero los meses que los separan sí constituyen una gestación pues han transcurrido
exactamente nueve entre ambas fechas, tiempo que dura la gestación de un ser huma-
no, algo así como un nuevo nacimiento de Gombrowicz, un bebé de cien años, un poco
viejo, pero eso sí, bastante inmaduro, y otra vez dispuesto a contrariarnos (...)”
“Twórczosc ha sido desde el comienzo un barco muy entrañable para mí, un barco cuyo
capitán era Jerzy Lisowski, su motor Rajmund Kalicki, y su piloto Henryk Bereza. En No
veremo en Bueno Saires los hice garantes de mi trilogía pues son ellos los que sacaron
de mí el Gombrowicz que tenía adentro. Se nos murió el capitán pero el barco sigue na-
vegando. Para mantenerlo en rumbo con la brújula apuntando hacia Gombrowicz voy a
intentar reducir la incertidumbre contra la que protesta Bereza.
De convencer a la viuda se tendrá que ocupar otro, yo estoy viendo si le puedo poner
unos límites más estrechos al reino de lo desconocido con Las Cartas, un texto que re-
coge el clima crudo e inexplicado de la correspondencia de Gombrowicz publicada en
Twórczosc nr. 7 1999 para intranquilizarlo con algunos comentarios.
Es un homenaje que quiero rendirle a los tres: a Jerzy Lisowski, a Rajmund Kalicki, y a
Henryk Bereza. Y es mi adiós a ese oso bueno y barbudo que hizo un esfuerzo de gigan-
te capitaneando ese barco llamado Twórczosc para llevarlo al buen puerto del cente-
nario de Gombrowicz”
EL BEDUINO
“La caída del telón sobre este enorme salón del Rex en el que se juga-
ba al ajedrez y al billar nos complicó la vida, especialmente a Gom-
browicz que sólo pudo retener en La Fragata al Alemán, al Galimatías,
al Beduino, a mí. El Alemán se casó, el Beduino se fue a México, y ese venero de jóvenes
del viejo salón con el que Gombrowicz reemplazaba a los que se iban, cerró con el Rex.
La cosa es que cuando Gombrowicz se fue de la Argentina había una tensión afectiva
latente en nuestra relación que casi explota con el segundo Piriápolis frustrado. Los
últimos días fueron confusos, en medio de una gran tristeza también me iba aparecien-
do un alivio” –Gombrowicz, y todo lo demás
El Beduino, uno de los comparsas del teatro de Santiago del Estero, era un personaje
desconcertante. De un aspecto intimidatorio por su fiereza, sin embargo, era el más
tierno de todos nosotros.
Para defenderse de su timidez recurría a burlas inocentes en forma permanente de
modo que alrededor del Beduino flotaba un aire de irrealidad manifiesto, ese genieci-
llo burlón nos recordaba a Descartes.
En ningún pensamiento, por claro y distinto que sea, hay la más mínima garantía de la
existencia de su objeto. Para decir esto Descartes hace un rodeo muy extraño, se ima-
gina que un geniecillo maligno y todopoderoso se puede empeñar en engañarnos.
Nos puede poner en la mente pensamientos de una claridad y sencillez que tengan una
evidencia indubitable, y, sin embargo, esos pensamientos, a pesar de su evidencia,
quizás no sean verdaderos porque ese geniecillo todopoderoso, maligno y burlón se dé
el gusto de poner en nuestra mente pensamientos evidentes y, no obstante, falsos.
Claro que ésta es una manera metafórica de hablar.
Ese tono burlón se parecía al del Asno, el talante ligero de estos dos gombrowiczidas le
daban oportunidad a Gombrowicz para armar numeritos teatrales, pero a veces él
mismo era víctima de ese talante.
“Beduino y yo en la parada del autobús, esperamos el 208: –¡Oye, viejo! Para no abu-
rrirnos, ¡montaremos un numerito! ¡Los dejaremos boquiabiertos! Habla conmigo co-
mo si yo fuera director de orquesta y tú músico, pregúntame por Toscanini...
Todos miraban severamente a Beduino que, rojo como un tomate, me dirige una mira-
da asesina”
Una broma bastante pesada se la hizo el Asno en Tandil defraudando la confianza que
Gombrowicz había depositado en él.
Le había encargado que hiciera las invitaciones para una conferencia sobre el existen-
cialismo que iba a dar en la Biblioteca de la Municipalidad. El Asno le manifestó su
agradecimiento por la distinción que le estaba haciendo pero para sus adentros le
crecía la malicia.
Entre todas las personas que podía invitar a la reunión el Asno llamó solamente a una
pintora solterona que además pintaba mal, así que el día de la conferencia Gombro-
wicz habló durante dos horas seguidas solamente para esta pobre mujer. Gombrowicz
lo echó del grupo por traidor, los demás gombrowiczidas lo tenían que ver en secreto.
“Pasada una semana de castigo empecé a recibir cartas a través de alguno de ellos.
Eran pequeñas misivas en las que Witold me escribía, por ejemplo: ‘Te perdonaré si
apareces en tal lugar’; se trataba de un lugar lejano al que yo fui la primera vez y por
supuesto él no apareció. Me di cuenta que era parte del castigo, incluso las misivas se-
guían llegando y yo me quedaba con la duda de si Witold había ido o no. Esto duró un
tiempo hasta que nuevamente fui aceptado en la mesa del bar”
Mientras tanto le decía que cada uno de los hermanos Santucho tenía una tendencia
política diferente, gracias a esto la familia no le temía a las revoluciones tan frecuentes
en aquella época, cualquiera fuese la que triunfara algún hermano ganaría: el comunis-
ta, el nacionalista, el liberal, el cura o el peronista. El Beduino trataba de asegurarse,
más que de ninguna otra cosa, de que Gombrowicz tuviera sentido del humor. Cuando
estuvo seguro, con mucho disimulo, encendió un petardo y lo puso debajo del banco,
el petardo estalló: –Perdón, Gombrowicz, ¿se asustó?; –No utilice, jovencito, esas ar-
mas infernales. Se puso blanco como un papel y durante un largo rato no pronunció
palabra.
En el dibujo excelso de Flor de Quilombo que aparece en este gombrowiczidas se lo ve
al Beduino observando con asombro una polémica que Gombrowicz sostiene con uno
de los contertulios del café.
Estos dos grandes escritores se tiraron de las orejas porque sus exilios no fueron igua-
les y porque sus perspectivas históricas difirieron.
La historicidad le ha puesto a la literatura conflictos y dudas ignorados por completo
en la literatura de antaño. Rabelais escribía para divertirse y para divertir a los demás,
escribió lo que le dictaba el corazón y le salió un arte purísimo e imperecedero que ex-
presó la esencia de la humanidad, la de sí mismo como hijo de su tiempo, y la de sí
mismo como germen del tiempo por venir. La creación no puede tener un programa
para ahogar el miedo de no ser aceptado; este miedo no nos conduce a ninguna a par-
te, el escritor no se libera de la soledad con unos tirajes más o menos grandes; sólo
aquél que logra separarse de la gente y existe como un ser singular le puede poner
algún límite a la soledad.
No es el único reproche que le hace a Milosz, también le hace uno desde el lugar de la
clase social a la que pertenecía donde conservaba un snobismo que siempre alimentó.
“El problema de Milosz se ve agravado por el hecho de que él mismo tiene sus orígenes
un poco en la taberna. Uno de los aspectos más interesantes, más sutiles e incluso más
conmovedores de su pose, es para mí ese vínculo personal suyo con la pacotilla polaca;
se nota que él, con todo su europeísmo, también es uno de ellos...”
Milosz había escrito que la diferencia entre el intelectual occidental y el del Este es
muy simple: al occidental no le han dado bien por el culo. Gombrowicz reflexiona so-
bre este aforismo según el cual la ventaja de los intelectuales del Este consistiría en
que son representantes de una cultura embrutecida y, por tal razón, más cercana a la
vida, idea con la que no está de acuerdo.
“Pero Milosz conoce perfectamente los límites de esta verdad, y sería penoso que nues-
tro prestigio se basara únicamente en la referida parte del cuerpo. Porque dicha parte
del cuerpo no es una parte del cuerpo en estado normal, mientras que la filosofía, la li-
teratura y el arte tienen que estar al servicio de personas a quienes no han dejado sin
dientes, no han puesto los ojos en compota o no han desencajado las mandíbulas. Y fi-
jaos cómo Milosz, a pesar de todo, trata de adaptar su embrutecimiento a las exigen-
cias de la exagerada delicadeza occidental. El espíritu y el cuerpo. A veces ocurre que
las comodidades corporales aumentan la agudeza del alma, y que detrás de unas corti-
nas protectoras, en el sofocante cuarto de un burgués, nace una severidad con la que
no han soñado quienes atacaban los tanques con botellas de gasolina. Así que nuestra
cultura embrutecida podría servir, pero solamente en el caso de que se convirtiera en
algo digerido, en una nueva forma de auténtica cultura, en nuestra pensada y organi-
zada aportación al espíritu universal”
Se fue convirtiendo poco a poco en el informante oficial del Este para los escritores del
Oeste. Esta actividad lo colocó en un terreno en el que, para cuidar su prestigio, in-
tentó ser más profundo que los ingleses y que los franceses, y para cuidar el rendi-
miento de sus temas, tuvo que recurrir con frecuencia a la grandeza y al terror. Gom-
browicz terminó por ubicar a Milosz, no como al guardián de un verdadero misterio,
sino como a un borrachín más de la gran taberna polaca.
Milosz estaba convencido de que los diarios eran el mayor logro literario de Gombro-
wicz pues, a diferencia de sus novelas que se repiten en la juventud, abordan una am-
plia gama de temas, sin embargo, también en este género le hacía críticas.
“Cada vez que Gombrowicz se hace el destructor y el irónico, se suma a los escritores
que durante décadas dejaron congelar sus oídos simplemente para fastidiar a sus
mamás, aunque mamá –léase el mundo– ignorara sus caprichos”
Estaba convencido de que Gombrowicz se consideraba tan gran escritor que los demás
no podían llegarle ni a la suela de sus zapatos.
Si tuviéramos que ponerles caras a los personajes que aparecen en la foto de este
gombrowiczidas es seguro que elegiríamos la de Milosz para representar las ideas de
Gombrowicz y la de Gombrowicz para representar las de Milosz.
“(…) la Historia ha enseñado a los polacos lo que quiere decir no ser. Privados de Esta-
do, vivieron durante más de un siglo en el corredor de la muerte. ‘Polonia todavía no ha
perecido’ es el primer y patético verso de su himno nacional y, hace unos cincuenta
años, Gombrowicz, en una carta a Czeslaw Milosz, escribía una frase que no se le habr-
ía ocurrido a ningún español: ‘Si dentro de cien años nuestra lengua todavía exis-
te’…(...)”
EL CEBOLLITA Y EL ACEITOSO
El Cebollita es un distinguido integrante del club de gombrowiczidas al que conocí jun-
to al Aceitoso en el Centro Cultural de España cuando el Bucanero tiró la casa por la
ventana para presentar “Cartas a un amigo argentino”.
Siempre aparecían juntos, llegué a pensar que eran una pareja bien constituida, pero
en lo que respecta a Gombrowicz andaban detrás de cosas diferentes, el Aceitoso
detrás de la correspondencia y el Cebollita detrás de la traducción de “Ferdydurke”.
El Porcus Hungaricus, por aquel entonces un sombrío profesor de Literaturas Eslavas
de la Universidad de Barcelona y director de “Lateral”, le pidió al Aceitoso que se pu-
siera en contacto conmigo después de la aparición de “Cartas a un amigo argentino”
pues tenía interés en publicar en su revista parte del epistolario y un reportaje con el
destinatario de las cartas que era precisamente yo.
Para salir del apuro, a decir verdad yo no estaba muy inspirado que digamos para
hacer un reportaje con el Aceitoso al que consideraba un don nadie, se me ocurrió dar-
le los reportajes que ya me habían hecho Cristina Mucci, Roberto Alifano y Esteban
Peicovich. Tan mal no le salió, aunque se le notaban a la legua las partes pegadas, pero
al lado de algunas cartas de Gombrowicz y de otras mías que aparecieron el la publica-
ción del Porcus Hungaricus, pasó desapercibido.
“(...) me imagino a Gómez hablando sin parar y riendo a carcajadas. Una vez me salvó
la vida porque estaba en un hospital con un ataque de hipo que me impedía tomar los
remedios que me salvaron la vida, y sólo de verle la cara, el ataque de risa (en el borde
de la muerte) me quitó el aterrador hipo que duraba tres días (...) Creo que el joven
Alan lo va a sobrellevar. Horas con Arnesto no son tan malas como horas con Goma (...)
Yo apuesto a que Goma no parará de hablar. Que todo sea a la mayor gloria de Witol-
do (...) Él era el interlocutor filosófico de Witold, encarnó la voz antagónica del diálogo
en presencia del viejo (...) Yo mantuve una distancia que Witold siempre advirtió y tal
vez respetó más allá de las chicanas y las bromas. Goma fue más generoso (...)”
Como el Cebollita, a pesar de todos sus desvaríos patafísicos, quiere pasar por escritor
serio y documentado, me pidió ayuda, tenía el propósito de escribir una nota sobre la
traducción de “Ferdydurke”.
Saqué copias de algunas páginas del “Gombrowicz íntimo”, la versión española pirata
de “Gombrowicz en Argentine” de Marcos Ricardo Barnatán que apareció en 1987 con
gran desconsuelo de la Vaca Sagrada que tragaba bilis y lágrimas amargas, y concerté
un encuentro con el Cebollita en el Centro Cultural Borges, quería retribuirle la gentile-
za que había tenido conmigo copiándome las cartas que le había escrito el Asno los
días anteriores a la presentación de “Cartas a un amigo argentino”.
Pero el Cebollita me jugó una mala pasada y faltó a la cita, se me ocurrió pensar que se
estaba vengando seguramente de alguna trastada que le habría hecho yo, como se
vengaba Gombrowicz del Asno en Tandil cuando le hacía bromas, pero como no sabía
de qué se estaba vengando lo mandé a la mierda que lo parió.
Pasó el tiempo y la vida volvió a reunirnos junto al Esperpento en una mesa redonda
del Malba a la que dieron en llamar “Gombrowicz y los argentinos”.
El título de la ponencia del Cebollita, no podía ser de otra manera, tenía que ver con el
contenido de los documentos que me había pedido a mí: “La traducción al castellano
de “Ferdydurke” es un mito porteño”
“Son muchos los que coinciden en que Gombrowicz conocía ‘Ferdydurke’ absolutamen-
te de memoria. Hace apenas unas horas, Juan Carlos Gómez (más conocido en los
círculos gombrowiczianos por su apodo, ‘Goma’) volvió a narrarme minuciosamente la
portentosa escena: el polaco ofrecía a su nuevo interlocutor (fuera quien fuese) la edi-
ción argentina de su novela y le exigía que buscase y optase por tres palabras cuales-
quiera, pero consecutivas; el desafío, curiosamente, era pare él mismo: se obligaba a
ubicar con exactitud la página en cuestión, ahí donde el desafiado subrayaba su arbi-
trio. Parece ser que lo hacía por dinero y casi nunca se equivocaba (...)”
Así empezó el Cebollita una exposición muy documentada que cautivó a un público en-
tusiasta.
La cantidad de enlaces que estableció para explicar esta traducción de “Ferdydurke”
fue muy grande, vasta nombrar la cantidad de hombres de letras que puso en juego en
su discurso: Virgilio Piñera, Humberto Rodríguez Tomeu, Adolfo de Obieta, Luis Centu-
rión, Manuel Gálvez, Eduardo Mallea, Arturo Capdevila, Lafleur, Roger Plá, Antonio
Berni, Carlos Mastronardi, Coldaroli, Jorge Calvetti, Ernesto Sabato, Raimundo Lida...
Y remató la conferencia haciendo mención a las segundas partes que, como todos sa-
bemos, nunca fueron buenas.
Yo mismo estaba deslumbrado con el conocimiento del Cebollita, pero hacia el final de
la mesa redonda ocurrió algo que me hizo dudar sobre si la seguridad con la que
hablaba el expositor tenía un buen fundamento, y con gran asombro descubrí que no.
En efecto, el Cebollita le estaba comentando a una parte del público que se le había
acercado para hacerle conocer su reconocimiento algunos de los contratiempos pade-
cidos por Gombrowicz mientras administraba justicia en los tribunales de París, una
tontería de marca mayor.
Del examen minucioso de las fotografías que aparecen en este gombrowiczidas es fácil
deducir que tanto el Cebollita como el Aceitoso tienen cara de tramposos y de mal in-
tencionados.
El encuentro fue muy ameno, el Zorro es pintor de cuadros de todos los tamaños, me
mostró la foto de una de sus pinturas de dimensiones enormes, pero la pintura de la
que estaba más orgulloso era la de un retrato que le había hecho al príncipe Jablo-
nowski, el padre se su mujer, que lucía con una tonalidad heráldica en una de las pare-
des del comedor.
El embajador y Zofia son muy bondadosos, el Zorro había pertenecido a una sociedad
secreta de estudiantes gombrowiczidas que traían de contrabando en sus mochilas las
obras de Gombrowicz cuando salían de Polonia. Son católicos confesos y ella, igual que
todas las polacas que conozco, es muy buena cocinera: espárragos con hongos, chule-
tas de cerdo a la polonesa, helado con frutillas y, claro, vino y vodka. Cuando Zofia se
me acercó con la botella de vodka en la mano destacándome su ramita interior tuve
que señalarle que ya conocía esa ceremonia.
El Zorro, que se había empezado a poner intranquilo, le pidió ayuda a la Vaca Sagrada,
y la viuda se la pidió a los españoles, pero la mediación no dio resultado, es decir, el re-
sultado fue tardío, tres de las novelas de Gombrowicz aparecieron recién cuando las
jornadas y la Feria ya se habían extinguido.
El Homúnculo organizó una excelente cena en su casa de Recoleta para mostrar su li-
beralidad y magnificencia. Es un adorador devoto del Asiriobabilónico Metafísico, pero
las escasas intervenciones que ha tenido para meter las narices en los asuntos de
Gombrowicz terminaron siempre mal.
En la cena se puso de manifiesto que estaba dispuesto a colaborar con el proyecto pe-
ro sólo con ideas y no con dinero.
Esta decisión le produjo una cierta zozobra al Zorro que intentó convencerlo, pero a
pesar de la detallada elocuencia que desplegó no obtuvo un resultado favorable. Lo
único que se llevó en los bolsillos de esa cena fue la idea de que tenía que pedirle plata
a los empresarios polacos radicados en la Argentina y a un socio del Homúnculo.
Este malentendido puso en peligro las buenas relaciones de los socios, todo hacía pre-
sumir que la plata no aparecería y la aventura terminaría en un desastre. Pero en ese
momento se produjo un milagro, el Ministerio de Cultura de Polonia en forma provi-
dencial creó el Instituto del Libro dos meses antes del comienzo de los homenajes y
nombró a Tomasz Pindel para conducirlo. A partir de ese momento el Burócrata –así lo
había motejado el Pequeño K cuando le puso algunos inconvenientes a su viaje a la Ar-
gentina– abrió los grifos del dinero, los billetes empezaron a caer sobre el Borges y la
Feria del Libro, y la aventura tuvo un final feliz.
El Burócrata pertenece a esa especie de personas que están más dispuestas a dar que
a pedir, siempre es generoso conmigo pero a veces no estamos de acuerdo.
Yo tengo algunas manías poco saludables, con una de ellas me distingo por contrariar a
los embajadores de Polonia, sin embargo, con el Camaleón y con el Zorro las cosas sa-
lieron bien y tuve con ellos relaciones cordiales, no así con el Pitecántropo pues se
armó un escándalo de proporciones mayúsculas.
El actual embajador es un misterio para mí, sobre quién es en verdad este Científico
Fascista tuve una correspondencia vivísima con el Burócrata.
“Hay un lío de proporciones mayúsculas. Anduvo por acá el presidente del Senado de
Polonia y le dio instrucciones precisas a los polacos para que rompieran relaciones con
Ryn. Ese hombre miserable, a su juicio, no podía ser embajador de los polacos, era
amigo de personas despreciables como, por ejemplo, de un conocido crápula polonés
millonario que vive en Uruguay.
No pisó la embajada, Ryn le mandó una carta a uno de los gemelos pimentones, es de-
cir, al presidente de Polonia, quejándose de la conducta del presidente del Senado, por
otra parte, la Madame du Plastique tiene un dilema enorme, Ryn le pidió que escriba
una nota en el diario polaco sobre un libro suyo, y la pobre me pide consejo a mí, ¿pero
qué consejo puedo darle?”
“Si, estoy consciente del conflicto que lo tiene al embajador Ryn como protagonista.
No sé ni me interesa mucho qué tipo de contactos tiene o no tiene el embajador con es-
te tipo de Uruguay (Jan Kobylanski). Todo esto es una parte de un conflicto más com-
plejo: parece que Kobylanski intenta utilizar sus influencias en Polonia para controlar la
vida diplomática polaca en la América Latina. Pero bueno, que los políticos hagan sus
cosas entre ellos...
No puedo dar ningunos consejos, pero yo lo veo así: tal vez Ryn es un personaje contro-
vertido en el sentido político, pero en el contexto científico de ningún modo. Su trabajo
académico (por ejemplo su ultimo libro sobre la medicina indígena) a mi parecer es ex-
celente. No sé de qué libro habla María, pero yo no dudaría en escribir una nota así.
Política es política, libros son libros”
“Aunque Ryn y Mengele no son la misma cosa, eso está claro, los dos han escrito libros
de ciencia y se han dedicado a la política. En el caso de Mengele estoy seguro que vos
no hubieras escrito ‘Su trabajo académico (por ejemplo su ultimo libro sobre la medici-
na indígena) a mi parecer es excelente. No sé de qué libro se trata, pero yo no dudaría
escribir una nota así. Política es política, libros son libros. Así lo veo yo’ (...)”
“El paralelo entre los dos parece aclararlo bien: el trabajo cientifico del dr. M era crimi-
nal, el trabajo científico del prof. R es loable. El dr. M. hizo cosas terribles; no sé nada
sobre posibles actos despreciables realizados por prof. R. Si me preguntaras por Jan
Kobylanski, mi respuesta seria definitivamente negativa: existen pruebas de que este
señor ha cometido atrocidades durante la guerra (colaboró con los nazis) y que sus
opiniones raciales son escandalosas (antisemita etc.). Pero estamos hablando del prof.
Ryn que, como se dice, conoce a Kobylanski. ¿Comparte sus ideas? No sé. Si las com-
partiera sería un escándalo, claro. Pero juzgar a alguien por sus conocidos me parece
exagerado”
De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas po-
demos deducir que el aspecto del Científico Fascista es ciertamente sospechoso y el
del Burócrata es el de un sabio bonachón. El cuadro del Zorro es harina de otro costal,
no hace falta aclarar que no se trata del retrato del príncipe Jablonowski, es evidente
que el embajador estaba inspirado cuando lo pintó en las fuerzas infernales de un
tiempo que podemos ubicar en la época de los dinosaurios.
EL PADRE Y EL PULGÓN
Si bien es cierto que en las aventuras que tuve con los Protoseres analicé cumplida-
mente qué es lo que son colocándolos en un rango que va de los rufianes melancólicos
a los asesinos seriales, no me detuve demasiado a identificar quiénes eran.
Pero así como las hormigas utilizan a los pulgones para alimentar a las crías de los
hormigueros, los Protoseres utilizan a los lectores para alimentar a las editoriales. Es
muy difícil saber qué es un lector, pero otra vez Gombrowicz viene en nuestro auxilio
en un pasaje de su memorable novela “Transatlántico”. En efecto, allí narra lo que su-
cede en una biblioteca llena de libros y de manuscritos amontonados en el suelo, una
montaña que llegaba hasta el techo sobre la que estaban sentados ocho lectores fla-
quísimos dedicados a leer todo. Obras preciosas escritas por los máximos genios, se
mordían y devaluaban porque había demasiadas y nadie podía leerlas debido a su ex-
cesiva cantidad. Lo peor es que los libros se mordían como si fuesen perros hasta darse
muerte.
No hay mejor definición que pueda hacerse del Pulgón, el protagonista más señalado
de este gombrowiczidas, es realmente parecido a esos lectores flacos dedicados a leer
todo. Ni bien le puse el punto final a “Un polaco de dos mundos” se lo mandé con
premura a la Hierática, una Protoser que se distingue por utilizar la misma gentileza
tanto para recibir las obras como para rechazarlas.
El Pulgón que eligió la Hierática es hijo de uno de nuestros más prestigiosos poetas y
esto me dio una cierta esperanza, de modo que entré inmediatamente en contacto
con el Padre, pues me pareció que no debía perturbar la atención que el hijo debía
dispensarle al libro que tenía entre manos.
“Yo le di ‘Un polaco de dos mundos’ a la Hierática. La Hierática se lo pasó a tu hijo San-
tiago para que le haga un informe a Emecé. Y yo te lo estoy pasando a vos para que le
echés una mirada a tu hijo”
“Lo iré leyendo con gusto. Pero mi influencia en todos esos ámbitos es absolutamente
nula. Como prueba, verás que ninguna de esas editoriales me ha publicado nunca un li-
bro. Que los dioses nos sean propicios”
Cuando la Hierática me informó que el Pulgón le había puesto seis puntos al libro puse
el grito en el cielo y me dirigí inmediatamente al Padre.
“Tu hijo Santiago terminó de leer ‘Un polaco de dos mundos’ y le puso seis puntos en
valor literario y cuatro en valor comercial. Decile que es un burro y que está aplazado,
que vuelva en marzo”
En las fotos que forman parte de este gombrowiczidas aparecen los rostros de un pa-
dre sin carácter y de un hijo perverso, pero es otro el asunto que me tiene preocupa-
do.
En efecto, cuando pienso en los Protoseres, en los Pulgones y en los hombres de letras,
es decir, en los seres y en las cuestiones relacionadas con la actividad de escribir, se
me presenta en los sueños cada vez con más frecuencia el Pájaro Tabernil, un avechu-
cho que apareció por primera vez como representante onírico de la capacidad que tie-
ne el Pato Criollo para inventar cuentos, novelas y reflexiones de cualquier especie, y
cuyo verdadero simbolismo no alcanzo a comprender. En lo que a mí respecta se me
presenta como un representante del resultado de mis ocupaciones cuando me pongo a
escribir, y no sé si es por la frecuencia con la que concibo los gombrowiczidas o por la
calidad que tienen, o por ambas cosas a la vez. El aspecto que tiene el Pájaro Tabernil
en la imagen de este gombrowiczidas es indefinido y no alcanza a aclararme esta cues-
tión.
Quizás la Universidad Jaguellónica no sea el mejor lugar para hacer observaciones so-
bre el comportamiento polaco pues se encuentra situada justamente en Cracovia, un
lugar que le provocaba a Gombrowicz el aburrimiento que a veces acompaña a las va-
caciones, un tedio que crecía hasta el dramatismo cuando llegaban los profesores de la
Universidad Jaguellónica a la pensión donde vivía. Las despreocupadas comidas de
Gombrowicz se convertían entonces en una especie de celebración, cuya pesada pe-
dantería lo enervaba increíblemente.
Uno de los profesores de esa universidad que yo conozco, en este caso me refiero a la
Vaca, conserva algunas de las características de esos antepasados. Los profesores
mantenían entre ellos unas conversaciones sabias que los demás comensales escucha-
ban con devoción.
Gombrowicz nunca había sentido simpatía por los profesores, pero esos diálogos fi-
losóficos o históricos, le parecían pesados como un hipopótamo y no mucho más lúci-
dos. En los momentos más solemnes los interrumpía con cortesía con algún disparate:
–¿Por qué no prueban estos pastelitos? En un almuerzo les sirvieron unas pastas indi-
gestas e insípidas, entonces Gombrowicz protestó alzando la voz: –Pasta para el estó-
mago, pasta para el alma, es realmente demasiado. Se produjo entonces un escándalo
y uno de los sabios intentó romperle una silla en la cabeza.
Para asegurarme de que la conclusión que había sacado sobre la tardanza de la Vaca
tenía una grado de certeza equivalente a la del calor que dilata los cuerpos, un juicio
sintético a posteriori que Kant utiliza a menudo en sus investigaciones sobre el fenó-
meno y el noumeno, busqué entre mis papeles otra experiencia que me la confirmara.
Me senté a esperar con una enorme paz espiritual, como si estuviera mirando los lirios
del campo, pero la Muda recién volvió a escribirme cuatro años después utilizando un
lenguaje que no dejaba ningún lugar a duda, con la elocuencia que tienen todos los
hechos, hasta qué punto los polacos habían sido alcanzados por el principio de inde-
terminación de Heisenberg.
“Disculpe este largo silencio, pero en cuanto a las ‘cartas’ yo también sigo estando en
suspenso. Le explico: todo el tiempo estamos esperando una estabilización y delimitan-
do los términos del contrato. Parece, con todo, que estamos acercándonos al final. Creo
que la cosa será actual en el futuro”
Han pasado dos años más y estamos como cuando vinimos de España, nos acercamos
peligrosamente al record de tardanza que tiene la publicación de la entrevista que la
Vaca y yo le hicimos al Pterodáctilo, pero la Muda se sigue bañándose en el silencio.
“En el número de agosto, en la sección de Henryk Bereza, aparece un texto extenso re-
ferido a usted en el que expresa la admiración que tiene por sus escritos, admiración
que yo comparto”
Bajo el paraguas de esta admiración y a raíz de una consulta que el Hombre que Caza-
ba Mariposas le había hecho al Pequeño K acerca de si no me gustaría escribir algo so-
bre “Cosmos”, hace tres años escribí un texto muy interesante sobre esa novela, pero
hasta el día de hoy mi escrito no ha visto las letras de molde, sin embargo, a este epi-
sodio podríamos dejarlo fuera del concurso de la administración de las demoras por-
que mi Cosmos no merece esta humillación.
Un editor argentino administró el conflicto que tuvo con Gombrowicz de una manera
muy diferente a cómo lo administraron conmigo La Vaca, la Muda y el Hombre que Ca-
zaba Mariposas.
En el año 1960 Jacobo Muchnik, por una sugerencia del Pterodáctilo, le propuso a
Gombrowicz la reedición de “Ferdydurke” en Fabril Editora.
“Así pues, no edité “Ferdydurke”. No volvía a ver a Gombrowicz hasta unos años más
tarde, en 1963, cuando estábamos viviendo en el Quai de la Tournelle, en París (...) Eli-
sa se negó a esperarlo y se fue de paseo antes de que él llegara, diciéndome irónica-
mente que la entrevista me fuera leve”
Gombrowicz le habló de sus proyectos, le pidió que lo pusiera en contacto con los edi-
tores españoles, le habló de la incontenible resonancia alcanzada por su prestigio y de
que iba en camino de obtener todos los grandes premios del mundo.
“Lo que yo lamento es no haber anotado sus palabras aquel mismo día. Lo que sí re-
cuerdo bien es que las dos páginas que me dio a leer en mi oficina de la calle California,
no figuran en la edición del “Diario argentino” de Gombrowicz, publicado por Sudame-
ricana en 1968. Cómo recuerdo cuánto lamentó Elisa haber regresado a casa cuando
ya Gombrowicz se había ido; ella se quedó sin conocerlo y yo no volvía a verlo más”
Los rostros que aparecen en este gombrowiczidas dan una idea aproximada del carác-
ter de los protagonistas. Hay algo de poeta en el del Hombre que Cazaba Mariposas,
algo de científico en el de la Vaca; el caso de Jacobo Muchnik es diferente, no deja lu-
gar a duda que es el agente 007 con una de sus amantes.
Nunca se le ocurrió armar un programa para ahogar el miedo de no ser aceptado, se dio
cuenta muy temprano que ese miedo no lo podía conducir a ninguna parte pues nadie se
libera de la soledad por más lectores que tenga, y sólo quien logra separarse de la gente y
existir como un ser singular le puede poner un límite a la soledad.
Vamos a contar la historia del capiti diminutio de un escritor argentino en la Facultad
de Filosofía y Letras relacionada en cierto modo con lo que acabamos de decir. No es
nada raro que los escritores se traten mal, sin ir más lejos Gombrowicz llegó a escribir-
nos desde Berlín cómo se sentía en sus reuniones artísticas del café Zuntz.
El Manco recordó esta anécdota en una nota que le dio a Radar, la Sarlo lo trató de
rústico y se armó un lío político de izquierdas y de derechas en el que se sacaron chis-
pas, y todo porque Soriano tenía realmente un complejo de inferioridad con respecto a
su educación descuidada.
Pareciera que el Manco tiene un ánimo belicoso, no teme decir lo que le parece es la
verdad. Sin embargo, lo escuché decir recientemente que los escritores adoptan un
tono quejumbroso cuando escriben diarios. Pudiera ser cierto, pero en el caso de
Gombrowicz sólo es cierto en parte.
La política ha cavado surcos muy hondos en las cabezas de los escritores argentinos, es
una fuerza colectiva que les absorbe buena parte de su energía personal creativa.
“¿Y cómo podría el arte ser político? (...) Dejemos al artista a solas con su obra. Seamos
discretos. El arte es una empresa delicada que se realiza en la penumbra” Gombrowicz,
tanto como Borges, tenía una relación extraña con la política, se interesaba más por el
estilo de los políticos y de los jefes militares que por las ideas que representaban.
Desde adolescente se sintió en rebeldía contra las instituciones que utiliza la colectivi-
dad para presionar sobre el individuo y desde entonces estuvo convencido de que nin-
guna reforma violenta puede transformar el mundo en un paraíso. Mientras, por un
lado, seguía perteneciendo a la vieja época de la buena educación política en la que la
gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por otro, era un representante
de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo que facilitaba la existencia:
el dinero, el origen, los estudios y las relaciones.
Los rostros emboscados de Osvaldo Soriano, el Manco y el Patriarca de los Pájaros mi-
ran con saña socarrona a la voluble Cocot.
LA CONDESA
–¿Conoces a aquellas dos chicas de allí, de aquel rincón?; –Son hijas de la señora que
está hablando con Lafleur. Te diré lo que cuentan de ella: se llevó dos chicos de la calle
a un hotel; para excitarlos les puso una inyección..., pero uno de ellos tenía el corazón
débil y se murió. ¡Ya puedes imaginarte! Una investigación, la policía..., pero estaba
bien relacionada, echaron tierra sobre el asunto, ella se marchó un año a Montevideo.
Los jóvenes eran para Gombrowicz víctimas propiciatorias de la muerte y del sexo en
sus formas más intensas. El orden social descansaba sobre esos esclavos, que apenas
adolescentes eran tomados por el cuello para el servicio militar, obligados a jurar obe-
diencia ciega, preparados para matar y dejarse matar. Gombrowicz consideraba a la
juventud como un valor por debajo de los otros valores, sin embargo, también como
un valor cruel que destruye a los otros valores, un valor que se basta a sí mismo, y has-
ta llega a decir que entre Dios y el joven se queda con el joven. Pero los jóvenes de sus
narraciones, por lo general, están en apuros.
La Condesa era una dama de los tiempos de su prehistoria argentina, debería correr
todavía mucha agua para que la Condesa, esa dama que había “resultado ser un báculo
de virtudes y un calor de encantos, a pesar de la neurastenia que la perseguía”, le
abriera paso a la resurrección de Gombrowicz apoyando la edición argentina de “Fer-
dydurke”.
Cuando a fines de 1945 anuncia en el café que va a regresar a la literatura con la tra-
ducción de “Ferdydurke”, sus amigos se proponen ayudarlo. Era preciso asegurarle la
subsistencia para que se dedicara exclusivamente a la traducción.
“En lugar de buscar un mecenas habíamos tenido la idea de reunir a una docena de
amigos de buena voluntad cuya contribución sería de cien pesos cada uno, lo que nos
permitiría reunir mil doscientos pesos, o sea una subvención de trescientos pesos por
mes. Se precisaba que no se trataba de un regalo sino de un préstamo, pues los cien
pesos les serían devueltos a cada contribuyente cuando se cobraran los derechos de
autor. Era una especie de fondo nacional para las artes... Pero en esta ocasión, como
en tantas otras, la solución vino de parte de Cecilia Benedit de Debenedetti a quien
Gombrowicz dedicó la edición argentina de ‘Ferdydurke’ (...)”
“Era, pues, un libro universal. Era uno de esos pocos libros, poquísimos libros polacos
capaces de conmover realmente a los lectores extranjeros de la mejor categoría. ¿Y en
París? Me di cuenta de que la carrera mundial de “Ferdydurke” no era algo que perte-
neciera sólo al dominio de los sueños (cosa que ya sabía antes, pero se me había olvi-
dado)”
Pero también hace una referencia a la indicación que le da a los lectores en el prefacio
para que se toquen la oreja derecha, la izquierda o la nariz según fuera el sentimiento
que les hubiera despertado el libro.
“(...) estoy muy bien, en un lindo chalet con buena cocina y en compañía de la Condesa
(...) Ocurre que mi estadía aquí puede ser muy fructuosa y la Condesa es tan amable
conmigo que quiere presentarme a su prima que tiene dos millones y a varios otros
miembros de su familia que suman alrededor de diez millones, pero tengo que mante-
ner a toda costa mi prestigio y dignidad (...) ¡Qué culta, qué inteligente, qué fina es esta
mujer!”
“(...) Nos veíamos a menudo en casa de los Berni; después Witold vino a nuestra casa.
Quería que abriera un salón: –No sea perezosa, Cecilia, celebre reuniones intelectuales
en su casa, la vida social es una obligación y no un placer. A veces me invitaba al Rex y
jugaba al ajedrez. Yo me quedaba sola sentada a una mesa esperándolo. Esperaba, es-
peraba... y cuando había terminado de jugar, me acompañaba a casa. En ocasiones,
por la noche, íbamos a cenar al Sorrento de la calle Corrientes, y cenábamos tranqui-
lamente, contentos de nosotros mismos (...)”
Seis años después de la legendaria traducción de “Ferdydurke” François Bondy lee esta
versión argentina y escribe una nota, la primera aparecida en Europa Occidental des-
pués de la guerra.
“En mi casa de Tandil se enteró de que sus libros habían sido aceptados en Francia: –
Señora, señora, me han escrito, mire esta carta, me aceptan; –Oh, Witoldo, qué alegr-
ía, ¿no deberíamos hacer un fiesta? (...) Preparé una corona de laureles, se la puse en la
cabeza, Mariano y yo nos paramos al lado de su silla, y él firmó el contrato con Julliard”
EL PITECÁNTROPO
Sin embargo, en mi primer encuentro con el Pitecántropo me trató, palabra más pala-
bra menos, de insolente y de arrogante en su mismísima casa, es decir, en la Embajada
de Polonia. Para mí fue una reacción inesperada, asunto que le hice conocer en forma
inmediata por una carta que dio la vuelta al mundo en versión española y polaca.
“(...) ¿Pero qué explicaciones personales me agregó usted cuando lo conocí en la emba-
jada a las tan gentiles que me había dado por carta?: las de que el día de la Constitu-
ción es un día de puertas abiertas y el día de la Independencia es en cambio un día de
invitaciones especiales, y que usted se había sentido forzado al invitarme a mí, y que de
esto no se hablaba más. ¿Qué tipo de relaciones puedo tener yo con usted?
Mientras usted sea embajador no volveré a pisar la embajada. En cuanto a los libros de
Gombrowicz que le regalé le pido que me los devuelva, y se lo pido en nombre de una
advertencia que le hizo Gombrowicz a cierta clase de lectores.
‘A todos aquellos que hablan de mí en vano, que abusan de mi nombre, los castigo
cruelmente: me muero en sus bocas’ (...)”
Entonces le ofreció 80 pesos en vez de 50 y ni un peso más. Le recordó que estaban en gue-
rra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastar-
los, y que no fuera ladrando por ahí que el embajador de Polonia no había marchado y
hablado delante de él. Le pidió que escribiera unos artículos para celebrar la gloria de los
genios polacos, que por ese servicio le podía pagar 75 pesos mensuales, que era necesario
ensalzar a la patria en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le contestó que no podía
hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de come-
mierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje y que lo iba a presentar a
los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz.
De la observación atenta que podemos hacer de la foto del Pitecántropo que aparece en
este gombrowiczidas no es tan difícil deducir lo que me había escrito la Corifea.
“Pero no sabés qué mal tipo es ese embajador. En realidad fue un tenista al que echa-
ron por prevaricato de la representación olímpica de Polonia. Como era un buen amigo
del presidente Kwasniewski obtuvo la nominación de embajador polaco en Argentina.
No lo podían mandar mas lejos... Así que no esperen mucho de él”
Si bien es cierto que los inmigrantes de todos los países del mundo
suelen mandarse la parte llenando de alabanzas a su país natal, los
polacos son una caso muy especial, tanto es así que Dostoievski dijo
en “Los hermanos Karamazov” que cuando los polacos se van de Polonia y pisan suelo
extranjero se declaran condes.
Gombrowicz mismo escribió en los diarios muchas páginas referidas a esta característi-
ca que tiene los extranjeros de hacerse el autobombo.
“La amargura de la parte masculina de los jóvenes argentinos respecto al amor libre es
enorme, tanto más que la imaginación y las mentiras de los europeos les pintaban a la
lejana Europa como un lugar donde ocurrían maravillas”
El joven inmigrante le llenaba la cabeza al joven argentino, recurriendo a un tono de
superioridad despreocupada, con historias de mujeres que en su país eran más mo-
dernas y no ponían inconvenientes, y el joven argentino escuchaba todos esos relatos
lleno de admiración y de envidia.
Desde hace siglos la Argentina sufre la invasión de la mentira europea. Por lo tanto los
argentinos tienen la imaginación trastornada y repleta de cuentos.
Cuando conocí a la Gallega Micifuza, secretaria por aquel entonces del Zorro en la Em-
bajada de Polonia para atender los asuntos culturales, se declaró inmediatamente pa-
rienta de Antoni Sobanski. Por consiguiente vamos a decir algo sobre este hombre ilus-
tre amigo de Gombrowicz para entender bien el porqué la polaca se declaró su parien-
ta.
Tonio Sobanski era uno de los hombres más característicos de la Varsovia de preguerra
y de las transformaciones que se producían en Polonia, pero no confiaba demasiado en
las caras de los polacos. Sobanski era un conde terrateniente, un bohemio que detes-
taba el campo, que había roto con las tradiciones y que había asimilado todos los fer-
mentos intelectuales y artísticos europeos.
No era snob ni un pedante amanerado, era un hombre de elite, pero su terreno de ac-
ción se limitaba a la clase superior. Más que nadie sabía que el encanto de una nación,
su capacidad de fascinar y seducir, eran armas más poderosas que los cañones, y que
el mundo trataba de un modo totalmente diferente a un pueblo que lo impresionara
por su estilo y por su encanto.
“Veía en el país un material de primera categoría, creía que los polacos, llenos de tem-
peramento, fantasía, sensibles al arte, hubieran podido seducir al mundo si no fuera
por una terrible combinación de esclerosis, de provincialismo, de falsa vergüenza, de
pathos y de una virilidad militar forzada, una mezcolanza que les confería una rigidez
atroz: –¡Qué horror!, dijo inesperadamente una tarde mientras caminábamos; –¿Qué
cosa?; –¡Las caras!”
“Antoni Sobanski era un periodista y un hijo de la familia de la nobleza, rica y con tie-
rras, persona de gran cultura, aunque no terminó ninguna carrera universitaria (y co-
menzó varias), pertenecía al mundillo cultural de Polonia antes de la guerra. Leí su libro
“Un civil en Berlín”, reeditado hace unos años en Polonia: es una colección de sus re-
portajes de Alemania en los años 30. Viajó a Berlín varias veces y comentaba el naci-
miento y el desarrollo del fascismo. Son textos muy buenos y muy profundos: vio varios
peligros que pasaron desapercibidos para los gobiernos europeos, se dio cuenta cómo
terminaría todo esto. Durante la guerra se fue a Londres y allá murió”
La Gallega Micifuza empezó por decirme que el punto flojo de Tonio era su donjuanis-
mo impenitente con el que había malogrado por lo menos a tres familias, que ella
misma pertenecía a una familia noble polaca bastante conocida, que los polacos eran
unos provincianos incorregibles pues aún después de la experiencia socialista seguían
dirigiéndose a los miembros de la buenas familias con actitudes serviles, que España
era un lugar encantador pero que no podía volver a ese país porque había dejado por
allá a un vasco furibundo que la quería asesinar.
La Gallega Micifuza tenía una fijación enfermiza con el padre, un sociólogo muy cono-
cido en Polonia, al punto que tuve que diagnosticarle un complejo de Electra incurable.
Es fácil darse cuenta por qué son trashumantes y lindas pero es más difícil comprender
por qué son peligrosas. Las mujeres lindas siempre son peligrosas de modo que voy a
hacer algunas reflexiones sobre otro tipo de riesgos que uno puede correr cuando se
pone en contacto con ellas que no estén relacionados con la belleza.
Con la Gallega Micifuza, por ejemplo, se corre un peligro que puede resultar mortal
según sea lo que uno le pida, porque es incapaz de decir que no. Si le pidiéramos, por
ejemplo, que nos ayude a sostener una escalera, nos diría inmediatamente que sí, la
cuestión es que si efectivamente le damos la escalera para que la sostenga con toda
seguridad que la escalera se viene abajo y nosotros con ella.
Yo tengo la costumbre de pedirle perdón a los gombrowiczidas por todas las maldades
que les hago durante el año poniéndome a caballo del espíritu cristiano que nos inspira
en esos días, es un perdón que les pido en forma personal y no en la forma colectiva
que utilizo para enviar los gombrowiczidas, pero los textos del pedido de perdón, aun-
que mandados personalmente, son todos iguales del mismo modo que lo son las tarje-
tas que se mandan para las fiestas, y la Gallega Micifuza se dio cuenta de esto.
“¿Viste cómo funciona la cosa?...pides perdón y la gente contesta, por lo menos están
curiosos de saber cuál es la razón, nadie creyó que fuera el elegido y que le pidieras
perdón a él únicamente, como todo, lo haces en varias copias y me imaginaba que eso
también (...)
“De todas maneras como ahora justo hablo mucho con Klementyna y nos vemos casi
todos los días lo pudimos comprobar personalmente y además imagínate, lo estába-
mos comprobando y charlando de vos en Wroclaw donde se organiza el festival del cine
durante el cual ponemos 20 películas argentinas del nuevo cine argentino, y justo aquel
día estaban sentados a la mesa entre otros el embajador Ratajski, Klementina y
yo.....chismorreando por supuesto y recordando tiempos antiguos. Para que te sientas
mejor te digo que de vez en cuando surge el tema de la inexistencia de Gombrowicz en
el contexto del cine argentino, salvo la película de Fischerman. Bueno por ahora me
despido ya que todavía estamos en pleno festival y tengo mucho trabajo, y también
muchas reuniones con algunos directores argentinos que llegaron para el festival”
De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas es fácil
deducir el carácter bondadoso y seductor de la Gallega Micifuza y el talante de Don
Juan impenitente de Antoni Sobanski.