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Título: El joven tigre sable y La Jauría

Serie: De camino a las Sombras Baúl


Saga: ELO

Primera publicación: http://furlock.com/foro


Autor: Miguel Furlock Amrhein
El jóven tigre sable y La Jauría

Dícese que el joven tigre sable en sus días paralelos había buscado durante varios días un
nuevo territorio, lejos de la frenética actividad de caza de los marcianos. Llevaba varios días
sin probar bocado, después de semanas y meses de constante huida. Si no le habían abatido
ya, era porque se había zafado del buscador-sonda, no sin hacerse una herida fea en el flanco.
Esta tampoco daba signos de curarse, con la pus delatando una infección seria.

Hace más de un año que no se cruzaba con otro ejemplar de su especie. Cuando su fino olfato
daba con la más mínima posibilidad de un encuentro, solía poner tierra de por medio. Un
tigre sable era un blanco, pero dos acaban siempre cazados. Los marcianos sabían explotar el
increíble sentido de protección que su especie había traído a este mundo virgen.

En un salto sobre piedras altas, para despistar cualquier perseguidor, un repentino grito de
una madre águila le hizo fallar el aterrizaje sobre el prominente de la roca. Resbaló, y se cayó
varios metros hacía abajo, hasta golpear duramente otro saliente, al que finalmente pudo
clavar sus uñas. El esfuerzo de subirse le volvió a abrir la herida del flanco. Exhausto se
quedó sobre el improvisado nido, con la mirada perdida, y cada vez menos fuerzas para
incluso apartarse un poco más del abismo.

Al día siguiente, un sonido fuerte, de impacto, le sobresaltó. Pero no tenía apenas fuerzas
para ponerse en pie. Giró tambaleante la cabeza, para encontrarse con una cabra muerta,
medio despedazada. Se arrastró hasta la carne aún humeante y caliente y sació su sed
primero, quedando inmediatamente dormido de nuevo, con la cabeza en medio de un charco
de sangre y vísceras.

Horas más tarde volvió a despertar, volvió a comer, volvió a caer inconsciente. Pero
sobrevivió la noche, y al día siguiente otro impacto, esta vez de una iguana le sacó
momentáneamente de su sufrida letanía. Siguió comiendo, y durmiendo. Cada día, y durante
siete le cayeron manjares del cielo. Al octavo día se despertó antes, y vio como las luces de la
mañana traían también el batir de alas de la águila madre, quien durante estos días y también
hoy, le estaba alimentando con total naturalidad.

El noveno día el joven tigre sable había superado la infección, y la herida estaba cerrada. El
dilema era que no había forma de salir del lugar dónde había caído. Más de treinta metros le
separaban de la siguiente roca, un salto que podía realizar, pero no sin apenas lugar para
coger impulso era un suicidio seguro. A la mañana siguiente, la madre águila no le dejó la
carne en la misma puerta... sino que la dejó caer diestramente sobre una roca a unos ocho
metros hacía arriba.
El joven tigre sable no supo que hacer, pero finalmente venció el hambre, y comenzó a abrir
vetas con sus garras. Primero por intentar saltar infructuosamente hacía arriba, casi imposible
dado su inmenso peso. Más tarde comprendiendo que podía crearse su propio camino en la
piedra caliza.

No llegó al día siguiente, pero sí a la noche siguiente. Los buitres no habían dejado apenas
nada, pero aún así le pareció un festín. Por la mañana la madre águila le obsequió con una
especie de gnu, que estrelló en una roca cercana, fácilmente alcanzable con un salto. El joven
tigre sable salvó la distancia con seguridad, y justo cuando quiso arrancar con sus fauces la
carne fresca, vio que una bandada de monos asediaba al nido de la madre águila. Ella y el
padre se turnaban en la defensa, pero estaban exhaustos. Era cuestión de poco tiempo para
que los monos pudiesen salvar el último obstáculo, un prominente de roca muy estrecho, que
comunicaba el nido con otro abandonado hace tiempo.

El joven tigre sable estudió la situación, y en cuanto tuviera clara la estrategia, tiró al cadáver
del gnu hacía los profundidades. Los monos, salieron detrás de la carne, pero como había
previsto, sus dos líderes machos no. Estos estaban mirando hacía dónde apenas unos
segundos antes había estado el joven tigre sable, a quien se había tragado el aire. Eran
demasiado experimentados como para dejarse engañar por las tretas de las águilas. Sabían
que dónde estaban la pareja no les podía dar caza. Agachados entre rocas que dejaban apenas
margen para moverse, seguían controlando la situación, emitiendo gritos para ordenar la
vuelta de sus tropas.

Fueron sus últimos gritos. De un manotazo el joven tigre sable les quitó el mando, aparte de
la vida. De los demás monos no había que preocuparse, porque eran demasiado torpes como
para seguir asediando a la pareja de águilas.

Tampoco había tiempo para emplearse con ellos. Por encima de unas colinas aparecieron
varios marcianos en sus troncos voladores. El joven tigre sable arrastró los dos cadáveres
debajo de la piedra, y se escabulló entre la maleza. A varios kilómetros, comenzó a oír a los
perros, que los marcianos importaron de su planeta. Habían dado con los monos decapitados,
y habían soltado los perros. El joven tigre sable aceleró su huida, aplastando sin miramientos
pequeños árboles, creando grandes brechas en la maleza. Tenía que llegar al bosque, y aún
así, con perros sobre su pista, su suerte ya estaba echada.

No osó mirar hacía el cielo, iba demasiado deprisa. Pero de repente una sombra grande pasó
por encima suya, y se tiró a un lado, en una maniobra evasiva. No quería volver a sentir un
buscador-sonda penetrar por sus carnes. Pero no era ningún tronco volador, sino la madre
águila que entre sus garras llevaba a un cocodrilo aún vivo. El inmenso pájaro no lo soltó
para matarlo desde altura considerable, sino que le dejó caer justo en el camino que el joven
tigre sable había abierto con sus casi dos toneladas de peso a velocidad de crucero.
Minutos más tarde, el joven tigre sable podía vislumbrar en la lejanía la línea del bosque.
Metió sus últimas energías en un sprint que le metió en el bosque como una exhalación. Atrás
los perros habían dado con el cocodrilo, y tontos como sólo los perros, se entretenían con el.
El joven tigre sable comenzó a moverse con soltura entre los árboles, a velocidad de huida
más relajada. No tenía posibilidades de sobrevivir, pero el bosque le traía recuerdos de su más
tierna infancia, cuando aún no existían los marcianos y los tigres sable se dedicaban a ser
tigres sables entre víctimas y cazadores fortuitos del mundo animal en evolución.

El aullar y ladrar de los perros se comenzó hacer más fuerte. El joven tigre sable no les
prestaba ya atención. Llegó a un claro inmenso, y se quedó parado en su centro. No miró para
atrás, con la cabeza gacha, esperando la muerte. Gotas de su ardiente saliva cayendo sobre
sus propias patas...

Durante un instante se paró el mundo. A quizá medio kilómetro los perros congelados en sus
saltos, ladrando y mordiéndose de la rabia y del Blutrausch que tan cercano estaba esperando
verse cumplido... a varios kilómetros los marcianos, que habían sido atacados por las águilas,
con sus cuerpos estrellados en un desfiladero... los dos monos muertos debajo de la piedra...

Cuando el primer perro saltó al claro, arrollado literalmente por los siguientes dos en seguirle,
el joven tigre sable se estaba dando la vuelta lentamente. Los primeros tres perros dejaron de
percibir la vida con tal velocidad que sus cuerpos decapitados aún llegaron a impactar con el
joven tigre sable, que estaba embistiendo a toda velocidad la hilera de perros que salía del
bosque. En menos de cincuenta metros se tiño el camino abierto de rojo. La mayoría de los
perros ni se percataron de su final. Los pocos que se dieron cuenta de que finalmente un tigre
sable ya no era un animal miedoso y huidizo, fácil de cazar entre muchos, llegaron con
demasiado ímpetu, o simplemente no podían con su propio miedo.

De repente se hizo el silencio. El joven tigre sable volvió al centro del claro, prosiguiendo
con su camino, que finalmente había comenzado a ser suyo.

Dos semanas más tarde los marcianos fueron atacados por una flota galáctica de reptiles. No
quedó ninguno, y Marte acabó fundida bajo los impactos de láser y plasma. Hace tiempo que
no había árboles, ni vegetación en Marte. Otras especies se habían extendido hace mucho.
Los que sobrevivieron fueron algunos perros. Abandonados o perdidos en Tierra.

La nave satélite que los marcianos habían creado para llevarse su odio hacía otros sistemas
solares, fue termofusionada y colocada en la órbita de la Tierra, escondiendo potentes
sistemas de medición en su interior.

Pero todo el esfuerzo no fue suficiente. Un día maldito, uno de los perros mordió a un mono.

Dicen las malas lenguas que los tigres sable persiguieron a los monos durante miles de años,
pero acabaron cazados por los nuevos monos que nacieron de esas hordas malditas por el
veneno marciano. Dicen las malas lenguas que el mono y el perro superaron sus diferencias
galácticas, pero el nuevo mono no.
Dicen también que el final del nuevo mono está próximo. Volverán los reptiles a bombardear
a un planeta de este sistema solar. Ya han acercado a su observatorio. Cada día es más grande
la luna.

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El joven fotógrafo zen se despertó, bañado en sudor. Se miró las manos, esperando ver las
garras poderosas del tigre sable, esperando ver la sangre correr por la cama. Nada. Sus gatos
durmiendo tranquilamente. La luz de la luna haciéndose la juguetona sobre las sabanas.

Cuando ya pensó que todo había sido una ensoñación más, se percató que podía oler a los
gatos. Y oler a la luna. Y oler a los marcianos.

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"¿Cómo es que te encuentras tan a gusto con fotografíar a documentos antiguos, amigo?", le
preguntó el archivero fascinado por el baile del joven fotógrafo zen entorno a cada
documento.

"¿No lo huele?", le contestó el joven fotógrafo zen.

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