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El arte satánico.

Es cierto que el demonio es padre de la mentira y que con frecuencia busca


engañarnos. En algunas ocasiones su astucia puede sugerirnos el camino del pecado,
con consecuencias funestas para quien lo sigue. No es fácil escapar a su influjo y sólo el
amor a Cristo nos permite mantenernos lejos de sus maléficas influencias. Pero su
engaño se transforma en un arma letal, cuando se hace presente en los lugares sagrados.
Cuando su poder comienza a frecuentar la Iglesia o sus templos, la decadencia comienza
a tomar forma. Cuando su presencia, comienza a desmoronar los pilares del cristianismo
es el momento de resistir. La triste decadencia en algunos ámbitos de nuestra Iglesia, la
escasez de hombres santos, el lamentable espectáculo que dan algunos católicos y el
deterioro del arte sacro, no son más que una muestra de la invasión del pestífero azufre,
que busca corromper nuestra sagrada institución. Lo lamentable es que este permanente
asedio infernal, no sea resistido por algunos de nuestros obispos, que parecen darle un
lugar privilegiado a ciertas manifestaciones del arte satánico.
Hasta ahora, la mayor influencia de este arte deleznable, se daba en la música, en la
moda, en la literatura y en diversos ámbitos culturales. Pero no había invadido el
entorno de la escultura o la arquitecutua y menos aún el arte sacro. Si bien se observa en
la subcultura gótica contemporánea cierta cercanía con lo satánico; hasta ahora el
ámbito de lo sagrado había permanecido inmutable. En la literatura, autores como Lord
Byron, Mary Shelley, Baudelaire, o Sade, habían creado obras de arte en donde lo
satánico y lo oscuro, aparecían como una forma de expresión artística. En la actualidad
el escritor Stephen King, parece seguir esta línea, en donde se destaca cierta
predilección por lo escabroso. También en la música es común observar grupos que se
inclinan por este estilo sombrío y demoníaco. Pero cuando este estilo “gótico” deviene
en un mero elemento al servicio satánico, el arte comienza su camino decadente.
Entonces la Belleza Divina, comienza a transformarse en basura al servicio del mal.
Cuando la estética se transforma en una tenebrosa locura siniestra, el arte se desmorona.
Cuando el orden y la armonía, dejan lugar a la demencia y al espanto, el ocaso del arte
está ante nuestros ojos.
En la actualidad, la presencia de lo escabroso y satánico, se observa en algunas
manifestaciones culturales. Sin embargo, jamás nos hubiéramos imaginado que su
presencia se pueda dar en el arte sacro y menos aún en una catedral católica. El
lamentable caso al que quiero referirme, es al arte que se observa en la reformada
catedral del Chicago. Luego del incendio que sufriera a principios de este año, su
restauración dejará perplejos a muchos. Una serie de efectos de estilo alienígena,
mezclados con extraños dragones, se observan en el altar. Allí puede verse una imagen
semejante a un Cristo, atrapado en una compleja telaraña. Esta red que conforma un
extraño complejo de porquerías con bolas que parecen huevos de araña; genera en quien
la contempla, una extraña repulsión. La imagen de la Virgen, también aparece como
atrapada en esa red de cosas. Toda la extraña presentación permanece informe y sin
sentido, con un aspecto tétrico y agonizante. Al mismo tiempo, la eliminación de los
santos de los vitreaux, no es más que otro signo de búsqueda de eliminación de todo
vestigio de santidad y luminosidad.
El Jesús crucificado sobre el altar, parece atrapado en un ataúd semejante a un
sarcófago egipcio. Genera la idea de un Cristo muerto, que no alcanza la resurrección.
Esto se asocia con una serie de teorías que se mezclan con la cultura egipcia, acerca de
la figura de un Mesías que no habría resucitado. Puesto que los evangelios fueron
escritos unos 60 años después de su muerte, algunos quieren suponer que ellos son una
especie de maquillaje que buscó divinizar la biografía del Nazareno. A raíz de esto,

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algunos autores afirman encontrar semejanzas entre Jesús de Nazareth y los faraones del
antiguo Egipto. Al igual que Jesús, estas figuras sociales eran divinizadas tras su muerte,
elevados a los cielos y glorificados. El Faraón era considerado hijo de Dios al igual que
Cristo. Ambos eran humanos y divinos a la vez. Ellos nacían en general bajo la
influencia de una estrella. En el rito egipcio, la muerte del Faraón era solo ritual, no
física. El monarca era introducido en un sarcófago, depositándolo en el interior de la
pirámide durante días. La ingestión de drogas hacía que el Faraón entre en un estado de
catalepsia, “resucitando” tras varios días. Para estos autores, la resurrección de Jesús
también pudo ser simbólica, equiparándolo a otros dioses solares. Jesucristo pudo haber
aprendido técnicas y rituales egipcios durante su estancia en Egipto, que enseñaría a
algunos apóstoles más avanzados, alimentando así entre sus seguidores su condición
Divina. Pero un Cristo sin cruz es un Cristo que no se sacrificó por sus hermanos, ni les
abrió las puertas a la vida eterna. Sería como un Cristo perdedor, que le hace caso al
maligno y renuncia a su cruz, haciendo imposible nuestra salvación.
Por último se observa en el interior de la catedral, ciertas imágenes o gárgolas que
representan al mal. Pero estas gárgolas, siempre aparecen en la arquitectura eclesiástica,
fuera del templo. Su fin está en marcar que los demonios quedan afuera de la casa del
Señor. No es para nada saludable, que el recinto interno del templo, esté invadido por
estructuras que poco tienen que ver con lo religioso. Por ello si uno mira con
detenimiento este templo católico, es posible que encuentren en él ciertos signos del
príncipe de las tinieblas. Por ejemplo, si se observa el órgano del coro, se verá una
estrella invertida, símbolo del macho cabrío satánico. No se trata de un código secreto
de impíos que intervienen en la construcción de una catedral, como solían hacerlo los
masones o rosacruces medievales. Tampoco de símbolos ambiguos que se injertan en
una construcción sagrada, sino de una intencionada profanación del lugar sagrado,
subvirtiendo la representación de lo sacro con símbolos expresamente diabólicos o que
claramente insinúan lo diabólico.
El arte religioso debe ser un medio que nos conduzca a una mayor devoción. Nuestra
devoción hace uso de las imágenes como medios que nos conducen a lo Divino. Pero si
el vehículo no permite este acogimiento, se produce un quiebre en ese encuentro con
Dios que estamos buscando. Lo extraño es que tanto el padre Daniel Mayall, de la
catedral de Chicago, como el cardenal Francis George, sus auxiliares o alguien de la
arquidiócesis de Chicago, no hayan reaccionado o dado explicación alguna de su
decadente arte sacro.
Pero lo más extraño aún, es que nos estamos refiriendo a una diócesis en donde las
denuncias de abusos a menores, ha sido un duro estigma difícil de borrar. En su
lamentable historia, aparecen sacerdotes como el señor Przybylo o el padre
McCormack, que han sido casos emblemáticos, que han escrito una triste página de la
Iglesia. A ello se agrega el estudio realizado por la diócesis, que ha dado como resultado
142 niños víctimas de abusos deshonestos por parte de sacerdotes en los últimos 58
años. No en vano las llamas han consumido esta desgraciada catedral más de una vez.
Pues si todos estos acontecimientos acontecen en esa desventurada región, es porque el
reino de las tinieblas aún sigue operando.

Horacio Hernández.

http://www.horaciohernandez.blogspot.com/

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