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Historia de la física

La física es la rama del conocimiento humano que se ocupa de


estudiar los componentes del universo -a niveles tanto
macroscópicos como microscópicos- y la manera de interactuar
entre sí.
Lo que se pretende en este artículo es realizar un recorrido
bastante rápido y sencillo por la historia de la física, desde sus
principios, cuando el hombre empezó a intentar explicar ciertos
fenómenos sin buscar respuestas en un dios o ser superior, hasta
la actualidad, con los límites del universo situados en sus
gigantescas dimensiones y, sobre todo, en los agujeros negros.
La concepción del universo por el ser humano ha cambiado
bastante desde los tiempos del imperio romano, cuando se creía
que el mundo era plano, hasta la actualidad, en la que
manejamos con familiaridad conceptos mucho más complejos,
aunque en ocasiones vacíos de significado para nosotros: la
cuarta dimensión, los agujeros negros y la teoría de la
relatividad.
En este viaje a través de la física intentaremos desprendernos de
toda matemática, yendo a la raíz del concepto y a la explicación
lógica, nunca pretendiendo calcularlo; de modo que, al final, por
ejemplo, nadie habrá aprendido a calcular la fuerza con la que
un agujero negro nos engulliría a cierta distancia, pero sí lo que
es un agujero negro en sí. Además veremos cómo la ciencia ha
afectado a lo largo de la historia a la sociedad y a las creencias.
Cada capítulo irá acompañado de la biografía de un científico
importante que ayudará sin duda. Para éste primero he escogido
a Galileo Galilei como padre de la física.

La física en la antigüedad
Recuerdo haber visto un libro de catecismo de la década de los
noventa que realizaba una enseñanza confusa y poco acertada:
mediante un breve texto y una ilustración sencilla explicaba
cómo el hombre habitaba una superficie plana, delimitada por
los bordes del fin del mundo –suponemos que uno de ellos
podría ser el océano atlántico-, situada sobre el terrorífico y hoy
día negado infierno y sobre la que se apoyaban las columnas que
sostenían sobre nuestras cabezas la bóveda estrellada del cielo.
Una idea así debían tener nuestros antepasados de hace unos
tres mil años.
La primera actividad del hombre englobable dentro de la física
fue mirar al cielo. Las grandes civilizaciones de la antigüedad
(chinos, babilonios, egipcios) estudiaron los astros llegando
incluso a predecir eclipses pero sin éxito a la hora de explicar los
movimientos planetarios. En éste punto de inflexión del
conocimiento humano, antes de hacerse –y responder- ciertas
preguntas sobre la naturaleza, el cielo era un misterioso techo
plano en el que unas luces lejanas brillaban por alguna causa
más mística que astronómica. Unos cuatrocientos años antes del
nacimiento de Cristo los griegos ya empezaban a desarrollar
teorías, aún inexactas pero no del todo equivocadas, sobre la
composición del universo. Leucipo concebía el atomismo más
tarde desarrollado por Demócrito, que afirmaba que todo
estaba formado por microscópicas partículas llamadas átomos, y
que contradecía a la Teoría de los elementos, del siglo anterior.
Durante el periodo helenístico, Alejandría se convirtió en el
núcleo científico de occidente. Desde Sicilia, Arquímedes,
entre otros inventos como el tornillo infinito o la polea,
descubría las leyes de la palanca y de la hidrostática, principio el
de ésta última que llevaría su nombre y que enunciaba que “todo
cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical
hacia arriba igual al peso del fluido desalojado”, razón por la
cual se puede explicar que flote un barco o vuele un globo
aerostático. En la astronomía también se realizaron grandes
descubrimientos: Aristarco de Samo desarrolló un método
para medir las distancias relativas entre la tierra y el sol y la
tierra y la luna, inútil finalmente por falta de medios aunque
bien encaminado, y también, según se cree a través de los
escritos de Arquímedes, fue el primero en afirmar que la tierra
gira alrededor del sol; Eratóstenes midió la circunferencia de
la tierra y elaboró un catálogo de estrellas; Hiparlo de Nicea
descubrió la sucesión de equinoccios; y Tolomeo, ya en el s. II
d.C., elaboró su sistema para explicar el movimiento de los
planetas, en el que la Tierra permanecía en el centro de las
órbitas circulares del resto de astros.

La Física en la Edad Media y los siglos XV, XVI y XVI


Los de la edad media no fueron años de grandes
descubrimientos en ningún campo en occidente -en Asia los
chinos ya habían inventado la pólvora en el s. IX-. Sirvieron sin
embargo para que científicos árabes, entre los que se cuentan
Averroes o Ibn al-Nafis realizaran un trabajo de conservación de
textos de la Grecia clásica, y poco más tarde, mientras santo
Tomás de Aquino intentara demostrar la compatibilidad de las
teorías griegas con las Sagradas Escrituras, Roger Bacon
defendía el método experimental.
Tras el renacimiento, a lo largo del siglo XV y hasta principios
del XVII, los descubrimientos de cuatro astrónomos marcaron el
comienzo de la ciencia moderna. Contrariando la teoría
geocéntrica de Tolomeo, el polaco Nicolás Copérnico propuso el
heliocentrismo como modelo del universo, en el que los planetas
trazan órbitas circulares alrededor del Sol, así decía en su obra
Sobre las revoluciones (de los orbes celestes): “En primer lugar,
hemos de señalar que el mundo es esférico, sea porque es la
forma más perfecta de todas, sin comparación alguna,
totalmente indivisa, sea porque es la más capaz de todas las
figuras, la que más conviene para comprender todas las cosas
y conservarlas, sea también porque las demás partes
separadas del mundo (me refiero al Sol, a la Luna y a las
estrellas) aparecen con tal forma, sea porque con esta forma
todas las cosas tienden a perfeccionarse, como aparece en las
gotas de agua y en los demás cuerpos líquidos, ya que tienden
a limitarse por sí mismos, para que nadie ponga en duda la
atribución de tal forma a los cuerpos divinos” Copérnico,
Nicolás. Sobre las revoluciones (De los orbes celestes). Madrid:
Editora Nacional, 1982. Esta asociación entre lo esférico y lo
perfecto le llevó diseñar su modelo con respecto a unas órbitas
circulares de compleja elaboración. Copérnico asentó de este
modo las bases para los posteriores descubrimientos de
Newton y Kepler.
Tycho Brahe, nacido en 1546 en una Suecia de posesión danesa
por entonces, elaboró, obtenidos unos cálculos muy precisos,
una teoría intermedia según la cual los planetas orbitaban
alrededor del sol a la vez que éste lo hacía alrededor de la tierra.
Sobre los cálculos de Brahe, su ayudante Johannes Kepler
desarrolló unas leyes que acabaron definitivamente con la teoría
de Tolomeo. Las tres leyes de Kepler son las siguientes:
1. Los planetas giran alrededor del sol en órbitas elípticas
estando el sol en uno de sus focos. Contradecía así también
a la teoría de Copérnico acercándose a la realidad.
2. El vector posición de cualquier planeta respecto del Sol,
barre áreas iguales de la elipse en tiempos iguales. Dicho
de otra manera, los planetas avanzan más rápidamente
cuánto más cerca se encuentren del sol.
3. Para cualquier planeta, el cuadrado de su período orbital
es directamente proporcional al cubo de la distancia
media con el Sol. Lo que en lenguaje de a pie quiere decir
que cuanto más lejos está el planeta del Sol más tiempo
tarda en dar una vuelta –el planeta Tierra tarda un año;
Plutón, el más alejado, tarda unos 248 años y medio-, y
además la relación entre esa distancia y el tiempo es
proporcional.
En 1609, Galileo Galilei, observando a través de un telescopio
las fases del planeta Venus, pudo confirmar el sistema
heliocéntrico. La otra gran hazaña de Galileo fue demostrar
que, en contra de los postulados de Aristóteles, todos los objetos
tardan lo mismo en caer, y que su velocidad al hacerlo aumenta
de forma uniforme. Éste concepto puede resultar extraño.
Podemos preguntarnos en un ejemplo extremo ¿Tardarían lo
mismo en caer desde lo alto de la torre de pisa una esfera de
plomo y otra de goma espuma? La respuesta es rotundamente
sí, incluso un piano y una mandolina tardarían lo mismo en
caer. La diferencia en la naturaleza la marca el rozamiento del
aire, que frena las caídas de todos los objetos dentro de la
atmósfera, de éste modo los paracaidistas no se estrellan contra
el suelo. La tierra atrae con igual fuerza a la esfera de plomo y a
la pluma, pero el rozamiento del aire hace que la pluma caiga
más lentamente.
Galileo murió en una villa de Florencia, habiendo sido obligado
por la inquisición a renunciar a sus ideas por considerarlas
heréticas.

Biografía galileo Galilei


Nació cerca de Pisa el 15 de Febrero de 1564, hijo del músico
Vincenzo Galilei. De su padre aprendió que las teorías rígidas
suponen un freno al crecimiento, así concibió la teología física
de Aristóteles como una barrera en la evolución del
conocimiento. Su trabajo destaca por el inicio de una física de
mediciones exactas, ya no sólo conceptual, en la que combinaba
el instrumental de la física artesana con la lógica –fue el
primero en utilizar un telescopio en el estudio del firmamento- y
la exactitud de la matemática; y también por la defensa de una
investigación libre, sin trabas religiosos, convirtiéndose en un
eslabón clave de la revolución científica.
Tras sus estudios con monjes en Vallombroso empezó medicina
en 1581 en la Universidad de Pisa, aunque al poco tiempo
cambió ésta disciplina por la filosofía y las matemáticas, siendo
pupilo indirecto de Tartaglia, y finalmente dejó la universidad
en 1985 sin obtener título alguno. Por esta época descubrió la ley
del péndulo, lo que se considera como el inicio de una nueva
ciencia: la mecánica clásica, más tarde desarrollada por Isaac
Newton.
Se dedicó entonces a dar clases particulares y a escribir sobre
hidrostática pero sin llegar a publicar ningún trabajo. Ejerció de
profesor de matemáticas en Pisa pero fue despedido por enseñar
a sus alumnos una doctrina contraria a la aristotélica. La
filosofía aristotélica afirmaba que la caída de los cuerpos era
proporcional a su peso; Galileo Galilei demostraría después que
esto era falso. Entre tanto fue admitido en la universidad de
Padua, donde ocupó la cátedra de matemáticas hasta 1610.
Ya en Padua inventó un compás de cálculo que resolvía
problemas prácticos de matemáticas, lo que marcaría un cambio
en su metodología de trabajo: Galileo abandonó la física
especulativa para dedicarse a mediciones precisas. Descubrió así
las leyes de caída de los cuerpos, la trayectoria parabólica de los
proyectiles; estudió el movimiento del péndulo y la mecánica de
materiales. Creó el concepto moderno de aceleración, como
incremento de la velocidad en función del tiempo.
Su interés por la astronomía no se manifestó hasta finales del
siglo XVI, de nuevo para contradecir a Aristóteles y Ptolomeo en
sus teorías geocéntricas, y seguir las creencias fundadas de
Copérnico, que afirmaba que era la tierra la que daba vueltas
alrededor del sol y no al revés; sólo de este modo podía ser cierta
la teoría de las mareas, que se apoyaba en el movimiento
terrestre. Su contribución a las operaciones navales le valió un
aumento de sus ingresos y el puesto vitalicio de profesor.
La curiosidad astronómica fue creciendo, y en 1609, oído el
rumor de la construcción de un gran telescopio en los Países
Bajos y con datos incompletos de su construcción, se presentó
ante el duque de Venecia el proyecto de uno de potencia similar
a unos binoculares. El primer telescopio construido por Galileo
Galilei tenía ocho aumentos, aunque fue mejorando los diseños.
No deformaba los objetos, al contrario que el holandés, y
mediante una lente divergente evitaba que la imagen se
invirtiera. No sólo se utilizó éste invento en la astronomía, sino
que los navegantes pronto le encontraron gran utilidad naval. El
21 de agosto presenta un nuevo telescopio de nueve aumentos
en una demostración en Venecia, los asistentes quedaron
fascinados al ver la famosa isla de Murano a unos 300 metros de
distancia, cuando en realidad se encontraba a dos kilómetros y
medio. No todo fueron éxitos, Galileo no era especialista en
óptica y algunos de los telescopios que fabricó eran inutilizables.
Con veinte aumentos, en diciembre de 1609, Galileo Galilei
pudo descubrir montañas y cráteres en la Luna gracias a la
irregularidad en el color de su superficie, incluso estimar a
altura y profundidad de éstos, describiendo la superficie lunar
como irregular al igual que la terrestre, lo que contradecía la
afirmación de Aristóteles de que en el universo todo eran esferas
perfectas. Descubrió también los cuatro satélites de Júpiter y la
composición estelar de la Vía Láctea, descubrimientos que
publicó en 1610 en el libro El mensajero de los astros. El hecho
de que un planeta tuviera planetas más pequeños girando a su
alrededor era un problema, porque se oponía al dogma de que
todo giraba en torno a la tierra. Los escépticos no tuvieron más
mirar a través de la lente para descubrir que era cierto. A finales
de ese año pudo ver las fases de Venus, que en sí son una
contradicción de la teoría de Ptolomeo y una prueba del acierto
de Copérnico. Según Ptolomeo, es decir, según el geocentrismo,
de las fases de un astro serían visibles sólo la nueva y la
creciente, el hecho de que Galileo observara las cuatro
demostraba que Venus giraba alrededor del Sol, y no alrededor
de la tierra.
La afirmación de Aristóteles de que en el cielo sólo podía haber
cuerpos esféricos y de que era imposible que apareciera nada
nuevo le valió a Galileo Galilei las burlas de todos los filósofos.
También discrepaba Galileo con los profesores de Florencia y
Pisa de la hidrostática, y publicó un trabajo sobre los cuerpos en
flotación que desencadenó la publicación de una serie de
trabajos que pretendían destruir su física.
En 1613 Galileo publicó un estudio sobre las manchas solares,
cuya existencia derribaba de nuevo la perfección de los cielos
asumida por la Grecia clásica y que iba demostrar la validez
irrefutable de la teoría heliocéntrica de Copérnico. Las teorías de
Galileo fueron tachadas de herejías ante la familia Medici,
gobernadores de Florencia, así como el científico y sus
seguidores fueron acusados de herejes desde el púlpito. Galileo
intentó hacer entrar en razón a la sociedad mediante una
extensa carta en la que promulgaba la irrelevancia bíblica ante
los hechos científicos y pedía una adaptación de la
interpretación del libro de libros conforme iba desarrollándose
el conocimiento humano. En 1616 se censuraron los libros de
Copérnico y el cardenal Roberto Belarmino (canonizado en
1930) prohibió a Galileo seguir defendiendo ninguna teoría en la
que se afirmara que la tierra se mueve. Galileo guardó silencio y
se dedicó a investigar un método de medición de longitud y
latitud en alta mar basándose en los astros, a resumir sus
antiguos trabajos sobre la caída de los cuerpos y a exponer sus
puntos de vista sobre el razonamiento científico en El
ensayador, de 1623.
Al año siguiente empezó a escribir Diálogo sobre las mareas, en
el que volvía a parecer la polémica entre Copérnico y Ptolomeo.
En 1630 obtuvo la licencia de la iglesia, pero le cambiaron el
título por el de Diálogo sobre los sistemas máximos y se publicó
en 1632. Pese a la autorización, en base a un informe que
prohibía a Galileo hablar sobre las teorías de Copérnico, fue
llamado a Roma para responder ante la sospecha grave de
herejía. Galileo fue obligado a abjurar y fue condenado a prisión
perpetua, pena que se conmutó por arresto domiciliario. Se
cuenta que al terminar su declaración de reniego de sus propias
teorías, murmuró “ e pur si muove â€, y sin embargo se
mueve. Los ejemplares del Diálogo sobre los sistemas máximos
fueron quemados. Tras varios siglos de especulación e
investigaciones en 1992 el papa Juan Pablo II reconoció el error
del Vaticano.
Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos
ciencias nuevas relacionadas con la mecánica, su última obra,
fue publicada en Leiden, y perfecciona sus anteriores sobre
movimiento y mecánica. Esta obra propició el trabajo de
Newton, quien armonizó la física de Galileo con las leyes de
Kepler.
En 1638 se quedó ciego y murió recluido en Arcetri, cerca de
Florencia, en 1642. La iglesia le prohibió un funeral público.

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