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A ambos lados de los 2.400 kilómetros de frontera afgano-pakistaní operan insurgencias in-
fluidas por el movimiento islamista global. Al Qaeda, talibán y grupos baluchis tienen su
campo de entrenamiento en unas áreas tribales ajenas al control del gobierno de Pakistán.
Ángeles Espinosa es corresponsal de El País para Oriente Próximo y Asia central, con base en Teherán.
TAYIKISTÁN
UZBEKISTÁN
CHINA
BADAHSÁN
ÁREAS DEL
NORTE
NURISTÁN
AFGANISTÁN
KONAR
KABUL
Tora Bora Peshawa
ISLAMABAD
GHAZNI KHOST
Zona ampliada
ORUZGÁN
Miram
Shah
Kandahar ZABUL PAKTIKA
NIMRUZ Lahore
KANDAHAR Dera INDIA
Ismail PUNJAB
HELMAND Khan
Río Indus
Multán
Quetta 200 km
Bajaur
PAKISTÁN KABUL
Tora Bora Mohmand
IRÁN Peshawar
Khyber
BALUCHISTÁN
Kurram Orakzai
SINDH
Miram
Waziristán
Shah del Norte
Karachi Hyderabad
Mar Arábico Waziristán
del Sur
Zona Zona
Línea de demarcación Durand (1893)
Pastún Baluchi
POLÍTICA EXTERIOR.
el paro ronda el 80 por cien.2 Más grave aún, aunque según la Constitución
de 1973 el presidente es la autoridad ejecutiva, las FATA se gobiernan desde
Peshawar por parte de un agente gubernamental que aúna la autoridad polí-
tica, judicial, policial y económica sin ningún control legislativo (aunque las
agencias tienen representantes en la Asamblea Nacional, no participan en
las elecciones al Parlamento provincial).
El sistema, que suele justificarse por estar basado en “las costumbres y
tradiciones tribales” a pesar de contradecir el espíritu igualitario del ethos
pastún, es una herencia del imperio británico y el llamado Gran Juego, cuan-
do Londres quiso hacer de Afganistán un Estado tampón entre sus dominios
del subcontinente indio y el imperio ruso. Alertados ante los avances de las
tropas del zar en Asia central y los intentos del emir afgano Yaqub Khan por
establecer buenas relaciones con su nuevo vecino del norte, los británicos
lanzaron una ofensiva en 1879, la segunda guerra anglo-afgana, que les llevó
a ocupar Kabul y deponer al emir. A resultas de esa derrota, Yaqub Khan se
vio obligado a firmar el Tratado de Gandamak por el que cedió el control de
varias regiones fronterizas, entre las que estaban la mayoría de las actuales
FATA y parte de Baluchistán.
Desde esa posición de dominio, los británicos decidieron fijar una fron-
tera estable que sirviera de segunda línea de contención tras las demarca-
ciones acordadas con los rusos al norte y al oeste de Afganistán. De ahí, el
trazado en 1893 de la Línea Durand, que tomó su nombre del entonces se-
cretario del Foreign Office, sir Henry Mortimer Durand, y dividió a pastunes
y baluchis entre dos Estados.3 Pero incluso Abdul Rahman Khan, el nuevo
emir instalado por los británicos, consideró un error excluir los territorios
tribales de Afganistán, convencido de que él podía controlarlos mejor. No en
balde se trataba de una misma población a uno y otro lado de la línea, lo que
sumado a su resistencia a los dictados británicos determinaría su alto grado
de autonomía, una suerte de gobierno indirecto, a medio camino entre los
territorios del subcontinente administrados directamente y el protectorado
afgano en la margen exterior de la zona de influencia.
Así, la región que hoy corresponde a la Provincia de la Frontera Noroc-
cidental, a la que en Pakistán todo el mundo se refiere como NWFP por sus
siglas en inglés, pasó a estar administrada por un alto comisionado como
parte de la provincia de Punjab. En 1901, la NWFP recibió estatuto de pro-
vincia independiente y fue dividida entre zonas asentadas, los distritos, y zo-
nas tribales, las agencias. El gobernador de la NWFP, dependiente del gober-
nador general de India, supervisaba la administración de ambas. A cambio
de reconocer el gobierno colonial y de mantener abiertos los pasos fronteri-
zos, los maliks obtenían no solo cierta autonomía sino también asignacio-
nes y subsidios para distribuir entre sus tribus.
Los afganos siempre han defendido que Yaqub Khan aceptó el Tratado
de Gandamak bajo coacción. De hecho, ningún gobierno afgano –ni siquiera
durante el régimen de los talibán– ha reconocido la que terminó convirtién-
dose en frontera internacional. Y mientras duró la dominación británica so-
bre las áreas tribales hubo numerosos movimientos de resistencia popular
que en 1930 desembocaron en un movimiento nacionalista pastún. Aún así,
Afganistán fue uno de los primeros países en establecer relaciones diplomá-
ticas con Pakistán tras su independencia, en 1947. En las últimas décadas,
sin embargo, ha sido Islamabad –que sí que admite formalmente la demarca-
ción– quien más ha hecho en su contra. El mantenimiento de la excepciona-
lidad de las FATA es el elemento más visible.
3. También hay baluchis en Irán, donde se estima que vive un 20 por cien de los entre 5 y
15 millones de miembros de ese grupo étnico-lingüístico. El 70 por cien vive en Pakistán y el
restante 10 por cien en Afganistán.
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por India. La primera trataba de evitar que Afganistán se uniera a una alianza
occidental, para poder presionar a Pakistán. India, por su parte, buscaba divi-
dir los recursos militares pakistaníes (a los que se enfrentaba en Cachemira)
cultivando el temor de Islamabad a una frontera occidental inestable.
8. International Crisis Group, Pakistan’s tribal areas: appeasing the militants, 11 de di-
ciembre de 2006.
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Talibanización de la frontera
Por otra parte, el problema también empieza a revertir en ese país. La talibani-
zación, como se conoce la imposición de una interpretación radical del islam
característica de los talibán, es una realidad no solo en las agencias, a las que
los periodistas extranjeros no tenemos acceso, sino incluso en partes de la
NWFP. Grupos de talibán locales o meros simpatizantes deambulan por las ca-
lles tratando de impedir que las mujeres salgan de sus casas, cerrando escue-
las femeninas y oficinas de ONG. Los extremistas también distribuyen folletos
amenazando a los hombres con terribles consecuencias si no les apoyan.
En buena medida, esa radicalización es asimismo resultado de la extra-
territorialidad de las zonas fronterizas, convertidas en Estado rentista den-
tro del Estado pakistaní. El mencionado informe del ICG concluye que “el
fracaso de Musharraf en extender su control a las FATA y facilitar un buen
gobierno a sus habitantes ha hecho posible que florezca el extremismo”. Sus
analistas consideran que el abandono del gobierno central ha permitido a
los simpatizantes de los talibán establecer un sistema paralelo, lo que unido
al apoyo oficial a los islamistas pastunes afganos habría alentado ese clima
en las regiones de mayoría pastún.
“Las zonas fronterizas todavía se gobiernan con leyes de la era colonial,
y esto convierte a sus habitantes en ciudadanos de segunda en Pakistán. A
menos que el gobierno realice un verdadero cambio democrático, el extre-
mismo y el terrorismo se harán rápidamente con la región”, ha advertido Sa-
mina Ahmed, directora para el Sureste Asiático del citado ICG. Durante las
tres décadas que duró el conflicto afgano, esas regiones fueron utilizadas
62 Política Exterior