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VINCENCIO

CRÓNICA DE LOS POLACOS

trad. Raúl Lavalle

2009

1
CRÓNICA DE LOS POLACOS

Introducción

La mejor introducción que puedo hacer ya está hecha: “Chronica seu originale
regum et principum Poloniae is a Latin history of Poland written by Wincenty Kadlubek
between 1190 and 1208 CE. The work was probably commissioned by Casimir II of
Poland. Comprised of four volumes, it describes Polish history, from the time of wars
with “Galls” to the partition of lands after the war. The first, second, and third books are
composed as a classical dialogue, where the author positions himself as a witness of the
conversation. The Chronica's use of this style is unique in medieval literature but was
frequently used in antiquity.”1

No tengo conocimientos de lengua e historia polacas; por ello el lector versado


en el tema quizás se sorprenderá al ver mi castellanización de nombres propios, hecha a
partir del latín. Sirva como ejemplo el propio autor Vincencio, de Vincentius y no de
Wincenty. Para identificar los nombres de lugar, si bien no pude hacerlo con todos, me
ha sido inapreciable ayuda el Orbis Latinus on line.2 La crónica está en un latín
elegante. Mi traducción, no siempre literal y a veces bastante libre, ha tratado de
conservar algo de ese estilo elevado. Las referencias textuales que hace Vincencio
fueron aclaradas en notas por Bielowski, autor de la edición que utilicé;3 las verifiqué
cuanto pude. Las referencias bíblicas están citadas según las abreviaturas que emplea la
Biblia de Jerusalén.4 Solo me queda pedir perdón por los errores de mi desconocimiento
y manifestar mi esperanza de que mi humilde trabajo sea un útil testimonio de la
importante cultura de Polonia.

1
http://en.wikipedia.org/wiki/Chronica_seu_originale_regum_et_principum_Poloniae .
2
http://www.columbia.edu/acis/ets/Graesse/contents.html .
3
Monumenta Poloniae Historica (ed. August Bielowski), tomus II. Lwów, Nakladem Wlasnym, 1872.
4
Biblia de Jerusalén (2ª ed. española). Bilbao, Desclée de Brouwer, 1978.

2
VINCENCIO, OBISPO DE CRACOVIA
CRÓNICA DE LOS POLACOS

Empieza el prólogo a la Crónica de los polacos de Vincencio, obispo de Cracovia

1. Por tres causas tres hombres odiaron las solemnidades teatrales: el nombre del
primero es Codro; el del segundo, Alcibíades; el del tercero, Diógenes. Codro, porque
era pobre y andrajoso en su hábito; el segundo, por su muy célebre belleza; el tercero,
porque se destacaba tanto por lo interesante de sus costumbres como por la gravedad de
su ánimo. El primero no quiso exponer su pobreza, ridícula de por sí, a la risa de todos.
El segundo no quiso ser víctima de la envidia.1 El tercero no quiso prostituir la castísima
majestad de su prudencia con la bufonería del vulgo.2 En efecto Codro prefirió
sustraerse a la vista de los otros, antes que dar a los demás un lamentable espectáculo de
sí mismo, puesto que no hay ninguna hermandad entre la púrpura y los andrajos. 3
Alcibíades eligió estar oculto y sin gloria en su casa, antes que gloriarse del dispendio
de su hermosura, pues nada hay tan bello por naturaleza que no esté expuesto a los ojos
de la legañosa envidia. Por su parte, Diógenes pensó que por prudencia convenía
desdeñar la compañía del vulgo, pues es mejor ser alabado en soledad que ser
despreciado por la familiaridad.
2. Pero la palidez y seca rudeza de estas páginas está a salvo de la curiosidad que
despertaba Alcibíades, pues el temor al mal de ojo es una superstición; y lo feo nada
tiene que perder en estimación de belleza. Tampoco nos apremia la sentencia de
Diógenes, cuya prudencia no se permitió darnos ni una pequeña gota de destilada
gracia. Solamente nos asusta la imagen de Codro, puesto que nuestra bajeza está
expuesta a las públicas asechanzas de quienes sentados nos observan, y no tiene ni un
pequeño manto para cubrir su pudor. Pues no es propio de jóvenes dedicadas a las
musas el retozar en los coros de Dione.4 Por el contrario estamos obligados a asistir a la
sesión del sacro senado no para celebrar a cañas de lagunas, sino a las doradas columnas
de la patria. No se nos manda sacar del olvido a muñecas de barro, sino a las verdaderas
imágenes de nuestros padres, y labrarlas en muy antiguo marfil. Somos convocados a la
fortaleza real como lámparas de la divina luz, para dedicar nuestros mayores esfuerzos a
los tumultos bélicos.
3. Pero una cosa es lo que se hace por apresuramiento descuidado, por deseo de
ostentación o por sed de ganancia, y otra lo que pide la necesidad, madre de la
obediencia. En efecto no me mueve a mí una malvada necesidad de escribir, no me
estimula la ambición de una pequeña gloria, no la locura por una pequeña ganancia; de
modo que, después de gustar de tantas delicias del mar, después de haber salido apenas
de tantos naufragios, de nuevo me alegre de naufragar en las mismas sirtes.5 Pues el

1
Alcibíades, célebre político y militar ateniense del s. V a. C., se destacaba por su hermosura y sus
talentos intelectuales y de mando. El latín habla del fascinus; quiere decir que Alcibíades evitaba
mostrarse a los demás, para evitar la invidia o ‘mal de ojo.’
2
Diógenes el Cínico, filósofo griego del s. IV a. C., se destacaba por lo austero y despojado de sus
costumbres y por algunas anécdotas que le atribuían cierta excentricidad; como cuando Alejandro Magno
le prometió darle cualquier cosa que le pidiera, y él le respondió que le estaba quitando la luz del sol.
3
Codro era un rey legendario de Atenas. Cuando los dorios invadieron el Ática, un oráculo declaró que
ellos serían vencedores, si no perdía la vida el rey ateniense. Codro resolvió entonces sacrificar su vida y
salió de la ciudad simulando que iba a buscar leña. Encontró a dos adversarios, con quienes se peleó y
murió. Los atenienses pidieron su cadáver para enterrarlo. Los dorios, al comprender entonces que habían
perdido toda esperanza de victoria, regresaron al Peloponeso.
4
Dione era una ninfa, madre de la diosa Venus; también designa a la misma Venus.
5
Nombre antiguo de dos golfos en el mar del norte de África, muy peligrosos para la navegación.

3
cardo sabe a lechuga solo en la garganta del asno, y solo el necio se complace en la
insípida suavidad.
4. Pero es injusto dejar de lado una enseñanza justa, pues sin duda el más fuerte
de los príncipes ha comprendido que las muestras de toda clase de fortaleza y todas las
insignias de la honestidad provienen de ciertos ejemplos. Pues en verdad con más
seguridad se emprende un camino si se siguen los pasos de un conductor, con una luz
delante; y más bella es la imagen de las costumbres, si ella está prefigurada por el
antiguo ejemplar de las virtudes de los antepasados, que dan así a la posteridad una
participación en tales virtudes. Pero a mí, escritor de caña y pluma muy ligeras, me ha
impuesto sobre mis hombros de pigmeo1 un peso de Atlante.2 Hizo esto quizás
persuadido de que el brillo del oro y las gemas no se envilece por la rudeza del artífice;
y de que los astros no se oscurecen, si los señalan los muy feos dedos de los etíopes. 3
Además no hace falta ser un artífice sutil, para limpiar la herrumbre del hierro o para
purificar de la escoria el oro. Como es necio luchar contra una carga que no puede
rehusarse, lo intentaré con todas mis fuerzas, con tal que me acompañe la comitiva de
quienes, con su dulce corazón, auspiciaron mi intento. Ellos no se admirarán si tropiezo
y caigo en lo escarpado y resbaladizo; con ayuda de ellos mi carga no será carga, mi
desperdicio no será desperdicio: pues en el camino la compañía es como un carro para
el camino. Finalmente pido a todos esto: que no sea yo juzgado indiscriminadamente
pro todos, sino solo por aquellos a quienes ilustra la elegancia de su talento y la claridad
de su bonhomía, para que no tengamos que despreciar a nadie sino, más bien, mirar con
mucho respeto. Pues el jengibre solo sabe bien cuando es masticado; no hay nada que
pueda deleitar, si está de paso; al contrario, carece de urbanidad el juzgar sobre algo sin
haberlo examinado. Por tanto quien alaba parcamente, critique también con sobriedad.

1
Los pigmeos era un pueblo mitológico; su estatura era de un codo.
2
Personaje de la mitología que sostenía con sus hombros la bóveda celeste.
3
Etíopes es el nombre que griegos y romanos daban en general a los negros.

4
CRÓNICA DE LOS POLACOS

LIBRO I

1. Existió sí, existió en otro tiempo en esta república la virtud; a ella la


ensalzaron nuestros padres, semejantes a luminarias del cielo, no con hojas de papel
sino con las muy célebres luces de sus propias obras. Pues ellos no eran plebeyos
lugareños ni obtuvieron su poder mediante compra; por el contrario fueron príncipes
que se sucedieron y su serenidad, aunque parezca cubierta de una nube de ignorancia,
brillo con admirable brillo y no se extinguió a lo largo de muchos siglos. Me acuerdo
sin duda de un coloquio entre hombres ilustres, cuyo recuerdo es más fiel, porque
todavía está vigente su autoridad. Disputaban en efecto Juan y Mateo, ancianos ambos,
graves en sus pensamientos, acerca del origen de esta república, de su progreso y de su
coronación. Y dijo Juan: “Te ruego, Mateo, me digas bajo qué mandato podemos
considerar la infancia de nuestra constitución. Pues nosotros no somos de hoy ni
tenemos ciencia alguna antigua sobre lo de ayer.”
2. M.–Sabes que en los antiguos existe la sabiduría y que con el tiempo viene la
prudencia. Confieso que en esta parte soy como un niñito; ni sé bien si he tenido antes
alguna pequeña porción de la sabiduría actual. Pero no callaré sin embargo lo que
aprendí de la muy verídica narración de los antepasados. Así pues narraba cierto hombre
mayor que en otro tiempo florecía aquí una muy numerosa cantidad de hombres; a ellos
la inmensidad de reino tan grande les parecía apenas una yugada de tierra. No los movía
la ambición de dominio ni el deseo de poseer, sino que los estimulaba la fuerza de su
crecido vigor, de tal modo que nada consideraban digno de su grandeza de ánimo, si
limitaban con término alguno el impulso de su valor. Pues no existirían las virtudes, si
las encerraran, como en una cárcel, en límite alguno. Y ellos grabaron en los títulos de
sus victorias las fronteras de los pueblos que estaban más allá de sus confines. Pero no
solo sometieron a su poder las naciones de este lado del mar, sino también las islas
dinamarquesas. Primero derrotaron en combates navales a sus valientes fuerzas; luego
penetraron hasta lo más profundo de sus islas y sometieron a su poder a todos esos
vasallos y tomaron preso incluso a su rey, Canuto. Y les dieron la opción de reconocer
tributo a perpetuidad o de, a manera de mujeres, dejar crecer sus cabellos al modo
mujeril, lo cual es en efecto signo de debilidad femenina. Como sus rivales no se
decidían sobre una cosa u otra, los obligaron a ambas.
J.–Pero era un mal menor el reconocimiento de obediencia que el cauterio de la
ignominia, porque es más prudente atender a la fama que a la riqueza. Pues incluso las
riquezas adquiridas con infamia merecen el nombre de riqueza. Pero el nieto de este
Canuto, queriendo vengar la injuria a sus antepasados, trasladó a los suyos la venganza
que no había podido obtener del enemigo. En efecto, puesto que los dacios primero
lucharon desfavorablemente con los polacos y luego con los bastarnas, pues fueron
lerdos para la venganza, a la hora de dormir fueron obligados por orden del rey a poner
sus cabezas en lugar de sus pies, y a hacer a sus esposas los servicios que antes solían
hacerse a los varones, hasta que borraran la ignominia recibida en la guerra.
3. M.–Es fama también que los galos ocuparon casi todos los reinos de este orbe.
Muchos millares de ellos fueron abatidos por estas tropas en muchas batallas. A los
demás, después de maltratarlos mucho tiempo, los obligaron a aceptar una alianza, de
tal modo que, si ellos por suerte o por la fuerza se apoderaban de algo afuera, ambos
tuvieran igual partición. Por tanto toda Grecia cedió ante los galos, y su impulso llegó
hasta tierras de los partos, desde allí hasta Bulgaria y desde allí hasta Carintia. Después
de batallar mucho con los romanos, después de muchas guerras, ocupan ciudades y

5
establecen prefectos, y a uno llamado Graco lo hacen príncipe. Pero finalmente,
disueltos por el lujo de ese pueblo, ablandados poco a poco por la lascivia de las
mujeres, los principales son muertos con venenos y los demás son sometidos al yugo de
los hombres del lugar. Así, invictos ante las armas de todos los pueblos, son vencidos
gracias a la molicie de unos pocos.
4. J.–Nada de lo que dices es fingido o inventado, sino que como verdadero y
serio proviene de la historia antigua. Pero los galos, como dice Trogo,1 no cabían en su
patria y enviaron a trescientos mil a otros lugares, como a una nueva primavera. Una
porción de ellos se estableció en Italia, la que capturó e incendió Roma. Otra parte se
abrió camino matando a muchos bárbaros y se estableció en Panonia. Allí, después de
vencer a los panonios, hicieron muchas guerras con los pueblos vecinos. Es muy
verdadero y más cierto que toda certeza que ellos lucharon con este pueblo. Pues las
olas no se aquietan sino después de golpear, y el león no por mucho tiempo sabe ser
vecino del tigre. En verdad

no se revuelven bien siempre en la misma orilla


los torrentes a los que atacan opuestos remolinos.2

5. M.–Desde entonces algunos empezaron a saborear las mieles del poder. Aquel
Graco volvió de Corintia y, como era de oratoria muy sustanciosa, convocó a todo el
ejército, volvió hacia él las miradas de todos y consiguió su favor y obediencia. Dijo
que era algo ridículo y como un rebaño mutilado un hombre sin cabeza; que era como
un cuerpo exánime y una lámpara sin luz; como un mundo sin sol y un rey sin imperio.
Pues el ánimo es causa de empeño, la luz de las cosas mueve a circunspección y el sol a
todos da el don de sus benéficos rayos. Ahora bien, la diadema en la cabeza del rey es
como un punto donde se encuentran, como gemas, todas esas cosas, pues en la frente se
ve la magnanimidad, en la parte posterior de la cabeza, la circunspección, y a ambos
lados brilla el carbunclo de la fuerza del ánimo. Por fin, les dijo que él sería para ellos
no un rey, sino su socio del reino, si lo elegían, pues

no había nacido solo para él, sino para todo el mundo.3

Luego es saludado por todos como rey. Instituye entonces los derechos y
promulga las leyes. Así por tanto nació la concepción de nuestro derecho civil; o, si
queremos, así fue concebido nuestro nacimiento. Pues antes de él la libertad se veía
obligada a ir tras una fortaleza servil, y la equidad iba tras la injuria. Lo justo era lo que
más favorecía al más poderoso. Pero, aunque el rigor de la justicia no comenzó a
gobernar de inmediato, desde entonces dejó de estar sometido a la violencia; así la
justicia pasó a ser considerada como lo que más favorece a quien menos poder tiene.
Por tanto Polonia, engrandecida por las acciones florecientes de Graco, dispuso a su
prole como sucesión dignísima para el reino, si uno de los hermanos no hubiera sido
víctima de un fratricidio. En efecto había en los escondites de cierto peñasco un
monstruo de enorme atrocidad; algunos piensan que se llamaba un holófago.4 Cada
semana debían entregar cabezas de ganado, una por cada día, a su voracidad. Si los
1
Trogo Pompeyo (o Pompeyo Trogo) fue un historiador griego que vivió en el s. I d. C. Sus obras no han
llegado hasta nosotros sino a través de las historias que en latín escribió Justino, un historiador romano
del s. II.
2
Estos versos son al parecer obra de Vincencio. En adelante, si no indicamos fuente alguna (para esta
tarea nos basamos en la ed. de Bielowski), las citas en verso supondremos que son del propio Vincencio.
3
Cf. Lucano, Farsalia 2, 383. Lucano era un poeta latino del s. I d. C.
4
El nombre de este monstruo es griego, con raíces que significan ‘comer’ y ‘todo.’

6
vecinos no le daban estas víctimas, el monstruo los castigaba devorando otras tantas
cabezas humanas. Graco no toleró más estas matanzas, pues era un para su patria un
hijo más piadoso que un padre para con sus hijos. Llamó entonces secretamente a sus
hijos y les explica su propósito y designios: “La indolencia es enemiga de la virtud y los
delirios lo son de la vejez, como también la pereza y la juventud se oponen. Pues no hay
virtud indolente, ancianidad demente ni juventud perezosa. Por el contrario, aunque no
exista, hay que fingir, si es necesario, la ocasión del valor. Además, ¿quién sino un
hombre ajeno a la gloria rechazaría una ocasión de gloria que se le manifieste
espontáneamente? Pero el defender y conservar la salud de los ciudadanos supera los
eternos triunfos; y no debemos pensar en nuestra propia salud, cuando está en riesgo la
salud común. Así vosotros, que sois mi corazón, a quienes hemos educado con nuestras
propias virtudes, conviene que os arméis contra el monstruo; es justo que os preparéis a
atacarlo, no a esperarlo, pues sois la mitad de nuestra vida y se os debe la sucesión de
este reino.” Respondieron ellos: “Padre, pareceríamos sufrir odio de hijastros, si nos
hubieras ocultado un don de gloria tan grande. En ti está la autoridad para ordenar; en
nosotros, la necesidad de obedecer. Pues a menudo, después de probar con varonil
audacia, después de intentar en vano con la sola fuerza, es necesaria finalmente la ayuda
del ingenio. Llenan entonces de azufre encendido unos cueros de bueyes, los ponen en
el lugar habitual de los rebaños y el holófago los engulló ávidamente: fue sofocado por
las llamas en su interior. Inmediatamente el hermano menor mató a su hermano, como si
hubiera sido un rival y no un consorte de la victoria y del reino. Celebra después el
funeral con lágrimas de cocodrilo,1 dice que ha sido muerto por el monstruo y es
recibido con agradecimientos por su padre, como vencedor. Pues a menudo la tristeza
del duelo es vencida por el gozo de la victoria. Así el Graco menor sucede al poder
paterno, ¡heredero nefasto! Pero estuvo manchado por el fratricidio no por mucho
tiempo, el que le duró el poder. Pues poco después se descubrió el engaño y fue
condenado a la expiación del suplicio, condenado con exilio a perpetuidad,

pues no hay ninguna ley más justa que la muerte,


por su propia arte, de quien fue artífice de una muerte.

6. J.–Pero no esperaba que de una vid tan noble surgiera un brote tan
desnaturalizado. Sin embargo a menudo la uva se hace pasa; a menudo el aceite se hace
orujo; a menudo el oro degenera en escoria. ¿Qué hay entonces de admirable, si la triste
ambición trae tristes consecuencias? Ella, cuanto más feliz es, tanto más miserable;
cuanto más abundante en prósperos sucesos, tanto más próxima es a las más atroces
insidias; cuanto más imperiosamente ordena a los demás, tanto más miserablemente
padece la servidumbre a otras personas. Pues es propio de la ambición buscar los
rincones de todos los sitios y lamer las orejas de todos, para alcanzar a cualquier precio
lo que se propone. Pero cuatro hijas tiene el deseo. Son la glotonería, la ambición de
honores, la búsqueda de vanagloria y la comezón del placer. En estas tierras campea
sobre todo la ambición, y por eso desdeñó las chozas de los humildes y con su poder
subyugó las cervices de los soberbios umbrales. Cuántas delicias tiene la ambición es lo
que mostró, de modo muy familiar, Dionisio a un familiar suyo, con brasas ardientes y

1
Es tradicional la creencia de que los cocodrilos lloran antes de devorar, como se ve p. ej. en el poeta
francés Pierre de Ronsard (Sonetos para Helena 33).

7
una espada suspendida.2 ¿Pero acaso los beneficios ya inmortales de Graco debían morir
de ese modo, de manera que no quedara ningún recuerdo de padre tan grande?
7. M.–Por el contrario, en el peñasco del holófago en seguida fue fundada una
ciudad ilustre, llamada Gracovia en honor de Graco, para que este viviera en eterna
memoria. Y sus exequias no cesaron hasta que fueron consumadas con la edificación de
la ciudad. Pero algunos dijeron que fue llamada Cracovia por la rapidez de los cuervos,
que habían ido al cadáver del monstruo.1 Tan grande fue el amor del senado, de los
principales y de todo el pueblo por el príncipe muerto que a su única hija, una doncella
de nombre Vanda, constituyeron heredera del poder paterno. Era ella tan hermosa que
excedía a todas en gracia y encanto; tú podrías decir que la naturaleza con ella más que
abundante había sido pródiga. Incluso los más sabios se quedaban estupefactos ante sus
consejos; los enemigos más atroces se hacían mansos ante su vista. Y cierto tirano de los
lemanos2 había venido con el propósito de devastar esta tierra, preparado para
apoderarse del cetro casi vacante, pero fue vencido más por la inaudita virtud de la
muchacha que por las armas. Pues todo su ejército, una vez que vio de frente a la reina,
quedó cegado como por un rayo de sol. Y todos, como por mandato divino, depusieron
sus ánimos hostiles y se alejaron del combate. Dijeron que se alejaban de un sacrilegio,
pues no temían la batalla ni a un hombre, sino que veneraban en un hombre una
majestad sobrehumana. Y se rey –no se sabe si por amor, por indignación o por ambas
cosas– quedó como herido y dijo: “Que Vanda impere sobre mar, sobre tierra y sobre
aire. Que Vanda sacrifique a favor de los suyos a los dioses inmortales. Yo en cambio,
mis principales, sacrificaré en vuestro favor una hostia solemne a los dioses
subterráneos. Así tanto vuestra perpetuidad como la de vuestras sucesiones envejezca
bajo el imperio de una mujer.” Así dijo, y se lanzó sobre su espada. Expiró

y su vida gimiendo huyó indignada bajo las sombras.3

De ella se dice que vino el nombre del río Vándalo, que estaba en el centro de su
reino; de allí fueron llamados vándalos todos los súbditos de su imperio. Ella había
despreciado toda clase de bodas; mejor, había preferido el celibato a las nupcias. Por eso
murió sin sucesor y el reino estuvo, después de ella, bastante tiempo sin cabeza.
8. J.–Semíramis, reina de los asirios, no se atrevió a dejar su reino a su hijo
mientras este era joven; simuló entonces ser su propio hijo. Con este engaño de sexo
añadió Etiopía al reino de su marido y llevó la guerra a los indos: fuera de ella, antes de
Alejandro Magno nadie había entrado allí.4 Y muchas otras superaron no solo a mujeres
sino también a hombres en virtudes. Por ello no admiro tanto el ingenio viril en una
mujer, sino más bien en ellas la constancia que se espera de los varones. Pues aunque
parezca inconveniente a las buenas costumbres el que una mujer reine sobre hombres,
pareció sin embargo entonces más de acuerdo con la piedad ayudar a la prole con los
méritos de su padre y no permitir que murieran ante la posteridad los beneficios de los
2
Alusión a la célebre espada de Damocles (o Damocles). Este fue uno de los compañeros y aduladores de
Dionisio el Mayor, tirano de Siracusa, en Sicilia (430-367 a. C.). Cierta vez Damocles llamó feliz a
Dionisio por sus riquezas y poder. El tirano lo invitó a probar en qué consistía su felicidad verdadera; para
ello le preparó un banquete, durante el cual Damocles vio una espada desnuda que pendía sobre su
cabeza, atada solo con una crin de de caballo. Cicerón (Tusculanas 5, 61) es quien narra esta historia.
1
Se establece una relación entre el latín corvus y Cracovia.
2
El latín dice quidam Lemanorum tyrannus. he castellanizado la palabra. Según Bielowski, otros
manuscritos traen otras lecciones; una de ellas es Alemanorum. Pienso que se refiere al pueblo germano
llamado alamanes; en el texto su ortografía varía: p. ej. Lemanni (3, 4) y Allemani (3, 3).
3
Virgilio, Eneida 12, 952.
4
Semíramis y su esposo Nino fueron los fundadores míticos del imperio asirio, según las versiones que
nos han transmitido los griegos. Estos nombres remontan a hechos históricos del s. XIV a. C.

8
muertos. Hay un ejemplo de esta virtud entre los tiranos de Sicilia. Pues Anaxilao, rey
de Sicilia,1 al morir entregó la tutela de sus hijos a Mícalo, un siervo de muy probada
fidelidad. Era tan amado el rey que todos prefirieron obedecer a un siervo antes que
abandonar a los hijos del rey; los principales dejaron de lado su propia dignidad y
permitieron que la dignidad del reino fuera administrada a través de su siervo. ¿Y qué
pasó en estos tiempos nuestros. La fidelidad no engendra fidelidad; pero, si lo hace,
aborta antes de parir, y el parto muere antes de comenzar a respirar. Porque de las
piadosas ubres de la fe penden vástagos de serpientes, maman pérfidos cachorros, que
tratan a sus amigos y a sus señores con engaño y no con fidelidad. Pues es el afán de
lucro y no la amistad lo que los mueve a acercarse.
9. M.–Y también en esta república la administración a veces cayó en personas
humildes y poco conocidas, sin ninguna malevolencia del vulgo ni de los principales, y
aún hoy se complacen en los hechos ilustres de ellas. Pues cuando aquel famoso
Alejandro, de quien acabas de hacer mención, intentó exigir tributo a los hombres de
esta tierra, dijeron ellos a sus embajadores: ¿Sois solamente legados o además
recaudadores para los bienes reales?” Respondieron: “Somos legados y también
recaudadores.” A estas palabras, dijeron los de aquí: “Primero debemos mostrar a los
embajadores una religión sin mancha: recibirlos magníficamente y homenajearlos con
magníficos regalos. Luego se pagará a los recaudadores el tributo correspondiente, para
que no seamos acusados –al César lo que es del César– de lesa majestad.” Y entonces
primero son desollados vivos los principales de los legados; luego, sacadas las pieles de
sus cuerpos, las rellenan en parte con oro y en parte con algas vilísimas. Así el metal,
vestido inhumanamente pero con piel humana, es enviado junto con esta epístola: “A
Alejandro, rey de reyes, el reino de Polonia.2 Mal impera sobre otros, quien no aprendió
a gobernarse a sí mismo; y no es digno de la gloria triunfal aquel sobre quien triunfa la
pompa de los deseos. Pues no hay ningún refrigerio para tu sed, no hay nada que la
atempere. Más aún, como no hay medida en tu ambición, en todas partes tu pobreza está
mendigando. Pero, aunque el mundo entero no puede saciar el abismo de tu voracidad,
al menos aquietaremos un poco la sed de los tuyos. Para que sepas, no hay aquí lugar
para cajitas; por eso aquí tienes algunos obsequios que hemos confiado a los muy fieles
cofres de los tuyos.3 Pues debes saber que los polacos son estimados por la virtud de su
ánimo y por la dureza de su cuerpo, no por sus riquezas. No tienen ellos con qué llenar
el vientre arrebatador de un rey tan grande (para no decir de una bestia). Pero no dudes
de que ellos abundan en tesoros de juventud, con los cuales tu avidez no solo podrá
adormecerse, sino incluso extinguirse totalmente.” Dijo Alejandro: “Rápido, rápido
traigan a nuestra presencia a los creadores de este crimen; que sin demora los castiguen
con finos tormentos; o, mejor, nos convendrá quitarlos de raíz, para que la impunidad no
dé aliento a otros.” Pero cuantas tropas fueron enviadas para castigar la injuria hecha al
rey caen o son muertas en batalla; son encadenados incluso algunos de los reyes. 4 Oído
esto, Alejandro dijo: “El valor herido añade mucho a sí mismo: por ello es justo que
esos hombres conozcan la vara de mi indignación.” Y así infinitas tropas de enemigos
irrumpen en Polonia. Él mismo, después de una avanzada de tropas de Panonia, ingresa
por la parte posterior de Moravia, extiende las alas de su ejército y, después de someter
las provincias de Gracovia y Silencio,5 tira abajo antiguas murallas, reduce las ciudades
1
Fue tirano de Rhegium, el s. V a. C., pero invadió Zancle, en Sicilia.
2
No le encuentro sentido al latín: Regi regum A. rex imperatrix Polonia. Los manuscritos, según se ve en
las variantes que indica Bielowski, reflejan la inseguridad del texto.
3
Se refiere sin duda a los arriba dichos, cueros desollados de los embajadores, llenos de oro.
4
Parece referirse a reyes dependientes de Alejandro.
5
Recuérdese lo dicho en 1, 7: la ciudad de Graccovia debía su nombre a Graco. Respecto del segundo
nombre, desconocido para mí, los manuscritos, según la nota de Bielowski, dan diversas variantes, lo cual

9
a ceniza y manda que se pase el arado sobre ellas y se derrame sal. Pero, mientras este
ejército, invicto ante toda clase de armas, se apresta a ir a las otras provincias, es
derrotado por el ingenio de un simple hombrecillo. En efecto todos desesperaban de la
salvación, pero cierto artista experto en el arte de trabajar el oro mandó que con madera
o con corcho se hicieran yelmos y escudos. A una de esas armas las untó con litargirio; a
otras, con hiel; a todas las puso frente al sol, para que resplandecieran aún más, en lo
alto de un monte. Al verlas, los argiráspidas,1 el ejército invicto de Alejandro, pensó que
se trataba de fuerzas en orden de batalla. Entonces salen volando de su campamento y
recorren varias partes, buscando afanosamente a los enemigos: pensaban que habían
huido. En efecto aquel artífice ya había puesto fuego a esas sombras de armas, para que
no quedara ningún vestigio del engaño. Pero había mandado también que una no
pequeña fuerza de robustos hombres permaneciera al acecho. Entonces una primera
porción de los soldados que iban de recorrida cayó incautamente en las acechanzas, fue
sometida y abatida. Luego los vencedores se visten con las armas de los muertos, fingen
que son compañeros de los argiráspidas y matan a punta de espada a todos los
argiráspidas que se les unen, de modo que no quedó ninguno de ellos. Con la confianza
de este logro, con la misma simulación de ser argiráspidas, entran al campamento de
Alejandro con las insignias de la victoria. Los hombres de Alejandro creen que los
suyos han triunfado sobre los enemigos, saludan de lejos su llegada y los reciben como
en triunfo de compañeros. Por ello inermes y descuidados fueron atacados por los
polacos. Comienza el combate: los lequitas2 muestran las insignias de los argiráspidas.
Se le anuncia al rey que no es un ataque de enemigos sino un tumulto de sedición entre
los suyos. Pero al ver que el tumulto aumentaba en lugar de aplacarse, ayuda el rey al
ejército enemigo, pues quería llevar así apoyo a los argiráspidas. Por ello se volvieron
en sedición y fueron más los que murieron por heridas mutuas que por las de los
enemigos. Tarde se dio cuenta Alejandro del engaño y apenas, sin gloria, pudo salir ileso
con unos pocos. De este modo se fueron recaudador y tributo.
10. J.–¡Cosa admirable pero cierta! Pues hay un libro de las epístolas de
Alejandro, el cual tiene casi doscientas. En una de ellas le escribe a Aristóteles de este
modo: “Para que no estés siempre inquieto y en duda acerca de nuestro estado, debes
saber que nosotros hemos tenido muchas victorias entre los lequitas.3 Hay una ciudad de
los lequitas muy famosa, junto al lado norte de Panonia, llamada Carantas. Es muy
fuerte más por sus hombres que por sus riquezas, más por su arte que por su posición.
Hemos triunfado sobre ella y sus vecinos.” Esta es la respuesta de Aristóteles: “Es fama
que tú y los tuyos triunfaron sobre Carantas de los lequitas, pero ojalá nunca hubieras
tenido entre tus títulos la gloria de tal triunfo. Pues desde que este tributo llegó a la
ignominia de los tuyos, desde que experimentaste el valor de los lequitas argiráspidas, la
rutilancia de tu sol empezó a perder calor; más aún, pareció que vacilaba la diadema de
tu imperio.” Esto es verdad, pero recién hoy, por el beneficio de tu narración,
comprendo de quién hablaban estas palabras. ¡Admirable audacia de estos varones!

muestra lo inseguro del texto.


1
Palabra de origen griego que podría traducirse ‘(hombres) de escudos de plata.’
2
Cf. infra: 1, 10.
3
“During the period of migrations, i.e. 5th-7th centuries, Przemyśl and its environs were inhabited by the
Croats, and from the 8th century by the Lechici, also known in Latinised form as the Lechitae, in Greek as
Lechoi and Lędzanie, in Russ referred to as Lachy (Lyakhs), in Lithuania as Lenkas and in Hungary as
Lengyel” (http://www.kki.pl/pioinf/przemysl/dzieje/dzieje1_e.html). También encontré la explicación:
“Lechia is an old Latin name for the Polish nation which continues to be used in Poland currently in the
naming of sports clubs, student fraternities, commercial enterprises, etc.” (cf. http://info-
poland.buffalo.edu/classroom/maps/new.html).

10
Pues Alejandro no padeció tanto la vez que sufrió injuria de parte de los corintios. En
efecto todas las otras ciudades le abrían las puertas; Corinto fue la primera en
cerrárselas. Alejandro les escribió: “Si sois sabios, estaréis bien; si no, no.” Pero ellos
no observaron la reverencia debida a los puñados de hierbas sagradas1 y crucificaron a
sus legados. Y no menos debe ser admirada la sutileza de ingenio de aquel artífice.
También Alejandro hizo lo mismo cuando encerró las tropas de Darío: al ver que las
suyas eran muy inferiores en número, mandó atar ramas a las colas y los cuernos de
bueyes, para que pareciera que incluso los bosques lo acompañaban.
11. M.–Por eso aquel maestro de arte tan salubérrima fue constituido príncipe de
su patria, a la que había salvado, y no mucho después, ayudado por los méritos de sus
virtudes, fue adornado con la dignidad regia. Y fue llamado Lesteo,2 esto es ‘astuto’,
porque había abatido a más enemigos con astucia que con fuerza.
12. J.–Nadie se admira de que haya fuentes en los lugares bajos ni de que haya
cedros en los valles: tampoco yo considero digna de admiración la virtud en el humilde,
pues la humildad es nodriza de todas las virtudes. Pero las virtudes en los humildes
suelen estar como reprimidas, antes que premiadas. Y en verdad, ¿qué es la virtud
humilde? El sol entre los antípodas.3 Pero no dejar de brillar para aquellos, a quienes su
generosidad de ánimo no les permite tener los ojos legañosos. Por eso también Sóstenes,
aunque no era noble, fue elegido jefe de los macedonios. Y este contuvo a los galos, que
estaban exultantes por sus victorias, y evitó que Macedonia fuera por ellos devastada.4
Por tales beneficios él fue antepuesto, aunque no era noble, a muchos nobles que
aspiraban al reino de Macedonia. Fue llamado rey por su ejército, pero no obligó a sus
soldados a jurar por él como rey sino como general. Con esto evitó la envidia del poder,
pero no sin disminuir la dignidad del mismo.
13. M.–Hubo también, después del primero, otro Lesteo, del mismo nombre 5
pero de otro modo. Pues Polonia carecía de rey y, hasta tener sucesión real, casi es
destruida por la tempestad de la sedición, pues cada uno de los principales ambicionaba
la tiranía. Por mucho tiempo estuvieron inquietos por ese conflicto y, finalmente,
encomendaron la elección del príncipe al arbitrio de los particulares; a saber, de
aquellos de probada sinceridad y libres de toda ambición. Todos se comprometieron
bajo juramento a no dejarse llevar por el favor personal, a no aceptar pretensiones
exageradas en los emolumentos y a no perder de vista, por el temor a un poder mayo, lo
atinente al bien común. De este modo a nadie le sería posible desobedecer el juicio de
los electores. Pero no es fácil que surja la concordia de una discordancia de opiniones.
Por ello, después de mucho deliberar, dieron la respuesta siguiente: “Una vid, si se
extiende mucho, puede ser pisoteada por las destructivas pezuñas de los caballos, llenas
de manchas. Pues bien, este reino es una vid; los caballos desenfrenados son vuestra
soberbia, en la cual se halla toda clase de contrariedades y manchas. Elíjase entonces un
estadio, fíjese una meta y a aquel, cuyo caballo, lleno de manchas también, alcance
primero la meta, e ese consideraremos rey.” Aceptan individualmente, concuerdan todos
y se fija como común esta sentencia. Me parece que estoy viendo ante mis ojos el
empeño, la habilidad y los preparativos de todos los corredores, las ansias de los
diversos participantes. La mayoría confiaba en su experimentada rapidez pero cierto
hombre trataba de hacer valer su oculto ingenio, confiado en la ayuda de las artes de
1
Según anota Bielowski, los romanos solían llevar, como signo de legación, puñados de hierbas sagradas.
2
Desconozco esta etimología.
3
No me resulta claro el pasaje; interpreto que “el sol entre los antípodas” quiere decir que la virtud
humilde es algo que no brilla, lo mismo que el sol entre los antípodas (cuando está entre nosotros, no
brilla allí).
4
Sóstenes reinó entre 279 y 277 a. C.; derrotó a los celtas en una sangrienta batalla cerca de Delfos.
5
Por lo astuto: cf. 1, 11.

11
Vulcano.1 En efecto sembró toda la planicie del estadio con triángulos de hierro; dejó no
obstante una pequeña senda marcada a intervalos con piedras, para que, mientras a los
demás los detuvieran en su carrera los clavos de los triángulos, él se lanzara libre por la
senda y obtuviera el premio de la carrera.

Pero el arte y el dolo son vencidos por las artes del engaño.

Pues había dos jóvenes de módica fortuna y humilde condición, que rivalizaban
en la velocidad de sus pies. Con cierta cantidad en prenda se obligan a que el vencido
solo salude al más veloz con el nombre de rey. Y a manera de broma dicen: “Conviene
que, por la corona de nuestra victoria, compitamos en el campo del rey.” Aquí
comienzan entonces y se ven obligados a detenerse, pues sus plantes quedaron clavados
hasta los huesos. Ellos se sorprendieron ante los triángulos, percibieron la astucia y
comprendieron el engaño de la senda, que ellos sembraron después de las mismas
asechanzas, aunque disimularon perfectamente el conocimiento de los hechos. Pero,
como suele suceder, la ocasión sugirió a ambos el apetito por una cosa inesperada; así
cada uno fue meditando un ardid. Llega el día del edicto y se sientan los venerables
senadores, se ubican de pie los principales y observa sonriente la juventud. En medio, o
mejor, antes que los otros, aquel autor del engaño confía en la ayuda de la senda. Pero
uno de los corredores no tenía menor esperanza, pues había protegido la pezuña de su
caballo con un refuerzo de hierro. El otro en cambio se quedó más lejos de la multitud,
como retrasado, meditando callados suspiros. Dan una, dos y tres veces la señal y todos
salen en línea recta; él al contrario va por el costado, no sin la risa del vulgo. Pero
cuando todos cayeron en los daños de los triángulos, él, después de dar un largo
circuito, se apresuró hacia la meta. Pero su compañero llegó antes que él y fue saludado
como rey, con auspicios nefastos. En efecto todo el mundo se sintió ofendido y dijo que
el autor del engaño había sido él. Como ningún otro se confesaba autor del mismo, lo
entregan a suplicios y dividen su cuerpo en pedazos. Pero aquel que había sido ridículo
a ojos del vulgo alcanzó, por decisión de los magistrados, el reino.
14. J.–
Si el arte queda oculto, causa utilidad; si es descubierto, pudor.
A menudo uno se lleva el honor; otro, la carga del honor.2

Pero el rey elegido no conoció la felicidad: al ser nombrado fue perpetuamente


momentáneo y en un momento fue perpetuo. ¡Gran vigilancia del príncipe! En efecto en
su principado sus ojos no conocieron el sueño. Pero preferiría sin duda ser
ridículamente serio que seriamente ridículo. Pues no sin risas, con un relincho de
caballo, Darío adquirió su reino.3 Y a Estratón mucho le aprovechó su sutileza, aunque
ella fue objeto de la burla de muchos.4 Pues cuando esclavos de los tirios conspiraban
cruelmente y mataron a todos los amos junto con sus hijos, ocuparon los lares de sus
señores y decidieron nombrar rey para ellos; a saber, a aquel que fuera el primero en ver
el sol naciente. Pero uno de los esclavos perdonó a su señor, que ya era viejo, y a su hijo
pequeño. Este hombre instruyó a su esclavo, quien, cuando todos se dirigieron a un solo
campo y los demás miraban al oriente, era el único en mirar al occidente. A los otros les
parece locura esto de buscar en el occidente el nacimiento del sol. Pero, no bien empezó
1
Como se sabe, es el dios griego del fuego y de las fraguas; también es dios de los artífices: era quien
había labrado las célebres armas de Aquiles.
2
El primero de estos dos versos es de Ovidio, Arte de amar 2, 313; el segundo parece obra de Vincencio.
3
Según Heródoto (3, 85), siete jefes persas acordaron que sería rey aquel cuyo caballo relinchara primero,
en determinado tiempo y lugar. Esto hizo el caballo de Darío, quien fue proclamado rey.
4
Cf. Justino, Historia universal 18, 3.

12
a amanecer, él fue el primero en mostrar el fulgor del sol en los techos más altos de la
ciudad: así se comprendió cuánto el natural de los hombres libres supera al de los
esclavos. Hicieron entonces rey a Estratón;1 después de él el reino fue a su hijo y
después a sus descendientes. A tal punto la prudencia prefirió pasar desapercibida bajo
un humilde manto de simplicidad, pues la ostentación siempre es enemiga de la virtud.
15. M.–Pero este hombre tuvo tanto empeño en ejercitar su animosidad que
desafió a pelear individualmente a muchísimos enemigos muy robustos. De ellos tomó
no solo la vida sino también los reinos y las fortunas. Y, al faltarle enemigos extranjeros,
instaba a los suyos con premios, para que pelearan contra él o entre sí. Tan grande fue su
prodigalidad para con todos que prefirió tener pobreza y valor antes que abundancia y
tacañería: prefirió padecer necesidad antes que negar ayuda a los necesitados o no pagar
los estipendios a quienes los merecían. Y no le faltó la sobriedad, que es hermana de la
honestidad y amiga de la prudencia. Pues en su mesa y banquetes siempre hubo
circunspección; no se podía exigir ni gastar más de lo que manda la naturaleza ni menos
de lo que exige la honestidad. Su afán era agradar con las dotes del ánimo más que con
las del cuerpo. Y entre las demás virtudes brilló la de la humildad. Y cada vez que la
dignidad real, como suele, reclamaba que él se adornara de insignias reales, sin olvidar
su condición originaria subía primero a la sede real en un hábito sórdido, suprimiendo
todo ornato al escabel de sus pies; de repente recibía las insignias reales y se sentaba en
el escabel después de haber dejado con mucha reverencia, en lo alto de la sede regia,
aquellos harapos de extrema pobreza.
16. J.–Y esto sin duda enseña que el rey tiene más decoro por la humildad que
por la púrpura. Por el contrario no debe ser considerado hombre –no digamos ya
príncipe– aquel que no supere a otros en humildad. Por ello fue frecuente entre los
griegos que, en la hora en que alguien era hecho emperador, él mismo fuera puesto en
su mausoleo, antes de subir al trono imperial. A cierto rey en un banquete decía un niño
que estaba de pie junto a él: “Señor, tu morirás.”2 Como si le hubiera dicho: te eligieron
príncipe, pero no te ensalces sino más bien sé como uno de estos. Acuérdate de que eres
polvo y volverás al polvo.3

Debes estar de pie temiendo poder caer; tú debes


merecer las virtudes con obras y las obras con virtudes.

17. M.–El hijo de este príncipe añadió muchas cosas al imperio de su padre, y
también a sus virtudes. Derrotó en tres batallas a Julio César; también a Craso con todas
sus tropas, en tierras de los partos: en efecto imperaba sobre los getas, sobre los partos y
sobre los que vivían más allá de las tierras de los partos. Finalmente Julio se alegró de
tenerlo en calidad de federado. Le entregó en matrimonio a su hermana Julia y ella
recibió la Bavaria en calidad de dote, de parte de su hermano; de parte de su esposo, por
las nupcias, le fue obsequiada la provincia Surbiense.4 Ella fundó dos ciudades. Una
1
La citada relación de Justino nos aclara que el esclavo confesó que se había abstenido de matar a su
amo, el cual era Estratón.
2
El original da una como versión original de esa frase: Sire, tu moras. Luego añade la versión latina de la
misma: quod interpretatur: domine tu morieris. Ignoro en qué lengua puede estar escrito ese presunto
original, que no tiene sentido para mí (desde luego no es “buen griego”).
3
Cf. Gn 3, 19.
4
En este extraño pasaje hay mucha confusión. Los diversos desplazamientos de César en la guerras
civiles parecen haber dado algún pábulo a esta extraña historia de una vinculación entre Roma y los
antepasados de los polacos (ya en 1, 3 vimos cómo se relacionaba a Graco con Cracovia). Por otra parte,
no es raro en época medieval buscar una relación con los romanos. Geoffrey de Monmouth hacía venir el
nombre de Britania de un romano llamado Bruto: Denique Brutus de nomine suo insulam Britoniam
appellat sociosque suos Britones (Historia regum Britannie 21). Quizás lo de las nupcias con Julia venga

13
tomó el nombre de su hermano Julio; la otra mandó que se llamara Julia, de su propio
nombre. Pero Julio se atrajo la envidia del senado de los romanos, porque él impedía,
como si fuera un enemigo y no un ciudadano, la propagación del imperio, atraído por
las seducciones de los enemigos y porque había enseñado a imperar a aquellos, a
quienes más bien correspondía saber obedecer; además, lo que había dado en calidad de
dote, eso había que quitárselo a su hermana. Por esta causa su hermana sufrió repudio;
solo dejó con su marido a su hijo de nombre Pompilio. Pero una amante, que aun en
presencia de la reina había sido rival, la sucedió en el trono. Esta mujer, por odio a su
antigua émula y con el permiso del rey, a quien había encadenado con su amor, cambió
los nombres de esas ciudades. Se dice que Lesteo tuvo de ellas y de otros lechos menos
legítimos veinte hijos, a los cuales asignó otros tantos principados; a algunos concedió
ducados a otros condados o bien marcas y a algunos incluso reinos. A Pompilio, por
derecho de primogenitura, lo hizo rey de todos, y a su decisión estaban sometidas no
sola las monarquías de Eslavia, sino también los pueblos vecinos. Todos sus hermanos
parecían rivalizar en atenciones a él; lo trataban con tanta reverencia y dulzura que
incluso a su hijo pequeño, llamado Pompilio igual que su padre, lo hicieron su sucesor
sin ningún tipo de celos ni de discrepancia.
18. J.–
Rara como el Fénix es en la tierra la concordia entre hermanos;
más raro aún, que la corte reúna velas tras un rumbo común.

Y en las aguas de la envidia una horrenda tempestad causó el naufragio de


quienes participaban del reino. Pero sin duda es bienaventurada la unión entre
hermanos, si en ella vale más la religiosa piedad que la ambición de reinar. Entre todos
los ejemplos de esta gloria brilla la prole de Erotimo. Este Erotimo era rey de los árabes
y tenía setecientos hijos –cosa casi increíble– de sus concubinas. La confianza de ellos
en él agotó las fuerzas de sus enemigos y le dio gran renombre; más aún, con gran
felicidad llegó a someter a los más invencibles reyes. 1 ¡Ojalá los hijos de Pompilio
hubieran envejecido en medio de tales sucesos!
19. M.–
¿Hablaré o callaré? Tengo pudor en abrir mi pudor,
pues él pide ser ocultado en un ruboroso rostro.

Pues fue digno de memoria el innoble descrédito de un linaje y una gran falta de
pudor. Pues aquel, en verdad, aquel hombre benéfico que daba retribución a los méritos,
aquel ilustre entre los reyes, Pompilio el Menor, fue como embriagado por los encantos
de una hechicera. Recompensó la gracia con odio, la amistad con asechanzas, la piedad
con la sangre, la fe con la perfidia, la obediencia con la tiranía. La más procaz de las
mujeres a menudo le decía estas flores de palabras: “No hay que tener mucha confianza
en la tranquilidad, pues a menudo la más intensa serenidad del sol se vuelve lluvia
repentina. Tampoco te conviene ser muy agradecido, como si ya hubieras conseguido un
puerto de seguridad, cuando en realidad ni siquiera llegaste a buenas aguas. ¿No ves que
por todas partes los escollos te ponen en peligro? En verdad lo que te hace un rey feliz
es lo elevado del reino; tu seguridad te la da el muro inexpugnable de tu sangre. Digo
cosas duras, pero es la verdad: no hay beatitud que languidezca en sus propias fuerzas;
no hay ninguna seguridad, si hay división dentro de las propias partes. Tú tienes tantas

del casamiento de Pompeyo con Julia, la única hija de César. En cuanto a Licinio Craso, denominado
Rico e integrante del llamado Primer Triunvirato, junto con César y con Pompeyo, él fue derrotado por
los partos el 53 a. C. Sobre la provincia Surbiensis, parece estar en tierras de los eslavos.
1
Cf. Justino, Historia universal 39, 5.

14
partes de tu reino cuantos tíos tienes, y estas son otras tantas asechanzas, si te quedas
quieto. Pues dicen muy adornados discursos, pero quieren cosas distintas: bajo las rosas
yacen punzantes espinas; bajo la hierba primaveral se esconde la serpiente. Ellos se
hacen a sí mismos patronos, no tíos; no solo patronos, sino también padres. ¿No ves
cómo esto se mete en tu ánimo? ¿Piensas tú que se van a contentar con un vacío
nombre? Los tíos siempre quieren gobernar sobre sus sobrinos; los patronos, sobres su
pupilos; la paternidad, sobre la filiación. Su poder no es solo de palabra, pues también
lo muestran sus privilegios. No te hicieron rey para que gobiernes sobre ellos sino para
obtener entretanto, como si el poder estuviera pendiente, la oportunidad de que
cualquiera de ellos lo obtenga. Pues no es raro que de tanto en tanto se plante cualquier
cosa, para que después se haga un surco más profundo. Y ni siquiera te hacen dignos del
nombre de rey, sino que te hacen como juguete de la fortuna, o como una creación de
sus propios designios. Añade a esto el que con frecuencia te hablan de las virtudes de
tus antepasados, no para nutrirte en la virtud sino para fatigarte y exponerte a los
enemigos. Por fin, eres un niño y no te corresponde otra cosa sino jugar. Y ellos en
verdad te entretienen con naderías, como si fueran serios consejos, no para hacerte más
prudente con ellos sino para encontrar, en sus maquinaciones, ocasiones en tu contra o,
al menos, para retardar tu juventud. ¡Ancianos ridículos! Ellos mismos se hacen como
niños y buscan jóvenes decrépitos. Elige por tanto si prefieres ser esclavo o libre, tuyo o
ajeno, feliz de una vez o miserable para siempre. Sin duda conviene que te abras una
vena de sangre, como prudente consejo de salud; en efecto el crecimiento auténtico de
una vid solo se da si se cortan también verdaderos sarmientos y si se amputan del todo
los falsos brotes.” Él se dejó persuadir por estos y otros semejantes consejos de su
maestra, fingió enfermedad y se puso en su lecho. Llamó luego a sus amigos bajo
pretexto de buscar consuelo y consejo en la necesidad. A ellos les dijo la causa y el día
de su muerte, como si le hubiera sido revelada secretamente por Dios, y a cada uno
individualmente les dijo, por separado: “Conviene que vosotros decidáis algo acerca de
la sucesión de mi reino; a mí me llama mi hado y bastante remedio sería para mí, así
como pude reinar gracias o vuestro don, también pueda llegar a ser inmortal gracias a
vuestros beneficios. Pues me parece que no voy a morir del todo, si llego a ver vuestros
cuidados para conmigo, si puedo concelebrar mis exequias junto con vosotros. ¿Qué
puedo esperar de aquel que me niega en vida lo que se debe a un muerto?” Tu podrías
ver los lamentos, tanto los verdaderos como los falsos, los sollozos, los llantos y
alaridos; también, los golpes de pecho y ruidos de palmas. También se derramaban
torrentes de lágrimas y los párpados, bañados en llanto, perdían los colores de sus
tinturas. Las vírgenes laceran sus cabellos; las matronas, sus rostros; las ancianas, sus
hábitos. Todos los lamentos son acrecentados por el ulular de la pérfida reina. Ella
abraza luctuosamente a su marido y a cada uno de los principales y los ablanda con
cierta dulce amargura o –por así también decir– con cierta amarga dulzura. Todos se
llenan de sollozos y lamentos tales que, según se dice, hasta las altas estatuas del rey
gemían y lagrimeaban. Después de tale supersticiones fúnebres, que todavía hoy los
gentiles practican, se entregan a las delicias de un banquete. El propio rey los exhorta a
apartarse un poco, con el vino, de la tristeza, para que lo vean a él mismo y lo
consuelen, al tiempo que beben y se exhortan mutuamente. Dice incluso que, de esta
alegre concesión que le hacen, nace para él un remedio de su enfermedad y que los
momentos finales de su vida son más de alegría que de luto: “¿Por qué, reina, bañas tus
ojos en llanto y te consumes de tristeza? ¿Temes la viudez? Mientras estos estén vivos,
no has de entrar en la vejez; al contrario, mientras vivan todos estos hombres de mi
sangre, piensa que yo seguiré siempre vivo. Pero ahora quiero exhortar a los principales
de los padres, con cuya vista me alegro como con los rayos del sol, para que en ellos

15
siempre permanezca vivo nuestro recuerdo y para que sepan que esto es lo que me
queda de salud y remedio para mi alma.” Juran ellos que querrían ser enterrados vivos
antes que muera en ellos la memoria de los beneficios que él les había dado. Dijo
entonces el rey: “Levantemos la copa; yo también me levantaré y mutuamente nos
daremos el ósculo del adiós, para que cada uno beba del néctar que yo sorberé.” El vaso
era de oro y había sido ingeniosamente preparado por la reina. En él no había
demasiado líquido pero alcanzaba lo alto: si bien llegaba a la mitad, por el vapor parecía
lleno. Su aroma se metía tanto por la boca como por las narices. Ocurría lo mismo que
cuando el fuego hace hervir la olla, hasta que quede cierta cantidad que se asiente en el
fondo del recipiente. Tal es la virtud que se dice tiene el calcipario. 1 A este vaso tan
célebre el escanciador añade el veneno. Mandan entonces que quien debía beber
después del rey, lo entregara primero a la boca de este, como para que probara antes. Y
en efecto creyeron que el monarca bebía y no que solo con el aliento aspiraba lo que
artificiosamente estaba en la parte alta del vaso. En cambio quien había entregado el
vaso al rey, después de haber besado a este, bebe según el mandato la poción verdadera
y pestífera. Así los engañó e intoxicó a todos y les rogó que se retiraran, porque con el
inesperado coloquio le había venido sueño. Y parecían ebrios estos varones, a quienes la
fuerza del veneno hacía tambalear o tiraba al piso; esa misma noche el dolor les quitó la
vida. Pero este hombre, el más cruel de los tiranos, negó sepultura a sus funerales.
Intentaba demostrar que habían sido muertos por castigo divino, por haber atentado
contra un amigo y sobrino; decía también, bajo apariencia de religiosidad, que tal
impiedad se había visto en el llanto de las estatuas y en la repentina muerte de los
malvados, que habían desesperado de su salvación. Añadió también otras razones pero
el hecho fue que, en estas partes occidentales de nuestra patria, cayeron hechos ceniza la
gloria y el honor de Polonia. Pues aquel oprobio del mundo, aquella peste de las
virtudes, ese hombre, el más inmundo de todos, se echó sobre el regazo de la más
impúdica de las prostitutas y se perdió; en efecto no consideraba nada más feliz que el
abundar en placeres. Decía con mucha frecuencia: “Vamos a ungirnos con los mejores
ungüentos, saciemos nuestra vista, atrapemos la flor antes que se marchite.” 2 Este fue el
primero en huir y el último en combatir; era muy temeroso en los peligros, pero
hinchado de soberbia cuando no había nada que temer. Era un enemigo muy
encarnizado de las virtudes, a las que nunca dejó de combatir. Fue muy ejercitado en las
lides de la maldad y no dejaba de acometer empresa contraria a la virtud. Visitaba
mucho más la compañía de las mujeres que las reuniones de los hombres. Por estos
insignes méritos murió de una extraña peste. En efecto surgieron unas insólitas ratas de
los cadáveres, que él había mandado inhumar, y lo empezaron a perseguir más allá de
estanques y lagunas, más allá de ríos e incluso de ígneas piras, hasta que con amargos
mordiscos lo devoraron a él, junto con su esposa y sus dos hijos, encerrado en una
elevada torre.
20. J.–Así los habitantes de Abdera se vieron obligados a abandonar su patria por
una invasión de ranas y ratones.3 Así los filisteos se vieron obligados a devolver el Arca
de la Alianza a los hijos de Israel, por la corrupción de entrañas y los tumores en sus
anos que habían tenido como castigo.4 Así también ese hombre fue en particular
castigado duramente, por la crueldad de su crimen. Por ello, puesto que quiso ser feliz
de una vez, se hizo miserable para siempre. Esto fue lo que le acarreó el consejo de su
1
No he podido encontrar nada sobre esto, que parece un veneno. Según Bielowski, otros manuscritos
traen lecciones como ‘calopazio’, ‘calcipeno’, ‘calciperario’, todas carentes de sentido para mí.
2
La última frase dice en latín: carpamus florem, ne marcescat. El lector de Horacio reconoce la célebre
oda del carpe diem (Odas 1, 11, 8).
3
Cf. Justino, Historia universal 15, 2. Abdera era una ciudad griega de la costa de Tracia.
4
Cf. 1 S 5, 6-9.

16
mujer; tal es el fruto que obtiene el hombre dominado por su mujer; esta es la mies más
frecuente que se recoge de la compañía de las mujeres. Así leemos en cuando a la vida
de Sardanapalo, hombre más corrupto que las mujeres. Su prefecto Arbacto, al verlo
entre prostitutas y con vestimenta y lascivia femeninas, dedicado a las labores de la
lana, dijo: “Es indigno que varones obedezcan a quien prefiere ser mujer que varón.”
Los suyos le hicieron guerra y, una vez vencido, hizo una pira y se lanzó en ella con sus
riquezas: esto fue su único acto viril. Arbacto se apoderó del poder, más digno de
alabanza que de vituperio, pues no deseó tanto el poder del mando sino más bien
soportó sobre sus hombros la ruina miserable de su patria.1

EMPIEZA EL LIBRO II, QUE TRATA DEL ORIGEN DE LOS REYES Y


PRÍNCIPES DE POLONIA QUE ESTÁN HASTA HOY

1. M.–Pero no conviene andar más tiempo vagando por sinuosidades; tomemos


un camino más corto para llegar al fin propuesto. Pero nadie podrá criticarnos por haber
traído algunos ejemplos de la historia en nuestra narración principal. Con toda intención
lo hemos hecho, porque las cosas semejantes se alegran con las cosas semejantes 2 y
porque la identidad es madre de la unión. Así el lector no carecerá del todo de esas cosas
1
Cf. Justino, Historia universal 1, 3. Sardanapalo (también se acentúa Sardanápalo), o Asurbanipal, fue el
último de los reyes asirios (668-631 a. C.). Arbactus (o Arbaces, según escriben otros textos) era medo.

17
que le gusta encontrar. ¿Pues quién espontáneamente dejará sin tocar por su paladar
algunas uvas o algunos higos que penden a lo largo del camino? Es bueno deleitarse con
esta clase de gustos y no solamente fatigarse con el peso de la tarea. Es grato también
dar al alma sedienta algún vaso de agradable bebida.
2. J.–Por el contrario estoy totalmente dispuesto a agradecerte, porque no
desdeñas mi agrio y escaso conocimiento. Y en mi opinión no tendría pereza en
aplicarme a lo que es necesario que sepa la posteridad, si tu emulación no me pusiera
barreras. Pues dicen que no es fácil descubrir a quien miente en cosas sobre las que
nadie conoce, ni puede evitar la falsedad quien presume saber mucho sobre cosas
desconocidas. Que quede entonces lejos de la verdad el afirmar lo falso, para que un
poco de levadura no vaya a corromper la masa toda. Pues

el hombre veraz se hace falso diciendo falsedades.


Así tal hombre será una pintura, no hombre de verdad.

3. M.–De raíz fue quitada entonces la estirpe de Pompilio y se inició una nueva
sucesión de príncipes, cuya altura fue tan grande y sublime como humilde fue su origen.
En efecto Semovith, el hijo de un humilde agricultor, dio fuerza a su nombre y tuvo el
sostén de su empeño y sus virtudes; no se apoyó en mérito alguno de sus antepasados,
pero fue nombrado jefe de la milicia y, por fin, obtuvo la majestad real; dicen que esto
le había sido presagiado casi desde su cuna. Hubo cierto hombre Piast, hijo de
Chotiskon y casado con Repice. Ambos esposos eran de origen ínfimo, desconocidos;
tenían en cambio gran deseo de una vida más pura y tanta misericordia que sus
poquísimos bienes, apenas suficientes para ellos mismos, a veces se acrecentaban para
el servicio de la hospitalidad. ¿Quién pues no se admirará de que algo decrezca con el
aumento y de que aumente con la disminución? Es como ennegrecerse con la blancura y
blanquearse con la negrura. Pero esta prodigalidad hizo que crecieran esos bienes tan
pequeños, casi nulos a veces. Cierta vez dos huéspedes fueron echados de la puerta de
Pompilio y no desdeñaron entrar a la pobre morada de estos dos, quienes los recibieron
afectuosamente y los hicieron descansar. Pidieron perdón por su extrema pobreza y
pusieron a sus huéspedes una pequeña cantidad de comida y bebida. Les pidieron que
consideraran no la calidad y cantidad de la comida, sino el afecto con que la
presentaban. Añaden: “Lo único que tenemos en nuestras manos es el querer, no el
poder. Lo que damos es como la primera cabellera de un niño, la cual se ofrece como
primicia. Ojalá estos restos de espigas caídas ayuden vuestros deseos. Aunque les falte
dulce sabor, tienen sin embargo la dulzura del afecto.” Los huéspedes respondieron:
“Vuestro afecto da nombre a vuestras obras, pues todo hombre hace cuanto intenta
hacer. No puede ser insípido lo que tiene la sal de la caridad, lo que tiene la miel del
corazón.”

¿Qué es lo grato, lo dulce, lo piadoso? Una voluntad


grata, pues la paja del trigo puede estar en mesas de oro.

Una vez que se sentaron, la bebida comenzó a crecer, lo mismo que la bebida.
Tanto que la capacidad de los recipientes no bastaba; tampoco las disminuían los muy
largo y frecuentes tragos que daba una multitud que había acudido, junto con los
principales y con el rey Pompilio, avisada por los huéspedes. Entonces Semovith es
tonsurado, ante tanta cantidad de gente, por los huéspedes y la festividad del futuro rey
2
Similia gaudent similibus: con esta o parecida expresión se encuentra este célebre proverbio latino (cf.
http://www.hkocher.info/minha_pagina/dicionario/s08.htm ).

18
es consagrada por el presagio de un milagro.1 Este hombre hizo surgir una chispa de las
cenizas muertas de la gloria de los polacos y dio a Polonia títulos inmortales, que fueron
casi signos del zodíaco. Pues no solo recobró a esos pueblos que había perdido la
indolencia de Pompilio, sino que también añadió a su imperio otras gentes que nadie
había sometido antes. Nombró para ello decanos, quincuagenarios, centuriones,
colegiados, tribunos, jefes de soldados, prefectos de ciudades, primipilos, presidentes y
toda clase de potestades.
4. J.–En las cosas humanas no es de poca monta descuidar las cosas pequeñas.
En efecto la gran altura de un cedro surge de un pequeño fruto agreste; a menudo las
perlas están ocultas entre las arenas; la fuerza de las brasas se oculta entre las cenizas.
La grandeza de alma no siempre habita ciudades con torres; tampoco desprecia las
cabañas de los pobres.2

Pues el sarmiento es noble, si es sarmiento de una vid,


y ennoblece a la fuente el poder aplacar con ella la sed.

Pero dejemos de lado los ejemplos de David, de Saúl, de Jeroboam, siervo de


Salomón, y los de muchos otros. Gordio cierta vez, mientras araba con sus bueyes, era
sobrevolado por toda clase de aves. Buscó un intérprete y una mujer de gran belleza,
que casualmente salía a su encuentro, le respondió que esos prodigios significaban un
reinado; se comprometió ella misma a ser compañera de él en el matrimonio y en la
esperanza. Por otra parte surgió una sedición entre los frigios y los oráculos
respondieron que la manera de aplacar la discordia era con un rey. Al preguntar ellos a
los oráculos sobre la persona del rey, les mandan nombrar al primero que encuentren
yendo en carro al templo de Júpiter. Les salió al encuentro Gordio e inmediatamente lo
saludan como rey. Gordio consagró en un templo el carro en que iba.3
5. M.–¿Este es aquel del cual habían cantado los antiguos oráculos: que, si
alguien desatara el nudo de Gordio, reinaría este sobre toda Asia?
J. Es cierto. En efecto Alejandro Magno, una vez capturada la ciudad, buscó el
yugo del carro y, después de romper los nudos, encontró la punta de las correas. 4 Y
Agátocles, nacido de un padre alfarero, era sin embargo egregio por la hermosura de su
cuerpo y sucedió a Dionisio, rey de los sicilianos.5 Del mismo modo el rey de Asia
Aristonico, cuya madre era hija de un citarista, llegó a vencer en batalla a los romanos. 6
Quizás alguien haya reprochado su condición a Abdolónimo, quien alquilaba sus brazos
para limpiar pozos y regar huertos. Pero él fue más insigne que los demás y Alejandro lo
hizo rey de Sidonia: dejó de lado así a muchos nobles, para que no se pensara que el
beneficio procedía de un linaje y no de quien lo concedía.7 Más aún, Alejandro
promovió por su valor a Ptolomeo, quien era simple soldado. Este después de Alejandro
obtuvo Egipto, África, Asia y parte de Libia. Y los romanos tuvieron reyes tales que
hasta sus nombres causaban sonrojo: pastores de los aborígenes,8 harúspices de los
1
Por lo que entiendo, este milagro se produjo en vida de Pompilio y la tonsura no fue una coronación sino
una suerte de augurio de su futura condición de rey (futuri regis).
2
Sin duda Vincencio piensa en Horacio (Odas 1, 4, 13-14): Pallida Mors aequo pulsat pede pauperum
tabernas / regumque turris.
3
Cf. Justino, Historia universal 11, 7. Gordio, personaje mitológico, habría fundado la homónima ciudad
de Frigia.
4
Cf. Justino, Historia universal 11, 7.
5
Cf. Justino, Historia universal 22, 1.
6
Cf. Justino, Historia universal 36, 4.
7
Cf. Justino, Historia universal 11, 10.
8
Aborigines proviene de ab origine, ‘desde el principio’: es el nombre que daban los romanos, en su
mitología, a quienes estaban en el Lacio antes de la llegada de Eneas a esas tierras.

19
sabinos, desterrados de Corinto, esclavos etruscos e incluso quienes fueron criados por
una loba. Por tanto nuestros hombres desnaturalizados en vano se jactan por un antiguo
linaje, que es como una sombra. En vano un enano nacido de un gigante puede jactarse
del tamaño de su padre; de la rosa nacen la flor y las espinas. ¿Ignoras que de la vid
nacen tanto el vino como el orujo? ¿No sabes que de la misma vena nacen el oro y la
escoria del metal? Grano y paja del trigo nacen de la misma estirpe. Por el contrario los
príncipes deberían llegar a tener trato con la pobreza, pues es difícil que venere la virtud
aquel que siempre tuvo fortuna próspera. Por eso dijo a alguien cierto sabio:
“Considérate siempre miserable, porque nunca fuiste miserable.”1
6. M.–Sostengo que se equivocan quienes ponen el áureo trono de la nobleza en
las partes bajas del cuerpo y no en el pecho.

Pues noble es solo aquel a quien su virtud ennoblece.

Pero en la última parte de la narración he tropezado con un obstáculo, que te


ruego me expliques.2 Según se considera en los ritos gentiles, la tonsura es una ofrenda
supersticiosa. ¿Por qué entonces parece algo consagrado en el rito posterior? ¿Por qué a
los fieles no solo no se prohíbe, sino que es considerada también hoy una muy solemne
devoción? Si es una institución venerable y religiosa, ¿por qué a menudo se ríen de ella
ciertos hombres que se consideran sabios y prudentes?
7. J.–Es temerario dar una sentencia temeraria acerca de cosas inciertas. Por ello
esos hombres prudentes que dices, si fueran prudentes, deberían investigar lo
desconocido antes que burlarse de lo que ignoran. Pues no hablo de aquello que la
Iglesia imitó de los nazareos,3 un tipo de tonsura que sé que pocos desconocen. Pero, si
conoces la causa de esta institución, verás que la tonsura de nuestro rito nada tiene de
ridículo. La forma y la solemnidad de esta institución es tan grande que a través de ella
la adopción tiene fuerza; y de la adopción surge cierto parentesco legal, así como surge
un parentesco espiritual a través del bautismo y la confirmación. Dos son las especies de
adopción: la arrogación y la simple adopción. La arrogación es propia de los que son
dueños de sí; la simple adopción se da en los hijos de familia, los cuales están bajo la
potestad sagrada de sus padres. Y en verdad el primer modo de adopción antes se
producia por un escrito del príncipe; el segundo, por mandato de magistrado. Pero
ahora, entre nosotros, la adopción se celebra sin consultar ningún oráculo imperial, con
tal que no falten legítimos testigos. Tan grande es el vínculo religioso de este parentesco
de adopción, el cual fue introducido a través del derecho civil, que no puede violarse ni
bajo pretexto de matrimonio. Pues, al igual que en el caso de los hijos espirituales, los
hijos adoptivos no pueden unirse a los hijos naturales, a no ser que alguno de ellos se
haya emancipado. Por eso dice Nicolao: “Entre hermanos e hijos espirituales no puede
haber nupcias legales, puesto que las leyes ni siquiera permiten que se contraiga
matrimonio entre aquellos unidos por adopción.”4 Y en el Digesto, donde se habla del
rito de las nupcias: “La fraternidad por adopción impide las nupcias, mientras
permanece la adopción. Por tanto podré hacer mi esposa a aquella mujer a la que mi

1
Cf. Séneca, Sobre la providencia (4, 3): miserum te iudico, quod numquam fuisti miser.
2
Cf. 2, 3.
3
Nazareo (o nazareno) también se aplica, según la Academia, al “hebreo que se consagraba
particularmente al culto de Dios, no bebía licor alguno que pudiera embriagar, y no se cortaba la barba ni
el cabello.” El nazir se compromete, por el tiempo de su voto, a no cortarse el cabello, a no beber bebidas
fermentadas y a no acercarse a un cadáver (cf. Nm 6, 1-21).
4
Según anota Bielowski, esta cita proviene del Decreto de Graciano (II. 30. q. 3). Esta obra jurídica es
una recopilación escrita en el s. XII. Nicolao parece ser uno de los juristas de esa colección.

20
padre adoptó y emancipó.”1 Y también en las Instituciones: “Si una mujer comienza a
ser hermana tuya por adopción, mientras persista la adopción no puede haber nupcias
entre tú y ella. Pero, una vez que la adopción sea disuelta por emancipación, podrás
tomarla como esposa.”2 Pero, si adopto a una como hija o como sobrina, ¿podré tomarla
como esposa, una vez emancipada? De ningún modo, pues se dice allí: “Del mismo
modo, no podrás tomar como esposa a la que haya comenzado a ser hija o sobrina tuya
por adopción, aunque la hayas emancipado.”3 Pues bien, en esta tonsura solemne
concurren a menudo ambas especies de adopción, pues quien es tomado, empieza a ser
nieto del que toma, por simple adopción; y su madre se hace hermana adoptiva de él,
por arrogación. Por tanto no será frecuente este género de adopción, al cual preceden
causa y razón tan legítimas. ¿Acaso consideraremos digno de detestación el hecho de
que este rito tuvo origen en los gentiles? Pero lo mismo ocurre con la compra, con la
locación, con la obligación de los esclavos y también con los otros contratos de buena
fe. Y el hecho de que el emperador, en el quinto del Código,4 manda eliminar esta
sanción acerca de la adopción y la arrogación y prohíbe que en el futuro se vuelva a
proponer, esto fue dicho de aquellos que adoptan a sus hijos bastardos, para cubrir así,
con cierto color de ley, sus deseos ilícitos. Esto así lo entenderás, si examinas más
diligentemente ese lugar. Pero no quitemos esas cosas de las que nosotros mismos nos
servimos. Pues no es religioso abstenerse de venerar lo que instituyó la razón y venera
la devota religión de nuestros mayores.
8. M.–Pero ya ha sido desatada esta suerte de atadura; vayamos entonces más
rápido, pues tenemos un camino libre y nuestros veloces pasos nos llevan. A Semovith
le sucedió su hijo, el cuarto Lesteo; a Lesteo, su hijo Zemomisl. Ambos fueron muy
célebres por su nobleza de ánimo, su fuerza de cuerpo y sus felices sucesos. Superaron
las virtudes de casi todos los reyes anteriores. De Zemomisl nació aquel famoso Mesco,
ciego, el cual fue criado ciego durante un septenio. Pero al final del séptimo año fue
iluminado desde el cielo y recobró la vista. Por su ingenio fue superior a su edad, pero
perdió la luz de la razón y pareció enceguecer: variaba sus noches con siete prostitutas,
a las que llamaba esposas. Por fin las rechazó y se unió en matrimonio con una mujer de
Bohemia, llamada Dubrouca. Por este feliz consorcio se disolvió la infidelidad y, de este
modo, los arbustos de nuestros padres gentiles se transformaron en sarmientos de una
verdadera vid. En efecto esta mujer, muy amante de la fe católica, no quiso casarse, si
antes todo el reino de Polonia y el rey no recibían el carácter de la cristiana profesión.
Pues sabía que el culto dispar era uno de los impedimentos para el matrimonio. Así
Mesco, rey de los polacos, fue el primero en recibir la gracia de bautismo.
9. J.–Este hombre fue el primero y serenísimo de todos los reyes; por él fue
infundido a esta patria el resplandor de un astro nuevo; por él la fuente de tanta gracia
llegó hasta los intersticios de nuestro lodo. Sus gestas no son solo dulces en su corteza
sino también venerables por su fecundo misterio. En efecto su ceguera es figura de
nuestra privación, porque carecíamos de la verdadera luz. ¿Pues qué significa ese
septenio de su niñez sino el error de nuestra insipiencia? Pues el número siete por
muchos motivos se aplica a todas las cosas. De allí viene aquel “No te digo perdonar
siete veces, sino setenta veces siete”,5 refiriéndose a toda transgresión. También el

1
El Digesto es una compilación jurídica hecha en el s. VI, por orden del emperador Justiniano. La cita de
este pasaje es Dig. 23. 2.
2
Dig. 10, 3.
3
Dig. 1, 10.
4
Según anota Bielowski, esta cita proviene de: Cod. 1. 5. t. 27. 1. 7. Entiendo que se refiere al Código de
Justiniano, aunque no he encontrado la referencia.
5
Cf. Mt 18, 22.

21
“Lávate siete veces y quedarás limpio”,1 con el sentido de ‘absolutamente y acerca de
cualquier cosa.’ Y en Tobías: “Yo soy Rafael, uno de los siete espíritus”;2 esto es, de la
totalidad de los ángeles. Por tanto podemos relacionar esos siete años de infancia con
todo el tiempo de nuestra obstinación. Al final del séptimo año a aquel se le restituye la
vista; a nosotros nos llegó el fin de los siglos: nace la septiforme luz de la gracia. Él es
retenido por siete concubinas; nosotros, por las siete pecados. Por fin él se una a una
sola mujer; nosotros, por nuestra parte, nos unimos bajo el abrazo de una misma Iglesia.
Fue llamado Meska (esto es, ‘turbación’), porque, al nacer ciego, sus padres fueron
turbados; o, entendiéndolo místicamente, porque por él fuimos nosotros iniciados en el
combate espiritual. En efecto él sembró la buena guerra, para que fuera rota la mala paz.
O tal vez también, como dice el Evangelio,3 no todas las cuerdas suenan en la cítara; ni
tienen sentido místico todas las cosas que se entienden como místicas.
10. M.–De esta generosa estirpe salió un brote más fuerte, más fecundo que la
palma, Boleslao hijo de Mesco. Él favoreció con tierno abrazo y con tanta ternura a esa
iglesia que todavía daba vagidos en la cuna, que llegó a instituir dos metrópolis; a
ambas les dio sus debidas diócesis sufragáneas y dividió esas diócesis con límites
precisos. Pues nada hay que brille con luz más clara sino la recta fe del príncipe; nada
hay que pueda sobreponerse a la decadencia sino la verdadera religión. Por ello recibió
muy devotamente al beato Adalberto, cúmulo de religión y padre y patrono de santidad,
expulsado por los bohemios con mucha injuria. Le exhibió toda clase de reverencia y
veneración. El santo le dijo en pocas palabras: “Digna es la voz de quien reina con
majestad, para proclamarse un príncipe sólidamente fundado en las leyes. Pues la
autoridad de los príncipes pende de la autoridad del derecho. No obstante el derecho
divino es superior al humano, pues la ley del Señor es irreprensible e inmaculada y
convierte a las almas. Por tanto, hijo, debes hacer todo cuanto hagas, según el espejo de
la divina justicia. Pues en verdad someter el estado a las leyes de la Iglesia es algo
mayor que todo poder.” El príncipe guardó fielmente en el sagrario de su corazón estas
eruditas y fieles palabras y se puso a sí mismo y a los suyos bajo el escabel de la
religión. Se sometió en todo también al juicio de los hombres religiosos y no al de los
aduladores. Y, para no ser acusado de levedad ni de negligencia, gustaba de recibir los
profundos consejos de los prudentes. Había elegido en efecto doce varones de profunda
sabiduría, de cuyos fecundos y sagrados pechos, como de fuentes divinas, aprendía los
elementos de todas las virtudes. Había aprendido a castigar estrictamente a los
culpables, pero también con piedad, pues nunca fue piadoso sin castigarlos ni fue severo
sin piedad. Así, por su justicia y su mansedumbre, brillaba en él la serenidad de un
temperamento más puro que el electro, pues su rigor no era rígido y su mansedumbre no
era disoluta. Tanta compasión tenía por la calamidad ajena que acudía a las dificultades
de los otros antes que a las propias; por ello en los litigios no se comportaba como juez
de los oprimidos, sino como su patrono. Si alguna sentencia contra alguien era
demasiado severa, le bastaba una suave súplica para suavizarla. A veces los blandos
abrazos de su esposa bastaban para mitigar su ira. ¿Qué más puedo decir? Nada le faltó
que fuera afín a la naturaleza, concorde con la virtud y amigo de la honestidad. Por ello
el emperador Otón Rufo tuvo deseos de comprobar lo que la fama había difundido sobre
Boleslao. Entró entonces a Polonia como para exhibir votiva reverencia al beato mártir
Adalberto. El emperador, después de examinar todo atentamente, dijo: “En vano
pensaba yo que sobre este hombre se divulgaban vanos rumores; en vano acusaba a la
fama de excesiva locuacidad. Más bien la llamo ahora muda y sin lengua, envidiosa y

1
Cf. 1R 5, 13.
2
Cf. Tb 12, 15.
3
No he encontrado esta supuesta referencia bíblica.

22
obstinada, pues son más las cosas que sepultó con su silencio que las que pregonó con la
trompeta de la verdad. Por eso a este hombre, muy amigo de nuestro imperio, no
conviene llamarlo en soledad sino llenarlo de honor en plenitud de poder. No obstante
aquel en quien se gloría la plenitud de poder es más sublime por su excelencia que por
los grados de los honores.” Dicho esto, se quitó de su cabeza la diadema imperial y la
puso en la de Boleslao, no sin reverencia; al contrario, adornó su cabeza con el velo del
piadoso varón. Y, aunque consideró admirables los trabajos en plata, los objetos de oro y
los muy cuidados adornos oficiales, no pudo admirar suficientemente todas sus virtudes,
que se hallaban reunidas solo en él como en una sola esfera.
11. J.–Tú alabaste los bienes de ese varón. En efecto todo lo que brilla con
precio ajeno, es ajeno; todos los bienes son de la fortuna, no nuestros; solo consideraré
mías las gemas que nacen en el cofre de mi pecho. Por ello cierto hombre que fue a ver
a un filósofo encontró que su pequeña casa estaba descuidada, que carecía ella de todo,
que su hábito era andrajoso y su rostro demacrado y horrible y que su nariz estaba llena
de arrugas. Le echó todo eso en cara pero el sabio le respondió: “Hoy me encontraste en
casa ajena; mañana podrás contemplarme, si gustas, en la mía, lleno de elegancia.” El
otro aceptó y, el día fijado, el filósofo lo condujo a cierta casa, la cual iba a ser morada
de cierto hombre muy rico. Le dijo: “Aquí vivo; este es nuestro mobiliario, no la
pobreza del de ayer.” Lo pone entonces en una silla elevada y lo cubre con un manto de
púrpura. Había pedido en efecto al dueño de la casa servidores, vajilla y vestidos. Le
presenta una bandeja de plata vacía y otra con cicutas, unas cortadas y otras enteras, y le
dice: “Come, si gustas.” Respondió él: “¿De qué me alimentaré? Un plato está vacío; el
otro es horrible.” El filósofo: “Tan plenas y tan sabrosas son para los prudentes las
delicias de los ricos.” Luego le ofrece dos vasos, uno de oro y otro de barro; en el de oro
pone hiel y en el de barro, miel. Y le dijo: “Esto es lo que admiras en el brillo de la
riqueza; esto es lo que desdeñas en la humildad de la pobreza. Mira qué es lo que debes
elegir: en la soberbia del oro la amargura de la hiel o la dulzura de la miel en el barro.”
También había mandado intencionadamente cortar, sin que se notara, la silla en la que él
se había sentado. Él se cayó de la misma y se dolía por el golpe en su costado. Algunos
entonces se rieron pero el sabio dijo: “Nada hay de nuevo; tal es lo que aguarda a las
cosas elevadas: cuanto más altas son, tanto más son proclives a la ruina. Es natural a los
hombres elevados el tener familiares hostiles; también deben esperar molestias de sus
allegados colaterales. Por fin, ellos son despojados de sus vestidos y son echados de la
corte, llenos de azotes y de insultos.” Le enseña además que todas las cosas son ajenas,
salvo el ánimo y el tiempo, cuya posesión la naturaleza nos concedió. Le enseña que
podemos servirnos de las cosas ajenas, pero no debemos abusar de ellas; también, que
somos más felices en las chozas de la pobreza que en las moradas de los reyes. Feliz es
la pobreza alegre, pero no hay pobreza alegre. Por tanto quien entre a nuestra casa mire
más bien a nosotros y no a nuestros bienes.
12. M.–Pero temo no poder narrar los hechos de Boleslao, pues ante ellos hasta
la lengua de los más elocuentes enmudece. Pues toda su riqueza estaba en su ánimo o
brilló en la fuerza de las armas. Sometió a su poder Seleucia, Pomerania, Prusia, Rusia,
Moravia y Bohemia y dejó estas tierras a sus sucesores como tributarias. Hizo a la
ciudad de Praga la sede secundaria de su reino. Puso bajo su poder a los hunos o
húngaros, a los cravacios y a los mardos. Más aún, dominó tanto a los indómitos sajones
que fijó incluso una columna de hierro en el río Sala, como para fijar así los términos de
su reino al occidente. Pues en el oriente puso otra meta en las puertas doradas de
Kiovia; allí con célebres batallas de su espada capturó la ciudad y grabó en sus puertas

23
de oro cierto signo de moneda.1 Al nombrar un rey de su propia sangre, derrotó al rey de
los rutenos sin batallas, sino infundiéndole el miedo a través de su nombre. En efecto,
cuando le anunciaron que se aproximaba Boleslao, puesto que él era muy amante de la
pesca, junto con el anzuelo dejó el reino, diciendo: “Fuimos capturados por el anzuelo
de un hombre que no aprendió a pescar siluros.” Apenas dicho esto, se dio lleno de
temor a la fuga, más feliz en la huida que en un conflicto militar. Pues, después de
dispersar a casi todo el ejército enemigo y de su feliz triunfo sobre él, volvía Boleslao.
Pero este rey fugitivo reunió fuerzas y hombres y trató de sorprenderlo por retaguardia,
pensando que podía tomarlo desprevenido con asechanzas o vencerlo con el número. Al
verlos desde lejos, dijo Boleslao a los suyos: “Compañero, estos hombres holgazanes
levantan de su campamento polvo con las patas de sus rebaños; morirán antes del ocaso
y caerán ante nuestro ataque. Saquémonos de encima estas moscas molestas y sus
aguijones, pues hasta para la gente blanda es molesta la desidia y la torpeza. No temáis
el centuplicado ejército de esa plebe inexperta, porque en muy pocos se halla la fuerza y
el camino directo; además una multitud vencedora no tiene mucha más gloria que unos
pocos que son vendidos. Por tanto, así como nadie que está cargado puede nadar bien,
conviene que arrojemos todo botín que nos pueda retardar, pues es más noble gloriarse
en los títulos de una victoria que con los latrocinios de un botín.” A estas palabras
responden sus hombres: “Cuando un ánimo está ansioso, la rapidez misma es una
demora; que cuente las legiones enemigas aquel que tenga tiempo, pues nuestras
espadas no lo pierden en contar sus cabezas.” Penetran entonces entre las filas muy
apretadas de sus adversarios y cortan sus cabezas con el acero como si segaran
adormideras. Su insaciable rabia de leones no quedó saciada, hasta que echaron a rodar
todos los cadáveres y el río Bug se llenó de sangre. No poco tiempo después Boleslao
trató de entrar a Rusia, y el ruteno trató de invadir Polonia. Había cierto río que
delimitaba ambos reinos; a ambos lados del mismo acamparon uno y otro ejército. El
bárbaro no solo no consideró sino que hasta despreció el poco número de los polacos y
se llenó de arrogancia ante la gran cantidad de los suyos. Consideró que nadie había
superior a él y, repleto de inane gloria, dijo al ilustre Boleslao: “El jabalí fue encerrado
por las redes; la cerda fue apresada, dentro de su chiquero, por las redes. Ellos
experimentarán la ira de nuestros cachorros y darán un luctuoso espectáculo.” Boleslao
respondió: “Ese hombre vano se llena de soberbia y, como pollino de asno, piensa que
ha nacido libre y me llama cerdo y jabalí. Y no se equivoca, pues este jabalí feroz tal
vez se alimente de él; este cerdo, padre de muy robusta simiente, con el divino auxilio
quizás destrozará a esos perros y se emborrachará de su sangre. Pero hay que pelear con
las armas y no con las palabras.” Mientras tanto uno y otro ejército se intercambian
pullas e insultos, cuando de repente entran en el campamento enemigo algunos
ladronzuelos polacos, que matan a unos y obligan a refugiarse a otros. Al conocer esto,
Boleslao ordena su ejército, mueve el campamento, manda tocar las trompetas, persigue
a los enemigos y obtiene el triunfo. El rey y sus principales son arrastrados, atados
como perros; no sin razón, pues su propio príncipe los había llamado “sus cachorros.”
El vencedor no tomó a bien esto, pues decía que es algo miserable insultar a los
miserables, porque la fortuna ningún poder te da sobre los otros que no pueda permitir, a
su vez, a los otros sobre ti.
13. J.–El resultado de la jactancia es la caída; al contrario la humildad termina en
gloria. En efecto nada hay más desagradable a los ojos de Dios que la hinchazón de la
arrogancia, que destruye a muchos y a otros transforma en bestias. Ese mismo orgullo

1
El lector reconocerá en este último pasaje, bajo la forma latina castellanizada, ciertos lugares actuales;
no obstante, dejo a los expertos las pertinentes identificaciones.

24
fue el que cubrió de nubes y de granizo las tropas de Darío.2 En efecto, cuando
Alejandro militaba contra Darío, este le envió tres regalos: una pelota como la que usan
los niños en sus juegos, un pequeño azote como el que se usa para corregirlos y unas
monedas de oro; además, esta carta. “Darío, rey de reyes y consanguíneo de los dioses,
a Alejandro, su esclavo, salud. Todavía eres niño; vuélvete a tus padres, que son mis
esclavos. Te envié una pelota, para que jugaras, puesto que aún eres niño; un azote,
porque aún debes ser corregido; unas monedas de oro, porque sé que las necesitas y, si
yo quisiera, podría cubrir de ellas toda la tierra que hay entre tus pies y yo. Y, como eres
niño, no se debe pelear con armas contigo.” Respondió Alejandro: “A Darío, rey de
reyes y consanguíneo de los dioses. Interpreto de modo muy diverso los dones que me
enviaste. La redondez de la pelota me promete el imperio sobre el mundo; en el azote
veo los tientos con los que te ataré a ti y a los tuyos; en las monedas de oro entiendo que
me es debida la posesión de todas tus cosas. Y conviene que tú luches con armas y no
con palabras.” Y, después de congregar Darío infinitas fuerzas, cubrieron el ejército de
Darío nubes y granizo, de tal modo que podías pensar que él estaba luchando contra
Dios. El rey saltó de su carro, en el cual estaba con su esposa e hijos, y apenas pudo huir
gracias al beneficio de la noche. Pero Alejandro se apoderó de su esposa e hijos y de
otros muchos; a todos los tuvo en honor real. A los muertos, que habían luchado
audazmente, los sepultó con magnificencia. Así este hombre sabio venció de modo tal
que nadie lo sintió como un vencedor. De igual modo Filipo supo guardar temperancia
entre la alegría propia y el dolor de sus enemigos: a los suyos nunca les pareció que se
alegraba desmesuradamente como vencedor y a los vencidos no dio muestras de querer
insultarlos.
14. M.–Boleslao tuvo estos prósperos sucesos, pero su hijo Mesko II no lo
sucedió con auspicios tan felices. Él quiso quedarse contento con la gloria paterna, que
nadie podrá alcanzar (no digamos superar); por ello no fue glorioso para sus
conciudadanos ni temible para sus enemigos. Pues, si guerreó contra algunos, lo hizo
por necesidad y no por valor, obligado y no de grado. No era que le faltaba valor sino
que naturalmente tenía mas deseo de conservar lo poseído que de conquistar cosas
nuevas. Pues él consideraba bastante absurdo, puesto que debe haber una medida en la
posesión, que no su pusiera un límite a la adquisición, sobre todo considerando que el
derecho de apropiarse de los bienes que no son de nadie no se aplica a los bienes ajenos.
Ahora bien, Mesko engendró de la hermana de Otón III al insigne Casimiro, a partir del
cual la serie histórica se hilvana de otro modo. Dicen en efecto algunos que, después de
la muerte de Mesko, su esposa no quiso todavía confiar las riendas del mando a su hijo
todavía joven y asumió ella misma el poder. Ella pareció más violenta que lo que
convenía y antepuso los clientes y los criados de sus teutones a los indigentes de la
patria, aunque fueran primeros; por ello fue expulsada por los ciudadanos y envejeció
en el exilio. El pequeño Casimiro fue reservado a la fiel tutela de los principales. Pero,
no bien había alcanzado la edad viril, fue inmerecidamente desheredado. Pues los
principales, temiendo que él siguiera los malos pasos de su madre, lo expulsaron a
exilio semejante al de ella. Otros cuentan de modo distinto, pues dicen que su madre
murió en el momento del parto y que el niño, a la manera de Hércules, ya desde
entonces fue entregado al cuidado de una madrastra. Pero su padre besaba según
costumbre la cuna del niño, acariciaba su ciernecito pecho y se llenaba de llamas y
suspiros de amor y de lágrimas, pues todavía tenía vivas en su corazón las cenizas de su
difunta esposa, de la cual el rostro del niño era como un espejo. Esto fue advertido por

2
Para la anécdota que se relata a continuación, Bielowski cita: Jul. Val. 1, 42-55. Sin duda se refiere a
Julio Valerio, historiador del s. IV d. C., autor de unas Res gestae Alexandri Macedonis. No he podido
consultar dicha obra.

25
la astucia de la madrastra, quien preparó acechanzas y maquinó la muerte del niño, para
que su rival, muerta en sí, no pareciera viva en su prole; para que la descendencia de
ella no se apoderara de la sucesión del reino. Así secretamente convenció, con diversas
palabras, promesas y donativos en oro, a un servidor, para que expusiera al niño a la
muerte. Muy buen conciliador de benevolencia es el dinero: no se puede decir que no
posee retórica quien con el oro fortalece sus opiniones. Pero este hombre, inspirado por
Dios y por la prudencia, solamente de palabra consintió en la muerte del niño, pues para
salvarlo simuló su muerte, pero lo entregó a un cenobio para que fuera criado allí.
Después de poco tiempo murió su padre y fue proscripta su madrastra. El reino quedó
vacío y la patria desolada. Los conciudadanos entraron en sedición, atacaban los
enemigos y las ciudades y municipios, privados de defensores, fueron ocupados por
extraños. La tierra quedó expuesta a saqueo y disipación. Pero aquel servidor fiel, no
olvidando el depósito que antes le había sido confiado, habla sobre el niño a algunos
hombres muy amigos de esta república. Les dice que en él está el único consuelo para
tanta desolación, el único remedio para tanta matanza, provisto por don divino y no por
su ingenio. Había por otra parte una tropa robusta y escogida que se defendía, reunida
en una sola fortaleza, contra los asaltos de los enemigos; defendía no ya el reino sino las
reliquias del mismo. Por ellos fue restituido a su patria Casimiro, arrebatado a sus
enemigos. Él erradicó todos los poderes violentos, expulsó de cada una de las provincias
a los príncipes abortivos y fortaleció la tan debilitada obediencia. Todos con gran alegría
se pusieron bajo su poder y veneraron su majestad; solo la provincia de los masovios no
lo favorecía sino que le declaró una guerra muy cruel. Estuvo al frente de ella cierto
hombre con un antepasado de origen servil, pero que era fuerte, elocuente y ávido de
poder, llamado Maslao. Este armó contra Casimiro diez ejércitos de experimentados
lanceros, sin contar arqueros, ballesteros y hombres con hachas y espadas; en fin, una
infinita fuerza tanto de infantes como de jinetes. Todos ellos habían acudido con
esperanza de botín, siguiendo más a la fortuna que a un hombre. Todas estas tropas
fueron vencidas por Casimiro, pero luego Maslao reunió una cantidad no menor de
fuerzas, pues tenía cuatro contingentes de pueblos marítimos y agregó también
importante número de dacios y de rutenos. Ellos acudieron sin demora ni dificultad, no
como para ayudar a un amigo sino para saciarse de odio hostil, pues tenían verdadera
sed de hartarse de sangre de los polacos. Pero, puesto que a menudo los deseo de los
hombres se alejan de su cometido,

y no siempre el arco hiere donde lanza la flecha,1

todo su intento fue vano y tuvo un resultado contrario al que esperaban. Nuestro
unicornio, Casimiro, los agitó a todos como si fueran ceniza de ligera estopa; a todos los
envolvió como envuelve todo el remolino de una tormenta. Y aquel ambicioso príncipe
huyó a tierras de los getas, donde obtuvo la más alta dignidad. En efecto los getas, que
habían sufrido gran pérdida de los suyos, lo consideraron culpable de ello y vengaron
con su muerte la muerte de sus compatriotas. Después de muchos suplicios, lo pusieron
en un alto patíbulo y le dijeron: “Quisiste cosas elevadas; tenlas.” Ni siquiera en su
muerte le faltó la excelsitud.
15. J.–Hércules, nieto de Alceo, a nadie fue inferior en fuerza. Pero este es un
Hércules verdadero, pues de aquel, si bien se dicen muchas verdaderas, también se
narran muchas cosas fabulosas. En cambio este hombre tiene los títulos de sus méritos.
Fue víctima de la crueldad de una madrastra semejante a Medea, que le lanzó la envidia
1
La cita es de Horacio, Arte poética 350, aunque en realidad el poeta latino dice: ‘ni siempre herirá el
arco aquello que amenaza.’

26
de culebra, la maldad de serpiente, la hiel de dragón y el veneno de víbora. Lo expuso a
peligros de toda clase de monstruos, a escándalos del reino y a los enemigos. ¿Pues qué
cosa más monstruosa puedes pensar que algo mutilado en su natural que, aunque se le
haya amputado la cabeza, ataque descaradamente como bestia con cuernos? ¿Qué cosa
más terrible que una bestia que, aunque no pueda dañar a la ajena, con su cola castiga su
propia cabeza?

Nada hay peor que cuando el humilde se eleva,


que cuando con indigno pie pisa los cuellos libres.

Cierta vez los escitas iban a elegir, persuadidos por el dinero, como rey a un
esclavo. La reina de ellos, Tomiris,1 llamó a las principales señoras y les dijo que esto
era una afrenta más para ellas que para sí; que no se sentía herida tanto por su propia
humillación sino más bien por la elevación de un esclavo. Les pidió entonces que se
apiadaran no tanto de su desgracia sino de la libertad de ellas mismas y de sus hijos.
Entre las señoras había una de anciana edad, que dijo: “En una situación de por sí
lamentable no se necesitan lágrimas sin consejo, pues la llama no se extingue con
llamas ni la tristeza con tristeza.” Manda entonces que abyectos hijos de esclavas sean
vestidos con mantos de púrpura y suban al carro en que solían ser llevados los reyes;
ordena además que otros sean sentados en corceles adornados con placas de oro;
también, que jóvenes nobles y vírgenes de divina belleza sean atadas, como bueyes, con
sucias correas al carro; también hace que la reina, junto con su pequeño hijo y ellas
mismas, las mencionadas señoras, del mismo modo sean ligadas al carro. Con azotes los
apremian a tirar de él y avanzan hacia la asamblea, donde, postrados ante el magistrado,
acusan a aquellos que las habían impulsado a esta enormidad. Piden no el castigo de las
injurias sino el de lesa majestad, pues esto era un daño no ya a ellas, sino al sagrado
senado y a toda la república; no era un perjuicio individual sino de toda la comunidad;
no era una herida pequeña y leve sino mortal. Los autores de tan perverso designio no
fueron esclavos sino los propios señores de esos esclavos, que exponen de modo venal
su nobleza e incluso atentan, con su amor por el dinero, contra la propia libertad en sí.

Es torpe para un varón no ser varón y que un siervo vista


la toga; es torpe el que blancos cuellos se llenen de lodo.

Se conmueve toda la asamblea y el esclavo no es ya expulsado del reino sino


expuesto al máximo suplicio. Pero el hijo de la reina, a pesar de su muy tierna edad, es
nombrado rey. Por ello desde entonces entre los escitas siempre se convoca a las
mujeres a las asambleas. Cierta vez,2 cuando el rey de los macedonios se hallaba lejos,
tomó la fortaleza su delegado Hipandro, hijo de un vilísimo artesano, y mandó que se lo
venerara con título regio. Para que el pueblo estuviese de acuerdo con ello, aumentó
pensiones, disminuyó títulos y dijo que en su reinado se suprimía toda carga. No le faltó
la vana credulidad de la muchedumbre. Entonces el rey mandó en primer término a sus
partidarios una carta: “Unas higueras arrancadas de raíz, si son atadas con hilos de oro a
un fértil tronco, ¿pueden florecer o no?” Por segunda vez les envía una epístola, la cual
decía: “¿Unos arroyos secos desde su misma fuente, aunque llenos de arena húmeda,
podrán alguna vez llenar sus cauces o no?” Y una tercera: “¿Un polluelo de una
1
Tomiris era, según Heródoto (1, 205 ss.), la reina de los maságetas, un pueblo escita que había derrotado
y matado en batalla a Ciro el Grande (s. VI a. C.). En una batalla anterior, también contra los persas, había
muerto el hijo de Tomiris. No he podido encontrar fuente literaria de la anécdota narrada aquí.
2
No he podido encontrar fuente literaria de la anécdota narrada aquí; tampoco sé a cuál rey de Macedonia
puede referirse.

27
golondrina, boquiabierto ante cada canturreo, será criado por un gato o no?” Por último
les envía una efigie humana sin cabeza, trabajada artificiosamente con oro y gemas.
También, la cabeza de un asno coronada con esta inscripción: “Esta imagen representa
vuestra nobleza, adornada con gemas de virtudes. Esta cabeza es vuestro rey; vale decir,
un asno ladrón, un siervo coronado. Si estas cosas le corresponden bien, corresponda
también a vosotros acerca de vuestro rey. Si no, que no sea así.” Persuadidos por estas
palabras, los habitantes traen de nuevo al rey a su reino. Este encadenó e hizo morir de
hambre a Hipandro en la fortaleza. Dijo que quien era un defensor de la naturaleza no
necesitaba la ayuda de ella. Por eso un servidor le daba piedras en lugar de alimento y le
decía:

No busques superar los límites que la naturaleza fijó.

Y le daba ceniza en vez de bebida, mientras le decía:

No pidas lo que no has de medir con justa medida.

Porque traspasaste los límites de la naturaleza, no tendrás trato alguno con ella.
16. M.–Después de la muerte de Casimiro surgió otra peste de parte de los
esclavos, no menos inaudita. Pero la narraremos en su momento oportuno, para que el
orden del relato no se aparte de los hechos. A Casimiro le sucedió su hijo Boleslao,
quien por antonomasia recibió el apelativo de generoso. Él pensaba que la libertad del
hombre nada era sin generosidad y que el generoso no necesita nada, a no ser ocasión de
dar. Por ello –decía– la generosidad es a la vez más veloz y más lenta que las peticiones.
Más veloz, para no ser una ayuda tardía; en efecto, conviene dar antes de que se nos
pida, para que en una petición no se nos reproche avaricia, para que el beneficio de la
gracia no se dé sin gracia. Pues nadie obtiene gratuitamente algo, si lo obtuvo mediante
una súplica. Pero también debe ser lenta, para no volar demasiado rápido y para que no
se pierda así lo que se da. Porque no conviene que la rapidez descuide las peticiones
muy lentas; al contrario debe atender a unas y a otras. Cierto día este rey mandaba que
se destinaran a determinados usos ciertos recursos. En el momento en que
generosamente los daba, un hombre, al ver el esplendor de la riqueza real, gemía con
profundos suspiros:

“Esta gracia hace felices a otros; solo es fría para mí:


padezco el invierno, si bien el sol a todos es común.
Solamente yo, bajo tu sol, carezco de los consuelos
primaverales; solo yo tengo vergüenza de merecerlos.”

El rey entendió inmediatamente la causa de los suspiros, se despojó de su túnica


llena de pliegues y la puso a espaldas de aquel hombre: “Toma el oro que quieras y
llévate la cantidad de metal que puedan tus fuerzas. Preferimos que se nos acuse por tu
debilidad y no por estrecha donación.” Llenó él entonces los pliegues de su túnica y
dijo:

“Nadie se sorprende si la estopa arde ante leve ceniza;


no morirán tus dones, porque este o aquel de ellos
tomen, pues áurea generosidad crece en voz de la fama.
Suena la hoz en la siega: más me das, más de mí recibes.
No guardas tus dones en cofres, no te oprime la avaricia

28
del arca, antes bien brilla tu abundancia en las alturas
de tu alma. La miel de tu largueza llena de dulzuras
las bocas de todos; tu alabanza no morirá en mi boca.”

Mientras canta esto, olvidado de sí mismo, intenta levantar ese peso de oro, pero
murió oprimido por ese mismo peso.
17. J.–

No sé qué dulce aroma exhala la flor de las cosas. Si puedes


haz riqueza de la manera correcta; si no, hazla como puedas.1

No se diferencia del insano aquel que prefiere la riqueza a la propia ida y no la


vida a la riqueza. Este género de demencia se había apoderado de cierta persona a un
punto extremo. En efecto, mientras las olas del mar se sacudían, los otros por miedo al
naufragio aligeraban la nave de los más preciosos objetos; él en cambio manda que lo
aten a sus bienes y lo lancen al mar, afirmando que es mejor la opulencia en la muerte
que la pobreza en vida. No muy distinto era un hombre que, en la corte del rey de los
árabes, parecía endemoniado por su apego a las riquezas; el rey le había otorgado con
munificencia innumerables bienes, pero copudo extinguir su avidez, que parecía la del
Etna. En efecto una vez había sido llevado al tesoro; allí, al contemplar gemas tan
inestimables, se quedó rígido como si hubiera sido golpeado por un rayo. Pensaron que
había sido presa de una enfermedad repentina y lo mandaron llevar. Su gemido era:
“¡Ay, las gemas, las gemas!” El rey entonces al descubrir la causa de su padecer, le dio
unas valiosísimas. Este hombre, para que ningún otro pudiera poseerlas, trataba de
devorarlas y se ahogó así, cerrando con las gemas el paso de la respiración. No hizo así
aquel hombre que, para librarse de esta simiente de preocupaciones, fundió sus riquezas
en una sola mesa y las lanzó a un torrente: “¡Idos –dijo– al fondo, riquezas! Os perderé
para que no me perdáis a mí, pues la pérdida de bienes es menor que la pérdida de
tiempo.”

Perder los días es mucho peor que perder los bienes:


todos pueden recuperar los bienes; los días, nadie.
18. M.–Boleslao nada grato encontraba en la gloria de las riquezas, a no ser la
facultad de darlas. Decía que la custodia de ellas era un saco todo golpeado e indigno
del principado, quien prefería ser una bolsa llena de cosas más que un príncipe. Por ello,
después de recorrer las partes de Rusia, no fue seducido por las riquezas de ella sino que
se contentó con su triunfo, hasta llegar a las puertas de Kiovia y los límites de sus
antepasados.2 Sofocó allí una rebelión y constituyó como rey a un súbdito de su poder.
Este hombre quiso aparecer lleno de importancia a ojos de sus súbditos; suplicó a
Boleslao que fuera y lo dignificara con su abrazo, prometiendo darle a cambio tantos
talentos de oro como pasos tuviera que dar. Se indignó Boleslao ante esto, como ante
algo absurdo y que no correspondía a la majestad real: era indigno ella el inclinarse ante
una ganancia y que su gracia fuera medida por la venalidad. Pero se dejó vencer por las
súplicas, no por los bienes. Prometió ir y le exhibió una muestra de su gracia. ¿Cuál?
Tomó la barba de ese rey, se puso a tirar de ella todo el tiempo y dijo: “Esta es la
tremenda cabeza que vosotros debéis temer. Y de nuevo tiraba con más fuerza, diciendo:

“Este es el hombre a quien hacemos digno de vuestro honor.”


1
El segundo de estos versos es de Horacio (Epístolas 1, 1, 66).
2
Cf. 2, 12.

29
Ves entonces cuánta importancia tenía el oro para Boleslao. Se preparó después
para ir a Hungría. Ellos trataron de impedirle el paso con las armas pero más
impedimento fueron para él sus cuerpos, cuando trataba de entrar. Pues la cruenta
espada abrió y cerró a la vez las puertas de entrada. En efecto los troncos de los
cadáveres, postrados por la espada, hicieron inviables los caminos que ella abría: con
mucha dificultad pudieron pasar por allí. Al ver Salomón, rey de Hungría, que la batalla
amenazaba la vida de él y la de los suyos, abandonó el combate y ofreció condiciones
de paz, cien mil talentos. Le respondió Boleslao: “A los polacos no les interesa tener oro
sino dominar sobre quienes lo tienen. Es más torpe ser vencido por el dinero que caer en
combate. Tampoco conviene a los reyes establecer comercios, cuando se necesitan
armas y no riquezas.” Salomón fue vencido en la guerra y perdió su reino. En su lugar
Boleslao puso a Vladislao, criado en Polonia. Mientras tanto ejércitos de Austria y de
Bohemia acamparon en zonas campestres de Polonia. El rey rápidamente los atacó por
la espalda y les quitó toda capacidad de volver. Él pudo tomarlos desprevenidos pero no
lo hizo. “Lejos de nosotros –decía– el ennegrecer nuestra victoria con títulos de rapiña y
latrocinio.” Anuncia entonces qué él está listo y les manda que se preparen, pues al día
siguiente lucharán contra él. Pero ese león bohemio perdió toda su fiereza y se valió de
astucia de zorro. “Es indigno –dijo– que rey tan grande muestre su piedad en tan
exiguos enemigos. Más bien espere él, en la tranquilidad de su campamento, un
obsequio de parte de los bohemios.” Entonces, protegidos por el escudo de la noche,
emprenden la fuga en vez de combatir. El jabalí los persiguió con su fulmíneo diente
más allá de los términos de Moravia; no tuvo consideración por edad, linaje, condición;
los destinó a todos a la muerte o a las cadenas. Además echó a los ladrones de ganado
de Pomerania, que se llevaban sus presas actuando casi desde los confines de Polonia.
Rápidamente Boleslao fue hacia ellos y los vio seguros del otro lado de un ancho río.
Pero él no dudó en lanzarse al torrente diciendo: “El amor por sus crías hace que los
animales se expongan a los venablos.” Y cada uno de sus hombres decía:

“La peste para el último; no quiero quedarme atrás.”

Muchos, agobiados por el peso de sus armas, fueron envueltos por las aguas,
pero el rey con muy pocos pudo apenas llegar; a pesar de estar inermes, vencieron a una
multitud armada de enemigos. Tan amante fue de la guerra que poco se lo veía en la
corte, mucho en el campamento; rara vez estaba en la patria, mucho en tierras enemigas.
Esto trajo a la vez mucho provecho y mucho detrimento a la república, pues esa honrosa
ejercitación de la guerra causó gran insolencia. Mientras él pasaba tanto tiempo en
tierras rutenas y en regiones más allá de las fronteras, los siervos de los señores
obligaron a las esposas e hijas de ellos a plegarse a sus deseos, cansadas como estaban
de esperar a sus maridos. Los siervos engañaron a algunas gracias a esta desesperanza; a
otras las obligaron a sufrir sus abrazos serviles. Ocuparon los lares de sus señores y
fortificaron los municipios; no solo se disponían a pelear con los que volvieran sino que
guerrearon con quienes ya habían vuelto. Los señores, después de vencerlos con mucha
dificultad, los entregaron a los mayores suplicios, por su gran temeridad. Y a aquellas
mujeres que espontáneamente se habían unido a los siervos les infligieron durísimas
penas, con toda razón, pues habían osado cometer una impiedad que no podía
compararse con ninguna otra.

30
19. J.–Los escitas estuvieron quince años fuera en Asia,1 pero volvieron a sus
tierras por llamado de sus esposas: les habían anunciado que, si no volvían, ellas
buscarían descendencia entre los pueblos vecinos, así como en otro tiempo habían
hecho las amazonas. En tres expediciones asiáticas, habían estado separados de sus
esposas ocho años; a su vuelta, fueron expulsados por las guerras que les hicieron los
esclavos. Pues sus esposas, cansadas de la larga espera, se casaron con los esclavos que
cuidaban los rebaños; estos echaron a los señores cuando volvían estos de sus victorias,
como a hombres extraños, pero lavaron después con suplicios su crimen. También las
mujeres, conscientes de lo que habían hecho, unas se quitaron la vida con el hierro y
otras se ahorcaron, de modo que unos y otras quedaron igualadas en delito y castigo.

A quienes mató el adulterio, los iguale el crimen impuro.2

Y, según vi, algunos hombres tuvieron ánimo muy empeñoso: no consideraron


menos torpe el que los varones perdieran su constancia que el que las mujeres perdieran
su pudor. Por ello los espartanos,3 cierta vez que estuvieron diez años en el sitio de una
ciudad, al ver que se perdía la fecundidad de sus esposas, por ausencia de los maridos,
permitieron a los jóvenes promiscuas uniones con todas las mujeres, para que su
república no quedara huérfana de sucesión. Por ello los nacidos de estas uniones fueron
llamados partheniae,4 en razón de la mancha del pudor materno. Estos jóvenes odiaron
mucho a sus enemigos, amaron mucho a su patria y tuvieron religiosa veneración por
los juramentos. Y juraron no volver a su patria hasta que hubieran tomado la ciudad
enemiga. Pero esta piedad fue impía y torpe; esta religión no fue religiosa. En efecto
nada hay más temerario ni más sórdido que no venerar –incluso confundieron– las leyes
del matrimonio.

Esta piedad tuvo sin duda la forma de impiedad.

Hubo por tanto virtud, pero no faltó imitación simiesca de la virtud.


20. M.–Pero desde entonces el olivo se hizo árbol salvaje y la miel se hizo
ajenjo. Pues él dejó de cultivar su valor y lanzó contra los suyos, no contra los
enemigos, su furor guerrero. Imaginé que ellos, más que castigar la injuria de la plebe,
habían pretendido llegar al poder real. En efecto, quitada de en medio la plebe, ¿qué
quedaría del rey? Dijo además que no le agradaban los hombres apegados al
matrimonio, pues ellos anteponían las causas de sus mujeres a la obediencia al príncipe.
Se quejaba no tanto por haber sido abandonado por ellos en tierra enemiga, sino porque
lo habían dejado prácticamente en manos de los enemigos. Por ello acusó de delito
capital a los principales; a los que no pudo atacar abiertamente, lo hizo con acechanzas.
Y a las mujeres que habían sido perdonadas por sus maridos las atacó con tanta crueldad
que no se abstuvo –ni siquiera un enemigo habría hecho esto– de poner cachorros a sus
ubres, después de quitarles sus niños. Él afirmaba que convenía extirpar los escándalos
de las prostitutas, no promoverlos. Estanislao, muy santo obispo de Cracovia, trató de
apartarlo de esta truculencia; lo amenazó primero con la ruina de su reinado y luego con
la espada del anatema. Pero este, cada vez peor, se volvió más loco. Los ramos tortuosos
es más fácil cortarlos que enderezarlos. Por ello cerca del altar, entre las propias ínfulas
1
Como referencia de esta historia, Bielowski cita: Justino, Historia universal 2, 3 y 2, 4; no obstante lo
allí narrado tiene bastantes diferencias. Internamente, tampoco entiendo la discordancia entre los quince
y, más abajo, los ocho años de ausencia de sus casas de los escitas.
2
La segunda parte de este verso es del poeta latino Lucano (Farsalia 5, 290).
3
Cf. Justino, Historia universal 3, 4.
4
Palabra de origen griego que significa ‘hijo de una doncella.’

31
del sacerdocio, sin cuidado por el orden ni por el lugar ni por la reverencia debida al
tiempo, mandó corromper al obispo. Los satélites a esto destinados, muy atroces,
trataron de tentarlo, pero se calmaron y detuvieron, llenos de compunción. El tirano los
insultó de modo indignante; él mismo lanzó sus manos sacrílegas: quitó al esposo del
regazo de la esposa; sacó al mismísimo pastor de su rebaño; mató al padre en los brazos
de su hija; mató al hijo en las propias entrañas de su madre. ¡Qué luctuoso y fúnebre
espectáculo! El profano tomó en sus garras al santo; el criminal, al piadoso; el sacrílego,
al obispo; el muy cruento, al inocente. Cortó sus miembros en partes diminutas, como
indicando que por cada uno de sus miembros se debía exigir un castigo. Me lleno de
horrible estupor, pues ni con mi mente ni con mi lengua ni con mi pluma puedo expresar
los milagros que el Salvador obró en el santo. Sucumbe mi intelecto ante lo que debo
decir; sucumben mis palabras ante mi intelecto, pues las palabras no pueden expresar
los cosas como realmente son. Pues parecieron venir cuatro águilas de las cuatro partes
del mundo; ellas volaban en círculo sobre el lugar de la pasión y alejaban del cuerpo del
mártir a los buitres y otras aves de rapiña. Permanecieron día y noche, vigilantes y
reverentes, custodiándolo con reverencia. ¿Noche diré o día? Más bien día que noche,
pues esta es como aquella noche sobre la cual fue escrito: “Y la noche se iluminará
como día.”1 En verdad en todas partes de ese lugar refulgían divinas rutilantes lámparas,
tantas cuantos trozos pequeños del sagrado cuerpo habían quedado dispersos. Parecía
que el propio cielo envidiara su ornato a la tierra, la cual se distingue por el decoro de
los astros y por algunos rayos del sol. Algunos de los padres, animados por el milagro y
por el celo de su devoción, intentaron recoger los pedazos dispersos de los miembros.
Se acercaron poco a poco y encontraron el cuerpo todo intacto, incluso sin marcas de
cicatrices. Lo tomaron, lo llevaron a la basílica menor de San Miguel y lo sepultaron
cubierto de diversos aromas. Desde entonces, hasta el día de la traslación, cuya causa tú
no ignoras, no dejó de brillar el fulgor de dichas lámparas. Pero ese hombre tan
truculento se llenó de temor y, odioso para su patria y para los padres, huyó a Hungría.
La conciencia de su maldad no lo hizo humilde; más bien su audacia lo volvió
contumaz. En efecto Vladislao, rey de Hungría, de quien acabamos de hablar,2 le mostró
considerada reverencia; más aún, pedestre veneración. Entonces Boleslao se dejó llevar
por una arrogancia tan grande que desdeñó saludarlo con un ósculo. Dijo: “Este hombre
es obra de nuestras manos; no corresponde que un artífice venere a su propia creación;
ni conviene que un hombre fuerte parezca más miserable, por su destierro, ni, por obra
del azar, más bajo.” Vladislao disimuló esto a duras penas. Sin embargo para que no lo
llamaran socio de la fortuna en lugar de amigo, dice que él teme que alguien lo critique
falsamente, porque algunos cultivan la amistad de palabra, no de obra; además hay
quienes buscan ocasiones para apartarse de algún amigo. Y es muy impío herir, en su
adversidad, a quien se ha honrado en su prosperidad, pues la prosperidad trae amigos
pero la necesidad los pone a prueba. Y así no solo tolera pacientemente la arrogancia de
Boleslao sino que lo abrazo benignamente, se muestra obsequioso con él y lo complace
en sus deseos. Este hombre astutísimo había eliminado de sí toda sospecha de
sacrilegio, tanto que algunos pensaban no solo que no era sacrílego, sino que era
también una suerte de vengador de sacrilegios. Que mujeres libres se hayan prostituido
con esclavos, que la religión del lecho haya sido tan malamente manchada, que una
facción de esclavos haya conspirado contra sus señores, que tantos hombres hayan sido
expuestos a suplicios, que se hayan conjurado para ruina del rey; de todo esto da la
culpa al santo obispo. Dice que él fue el origen de la traición la raíz de todo mal; todos
ellos vieron de la misma vena funesta. Vladislao es criminal en dos cosas, pues, como
1
Sal 139, 12.
2
Cf. 2, 18.

32
no podía dañar el alma de aquel que había perdido su vida, intenta dañar su fama; hiere
de palabra a quien no podía herir por sus acciones. Dice que era potifex (‘bebedor’) y no
pontifex (‘obispo’); pistor (‘pisador de grano’, ‘panadero’), no pastor (‘pastor’); pressul
(‘que oprime’), no praesul (‘prelado’); opiscopus (por opes, ‘riquezas’), no episcopus
(‘obispo’); spiculator (‘lanzador de dardos’), no speculator (‘guardián’); y –hasta el
decirlo da rubor– renum scortator (‘hurgador de riñones’), no scrutator rerum (‘hombre
atento a los asuntos’). Por eso él había aflojado el freno a los deseos de los otros, porque
nunca hay acusador entre los socios de un mismo delito. Más aún, toda la disciplina de
este había sido la disciplina de todos.1 “Además –continuaba– ¿qué mal se ha cometido,
si se extinguió un desdoro para el reino, una monstruosidad para la patria, un escándalo
para la religión, un incendio para la república?” Con estas mentiras pudo, entre los
ignorantes, quitar algo de honra al mártir, pero no pudo quitarle el honor de su santidad,
pues el sol a menudo se oculta bajo una nube, pero nunca se extingue. Y no mucho
después, lleno de inaudita tristeza, Boleslao se dio a sí mismo muerte. Y su hijo único
Mesco se consumió por un veneno, en la primera flor de su edad. Así toda la casa de
Boleslao pagó con su castigo a Estanislao: ningún bien queda sin premio; ningún mal,
sin castigo.
21. J.–Es propio del varón prudente medir el fin de las cosas, pues aquella que
tiene buen final es buena. En efecto de nada sirve que una vid crezca en sarmientos, si
no es posible obtener de ella maduros racimos. Y en verdad ese hombre pareció que
había echado un sólido fundamento de virtud, pero su tierra arenosa se abrió, toda esa
obra se precipitó a la ruina y él mismo se desvaneció por los aires. Todo su valor estaba
envuelto en un mar de vicios, pues su liberalidad estaba inflada con el viento de la
ambición. Conviene que los ambiciosos sean generosos. En principio un sabio es
acusador de sí mismo,2 pues es propio de las mentes buenas el reconocer la culpa,
incluso donde no hay culpa. Y así el abismo invoca al abismo en la voz de sus propias
cataratas;3 esto hace quien no entregó su corazón a palabras de malicia, quien no busca
excusas en sus pecados.4 Pues es justo que quien vive en la inmundicia permanezca en
ella. Ojalá hubiera aprendido de Saúl que, incluso quienes están mal de la cabeza,
pueden hallar remedio en el son de la cítara.5 Ojalá con los oídos de su corazón hubiera
alcanzado la dulzura de aquellas cuerdas. Dichosos aquellos a quienes fueron
perdonadas sus iniquidades. Y nuevamente: “Dije: ‘confesaré’; y tú me perdonaste.” 6
Confiesa, hombre, tus iniquidades, para ser justificado.

Si quieres abolir tu crimen, muestra con el índice


tu culpa, pues la confesión de culpa libera de culpa.
La culpa sepultada revela al reo; revelada, lo libera:
la piel cerrada nutre la peste; abierta, la ahuyenta.

22. M.–Después reinó el hermano menor de Boleslao, el hijo de Casimiro


llamado Vladislao. No era menos ilustre por su fuerza militar que por su devota religión.
Debemos pensar que nada le faltó de humana felicidad, excepto que estaba mucho
tiempo preocupado por la esterilidad de su esposa y carencia de prole legítima. Estaba
muy triste por esto y, como no podía ser consolado por ningún hombre, fue aliviado por
consuelo divino. Como movido por oráculo celestial, por sugerencia del obispo Franco,
1
Otro juego de palabras que se suma a los de arriba: omnem disciplinam y omnium disciplinam.
2
Cf. Pr 18, 17.
3
Cf. Sal 42-43, 8.
4
Cf. Sal 141, 4.
5
Cf. 1 S 14 ss.
6
Sal 32, 5.

33
dispuso una efigie de oro, acompañada de donativos reales, para el beato Egidio, para
poder merecer descendencia con su intercesión. La envió a la provincia junto con una
carta que exponía el propósito de la delegación: “Vladislao, por gracia de Dios rey de
Polonia, y su esposa la reina Judit exhiben devoción y reverencia filial al abad del beato
Egidio y reverendísimo padre y a todo su cenobio. Si bien entre los hombres hay alguna,
la felicidad humana no puede ser perfecta, pues nadie hay tan feliz que no esté en pugna
con alguna parte de su felicidad. Nosotros no queremos gloriarnos –no es conveniente–
de la nobleza de nuestra sangre, de lo alto de nuestra dignidad, de la fama de nuestra
gloria y de nuestras innumerables riquezas. Pero nos corresponde llorar humildemente,
porque, en medio de sucesos tan florecientes, nos fue dado un aguijón de tristeza, el
cual nos abofetea; es la infecunda esterilidad, la carencia de prole. Ella no solo nos quita
consuelo a los padres, sino que nos trae el gran oprobio de la orfandad. Por ello delante
de vosotros, padres santísimos, se prosterna nuestra devoción, para que la intercesión de
nuestros méritos nos quite el infortunio de la esterilidad. Pues para Dios ninguna
palabra es imposible.” Después de ver la gran devoción de ambos cónyuges, ese sagrado
cenobio hacía un ayuno de tres días y mantenía vigilante oración, con esta salmodia:

Esperanza de esperanza
y un panal es el hambre.
A menudo crece la sed
nuestra por tu néctar.
Nuestra nuez carece
de nuez; el cedro verde
se seca; la flor al enjambre
nutre, pero es flor sin flor.
¡Ayúdanos! ¿Por qué
te admiras, si la zarza de
abrojos? ¿El árbol fruto
da y no tenemos estirpe?
¡Ayúdanos! Que no falte
una prole varonil. Recibe
nuestros deseos y nuestras
preces, pues tú puedes.

Aún no había sido completada la oración en el cenobio, cuando la reina se llenó


de alegría por su concepción; no habían vuelto aún los legados y ya se proclamaba la
fecundidad de la reina. Nació así la estrella rutilante; fue grabada la columna de oro;
nació Boleslao III. Pero su madre tuvo su último destino, por la languidez que le
produjo el parto. Entonces la alegría fue atemperada por la tristeza y la tristeza fue
endulzada por el gozo. Y su padre: ¿habría preferido ser esposo o padre? Pero, para que
la viudez conyugal no le fuera muy molesta, se unió en matrimonio con la hermana del
emperador Enrique III, dejada de Salomón, rey de Hungría. De ella solo recibió tres
hijas. Y, aunque él ya era entrado en edad, no quiso permanecer en la indolencia sino
que, por todas partes, ejercitaba su ingenio militar en distintas guerras con los enemigos.
Muchos le aconsejaban llamarse a sus años, pero él respondía: “Mi ánimo me hace una
controversia acerca de la vejez, pues dice que ahora está en la flor de su edad. Pues, si
bien siento el declinar en mi cuerpo, no lo siento en mi ánimo. El oro se prueba en su
antigüedad y las virtudes, en vez de disminuir, se acrecientan con la vejez: la acción, en
todas las cosas, depende de la virtud y no de la edad.” Entonces con robusta mano
ocupó las provincias marítimas y mandó incendiar sus municipios más fortificados, para

34
amputarles toda posibilidad de rebelión; puso allí prefectos propios. Pero, como una
cerviz indómita rechaza el yugo y se saca del lomo toda carga, los pomeranios echaron a
algunos de estos prefectos y mataron a otros. Por este motivo Vladislao se volvió más
animoso contra ellos e hizo nuevamente una expedición. Saqueó sus sitios más poblados
y volvió con miles de cautivos y con sus principales riquezas como botín. Los
vencedores parecían estar ya en un puerto de seguridad, pero de repente los pomeranios
salieron de sus acechanzas. Comienza una batalla muy sangrienta a la tercera hora del
día y recién termina con la oscuridad de la noche. Los polacos, una vez dispersados los
enemigos, se apoderaron de Drecini,1 campo de su victoria. Pero no pudieron
permanecer mucho allí, porque lo impedía el Domingo de Resurrección, aunque habían
cultivado menos religiosamente el período cuaresmal. Por ello los polacos parecieron
carecer de sucesos prósperos, pues hasta la divinidad parecía estar en contra de ellos. En
efecto empezaron a asediar la ciudad de Nakel y aparecieron ciertas ilusiones
fantasmales, unas como sombras nocturnas que aterrorizaban a todo el ejército, tanto
que creían que eran acometidos por ataques de los enemigos. Por ello permanecían
armados en vigilia y perseguían, en el campamento, no a los enemigos sino a sombras
de los enemigos. Dan inútiles golpes al viento y hacen, en vano esfuerzo, vana labor.
Esto no abatió tanto los inocuos ánimos de los enemigos, pero aguzó contra Vladislao
los cardos domésticos y volvió contra él su propia espada, que caía sobre su muslo. En
efecto tenía él un hijo natural pero ilegítimo, pues le venía de una prostituta. Este, para
no sufriera daño el pudor paterno o para evitar acechanzas de madrastra, estaba oculto
en el exilio. Por este motivo era llamado Sbigneo.2 Ahora bien este, con el consejo de
Bretislao, duque de Bohemia y nuevo Ajitófel,3 fue inducido a matar a su padre, aunque
la ambición gusta de persuadirse a sí misma. Aumentaban un padre decrépito y un
hermano todavía inmaduro su confianza en obtener las riendas del reino. Como
incentivo y alimento para su crimen hubo unos muy crueles desertores. Unos de estos
habían sido desterrados por su liviandad; otros, por su crueldad; otros, por la
malevolencia de Setegio. Ese Setegio estaba a cargo del ejército polaco, pero no
administraba con equilibrio su función, pues no veía lo que mandaban la virtud o lo
recto, sino lo que mandaba el dinero; miraba cuánto se podía dar y no cuánto era justo.
Muchos eligieron ir junto al desterrado, no tanto por amor a él cuanto por odio a este
Setegio. Y en primer término el gobernador de la provincia Silenciana,4 quien era
llamado Magno, le dirigió esta carta: “Eres muy cruel y muy miserable, puesto que no te
apiadas de tu disminuida, y aun perdida, libertad. No es un verdadero hijo quien no se
duele por el dolor materno. A nadie se le oculta que hay un monstruo, una bestia que se
ha apoderado de nuestra patria, que es como un voraz buitre, que con sus garras deshace
lo más profundo del corazón de todos. Tú solo manas las ubres de tu madre, no como
maternas. De ellas, como no puede sacar leche, este hombre saca sangre; este hombre
que despoja a los demás, como si fueran abortivos, de su potestad y los echa fuera.

¿Y qué diremos, cuando la cúspide y toda dignidad


están en sus manos y las gasta a favor de meretrices?

¿Quién enseñó a saludar a un perico? ¿Quién enseñó a los magistrados el andar


haciendo cuentas? Este Setegio es el maestro y dispensador de tales artes, un hombre
que transformó en cálculos todas las insignias y dignidades y ponderó todo el peso del

1
Al parecer, se trata de Drezdenko, en Polonia.
2
Desconozco la etimología de este nombre.
3
Hebreo que había sido consejero de Absalón, contra el rey David (cf. 2 S 15, 12).
4
Parece tratarse de Silesia.

35
imperio según su balanza venal. Hay que ir inmediatamente contra esta peste y esta
desgracia. ¿Quién podrá soportar esta destrucción pública y este oprobio de
deshonestidad? Las nodrizas de estos delirios son una edad decrépita y lo tierno de una
infancia. Ni al rey ni a un débil pequeñito de la reina corresponden cargar con tal peso,
pues no son ni parecen idóneos para llevarlo con sus menguadas fuerzas. No se usa un
tronco añoso y cariado, como sostén o columna de una edificación; una pared no se
apoya en ramas de lentisco. Al contrario los deseos de todos convienen en buscar y
suplicar a alguien en quien puedan encontrar consuelo en la aflicción y firmeza cuando
todo desfallece. Piensa, gran hombre, que tú puedes ser el autor de tal felicidad, si
inclinas a ti nuestro ánimo favorable; si a Sbigneo, el primogénito del rey, lo orientas a
este propósito. Para saber bien esto, mira el muy fiel testimonio de su naturaleza y su
virtud, pues ambas conviven en él en dulce pugna, pues no se sabe si en él la naturaleza
antecede a la virtud o esta a la naturaleza.” De este modo Magno deliberaba mucho
tiempo consigo mismo, luego comunica su deliberación a sus comprovincianos y los
persuade de su plan; todos lo apoyan sin demora y constituyen a Sbigneo príncipe de
Vratislavia. Pero esto fue hecho sin la connivencia de su padre; entonces este no pudo
dejar de inquietarse, sobre todo cuando también la reina y Setegio alimentaban sus
llamas de indignación. Por ello llamó al rey de Hungría, de su mismo nombre, y
príncipe de Moravia y de los bohemios, así como a otras tropas, y las envió a Silencia.
Pero, donde se hacía inminente la muerte, allí surgió con mayor grado la gloria, pues su
constancia pudo resistir y ante el apremio se vieron obligados a aceptar una alianza y
pactar con el hijo; aunque este acuerdo, a las puertas mismas de la concordia, expiró en
el inicio mismo de la paz. Pues el padre, para probar el ánimo filial, simula una
enfermedad extrema y manda que sea llamado su hijo, como un consuelo en su destino.
Pero él, sin disimular la alegría de su corazón, confiesa en su aspecto y en su rostro la
enfermedad, pues

así como es el rostro, así también es el corazón.

Es verdaderamente humano compadecerse también en la calamidad ajena, pero


en el hijo no se halló ningún indicio de compasión, ni siquiera fingido. Por el contrario,
entró, acompañado de pompa, tímpanos, flautas, coros e histriones diversos a una corte
llena de tristeza, de modo que él mismo parecía en su arrogancia pregonar que

el hijo antes de hora añora el final de su padre.1

Reconoce en verdad el padre los verdaderos sentimientos de su hijo, pero los


perdona de modo paternal y considera imprudentes a quienes opinaban con dureza sobre
hecho tan importante. Dice que su hijo, con toda intención, con cosas muy alegres llenó
de alegre consuelo a su padre: la llama no se extingue con llamas ni la tristeza con
tristeza, sobre todo cuando, a veces, el enfermo se alegra con la alegría del médico.
Pero, para amputar la hinchazón de su soberbia (como no podía extinguirla del todo) y
aligerarla un poco, le corta un poco las alas y disuelve todas las fuerzas de apoyo que
tenía su hijo. A los principales de Silencia, como no podía alejarlos de él por la fuerza,
los apartó con arte. Entonces el hijo se levantó contra la injuria inferida por su padre: se
fue de Vratislavia a Crusvicia.2 Allí dispuso seis columnas; consiguió también no poca
ayuda de los pomeranios. Va al encuentro y lucha con su padre, cae y es encerrado en
una cárcel. Fue abatida una multitud tan grande de hombres que las entradas de las
1
Cf. Ovidio, Metamorfosis 1, 148.
2
Al parecer, es actualmente Kruschwitz.

36
ciudades, los campos y los lagos se llenaron; a tal punto que algunos se horrorizaron al
ver que por mucho tiempo sirvieron de comida a los peces.
23. J.–Sin duda es difícil que lleguen a buen fin las cosas que tuvieron mal
principio. Lo que no nace fuerte, apenas se fortalece con el paso del tiempo; si bien a
veces puede dar buenos frutos, termina siendo vicioso. La planta que es injertada a un
sauce termina teniendo gusto de sauce. Este hombre, que llevaba en sí una como
implantada nobleza de origen, no solo se hizo vehemente por su crianza, sino también
arrogante ante el reproche de su padre. Pero esta arrogancia es una especie de soberbia,
por la cual un hombre no tolera que haya otro antes que él; por ello todo hombre
arrogante es odioso. Y esta sacrílega peste dio origen a algunos parricidas que no se
abstuvieron de dañar a aquellos, de quienes hasta sus enemigos se habían abstenido. A
Eucrátides, rey de los bactrianos,1 su hijo y ya socio del reino no solo lo mató sino
también, sin disimular su parricidio, lo trato como enemigo y no como padre, pues
condujo su carro sobre su sangre y mandó que su cuerpo quedara sin sepultura. 2 Y
Nánides, rey de los segobrios,3 mató a su padre en la corte y no tuvo horror de incluso
lamer su sangre: hizo una como nueva prueba, que la sangre paterna era dulce no menos
para ver que para gustar. Y este hombre, para no parecer autor de un crimen horrible,
convenció mediante dones a jóvenes nobles y los invitó a matar también a sus padres.
Pero esto no quedó impune, pues el hijo de este parricida, estando todavía vivo su
padre, aspiraba a su reino y para ello buscaba el favor de los principales. Ellos le
respondieron que lo ayudarían, con tal que siguiera los pasos de la prudencia paterna. Y
él les dijo: “¿Cuál es esta prudencia?” “Aguarda un momento” –le dijeron– y mandaron
traer entonces dos rebaños, uno de ovejas y otro de cabras; pusieron por separados al
carnero y al cabrón. “¿Cuál de estos jefes de rebaños eliges?” Respondió: “El de las
ovejas.” “¿Cuál de estos rebaños es mejor?”, preguntaron. “El de ovejas”, dijo.
Entonces ellos: “Es inescrutable el ingenio de tu padre y nunca podrás alcanzarlo, pues
él, como sabía que la semejanza se lleva muy bien con la naturaleza, no nos amó antes
que, por el parricidio, nos hiciéramos semejantes a él. De este modo el olor del
parricidio nos hace parecidos a las cabras. Conviene entonces que te hagas semejante a
aquellos a quienes quieres agradar.” Entonces él muy rápidamente fue hacia su padre, le
clavó el acero y buscó el reino. Pero se juzgó a sí mismo y fue expulsado. “Puesto que
elegiste ser jefe de las ovejas, pues juzgaste que el carnero era mejor que el cabrón,
hiciste bien. ¿Pero por qué de repente te hiciste de carnero cabrón? Busca entonces a las
preñadas, que puedan tener gusto en el olor a cabrón. A nosotros no nos agrada ser
cabras petulantes ni estar sometidos a un carnero.” Así acaban quienes de este modo
obran ante la santísima naturaleza de los padres. Y guardo silencio sobre aquel que, si
bien no mató a su padre, pues no estuvo en su mano el hacerlo, quedó atrapado de sus
cabellos por las ramas de una encina, mientras huía en un mulo; así recibió, pendiendo
de la encina, la pena por su parricidio.4 Y paso por alto a Cartalón, hijo de Máleo el
príncipe cartaginés. Este Cartalón fue a ver a su padre, que estaba fuera de su patria. Se
presentó fastuosamente, adornado de púrpura y de ínfulas. Como se había mostrado así,
con apariencia tan feliz, ante los desterrados, su padre lo clavó a una cruz con todo su
ornato, en presencia de los demás ciudadanos, para dejar así un ejemplo: que nadie se
atreviera en el futuro a burlarse de las miserias paternas. Fácilmente podrás ver por este
ejemplo cuál es la gracia que halla ante los demás la fastuosa arrogancia, mirando a este
1
La Bactriana era una región del Asia antigua, cerca del río Indo.
2
Cf. Justino, Historia universal 41, 6.
3
Como referencia de esta historia, Bielowski cita: Justino, Historia universal 43, 3-4. No obstante lo allí
narrado es bastante diferente, pues no aparecen allí estos terribles asesinatos; por otra parte, el allí
mencionado es Nano, rey de los segobrigios (pueblo de la Galia).
4
Se refiere a Absalón, hijo de David (cf. 2 S 18, 9).

37
hombre a quien su padre consideró digno de semejante castigo. Mas esta medicina
excedió la medida; la curación de la llaga no debió ser más grave que la propia llaga.
24. M.–Cuanto más cruel era aquel hombre para con su padre, tanto más
inclinado a él, por la piedad, era su padre. No solo lo libra de la cárcel sino también de
la autoridad paterna y le concede determinada porción del reino, a expensas del legítimo
heredero. Pero Boleslao, aunque era muy joven, lo supera en madurez de virtud y con su
gracia supera la gravedad de costumbres. La edad madura admira las canas de ese joven,
pues tú podrías considerar, en atención a sus consejos, niños muy pequeños a los
varones consulares, aunque sus cabezas estaban llenas de canas. Este joven adquirió
tanta gloria y fama entre los prudentes cuanta envidio entre los malvados, pues la virtud
se ama a sí misma y desprecia lo que le es contrario. Y Setegio, movido por ciertos
pronósticos, se dice que se lamentaba por la inclinación del padre hacia su hijo. Le
decían: “Este, Setegio, ha sido puesto para ruina de todos; su espada atravesará tu
pecho.1” Forma entonces una facción y alimenta una chispa de sedición; enciende las
llamas del odio y favorece la discordia entre el padre y los hijos. Pero Boleslao no solo
aquietó esto sino que lo quitó de raíz, pues proscribió a Setegio y concilió a quienes
estaban en disensión en el reino. Todas las provincias que había ocupado, en razón de la
sedición, las restituyo a su padre: no fue menos piadoso en la veneración a su padre que
en el mirar por el bien de la patria. Apreció mucho la virtud y devoción paterna, tanto
que grabó el nombre de su padre en una lámina de oro, la cual pendía de su cuello hasta
su pecho, para llevar siempre consigo, como si su padre estuviera presente siempre y en
todas partes, el yugo de la disciplina filial, la memoria de la veneración paterna, una
ayuda contra los vicios y una custodia de la virtud. Como si la lámina le sugiriera:
“Debes hablar como si tu padre te oyera; debes obrar como si tu padre te viera.” Pues
sería una torpeza obrar cosas torpes o decir tonterías ante la presencia paterna. Se ató de
este modo con tanta veneración a él que tú podrías pensar que no solo lo veneraba como
padre, sino que lo adoraba como a una divinidad. Y esta piedad no la perdió a la muerte
de su padre, a quien lloró vestido siempre de negro, según cuentan, y durante cinco
años. Y, puesto que la virtud es un hábito de la mente bien constituida, y un hábito es
una cualidad difícilmente movible, todo lo que debía a su padre por filiación, todo esto
lo volcó a su hermano, aunque este era bastardo; de este modo custodió con no menos
devota sinceridad el arcano de la impureza fraterna, aunque sabía que él tramaba
acechanzas. En efecto mencionaré poco en lugar de mucho, para que de lo poco
conjetures lo mucho. Los pomeranios habían establecido un municipio junto a la plaza
fuerte de Santok; este municipio amenazaba la seguridad de los habitantes de Santok.
Sbigneo trató de tomarlo, pero fue rechazado ignominiosamente; Boleslao no solo lo
arrasó sino que también tomó Medirecze2 y otras provincias de ellos. Y más tarde,
nuevamente a pesar de los mujeriles y envidiosos lamentos de Sbigneo, los partos3
devastaron los confines de Polonia. Boleslao los persiguió más allá de los ríos, los
derrotó y mató a muchos cautivos; hizo de este modo a los atacantes parte de su botín.
Este gran número de hazañas del joven, hechas dentro de su juventud, crearon envidia
en el ánimo de Sbigneo. Le pidieron que estuviera presente y presidiera las nupcias de
su hermano; se ocupó entonces de los esponsales, de las reuniones de camaradería y de
los cortejos de muchachas y muchachos a los novios. Aprovechó entonces para incitar la
furia de los bohemios y los exhortó a devastar el reino, aprovechando el momento en
que Boleslao estaba atendiendo a sus ceremonias nupciales. Pero el nuevo esposo los
embriagó con el vino de la propia sangre, pues, para detener su audacia hostil, destinó a

1
Cf. Lc 2, 35.
2
No he podido identificar este lugar.
3
Ignoro a qué pueblo designa el texto con el nombre de Parthi.

38
Moravia tres ejércitos de hombres escogidos. Estos, mientras toman innumerables
despojos de los enemigos, ven delante de ellos a Swendopelco, jefe de Moravia. No se
sabe si el estar privado de sus cachorros estimula más al tigre o si el deseo de presa
mueve más a los leones; el hecho fue que el conflicto causó inmenso dolor por ambas
partes, pues Selislao, el jefe de la milicia, perdió su mano en el combate. Como honrosa
recompensa por su valor, Boleslao le dio a cambio una de oro. La envidia de sus
enemigos y la poco fraterna mordacidad de su hermano hicieron de esto objeto de risa.
25. J.–Nada hay bien hecho o bien dicho que no pueda echarse a perder. ¿Pues
qué tiene la voz del ruiseñor? Que es agradable. ¿Qué da la lengua de las serpientes? Un
silbido. ¿Qué la lengua de los perros? Ladridos. Por ello, cuando a un sabio le dicen que
hablan mal de él, “hablan mal los malos”, contesta. Y de nuevo le dicen: “Los hombres
hablan mal de ti.” Y él: “Hacen lo que suelen hacer, no lo que deben.” Es motivo de
gloria, para un hombre manco, el parecer de dos manos por su virtud. Esto no pasó
desapercibido a aquel hombre que, después de vencer a muchos enemigos, perdió en
combate el perfecto uso de sus piernas y era compadecido por sus compañeros. Él se rio
del llanto de ellos, pues se alegraba de haber ganado algo: sus pasos era el recuerdo de
su valor, no oprobio por su cojera. Que otros busquen la gloria en otra parte; yo tengo
las cicatrices grabadas en mi cuerpo. Algunos parecen cojear, pero no cojean, pues con
su andar cuentan su valor y lo acrecientan.
26. M.–Por todas partes la fama de Boleslao creció tanto que todos se quedaban
admirados de su valor: parecía un discípulo de Marte, el hijo de un tigre, un león
furioso, un dragón que vomitaba llamas, un fuego, un rayo; cualquier nombre, en fin,
que indicase ferocidad era aplicado a él. Tenía tanto deseo de guerrear que consideraba
que el entorpecimiento del ocio era peor que la debilidad del morbo. Y las acechanzas
domésticas de su hermano no lo inquietaron menos que los enemigos de fuera. Aquel,
por odio al valor fraterno o por un abierto deseo de dañarlo, simulaba amor y pactaba
fidelidad con él. Ambos se ataron con juramento de modo que ninguno sin el otro
pudiera tratar con un tercero acerca de la paz o de la guerra; también, que cada uno
proporcionara el otro la ayuda necesaria, del modo más fiel y con el designio más
saludable. Lo primero que se presentó en el ánimo de ambos fue ocupar las provincias
marítimas, para poder rechazar los ataques de los pomeranios. Eligen entonces el lugar,
el tiempo y el modo de reunir, ordenar y guiar las tropas. Se dice que aquel príncipe, en
el mismo momento de la deliberación, dio esa noticia a los pomeranios. En efecto no
fue fiel a la promesa ni dio sus tropas a su camarada; más aún, persuadió, con oculta
persuasión, en sentido contrario a tal propósito a los amigos y a los hombres fieles a su
hermano. Mientras tanto unos ladronzuelos pomeranios se lanzan con una fuerte tropa
sobre las fronteras de Polonia, prenden fuego y toman botín. Boleslao entonces, sin
sospechar nada, vuela intrépidamente a su encuentro con unos pocos hombres. ¡Cuánto
furor! ¡Cuánta temeridad! Solamente ochenta varones entablan batalla contra tres mil.
¿Pero qué son estos entre tantos? Un fuego, aun pequeño, arde en medio de las espigas.
Los hombres de Boleslao mueren y prefieren morir antes que ceder, pero la matanza que
sufren los enemigos se multiplica por diez. Y el rabioso león no dejó de dar vueltas ante
las tropas y penetrar entre las filas enemigas, hasta que cayó su propio caballo. Entonces
abatió a muchos luchando a pie; y no se fue del campo de batalla sino que, sin dar
muestras de fatiga, fue enemigo temible para los enemigos. Con no menor empeño
atacó Scarbimiro, conde del sagrado palacio, de modo más agudo y cruento, pues
carecía de su ojo derecho. Los otros por todas partes abaten y maten a los enemigos y
algunos, cansados no por ser vencidos sino por vencer, llenos de fatiga quedaron
dormidos en medio de la multitud de cadáveres enemigos.

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27. J.–Lo que se hace por amor a la patria es amor, no furor; es valor, no
temeridad. Pues es propio del hombre fuerte, así como la muerte, el amor, el cual es más
audaz cuanto más meticuloso. Pues nada mueve más a las armas a los ciudadanos que el
temor a un riesgo civil. Solón así exhortaba a los atenienses: “No quiero que seáis
menos temerosos que audaces, pues el temor lleva a la circunspección, esta crea la
confianza, y la confianza es causa de la audacia, por la cual el hombre a menudo se hace
superior a sí mismo.”1 ¿Qué fue lo que movió a Judas Macabeo, y a sus ochocientos
hombres, a luchar contra 22000 de Báquides, para que se olvidara de sí mismo y
pensara más en los demás que en su propia vida?2 Sin duda el amor a la patria. Y el hijo
de Saúl, en un espacio de media yugada, con la sola ayuda de su escudero, destrozó a
legiones de filisteos.3 Movido por este amor a la patria, Eleazar prefirió soportar sobre sí
el peso de un elefante, para que los otros pudieran escapar.4 ¿Y qué fue sino el amor a la
patria lo que animó a seiscientos espartanos a no temer ante los 500000 hombres de
Jerjes?5 Y, para no mencionar también a otros, recordaré el valor de Codro. Los dorios, a
punto de combatir contra los atenienses, consultaron el oráculo, el cual les respondió
que vencerían solo si no mataban al rey de los enemigos. El rey supo esto y cambió su
hábito. Lleno de andrajos fue al campamento enemigo, hirió a un soldado con una hoz y
este lo mato. Los dorios, después de reconocer su cuerpo, se retiraron sin combatir. Así
el valor del rey aseguró, con su propia muerte, la salvación de su patria. Por tanto no es
ajeno a la virtud el favorecer, con el sacrificio propio, el interés común.
28. M.–Por fin, al difundirse más la noticia de ese combate, acudieron de todas
partes allegados al príncipe; no faltaron quienes lo llamaron temerario y
desconsiderado, porque irreflexivamente y con tanto ardor de ánimo se había lanzado a
un peligro tan grande: no era conveniente para un príncipe ir a cualquier lugar, sin un
examen previo. Para otros él había actuado con gran valor y lo elevaban por esto al
cielo. Decían que el príncipe debía ser una roca que diera, no que quitara, el filo a los
suyos. Al ver entre los cadáveres de los enemigos el del caballo, dijeron: “He aquí aquel
Bucéfalo de Alejandro, muerto por el rey de la India Poro; al cual Alejandro, en medio
de los enemigos, arrastró de la cola hacia sus propias filas.”6 Y al conde Scarbimiro le
dan un consuelo tomado de Filipo, el padre de Alejandro. En efecto una vez sitiaba
Filipo la ciudad de Metona y una flecha, lanzada de lo alto de las murallas, le sacó al rey
el ojo derecho. No por ello descuidó la guerra, sino que se hizo más iracundo contra sus
enemigos, aunque fue moderado y suave para con los vencidos. 7 Pero Boleslao, a la
manera de un torrente de espumoso curso, se hizo más impetuoso aún ante los
obstáculos y ante las censuras. Y, cuando se preparaba para ir a tomar venganza de los
enemigos, nuevamente, por dolo de Sbigneo, se anuncia que los bohemios están a las
puertas del reino. Se debía elegir una de las dos: ir contra el enemigo anterior o contra el
nuevo. Este último designio tocaba más a la seguridad; el otro, a la honra. Pero ese fiel
imitador de los Macabeos no pudo descuidar ninguna de las dos cosas. En efecto
aquellos a quienes había enviado contra los pomeranios vuelven con la victoria; por otra
parte, él mismo triunfa sobre miles de bohemios. Así al mismo tiempo vengó la afrenta

1
No he encontrado la fuente de esta cita.
2
Cf. 1M 9.
3
El hijo de Saúl es Jonatán, pero no he encontrado la fuente de este episodio, bíblico, según parece.
4
Cf. 1M 6, 43-46.
5
Cf. Cf. Justino, Historia universal 2, 11. Como se sabe, normalmente se habla de trescientos espartanos.
6
Cf. Cf. Justino, Historia universal 12, 8. No obstante, aquí solo se habla de la muerte de Bucéfalo; no se
dice que Alejandro lo haya arrastrado hacia sus líneas.
7
No he encontrado la fuente de esta anécdota; tampoco conozco tal ciudad de Metona: en todo caso hay
algunas Methone en la antigua Grecia.

40
y salvó a su patria. Pero hay una fortaleza llamada Cozli,1 limítrofe con Bohemia, que
no fue incendiada por los enemigos sino por negligencia de sus prefectos. Boleslao
temía que fuera ocupada y fortificada por los enemigos. Por ello se apresura a ir allí y
pide a su hermano que lo ayude con recursos; como Sbigneo se demoraba, le escribió:
“Es muy delicado quien pretende conseguir el honor sin esfuerzo. Pues, si bien tiene
honra, el honor del mando sabe soportar la carga del mando.2 Y en verdad nosotros
tomamos las delicias del mismo huerto, pero cultivamos el huerto de modo distinto,
pues la razón exige que la dificultad no asuste a quien la utilidad deleita. En efecto en la
pública administración y en el patrocinio del estado era conveniente que gobernara
quien precedía en el derecho de progenitura. Pero si eliges más bien declinar el peso del
esfuerzo, favorece al menos mi esfuerzo y el de los míos, que sabes se acomoda al bien
de todos. En ti está la autoridad de imperar; en mí la prontitud para obedecer. Pues es
cosa torpe luchar contra una carga, una vez que la has recibido.” Ante esto aquel
hombre tan siniestro se llena de ira y consternación, pone a los legados en cadenas y se
queja de que se buscan ocasiones contra él. Suscita contra su hermano a los jefes de los
pomeranios, de los bohemios y de los lemanos, para que lo quiten del reino. Al oír esto,
Boleslao se horroriza y duda.

¿A qué enemigo atacará primero? ¿Cuál lo atacará primero?

Pero siguió sabiamente el consejo de los sabios y estableció una alianza con los
bohemios: así al mismo tiempo amputó las fuerzas y el dolo de su hermano. Pero aquel
hombre fue más parto que los partos y eligió la huida en vez del combate; 3 siguió el
ejemplo de Mario4 y se ocultó en los matorrales de Masovia. Boleslao se apoderó de
todos sus municipios y lo perseguía, hasta que por fin Sbigneo se postró ante él
humildemente y consiguió, con la intercesión de los hombres principales, que lo
considerara al menos soldado, no coheredero del reino. Prometió eso para que Boleslao
no erigiera menos fortificaciones ni reparara las destruidas. Pero su inveterada perfidia
no pudo dormirse; mucho menos, extinguirse: en efecto no es fácil quitar de la
costumbre lo que la costumbre hizo ya una segunda naturaleza. Y así, bajo pretexto de
afecto, tiende lazos y toda clase de redes y trampas, encarna anzuelos y prueba todo tipo
de engañosos artificios. Por fin vomita su hiel y su pestífero veneno. En efecto Boleslao
partía a los lugares marítimos y ese conspirador prepara con diligencia las obras que
acostumbraba. No da ayuda a su hermano y él mismo se entrega como ayuda a los
enemigos. Para ocultar el dolo cambia sus armas, se hace pasar por un simple soldado y
entra en el campamento de su hermano. Después de examinarlo bien, atacó de noche el
campamento junto con los enemigos. Mientras tanto Boleslao estaba fuera, examinando
las guardias de sus hombres. Ataca entonces por la espalda a los enemigos y los pone en
fuga; el autor de la traición perdió su caso y fue por ello descubierto; lo capturan, lo
llevan ante el magistrado y lo acusan de haber atentado contra la majestad: “¿Atacaste el
campamento de tus compatriotas, junto con los enemigos?” Él: “No niego que fui con
los enemigos; más aún, antes que los mismos enemigos, porque me anticipé a quienes
me iban a atacar.” La asamblea quedó estupefacta por la atrocidad del hecho; cierto
dignatario cercano a la majestad del príncipe dice:

1
Tal vez la actual Koźle
2
En el original hay juegos de palabras entre honore, ‘honor’, y onere, ‘carga’.
3
Los partos, parientes de los antiguos persas, heredaron su poder y fundaron un imperio en el s. III a. C.
Eran muy hábiles combatiendo en retirada, lanzando flechas desde sus caballos.
4
Cayo Mario fue un general romano de fines del s. II a. C. Fue siete veces cónsul, pero perdió el poder
ante Sila.

41
“¿Hablaré o callaré? Es doloroso callar el dolor,
pues la espina oculta en la herida dobla la herida.

Pero, aunque toda lengua calle, no callan los intentos de él en contra de su


hermano. Pues ese hombre astuto trató de cubrir el engaño, disimuló sus hábitos y con
su ambición del reino huyó a las filas de los enemigos, después de sobornar a estos para
la ruina de su patria. De noche irrumpió en el campamento de sus compatriotas para,
una vez extinguida la luz del reino, apoderarse él del poder y poner en práctica la
tiranía. Con hábito fingido Sbigneo entró al campamento de sus compatriotas. Pero no
se sabe de cierto con qué ánimo hizo eso: si indujo a los enemigos a hacerlo o si junto
con ellos hizo el ataque. Antes que nada debemos poner ante nuestros ojos la naturaleza
de ese hombre; en segundo lugar me agradaría examinar cuáles fueron su crianza y
estudios; tercero, deberé mostrar cuál fue su intención respecto de sus compatriotas y
de sus enemigos. Una vez explicado esto con detenimiento, quedará claro que su
naturaleza nada tuvo en común con la virtud y que es de todo punto condenable. En
efecto no sana fácilmente una planta cuya raíz carcome el gusano desde el mismo inicio
de su plantación; el brote injertado a un sauce tendrá gusto a sauce; el hijo de un asna y
un pegaso tendrá la rudeza de un asno y no la de un pegaso. ¿Qué puede dar el retoño de
una vid salvaje sino un sabor amargo? Un zumo pestilente viene de una raíz pestífera.
Es fama que a veces la leona se junta con un leopardo, de donde dicen que sale la onza.
Una vez descubierto este adulterio, el león lleno de ira se junta con una loba. De allí
nace el leoxipo, que vulgarmente se llama lobo rabioso.1 ¿Entonces qué vástago puede
provenir de una simiente bastarda? Pero la lascivia de los ojos da sospechas por el solo
modo de hablar; se revela a sí misma la tartamudez desde la infancia.2

Pues en la garganta de un tierno niño salen palabras


dulces, como las Sirenas hacen dulce la hiel; veneno
de víboras en una píxide se hace, en la boca, miel.

Ese hombre tenía la misma naturaleza que el basilisco, que el holófago 3 y que el
cerastes.4 Pues el basilisco mata y destruye con la sola serenidad de su mirada; la cicuta,
cuanto más dulce, más eficaz es para matar; nunca es más cruel el holófago que cuando
aparenta la tranquilidad de la paloma; el cerastes ostenta cierta majestad en sus cuernos,
pues es el rey de los reptiles. Este hombre no tenía naturaleza sino más bien una suerte
de delirio de naturaleza, pues su veneno era tan tenaz que no podía ni quería dejarlo.
Los testimonios de sus acciones anteriores a las nombradas ponen esto de manifiesto,
pero las paso por alto, porque sé que no son desconocidas para vosotros y sería propio
de un hombre ocioso el detenerse en ellas. Además de todo, estaba la educación de
costumbres, cuya perfección apenas alcanzó, con muchísimo esfuerzo, entre los
teutones y entre los habitantes de Praga.

¿Quién desconoce la ambición, el fasto y el delirio


de los teutones? Él llevaba esto dentro y por fuera.

1
No he encontrado fuente literaria para esta extraña creencia.
2
Este paso y los versos que siguen no son muy claros; parecen indicar que la condición de bastardo se
revela desde el mismo inicio del habla.
3
Cf. 1, 5.
4
Especie de serpiente con cuernos.

42
¿Pero quién ignora las enseñanzas éticas de Praga?: “Hijo, sé al mismo tiempo
complaciente e insidioso, pues nada es más fácil que dañar el alma del enfermo, bajo
apariencia de médico. En el odio finge afecto, no odio en el afecto, porque

vía frecuente y segura es engañar mediante la amistad.

Cultiva la amistad por lo útil, no por la fidelidad, porque amistad sin utilidad es
hoja sin fruto y raíz sin zumo. Promete siempre más de lo que puedas dar, porque las
muchas promesas obligan a pocos y alegran a muchos. Por ellas

el fruto no sigue a la flor ni el grano a la espiga


y en la balanza todas las cosas carecen de peso.

Por tanto, si un vecino rico excita la ambición, si un socio delicado quita poco a
poco el ánimo y lo ablanda, si las costumbres se modelan con nuestras compañías; ¿qué
tiene de admirable que ese hombre haya decidido hacer lo que hizo? Más severamente
lo acosa la atrocidad contra su patria, pues, aunque le faltó ocasión o facultad para
dañar, nunca le faltó el ánimo de hacerlo. Prueba de ello son las cadenas y la cárcel, su
muy cruenta temeridad y la facción sacrílega que formó para conspirar contra la
reverencia debida a su padre. Vosotros mismos no desconocéis cómo él siempre estuvo
muy sediento de la sangre de su hermano. ¿Para qué hablar de las fuerzas de los
enemigos y sus ataques contra nosotros? ¿Qué diremos de sus habilidades? ¿Qué, de sus
amistades con los enemigos y de su astucia tantas veces unida a ellos? No se trata de un
peligro muy particular sino de toda la república. Era tan astuto que, como no podía
reinar, trató de destruir. Este hecho y sus circunstancias son lo más grave.

Tú sabes bien qué sombrero cubrió este engaño.

Se anticipa a los enemigos, lleva las armas, pero cambiadas. ¿Sabes por qué se
anticipa? Para, en caso de vencer, gloriarse de haber animado a los enemigos; en caso de
ser vencido, para jactarse por su cautela. ¿Por qué lleva las armas? ¿Por qué las lleva
cambiadas? Para esconderse, si es vencido. De este modo, caiga donde caiga el dado del
destino, no faltará una u otra salida: o confianza en vencer o ingenio para mentir.
¿Existe acaso algún paño que pueda cubrir la desnudez de este hecho? ¿Se podrá alegar
virtud? Pero en esto no se puede fingir ni una mona de virtud. ¿Y dotes de la naturaleza?
Pero la naturaleza no solo no era su amiga sino que le era hostil. ¿Y la religión fraterna,
el abrazo de los ciudadanos, la salud de la patria y la justicia pública podrán soportar
que este, en su desesperación tropiece o caiga en tan horrenda impiedad? Pero este
hombre fue enemigo atrocísimo de todas esas virtudes. Si con los ojos de la razón
consideramos su natural perdición, si olemos su innata corrupción, cuyo hedor inficiona
sin disimulo el aire que llega a vuestras narices, si más atroz aún fue su maligna
perfidia, que nunca le faltó, si todo el peso de sus malas acciones lo cubrió de modo tal
que no pudo halla ni mendigar ayuda alguna; no se podrá negar que fue un hombre
malvado. Más aún, puesto que muy difícilmente se puede romper la cadena que sujeta a
este monstruo multiforme, no parece que ningún Proteo1 pueda cambiar la sentencia de
condenación ni anular el suplicio. Pues si un hombre carente por completo de
humanidad recibe una condena benévola (¡no haya tal!), nada podrá remediar ni corregir
esta desgracia. Pues no sirve la ayuda una vez que el incendio transformó todo en
cenizas ni se piensa en evitar el naufragio, después del naufragio; sobre todo cuando no
1
Dios de la mitología que podía cambiar de forma a su arbitrio.

43
puede esperarse perdón por un crimen voluntario y deliberado: el perdón solo se aplica
en caso de imprudencia o de necesidad. Y la ley manda que los crímenes no tengan
perdón, salvo los cometidos una sola vez.” Apenas puso fin a sus palabras este hombre,
casi toda la asamblea levantó sus lanzas contra Sbigneo. Exclamaron que no solo debía
ser muerto sino desgarrado por amargas mordeduras. Apenas pudo ponerse fin a este
tumulto: un hombre no desconocedor del derecho afirmó que el castigo no debía
anticipar la sentencia. “Nosotros –dijo– no podemos dictar sentencia contra nadie, salvo
que haya sido sorprendido en evidencia o que haya confesado espontáneamente. Por eso
el emperador Constantino dice que el juez que examina un crimen no debe proferir
sentencia antes que el acusado confiese espontáneamente o que se le demuestre
culpabilidad mediante testigos inocentes. Oísteis en efecto que en la lid judicial el
mismo acusado dijo: ‘Confieso que entré al campamento con los enemigos; más aún,
antes que los enemigos. Pero no hice un ataque sino que anuncié que ellos iban a atacar.’
El derecho nos manda no negar audiencia a quien se defiende, si se apoya este en la
fuerza de la razón. Y la razón exigen que quien opone defensa no calle las razones de la
misma.” Entonces dijo Sbigneo: “Padres conscriptos,1 hay que juzgar el hecho, no al
hombre, pues es necesario examinar las causas del hecho y no la naturaleza del hombre.
En efecto por mandato del príncipe salí contra el enemigo común, pero por azar caí en
las muy poderosas acechanzas de ellos. No tenía ninguna posibilidad de huir ni de
retroceder ni de probar fuerzas, pues había gran disparidad. ¿Pues qué puede hacer un
carozo contra una prensa? Entonces, después de deliberar con el oráculo de la noche y
de mi ingenio, abandono las armas, simulo ser su compañero, averiguo que van a hacer
un ataque contra vosotros y, alejándome poco a poco de los enemigos para dar a conocer
sus planes a los ciudadanos, me antepongo a ellos, que me seguían de cerca, y grito que
se aproxima un ejército. Pero, al llegar a los primeros lugares del campamento, soy
capturado por los compatriotas como si fuera un enemigo. ¿Quién se atreverá a negar
que un ciudadano conviene que acuda a sus conciudadanos y que conviene no ocultar
un peligro civil? Pero primero debo demostrar que no hubo malignidad; luego, que por
supremo derecho hicimos no otra cosa sino lo que se debía hacer. Declararé de modo
evidente que estas dos cosas, en las que se basa la parte acusadora, no le dan a ella
fuerza alguna. No hay razón que pueda movernos para destruir a vosotros y a nuestra
república, pues atentar contra el vientre materno no es propio de hombres sino de
serpientes. Tampoco tiene sustento el cargo de ambición, que la parte acusadora alega.
Pues si existe, más aún, porque existe la ambición, el vehemente apetito de honores, es
porque necesariamente alguien busca algo; por tanto es el objeto de su deseo. ¿De qué
modo entonces un hombre sensato podría desear la pérdida de aquello que suspira por
conseguir? Todas las cosas que atraen al hombre, aun las que lo hacen moderadamente,
son tiernamente apreciadas. Pues bien, máximamente nos atraen aquellas que
conocemos desde nuestra lactancia y con cuya dulzura nos engendró, concibió, crió y
alimentó la naturaleza. Pues si la golondrina aleja del nido a su enemigo, si la abeja
aleja al zángano del panal, si la hormiga evita el incendio del hormiguero; ¿con qué
ánimo un hijo lanzará llamas al seno materno o afilará cruenta espada contra los muy
sagrados corazones de sus padres? No es humano imputar a un hombre, por más atroz
que este sea, tal grado de fiereza, pues el hombre es un animal manso por naturaleza.
Por tanto, si prometí que iba a mostrar que no había razón alguna para que dañáramos a
la república, si mostré que la ambición, principal causa que se nos imputa, y la propia
naturaleza humana no podían tolerar un ánimo de malignidad; no hay duda entonces de
que se debe admitir que no hubo ningún intento de mal. Y en verdad no se pudo y no era
conveniente hacer algo distinto de lo que hicimos. ¿Pues qué es más decoroso que lo
1
Entre los antiguos romanos, los senadores.

44
que es acorde con la piedad? ¿Y qué es más acorde con la piedad que lo que pedía la
salvación común? El conocimiento previo del ataque de los enemigos debió ser o bien
disimulado o bien descubierto. Si debió ser disimulado, considero que hice bien
cambiando mi hábito, para que los enemigos no me tomaran por un delator. Si debió ser
descubierto, me apresuré a anticiparme a los enemigos, para que estos no cayeran por
sorpresa e infligieran una herida irremediable: los dardos previstos causan menos daño.
No pude soportar tan negligentemente el incendio de una morada no ya vecina, sino más
bien doméstica. Pues el no obrar cuando puedes obstaculizar a los malvados, esto no es
otra cosa sino favorecerlos. Contra los enemigos no podía luchar con la fuerza pero lo
hice con arte. En verdad

¿dolo o valor podrás hallar tú en un enemigo?

Y nada hay más de acuerdo con la razón y acorde con el derecho que rechazar la
fuerza con la fuerza y evitar las acechanzas con acechanzas. Tanto las leyes divinas
como las humanas admiten el dolo bueno. Pero parece ponernos bajo sospecha el que
casi junto con el enemigo entramos al campamento; mas no conviene que se juzgue a
nadie bajo el arbitrio de la sospecha, porque esto es en parte imprudencia y en parte
impotencia. Pues por imprudencia caímos en manos de los enemigos y no pudimos
valernos de una escapatoria más rápida. La ley sentencia: “Los que llevan un asunto
ajeno, a no ser que haya un pacto especial, no están obligados a prestar ayuda fortuita.”
Y respecto de lo que los enemigos iban a hacer, el que nuestra naturaleza no sea de por
sí valerosa no es atinente al propósito de lo que aquí se trata, pues no hay aquí una
cuestión de naturaleza sino de la clase de acción que se hizo. Mis acusadores sin
embargo proceden sofísticamente al modo de Licofrón1 y emplean tales argumentos.
Pues si se examina la naturaleza de los injertos, todos buscan la nobleza del retoño y no
el origen silvestre de un tronco o de una raíz. Y como estos hombres no tienen nada para
acusarme, pretextan ciertas notas naturales mías y hacen que sean como las de los
animales: quizás atribuyen a otros el veneno que tienen dentro de sí. ¡Qué
desvergüenza! Su falta de pudor y la procacidad de su lengua se atreven a manchar la
límpida fuente de la honestidad.

¿Quién ignora que los lemanos anteceden a otros


en poder, fama, flor y fruto de virtud, costumbres?
¿Quién da muestras de probidad sino los de Praga?
¿Quiénes son primeros en mérito y gloria? Ellos,
los de Praga, tienen sed única y enorme de virtud.

Su educación lo hizo maestros:

Así el fruto sigue a la flor y la semilla a la espiga;


cada cosa ostenta en la balanza su propio peso.

Ahora bien, se me reprochan las cadenas de la severidad paterna y la cárcel. Pero


la flor de una fama intachable no se marchita ni se disipa; pues, si un juez demasiado
severo se excede en la sentencia al juzgar a alguien, no por eso lo hace infame. Con
mayor razón, la severidad paterna mucho menos lo infamará. Escucha esta ley: de
ningún modo se considera detrimento de la buena fama el solo hecho de ser enviado a la
cárcel o el ser encadenado por mandato de un juez legítimo. Supón que se te ha acusado
1
Licofrón, poeta griego del s. III a. C., se caracterizaba por la oscuridad de su estilo.

45
de adulador sin haber sido examinada una causa; supón que, a pedido de tu patrono, se
ha respondido ante un juez; esto no acarrea de por sí infamia. Tus mayores no deben
temer ninguna infamia por el solo hecho de haber sido golpeado con varas o habérsete
hecho una cuestión de algún delito, si no ha habido previamente una sentencia. Y las
demás cosas se refutan más dignamente con el silencio que con la respuesta. Pero me
admiro de haber concedido tanto a los adversarios, que no se sometan inmediatamente a
la severidad judicial; ellos, que piensan que se debe más a las disputas que al derecho;
ellos, que tratan de convencer más con las falsas argucias de sus ataques que con la
verdad. Pues –dice la ley– si alguien es tan procaz que piense que se debe disputar con
insultos y no con la razón, este hombre debe padecer disminución en su fama. Y la
connivencia no debe llegar al punto de que alguien, abiertamente o con dolo, deje de
lado su función y se lance a calumniar a su adversario. Si tal hiciera, deberá pagar
públicamente dos libras de oro. Por tanto es más claro que la luz y bien se echa de ver
que la causa y el lugar carecieron de mala intención, pues la naturaleza misma de los
hombres y de las cosas no puede consentir a la maldad. Fue demostrado entonces que la
piedad no pudo pedir ni exigir otra cosa. Ya alegamos por otra parte que no debe
tomarse como motivo de acusación aquello que se obró con disimulo, fue descubierto
oficiosamente y cuidado con negligencia. Pero nuestros adversarios murieron por su
propia espada. Tampoco nos deshonran la severidad de nuestro padre ni todas las pajas
que lanzó al viento la parte acusadora; y aquella célebre cuerda triple1 y cortada con la
afilada navaja de la razón y reducida a cenizas, como estopa. Por tanto, si la piedad, la
razón y el derecho militan a favor nuestro, si la ley acusa de contumelia e infamia a
nuestros adversarios y exige que paguen su castigo, no veo qué clase de ingenio o cuál
Proteo podrá cambiar el voto a favor de nuestra absolución y salvar del suplicio a
nuestros adversarios. Pero conviene se misericordiosos, pues nada es tan afín a la
majestad imperial como la humanidad, única virtud por la que imitamos a Dios. Por
tanto

deberá ser el príncipe tardo para el castigo y veloz


para el premio: más justo será cuanto más piadoso.”

¿Y qué te parece, amigo Juan? ¿Hay que absolverlo o no? Pues, según pienso,

lo incierto se hace cierto en boca del hombre elocuente.

29. J.–No sabes que la muerte y la vida están en manos de la lengua y no


desconoces las dos serpientes de Hermes ni el caduceo de Mercurio, que causa el sueño.
Pues quienes dirimen las doctrinas dudosas en las causas levantan a los caídos y reparan
a los agobiados; no ayudan menos al género humano que si salvaran con combates y sus
propias heridas a su patria y sus padres. Por eso el emperador dijo que debían restituirse
sesenta libras de oro a las clarísimas luminarias de la elocuencia; pues lo que, por
general sufragio, se da a los principales, se da también a todos los demás.2 Pero quién
soy yo? ¿Cuándo, sobre las dos cumbres del Parnaso, soñé con alguna chispa de
jurisprudencia, como para pedirme alguna opinión judicial? Para los propios jueces es
cosa más terrible que para las partes el dar sentencia, pues los litigantes están bajo
potestad humana, pero los jueces están bajo la vigilancia del mismo Dios, cuando
sopesan las causas, pues saben que ellos más que juzgan son juzgados. Una vez que
ambas partes exponen su causa, es fácil dar sentencia, si de uno y otro lado no se omitió
1
Cf. Qo 4, 12: “La cuerda de tres hilos no es fácil de romper.”
2
Ignoro de dónde proviene esta referencia.

46
ninguna contingencia. Pero está claro que nadie puede ser condenado por el arbitrio de
la sospecha, a no ser que esta sea muy fuerte y no pueda ser quitada. También está claro
que no debe haber un caso imprevisto, pues los casos fortuitos no pueden imputarse a
tutores o a personas que toman a alguien a cargo, pues no es posible precaverse contra
tales casos. Tampoco debe ser víctima de infamia alguien por el solo hecho de haber
padecido cárceles, cadenas o daño provocado por su padre. Y lo que un padre escribe en
un testamento increpando a sus hijos, esto solo no hace de derecho a sus hijos infames;
en todo caso este, para los hombres prudentes y graves, es algo que daña algo la fama de
aquel que desagradó a su padre. Y la ley decidió, acerca de la milicia, que el soldado sin
la licencia del magistrado debe sufrir castigo; incluso cuando este no pueda mostrar
dolo y culpa, porque la autoridad del derecho declara que el dolo y toda clase de culpa
deben ser atribuidos a su causante. Por tanto nadie puede admirarse de que la
desbordante elocuencia de Sbigneo sucumba; él padeció el juicio y el debido castigo. En
efecto no siempre podrá sanar el médico y no siempre persuadirá el orador. Pero, si no
omitió ninguna contingencia, cumplió con su propósito. Esto sea dicho sin perjuicio de
mejor opinión.
30. M.–La evidencia de los hechos y la ejecución demuestran la decisión del
magistrado. En efecto ese cruel enemigo de los ciudadanos y hombre inútil para la
república es castigado con una sentencia como la de Tiresias1 y es condenado a perpetuo
exilio. El hijo de la esclava ano debía se coheredero junto con el hijo de la mujer libre.
Y los hijos de Galaad, provenientes de la mujer legítima, así dijeron a Jefté: “No serás
heredero en la morada de nuestro padre, porque naciste de una adúltera.”2 Y lo echaron,
aunque era hombre de sobrados méritos.
31. J.–Pero ese origen ilegítimo pudo serle un obstáculo muy leve, si se hubiera
afanado por llevar una vida mejor; así hizo Jefté y, por sus nobles esfuerzos, mereció ser
juez en Israel. Hierón3 también nació de una esclava y fue expuesto por su padre, como
una infamia de su linaje. Pero unas abejas lo alimentaron muchos días, desprovisto de
toda humana ayuda, poniendo a su alcance miel. Los harúspices profetizaban que le
estaba reservado el reino; por ello su padre lo recogió y crió para que fuera rey. Al llegar
a la juventud, un águila se detuvo en su escudo y una lechuza en su lanza: lo primero
significaba la excelsitud real; lo segundo era figura de la humildad de su linaje.
32. M.–Por tanto a Sbigneo no lo dañó la sospecha sobre su nacimiento sino la
impiedad de sus acciones. No debe cuidarse en un vivero el cardo ni debemos alimentar
una serpiente en nuestro propio regazo.

EMPIEZA EL LIBRO III

1. J.–Nadie sino el sabio puede sentir desagrado de sí mismo; en efecto la mona


no considera deforme su deformidad; temo por ello que nosotros intentemos más de lo
justo agradarnos a nosotros mismos. Temo, es cierto, que nos complazcamos demasiado
unos a otros y que, mientras recíprocamente nos sonreímos, se ría de nosotros la
primera ocasión de desagrado que nos venga. Sin duda la fatuidad se alimenta de la
adulación; la prudencia, de la contradicción. Pero podemos hacernos una discreta
admonición, que corrija con piedad nuestros errores y nos perdone, en su severidad; que
no nos ladre con esa impúdica mordacidad que busca nudos en los juncos y grietas en la
solidez. Más bien debemos recordar nuestra propia humanidad y considerar que nada

1
Célebre adivino de la mitología, había sido castigado con la ceguera.
2
Cf. Jc 11, 2.
3
Hierón II, tirano de Siracusa, del s. III a. C.

47
hay perfecto en la humana conducta. Por eso, una vez que Zeuxis1 quiso representar
cierta naturaleza humana muy destacada, la encerró con tantos semicírculos cuantos
defectos entendía él que tenía esa figura. Le preguntaron la causa y dijo: “Porque en el
hombre nada es más perfecto que la imperfección.” Y también Calístenes,2 cuando un
discípulo le preguntaba en cuánto tiempo podía alcanzar la perfección en el arte, puso
en la mano derecha de él una rama de mirto y en la izquierda una lámina de vidrio, que
él solía llevar, y le dijo: “Cuando lances contra piedras esta lámina muchas veces, de
modo tal que no puedas hacer más fragmentos de ella, y cuando esta rama se ponga
derecha en toda su extensión; entonces podrás esperar la perfección. Mientras tanto,
serás perfecto, si sabes que no podrás alcanzar la perfección ahora.”
2. M.–Estoy de acuerdo pues en mis exiguas fuerzas experimento la fuerza de
los demás; bajo estos arreos estoy obligado a llevar, estoy anhelante y lleno de sudor y
parezco sucumbir. Pero tu ayuda comparte nuestra fatiga, seca mi sudor y me da fuerza
y confianza para seguir adelante. Ahora bien, una vez sacudida la peste de la sedición y
expulsado el enemigo de la patria, el serenísimo astro de Boleslao expandió más
rutilantes rayos de virtud. Muchísimos municipios de los pomeranios se sumaron
espontáneamente a los que ya él había añadido. Los albenses intentaron resistir pero
Boleslao rodeó su famosísima ciudad, en el centro de Pomerania, con un asedio. Mostró
a los sitiados dos escudos, uno blanco y otro rojo, y les dijo: “¿Cuál de estos elegís?”
Ellos: “El blanco, porque este color representa el gozo de la paz; el otro en cambio
amenaza derramamiento de sangre.” Y él: “Si queréis que Alba esté a salvo, que Alba
sea blanqueada3 entregándose; pero la sangre, sino lo hace, le escribirá otro nombre y no
se llamará Alba sino Cruenta.” Ellos respondieron con mayor contumacia: “Se llamará
Alba y Cruenta. Alba, por nuestra victoria; Cruenta, por la muerte de los tuyos.”
Entonces dijo Boleslao: “¡Ay, varones principales! Estos hombres enceguecidos se
atreven a lidiar con nosotros incluso con insultos. Me da risa que un topo quiera luchar
con un lince, un caracol con un tigre, un escarabajo con un águila. Pero, varones míos,
es hora de combatir con armas y no con palabras; es hora de actuar y no de insultar.”
Inmediatamente se anticipa a todos y con gran ímpetu –inaudita audacia– supera el
vallado. No lo asustan el fragor de las armas ni la fuerza de los dardos ni la mole de las
piedras. Él fue el primero en romper las hojas de las puertas ya en entrar a la ciudad.
Mató allí a miles y los obligó a retroceder. Por fin todos, como heridos por el temor ante
su majestad, arrojaron sus armas, se postraron y le suplicaron piedad, no para ellos sino
para sus hijos. Estaban ciertos de su muerte pues decían que eran más dignos de la cruz
que del perdón. En esos casos se considera que no hay que perdonar a ninguna edad ni a
ningún sexo, pero la muy indulgente clemencia del príncipe perdonó a todos, pues
consideraba que la piadosa indulgencia era más justa que la estricta justicia. Esto le
permitió hallar favor incluso entre sus enemigos; espontáneamente se rindieron a él los
colbregenses y otras provincias marítimas y todos los gobernadores de provincias; y no
hicieron esto con obstinación, como antes, sino que bajaron sus cervices y se postraron
humildemente en obediencia.
3. J.–Nadie es misericordioso sino el justo; nadie es justo sino el misericordioso.
Pues la justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es fatuidad.

El león: manso con cabras mansas, feroz con tigres.

1
Pintor griego del s. V a. C.
2
Historiador griego del s. IV a. C. Desconozco la procedencia tanto de esta anécdota como de la anterior.
3
Juego de palabras entre la ciudad de Alba y el adjetivo latino alba, ‘blanca.’

48
Pero es muy admirable el ánimo de este león, que volvió a los leones no cabras
sino miedosos conejos. Así también Alejandro, quien destruyó a ochenta mil infantes y a
sesenta mil jinetes de los ambros y sicambros.1 Él fue el primero en subir el muro de la
ciudad, pues creía que no había nadie. Fue rodeado de enemigos y tuvo que pelear solo
contra ellos. Es increíble pero él solo mató y rechazó a miles. Cuando vio que era
agobiado por la multitud, se mantuvo en pie junto a un tronco que estaba cerca de la
muralla, se apoyó en su base resistió firme el ataque. Finalmente sus hombres se dieron
cuenta, derribaron el muro y le prestaron auxilio. Como una flecha lo había herido
debajo del pecho, estaba débil por la pérdida de sangre; pero siguió peleando de
rodillas, hasta matar al autor de la herida. Pero, así como fue durísimo en la batalla, así
también fue clemente para con los vencidos.
4. M.–Mientras tanto el emperador Enrique V entró a Hungría. Colomano, rey de
Hungría, veía que sus fuerzas eran inferiores y pidió por ello la ayuda de Boleslao,
enviándole esta carta: “Colomano, rey de los húngaros, al invictísimo Boleslao, rey de
los polacos y de los de Marítima. La honra suplica lo que manda también la razón, en
cuanto a uno de los amigos más íntimos; a saber, ayuda ante un incendio común.

Pues, cuando arte la pared de tu vecino, arde también


la tuya; el incendio desatendido suele cobrar fuerza.

Y las langostas de los lemanos se arrastraron hasta nosotros no por otro motivo
sino para que, una vez devastadas nuestras viñas (¡Dios no lo permita!), más fácilmente
pudieran saltar sobre las vuestras. Pero la experiencia no carece de pruebas; por ello
conviene que experimentemos no tanto la amistad vuestra sino más bien las fuerzas de
vuestra amistad, en contra de nuestros enemigos. En efecto, igual que el carbunclo, el
rayo de la verdadera amistad brilla de noche.” Boleslao dijo: “A este hombre sin duda le
vienen a la mente aquellos dos pitagóricos que rivalizaron en un piadoso certamen:
como cada uno quería morir en lugar del otro, a ambos se les permitió vivir.”2 Entonces
él atacó a los de Praga y devastó con gran daño sus tierras, pues entendió que sus
recursos estaban destinados a la guerra contra los húngaros. De este modo alejó de sus
amigos al enemigo y lo dirigió hacia sí; ocupó los caminos, escoltó a los que volvían y
combatió y triunfó con valor. Pero la envidia no pudo tolerar la gloria tan grande de
Boleslao en su triunfo y manchó el color de las plumas de la fama, ensuciándola con
falsos rumores. Fue por toda la ciudad Marítima3 desparramando mentiras: decía que los
polacos habían caído y que Boleslao estaba en las cadenas de los enemigos. El autor y
maestro de esta invención fue Gnyewomir, hombre muy elocuente pero de palabras
carentes de confianza. Boleslao le había perdonado la vida en el sitio de la ciudad de los
albenses, lo recibió de la sagrada fuente,4 lo ensalzó con honores, lo adornó con riquezas
y lo puso al frente de Marítima. Este hombre, como dije, engañó a los pomeranios y los
persuadió de la defección; también se alejaron del poder de Boleslao los hombres que
estaban al frente de las fortalezas y los municipios.
5. J.–Pero los sabios bien dicen que, enfrentados los contrarios, lo mejor y lo
peor se hace evidente. Pues cuanto dista levante de occidente, cuanto dista la luz de las
tinieblas, otro tanto distaba este hombre de aquellos pitagóricos. Aunque nadie haya
visto en él la infidelidad –a menudo en tales hombres su perfidia los hace dignos de fe–,
debió al menos horrorizarse ante el peligro de ingratitud. Pues nada hay más injusto que

1
Los sicambros era un pueblo de Germania. Para la anécdota, cf. Justino, Historia universal 12, 9.
2
Cf. Cicerón, Tusculanas 5, 22.
3
No he identificado esta ciudad, que es mencionada bastantes veces.
4
Parece referirse al bautismo.

49
la ingratitud, porque ella vuelve a esclavizar a quienes habían sido libertados. Debió
acordarse de la traición paterna y no ser desmemoriado del beneficio recibido.
6. M.–Se acordó sin duda pero tarde y a la fuerza, pues una vez que Boleslao se
apoderó de ingentes riquezas, no se ocupó en inútiles y pequeños saqueos sino que tomó
y destruyó las inaccesibles ciudades de los hombres de Marítima. Mayor tiempo le tomó
la ciudad de Velen, en la cual resistía Gnyewomir, quien ya desesperaba del perdón. Y
cuando se le prometió esperanza de indulgencia, si estaba dispuesto a entregarse, dijo:
“Mi iniquidad es demasiado grande como para alcanzar perdón; es mejor el yugo de la
muerte que el de la servidumbre y es más glorioso exponer la vida a las heridas que a
los suplicios.” Entonces, cuanto más tenazmente resistía, más provocaba en su contra el
ánimo y las fuerzas de los demás y con mayor empeño lo atacaban. Finalmente se
entregó a deshonrosa rendición y recibió con varas la sentencia capital; todos los demás
murieron a punta de espada.
7. J.–Yo alabo el valor pero no la truculencia, a no ser que se obre con celo por la
justicia y no por odio o por soberbia. No es pecado matar, en cumplimiento del deber, a
un hombre ni es reo de homicidio un soldado que mata en obediencia a su mando. Es
alabado Finees, quien junto con el madianita hirió al hebreo; también Matatías, quien
mató al idólatra;1 y Moisés, pues, cuando iba junto con los levitas por el campamento,
consagraba la mano en sangre de sus allegados, cuando fueron muertos 23000 terneros.
Más aún, a veces parece un pecado no matar, como cuando Saúl, una vez vencidos los
filisteos, se apiadó de su rey Agag. Dijo entonces el Señor a Samuel: “Me arrepiento de
haber hecho rey a Saúl.”2 Pues en este caso no fue tanto la indulgencia de Saúl lo que
desagradó al Señor sino la transgresión de un mandato del Señor. Por eso Samuel le
dijo: “Pecaste. ¿No sabes que la adivinación es una desobediencia?” Pero esto no
debemos tomarlo en consecuencia, porque privilegio de pocos no hace ley común.
8. M.–Así sin duda el celo por la casa del Señor había armado a Alejandro y a
Simón, obispos de los plocenses3 cuyos nombres deben ser escritos con letras de oro,
pues intentaron alejar de la fortaleza del Señor a sus enemigos, con ánimo sagaz y
vigilante. Así, como ni siquiera el más pequeño punto de espacio o de tiempo está libre
de las acechanzas de las cosas invisibles, así tampoco faltó a los masovienses en ningún
momento algún ataque de los enemigos, ya sea de los prusianos, ya sea de los
pomeranios, ya sea de ambas partes a la vez. A veces atacaban abiertamente; otras,
presentándose de modo engañoso. Pero aquellos mostraban no poco de animosidad y de
ingenio ante esto, pues el uso es el que hace al maestro y el hierro, si no es usado, no
solo se obtusa sino que incluso se carcome. Por eso Masovia era fuerte en sus consejos
y florecía en la majestad de su joven milicia. Allí pongo como digno de máxima
admiración a Alejandro, quien pudo bastarse para lidiar con asuntos tan diversos e
importantes. Pues he aquí que gimen bajo las aguas nuestros gigantes y quienes habitan
con ellos.4 Es admirable, pues eran lo mismo el cordero y el león, el lobo y la cabeza del
rebaño, el prelado y el soldado, el hombre en armas y el devoto; en las vigilias armadas
nadie descuidó su puesto de guardia. Todos se acordaron de la sentencia ambrosiana:
“Las armas del obispo son las lágrimas y las oraciones.”5 Grande fue Alejandro en los
combates, pero mayor en la obediencia divina. Pues la envidia puede tratar de ocultar
con su silencio las basílicas por el construidas, pero una lámpara no se esconde bajo la
mesa ni tampoco una ciudad que se halla sobre un monte. ¿Cómo puede ser considerado
carente de devoción un hombre que desde sus propios fundamentos comenzó y terminó
1
1M 2, 24.
2
1S 15, 8-11.
3
Entiendo se trata de Plock, en Polonia.
4
Cf. Jb 26, 5.
5
No he encontrado esta referencia.

50
tan conspicuo templo de la Santísima Virgen? Incluso a David, padre de Salomón, le fue
prohibido por el Señor llevar a cabo el templo. El señor le dijo: “No me edificarás el
templo, porque eres un hombre de sangre.”1 Por tanto el mismo hecho declara cuán
dilectos fueron los tabernáculos del Dios de las Virtudes. Lo muestra la propia elegancia
de la obra y lo bello de su forma. Por eso el Salmista muestra cómo sin cesar meditó
estas palabras salidas de su paladar: “¡Cuánto amé, Señor, la belleza de tu casa!”2 Y dotó
al templo no solo de riquezas interiores y exteriores sino también lo fortificó con armas,
rodeándolo con las necesarias fuerzas materiales. Por ello el lecho de Salomón era
custodiado por sesenta de los más fuertes hijos de Israel, por dentro, y por trescientos
hombres armados con coraza. Con toda verdad se podía decir: “Bella y hermosa eres,
como Jerusalén; y eres terrible, como un ejército en orden de batalla.”3 Mientras
Boleslao y casi toda la milicia combatían fuera, los pomeranios irrumpieron en Masovia
con ímpetu de cruentos saqueos. Después de devastar casi toda la provincia, desdeñaron
fardos luctuosos y se llevaron un botín digno de lamento para nosotros. Acudieron unos
pocos masovienses y os seguían, pero los enemigos eran más numerosos que la arena
del mar. En efecto un número escaso de hombres no osa entablar combate y un número
grande en cambio lo desdeña: a unos les parece temerario; a los otros, carente de gloria.
Unos pensaban en huir; los otros, en retirarse. Entonces vino el venerable obispo Simón,
adornado con las ínfulas pontificales y dando el lloroso espectáculo no tanto del luto
sino de la devota súplica. Decía desde lejos: “Hijitos, en una sola cosa, no en muchas,
está la esperanza de vencer. No debe temerse la muerte, sobre todo cuando se trata de la
salud de nuestro prójimo, porque la muerte corporal no extingue al cuerpo sino que lo
conduce al premio de la virtud.” Después de decir esto, lanza a los suyos al combate y
no cesa hasta que sucumbe todo ese gran número de saqueadores, del cual solo muy
pocos escaparon. Así entonces, después de abatir a sus enemigos y sacarles el botín,
vuelve con los suyos llevando alegre trofeo. Y después de tres días y más, los restos de
esa infeliz –mejor dicho, feliz– guerra, volvieron palpitando como ciegos y dicen que
sus mujeres los encadenaron.
9. J.–Grande sin duda fue Alejandro pero mayor, según veo, fue Simón, quien
mostró en sí la virtud del patriarca y del legislador. Y no ignoras que los amalecitas
fueron derrotados mientras oraba Moisés. Mientras él sostenía las manos levantadas,
vencía Israel; si las dejaba caer por el cansancio, se recuperaba Amalec. 4 Y sabes que
Abraham recuperó a Lot junto con sus animales y posesiones, ante la destrucción de sus
enemigos.5 De todos estos hechos entiendes que no es poco lo que aprovechan los
méritos de los prelados y los sufragios del prójimo. Con estos ejemplos aprendemos qué
es lo que cada uno de nosotros debe a Dios, a sí mismo y al prójimo.
10. M.–Sin duda pecamos mucho, si no alabamos las buenas acciones. Pero
ninguna recompensa mereceremos, si no las imitamos, al menos cuanto podemos. Sin
duda seré digno de reproche, si con labios mudos omito mencionar a la columna de oro
de la casa real, al padre reverendísimo y uno de tus antecesores. En efecto era de la
misma santa iglesia de Gnezna, a la cual tú presides, arzobispo Martín, bajo cuyo
arbitrio y decisión giraba todo el eje de esta república. Con frecuencia a este hombre los
pomeranios le tendieron acechanzas, ya sea con bebidas envenenadas o también
tratando de degollarlo o de darle muerte a escondidas. El motivo: o bien porque les
prohibía sus ritos idólatras o porque les exigía el diezmo y primicias. Pensaban que, si
lo quitaban de en medio, le quitarían al reino su cabeza y consejo. Por mucho tiempo
1
1 Cro 28, 3.
2
Sal 28, 8.
3
Cf. Ct 6, 3.
4
Cf. Ex 17, 11.
5
Cf. Gn 14, 16.

51
hacían estas maquinaciones de dolosa maldad pero él hábilmente, con su prudencia, las
evitaba. Cierta vez trataron de apresarlo, cuando estaba dedicado al servicio divino, en
el oratorio Espicimiriense.1 Surge un clamor. El ímpetu de sus enemigos se muestra a ya
la entrada. ¿Qué hacer? ¿Huir? Pero ya se ve a las puertas el brillo de la espada.
¿Pelearía? Pero ningún poder y ninguna ayuda era posible hallar en hombres y fuerzas
muy débiles. ¿Suplicar? ¿Pero cuándo el balido de ovejas aplacó las fauces de cruentos
lobos? Pero, así como en su ánimo y contemplación se dirigía hacia lo alto, así también
fue elevado corporalmente: valiéndose de una escala, subió y se escondió en los
artesonados del techo.

La vejez tomó fuerzas y el temor dio alas a sus pies.

Irrumpen ellos en tropel, no se abstienen de tocar las cosas sagradas y observan a


cierto intendente que, lleno de estupor, estaba postrado cerca del altar. Pensaron que era
el arzobispo y lo arrebataron en medio de danzas. No solo lo hacen renunciar a diezmos
y primicias, sino que le mandan apartarse de todos los oficios de la fe católica. Lo
obligan a pesar el escaso metal que había y a prometer una perpetua paz. Así es puesta
en precio su vida, con semejante comercio; ninguna de esas cosas él rechaza. Era en
efecto un varón lleno de Dios y de confianza en el Señor, no tanto por sus propios
méritos sino por los sufragios del obispo, cuyas virtudes no pasaban ocultas a su
discípulo. El prelado se sumerge en un torrente de lágrimas, llora ante el santuario
profanado y el daño que sacrílega mano había hecho a las cosas santas. Abrazó muy
devotamente el altar y, con devotas súplicas, hizo un ayuno de tres días. Este hombre
venerable no se movió del santuario pero el Señor, quien suelta a los apresados, lo
liberó. En efecto tanto aquellos hombres como sus esposas y sus hijos quedaron
poseídos de insania, a tal punto que, ya sea con hierro, con piedras o con palos, se
herían unos a otros y expulsaban de sus casas a sus seres más queridos, no ya como si
fueran desconocidos sino como enemigos muy acerbos. Y, cuando no tuvieron a nadie a
quien lastimar, hirieron sus propios miembros con sus uñas o a dentelladas. La mayoría
murió entonces por esta peste, no sin extraños ruidos y horribles gestos. Y tanto duró
este suplicio que, una vez conocida la causa del mismo, devolvieron al pontífice el
sagrario y todos los objetos sacros; todo el dinero que habían pedido al intendente lo
devolvieron con una multa como castigo; más aún, confesaron con reverencia el
carácter de la fe católica y se obligaron a sí mismos a los deberes eclesiásticos.
11. J.–Casi recuerdas el Arca de la Alianza, arrebatada por los filisteos y
devuelta luego gracias al castigo divino.2 Pero este pontífice es muy distinto de aquel
Elí, quien cayó de su silla y, rota su cerviz, murió. 3 Y pienso que no debemos criticarlo
por parecer temeroso y más mercenario que pastor pues, al ver a los lobos, se escondió.
En efecto es inmundo el animal que, aunque rumiante, no tiene hendida la pezuña; lo
cual es signo de los animales sagrados, pues sus pies son rectos, pero la planta del pie es
como la de un ternero. Y en verdad el arte pugilístico, para los conocedores, más que
para atacar es un arte de defensa. Lo cual el propio Señor mostró por sí mismo, pues,
cuando los judíos tomaban piedras para atacarlo, él pasaba por en medio de ellos. 4 Y
ciertamente ¿quién no temblará de miedo ante la muerte, cuando la propia vida está
llena de temores y de tedio, hasta la muerte? Por ello hay que ser más cauto en la vida,
pues de allí un fruto mayor se obtiene. ¿Por qué la higuera estéril ocupa un lugar en la

1
No he encontrado este nombre.
2
Cf. 1S 4, 11; 1S 6, 21.
3
Cf. 1S 4, 18.
4
Cf. Jn 8, 59.

52
tierra?1 Y el Apóstol desea ser como un anatema separado de Cristo, por los hermanos; 2
o mejor, para ser más beneficioso a los hermanos. Y, aunque parezca injertar tamariscos
a los plátanos, ni siquiera una florcita comida por un gusano es inconveniente al brillo
del oro. En efecto estaban en la misma nave un filósofo y un bufón. Surge una
tempestad y todos quedan envueltos en la penumbra. Se levanta estrépito y clamor;
resuenan las olas y rugen las tormentas. La nave estaba ya próxima al abismo y se abren
hasta lo profundo las olas, que luego se levantan en torbellino vecinas a las nubes. ¿Cuál
piensas que era el ánimo de cada uno, cuando el propio piloto desesperaba de la
salvación? El filósofo da a lo alto profundos suspiros y, según acostumbraba,
consideraba con más frecuencia las angustias de la muerte. Temía llevar, después de
ella, una vida trabajosa, pues no temía la muerte del cuerpo, la cual consideraba como
una puerta de la vida. El bufón en medio de esto no solo disimulaba su miedo sino que
hasta exhibía cierta alegría –si no quiero decir insensatez– con sus gestos histriónicos y
las modulaciones de su voz. Se sacudía en carcajadas y, a ejemplo del cisne, invitaba a
los miserables consuelos de una vida más miserable.3 ¿Qué más? Cesa de repente la
agitación y el aire se vuelve más clemente y, mientras los demás se felicitan unos a
otros, el bufón no dejaba de insultar y herir al otro varón: “Tú, espectro de filósofo; tú,
que te das aire con tus méritos de sabio y ni sombra tienes de prudencia. Pues el sabio es
aquel que, de acuerdo con los sabios, no se deja mover por sus afectos; ni por la tristeza
ni por el dolor. Pero en ti la tristeza te chupó el corazón y te llenaste de temblor.
Aprende más bien de un prudente la prudencia. Viste cómo, en medio de los peligros, en
ningún momento temblé.” El filósofo le respondió: “Sin duda vi cómo tu bufonería se
comportaba durante el naufragio y cómo tú y los tuyos mostraban tal insensatez.” Por
tanto el perdido nada tenía que temer por los perdidos; nada tenía que temer el bufón
por su vida de bufón. En cambio el filósofo debía temer por su vida de filósofo. Por ello
el pontífice hizo bien en temer por su vida de pontífice.
12. M.–Me alegro mucho, porque me das una respuesta adecuada a la cuestión.
Pero detente un poco, te ruego, porque hay una como maleza que me impide avanzar. Te
pido que me liberes de ellas o que la cortes. Me refiero al intendente, a quien con
tormentos le pidieron metálico y otras cosas, mediando un juramento. Al dar esto bajo
coacción, ¿estaba o no obligado él? ¿Obliga o no una promesa arrancada a tormentos?
13. J.–¡Ja, ja! No puedo dejar de reír, pues veo que gimes bajo un peso y que tú
solo te metes en la cizaña. Pero debes quitar valor a una promesa hecha en medio de
males; se puede cambiar de decisión, si hubo un voto inapropiado. Injusta es la promesa
que está acompañada de delito o escándalo. Sin embargo una promesa pecuniaria
obliga, a no ser que la impida un justo temor. Pero no hay justo miedo, si no hay miedo
de muerte, de suplicio para el cuerpo o de algo semejante. Por esto se dice que aquello
que se obra por miedo carece de valor. Por ello el de Tréveris y su prepósito, capturados
por ladrones, son obligados a dar y a jurar que no pedirán lo dado. Pero, cuando dudan
en pedir, por medio al perjurio, el Varón Apostólico los absuelve y manda que persigan
a los ladrones y recobren los bienes de la Iglesia. Sin embargo a veces la obligación de
lo justo no puede ser rescindida so pretexto de temor. Por ejemplo, cuando alguien,
incluso bajo coacción, ha recibido la fe cristiana, está obligado a conservarla; si bien es
cierto que nadie debe ser obligado a aquello a lo que inútilmente se lo obliga; si bien
Dios no acepto un servicio obligado; si bien no es un beneficio aquello que se da a

1
Cf. Lc 13, 7.
2
Cf. Rm 9, 3.
3
Parece referirse a la creencia antigua, según la cual el mejor canto del cisne es el que entona antes de
morir.

53
quien lo rehúsa ni es un sacrificio aquello que se hace por coacción. Pero a menudo se
hacen beneficios incluso a quienes no los desean.
14. M.–Entonces no brilló injustamente la severidad de Boleslao en contra de
sacrílegos idólatras; no obró injustamente añadiendo castigo sobre castigo. Pues no bien
se aquietó esa fuerza castigadora de los sacrilegios, entonces dejaron de profesar
reverencia a la sagrada fe y no mantuvieron sus promesas. Los impúdicos apóstatas no
temen huir de la salvación; esos sucios perros no se horrorizan de volver a su propio
vómito. Entonces Boleslao reúne de todas partes a sus hombres, aguza sus fuerzas y las
examina. Surgen campamentos contra los lugares marítimos y él mismo, poniéndose al
frente, muestra que su causa es divina y no humana. Hay en Crusvicia1 una basílica de
San Vito, en cuyo pináculo apareció cierto joven extraordinario en su presencia y forma.
Dicen que su esplendor iluminaba la ciudad y sus suburbios. Pues bien él saltó de allí y
con una lanza de oro antecedió a las tropas, que en gran número contemplaban
estupefactos y con callada veneración la virtud misteriosa de su poder. Por fin, al llegar
a la ciudad de Níkel, desapareció, como agitando la lanza que llevaba. Animado por esta
confianza, Boleslao la asedia y la hiere con piedras, catapultas, arietes y toda clase de
asaltos. Nada dejó de intentar en fuerza o en ingenio. Los habitantes de la ciudad ven
que disminuye el número de los suyos y sienten que sus fuerzas desfallecen. Lo que no
pueden conseguir por la fuerza, eso tratan de conseguir, en seguridad, con el engaño.
Piden y consiguen treguas para deliberar. Mandan mientras tanto a los suyos preparar
acechanzas, anticiparse a los enemigos y tener listas cadenas, para atar con ellas a
quienes quieran. Y como es muy grato el descanso después de los trabajos, casi todos
los hombres de Boleslao se entregan al reposo y hacen una interrupción, como lo
mandaba la veneración de San Lorenzo de ese día. Saltan entonces repentinamente
desde los matorrales grupos de soldados. Sin duda habían tenido cuidado de que sus
insidias no fueran descubiertas por el ruido de sus plantas o por relinchos de caballos,
para dejar de lado toda esperanza de fuga y luchar a la vez por la victoria y la salvación.
Eran tan numerosos como langostas, pero dudan en atacar, pues las guardias habían
descubierto sus acechanzas. Finalmente avanzan compactos con sus lanzas elevadas,
como en un circo, y afrontan a pie firme el combate. Entonces Boleslao, con rostro
sereno y mente tranquila, dijo: “Próceres, veo que las cabras no son odiosas a nuestros
leoncitos. ¿Pues quién dirá que los gatos son molestos a las águilas o los animales
carnudos lo son para los tigres? Aunque tengan alguna fuerza, ya conocéis su desidia.
Todos ellos desfallecerán ante nuestras filas y la gloria del mártir que hoy celebramos,
puesto que una causa justa anima a los exánimes y da audacia incluso a los más
temerosos.” Dicho esto, él mismo salta y Scarbimiro, príncipe de la milicia,2 lo sigue.
Su animosidad aumenta a los leones su hambre y su hambre, a la vez, les aumenta la
animosidad. El terror en cambio acrecienta el miedo a los corzos y su miedo centuplica
su terror: así una cosa y otra los hacen desfallecer y enervan sus ánimos. La nobleza del
león no se digna lamer la sangre de débiles rebaños sino que solamente se deleita en la
matanza. Así también los lequitas juzgan torpe detener la matanza de enemigos y
ocuparse de sacrílegos despojos. ¿Qué más? Aunque tuviera todas las lenguas, ni
siquiera así podría expresar la medida de matanza tan grande. No podrías conocer el
número de los muertos, ni aun pudiendo calcular las arenas del mar o las estrellas del
cielo. Si tienes tiempo, consulta a quienes conocen el ábaco y las cifras, hombres sabio
en el arte de calcular. Como testimonio, todavía hoy quedan acervos de huesos
inhumados, como montes. Muchos miles, atados en sus propias correas de cuero, fueron

1
Su nombre actual es Kruschwitz.
2
Cf. 2, 26.

54
llevados a colonias de Polonia. Desde entonces formaron parte de este reino Níkel y
otras ciudades de ellos.
15. J.–Timoteo, rey de los amonitas, ordenaba su ejército para luchar contra los
Macabeos.1 Aparecieron entonces unos jóvenes admirables en su rostro y esplendor;
vinieron además uno a la derecha de ellos y otro a la izquierda; los cinco lanzaron
llamas semejantes contra el campamento de Timoteo. Al ver este prodigio, su ejército
huye no sin peligro, pues veinte mil sucumben en la huida. Tú puedes entonces
considerar a Macabeo precursor de Boleslao; o a esos jóvenes de Macabeo como
ministros de la suma omnipotencia divina. Tenían tanta preocupación por los suyos que
a veces las virtudes celestiales militaban en su favor. Dios es el autor y esto es
admirable a nuestros ojos.
16. M.–Yo no me admiro tanto de estas cosas, porque no son extrañas tales
ayudas a los hombres justos; y tampoco carecen los hombres angélicos del auxilio de
los ángeles. Más bien me sorprende el que entre los idólatras se hallaron tales prodigios.
En efecto el jefe de los galos Breno,2 una vez vencida Macedonia, mientras despojaba el
templo de Apolo, dijo: “Es conveniente que los dioses, que son ricos, den riquezas a los
hombres: ellos, quienes suelen concederlas a todos, no tienen necesidad de ellas.”
Asaltó entonces el templo del Parnaso; tenía sesenta y cinco mil soldados escogidos y
los de Delfos no llegaban a cuatro mil. De repente todos los sacerdotes del templo y el
propio vate salieron a la primera fila de batalla, con sus insignias y sus ínfulas. Decían a
gritos que había llegado el dios y que ellos mismos lo habían visto. Y, mientras imploran
su ayuda, ven a un joven de gran hermosura y que al mismo tiempo salían para
acompañarlo, de los templos vecinos de Diana y Minerva, dos vírgenes armadas. En
seguida una parte del monte fue tragada por un terremoto y se llevó el ejército de los
galos; los rangos más apretados quedaron llenos de heridas. Siguió una tormenta que
con granizo y frío terminó con los heridos. El propio jefe Breno no pudo sobrellevar el
dolor de las heridas y se quitó la vida con un puñal. ¿Quién no se admirará al ver tales
cosas en las pinturas?
17. J.–No me admiro de que te admires, puesto que la astucia de los demonios
no puede ni siquiera imaginarse; mucho menos puede decirse sin horror. Pero por otra
parte sí me admiro de tu admiración, pues sabes que los príncipes de las tinieblas a
menudo se han transfigurado en ángeles de luz y han fraguado las obras de la luz, para
mezclar sin sospecha el acónito en vasos de oro. ¿Acaso te olvidaste de los magos del
Faraón3 y de Simón el Mago?4 Y también aquel hombre que se adjudicó la majestad
divina y dijo: “¿Qué quieres que te dé, Antonio?”5 Es innumerable la serie de ejemplos,
pero debemos tener cuidado de no hacer el Laberinto de Dédalo o una torre gigantesca.
Más bien continúa tú el camino trazado.
18. M.–Como te agrade. Todavía no se habían sanado las heridas ni se había
secado la sangre, cuando se anunció que los lemanos irrumpían en las fronteras de
Polonia. Dijo entonces Boleslao: “Varones míos, esto no dará más valor y ánimo que
temor. Pues, si son miedosos, ¿quién temerá a un miedoso? Y, si son animosos, ¿quién
hay tan exánime a quien un hombre animoso no infunda ánimo? Sin duda el valor
estimula el valor y la animosidad ejercita la animosidad. ¿Son de estatura gigantesca?
¿Y qué? Las cañas son bajas pero es el pino el que se cae por su propia altura. En efecto
las cosas más altas están más inclinadas a su ruina. ¿Son una multitud innumerable?
Pues bien, serán débiles si están armados de una muchedumbre: quien necesita la
1
Cf. 2M 10, 24-31.
2
Cf. Justino, Historia universal 24, 6-8.
3
Cf. Ex 7, 11 ss.
4
Cf. Hch 8, 9 ss.
5
Ignoro a qué se refiere esta cita.

55
compañía de muchos, poco confía en sí mismo. Son de una fortaleza férrea. Me alegro,
pues la piedra debe ser fuerte y no débil. ¿Acaso no os conozco? Conozco la pétrea
fortaleza de vuestro pecho y, cuanto más se lanza sobre ella el hierro, más brilla. ¿Y qué
otra cosa dirán tantas otras batallas ganadas y tantos títulos de victorias escritos por
vuestra mano? ¿Qué dirá la gloria de vuestro reciente triunfo y, por fin, la gloriosa
crudeza de vuestras heridas? Los estímulos de oro no es impulsan tanto como las alas,
para volar, a los grifos. Nunca está más rabioso el león que cuando está furioso por el
despreciable reptil o por cualquier otra herida. ¡Pero calmaos un poco, calmaos! Veo
que tenéis más necesidad del freno que de las espuelas. Ante todo necesitáis más pensar
en la disciplina que en el valor.” En efecto todos estaban tan sedientos de guerra que no
parecían pensar en la pequeñas heridas de la batallas ni en sus pequeños dolores. El
emperador Enrique no se había olvidado del daño recibido y con muchos intentos quiso
apoderarse el municipio Bitomiense.1 Este, tanto por su situación como por sus hombres
parecía casi inexpugnable. Desplegó entonces sus tropas alrededor de la ciudad de
Glogow, asedió a sus ciudadanos, rodeándolos como con una prensa de uvas, tomó
rehenes y les fijó un día para su rendición. Mientras tanto ellos exponen llorosos sus
angustias a Boleslao y le dicen que entregaron a los rehenes no con deseo de hacerlo,
sino con ánimo de hallar tiempo y diferir. Les escribe Boleslao: “nada es más haragán
que un zángano; nada es más débil que el gusano que nace en el panal. Pero uno y otro
son útiles, porque este aleja a las avispas de las celdillas; aquel las aleja del panal. Por
eso es mejor perder a los rehenes que perder la libertad; es mejor ser duro con la
salvación de pocos que, por pusilanimidad, llevar a la mayoría al peligro.” Con este
mandato los glogovienses se llenan de ánimo y recobran sus fuerzas; unos fortifican y
otros reparan las fortificaciones de la ciudad. El ejército del emperador recibía entonces
por un lado el ataque de los de la ciudad; por otro, el de las continuas incursiones de
Boleslao. En efecto todos los que montaban guardia en el campamento, los que salían a
explorar territorio de Polonia, los que de todas partes preparan acechanzas a los
hombres de Boleslao, los que auguraron rapiñas, los que estaban a la búsqueda de botín
para su provecho, todos ellos son encadenados y puestos delante de Boleslao; o bien son
castigados con la muerte. Pero el César envuelve la ciudad como con un torbellino,
dirige contra ellos sus moles de asedio y trata de cubrirla con nubes de dardos y como
con una granizada de piedras. Resplandece el ingenio de las máquinas de guerra. Los
habitantes se valen de su propio ingenio para defenderse; también se aprovechan de esas
armas, para volverlas en contra del César. ¡Qué ánimos tan viriles, férreos y feroces!
¡Qué admirable la constancia de esos varones! No los seduce ni el esplendor del oro ni
el numen de la majestad imperial; no los asusta el ataque de los enemigos; no los
quiebra la aspereza de sus trabajos; no los ablanda la piedad por los niños. En efecto los
padres pelean encarnizadamente, sin pensar en sus hijos, aunque los enemigos atan a los
niños rehenes a las máquinas de guerra, los exponen a los dardos y piedras que lanzas
sus padres y los aterrorizan con toda clase de suplicios, a la vista de sus propios padres.
Pero todo eso fue en vano. Con firmeza de roble tenían en sus corazones escrita la
sentencia según la cual es más seguro que los padres quiten la vida a su prole, antes que
la patria pierda a sus ciudadanos; y según la cual es más honroso pensar en la libertad
que en los hijos. Quedaron entonces inútiles las fuerzas, las artes y las amenazas del
emperador; pero surgieron otros conatos bélicos, en la divina provincia de Silesia, pero
con auspicios muy infaustos y siniestros. Pues aquella fortaleza de los silesios, que en
todas partes brilló con sus triunfos, que en otro tiempo no pagó tributo a Alejandro
Magno; pues bien, tampoco se sometió a los lemanos. Sus habitantes no toleraron que
un enemigo tan grande estuviera en su provincia. Rogaron entonces a Boleslao que no
1
Bithomia, en Silesia.

56
difiriera el combate, porque la sola demora ya significaba en sí un peligro; además era
mejor caer de una sola vez que estar siempre pendientes. Convenía obrar con audacia,
porque –dijeron– conocían ellos la manera de lograr una victoria indudable. Dice
entonces el rey Boleslao al emperador: “Estoy preparado para el combate y soy un
testigo diferente de tu incuria. ¿Exiges un tributo?” –lo exigía en efecto– “Debes
aguardar para mañana un tributo de sangre, pues mañana aprenderás qué cosa debes
exigir de cada uno.” No bien amaneció, los soldados de una y otra parte acudieron. Eran
dispares en número y en animosidad y formaron los unos frente a los otros. Cuanto
superaban los lemanos en número, otro tanto los aguijaba a los polacos su mayor
audacia. Mientras tanto una tropa no pequeña de silesios salta a espaldas de los
enemigos y atraen hacia sí a no pocos de los enemigos. Con toda intención simulan huir,
los llaman y los provocan de lejos, pero se vuelven contra ellos agitando sus lanzas; a la
vez repelen el ataque de las lanzas de los contrarios y los hieren. Una vez abatidos estos,
otros de los enemigos acuden en ayuda y comienzan a herir; luego otros, y después
otros, vienen también, hasta que casi toda nuestra primera fila huye. Por ello son
agitadas no tanto las medias sino las primeras líneas. Ellas ignoran la causa del tumulto
y confirman que los nuestros no persiguen sino que son perseguidos. Entonces casi se
dan a la fuga pero tanto su pudor como Boleslao lo obligan a mantenerse a pie firme.
Como en las primeras falanges se hallaban los soldados de Praga, sucumbían al primer
encuentro. Luego estaban las gigantescas legiones de los lemanos. Otros permanecían
inseguros en medio de las líneas, sin saber ni qué hacer ni a quién prestar auxilio; se
deslizaban en grupos por un lado y por otro. Algunos de los plaucos1 mueren por saetas
envenenadas; en efecto las cohortes de primera fila del emperador son obligadas a
luchar en combate a pie, pues sus caballos habían caído a la primera herida, en razón del
tósigo. Así el glorioso Señor fue magníficamente engrandecido, pues lanzó caballos y
jinetes al mar.2 Pues bien los lemanos recogieron tristes las quebrantadas reliquias de su
ejército. Unos, en vez de beneficios, apenas pudieron salvar la vida del César; otros, en
vez de triunfos, obtuvieron la fuga. Como muestra quedó el nombre, pues llegaron
tantos perros después, para alimentarse de los cadáveres con linfática ferocidad, que era
imposible poder ir allí. Por ello ese lugar se llama Campo Canino.
19. J.–Así también en aquella matanza de ambros y sicambros, que no hace
mucho recordé,3 todas las bestias, incluso las muy mansas, aprendieron a desear la
sangre humana. No solo los perros, cuya naturaleza es de por sí fiera, sino que también
los gatos, dejando de lado los ratones, corrieron espontáneamente sobre los hombres. Y
también se dice que su sangre bullían hormigas, como topos, que penetraron en los más
recónditos lugares de sus casas y les infligieron un daño no menor que el que les había
hecho Alejandro. Apenas unos pocos cuerpos pudieron ser conservados, por el beneficio
de una hierba, la cual había sido mostrada en sueños a Alejandro, contra las saetas
envenenadas de Ambígero;4 Alejandro se valió de ella contra las hormigas.
20. M.–Luego, sin demora, Boleslao desterró de su reino a Zuatopolk, duque de
Bohemia, a quien antes humanísimamente había recibido y criado con piadosas ubres,
porque los suyos lo habían expulsado. Primero lo había hecho príncipe de los
olomucenses;5 luego, duque de Praga. Pero retribuyó muy mal tales beneficios: temía
recibir maldad de parte de Boleslao y acrecentó la hostilidad del emperador hacia él.
Pero recogió el fruto de su perfidia, pues uno de los suyos se la echó en cara y lo
atravesó con un puñal. En su lugar Boleslao puso como duque a Borivoy, a quien
1
No he encontrado este nombre.
2
Cf. Ex 15, 1-21.
3
Cf. 3, 3.
4
Cf. Justino, Historia universal 12, 10.
5
Tal vez, los habitantes de Olmütz, en Austria.

57
traicionó la envidia de los suyos; mejor dicho, la ambición fraterna. Por ello Boleslao
regresó a Bohemia, expulsó al cruento fratricida y concedió al principado al hermano
menor de él. Esto le trajo mucha malevolencia de parte de los lemanos, porque él así se
adjudicaba la majestad imperial: en reinos contiguos deponía y ponía a su arbitrio a
quienes deseaba. Más aún, ya había puesto bajo su imperio a casi todos los pueblos
vecinos. Y a los que estaban más allá de los vecinos los atraía con su serena gracia o con
la reverencia que inspiraba; donde se escuchaba el nombre de Boleslao, allí se veneraba
su poder. Pero no faltaban conversaciones y suspiros de algunos que se quejaban por la
dureza del yugo. El principal de ellos, incapaz de sobrellevar la fortuna ajena, era el
príncipe de Rusia Wladario; este hablaba separadamente, pero solicitaba a todos y les
mandaba que pensaran en su nobleza. Les muestra cuán bajo estaba su linaje y la herida
de su servidumbre. Añadió que es menos miserable nacer sirvo que hacerse. Lo uno es
inclemencia de la naturaleza: lo otro es como un naufragio de la desidia: fácilmente
podía uno caer en él, pero no se emergía sin dificultades. Mucho más honroso es acortar
camino con la muerte que perderse en una vida llena de asperezas. Debían entonces
elegir entre romper el lazo o romper la garganta. Van entonces examinando las
ocupaciones de Boleslao y poco a poco buscando el tiempo apropiado para la defección.
Todos unánimemente se apartan de él; todos conspiran a favor de Wladario; todos se
obligan con juramento a extinguir, como común incendio, la gloria de Boleslao. Pero
una gran llamarada no se extingue con abanicos sino que se acrecienta. Esa columna de
valor invicto, que fue capaz de soportar tantos fragores, ni siquiera fue sacudida por
esto; menos aún podía ser arrancada. Sin embargo consultó al senado sobre si era mejor
enfrentar ese mal con todas las fuerzas o más bien por medio del ingenio. Preguntó
también por dónde había que empezar. Todos en silencio parecían esperar lo que había
que hacer. Entonces cierto varón principal, de noble sangre y cercano en dignidad al
príncipe, llamado Pedro Wlostides, de magnánimo linaje, robusta mano, ingenioso
pecho y celebérrima fama, no rompió ni cortó el nudo sino que lo disolvió
saludablemente. Dijo: “Sabiamente dijo un sabio que la sabiduría grita en las plazas.
Pues es muy fácil a cualquier hombre conocer el camino de la prudencia, si el hombre
se conoce antes a sí mismo. Y en el hombre hay dos cosas, el alma y el cuerpo. ¿Para
qué el alma? Para un ingenio más sano. ¿Para qué el cuerpo? Para que sea vehículo de la
virtud. Si quitas una de las dos cosas, habrás matado al hombre. Si alguien se apoyara
en las solas fuerzas o, al contrario, solamente en el ingenio sin fuerzas, a este tal lo
considero no solo manco sino absolutamente nulo. Así también un ala no puede volar
sin la otra; en un carro una rueda sin la otra no serviría. Tampoco, cuando un tronco se
mantiene en pie, es bueno ocuparse de sus pequeñas ramas: si bien es más fácil, no tiene
utilidad. Al contrario aquí hay que poner el hacha hasta la raíz. Hay que comenzar con
la propia cabeza de la sedición, pues, secada su fuente, más fácilmente se desvanecen
los arroyuelos. Antes que nada hay que atacar al propio Wladario. Y, aunque parezca
inasequible nuestro consejo, pues el rugido de los leones ya está a las puertas de
Boleslao (muchos de los nuestros ya fueron corrompidos por dádivas) debemos tener
una saludable esperanza, aun estando en las cosas más difíciles. Pues la virtud no solo
encuentra senda y camino en lo inviable, sino también tiende una calzada, en cualquier
parte que sea, a su animosidad. Prefiero por tanto que nos falte el éxito, pero que no nos
falte la virtud. En efecto la virtud se jacta de lanzarse incluso contra la muerte.” Y en
seguida toma un pequeño, aunque escogido, grupo de sus hombres y entra en Rusia.
Simula ser un desertor y dice que no puede tolerar la truculencia del príncipe; se queja
de haber recibido injurias y afirma que, en esa situación, para un varón fuerte es mejor
soportar las angustias del exilio que las delicias de casa. Wladario se alegra de que se le
unan tantas fuerzas; se alegran también sus seguidores por la compañía de estos

58
soldados que había venido como enviado por el cielo. “Ya se acabó –dicen– Boleslao;
ya se acabaron los lequitas.” Y, como es gloria de los príncipes el saber ocultar su
palabra, Pedro no descubre la suya, antes de los hechos, a ninguno de los suyos; ellos le
preguntaron con insistencia las causas de su exilio. Él respondía: “El parto no viene a la
vida y un consejo no es útil, si salen a la luz antes de su tiempo.

Un ave no vuela bien, si sus alas no son todavía


seguras: no debo yo imitar el vuelo de Ícaro.”

Por ello dio a conocer su propósito y lo ejecutó todo al mismo tiempo.


Inmediatamente toma a Wladario en medio de los convidados, lo saca de la mesa
tomándolo de los cabellos, lo lanza al piso y lo mata. Lo lleva como lleva un águila a
una gallina entre sus garras, no sin matar a muchos de sus polluelos, quienes en vez del
abrazo de las alas maternas reciben las sombras del Orco. Luego lo presenta, ataviado
de su principal ornato, como insigne regalo a Boleslao. Así amputó la cabeza de la
sedición y consiguió la salud de su patria sin perder su propia salud. Así dio tranquilidad
a todo el reino de Boleslao. Este en presencia del senado se levantó y lo abrazó en
festivo agradecimiento. Le ofreció y le dio todo, incluso las cosas más valiosas, aunque
Pedro se rehusaba. Pues su magnanimidad no se conmovía ante esos grandes dones,
porque no quería parecer que había obrado por interés y no por la virtud.
21. J.–Me parece que este varón prudente sabía que, cuando se dan y reciben
dones, aunque no haya interés, no falta una como sombra de interés. Pero la virtud no
puede ser estimada por venalidad, pues, si lo fuese, no tendría comprador. En efecto ni
del conocimiento ni de la virtud puede haber valuación alguna. Recuerdo haber leído1
que, cuando los babilonios hicieron defección de Darío y este no tenía forma de
recuperar la ciudad, Zópiro se hizo azotar, se cortó la nariz, las orejas y los labios y solo
a Darío manifestó su designio. En efecto, bajo apariencia de desertor fue a Babilonia y
fingió quejarse de la crueldad de Darío. Les dijo que podía ver, a partir de lo que había
hecho a un aliado, qué podrían esperar los enemigos. Los babilonios reconocen su
nobleza y valor y lo hacen general. Libró él entonces algunas batallas favorables, puesto
que los persas espontáneamente huyeron, hasta que finalmente entregó a Darío todo el
ejército, que le había sido confiado, y la ciudad. Pero esta similitud tiene muchas
diferencias, pues en Zópiro hubo simulación por engaño; en Pedro, simulación por
cautela. La otra es ilícita; esta última es permitida. La otra nació de dolo malo; esta, de
dolo bueno. Si bien con frecuencia oyes que ambas se permiten. Cuando el justo
emprende una guerra, nada hace a su justicia si pelea abiertamente o con acechanzas. En
Pedro hubo pulpa y semilla; en Zópiro solo hubo corteza y paja de virtud.
22. M.–Ojalá Boleslao hubiera conocido la astucia de Zópiro. Y la conoció por
cierto, pero tarde. Pero para adquirir la prudencia es mejor tarde que nunca. Pues el hijo
de este Wladario era parco para sí, pero pródigo para con su padre, pues vendió todos
los tesoros del fisco y de los bienes privados para redimirlo, enseñando que se debía
anteponer la religión a la piedad y la piedad a las riquezas. Pero él, muy dolido por la
desgracia paterna, como no podía poner remedio ante un enemigo superior a él, buscó
en el engaño el remedio para su dolor. Sobornó para ello a cierto hombre de Panonia,
insigne tanto por su sangre como por su dignidad; con promesas y regalos lo persuadió
para que fingiera una defección falsa, parecida a la anterior. Este hombre fingió con
astucia causas verosímiles, más que verdaderas, de su destierro. Entre las principales dio
esta: siempre había sido muy amante y colaborador de esta república y se había
empeñado en disminuir y en atenuar las maquinaciones de su pueblo. Añadió que
1
Cf. Justino, Historia universal 1, 10.

59
algunos rivales suyos lo habían calumniado y le habían tendido acechanzas, para
acusarlo de haber conspirado contra su majestad, y que una sentencia de muerte se había
dictado contra su cabeza; él prefería evitar un mal inmerecido, antes que someter su
inocente cabeza a un castigo indebido. También prometió poner Panonia bajo el poder
de los polacos. Boleslao entonces no lo recibió como se recibe a un desertor sino como
a un genuino conciudadano de su patria, en la gloriosa ciudad de los vislicienses; 1 y lo
hizo prefecto de dicha ciudad. No puedo hablar sin lágrimas; apenas, con corazón muy
amargado, puedo sollozar unas pocas cosas. ¡Ay de mí! Un rebaño es puesto en las
garras de un tigre muy cruel; un aprisco es entregado a la custodia de un lobo. En efecto
ese hombre, aprovechando una ausencia del príncipe, llamó en secreto al hijo de
Wladario. Le mandó apresurarse, porque la demora llevaba ya en sí un peligro. Anuncia
luego que los enemigos están a las puertas de la ciudad. Manda entonces, por edicto
imperial, que quien sea hallado fuera de la ciudad, ese hombre sea convicto de atentar
contra la majestad real y sus bienes pasen al fisco: todos debían atender a la salvación
de la ciudad y del pueblo. Inmediatamente entrega las fuerzas militares, encerradas en
los muros, a las cruentas fauces de los leones y las consagra a los impíos votos de
hombres rapaces. Da vergüenza el recordar cuán inhumana y bárbaramente ellos se
emborrachan de humana sangre. Y el hijo de Wladario se volvió, más bien irritado que
saciado en su rabia por la sangre. En cuanto a ese padre de la traición, hijo de la
perdición y cría de la perfidia, primero lo venera dándole excelentísimos dones y
adornándolo con la pompa de toda clase de gracias; lo abraza de modo servil y lo eleva
a la más alta dignidad. Sin embargo, sin que el traidor sospechara nada, para que el
dardo lanzado de improviso hiriera más gravemente y que más precipitadamente cayera
quien estaba en lo más alto, en el mismo momento lo ensalza y lo postra; una vez caído
lo priva de sus ojos, le corta la lengua y le quita los genitales. Y dijo: “Que nada quede
de la raíz de esta serpiente; que ningún monstruo más pestilente se propague de este
prodigio de perfidia.”
23. J.–Fue fiel patrocinante y circunspecto al premiar, pues reconoció a su amigo
y cumplió sus promesas; no obstante tuvo cautela ante un traidor. Pues no conviene que
los traidores sean destacados: es muy triste e injusto que tengan un premio por su
perfidia. Por eso Darío mandó que murieran con los peores suplicios aquellos que, para
atraerse su gracia, habían matado a Darío. El rey había sido atado con cadenas de oro
por sus allegados, quienes, para agradar a Alejandro, lo privaron de su vida; a ellos el
mismo Darío les había dado vida y reinos.2 Y Antígono3 castigó inmediatamente la
perfidia de los argiráspidas de Alejandro. Ellos habían despreciado las órdenes de su
general Éumenes, y fueron superados por Antígono. No solo perdieron así la gloria de
tantas guerras, junto con sus esposas e hijos, sino también los premios conseguidos
después de tan larga vida militar. Para tratar de reparar esa pérdida con la perfidia,
ataron a su general y lo entregaron a Antígono, después de haber pactado con él la
restitución de sus bienes. Éumenes extendió sus manos encadenadas y dijo: “Veis,
soldados, los adornos de vuestro general, adornos que no me impuso ningún enemigo.
Vosotros mismos de vencedor me hicisteis vencido; de general, cautivo. Los dioses, que
castigan a los perjuros, os den un fin semejante al que vosotros disteis a vuestros
generales; que os devoren vuestras armas, con las cuales matasteis mayor número de los
vuestros que de generales enemigos. Pero los reproches no convienen a los miserables.”
Y comenzó a caminar, encadenado, al campamento de Antígono. Este lo entregó ileso a

1
Tal vez se refiere a los habitantes de la ciudad polaca de Wieliczka.
2
Cf. Justino, Historia universal 11, 15; 12, 5.
3
Antígono y Éumenes fueron dos generales de Alejandro Magno; para esta historia, cf. Historia universal
14, 3-4.

60
una custodia. Pero no quitó fidelidad a su pacto, pues restituyó a todos sus bienes. Pero,
una vez restituidos, subastó a todos esos vencedores del mundo y les puso en la frente el
cauterio de su perfidia. A partir de estas cosas, podrás ver cuál es la suerte de los
hombres prudentes. Aunque esa ave nocturna y enemiga de la luz vuela con ruido
discordante, cuando está bajo la luz, hoy algunos hombres no solo no la rechazan sino
que, despreciando los consejos de la virtud, la atraen con premios. Pero, como parecía
haber rendido tributo a los manes de hombres asesinados, porque había dado un
grandísimo suplicio a un traidor a los polacos, el hijo de Wladario pudo atenuar algo la
ira de Boleslao. Pues toda animosidad, aunque inexorable, tiene sin embargo algo de
mansedumbre antes de aplicar el castigo.
24. M.–Pero, como estaba muy indignado por las injurias recibidas, decidió
castigar sin demora al hijo de Wladario. No lo hizo con artes o con engaño sino que, con
el justiciero ímpetu del rayo, como un jabalí se lanza rugiente hacia el propio enemigo y
penetra en Rusia. Pero ese hombre, por su mala conciencia, de repente en rara
metamorfosis se transfiguró en cabra, pues vivía en guaridas de bosques y se escondía
en las espesuras y montes de las fieras. Al no encontrarlo, los hombres de Boleslao se
hicieron más truculentos y se ensañaron más amargamente con los rebaños de hombres
por él abandonados, como hacen los leones o las tigresas privadas de su prole. Ellos no
perdonaron a los propios jefes del rebaño ni a los niños; se gloriaban no tanto por la
sangre como por la matanza. No perdonaron ni a ciudades ni a Burgos ni a municipios
ni a aldeas; a ninguno le fue de ayuda su edad, la debilidad de su sexo, lo sublime de su
dignidad, la nobleza de su linaje: nada los salvó del cáliz de la sangre. Insistentemente
suplicaba el brillo del oro y en vano acumulaba preces la toga pretexta. El bronce
antecede al carbón; el carbón, al topacio; el topacio, a las lágrimas.1 ¿Por qué tú,
miserable ónix? ¿Por qué tú, miserable amatista, gimes entre las gemas? ¿No ves cómo
ellas no se cuidan de muchas otras, que son también grandes?

Quien no me perdona a mí, ¿cómo te perdonará a ti?

Así la espada tragó todo con su boca voraz y se encendió en esa vorágine de
llamas. Pues no puedes oponer plumas al ímpetu de un torrente y en vano suplicarás a
una espada furiosa. Así fue centuplicada la venganza. Aquel hombre de Panonia y el
hijo de Wladario le pagaron a Boleslao la pena merecida por su perfidia y engaño.
25. J.–El varón prudente debe cuidarse de ceder a cualquier impulso, pues tanto
confiar en todos como no confiar en nadie son igualmente vicios; con todo lo segundo
es más seguro y lo primero es más honroso. En efecto la credulidad causa la falta de
circunspección; la falta de circunspección, negligencia; la negligencia, descuido; el
descuido es consanguíneo en primer grado de la fatuidad, la cual es hermana de la
abominación y madre de los crímenes. Por ello algunos hombres prudentes enseñan que
nada es lo que sabemos, excepto el hecho mismo de no saber nada. Añade Teofrasto2
que no se debe creer nada, excepto esto mismo, que nada se cree. Más atinadamente
corrige Eudemio,3 quien no dice que no se debe creer a nadie, sino a casi nadie. Pero
digamos mejor que ni siempre a nadie ni siempre en nada.
1
Este pasaje trae varios nombres de minerales; algunos no son fáciles de identificar; incluso hay
problemas textuales, que señala la ed. de Bielowski. Las lacrimae podrían ser piedras o quizás algún tipo
de resina de algún árbol. En todo caso, el sentido parece ser que el hijo de Wladario debió conformarse
con su lugar y no aspirar a cosas mayores.
2
Filósofo griego del s. IV a. C., sucesor de Aristóteles en la escuela peripatética; desconozco esta
referencia.
3
No he encontrado este nombre. Tal vez quiera decir la Ética a Eudemo, una de las obras morales de
Aristóteles. De cualquier forma, no he encontrado esta referencia.

61
26. M.–Boleslao fue el más invicto de todos. A él las armas no pudieron vencerlo
pero una sola vez lo venció solamente su credulidad. Había cierto hombre de estirpe real
a quien el rey de Panonia había enviado al exilio. Lo recibió Boleslao con afecto y se
preparó para restituirlo no solo a su patria, sino también al reinado. Al ver esto, los
panonios intentaron engañar su credulidad, y el propio rey favoreció tal engaño. Los
principales del senado y todos los magistrados fueron como embajadores. Primero
afirmaban que todo el reino se postraba, con devotas acciones de gracias, ante el escabel
de Boleslao, porque él había recibido con su serenísimo abrazo a la luz y único remedio
de Panonia. En segundo lugar, con rostro y cuello caídos lloran astutamente sus
querellas, hábiles engaños, y exponen sus inexorables motivos de odio para con el rey;
piden la ayuda de Boleslao, para deponer al rey y restituir al exiliado. No hay que
ocuparse mucho por refuerzos, pues –dicen– ellos ponen ya a disposición sus tropas.
Ruegan también insistentemente a una y otra majestad, la de Boleslao y la del exiliado,
que una reúna el enjambre y que la otra expulse al zángano. Persuadido el príncipe por
estas razones, con bastante pocos hombres entra en Panonia. Les salen al encuentro
fuerzas de los panonios y sucesivamente se acrecientan nuevos miles, y poco a poco se
deslizan a las espaldas de ellos. Boleslao percibe en silencio lo que ocurre, llama a
Wseborio, quien era el jefe de la milicia, y le dice: “¿Sospechas, Wseborio, lo que yo
sospecho?” Responde él: “¿Cómo no he de sospechar? Tú ves que casi todos se ponen a
nuestra cola, y de esto se trata aquí.” Dice Boleslao: “¿Y qué pues?” No tenemos
libertad para demorarnos, pues es torpe para nosotros no ser varones. Quien previene a
tiempo, prevalece en cualquier causa. Quien previene el golpe con otro golpe, anticipa
la victoria.” Dijo Wseborio: “Muy conocida es para nosotros tan azarosa condición,
pues solo para ser dañados se descuida una pérdida anterior.” Dijo entonces cierto varón
de profundo consejo:

“No conviene que los hombres se hagan expertos


de repente; todo advenedizo encuentra dificultades.

Es propio de un loco furioso el lanzar dardos contra sí mismo; pero es


importante no hacer sangrar con tus uñas el seno de donde esperabas sacar leche: no es
justo considerar enemigo indudable a un amigo dudoso.” Mientras discuten todo esto,
ven a lo lejos innumerables tropas con el rey. Dicen los panonios que son nuevas tropas
para ayudar al nuevo rey, pues la majestad real debe ser venerada con la veneración de
muchos hombres. ¿Qué más diremos?

Chocan las fuerzas, con lanzas que amenazan a las lanzas.

Doble riesgo amenaza a los partidarios de Boleslao: uno por la espalda y otro
por el frente. Exclama Boleslao: “¡Ea, varones!

Enemigo que pelea bien hace que se pelee bien.

A veces un solo hombre puso en fuga a mil y dos, a diez mil.”1 Sacó su espada,
la cual llamaba la grulla, y dijo: “Nuestra grulla sabe sacar ríos de sangre de los
hombros cubiertos de hierro y sabe secarlos.” Entonces los tejidos no protegían a los
escudos ni la piel a las corazas; la trama no protegía a las cotas ni el hierro a los yelmos;
la fuerza del ingenio no protegía ninguna ingeniosa protección de roble. Boleslao
sacude todas las cosas, como si fueran cenizas. No importa el tamaño y fuerza de los
1
Cf. Dt 32, 30.

62
cuerpos, es increíble decir a cuántos mata de un solo golpe. No los abre sino que vuela
en medio de ellos; tanto que se podría haber pensado que algunos quedaban ilesos, hasta
que por su propio peso o por el choque con otros se separaban en dos partes. Se podía
ver a las cabezas de los muertos rodando y balbuceando horribles sonidos; te
horrorizarás al ver tantos cadáveres, sin sus cabezas, lanzándose por el impulso que
habían tomado antes de perderlas. Muchos estaban mancos de brazos y piernas; otros
muchos, con amputaciones. Todos ellos atendían más a los dolores de sus heridas que a
la batalla. Y no menos encarnizadamente pelea Wseborio, ese valeroso varón, que anima
a los suyos no menos con su fuerzas y sus manos que con sus palabras. ¡Más
valerosamente, soldados! –les dice. ¡Más valerosamente! Este día nació en esplendores
de gloria; brillará siempre en la gloria de un ejercitado valor. Es más sereno que el
mediodía y no conoce el ocaso. ¿Nos rodean? El valor junta fuerzas incluso en lo
estrecho; en lo estrecho da muestras de sí. ¿Nos apremian? Pues bien, el tronco de la
palma surge más alto cuanto más su raíz, bajo el enorme peso, penetra en el suelo. ¿Nos
sacuden? Así se acrecentará nuestra constancia, pues es bien sabido que las columnas se
afianzan en las sacudidas y que con ellas el grano se separa de la paja. ¿Nos oprimen?
Pues bien, nuestra naturaleza es tal que, si está entera, menos sabor posee; pero, si la
aprietan, su sabor más se deja sentir. ¿Pero por qué se huye? Me equivoco, varones
míos: no es que huyamos, sino que nos sigue el enemigo. ¿Adónde vais? Pues nosotros,
compañeros, no estamos siendo vencidos sino que vencemos.” Hubo en efecto un
hombre que huyó, el cual no era pequeño en sus honores o en su linaje, pero sí en su
ánimo. Su nombre podría ser Demóstenes por su elocuencia, pero Tersites por sus
obras.1 Por este hombre –¡qué dolor!– los hijos de Efraín, que tensaban el arco y
lanzaban sus flechas, fueron puestos en fuga el día de la guerra.2 Su cobarde fuga, más
que quitar la victoria a Boleslao, puso una como nube en su victoria; para decir mejor,
alumbró el sol con el sol. Pues hasta ese día la inestimable virtud de Boleslao, si bien
fue constantemente oída, no fue sin embargo tenida como tal por los panonios. Su
caballo –no sé si fue herido– sucumbió por la fatiga; sin embargo no fue menos animoso
combatiendo de pie y abatiendo. Los enemigos huían ante él como ante el ímpetu de un
rayo. Finalmente, no vencido sino fatigado, después de haber dejado miles de muertos,
se alejó del combate. Cierto hombre lugareño que ayudaba a su palafrenero le dijo:
“Acuérdate, Señor, de mí, cuando llegues a tu reino.” Que se calle Panonia y se
avergüence de acordarse de aquel engaño. Que no se jacte de ser vencedora. Que no se
gloríe de un triunfo ignominioso aquel que se empurpuró gracias a la sangre de tantos
soldados, después de haberlo comprado con la pérdida de tantos hombres. Es un
miserable consuelo mentir diciendo que has pagado menos, cuando en realidad has
pagado más; o estimar que ha sido inútil lo que pagaste por más de su valor. Entiendo
que es mejor ser engañado muchas veces, antes que mentir una sola vez. Pero Boleslao
premia con dignos obsequios al autor de aquella huida, pues no quiso que el valor
careciera de premio y la cobardía no fuera castigada. Le da tres dones: una rueca, un
huso y una piel de conejo. La rueca significa mujer; el huso, astucia; el conejo, miedo.
Este hombre así lo entendió y se ahorcó, en su propio oratorio, con el tiento de la
campana. Exhaló así su espíritu y yo entiendo que en la rueca se figuraba el patíbulo; en
el huso, el lazo; en el conejo, la huida de su espíritu. Pero a aquel lugareño que ayudaba
a su palafrenero le mostró su liberalidad emancipándolo; luego lo hizo rico y lo
ennobleció con dignidad y atavío de caballero. Nada le faltó a Boleslao de ingenio y
valor, aunque dio demasiadas riendas a su credulidad. Solamente dos porteras abrían a

1
Demóstenes fue un célebre orador ateniense del s. IV a. C. Tersites, un guerrero griego de la guerra de
Troya; se caracterizaba por su fealdad y por su cobardía.
2
Cf. Sal 78, 9.

63
los hombres prudentes el acceso a él: la inocencia y la confianza. El puro rayo de la
conciencia nada recibe dentro de sí, nada sospecha del exterior de otro; su ánimo
generoso considera posible incluso lo imposible. En cambio la crueldad nada teme y
todo lo presume, puesto que el hombre inocente cree en toda palabra honesta. Y no
hablo de aquella especie de crueldad que es engendrada por la delación y la adulación
alimenta. Pues ella

Pone en cabeza humana cerviz de caballo

y manda que le crezcan orejas de burro. Esta peste, aunque haya sido regia y llena de
todo adorno, cada vez que dejó oír su tos a las puertas de este príncipe, inmediatamente
se ordenó que fuera echada lejos. En fin, sobre el óptimo Boleslao,

fue otro Alejandro, otro Catón, otro Tulio; no menor


que Alcides, un Aquiles en nada inferior a Aquiles.1

Pero él sentía que su momento fatal se acercaba y mandó entonces redactar un


testamento. En él legaba el valor de sus ancestros y la sucesión del reino a sus cuatro
hijos; estableció límites fijos para la tetrarquía, pero de tal modo que en el mayor de
edad residiera el principado y la autoridad sobre la provincia de Cracovia. Sobre esto, si
se hubiera mirado humanamente el asunto, siempre la mayoría de edad y la progenitura
decidiría toda disputa de sucesión. Pues preguntan al rey acerca del quinto hijo, todavía
un niñito, por qué no se acordaba de él y no le daba ninguna porción del legado.
Respondió: “Por el contrario me acordé mucho y le dejé un legado.” Se quedaron todos
estupefactos pensando cuál podría ser una quinta porción entre cuatro y cierto hombre,
no sé si en broma o en serio, dijo: “¿No veis que la cuadriga de la tetrarquía fue hecha
para cuatro tetrarcas? Así a este párvulo le ha sido legada la sucesión de la quinta rueda
en la cuadriga.” Y cuando preguntan al padre por el poco oficioso testamento, dice: “En
la pupila de mi ojo veo que de esta lágrima manan cuatro ríos y que sus flujos se oponen
y chocan entre sí; algunos de ellos se secan de repente en su propia vehemente
inundación. Pero en seguida de una urna de oro sale una fuente de aromas e inunda
completamente con sus brillantes gemas los cauces de esos ríos. Cese por tanto esta
nada oficiosa queja, pues es justo que las partes de los pupilos las ejerzan los tutores, no
los pupilos. Pues ya me siento urgido a emprender el camino a donde nadie va sin el
muy saludable viático.” Tomó entonces el antídoto de salvación y cumplió su día feliz
ese príncipe felicísimo y padre aún más feliz. De él es incierto si fue más próspero en la
serenidad de la paz o glorioso en los triunfos de la guerra. A él lo sucedió Wladislao,
insigne por el privilegio de la primogenitura y sublime por la sucesión al reino, pero una
cosa lo hizo ambicioso y la otra, fastuoso. Este hombre gobernó de modo muy triste
mientras condescendió a los dulces abrazos de su esposa. Pues no es fácil triunfar sobre
una esposa a la que una sola vez se le ha permitido vencer. Pues la animosidad de la
vencedora no se contenta con vencer, sino una vez que ha sometido a su mandato el
cuello de los varones más invictos. Llamaba ella semipríncipe a su marido; más aún,
afeminado, porque se contentaba con la pequeña porción de una cuarta parte y se
conformaba a esta situación como una mujer, no como un príncipe. Sin dificultad
sostenía ella estas palabras, hasta que por fin inclinó el ánimo de su marido el príncipe.
Así un hombre que era de suyo humanísimo se alejó, por la atrocidad de su mujer, de la
humanidad. No tuvo piedad fraterna sino ánimo hostil; atacó a sus pequeños hermanos,
niños todavía, poseído de una cruenta rabia, ocupó sus ciudades y determinó
1
Tulio es Cicerón; Alcides es otro nombre de Hércules.

64
desheredarlos. Ellos se postraron para suplicar, rogaron al poder inexorable de su mujer
y, más con lágrimas que con palabras, intentaron disuadirlo. Pero sería más fácil
ablandar mil veces al Érebo que una sola vez la truculencia de una mujer.
27. J.–Cierta vez a un sabio le anunciaron el nacimiento de un niño. “Un grato
don y beneficio –dijo él– de la naturaleza; pero ten cuidado de que nunca mame leche
sino de las ubres de la más atroz de las bestias.” Le dicen: “¿Tenemos que buscar una
loba?” “No”, contestó. “¿Una leona?” “No.” “¿Una tigresa?” “De ningún modo.” “¿Un
holófago?” “Nunca.” “¿Cuál es entonces el más atroz de todos los animales?” Él
respondió: “El que es el más manso.” Con esto quería significar la mujer, pues la
mansedumbre de la mujer es más cruel que cualquier otra severidad y más severa que
cualquier crueldad.
28. M.–¡Qué infausta es la condición de la guerra! A ese hombre favorecido por
su padre lo tuvieron como enemigo; de él esperaban un patrocinio, pero tuvieron una
guerra. Pero de la propia herida nació la curación. Pues, por el insoportable yugo de esa
mujer y su inexorable odio, el arzobispo Jacobo y los principales de los próceres se
pasaron del lado de los hijos menores. Todos ellos fueron guiados por el jefe de la
milicia Wseborio, a quien acabamos de mencionar, y lucharon, más de una vez
favorablemente, contra Wladislao. Armados de esta confianza, los hermanos menores ya
no recurren a lágrimas sino que más animosamente se aplican a las armas. En todo lugar
y siempre la necesidad enseña y es maestra de todas las artes. Por eso Wladislao, como
confiaba menos en sus hombres, reunió fuerzas de pueblos extranjeros. Pero fueron
derrotados por una tropa muy pequeña y se dice que con su sangre hicieron inundar las
aguas del río de Pilicia.1 Pero de nuevo Wladislao reunió más numerosas –por mejor
decir, innumerables– legiones: a algunas, con sus súplicas; a otras, con dinero; a otras,
con su mandato. A todas les ordenó atacar a sus hermanos. ¿Qué podría hacer un
corderito rodeado de lobos rabiosos? ¿Cuál sería el consejo de huir? ¿Cuál sería el
beneficio de tal consejo? ¿Cuál sería el remedio de ese beneficio? ¿Cuál sería la
atrocidad de semejante estupor? Entonces, una vez destruidos o custodiados los
municipios de aquellos, se encamina a su intención. Cerca de la ciudad de los
posnanienses,2 que era la única fortaleza que les quedaba, reunió tanto sus tropas como
las de los tibiáneos.3 Ya había dispuesto en círculo todo su ingenio militar y todas sus
fuerzas; más seguridad le daba la abundancia de sus soldados. Los pupilos entretanto se
habían escondido junto con muy pocos hombres, pero muy ejercitados en combate, y
habían pensado secretamente en cómo auxiliar a la ciudad. Mesco, más pronto de ánimo
y de elocuencia como un raudal, dijo: “¡Coraje, varones! En nuestra angustia más fuerza
tendrán las acciones que las palabras. Pues nuestra seguridad está en los lugares
inviables y nuestro camino público serán los matorrales. ¿No se hace llano el camino,
cuando se tiene una hoz? Quien avance con su espada en mano, no tendrá dificultades
en él. ¿Quién temerá una multitud de escarabajos o a langostas saltarinas?
Experimentemos tanto los dones de la fortuna como la fuerza del coraje.” Después de
estas palabras avanzaron poco a poco hacia los enemigos, se introducen
subrepticiamente y ocupan, lejos del campamento de ellos, las primeras guardias. Los
atan y les mandan revelar los secretos del campamento. Así averiguan que nada
sospechan y que banquetean con lasciva seguridad. Entonces los ciudadanos muestran
desde lo alto de los muros un escudo y con esta señal indicaban que se presentaba una
gran oportunidad. Todavía los enemigos tenían sus alimentos en la boca, cuando la ira
de Dios descendió sobre ellos. Saltaron entonces sobre los que banqueteaban, los

1
No he encontrado este nombre.
2
Al parecer, de Posen: http://en.wikipedia.org/wiki/Province_of_Posen .
3
No he encontrado este nombre.

65
atacaron de sorpresa y los mataron como a estúpidos. Los habitantes de la ciudad abren
las puertas y sales, escapan de ellas los presos, atacan por un lado y por otro a los
enemigos, apremian a los más lentos y lanzan dardos contra los que huyen: se
embriagan en sangre, como leones entre rebaños de cabras. Incluso, a quienes perdonó
la severidad de la espada, no perdonó el desborde de las aguas. En efecto no fueron
menos los que envolvían los flujos del torrente que los que ultimó el brillo de la espada;
tanto que muchísimos reptiles1 de ese río se dice que fueron ahogados con la sangre de
los cadáveres. Y a Wladislao no le fue distinto, en esta batalla, que a un náufrago que
apenas se salvó desnudo de un naufragio. Pero como las ciudades estaban muy
fortificadas, fue hasta la Serenidad Imperial, con la cual tenía parentesco por su
hermana. Suplicó auxilio al emperador y trató de comerciar la ayuda que no podía
mendigar. Mientras tanto hacen un inmenso vallado alrededor de Cracovia no ya todos
los pupilos sino Boleslao y Mesco, los más fuertes de los príncipes, y le ordenan
rendirse a esa tigresa, a la cual defendía la fortaleza de la ciudad. Ella a duras penas se
despojó de la ciudad y de sus riquezas y se vio obligada a seguir a su marido, con quien
se marchitó en la calamidad del exilio.
29. J.–Hay cierto género de aves que algunos llaman uránidas y otros seponas.2
Su naturaleza es tal que desdeñan la compañía de otras aves, incluso de la misma
especie, a no ser en tiempo de la concepción. Según los polluelos que cada una ha de
tener, edifica otros tantos nidos en las diversas copas de diversos cedros y pone huevos
en cada uno de ellos. Por eso se llama sepona, porque los pone separadamente.3 Obliga
a otras aves a empollarlos, así como hace el cuco con la curruca. Los polluelos, no bien
nacen, salen volando; más aún, con un vuelo de extraordinaria rapidez superan lo alto
de los árboles y las cumbres de los montes y, una vez alcanzadas las nubes, como
desdeñan descansar en lugares bajos, por un misterioso designio de la naturaleza se
quedan dormidos en medio de la pureza del éter. Por ello se llaman uránicas,
‘celestiales’; pues ‘cielo’ se dice uranós en griego y caelum en latín. A menudo el viento
les prohíbe descender a los lugares bajo y, como ciertas aves marinas, mueren de
hambre. Así esta sepona, la esposa, transfiguró a su marido en sepón: mientras él intentó
ocupar los cedros ajenos, se desvaneció en los aires. Este hombre no pudo, por el
torbellino de su ambición, volver en sí. Así murió de hambre; esto es, por el deseo de lo
ajeno. Pues a menudo la carencia de lo propio engendra el apetito de lo ajeno. Por ello,
al buscar lucro innecesario, algunos perdieron no solo sus propias cosas sino también a
sí mismos. Se asemejan a ese buitre transmarino que, mientras busca en las aguas la
sombra de su presa, mojado por la aspersión pierde al mismo tiempo la presa y su vida.
Esto es lo que se ordenó a los hijos de Israel: que, si alguna vez crearan para sí un rey,
no buscaran un extraño sino un compatriota, que no multiplicara el peso de sus riquezas
y no cambiara los términos de la tierra propia o de la ajena.4 En efecto no está lejos de ir
más allá de las leyes quien ha ido más allá de los límites de su tierra. Y es mucho mejor
contentarse con lo propio que poner acechanzas en lo ajeno.
30. M.–Boleslao, hermano y sucesor de Wladislao, veneró la piedad de esta
sentencia casi supersticiosamente. En efecto, aunque es habitual en los hijos de Adán
buscar el lucro, sin embargo este hombre puso por sí mismo mucho más empeño en
quitar las causas de codicia que en quitar las ocasiones de ambición. Por tanto consagró
con afecto más que fraterno las primicias de su dignidad, dándoles no solo lo que la
sucesión pedía sino también provincias que ni a Mesco ni a Enrique correspondían.

1
La traducción es literal de reptilia; mi percepción es que se refiere a los peces.
2
No he encontrado fuente de esta anécdota.
3
Eso significa en latín el verbo sepono.
4
Desconozco de dónde procede esta referencia.

66
Pues a Casimiro, que era un jovencito, lo retuvo en el santuario de su casa como a un
hijo: no por privarlo de participar en la sucesión, sino para que este tierno sarmiento de
vid no fuera expuesto al viento sin ningún sostén. En efecto ninguno de los que aún no
han madurado debe quedar liberado a sí mismo, pues lo que es el aceite a la llama, esto
es para el joven la libertad. Por eso alguien dijo que la naturaleza tejió bandas de lino
para la infancia, pero la prudencia hizo para la juventud cadenas doradas. Pero
Wladislao no se olvidó de quién era: como no podía vengarse por sí mismo, trató de
disuadir al rey de los de Praga. Con la ayuda de Rufo1 movió llamas de dragón contra
Boleslao, invocando en su favor muy fuertes motivos de afinidad y razones de sangre a
favor de su esposa e hijos, ante la cúspide de la majestad imperial. Sobre todo –decía–
porque en ella estaba el refugio y asilo, el puerto para los náufragos, el consuelo en la
desolación, el único remedio para la desesperación, la ayuda para toda calamidad.
Entonces el emperador, persuadido más por estas importunas súplicas que por razones,
no cesa de importunar a Boleslao con frecuentes legaciones, a fin de que restituya a su
hermano no el reino sino la parte de su patrimonio. Cuanto más tenazmente se resistía
Boleslao a estos avisos, tanto más excitaba la animosidad del emperador contra él. Pero
no se dan impunemente coces contra el aguijón ni se navega con seguridad contra el
ímpetu de la corriente. Por tanto toda la fuerza del imperio se conjura contra un solo
varón: las fuerzas de todos, contra Boleslao: las fuerzas de Boleslao, contra todos.
Entonces se le presenta un dilema de dos cuernos: o alejarse del o no rehusar un
combate a campo abierto. Pero, como hombre industrioso, demora de día en día una y
otra cosa, de modo que pelea sin guerra y triunfa sin combatir. Pues por todas partes
encierra y quita a sus enemigos toda fuente de aprovisionamiento. Entonces en el
campamento de ellos aumentaba la inedia y disminuía poco a poco la fuerza de aquellas
invictísimas legiones, que se debilitaban por el hambre. Pero no mucho tiempo después
de esto murió el exiliado rey. No dejó de insistir sin embargo el emperador, no con las
armas sino con súplicas y con su gracia; le pedía a Boleslao que, así como en la maldad
de su hermano él se había mostrado severo, así también ante sus reliquias no se
mostrara impío y se apiadara al menos de sus huérfanos. No era en efecto justo que las
encías de los hijos gustaran lo amargo de la uva paterna. Puesto que la naturaleza es
emperatriz de la piedad y la piedad es hermana de la gracia, Boleslao, a quien el
emperador no había podido vencer, no desdeñó obedecer al imperio y a la naturaleza y,
con gracioso abrazo, recibió a los hijos de su hermano, que volvieron del exilio. Sus
nombres era: el más grande, Boleslao; menor que este era Mesco el Patituerto; el más
pequeño, Conrado. Les dio en obsequio la sagrada provincia de Silesia, como muestra
de grandeza y como consuelo en la orfandad. Pero el tercero, de nombre Conrado, lo
había puesto en un monasterio no sé si su propia profesión o la devoción a su padre.
Pero, como había exceptuado de la donación a ciertas ciudades de esa provincia, para
ser más precavido, eso fue el inicio e incentivo de males mayores. En efecto los hijos de
Wladislao, no bien él había entrado a verlos, dijeron que esa provincia les correspondía
no a título de donación o de beneficio, sino de legítima sucesión. Así, al modo de
quienes reclaman algo por volver a su patria, pidieron restitución por derecho de
postliminio.2 El príncipe niega, por la excepción de transacción, su reclamo:
“Renunciasteis –dijo– en esta parte a vuestro derecho, pues es cosa muy conocida en
derecho que todos pueden renunciar a lo que se les ofrece.” Ellos no piden una prueba
de la excepción sino que continúan exigiendo: “Admitimos haber renunciado, pero por
despojo, siendo obligados; por ello nos corresponde el derecho de restitución.” Como la
restitución quedaba pendiente, piden que se les reconozca derecho de expoliación, para
1
No puedo dar razón de este personaje.
2
Esto es, por derecho de retorno a la patria.

67
no ser obligados a soportar con desagrado, lo cual no es tolerado por el derecho.
Mientras tanto, como el príncipe estaba ocupado con cosas más urgentes, ellos
aprovecharon para ocupar esos municipios y para fortificarlos con guarniciones. El
príncipe tomó esto con ecuanimidad, afirmando que nada se había quitado al honor y
provecho de la república, si se devolvía lo ajeno.” Pues –decía– el vigor del follaje es
gloria del tronco y el vigor del tronco es gloria del follaje.” Pero no faltan artífices por
cuyo ingenio y arte la luz degenera en humo y el sol se oscurece en tinieblas. Estos son
los que suelen echar brasas ardientes. “¿No ves –dicen– los primeros auspicios de estos
jóvenes? Ya empiezan a mostrar el amor a su padre, en contra tuya. ¿Qué puede salir de
un espino, a no ser espinas? ¿Dónde nació un erizo sin púas? El fruto y el grano del
altramuz tienen un sabor semejante.” A él en verdad no lo mueven estas palabras. No
habría intentado erradicarlos, aunque quiso satisfacer a sus consejeros. Simuló en efecto
un movimiento de su ánimo y los atacó no como podía, sino como por obligación.
Como quiera que haya sido su ánimo, los hijos de Wladislao no vendieron a precio vil,
pues, aunque eran pocos, sus soldados eran probados y con una pequeña fuerza más de
una vez deshicieron los intentos del príncipe y se impusieron a varios miles de
ejercitadísimos hombres. Así también los cachorros de leones a veces superan la
animosidad de tigres. Además Boleslao ponía su mayor empeño en pelear contra las
provincias de los getas, que eran hostiles tanto en sus personas como en sus ánimos.
Algunos de ellos fueron por fin sometidos después de muchas batallas. Entonces
promulgó por edicto que, si alguno adoptara la religión cristiana, este recibiría la más
completa libertad y no padecería daño alguno, ni en su persona ni en su patrimonio.
Pero esto fue solo un pequeño incentivo para la religión en ese pueblo: muy breve,
porque era obligado. En efecto esas pequeñas ranas falaces cayeron en el remolino de la
apostasía y se sumergieron en él, después de sentir los efectos de la idolatría. Cuanto
más tardó este crimen en ser expulsado, tanto más grave fue el peligro que arrastró a
Polonia. En verdad Boleslao pensó que bastaba con que se obedeciera al príncipe,
aunque se negara a Dios lo que le es debido. Por ello no amenazó con castigo alguno tal
impiedad, con tal que se guardara el debido cumplimiento en el pago de los tributos.
Pero aquel que no se horroriza de violar la fe saludable ni de quebrantar el pacto de
fidelidad, ¿cómo –pregunto yo– podrá custodiar devotamente una servidumbre
obligada? Pues toda servidumbre es miserable en el sayo, pero mucho más miserable en
la púrpura. No solo no pagaron los tributos sino que ocuparon todo lo que tenían cerca,
lo saquearon y, como lobos, se lo llevaron. Por ello el duro golpe de la tribulación excitó
y despertó a aquel a quien no había sacado del letargo el celo por Dios. Reunió entonces
una multitud de hombres muy ejercitados y se preparó para atacar las provincias géticas,
las cuales no estaban protegidas por arte sino que eran inaccesibles por si situación
natural. En la propia entrada del pasaje a esas tierras había un bosque, lleno pro todas
partes de granjas; en él había ciertos pantanos bituminosos, ocultos por verde gramilla.
Los exploradores y jefes del ejército afirmaron haber encontrado un atajo que llevaba
del otro lado del bosque. En efecto algunos de los enemigos habían sido corrompidos
por dinero, dispuestos por algunos amigos que habían estado atentos a esto. Las
primeras filas de estos hombres escogidos se lanzan a porfía por ese estrecho sendero,
pero de repente fuerzas enemigas, que estaban al acecho, surgen de todas partes. Y no
tiraban dardos de lejos, como otras veces, sino que combatían de cerca de los nuestros,
que parecían como apretados por trapiches. Nuestros soldados, a modo de jabalíes, se
precipitan directamente contra las lanzas enemigas, ya con ánimo de combate y
venganza, ya con ánimo de socorrer a sus compañeros. Mayor fue el número que
pereció por su propia mole que el que lo hizo por heridas. A algunos los tragó la tierra,
que se abría ante ellos; otros fueron muertos después de ser retenidos por las ramas de

68
arbustos y zarzas. A todos los envolvió la oscuridad de una muerte repentina. Así
cayeron, por obra de una traición. Así el ánimo de hombres ilustres pereció en un
combate vil. Sus nombres, personas, nobleza, prosapia, dignidades, fortaleza, ingenio y
fortunas ni siquiera superficialmente podría tocar; ni la elocuencia de los mejores
oradores podría abrazar completamente todo ello. Todavía hoy son llorados con grandes
y variados lamentos, que cada uno a su modo hace sentir. Desde entonces, tanto a sí
mismo como a sus hijos, la fortuna bélica abandonó a Boleslao. El mayor de sus hijos,
heredero nada más del nombre paterno, murió antes que él. A su hijo menor, llamado
Lestco, le dio en herencia las provincias de Masovia y Cuiavia,1 con estas palabras de su
testamento: “Mi hijo Lestco sea el único y firme heredero tanto de Masovia como de
Cuiavia. Mi hermano Casimiro lo atenderá como pupilo; no como tutor sino con abrazo
de padre. Si algo le ocurriera a Lestco, que el mismo Casimiro, hermano mío, sea único
y firme heredero de esas provincias.” Pero ya Casimiro, por un testamente semejante,
había sucedido en el principado a su hermano Enrique, después de muerto este. Y
Boleslao murió, en edad madura pero no decrépita, y fue agregado al número de sus
padres.
31. J.–Es justo que te demos un convite de acuerdo con tus méritos y te
persuadamos de gustar de algún plato para abrir el apetito y de probar alguna comida,
incluso sencilla; pero el sueño te apremia y también la hora de nuestro reposo. Más aún,
me viene tanto sueño que mi lengua apenas puede cumplir con el deber de agradecerte.
Por ello te pido perdón por no ofrecerte el debido convite; durmámonos en el Señor.

EMPIEZA EL LIBRO IV

1. Una vez un esclavo llevaba tinta, pluma y una pequeña antorcha humeante.
Hacía muy fielmente todas las cuentas de los convites y las anotaba con gran cuidado.
Al ver el principal de los asistentes al banquete el esmero de sus anotaciones, dijo:
“Bien, siervo fiel! Tú te destacas por tu ingenio y cuidado en tus anotaciones, de modo
que ningún gasto se pierda o caiga en el olvido. Por ello el estado actual de las cosas
exige que seas distinguido con el oficio de contador. Serás por tanto el único y singular
contador de esta república. Todo lo que estimes se deba conceder a personas,
dignidades, oficios o negocios, todo ello será dispensado por tu función y anotado en tus
cuentas.” Ese servidor se quedó todo rígido, como aturdido por tanta responsabilidad, se
consideró abiertamente incapaz de esa carga y trató de buscar pretextos para negarse.
Finalmente, obligado a aceptar, dijo: “Me siento como coartado y no hay en este asunto
motivo por el que tema causar desagrado. De un lado, ‘la verdad engendra el odio’ 2; del
otro, me amenazan con suplicios. ¿Pues quién –pregunto– no tiene miedo de pisar
abrojos con el pie desnudo? Pero si, por favor o por miedo, quito algo de lo que me
encomienden, no huiré del cauterio que me apliquen por descuidar el patrimonio.” Pero
una es la tarea del segador y otra la del campesino. Ocúpese el agricultor de los espinos;
nuestro esfuerzo será reunir las mieses, aunque estén dispersas, en una sola mies.
2. Una vez muerto Boleslao, su sucesor fue su hermano, Mesco el Tercero. Este,
como era el más cercano a su hermano en edad, mantuvo así continuidad en la sucesión
1
El nombre actual es Kujavien.
2
Célebre frase del dramaturgo latino Terencio (Andria 68).

69
del reino. Las provincias limítrofes y los reyes más remotos lo admiraban y favorecían;
varones elegantes y nobles asentían a su fortuna. Nunca le faltaron el cumplimiento de
sus deseos ni los triunfos en guerra. En nada cedía a nadie en felicidad, si puede
llamarse felicidad la que se da en cosas caducas; entre todos sus felices deseos se
destacaba la belleza de numerosa prole, en uno y en otro sexo. Su prole de varones era
temible para todos y sus hijas, en cambio, para todos fueron agraciadas; con los
parentescos de unos y otros, obtuvo para sí muchas partes del mundo. El duque de los
bohemios, Sobeslao, era su yerno; era su yerno Bernardo, duque de Sajonia; era su
yerno Federico, duque de Lotaringia y nieto del emperador; era su yerno del marqués
Dedonides; era su yerno Boguslao, duque de Marítima; también fue su yerno Boguslao
el Segundo, hijo de ese duque. El duque de Galitzia fue suegro de su hijo; el duque de
Pomerania fue suegro de otro hijo; el duque de Rugiana fue suegro del tercero. Algunos
de sus hijos murieron sin casarse. Sus nombres: Odón, Esteban, Boleslao, Mesco y
Wladislao. A dos de ellos, Odón y Esteban, los tuvo de la hija del rey de los húngaros; a
los demás, de la hija del rey de los rutenos. ¿Qué más diremos? Casi nada pareció que le
faltaba para el cúmulo de la humana felicidad, aunque nadie es tan feliz que no esté en
pugna en alguna parte de esa felicidad. Además de esto, incluso más que esto, tuvo la
gloria de igualar las altas cumbres de los reyes. Pero a menudo la suma prosperidad
engendra sumo infortunio; sobre todo porque toda gloria, cuanto más alta es, por ello es
más proclive a caer. Y en verdad este hombre, que gozaba de tantos privilegios, ¡ay
dolor!, por tanta seguridad cayó en cierto entorpecimiento que lo hizo descuidado. En
efecto nunca hay tranquilidad en lo alto; y, si hay alguna, es muy breve y en su misma
serenidad preanuncia la tormenta y el naufragio.
Se levantaron ciertos hombres de Belial, pestilentes, contrarios a la piedad y que
subvertían el juicio; hombres que nada juzgaban justo sino lo impío; nada piadoso sino
lo injusto. Este era su consejo: “No es príncipe aquel que es meticuloso; más aún,
¿quién es más meticuloso que aquel que teme ser temido? Por tanto, si quieres imperar,
conviene que te teman, no que tú temas.” Y de nuevo: “Conviene que los príncipes sean
venerados devotamente, no que sean fastuosamente despreciados; pues donde hay
devoción, allí hay reverencia; donde hay reverencia, allí hay temor. En efecto la
reverencia es amor mezclado con temor: si tú quitas el temor, no habrá lugar para la
devoción ni para la reverencia. Por ello, para que el pueblo no se insolente, hay que
amputar en seguida toda causa de insolencia. Conviene que ellos sean heridos en sus
fortunas y que no se disuelvan en su propio lujo. Pues la lascivia de las cosas es
madrastra de la avaricia y madre del desprecio.” ¡Oh, prudente consejo de prudentes!
Así, persuadido por un consejo semejante, respondió el hijo de Salomón a la consulta de
los israelitas: “Mi dedo pequeño es más grueso que la espalda de mi padre. Mi padre es
azotó con varas; yo os azotaré con escorpiones.”1 Por este temor se separaron de la tribu
de Judá y la de Benjamín diez tribus e hicieron rey a Jeroboam. Por tanto, una vez
conocidos sus consejos, falta que conozcas también sus juicios. ¿Mataste un oso en el
bosque? ¡Qué crimen tan digno de expiación! En efecto rompiste la sagrada seguridad
de las redes y le quitaste temerariamente al príncipe sus recursos. No es irracional lo que
dices, que tus apicultores fueron desmembrados por la fiera, que algunos de ellos
murieron, que tus panales se arruinaron y tus rebaños perecieron. Pero también hay que
agregar que, con la muerte de la bestia, murió también la seguridad de los hombres: ella
debía ser castigada, pero no por ti sin la fuerza de la autoridad. Pues no desconocemos
qué opinan los vengadores sobre los derechos de sus propias injurias. En efecto la
dignidad del derecho, si es despreciada, se reivindica con la severidad judicial. La
atrocidad actual no está tan lejos del crimen de lesa majestad. Y no se puede retrasar en
1
Cf. 1R 12, 10-16; escorpión era un látigo armado de puntas de hierro.

70
este caso el condigno castigo con una simple multa de setenta talentos, pues en él debe
darse un juicio semejante al de los otros casos que se le parecen. Otro ejemplo: un
hombre tomó a un extranjero a su servicio; por ello fue juzgado por plagio.1 Este
extranjero –decían– es siervo o es libre. Si es libre, ¿con qué derecho lo hiciste esclavo?
Y no puede negarse, pues es más claro que la luz, que su inteligencia prueba que es
libre. La propia evidencia entonces prueba que eres culpable. Por otra parte, si es
esclavo, posees el esclavo de otro, ni a justo título ni de buena fe, pues no puedes probar
ni una cosa ni otra: las leyes de nuestro tiempo no permiten aceptar razones de testigos
ni de torturas, las cuales propones. Por ellos, como eres culpable de plagio, debes pagar
una pena de setenta talentos. Más casos. Por casualidad unos estudiantes habían
golpeado a un judío: esos mismos jueces les impusieron una pena de sacrilegio. Tú
admites que el ganado de tu vecino está en tus tierras; pues bien, serás acusado de
abigeato y darás al fisco setenta talentos. Pero se te trata con mucha humanidad, si
puedes ser absuelto con el pago contante y sonante, porque con certísimo derecho debes
ser condenado a aportar al caudal del fisco el más puro metal. Piensa uno que es menos
oneroso quedar libre mediante pago en dinero; lo ofrece entonces inmediatamente, lo
cuenta y pide la abolición de pena. Lo ve el tesorero; lo examina el apocrisiario2 y
consternado exclama: “¡Ay! ¿De dónde nos salió de repente este necio, este nuevo
bufón? Quiere reírse de nosotros y prostituirnos un bribón y desea corrompernos con
escamas y paja.” A esto responde: “¿Pero no debo una multa de moneda corriente?” Le
dicen: “Sin duda; paga en moneda del príncipe, no en paja.” Pero él: “Eso es culpa de
los banqueros, no mía.” Dicen entonces: “Ten cuidado de no caer en palabras necias. Ni
siquiera menciones a los banqueros, no sea cosa que a ti mismo te condenes por el uso
de moneda falaz. Caerá granizo sobre toda bestia que suba al monte.3” a estas palabras
contestó: “Estoy hundido en profundo lodo y no tengo recursos. Decidme, os ruego, qué
me mandáis hacer.” Continúan ellos oprimiéndolo: “Devuelve lo que debes.” Él:
“¿Cómo? Debo dinero pero despreciáis el dinero.” Pero ellos tenían algunos sólidos de
plata más pura y de muy reciente acuñación, hechos hacía poco por arte de ellos. “Esta
es –dicen– la única y verdadera moneda del tiempo actual.” Y así lo aseguran y exigen:
“Esa moneda, con la que piensas que puedes ser absuelto, está desautorizada y hace
tiempo que no se la usa, no tengas dudas.” No les faltaron compañeros en su maldad, los
cuales, sobornados, juraron y perjuraron que con la nueva moneda no solo algunos reos
habían sido absueltos, sino también se había pagado la mayor parte de los estipendios de
los soldados. ¿Qué pasó finalmente? Es entregado a los verdugos, lo encadenan y lo
ponen en prisión. Todo lo que había en las personas, en las fortunas o en los predios,
todo era asignado al fisco. Todos, urgidos por severísimas demandas, confesaban que
pagarían hasta la última onza de un as; por mejor decir, hasta la más pequeña parte de
una onza. Se dice también que incluso los ministros del sagrado altar, cubiertos de
cenizas, morían ante las insignias y adornos de estos pedagogos. ¡Estos son tus jueces,
estos son tus cónsules, Cracovia! Piensa tú que se ellos se ha dicho: el consejo de un
inicuo es como un tósigo en la caja de un médico; un juicio en la lengua de un impío es
como una espada en manos de un loco. Paso en silencio muchas cosas que entiendo no
son verdaderas, sino más bien falsamente forjadas por los rivales. Y el príncipe no
estaba más dotado de prudencia que los otros príncipes. Incluso podría haber ignorado o
disimulado esto, sabiendo que incluso un vigía puede descuidar los escollos
peligrosamente ocultos o pasar por alto aquellos que se manifiestan más
peligrosamente. ¿Pero cómo pudo caer en ignorancia tan crasa y supina él, hombre de

1
Entre los antiguos romanos, plagiar era utilizar un siervo ajeno, como si fuera propio.
2
Parece designar a cierto funcionario judicial.
3
Según Bielowski, hay aquí un eco bíblico (Ex 19, 12).

71
tan probada circunspección? Sobre todo cuando, según cuentan, el lamento de tantos
oprimidos dejaba oír sus quejas y gemidos y cuando Gedeón, el santísimo obispo de
Cracovia, cuyo nombre debe ser escrito con cálamo de oro, con la trompeta de sus
exhortaciones constantemente intentaba apartar a esos malvados de su pertinacia en el
mal. Pues el piadoso pastor no pudo, sin poner en peligro su propia salvación, descuidar
ni sepultar en silencio tan tristes estragos en su grey. Este hombre mandó que se
acercara al consistorio del gobernador de la provincia cierta mujer que de intento
llevaba hábito lúgubre y rostro triste. El gobernador le manda acercarse y proponer sin
temor la acción que correspondía. Ella se aproxima con la cabeza baja y con reverencia
de matrona dice: “Yo tu esclava, señor, tenía un rebaño no pequeño de ovejas
esquiladas. Mi hijo contrató a unos hombres a sueldo, para que lo llevaran a pastar. Por
negligencia de ellos todo el rebaño pereció por los crueles dientes de unos lobos.” Dijo
el gobernador: “¿Quién es tu hijo?” Uno respondió: “Yo soy tu esclavo y el hijo de tu
esclava.” “¿Quiénes son los contratados?” Responden: “Aquí estamos y pedimos se nos
escuche.” Entonces el gobernador: “¡Con todo gusto!” Dicen ellos: “No negamos que el
rebaño haya estado bajo nuestra custodia. Pero no sin razón nos negamos a admitir que
haya perecido por causa nuestra. Pues el hijastro de esta matrona, a quien ella en vano
llama hijo, es muy aficionado a la caza y tiene siempre consigo perros atroces, rabiosos
incluso. Su rabia no solo nosotros, también la reconocen hombres muy ilustres. Pues
bien, la multitud de estos perros se abalanzó sobre el rebaño, que estaba junto al
camino, y lo abatió con feroces dentelladas, mientras nosotros en vano vociferábamos.”
Pero el joven afirmaba que en esta situación había habido lobos. “Por azar –dice– veo
de lejos que unos lobos acechan al rebaño. Mandé desatar a los perros y me puse a
perseguir, junto con vosotros, a los lobos con mis perros, en medio de lo tupido del
bosque. Pero una parte de los lobos volvió y abatió al rebaño, que había quedado
abandonado. Por eso la culpa es de vuestra negligencia, porque abandonasteis al rebaño,
y no mía, pues yo alejé a los lobos. Esto es evidente para todos.” Ante esto dijo el
gobernador: “Cada una de las partes ha hecho una narración muy verosímil, pero
ninguna de las dos dio para la sentencia razón fuerte y decisiva, pues ninguna aporta
testigos ni otra demostración. En verdad los contratados parecen inocentes, pues nadie
está obligado a prestar una ayuda fortuita, a no ser que ocurra algo especial. Pero, así
como no pueden mostrar culpa ni dolo, tampoco dan fe de la excepción que aducen
acerca de los perros; por eso tampoco se puede negar que son culpables por la pérdida
del rebaño. ¿Os parece justa la sentencia? Los próceres respondieron: “No vemos que
pueda sentenciarse de otro modo.” Pero él: “Sin embargo la razón del derecho ordena
algo distinto. En efecto lo que ellos tenían que probar, eso consta sin dudas por
confesión del adversario, pues no puede dudarse de que él criaba a los perros, y esto es
para todos evidentísimo. Más aún, no niega en juicio que él ordenó desatar a los perros
cerca del rebaño. ¿Y qué otra cosa –pregunto– podría hacer la cruenta atrocidad de unos
perros ante los inocentes balidos, si toda rabia es enemiga de la inocencia? Y como la
presunción es tan fuerte que no la anula ni la argumentación contraria ni otra
presunción, hay que quedarse con la primera. Tampoco tiene peso la historia esa de los
lobos ni puede un joven hacer valer tan débil afirmación. Por eso quien dio la ocasión
del daño, ese es quien debe resarcir a su madrastra o madre. Es lo mismo que cuando un
buey carnudo o un caballo coceador dañan a alguien. ¿Os agrada esta sentencia?” Todos
dicen: “Nos agrada.”
3. Entonces el obispo, lleno de Dios, aprovechó la oportunidad y dijo: “Ilustre
gobernador, sentenciaste un divino oráculo; promulgaste una sentencia de índole divina.
Pero sabrás que tus disposiciones tendrán fuerza solo si tú mismo no las derogas con
alguna contradicción. Escucha, te pido, adónde mira la sentencia que diste; soporta con

72
paciencia el juicio que sobre ti mismo hiciste. Esta matrona es la provincia de Cracovia.
Tú, a no ser que quieras disimularlo, eres su hijo; el rebaño es el pueblo de la provincia.
Para apacentarlo no dispusiste pastores sino enemigos, quienes buscan el bien propio y
no el del rebaño. Por eso con toda razón no eres llamado hijo sino hijastro; en efecto
tiene hostilidad de hijastro aquel que no se apiada de la calamidad materna. Tú
conduces a perros rabiosos –es decir, a oficiales muy crueles– no en suaves lazos sino
con los nudos de la disciplina, libres por tu propio mandato; tú les permites que den
rienda suelta a sus furores. Estos hombres, con cruenta atrocidad y perniciosas
dentelladas, se enceguecen de ira ante el ya quebrantado rebaño; solo pueden saciar su
sed con las desgarradas gargantas y la sangre del rebaño. Por tanto tú pronunciaste
sentencia en tu contra, pues en lo que a otro juzgas a ti mismo te condenas. Por ello
deberemos temer de tu parte un juicio mucho más severo. Pues el santo David había
mandado contar al pueblo, no oprimirlo, pero incurrió en una ofensa contra la
indignación divina.1 De todos modos la expió completamente en un momento de
contrición. Por tanto, hijo, di junto con David: yo soy quien pequé; yo soy quien obré
injustamente. Di tus iniquidades, para ser perdonado. De otro modo, cuando la segur sea
aplicada a la raíz, serás llevado –Dios no lo quiera– como un gallo.” Pero en vano se
planta un brote de olivo en la piedra y en vano la necedad de la sal es regada con la
lluvia de la prudencia. En efecto el gobernador forja mayores causas de odio contra el
prelado, afirmando que no le había llevado por celo de piedad tales cuestiones sino que
todo ello lo había vociferado por envidia en la relación con el príncipe. Pues padecer,
incluso el menor absceso, causa dolor y comezón. Por ello se preparaba para vengarse
tanto del obispo como de otros, como si hubieran hablado mal sobre el príncipe. Y en
verdad contra el prelado ocultamente tramaba proscribirlo con el destierro; contra otros,
la pena capital o alguna otra mutilación. Pero en vano se lanza la red ante los propios
ojos de las aves. Así el obispo, hombre lleno de toda sabiduría e ingenio, evitó las
maquinaciones de estos malvados y enseñó a los demás a hacer lo mismo. Con no
menor empeño hacía paternas admoniciones, no con ánimo de dañar –como ellos
decían– sino de corregir. Pues en los perfectos no existe deseo de devolver mal por mal.
4. Pero el áspid se ensordece ante la voz de quien sabiamente intenta encantarlo;
el erizo, ante las amenazas de los truenos del cielo, levanta sus setas, como queriendo
luchar contra el cielo. Así también estos hombres, como conjurándose contra sus
propias gargantas, como uniéndose espontáneamente para matar al príncipe, aumentan
su opresión con injurias y, a la vez, las injurias con la opresión. Esto trajo inexorables
causas de odio contra el príncipe; en efecto a menudo los miembros lavan el delirio de
la cabeza y a veces la caída de los miembros redunda en la cabeza. Pues quien pudiendo
prohibir no prohíbe, es como si consintiera. Entonces los principales en las provincias y
los varones consulares disputan entre sí en secreta deliberación. “Es torpe –dicen–
parecer facciosos, pero más torpe es ser indolentes. Es indigno que se esclavice a la
nobleza, pero mucho más indigno es que la reina de las provincias se prostituya entre
rameras. Es duro sin duda ser oprimido por la desgracia, pero mucho más duro es
chocar con la majestad de un príncipe tan grande. ¿Hay pues algún remedio para cosas
tan golpeadas, para botellas de vidrio puestas entre martillos y yunques?”
5. Entonces cierto hombre muy ilustre dijo: “Hay no lejos de aquí cierto olivo,
noble por su simiente entre los árboles fructíferos, abundante en ameno follaje, festivo
siempre en su perpetuo vigor, no solo fecundo en el aceite sino en el perfume que
ampliamente despide. Todos conocen bien su aroma, aunque todos lo desconocen; para

1
Cf. 2S 24, 1 ss. La nota de la Biblia de Jerusalén: “Entonces se consideraba el empadronamiento como
una impiedad, porque lesionaba las prerrogativas de Dios, que posee los registros de los que deben vivir o
morir, Ex 32, 32-33; cf. Ex 30, 12.”

73
todos es doméstico y para todos es extranjero; su fruto es bello en todas sus notables
gemas. En efecto pienso que sabéis bien cuántas y cuáles son las virtudes de Casimiro y
cuál la fama de tales virtudes, perfumada suavidad que excede todas las fragancias. Pero
no conviene que nos ocupemos ahora de sus dotes externas corporales, que por su
propia belleza llegan, como rayos de sol, a la vista de todos. Pues muy noble es la
elegancia de su belleza y forma; su elevada estatura supera medianamente la estatura
media. Dulce es su aspecto, conspicuo sin embargo por cierta reverencia en su majestad,
casto y sobrio es su lenguaje, aunque no carente de cierta alegre sal. ¿A quién
concedieron la naturaleza y la gracia tan inescrutable cofre en su pecho, tan inmensos
tesoros en su corazón, tantos inestimables bienes de ánimo? No se sabe si en él la
naturaleza vence a la gracia o la gracia a la naturaleza. Una y otra son como hermanas
entre sí y rivalizan en él en lucha fraternal; cada una trata de vencer a la otra, pero
ninguna de las dos envidia a la otra el premio de la victoria. En él natura abundó en
virtudes políticas, pero la diligencia de la gracia lo pulió en las virtudes purificatorias.
Pues, en cuanto tocaba a la justicia política y a la justicia natural, a la templanza,
fortaleza y paciencia, él se valía de palabras persuasivas y del ejemplo de la acción.
Nadie mejor que él para dar a cada uno lo suyo; siempre era infalible, equitativo y de
recto juicio. A veces se enojaba con las quejas y llevaba a mal las molestias que
acarrean los abogados; por dos motivos: el odio a la calumnia y el amor por la
concordia. Por ello a muchos, por haber calumniado, a menudo se les imponía un
cauterio en la frente; a muchos, en la nariz; a algunos se les cortó la lengua; todo esto
para muestra de perpetua confusión. Por el contrario, con el abrazo de su gracia invitaba
a perpetua paz a los temperamentos concordes. Lo primero fue obra de la justicia; lo
segundo, la fuerza de la temperancia. En efecto la justicia castiga las calumnias y la
temperancia es emperatriz de la concordia. Cuán grande era la temperancia de este
hombre lo muestra su modestia, lo afirma su mansedumbre y lo enseña su humildad.
Casi se olvidaba de su dignidad y participaba del trato con sus súbditos más humildes,
no por prurito de levedad sino por causa de su propia virtud. Se afanaba en ser liberal,
tanto que excedía en mucho los límites de la temperancia, la cual desde su misma niñez
no le había impuesto ningún límite. En efecto no seguía la costumbre de muchos, que se
desesperan por adquirir bienes o se duermen sobre los que ya han adquirido; al
contrario, a la manera del río Tajo, cuanto más afluía, más abundante era en áureas
arenas. Pues la liberalidad es más preciosa que el oro.
Pero hablemos ahora de su fortaleza. Sus continuos esfuerzos hacían que rara
vez se dedicara a otros asuntos sino a los serios; nunca se entregaba sino a las cosas
honestas. La vida de los hombres valerosos siempre es muy activa y el entorpecimiento
les parece más tedioso que la propia desidia. Cuando no tienen guerras exteriores, se
ejercitan en la cacería, pues ella es como una simiente de virtudes y una huida del ocio;
el varón fuerte busca en tales juegos una ejercitación para las cosas serias. ¿No conocéis
a Mitridates, rey del Ponto,1 cuya futura grandeza ya habían anunciado señales del
cielo? Pues, el año en que fue engendrado y el año en el que empezó a reinar, un cometa
en una y otra ocasión brilló durante cuarenta días, a tal punto que parecía que el cielo
ardía. Tanto al amanecer como al ocaso consumía cuatro horas, por lo cual se prueba
que había ocupado la sexta parte del cielo. Cuando era niño, sus tutores trataron de
envenenarlo. Por eso desde entonces bebía con frecuencia antídotos, para que, al llegar a
viejo, ni siquiera queriendo pudiera morir. Pero temía que sus enemigos hicieran con el
hierro lo que no podían con venenos. Por eso se dedicó a cazar y en siete años no tuvo
techo ni en la ciudad ni en el campo sino que pernoctaba en los bosques y en las
1
Cf. Justino, Historia universal 37, 2-3. Hubo varios Mitridates reyes en el Ponto, región del Asia Menor
que estaba sobre el Mar Negro; el más célebre es Mitridates VI, aquí nombrado (120-63 a. C.).

74
regiones montañosas, y todos ignoraban dónde vivía. Por este medio evitó las
asechanzas y endureció su cuerpo en la capacidad de soportar. Logró así dominar a los
escitas, pueblo que antes había derrotado a Zopirión, general de Alejandro Magno, y
había abatido a treinta mil de sus hombres; pueblo que había abatido a Ciro, rey de los
persas, y a doscientos mil de sus hombres; pueblo que había capturado a Filipo, rey de
los macedonios. Ocupó también el Ponto y la Capadocia. Luego, después de recorrer
Asia, pasó los límites de Bitinia y midió lo que había conseguido con su victoria. Y
bien, puesto que un hombre fuerte no se mide tanto por su fuerza corpórea como por su
integridad de ánimo, Casimiro trató de domar los monstruos de su ánimo no menos que
a las bestias de los bosques. No es fácil narrar cuán grande fue su magnanimidad, su
constancia, su ánimo y, en medio de su ánimo, su paciencia. ¿Queréis oír algo ridículo?
En realidad no es algo ridículo sino una muestra notable de su paciencia. Cierto hombre
desafió una vez al príncipe a una partida de dados. Se reúnen y comienzan. En medio
estaba la prenda de la victoria, que era una enorme cantidad de plata. La suerte del juego
vacila y fluctúa por un tiempo. Se llena el hombre de pavor, vacila y tiembla. Se queda
estupefacto entre la esperanza y el temor y desfallece. Por fin, el último tiro dirime la
partida y da al príncipe la sentencia de victoria. Entonces el jugador, como arrebatado
por una locura, en su dolor levantó el puño, lanzó un gran golpe contra la mejilla del
príncipe y, con la ayuda de la noche, se evadió de entre los gritos de los circunstantes.
Finalmente lo hallaron y lo presentaron después al consistorio. Allí todos pedían que
fuera desmembrado, pues era reo de lesa majestad. Él nada esperaba para sí, a no ser el
cruel juego de la muerte. Pero el príncipe: ‘Jueces, que no se conmueva vuestra
gravedad, pues es levedad el indignarse por causas leves. La indignación no es digna de
quien tiene dentro de sí un ánimo sereno. No pondera las causas de la indignación y es
injusto el examen que hace el hombre cuya balanza está en medio de una tempestad.
¿Qué es lo que hizo digno de indignación el pobre Juan (tal era su nombre)? Estaba
acusando al juicio ciego de la fortuna. ¿Y no es ciega ella? La fortuna, en una causa no
dispar, desdeñó la causa del pobre y ensalzó la del poderoso. Es injusta en ambas cosas,
pues es cruel con el pobre y adula al poderoso. No sin justicia él exigió, como pudo, de
un hijo de la fortuna un castigo a esa injuria, cosa que no podía obtener de parte de la
fortuna. Más aún, para hablar con la verdad, añadió lucro a lucro y venció en mí a la
fortuna. Ella fue la que dio dineros, en los que yo abundaba; en cambio él me dio
ocasión de mostrar prudencia, de la cual los príncipes no deben carecer. Pues él me
recordó que es peligroso para un príncipe el entregarse a juegos y someterse, incluso
mínimamente, al ludibrio de la fortuna. Los príncipes deben gobernar con prudencia, no
con fortuna. Por eso le doy gracias a Juan, por quien yo no me expondré más a la
levedad ni a los azares fortuitos.’ Así este hombre injurioso fue recibido por los abrazos
del príncipe, quien además le concedió muchos dones. ¡Que admirable constancia y
paciencia en un varón fuerte y qué ingeniosa prudencia! No solo llevó con ecuanimidad
la injuria sino que con gusto perdonó, supo sabiamente encontrar excusas y retribuyó
con su gracia y sus dones. ¿Y de dónde viene esto? Las hijas y la familia de las virtudes
y todos sus oficios y acciones provienen del juicio de la prudencia. Por ejemplo,
Paciencia, que es hija de Fortaleza, lleva tres grandes pesos en el mismo saco: el fardo
de la tristeza, el de la fatiga y el de las contumelias o injurias. Prudencia la vio y le dijo:
‘¿Qué llevas, hija mía?’ Ella gemía bajo el peso y dijo: ‘Apresúrate, madre; líbrame del
peso; tu hermana me ordenó traerte aquí esta carga.’ Dijo Prudencia: ‘Conozco las
delicias de mi hermana; conozco los pequeños regalos que acostumbra hacer; ella nos
manda que la sirvamos.’ Entonces echó los pesados fardos al horno de los deseos, los
fundió hasta el final, los pesó, los transformó en dúctiles láminas y con admirable
artificio hizo áureos adornos. Así, bajo el magisterio de la prudencia, de una abyecta

75
materia de infortunios surgen las insignes obras de las virtudes. Y esto es evidente en el
hijo de la prudencia, de quien estoy hablando. Él, puesto que es fuerte en su consejo,
previsor, cauto y circunspecto, como se apoya siempre en la prudencia, intenta ser el
más sencillo entre los sencillos, para evitar el peligro de la arrogancia, para no
abandonar las huellas de la humildad y para que de la paja de la simplicidad surjan más
abundantes los granos de la sabiduría. Pues el prudente siega en su conciencia el fruto
de la virtud; es menos perfecto si hace ostentación. Por eso dice Jerónimo que nada es
más simple que la prudencia y nada es más prudente que la simplicidad.1 Nadie ignora
que andar banqueteando no es algo que estimule la virtud: las invitaciones a banquetes,
en nombre de una falsa liberalidad, fingen virtud pero emborrachan e intoxican. Y a
propósito, bajo cierta sombra de simplicidad, los príncipes no solo no desdeñan la
afluencia de gente sino que también hacen pródigos preparativos, por muchas causas.
La primera, para aprender de los fatuos sentidos ajenos lo que falta a la propia virtud;
pues la prudencia prueba la virtud, así como la fatuidad es una piedra contra la cual
choca la virtud, pues un sabio será más sabio que cualquier necio sorprendido en su
necedad. La segunda causa, para conocer los juicios ajenos sobre ellos mismos, pues
con toda razón Baco es llamado Líber, pues hace que todos digan libremente su
pensamiento.2 La tercera, para poder conocer, de parte de borrachos, las maquinaciones
que se hacen en secreto contra ellos, que no podrían conocer de labios de sobrios. Pues
la ebriedad poco a poco se apodera del santuario del ánimo y abre de par en par el
arcano de la sobriedad. La cuarta, que ningún hombre prudente derrama vino en vasos
agrietados, porque se pierde todo. Por ello el sabio sabe que tiene importancia no
descuidar la prudencia y a ella le confía sus designios más arcanos, pues el licor vertido
no tiene dificultad en hallar grietas y en perderse. Por fin, el príncipe prefiere ser amado
a ser temido, pues el enjambre de abejas sigue a su rey por amor y no por temor. Por
tanto la gracia debe obtenerse con gracia, que es la razón común de todos los
comensales y da, en su justo tiempo, honestidad a los banquetes, pero siempre que no
permita excederse a la ebriedad, pues siempre la sobriedad de ánimo debe estar
presente. Todos sabéis que el príncipe se rodea de hombres muy eruditos, cuya
sobriedad y ciencia para pocos es desconocida. Con ellos trata los ejemplos de los
Santos Padres, las gestas de los hombres ilustres, alternando él con ellos el uso de la
palabra. A veces preludia y canta en suave concento, meditando la dulzura de la armonía
celestial. Otras veces se ejercita en inquisiciones teológicas, defendiendo con agudas
razones una y otra parte de la cuestión, como muy sagaz investigador de los asuntos
más sutiles. Por tanto tú, envidioso calumniador, afirmas que Casimiro se une ebrio a la
compañía de ebrios, ¿por qué no afirmas que es un prudente que goza de la compañía de
los prudentes? Nunca este olivo careció de fruto, fruto alimentado por la gracia y que la
envidia trató de herir. Por eso debemos buscar a su sombra el aire del descanso, para
que nuestros dolores se calmen, ungidos con el bálsamo de su aceite. De otro modo se
nos aplicará aquello de los hijos de Gedeón; 3 allí se dice cómo los árboles querían elegir
un rey y ordenaron a la higuera, a la vid y al olivo que reinaran sobre ellos. Como se
negaron, terminaron eligiendo a la zarza, de la cual salió un fuego que devoró a casi
todos.”
6. Con estas palabras fueron todos persuadidos y, para favorecer a Casimiro y
para alcanzar la libertad, se reúnen, le solicitan y le ruegan que, aunque no desee la
dignidad real, al menos se deje doblegar por la misericordia; si no desea reinar, al menos
1
No he encontrado esta referencia.
2
Líber era una antigua divinidad itálica; después fue identificada con Baco. No es segura la vinculación
etimológica entre Líber y ‘libre’, si bien algunos autores antiguos la hacían; otros lo relacionaban con
‘libar’, ‘libación.’
3
Cf. Jc 9, 8 ss.

76
no desprecie apiadarse de nosotros. A esto él respondió: “Es ya muy vieja en vosotros
esta cavilación. Pues no se ha podido ir de mi memoria cómo esos varones principales,
Iaxa y aquel famoso Swantoslao cuya gloriosa posteridad todavía hoy tiene vigencia,
junto con casi todos los próceres, me querían arrastrar, pese a mi oposición, al reino,
para que expulsara primero al piadosísimo príncipe y hermano mío Boleslao y reinara
después con seguridad. Antepuse el abrazo de la piedad fraterna a todo el reino, pues
quien odia a su hermano es un homicida, porque, si alguien amputa en sí el corazón de
su hermano, se quita a sí mismo sus propias entrañas. Por tanto, puesto que lavé mis
pies en la fuente pura de la inocencia, ¿cómo los mancharé nuevamente, con la sangre
fraterna? ¡Qué egregia escala al principado! En mí, un homicidio; en mi hermano, haré
fratricidio; en el fratricidio, la temeridad del parricidio. ¿De qué modo me levantaré
para exterminar a aquel que me abrazó con gran ternura y a quien siempre veneré con
devoción más que filial? Es tres veces inicuo el prosperar mediante el trato con los
inicuos.” Continúan insistiendo ellos: “Es cierto, serenísimo príncipe. No atacamos la
piedad de Boleslao, porque no hay aquí causa de honestidad ni es una mera fracción la
que se queja de él. Ahora es otra la razón que pide un nuevo pacto, pues a todos nos
urge extrema necesidad. Si tu misericordia no viene en ayuda de esa necesidad, si
nuestra república ahogada no puede respirar por tu ayuda, necesariamente moriremos,
porque no podemos migrar a otros lugares.” Por fin Casimiro cedió a las frecuentes
instancias y a los consejos de sus amigos; se dirigió con unos pocos a Cracovia, para
que no pareciera esto una ocupación violenta sino una espontánea elección de los
ciudadanos. Le salen al encuentro con indecible alegría numerosos ejércitos, surgen de
todas partes las multitudes que exultan y le agradecen: proclaman que llegó el salvador.
Gentes de todas las edades lo abrazan y lo adoran y veneran hombres de toda condición.
Se abren espontáneamente las puertas de la ciudad, aunque estaban custodiadas por
invictísimas guarniciones; espontáneamente descienden de la fortaleza aquellos que
habían sido puestos por Mesco al frente de la defensa de la ciudad; todos inclinan su
cerviz ante el escabel de Casimiro. Coinciden los votos y esfuerzos de todos y él es
adorado como príncipe.
7. Impertérrito ante esto, Mesco, príncipe de gran magnanimidad, examina los
consejos de los suyos, su fidelidad, sus ánimos y su fuerza, pero tarde, pues no se
remedia fácilmente un descuido muy prolongado; ni se delibera sobre un naufragio
cuando se está en el fondo del mar. Pues en el mismo momento en que aquellos
hombres se obligaron a sí mismos con el religioso juramento de que soportarían con
constancia incluso la muerte, en ese mismo momento se olvidaron del príncipe y de su
fe en él. Incluso sus hombres más queridos se olvidaron, a partir de ese momento, de
tantos beneficios. Entre ellos estaba el duque Odón, su primogénito, enemigo muy atroz
que intentó arrancar de raíz el tronco y levantó llamas contra la propia cabeza, muy
pertinaz en la muerte de su propio padre. No quiero decir que imitó a cierto parricida de
la Bactriana –Dios no lo quiera– sino que alejó del reino a los hijos de la madrastra, a
quienes su padre les había prometido sucesión. En efecto a Eucrátides, rey de la
Bactriana, de quien antes hicimos mención,1 lo mató con intrigas su hijo, que ha había
sido hecho socio del reino por su padre. Este hijo mató a su padre como a un enemigo,
hizo andar su carro por sobre su sangre y mandó que lo arrojaran lejos, sin inhumarlo;
pero esto no quedó sin venganza. En efecto el hijo único de este parricida estaba lleno
de dolor por la muerte de su abuelo; entonces, con su dolor, sin ser visto por los
guardias, entró a un bosque y decidió poner fin, con las dentelladas de las fieras, a su
angustia. Después de andar vagando por algunos lugares apartados, acudió al pedido de
1
Cf. 2, 23. Allí se citaba: Justino, Historia universal 41, 6. No obstante esta cita no narra la extraña
historia que viene a continuación, sobre el hijo de Eucrátides; ignoro cuál es la fuente de la misma.

77
su hambre con algunos hongos y raíces. Al final quedó postrado por haber ingerido
cierta raíz pestífera. Quedó fatigado y, a punto de exhalar su alma, abría la boca.
Entonces una serpiente se le metió en ella, atraída quizás por el conocido gusto de la
raíz pestilente. Se metió dentro el reptil, comió la hierba cruda y sin digerir, la mandó al
estómago y lo hizo vomitar. Mientras tanto el padre del joven se dedicaba a cazar;
buscaba también durante mucho tiempo a su hijo y por fin lo encontró así, vomitando.
Se puso a gritar y se lanzó sobre el joven, derramó lágrimas y dio su boca a la del
moribundo, cubriéndolo de besos. Entonces la serpiente mordió al padre, mientras este
besaba a su hijo. Herido y aterrorizado, dio de súbito un salto, se arrancó la serpiente
junto con una parte de su propio labio y entregó al pequeño medio desvanecido a los
suyos. El joven pronto recobró la salud, después de vomitar todo el veneno. En cambio
el tósigo infundido a su padre lo volvió insano. Lleno de agitación, como no podía
volverse contra los otros, se mordió la lengua y los labios y los comía en pedazos. Así,
después de haber mordido sus propios miembros, expiró. ¿Reconoces aquí a la
divinidad vengadora? Pues la misma serpiente con su veneno premia la piedad del
muchacho y, matando al parricida, castiga el crimen del parricidio. Debemos ponderar
entonces dos cosas: por un lado, todo lo que merece de gracia la devoción filial; por
otro, el suplicio que aguarda a quien desprecia la religión del amor paterno. Por eso
Mesco no fue expulsado por armas fraternas sino más bien por la perfidia de los suyos.
Abandonado casi por todos, perdió al mismo tiempo patria y reino y se debió contentar,
en compañía de tres hijos, con una pequeña ciudad vecina. Lo rodeaban de todas partes
los infortunio, pues su yerno Sobeslao, el más fuerte de los príncipes, fue expulsado del
reino de los bohemios; otro yerno, duque de Sajonia y de Baviera, es atacado de todas
partes por sus enemigos. Por fin, aquellos que debían prestarle algún consuelo se
hallaban tan urgidos por sus propias necesidades que ni siquiera pudieron prometerle un
poco de ayuda. También los príncipes de Marítima se negaron a obedecerlo; no solo eso
sino que tomaron armas contra él. Todos en fin se alegraron de la asunción de Casimiro.
8. Todos los municipios y ciudades se abrieron a él de buen grado y sin guerra,
pero pareció rebelarse la provincia de Silesia, cuyo principado había arrebatado Mesco
hijo de Wladislao, hermano del expulsado Boleslao. Casimiro la restituyó, después de
no pocos intentos, a Boleslao; no obstante, controló la ambición del hermano Mesco
dándole algunas ciudades. A Conrado, hermano de ambos, lo hizo Principe de la marca
glogoviense;1 a Odón lo distinguió con el principado posnaniense.2 A Lesteo le confirmó
las provincias que le dejaba el testamento paterno; encargó el cuidado de Lesteo al
príncipe Sirón, hombre dotado de todas las virtudes y que estaba al frente de esas
provincias; Samborio, nieto de Sirón, fue instituido al frente de la marca gedanense.3
Hizo duque de Marítima a cierto Boguslao, también llamado Teodoro. A la provincia
gnesnense,4 que es la metrópolis común de los lequitas, junto con sus municipios
sufragáneos, la unió al cuerpo de su propio principado. Pero también mandó que se
añadieran algunas provincias de Rusia: la premisliense5 y sus ciudades, la
wladimiriense6 con todo su ducado, Brescze7 con todos sus habitantes y Drohiczyn8 con
todos los suyos. Así pues Casimiro fue monarca de Lequia. Así, de sus cuatro hermanos,
Wladislao, Boleslao, Mesco y Enrique, cuyos cuatro principados confluían en Casimiro.
1
De Glogau.
2
De Posen.
3
De Danzig.
4
De Gnesen.
5
De Przemysl.
6
Entiendo que se refiere a la provincia de Vladímir.
7
No he encontrado este nombre.
8
No he encontrado este nombre.

78
Su padre tiempo atrás lo había predicho, cuando habló de cuatro ríos, por los cuales
figuró las cuatro monarquías; por los cauces, los cuatro principados; por un cántaro de
oro, Casimiro; una fuente de aromas, sus virtudes. Así rompió él las correas de la
servidumbre, desató el yugo de las exacciones, disolvió los tributos, aflojó los
impuestos, exoneró más que abrió las cargas, mandó acabar toda clase de requisas.
9. Hubo en este pueblo una inveterada costumbre, aprobada casi por la propia
autoridad del uso tan antiguo. Según ella, cualquier poderoso que iba en pompa a
cualquier parte no solo saqueaba paja y heno sino también podía romper graneros y
tomar el grano, no solo para alimento sino también para que lo pisotearan los caballos.
Y había otra costumbre tan antigua como la otra: cada vez que algún poderoso enviaba a
alguien alguna legación, incluso pequeña, todos sus satélites recibían la orden de saltar
sobre los corceles de los pobres y en una hora, con curso velocísimo, recorrer miles de
estadios. Esto fue muy peligroso para muchos, porque algunos caballos quedaban
irremediablemente enervados; otros morían del todo; otros, los que habían pasado bien
la prueba, les eran quitados. De allí venía una ocasión no pequeña de latrocinios y, a
veces, de homicidios. También fue una muy arraigada costumbre entre los príncipes el
arrebatar, casi como en un saqueo, los bienes de los pontífices que fallecían; o también,
llevarlos a su propio fisco. Porque lo que es de derecho divino es un bien de nadie; y lo
que es un bien de nadie, se concede a quien lo toma. Pero no es posible burlarse de Dios
ni se debe tomar a Dios como objeto de ninguna ridícula fantasía. Por eso este príncipe
de la equidad mandó bajo anatema que fuera prohibida esa costumbre. Ocho sagrados
obispos, cubiertos de sagradas bandas, fueron los encargados de esto: Sbislao, arzobispo
de Gnesen; Gedko, de Cracovia; Siroslao, de Bratislava; Querubín, de Posen; Lupo, de
Polen; Onolfo, de Cuiavia; Conrado, de Pomerania; Gaudencio, de Leubus. El octonario
es el primer número sólido entre los pares y es el número de las bienaventuranzas. 1 Lo
que el príncipe firmó, esto debía ser una sólida constitución; y aquellos que la
observaran serían bienaventurados. Todos a una voz dijeron:
“Quien tome o mande tomar, valiéndose de cualquier medio, el producto anual
de los pobres, sea anatema.
Quien, con motivo de cualquier legación, requise o mande requisar algún
cuadrúpedo, sea anatema. Se excluye un solo caso; esto es, cuando se anuncie que algún
enemigo está por atacar alguna provincia, pues no es injusto en un momento como ese
servir así a la patria.
Quien ponga mano, o mande hacerlo, en los bienes de un prelado difunto, sea
príncipe o cualquier persona ilustre u oficial, sin excepciones sea anatema.
Pero también quien reciba bienes pontificios despojados y no haga una
restitución completa de lo quitado, o al menos una promesa cierta de restitución, se
considerará que ha consentido en el mismo sacrilegio y caerá bajo los efectos del mismo
anatema.”
Aprueban todos y dicen que será muy grata la sanción de tan sacras inhibiciones.
Una inviolable perennidad se unió a ellas, puesto que fueron corroboradas por un
privilegio del Varón Apostólico Alejandro III. Por su divino oráculo fue confirmado el
principado de Casimiro, para que la voluntad paterna no le acarreara a él prejuicio
alguno. Decía como prevención que la autoridad para el principado residía en el de
mayor edad, de modo que la primogenitura resolviera la lid de sucesión al principado.
10. Mientras tanto el hermano solicita al hermano con súplicas intensas y
continuas. Le pone ante los ojos los defectos de la temblorosa ancianidad, los fúnebres
lamentos de las sobrinas y los frecuentes sollozos de los sobrinos; más les habría
convenido sucumbir a la espada que al hambre y que a estar encerrados en la prisión de
1
Mt 5, 3-11.

79
cualquier hombre. Es mejor –decía1– morir de una vez por una decisión capital que
perder gota a gota la vida en el infortunio. Le ruega que se acuerde del cariño y el
empeño con que fue educado en su juventud; del favor y cuidado, con cuyos beneficios,
a no ser que quiera disimularlos, no solo obtuvo las primicias del patrimonio sino
también siguió los auspicios del principado. ¡Cuán filiales también, cuán devotos habían
sido siempre sus afectos, siempre fervientes entre ellos en la íntimo del corazón!
¿Dónde habrían quedado –seguía– aquella desinteresada abundancia de promesas y la
inviolable perennidad de la fe jurada? Por tanto, si alguna gota quedaba todavía de esa
dulzura, si vivía todavía alguna chispa de tantas gracias, el ser restituidos a la patria
sería un gran beneficio, pues es menos miserable el yugo doméstico que marchitarse en
las calamidades del exilio. En verdad el peso del imperio y lo elevado de la regia
majestad no conviene a hombres decrépitos ni a fuerzas debilitadas, pues ni las ramas
del lentisco ni los años de un cariado tronco son aptos para sostener moles. Más aún,
cuando no se puede obrar más providentemente en esta república, donde no se yergue
un extranjero ni un bárbaro ni un salteador, sino que impera en ella un príncipe legítimo.
A este mandato continuamente trataba de oponerse una facción traidora, por odio a sus
príncipes naturales; “facción que tal vez –le decía– tiene junto a ti ese mismo deseo de
traición. Por tanto es más seguro y más honroso que tú te apoyes en la fidelidad de tus
sobrinos que en las acechanzas de traidores. De otra forma se podría temer aquello que
dijo el sabio: “¡Ay de aquel que, después de caer, no tiene a nadie que lo levante!”2
11. A esto respondió Casimiro: “La ingratitud es el desconocimiento del
beneficio recibido. La acompañan el odio a la retribución y la arrogancia. La sociedad
de ambas cosas, o el contacto con tal sociedad, nunca estuvo en nuestro ánimo. Más
aún, confieso y quiero siempre confesar que estoy en deuda eterna con mi hermano y su
mujer; no es injusto lo que piden, que no es sino la debida restitución de su patrimonio.
Pues tal vez no le corresponde ningún derecho sobre el principado, pues merece perder
un privilegio quien abusa de la potestad concedida. Pero si es así, ¿hay constancia de
que él abusó de ella con pertinacia? Pues es conveniente para la república que nadie use
mal sus bienes. Pero no veo qué motivo puede haber para demorar el cumplimiento de
su petición de herencia.” Surge inmediatamente un murmullo y aumenta entre los
principales el tumulto de sedición. Dicen: “¡Ay! Sucedió lo que temíamos. Rara vez un
cuervo quita los ojos a otro cuervo; rara vez un hermano extermina de raíz a otro
hermano. Nuestro peligro radica allí donde está nuestro temor. Pues la restitución de
este hombre es nuestro exterminio, pues no diferirá, no bien tenga tiempo, llevar a cabo
la más atroz venganza por las injurias referidas, y será una muy cruel tiranía de
venganza. Nos amenaza entonces un doble peligro. Mesco, por sus propias injurias;
Casimiro, por las que recibió su hermano. ¿Y qué pues? Conviene amputar con la
misma hoz los brotes de la misma estirpe. Pues en vano se extirpa el cardo cuando
interiormente permanece su raíz.” Al entender Casimiro esto, asegura que la salida de
esta peligrosa sedición está en sus manos, pues él no habló con ánimo de restitución a su
hermano sino con afán de ver cuáles eran los ánimos de ellos; y se mostró muy
complacido de la constancia de ellos hacia él.
12. Pero Mesco solicita entonces la ayuda imperial. Se queja sollozando ante el
senado del emperador Federico, con estas palabras: “Sin ninguna acusación, sin ninguna
denuncia, sin ningún testigo, sin recurso legal, sin ser citado, sin ser condenado y sin
haber confesado nada fui destituido por la fuerza, sui expulsado y fui privado del
privilegio de la primogenitura, de la prerrogativa del principado y de mi patrimonio.”

1
En todo este pasaje hay una como mezcla de estilo indirecto y estilo directo, que he intentado reflejar en
la traducción.
2
No he encontrado esta referencia.

80
Para esto no pudo alegar ni derecho ni elocuencia en el hablar ni intervención de amigos
ni súplica ni promesa de fidelidad; en efecto las virtudes de Casimiro, aun ausente,
alegaban lo contrario. Pues la majestad imperial sentenció que no podía quitarse a los
polacos la facultad de elegir su príncipe y no importaba si tenían uno inútil o no tenían
ninguno; y Casimiro no debía ser privado del principado por la envidia que tenían a sus
virtudes. Así Mesco encontró infortunio de donde había esperado consuelo. Ahora bien,
Mesco no se olvidó de sí mismo del todo y encontró un consejo, si bien menos honroso,
no menos saludable. Unió en matrimonio a su hija con un conocido, en otro tiempo
recaudador de impuestos de Marítima. Con su ayuda no obtuvo en verdad obediencia,
pero sí el favor y amistad de los de Marítima. Con la confianza de estos y la ayuda de
algunos hombres armados se desplaza rápido de noche, sitia la ciudad al amanecer, la
toma y entra en ella como vencedor. La puso después en armas y muy rápidamente
recuperó el patrimonio, con la misma facilidad con que lo había perdido. Dicen que su
hermano le había sugerido esa oportunidad de recuperarlo. Como con frecuencia el
suceso en las cosas menores nos da esperanza en las mayores, le vino a él una como
comezón de alcanzar el principado. Entonces por largo tiempo uno y otro altercaron,
tanto de palabra como en los hechos. Mesco era muy inferior en fuerzas; por ello
contendía más con ingenio y con arte. Pues, cada vez que veía que se acercaban las
armas, juraba que su patrimonio le bastaba y no aspiraba al principado. Pero cuando la
guerra se alejaba, decía que los juramentos hechos bajo coacción no tienen valor. A
veces recurría a lo de Demóstenes.1 Los lobos tenían una disputa con los pastores. Los
pastores dijeron: “¿Por qué nos molestáis?” Dicen los lobos: “Porque hicisteis alianza
con nuestros enemigos; echad a los perros.” Al mismo tiempo hicieron un pacto con los
perros; esto es, que se alejaran de los pastores, sus enemigos, y así tendrían paz con
ellos. Conseguido esto, tenían toda la libertad para ensañarse en su matanza de los
rebaños. Así, dijo Mesco a su hermano: “¿No sabes que Boleslao, hijo de Wladislao, es
nuestro enemigo común? Pues este hombre quiere vender a los lemanos nuestra libertad,
porque con los tributos de otros puede aliviar la servidumbre que tiene de parte de ellos.
Este hombre siempre está poniendo acechanzas a nuestros talones, para exigir de
nosotros una venganza por las injurias paternas o para ocupar él solo (¡Dios no lo
permita!), después de quitarnos de raíz, el principado. Este hombre con su astucia
siembra entre nosotros las discordias o alimenta las ya sembradas. Si tú lo abandonas,
cederé en mis quejas y renunciaré absolutamente a todo derecho de primogenitura.”
Casimiro le creyó y desdeñó a Boleslao, pero el astuto Mesco lo asoció inmediatamente
a su amistad. Con su consejo atrae a su hijo y nuevamente se dirige a los príncipes y
principales de los lemanos; por ellos consigue del emperador el permiso para obrar
contra Casimiro y atrae a muchos para lograr la muerte de su hermano. Mas los
principales de ellos, mientras se reúnen en la tribuna de cierto palacio, para conjurarse y
deliberar sobre el modo de exterminar a Casimiro, son sorprendidos en medio de su
dañina deliberación por una terrible ruina. Pues el aula donde estaban, aunque era de
perpetua fortaleza, sin acción de fuerza ni de impacto alguno sino por oculto juicio de la
divinidad se sacudió de repente y oprimió a unos y mató a otros. Así se consumió la
animosidad de sus enemigos. Y nos es admirable esto, porque el Señor hizo que su
inocencia brillara con el mismo milagro con el que dedicó el parto de su Madre. En
verdad los romanos,2 para celebrar la perpetuidad de su gloria, habían edificado cierto
templo en honor de Apolo, no menos notable en artificio que en fortaleza. Consultaron

1
La siguiente historia está tomada de: San Isidoro de Sevilla, Etimologías 1, 40, 7, pero allí no se indica
ninguna obra como fuente. El original de Vincencio dice: in Libystica legitur Demosthenis. No existe
ningún discurso del Demóstenes llamado Libística.
2
No he encontrado referencia para la anécdota que se narra a continuación.

81
al oráculo cuánto tiempo iba a permanecer en pie; la respuesta fue: “Hasta que una
virgen dé a luz.” Ellos, pensando que esto nunca podría darse, por ser imposible por
naturaleza, llamaron eterno a ese templo de Apolo. Pero en el momento en que la
Bienaventurada Virgen dio a luz, esa construcción que iba a ser eterna cayó y se redujo
a cenizas. Ves por tanto, Casimiro, cuánto debes al Creador y cuánto a su Madre,
quienes no solo te defendieron sino que te dieron brillo con semejante milagro.
13. Pero la acechanza de la emulación no dejó de intentar disminuir la fuerza
invicta de Casimiro. Pues las mismas artes lograron atraer a hombres muy fieles que
estaban al lado del príncipe, por allí por donde poco antes había hecho defección
Boleslao. Y en verdad fueron émulos del infortunio ajeno e hicieron auspicios de su
propia fortuna. Había un hombre enfermo (o al menos proclive a enfermarse), Lestco
príncipe de Masovia; pero era muy fuerte por la probada fortaleza de los suyos. Piensan
que, después de convencer a estos, Casimiro recuperó un poco de su fuerza. Dicen
entonces haber encontrado entre él y su hermano una prenda muy inviolable de alianza.
Le aconsejaron no negarle a su hermano solamente una pequeña provincia de las
llamadas Campestres; esta, a la muerte de Lestco, le correspondería por agnación, pues
era de Lestco. A su constitución no le caía bien el principado sino más bien el consuelo
de alguna vida más sencilla. De este modo –le aseguran– se daría fin a la controversia.
Mientras tanto Casimiro deja en suspenso la respuesta, porque debía atender a asuntos
bélicos. Pero entre tanto ellos hablan secretamente con el procurador de Lestco y
príncipe de su milicia, cuya prudencia regía todo el principado, y le dicen que la
decisión ya está casi tomada por Casimiro. Le mienten, pues le dicen que Casimiro ha
obtenido la alianza con su hermano dando en pago la posesión de un sobrino enfermo.
“Examina –le dicen– qué es lo que vas a elegir. Si consientes (¡Dios no lo permita!), la
condición del pupilo, contra todo derecho, empeorará y tú mismo de derecho te privarás
de su tutela o cuidado. Pero si te niegas, te encierras en un difícil laberinto de hostilidad
para con Casimiro. Pues Mesco no tiene escrúpulos en hacer tales comercios; si eres
sabio, te pondrás bajo su patrocinio y estarás libre de una cosa y de otra.” Entonces
Lestco se dejó persuadir por su procurador y con toda su potestad se pasó del lado de
Mesco; al hijo de Mesco, un joven de ingenio y elegancia, lo instituyó por testamento su
sucesor. Pero el joven no soportó la espera y se impacientó consigo mismo.
Inmediatamente empezó a comportarse como príncipe. Pero Lestco, aunque enfermo,
llevó a mal esto y se arrepintió. Fue a postrarse ante Casimiro y dijo: “Padre, pequé
contra el cielo y contra ti y no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Hazme uno solo de
tus jornaleros.”1 El príncipe lo recibió muy humanamente con lágrimas y besos y lo
perdonó por su defección. Pues, como dice la ley, una mujer que vuelve en corto tiempo
no se considera que se haya alejado. Entonces Lestco confirma con piadosa veneración
la religión del testamento paterno y le añade la fuerza de su propio testimonio; de esta
manera asegura que Casimiro será su completo sucesor; el último día de su vida hizo
esa afirmación, con el arbitrio de su última voluntad. Por ello quedó como inválido lo
hecho en el primer testamento, porque el primer legado concluye en virtud del posterior.
Pues no tiene validez el consentimiento mientras persista ese consentimiento.
14. Así la discordia entre los hermanos no quedó del todo dormida pero sí un
poco interrumpida. El valeroso Casimiro, seguro de que el entorpecimiento del ocio es
enemigo de la naturaleza, se aplica a los asuntos externos, pues no se dignaba quedar
limitado por la cárcel de la propia patria. Entró entonces a Rusia y atacó la primera
ciudad de los brestenses.2 Ciñó por todas partes con el asedio a esta ciudad, muy
fortificada tanto por sus hombres como por su ubicación. Él intentaba restituirla al
1
Lc 15, 18-19.
2
No he podido identificarla.

82
primogénito de su hermana, a quien sus hermanos habían echado por error. Su madre
tenía causas clandestinas para su odio: mentía diciendo que no era su hijo, sino que le
había sido puesto por desesperación ante la ausencia de prole. Esto, si bien no da fuerza
de verdad, sin embargo a muchos los fuerza en su opinión. Por eso los ciudadanos,
juzgando indigno que un hombre espurio fuera su príncipe, se rebelaron
encarnizadamente; incluso los jefes de los ejércitos se escandalizaron mucho por ello.
En esa sedición se produjo un tumulto que llegó hasta Nicolás, príncipe del sacro
palacio y hombre de suma virtud. Se indignaban de que por su locura, no por su
consejo, la majestad de un príncipe tan grande hubiera llegado a la necedad de defender
la causa de un bastardo, contra hijos, no contra nietos; que por un vil y pequeño lucro
hubiera prostituido la gracia de los lequitas con tan sórdido comercio. Y no faltaron
quienes con pertinacia dijeron que él había pactado con los enemigos la entrega del
ejército. Pero el varón fuerte e ingenioso con prudencia debilita algunas de sus palabras,
tolera algunas con ecuanimidad y disimula otras, para no parecer más un alimento de la
sedición que una ayuda al propósito común. Mientras tanto viene uno de los soldados,
quien muestra con su dedo unas columnas del enemigo: no era un preanuncio sino que
ya estaban cerca. Estaba en efecto Wsewlodo, duque de Belsia,1 con los príncipes de los
laodimirenses,2 con los principales de Galitzia y con miles de partos,3 para ayudar a la
ciudad. Me parece ver un bosque de lanzas erguidas, aquellas insignias bárbaras en los
escudos, esa rutilancia de las armas, las muy ordenadas filas de escuadrones, sus muy
serenos pasos; tan serenos que parecían moverse inmóviles, para poder irrumpir poco a
poco en el campamento de los sitiadores y obtener con disciplinado método de combate
la gloria de la victoria. Ante la llegada de la guerra, Casimiro manda que suene el clarín,
toma las armas, salta veloz sobre su bucéfalo4 y se lanza intrépido ante un enemigo que
no esperaba esto. Mientras tanto unos de los suyos atendían al asedio, otros exploraban
la ciudad y otros estaban dispersos, dedicados a otras tareas. ¡Qué sorprendente audacia,
por no decir temeridad! Con tan pocos hombres Casimiro, sin saberlo los suyos, no
temió enfrentarse él solo a tantos miles de enemigos, en medio de una nube de flechas
de los partos, densa como de granizo y que hacía en todas partes terrible estridor. Y
dice: “No hay dificultad, compañeros. El avispón disipa los enjambres de avispas y al
sola vista del halcón dispersa a las aves.” Entonces, a manera de un rayo, atravesó y
puso en fuga la primera fila de enemigos, perforó con la lanza los férreos muros de sus
armas, los ultimó con su espada y los postró, como a heno, en el campo. ¡Qué cosa
digna tanto de fe como de estupor! No lo oprimió el ímpetu de tantos hombres robustos
ni la mole de quienes lo atacaban; no logró atravesarlo el filo de tantas espadas; no
lograron herirlo tan densas lanzas que le arrojaron; lo oprimieron como con un trapiche,
pero no pudieron asfixiarlo; se asemejaba a un jabalí impulsado por la rabia de los
perros y la suya propia, que ataca con sus dientes fulminantes. No fue vencido sino que
se fatigó venciendo; recibió de frente las olas y, cual un peñasco, las rechazó y
apaciguó; toda la furia de las tormentas y la fuerza de los piratas se estrelló contra él. En
verdad

Prevaleció en el choque
la piedra; la olla cayó en su propio
ímpetu. La piedra está firme
hiriendo; soportó el choque la olla
1
Al parecer, Belza.
2
Parecen ser los de Laodimiro, de quien se habla más abajo, en este mismo capítulo.
3
Los partos eran un pueblo antiguo, de origen indoeuropeo, que había sucedido al gran imperio de los
persas; ignoro a qué pueblo posterior puede aplicarse aquí la palabra Parthi.
4
Bucéfalo era el caballo de Alejandro Magno.

83
que con la piedra peleaba;
en cambio el cántaro se quebró.

Pero el resonante combate se extendía; los hombres de Casimiro se apresuran y


lloran como ya extinguida a la estrella de su propia gloria. Pero, al ver el signo del
águila vencedora en medio de tantos cadáveres, entran gozosos. Combaten ansiosos de
victoria, tanto más cuanto ven que ha triunfado gloriosamente el príncipe, a tal punto
que de tantos miles de soldados enemigos solo el príncipe de ellos, con la agilidad de
Pegaso, ha podido escapar. A todos los había ultimado la espada saturada de sangre o los
había envuelto en su huida el torrente de las aguas. A algunos el vencedor los había
entregado a las cadenas, según el pronóstico que les había hecho a ellos su propio augur.
El día anterior a la batalla, cuando le habían consultado sobre su resultado final, les
respondió, después de haber consultado las palpitantes entrañas,1 que se les avecinaba
un triste final. Interpretaron que el presagio no se aplicaba a ellos; y en esto se
equivocaron. El mismo error de adivinación que cuando Saúl consultó a Samuel, a
quien había evocado la pitonisa: las armas del ínclito Israel cayeron en el monte
Gelboé.2 Pero después de un poco de tiempo el príncipe instituido fue envenenado por
los suyos y murió. Casimiro asignó la provincia del príncipe difunto, en razón de su
obediencia, al duque Laodimiro, hermano del duque Romano.
15. La liberalidad de Casimiro engrandeció a este Romano, por sus méritos,
también con el reino de Galitzia, después de enviar al exilio a su rey Laodimiro. Este le
pidió a Bela, rey de los panonios, el auxilio de su restitución. Al punto el rey, no por
apiadarse del exiliado sino por ambición de ese reino, expulsó al rey substituto, ocupó el
reino y puso a su frente a su propio hijo; al exiliado, para que no le causara ningún
impedimento, lo encerró en una prisión en Hungría. Laodimiro logró seducir con
regalos a sus custodios y escapó de su prisión. Luego, después de muchos trabajos,
donde temía unas sirtes,3 en el propio peligro de su vida fragosa halló un puerto de
salvación; donde recibió su enfermedad, allí halló el remedio. En efecto con impetuosa
temeridad cruzó con unos salteadores las fronteras de Casimiro; allí raptó a algunas
mujeres de hombres ilustres y, superando los exterminios de los bárbaros, se las apropió
por derecho de saqueo. No menciona la virginidad perdida de esas muchachas (algunas
de ellas, todavía inmaduras); callo sobre el postrado pudor de las matronas; callo
también sobre el santuario profanado; sobre los ministros del sacrificio que, en medio
de la celebración y con sus sacras vestiduras, fueron quitados a la fuerza del altar; fue
dañada la religión del tiempo y pisoteada muy irreverentemente la honra debida a la
Reina de los Cielos, pues tal impiedad no se horrorizó ante ese execrable crimen, en el
propio día de la Asunción. Por esto el autor de tal impiedad fue desterrado por
Casimiro; sin duda debió temer de su parte una indignación mayor, pues había atacado
su majestad con osadía tan temeraria. Pero, como se postró suplicante ante la piadosa
autoridad de Casimiro, no le faltó la ayuda de su piedad, de la cual sin duda debía
desesperar. En el sagrado oráculo del príncipe encontró no solo el perdón para su
temeridad sino también el beneficio de su gracia consoladora. Y aquel Nicolás, muy
célebre príncipe de palacio, fue enviado por la Serenidad Imperial y –lo que parecía
imposible a los hombres de las regiones orientales– echó por la fuerza al hijo del rey y a
toda su pompa de Panonia y restituyó su reino al exiliado. Así a este hombre la misma
1
La adivinación mediante el examen de las entrañas de los animales era común en la antigüedad,
particularmente entre los etruscos.
2
Cf. 1 S 28, 7 ss; 1 S 31, 1 ss. El latín dice Pythonissa, aunque evidentemente no era una profetisa de
Apolo.
3
Las Sirtes eran ciertos bajos fondos de la costa del norte de África; este nombre se aplica también a
cualquier peligro.

84
mano le causó la herida y le dio el remedio. Por eso todos los reinos orientales quedaron
tan asustados que temblaron ante el poder de Casimiro, como hojas al viento.
16. Pero esa gloria tan excelente le procuró a Nicolás no sola gracia sino también
envidia. Pues quienes no pueden conseguir algo por sus virtudes, atacan a otros. Y el
veneno de la sedición se expandió tanto que setenta prefectos se levantaron contra esta
columna; ellos pensaban que podían brillar, si se producía el ocaso de Nicolás, como el
de algún sol. Para que su faccioso comportamiento no pareciera sin motivo, y como no
tenían razones ni verdaderas ni verosímiles para alegar, llevaron algunas ridículas y de
esas naderías hicieron una causa. Alegan que por él ha caído todo el decoro de este reino
y ha perdido su fuerza; afirman que, disuelta la alianza con el rey de Panonia, ha
expirado así la seguridad de este reino; dicen que, con la restitución de ese hombre de
Galitzia, ha declinado toda la gloria de los lequitas, porque era más justo clavarlo al
patíbulo, no el elevarlo al reino. Añaden que nadie debería soportar la arrogancia de
Nicolás, quien, sin respetar la reverencia del senado, no solo la abajó y despreció sino
que no tuvo vergüenza en elevar hasta el cielo su propia contumacia. Por lo demás su
diligencia bien conocida a favor de la república, la experimentada confianza de su
fidelidad, su bien probada fortaleza y su conocida virtud deshacen todos esos engaños,
que eran nada más fruto de estrepitosa envidia y no se apoyaban en posibilidades reales.
No obstante deciden llevar a cabo por el engaño lo que no podían por ninguna fuerza.
Pues sabían que él no podía caer mientras estuviera en pie Casimiro. Ellos trataron más
sutilmente de lograr su propósito conspirando en secreto contra Casimiro; mandaron
que la propia cabeza de la traición, el prefecto de Cracovia, buscara ocasión de
defección y se pasara a Mesco; para ello buscaban el tiempo más oportuno. Así, como
estaba dedicado el príncipe a otras ocupaciones, fingieron que él había muerto y
simularon varias causas de su deceso. Sugirieron que el prefecto y Mesco volaran hacia
la ciudad; ellos por su parte intentaron ocuparla, vacía como estaba de enemigos de
Casimiro. Pero Fulco, venerable obispo de Cracovia, se anticipó a ellos y con unos
pocos enemigos tomó la fortaleza. Resistió mucho tiempo a los traidores, pero la
traición finalmente se llevó a cabo. Fueron entregados la ciudadanía, los municipios, las
insignias del poder, las prefecturas y los tribunados. Los monstruosos traidores se
apoderaron del honor consular, de las dignidades y de toda magistratura. Pero la estrella
que había muerto –según la mentira de ellos– brilló con mayor esplendor en ese tiempo
de oscuridad. Pues el varón fuerte, aunque a veces languidece, nunca se marchita en su
valor. Y Casimiro hizo venir dos águilas desde el oriente y echó a los voraces buitres y
pérfidos cuervos. Pues, al oír que Casimiro había revivido y que lo acompañaban
Romano, duque de Laodimiria, y Wsewlodo, príncipe de Belsia, los partidarios de
Mesco se dieron a la fuga de noche. También los llenó de miedo el rumor de que les
salían al encuentro las tropas de Conrado, el invicto duque de Bohemia. Este fue un
príncipe de tanto valor que ante su poder giraba todo el eje del Imperio Romano. Pues
Federico, el victorioso emperador de los romanos, al irse a pelear contra Saladito, el
muy cruel enemigo del Santo Sepulcro, lo dejó como coadjutor de su hijo Enrique en la
excelsitud imperial y lo antepuso a los demás príncipes. Este hombre, hermano
conyugal de Casimiro, no pudo de ningún modo ni debió disimular las injurias al más
íntimo de sus amigos. Mientras Conrado estaba ocupado en los muy necesarios asuntos
del imperio y se veía realmente obligado a demorarse, Casimiro marcha intrépido sobre
Cracovia. La recuperó en el mismo momento en que la ceñía con su asedio. ¿No ves,
Casimiro, la evidente presencia de la divinidad? Defendían numerosas fuerzas selectas a
la ciudad, dotada de todos los pertrechos y llena de tropas. Todos estaban muy
ejercitados en las trabajos de la guerra; todos se habían conjurado y se lanzaban a gritos
para lograr en armas la muerte y ruina de Casimiro. El hijo de Mesco, a cargo de los

85
baluartes, y el prefecto de la ciudad, artífice de todos estos consejos, los animan y les
dan fuerza. A uno lo estimulaba el deseo del reino; a los otros los armaba el puñal de la
malicia. Todos desesperaban de hallar en Casimiro el perdón. Entonces cierto criado del
ejército, haciendo como un juego, salió del campamento de los sitiadores, cruzó y
vallado y el terraplén y se acercó al muro. Se apoyó sobre él y encendió una antorcha
humeante, de modo que imitaba el incendio de la ciudad. De repente entonces surge un
clamor; por todas partes vociferaban que la ciudad ardía. ¿Dónde está, varones, esa
fortaleza? ¿Dónde, ese ánimo que poco antes hervía? ¿Dónde, esa atrocidad de leones?
Todos quedaron de repente atónitos, como golpeados por un rayo y como si hubieran
estado envueltos en muy densa oscuridad de llamas, aunque no había ningún peligro.
Espontáneamente se lanzan desde los muros a las manos de sus enemigos; algunos
abrieron las puertas y se lanzaron apretados hacia sus cadenas. Y el propio prefecto de la
ciudad, ese hombre ingenioso, fue arrastrado semivivo de la basílica en la que lleno de
temor se había escondido; lo expusieron a la avidez de las águilas y por las garras de
estas fue llevado a Rusia y de allí a Panonia, con la cruel suerte del exilio. Esto lo había
anticipado en otro tiempo el santísimo Geteo1 con espíritu profético, pues dijo: “Por lo
demás, serás llevado como un gallo que aleja a la madre del nido y cuida pollos ajenos.”
17. Pero Casimiro liberó a su sobrino y a todos sus hombres, les dio lo necesario
para el viaje y se lo envió a su hermano como don peculiar, después de recuperar la
ciudad y municipios que su hermano había ocupado. Y mucho lo ayudó, en la decisión
de liberarlos, la elocuencia del muy célebre e ilustre arzobispo Pedro. En efecto en
todos estaba ya firme la sentencia de enviarlos al exilio o de dejarlos cautivos en
prisiones o de exponerlos a rebuscados tormentos; o bien directamente de quitarles la
vida, como semillas que eran de sedición. “No hagamos así, no así, hijitos –dijo Pedro.
Pues es injusto que una impía severidad venza los derechos de la piedad; sobre todo
cuando es más honroso mostrar el beneficio que aprovechar la ocasión de venganza.
Oíd, os ruego, notables ejemplos de esta honra. Pirro, el victorioso rey del Epiro,
después de vencer a los romanos, envió a Roma doscientos soldados cautivos pero sin
pedir rescate, para que, una vez conocido su valor, conocieran también su liberalidad.2
Alejandro Magno luchó con el rey Poro, lo venció y lo capturó. Poro se dolió tanto de
su derrota que, a pesar de haber recibido el perdón de Alejandro, ni quiso tomar
alimento ni permitió que le curaran las heridas. Alejandro reconoció su valor y lo volvió
a poner incólume en su reino.3 No menor fue la piedad de los habitantes de Heraclea.
Cierta vez los atenienses llegaron con sus naves y devastaban sus campos, pero una
repentina tempestad las destruyó. Los atenienses, siendo tan pocos, no podían volver ni
por mar ni por tierra. Pero los de Heraclea, si bien podían vencerlos e incluso destruirlos
completamente, los devolvieron, después de darles la ayuda necesaria, para que fueran
sus amigos quienes habían venido como enemigos.4 Pero no tiene todavía vuestro
paladar un gusto de uvas silvestres y cierto sabor agrio de gentilidad? Pero no puede ser
insípido el ejemplo del santo varón Eliseo.5 Pues el rey de Siria a menudo en conclave
secreto disponía cosas contra el rey de Israel. Eliseo veía esto gracias al espíritu del
Señor y lo revelaba al rey de Israel. Así, por lo indicado por Eliseo, fueron capturados
muchos exploradores. Al conocerlo el rey de Siria se llenó de ira y mandó un ejército
para sitiar la ciudad de Dotán, donde vivía Eliseo, para que lo capturaran y lo llevaran
ante él. Pero de mañana un criado de Eliseo –según otros, era hijo de una sunamita 6– vio
1
Desconozco quién es este personaje.
2
Cf. Justino, Historia universal 18, 1.
3
Cf. Justino, Historia universal 12, 8.
4
Cf. Justino, Historia universal 16, 3.
5
Cf. 2R 6, 8 ss.
6
De Sunam, en Palestina.

86
un soldado cerca de la ciudad y lleno de estupor fue a ver a Eliseo; le dijo: Padre, la
ciudad está sitiada por los sirios.” Respondió: “No temas, porque muchos más están con
nosotros.” “De ningún modo, señor”, dijo el niño. Entonces Eliseo rogó al Señor, para
que le abriera los ojos al niño. Este, al orar, vio carros de fuego y soldados en número
mucho mayor que el de los sirios y dijo: “Es verdad, señor, lo que dices.” De nuevo oró
Eliseo, para que el Señor hiriera a los enemigos con la ceguera, de modo que no
pudieran ver sino que padecieran cierta especie de insensibilidad (se llama acrisia o
también adercia1); con ella fueron heridos los sodomitas, cuando los ángeles se
hospedaron en casa de Lot. Eliseo les salió al encuentro diciendo: “¿A quién buscáis?”
Ellos, sin reconocerlo, le dijeron: “A nadie sino a Eliseo.” Él: “Seguidme y lo
encontraréis.” Ellos lo siguieron y llegaron a Samaría. Cuando estuvieron en medio de
la ciudad y no se dieron cuenta de dónde estaban, nuevamente Eliseo rogó que se
abrieran sus ojos. Ellos, al verse en medio de la ciudad y en medio de sus enemigos,
temieron mucho. Y dijo Joram, rey de Israel, al profeta: “Los mataremos.” Él dijo: “De
ningún modo, pues no los trajiste tú con el arco y la espada, sino el Señor con su poder.
Al contrario, que se les dé algo de comer y se los deje ir.” Lo cual fue hecho. El Señor
envolvió a vuestros cautivos con una ceguera no distinta y el santo arzobispo de
Cracovia y toda su devota iglesia lloraron más que el profeta. ¿Quién salvo un ciego no
ve la ceguera, por la cual ellos creyeron que había un incendio donde no hubo ni
vestigios de incendio? Su cautividad se debe a un don divino y no a nuestro valor. Por
ello conviene retribuir el don divino con la piedad, no con la cruel e impía venganza.
Así entonces Casimiro los dejó libres y sanos y salvos a todos. Esto ató tanto el ánimo
de Mesco en el amor por Casimiro que dejó de hacer afrentas y se alegró de ser objeto
de los abrazos fraternos. Vio esto Vincencio, quien escribió estas cosas, y sabemos que
su testimonio es verdadero. Los coloquios entre ambos fueron fieles, fidelísimos; sus
comunes solemnidades y banquetes fueron alegres y llenos de afectuosísimo amor. Pero
el arzobispo Pedro fue como la cuerda; más aún, como la cadena de oro de esta
concordia. Él era un varón lleno de virtudes y ciencia, perfeccionado en toda sabiduría y
notable en el decoro de sus costumbres, muy ilustre tanto por su prosapia como por su
nobleza de ánimo. Sé que mis palabras nunca igualarán sus hechos, pero intentaré
decirlo.

En el cielo de estrellas fijas,


soy como Catón ante Homero.
Pues esta piedra de Pedro
es mayor que arte del metro.
Canten en variadas medidas
poetas de los siglos a Pedro;
mas claudica todo metro
y no basta para alabarlo.
Si quieres conocerlo bien,
mira en torno, hacia el cielo,
y olvídate de los de aquí,
pues solo él carece de dolo.
Es una fuente llena de néctar,
un sol muy dulce y sereno,
el rey entre todos los astros,
más néctar que todo néctar.
No te conoces bien, si buscas
1
Son palabras griegas que significan, respectivamente, ‘falta de juicio’ e ‘falta de visión.’

87
los bienes que están fuera.
¡Santo varón, son tus mieles
más dulces que toda miel;
te ensalza tu linaje, tu orden,
tu poder y tu tan noble virtud.

18. Nicolás, príncipe de palacio, el mismo a quien acusaban de haber disuelto la


alianza con el rey de Panonia, fue quien la restableció. Pero lo hizo junto con Fulco, el
memorable arzobispo de Cracovia, y según las disposiciones de los santos; es decir, de
San Esteban y San Adalberto, patrono de Polonia. Debían venerar en común uno y otro
reino la amistar y enfrentar juntos cualquier hostilidad; así sería también común la
prosperidad y no habría diferencia para ayudarse en la necesidad.
19. Casimiro, una vez que se afirmó en el reino, tuvo certeza acerca de sus
amigos pero no sobre sus enemigos. Atacó fuertemente a los getas. Después de dañar
severamente a los getas fronterizos con continuas campañas, llenó de ferocidad su
cerviz y se lanzó con ánimo contra los polexianos,1 a quienes hasta ese momento nadie
había atacado por la fuerza o por la guerra. En efecto a Casimiro le parecía poco
glorioso el contentarse con la gloria paterna. Los polexianos, de origen o de los getas o
de los prusos,2 son un pueblo muy atroz y más truculento que las fieras, inaccesible por
sus vastas soledades, por la densidad de sus bosques y por sus bituminosos pantanos.
Cierto ruteno, príncipe de Drohiczin,3 a escondidas favoreció a algunos ladronzuelos de
ellos y por eso fue el primero en recibir la indignación de Casimiro. Fue encerrado en
asedio en la capital de su principado, llamada Drohiczin, y debió someterse no a las
leyes de la rendición sino a perpetua servidumbre. Después de recorrer esa
infranqueable vastedad en rapidísimo curso de tres días naturales, el católico príncipe
manda, la madrugada del cuarto día, que antes que nada todo el ejército sea alimentado
con el sacramento de la Hostia Saludable en una celebración del reverendísimo obispo
de los plocenses. Pues para luchar contra partidarios de Saladino,4 contra enemigos de la
fe sagrada e inmundos idólatras, convenía confiar más en las armas de la fe que en la
armadura material. Pero no lograban entrar en batalla, por más que buscaban al
enemigo. En efecto ellos se escondían en santuarios y en cuevas, no tanto por
pusilánime temor sino más bien por industria. Pues están habituados a combatir en lo
estrecho pero son nulos en los llanos; son más fuertes por su arte que por sus fuerzas,
más por su temeridad que por la virtud de su ánimo. Al no encontrar a sus rivales, los
lequitas, para no parecer ociosos, se dedicaron afanosamente a devastar: incendiaron
santuarios, burgos, aldeas, edificios altos, graneros. Como entre ellos no hay
municipios, las únicas defensas y muros que tienen son los de las fieras. Su príncipe
Polexio se acercó dolosamente a Casimiro y se confesó vencido; le pidió que se
apiadara de los suyos y lo recibiera como servidor; para ello se ató con la promesa de
pagar condigno tributo y, en prenda de fe, le mostró algunos rehenes y prometió que le
daría otros más. Ante esta garantía de los rehenes, el ejército detuvo su acción. Entre
tanto los polexianos talan un bosque, cierra toda entrada y renuncian al pacto. Dicen que
la salud de los rehenes no debe ser impedimento para la libertad y que es mejor para los
hijos el perder la vida que el perder la libertad de sus padres, pues a ellos una muerte
honrosa les va a dar mejores nacimientos. En efecto hay una demencia común a todos
los getas, según la cual las almas, una vez liberadas de sus cuerpos, son infundidas
1
No conozco a este pueblo, que toma su nombre de un tal Polexio, como se ve más abajo.
2
Más abajo habla de ellos al parecer como getas; en cuanto al Prussorum genus que dice el texto original,
no sé si se refiere a los prusianos, porque no conozco para ese pueblo una grafía Prussi.
3
Al parecer, Drohiczyn.
4
El célebre sultán Saladito (1138-1193).

88
nuevamente en cuerpos por nacer; algunas se embrutecen, al tomar cuerpos de brutos,
porque lo inmediato del hecho no los separa de la fiereza de los brutos. ¿Pues qué
rebaño de cabritos encerró alguna vez lobos en su cercado? ¿Qué topo fue tan ciego
como para poner un gato en su propia cueva? ¿Qué lechuza desea encadenarse y dejar
libre a las águilas el nido de sus implumes polluelos? ¡Qué bruta simpleza! ¿Cómo es
que unes, en cruel necesidad, la natural mansedumbre con la fiereza de los leones? Eso
les pasó a los gobios, que estaban a punto de ser destruidos por la voracidad del mújol.
Ellos trataban de destruirlo y para ello pidieron suplicantes la ayuda y el consejo de los
siluros. Les respondieron los siluros que ellos también sufrían por un tirano, pues habían
hecho a un lobo1 su rey; les pareció entonces oportuno esperar y buscar un tiempo para
deliberación. Mientras tanto una bestia marina había seguido su voracidad y se había
lanzado impetuosamente a un lugar arenoso. Como semejante mole no podía salir de
allí, fue atacada por pequeños reptiles y pereció. Este hecho sugirió el modo y la
audacia de la determinación, pues exploraron y eligieron un seno marino bastante
ancho, pero de muy poca profundidad y vecino al mar. Consideraron que era el lugar
más apto para matar a sus reyes, pues en él cabían todas sus innumerables legiones y sus
reyes perderían fuerza; y los gobios y los siluros no eran menores que los reptiles; por
otra parte ni el mújol ni el lobo eran mayores que las bestias marinas. Allí se reunió una
infinidad de peces y en asamblea hicieron reclamos a uno y otro rey, a pesar de su
renuencia. Pero el lobo, taimado como era, entró en esa laguna; por su parte el mújol
obstruyó la salida. Así esa muy débil plebe de pececillos ue desgarrada por los dientes
del lobo o tragada por las fauces del mújol. Y no menos fatua fue la astucia de los
polexianos que la simpleza de los gobios. En efecto los hombres de Casimiro avanzaron
en lo estrecho y se ensañaron con sus enemigos: con los dientes de sus lanzas
destrozaron a esos pequeños gobios y los devoraron con las fauces de llamas y espadas.
Por fin, después de la conflagración de toda esa tierra, tanto su príncipe como sus
magistrados doblaron la cerviz ante el escabel de Casimiro, pidiendo por su salvación y
la de los demás. La piedad del serenísimo príncipe se inclinó a la compasión; les puso
como caución y prenda de justa obediencia un tributo y volvió en triunfo a su tierra. Allí
se dejó persuadir no por la pereza sino por el cansancio de los suyos y se entregó un
poco al ocio. Tenía por costumbre venerar las solemnidades de los santos. Por ello,
venerando el día del bienaventurado Florián tanto con oficios divinos como con
oraciones y acciones de gracias, le dedicó entero al Señor e instituyó para el siguiente
un banquete para los príncipes y los notables del reino. En el banquete tuvieron muchos
motivos de alegría: el triunfo total sobre los enemigos, la fortaleza y la salud del
príncipe después de tantos peligros, la paz propia y de los amigos y, cuarto, los festejos
por los hechos y los tiempos. Y no faltaba en medio de estas delicias la suave alegría del
príncipe, que infundía en todos un ánimo exultante. Pero, mientras toda clase de voces
jubilosas se elevaban hasta el cielo, de repente la serenidad de tanta gloria quedó
sepultada por una repentina tempestad. Pues ¡qué dolor! El llanto se apoderó de todo el
gozo y la tristeza encadenó y esclavizó a la alegría. Mientras todos estaban llenos de
júbilo, ese singular astro de la patria, en el momento en que proponía ciertas cosas sobre
la salud del alma a los pontífices, bebió un poco, cayó a tierra y expiró. No se sabe si
murió de enfermedad o por un veneno.
20. En el ocaso de un sol tan grande las tinieblas cubrieron la tierra y la
oscuridad a los pueblos; todo se llenó de tristeza. La calamidad de este infortunio
repentino no llegó inmediatamente al pueblo, el cual no dejó de entregarse a alegres
asuntos. Así se mezclaron la tristeza y la alegría. Esta, raptada por la tristeza para que se
casara con ella, se quejaba con tales palabras.
1
Entiendo que por ‘lobo’ debe entenderse el lupus marino.

89
ALEGRÍA y TRISTEZA1
Alegría No hay pudor por dolor
pero es dolor esforzarse
por el pudor.
Triste me quejo por la tristeza
y de mis flores entretejo
fúnebres coronas.
Estaba casada con uno que era
más que rey; lo abracé y elegí
más que a mil reyes.
Pero le llegó la ley de la muerte
y al punto infortunios sufrí
de la muerte.
Lloro llena de tristeza y estoy
sometida a su enorme poder
y su gran fuerza.
Me aprieta y atormenta ella
y temo quebrarme como juguete
de un enemigo.
Tristeza Adivinar las causas de una causa
y oponer una lid a otra lid
es injuria al derecho.
¿Por qué te lanzas impetuosa
contra nuestros lares y gritas
con vulgar imprudencia?
Alimentas llanto y luto. ¿Hay
fruto en pasar todas las noches
bañada en llanto?
Tú sigues con todos el curso
del agua y sabes tomar el camino
aun en la adversidad.

ALEGRÍA y LIBERTAD
Alegría He aquí la libertad, esta hermana
en cuyas arras el horror funda
pactos de esponsales.
Así me convenzo y así me tratan
de persuadir. ¿Por qué me demoro,
con oprobios ante oprobios?
Libertad Tú desdeñas ser ensalzada en arras,
desdeñas gozar de las verdeantes
gracias primaverales.
¿Quieres comparar nuestra suerte?
Estamos obligadas a recibir estipendio
en medio de rameras.
Llora la honestidad, llora la piedad,

1
Esta composición poética trae algunos lugares que no tienen, al menos a mi entender, la suficiente
claridad (a veces, porque no se ve bien si se alude a alguna situación histórica concreta). Traté de
allanarlos como pude con mi versión.

90
llora todo el conjunto de las virtudes
en gran agobio.
Todo sexo y toda edad metas
fijó a su alegría, sin trasponer
el término final.
Proa y marinero cayeron; las olas
entonces levantaron sus aguas
en sirtes y naufragios.
Entonces sobrevino la tormenta,
que cubrió con abismo profundo
los remos de salvación.
Por ello, ahora sin nubes, ten,
hermana, esperanza en el sereno
y cálmese tu tristeza.
Llénate, tristeza, de gran alegría.
Ya suenas las trompetas de Himeneo
y suenan sus danzas.
La alegría con oro y con gemas
adorna a la esposa; también lo hace
colorida dulzura.
La viudez destaca al esposo y triste
pestilencia es aquello que destaca
a tristes hipócritas.
Brilla la esposa con gemas y oro;
verdeante primavera le da a ella
coronas de laurel.
La tristeza, de su triste tesoro
cubierta, la cubre con lanas
de oscuro color.
Un coro, alegre por el rostro
de la esposa, brilla rutilante
con rutilante hábito.
La tristeza, con triste sollozo,
y el lamento, en sus gemidos,
provocan dolor.
Malas alianzas se trazan,
la fe del esposo muestra
evidencia de dolo.
La esposa pierde su decoro
y todo esplendor se extingue
en los tristes atrios.
Hay acusaciones de crimen,
se dan varios nombres y se acusa
a los inocentes.
Todo está envuelto en oscuridad,
no se examina lo verdadero
pero se dan suplicios.
Tristeza Vosotros, hombres de antigua ley,
la lascivia tienta con su lujo
al rey Casimiro.

91
Pero no puede quebrar su vigor
ni doblegar con su petulancia
al fuerte varón.
Llevo una muy dura cicatriz
pero ¿es acaso una injuria devolver
lo que se recibe?
¿Por qué mezclar palabras? Justo es
que aquel que desprecia conozca
el castigo del desprecio.
Que esa malvada compañía, ruego,
sea llevada a la pira y que no quede
vestigio de su ceniza.
Que en mil bodegas, caribdes
y escilas, encierren juntos
a todos esos amantes.

PRUDENCIA y TRISTEZA
Prudencia Te enfureces en tu delirio, Tristeza.
¿Qué aconsejas? Te perturba a ti
el vino. Basta ya
de crápula, disputas y matanzas.
Que el amor dé prendas de amor,
guiando la prudencia.
La fortaleza es ahora una doble
carga, pero ella cosas fuertes
da a los fuertes.
No quebrantes la fe de los pactos
pues una nueva ley no admite
el odio a las antiguas.
Así, el veneno, la hiel, la cicuta:
pero el arte sabe hallar escudos
contra los venenos.
Así la salvación surge libre
y halla toda su seguridad,
guiando la templanza.
Por ello la justicia, ¡oh Disputas!,
nos manda volver a vosotras
y adormecer insultos;
nos manda poner una banda estrecha
en el pecho y apretar a quien quiera
valerse de ellas.
Nunca serás necia por insultar,
si te abstienes de tales insultos,
con suave paciencia.
Hay una cierta temperancia,
que nace cuando unes entre sí
las cosas contrarias.

JUSTICIA y PRUDENCIA
Justicia Dulcemente canta la flauta.

92
El júbilo silba con ella, avecilla,
y te lleva a la red.
¡Qué dulcemente la sirena
de la muerte te conduciendo
hasta el vaso fatal!
La mente sobria lo aborrece;
la muerte es contraria a la vida,
la llena de ebriedad.
¡Cruel matrimonio este! Prudencia,
dime, te ruego. ¿Hay contubernio
con prudente descuido?
Prudencia Pero si así lo quiere la razón,
que haya una concorde unión
entre los discordantes.
Proporción es verdadera maestra
para que, en misteriosos números,
lo disímil se haga símil.

JUSTICIA y PROPORCIÓN
Justicia Proporción, ¿qué aconsejas?
Tú creas unión en el abrazo;
dinos tu parecer.
Proporción Hay un poder en tales vasos,
el hado está en la olla y los besos
causan la muerte.
Declaras cuán prudente eres, cuán
prudentemente aras en la arena
y lavas los ladrillos.
Pero pon gemas en el cieno, da arras
sagradas a los puercos, mientras estén
firmes los santuarios.
¡Qué labor inmensa! ¡Qué sentido
de una mente furiosa y qué delirio
que arruina el ánimo!
Haz girar el huso junto con el copo
de lana, pues sabes que no hay trato
ni consenso alguno.

21. Por tanto al caer el astro de Casimiro surgió un cierto caos y confusión de
personas y cosas, pues algunos quedaron estupefactos ante tan inopinado hado y otros
se pusieron como fuera de sí; muchos se precipitaron a tierra como heridos por un rayo.
Podrías ver a muchos exánimes como estatuas; a otros, bañados en lluvias de lágrimas;
también rostros de matronas y de vírgenes lacerados por sus propias uñas, en ríos de
sangre; a otros, que se golpeaban contra estatuas y se descerebraban con tales golpes; a
otros, que se dañaban con el hierro por la angustia de la tristeza. En suma, con la muerte
de Casimiro todos tenían la misma voluntad de morir. Pero no faltaron algunos que al
mismo tiempo, en callados suspiros, pensaban cómo inclinarían la voluntad de los
príncipes o de los notables hacia sus deseos, de modo de ocupar el principado vacante.
Pero sus pensamientos se desvanecieron. En efecto Dios sabe que los pensamientos de
los hombres son vanos. A Él nunca le faltó la preocupación por un pupilo ni por una

93
viuda. Por tanto, una vez cumplidos los ritos de las exequias, Fulco, aquel venerable
obispo de Cracovia, tuvo una primera reunión con los principales acerca de la sucesión
del reino. Convocó a todos a una asamblea y, después que se acalló un poco el estrépito,
dijo: “Es piadoso el dolor, oh próceres, pero es impía la atrocidad en el dolor; es piadoso
dolerse pero es impío ser insensato en el dolor. Y no hay modo mayor de ser necio que
el atender mínimamente una dura herida, que el no querer emerger después del
naufragio, cuando es posible hacerlo. ¿Cuál es la causa, os ruego, de la disminución y
pérdida de un enjambre de abejas sino la ignorancia o el descuido en poner otro en lugar
del rey muerto. Por eso algunos reptiles que tienen por rey a un lagarto, una vez muerto
este, en seguida ponen en su lugar a aquel que primero se bañó en lágrimas por la
muerte del rey. Es muy importante que hoy se elija a otro antes de las exequias del rey,
para que el sucesor lleve a cabo más solemne y humanamente el funeral del difunto.
Pues, aunque en sí Casimiro está en apariencia muerto, sin embargo en los suyos no
puede morir fácilmente, pues vivió en la inmortalidad de ellos y ha de vivir
perpetuamente en sus beneficios. Tampoco pensamos muere una vid cortada, sino más
bien que se ha propagado, pues sus vástagos testimonian que vive. Y hay dos olivos, dos
luminarias, Lestco y Conrado, hijos de Casimiro. Ambos son niños y pupilos. Es justo
que el mayor en edad sea adornado con la dignidad paterna.” Dijo entonces cierto varón
insigne: “Sin duda, padre venerable, todos deben abrazar un consejo tan saludable;
sobre todo cuando no hay espacio para dilación y la propia demora es en sí un peligro.
Por ello no puede haber vacilación en elegir al príncipe pero primero reflexionemos
acerca de la persona del príncipe. A una cabeza cana no conviene el mentón de un niño,
de modo que una impericia pueril mande sobre los prudentes. El Sabio dice: ‘¡Ay de la
tierra cuyo rey es un niño!’1 Sobre todo cuando un príncipe debe ser discreto, fuerte,
cauto, ingenioso y conveniente en todo. Pues si en cosas mayores –piensa por ejemplo
en el comando de una familia, de una casa, de una nave, de un campo– los descuidos
son peligrosos. ¡cuánto más peligrosamente se puede estar dormido, si se rige una
república con ojos cerrados, por no decir ciegos!” Decía esto para que fuera puesto en el
lugar Mesco o el joven príncipe Mesco. El prelado, lleno de celo divino, respondió: “Tú
como hombre prudente has alegado esto con gran elegancia, pero no tiene lugar aquí.
Eso es verdad cuando se trata de una elección, pero aquí se discute acerca de la
sucesión, pues una y otra cosa tienen derechos distintos. En una hay libérrima libertad
de deliberación; en la otra, necesidad urgentísima y de derecho. Por una quedan
imposibilitados algunos en razón de la edad; por la otra no son excluidos ni los niños ni
los póstumos, quienes rompen el testamento, aunque esté cubierto de gran solemnidad.
Pero, en cuanto a lo que dijiste del gobierno y peligro de la república, esto no es un
obstáculo para los niños. Pues si la república según la ley es como un pupilo, habrá
entonces en una y en otro el mismo derecho, pues donde está la misma razón, allí está la
misma censura del derecho. Por tanto o bien quitarás a los pupilos toda tutela o bien no
negarás tutores a la república. Pues los príncipes tampoco administran la república por
sí mismos sino por las potestades administrativas. Por tanto es muy impío e inicuo
disimular, no ya impedir, lo que dicta la razón, pide la utilidad, manda la honradez,
aconseja la piedad y, en fin, la necesidad manda. Y no lo impide la inveterada
constitución, por la cual se preveía que el poder del príncipe residiera en el de mayor
edad; si bien esto fue abrogado por el Papa Alejandro y el Emperador Federico, quienes
tienen derecho de dar y abrogar leyes, cuando en vida del mayor, esto es Mesco,
Casimiro fue constituido y confirmado como príncipe. Por tanto no puede demorarse en
este aspecto lo que aprueban el consenso de los príncipes, el favor de los próceres y el
deseo del pueblo y los ciudadanos.” Inmediatamente la unánime alegría de todos llegó
1
Qo 10, 16.

94
al cielo diciendo: “¡Viva! ¡Viva el príncipe Lestco para siempre!” Y una serena alegría
invadió a todos en fiesta, como si no hubieran soportado angustia alguna de dolor. tanta
dulzura, amor y afección tenían por los pupilos que no podían separarlos de ellos el
odio, la tribulación, la espada, la queja ni necesidad alguna. Entonces el conde Nicolás,
hombre eminente entre los prudentes, da con alegría gracias a todos y a todos advierte
sobre la constancia y la fidelidad y los instruye; los hizo también prestar juramento, para
que a nadie fuera lícito ir en contrario. Pues este hombre sensato sabía que la mente es
volátil y los afectos son precipitados y resbaladizos como hielo.
22. Al oír esto quedó consternado el anciano Mesco y se postró de indignación.
Dijo que no se dolía por ser despreciado y por ver confundidas las leyes de la
primogenitura, sino porque había sido puesto en ridículo: “Me da vergüenza –decía– oír
algo tan inaudito, tan triste y tan ridículo. Pues no puede ocultarse en hombres tan
prudentes lo ridículo, pueril e insensato. Pues es propio de niños el jugar con niños “a
par e impar y cabalgar con un largo bastón.”1 Y hay tal motivo de dolor, porque, cuando
la corono de este reino cayó en mi hermano Casimiro, ellos no solo no intentaron
levantarla sino que trataron de ahogarla en lodo y ciénagas y de dar la república a los
enemigos. ¿Pues quién no se dolerá ni gemirá, cuando ve que son lanzadas contra él
saetas envenenadas? ¿Quién podrá soportar las astucias de tales ingenios? Hacen
príncipe a un niño, para poder con este pretexto ejercer ellos mismos el principado. Así,
erradicada la estirpe real, ellos podrán más libremente apoderarse del imperio; en lugar
de una sola cabeza surgirán tantos reyes cuantas cabezas haya. Me apiado de vosotros,
próceres, no de mí mismo. Vuestra calamidad, mis prendas, no la mía es la que me
mueve, y el peligro de todos. Conviene que vosotros ayudéis a quien convenía que
obedecierais.” Con estas mismas palabras y con el mismo acérrimo ánimo se dirige al
duque Boleslao y a Mesco, hermano de él, y lo inclina a su deseo. Y por todas partes
busca el apoyo de otros, tanto en este reino como en el extranjero.

Intenta con súplicas, intenta también con dinero;


Sabe muy bien el gato qué botas deberá lamer.

Luego pidió a los principales de la provincia de Cracovia que fueran sensatos,


que no se apoyaran sobre un báculo de caña, que hicieran salir del principado a Lestco y
lo reconocieran a él como príncipe –que no discreparan con la cabeza legítima, si eran
miembros legítimos. En efecto decía que era incongruente no coincidir en todo con él.
Les mandó entonces elegir entre la gracia de una paz gratuita o experimentar el furor de
la espada en el peligro de una guerra.
23. Ellos respondieron: “Las amenazas desaniman a las temerosas corzuelas; el
temor saca a los conejos de los matorrales; pero al león la indignación le da más ánimo
y el ruido exaspera más la fuerza del tigre. La dureza de la piedra aguza el hierro y no
puede decirse gratuito aquello que se obtiene mediante amenazas. Tú estate pronto, que
nos encontrarás también prontos a resistir.”

Las palabras traen su peso; los hados siguen a las palabras.2

Los hombres afines a Wladislao estaban a favor de aquel, no por amor sino por
deseo del reino y por odio a los pupilos. En cambio la piadosa consideración de
Romano, duque de Wladimir, estaba a favor de los pequeños; también lo estaban no
pocos de los rutenos. Pues este Romano se acordaba bien de los beneficios que había
1
Horacio, Sátiras 2, 3, 248.
2
Cf. Estacio, Tebaida 1, 213.

95
recibido de Casimiro. Había sido criado por él casi desde la cuna y puesto por él en el
principado que tenía. Sabía que, quitadas esas cosas, el hacha amenazaba a su propia
raíz: de una parte por Mesco, si vencía; de otra por el príncipe de Kiev, cuya hija había
repudiado. Hay en la provincia de Cracovia un lugar, llamado Mosgava por el nombre
del río, no lejos del cenobio andreoviense. En ese lugar, después de un lugar de espinos
y zarzas,

Por ambos lados resuenan batalla y falanges:


hay bosques de hierro y se yerguen amenazantes
lanzas. ¿Dónde vais, varones y mísera juventud?
¿No es locura bañarse en vuestra propia sangre?
Tú te lanzas contra ti misma, contra ti lanzas
dardos y contra ti se precipita la sed de sedición.

¡Oh sacrílegos, profanos y luctuosos espectáculos que dio esa batalla! Entonces
la filiación no mostró reverencia a la paternidad ni la paternidad perdonó a la filiación;
el hermano no reconoció al hermano ni el consanguíneo al consanguíneo ni el afín al
afín ni el pariente al pariente; tampoco el parentesco espiritual se reconoció a sí mismo,
pues todos se mataron unos a otros sin distinción alguna. Aquí murió atravesado por una
lanza Boleslao hijo de Mesco; aquí un soldado gregario hirió a Mesco pero, cuando
intentaba ultimarlo, Mesco se sacó el casco y exclamó que él era el príncipe; el soldado
lo reconoció, le pidió perdón por su imprudencia, lo protegió del ataque de otros e hizo
aminorar allí el combate. Incluso el propio duque Romano, no sin gran matanza de los
suyos y privado de muchos auxilios, tanto por las heridas como por desesperación de la
victoria se vio forzado a huir. Pues en el primer choque de sus hombres la mayor parte
de los rutenos se dio a la fuga; esto quitó el triunfo a las tropas de los niños. La mayor
parte de ellas no afrontaron el combate sino que siguieron en la fuga a los rutenos, unos
por apoderarse de botín y otros por indignación. En auxilio del anciano acudió Mesco,
hijo de Wladislao, junto con Iaroslao, hijo de Boleslao. Al no encontrar a nadie en el
lugar de la batalla, puesto que ambas partes se habían ido, se alegraron y levantaron allí
señales de triunfo, como si hubieran obtenido victoriosamente el campo. Pero el conde
Gorovicio, aunque tenía pocas tropas, luchó contra ellos y, al modo de un rayo, se lanzó
en vano con todas sus fuerzas. Agobiado por el número dispar de su enemigos,
sucumbió no sin gloria; fue capturado, llevado y retenido bajo nombre de cautivo;
finalmente fue liberado gracias a la intervención de algunos amigos. Pero el prelado
Fulco, de quien tanto hablamos antes, pendía entre la esperanza y el temor. No obstante,
entregado atentamente a la oración, en un lugar apartado aguardaba el fin de la batalla.
Al ver a uno de los que habían vuelto del combate, le dijo: “¿Hay algún buen anuncio,
algo favorable a nosotros? ¿Qué palabras, qué hechos nos traes?” El hombre respondió:
¡Que nunca nuestra buena fortuna de hoy abandone a nuestros enemigos! Cayó Romano
y cayeron los principales de los principales. Algunos fueron capturados; otros, huyeron;
todo nuestro ejército se desvaneció por los aires.” Le dijo entonces el prelado: “¿Cómo
sabes que cayó Romano?” Él: “¡Ay! ¿Acaso yo, que estuve presente, no vi la muerte de
un compañero de armas que estuvo presente? Tenlo por cierto, el viejo Mesco se dirigió
en triunfo a Cracovia cargado de despojos de los muertos.” No acababa de hablar
cuando vino otro y luego otro más, y ambos trajeron cada uno una mentira distinta.
Entonces el prelado consolaba un poco a los suyos: “No hay razón por la cual debamos
creer más a este que al segundo o al tercero. Tenemos que creer a cualquiera de ellos o a
ninguno pero ¿cómo pueden coincidir palabras tan disímiles? Lo único que nos queda es
investigar los hechos mediante la sagacidad de alguno de los nuestros.” Entonces uno

96
dijo: “Estoy listo, señor, envíame a mí.” dijo entonces el obispo: “Ten estas tres
palabras: sé activo, diligente y cauto. Que el Ángel del Señor esté contigo.” Entonces él
depuso su hábito clerical –era clérigo– y, simulando ser un bufón y mandadero, se fue
rápido a pie al lugar de la batalla y examinó con diligencia los hechos, preguntando a
quienes todavía estaban medio muertos y a quienes se apoderaban del botín. Después de
haber averiguado diligentemente todo, volvió en seguida y expuso en orden las cosas al
pontífice. Le dijo que el anciano Mesco había regresado a sus lugares, agobiado por un
doble peso de tristeza, el de la muerte de su hijo y el de las heridas que él mismo había
recibido; también, que el duque Romano había sido herido pero no de modo letal. El
pontífice entonces lo siguió diligentemente en la oscuridad de la noche y, una vez que lo
encontró, trató de hacerlo volver, para que el anciano Mesco no llevara nuevamente su
ira a la injuria o, por sí mismo o por Wladislao, a apoderarse de la cabeza del reino. Dijo
Romano: “Sin duda, padre queridísimo, pero ves que me tiene una doble debilidad. Una
es la de mis heridas en el cuerpo; lastra está en los míos, pues carezco de milicia, ya que
una parte cayó en la guerra y otra huyó.” Dijo entonces el prelado: “¿Qué aconsejas
entonces?” Y él: “Tu prudencia conoce bien la prudencia de la serpiente, que pone todo
su empeño en guardar su cabeza. Por tanto es la cabeza la que debe ser custodiada y
defendida, hasta que se deshinchen nuestras heridas. Pues un pez te sigue adonde
quieras, si con un hilo atas sus branquias.” Entonces Romano volvió a su tierra y los
principales, no bien aclaró el día, junto con pocos pero bien preparados hombres, se
pusieron a buscar por todas partes a los enemigos. Como no los encontraron,
deliberaban si perseguirían al anciano Mesco o a los de Wladislao. Pero el prelado
opinaba que no había que hacer ni una cosa ni otra. Les enseñaba que sería una
impiedad la persecución de un anciano tan dañado, pues es impío ir detrás del infortunio
de alguien, cualquiera que este sea –la calamidad se persigue a sí misma y se pudre en sí
misma. Tampoco había razón para ir detrás de los dos, porque el esfuerzo era mucho y
los frutos serían pocos: muy poco fructífero es ir tras algo infructuoso y en vano se
pierde tiempo golpeando paja. Les mandó por tanto apresurarse a la sede del reino, para
que nadie aprovechara el torbellino y se apoderara de la casa real, desierta como estaba.
Pues todo género de peces es capturado más fácilmente en las aguas turbias y sobre todo
bajo la niebla hay que cuidarse del gavilán.

Las águilas al pelearse venden la carne a los cuervos


y un perro que se pelea da sus huesos a otro perro.

Fueron así persuadidos y dejaron de lado su animosidad, no su ánimo. Se dirigen


entonces libremente junto a los niños a Cracovia y restauran más solemnemente que al
principio las solemnidades dedicadas al príncipe instituido. Y así la madre de los niños,
una mujer más prudente que el femíneo sexo tanto por sus consejos como por su
previsión, tomó a su cargo la tutela de los pupilos hasta que creciera el mayor, el cual
estaba próximo a la pubertad. Al arbitrio de esta mujer, y según los méritos de cada uno,
se distribuyen las insignias de las dignidades. Unos son removidos y otros son
sustituidos, de modo que sin su consentimiento no se concedían ni las potestades
tribunicias ni las otras. Tanta reverencia tenían todos por ella que los próceres olvidaban
su propia dignidad y secundaban a esta mujer; incluso preferían disimular y soportar sus
errores –no los que eran torpes –antes que abandonar a los niños. Pues no es posible que
alguien, por más prudente que sea, no caiga alguna vez en la imprudencia; por ello la
imprudencia encuentra más fácilmente perdón en los sabios que en los hombres poco
avisados. Por lo demás varones ya mencionados, el obispo Fulco y Nicolás el conde de
palacio, y algunos de los próceres tomaron a su cargo el cuidado de la república y

97
distribuyeron su administración a las potestades más idóneas y fieles. Por ello
permaneció en silencio esta tierra y durante un tiempo hubo tranquilidad.
24. Mientras el duque Lestco avanzaba en edad e ingenio, como joven que era,
se dedicaba a cazar y a ejercitar su vigor juvenil. Una vez afianzado en tales cosas,
aspiraba al uso de las armas, él que sin ser recluta ni soldado tenía en sí las gloriosas
insignias de la milicia. Pero de todas las cosas una sola bastó para llevarlo a una cumbre
de gloria, pues, aunque era un jovenzuelo, brilló como un sol por sobre todos los
príncipes de Rusia. Pues en ese tiempo el hado se apoderó de Wladimir, duque de
Galitzia, quien no había dejado ningún heredero legítimo. Por ello los príncipes de
Rusia, unos por la fuerza y otros por el ingenio, intentaban apoderarse del principado
vacante. Entre ellos el duque Romano, en cuanto era más próximo en el lugar, en la
misma medida era más próximo en su esperanza y más astuto en su ambición. Pero,
como veía que sus fuerzas eran inferiores, suplicó insistentemente al duque Lestco para
unirse a él en perpetua servidumbre, de tal modo que a través de él Lestco imperara
sobre todos los príncipes de los rutenos y las tierras de los partos, haciéndolo a él no
príncipe de Galitzia sino procurador suyo. Le decía también que, si no obraba de ese
modo, cualquier otro que fijara su sede allí se haría enemigo suyo. A algunos les pareció
vana esta petición, porque no se gana seguridad cuando a un servidor se lo hace un
igual; también, porque es mejor y más útil poseer una cosa por sí mismo que poseerla a
través de otro; por otra parte, rara vez se asocia a un extraño en un vínculo de alianza
individual; además, como la causa era de utilidad, ella solamente sería grata mientras tal
utilidad persistiera. Por lo demás otros decían: “Dos cosas prueban que el duque
Romano no es extraño ni a nosotros ni a nuestro príncipe. ¿Cómo puede ser llamado
extraño quien es con él consanguíneo en segundo grado? ¿Cómo puede dudarse, os
ruego, sobre este hombre, que siempre ayudó a esta república y fue como su pedagogo?
¿Qué otra cosa sino esto nos muestra su fe tan probada en todas las cosas, en tiempos
del sumo rey Casimiro? ¿Qué diremos de su diligentísima obediencia? Sus crudas
heridas, recibidas por nuestra propia necesidad, nos hablan. Es sin duda un crimen
horrible el que un consanguíneo sea privado de nuestra piedad y que no le sea retribuido
lo que se le debe.” Entonces se forman cohortes y batallones y se dirigen campamentos
contra Galitzia. Pero ponen en duda no al príncipe sino la edad del príncipe, como poco
idónea todavía para la guerra; decían que era mejor que él permaneciera entretanto en
casa, entre juegos, antes que entregarse impetuosamente a los sudores del esfuerzo
bélico. Pero el joven, casi llorando, dijo: “¡Ay dolor! Próceres, los míos me consideran
una mujer y no un príncipe: poco dista de una mujer quien solo está entre corros de
mujeres. Pero he escuchado que los ejércitos acéfalos poca fuerza tienen. ¿Soy inútil?
Lo admito. Ciertamente las lanzas están erguidas en el combate y no pelean, pero ante
su presencia se lucha más animosamente. Por ello narran que algunos sin rey fueron
vencidos pero, una vez que llevaron a la batalla al rey en su cuna, triunfaron finalmente
sobre sus enemigos. Por tanto iré no como príncipe sino como signo; no abandonaré
vuestro campamento; seguiré vuestros pasos.” Se alegraron todos de que el joven
tuviera ánimo viril y admiraron en tan tierna espiga los granos de su madurez. Se
admiran de que una nuez que todavía no vistió su cáscara exhale el sabor de su sólido
núcleo; las abejas juzgan en su rey la dulzura, no la edad. No habían alcanzado aún los
límites de Rusia, cuando los principales de Galitzia les salen al encuentro con sus
cuellos inclinados y les prometen obediencia, clientela, sujeción total de todos los suyos
y completa fidelidad y satisfacción: a él lo tomaban y elegían como rey y sostén de su
propia salvación. Dicen: “Dígnese vuestra discreción decir si queréis imperar sobre
nosotros en persona o con alguien como substituto. No queremos otra cosa sino que
vuestra gloria sea invocada sobre nosotros. Pues no podemos tolerar la arrogancia,

98
sediciones y envidia de los príncipes de nuestra tierra.” Esto decían ellos pero con dolo,
para atacarlos como a seguros e incautos; pero los hechos mismos mostraron el dolo
escondido. En verdad las primeras ciudades no se entregaron suplicantes sino que
resistieron tenazmente con su rebelión. Después de haberlas sometido y castigado, se
propusieron rodear con asedios toda Galitzia, pero encontraron allí gran número de
enemigos, como arenas del mar, reunidos y compactos. El duque Lestco a través de los
suyos les manda que salgan de esos fines o se preparen para la guerra. “Guerra, guerra
en seguida”, respondieron. Pero esta animosidad fue como un vapor y poco duró pues,
no bien relucieron las férreas formaciones de los polacos, toda la animosidad de la
multitud se desvaneció y no pensaron en otra cosa sino en huir, y en huir al punto.
Pidieron y consiguieron no obstante una dilación, bajo pretexto de deliberar para la paz.
Mientras los principales se entregaban a esa deliberación, los de Galitzia se postraron
más sumisos que antes ante el escabel del duque Lestco. Pidieron, no ya fingidamente
sino con sincero deseo, que les fuera dado un príncipe. Veían en efecto que las fuerzas
de sus principales –en el gran número de ellos habían puesto su confianza– se habían
debilitado muchísimo y que se verían obligados entonces a aceptar al duque Romano, a
quien como vecino habían temido más que al rayo. Pues conocían la muy ingeniosa
tiranía de este hombre, el más astuto de todos; sabían que ella en su ambición no había
perdonado a ninguno de los suyos. Estaban entonces llenos de angustia por todas partes,
pues no tenían ninguna esperanza de rebelarse y toda ayuda de los suyos se había ido en
una sola noche. por otro lado temían muchísimo a una tiranía muy cruenta (ningún
hombre sabio se lanza a las fauces del león). ¿Qué hicieron entonces? Acumularon
preces sobre preces y llevaron innumerables talentos de plata y oro, gemas, vasos,
vestes de telas preciosísimas y toda clase de seda y diversos bienes, pidiendo no ser
obligados a someterse al yugo de Romano. Prometieron cualquier condición de
obediencia y tributo a perpetuidad, con tal de librarse de su mandato. ¿Pues qué
esperarías de uva amarga sino desazón? ¿Qué esperarías de un mal cuyo jugo probaste
en venenosas delicias? Pero no había posibilidad de pensar en otro y la sentencia de
todos los lequitas se mantuvo en Romano; aunque todos los principales y notables de
los rutenos se opusieron, el duque Lestco instituyó a Romano príncipe de Galitzia. De
qué modo trató de agradecer a los polacos el don, esto será dicho en su lugar. En efecto
exhibió en la forma para con todos igual fidelidad, pero fue en extremo truculento para
con los suyos. No bien el duque Lestco y sus hombres se alejaron, él se apoderó de los
más importantes nobles y dignatarios de Galitzia y los mató repentinamente. A unos los
enterró vivos; a otros los cortó en pedazos; a otros los desolló; a muchos, como un
signo, los mató a flechazos; a algunos antes de matarlos les sacó las entrañas.
Experimentó en los suyos todo tipo de suplicios y atacó, cual un enemigo, más a sus
conciudadanos que a los propios enemigos. De algunos no pudo apoderarse
abiertamente, porque por miedo se habían dispersado en otras provincias. Entonces los
llamó a sí con obsequios, promesas y con todo lo que le sugirió su ingenio, los abrazó y
los honró. Pero luego los acusó falsamente y los arruinó; después los obligó a morir con
indecibles tormentos. Hacía esto para dar temor a sus vecinos o para poder gobernar con
más seguridad, una vez quitados de en medio los más poderosos. Por ello él solía
valerse de un proverbio: para tener más miel hay que reunir, no dispersar, los enjambres;
las especias no huelen sino cuando se las machaca con el mortero. Por tanto creció
mucho su prosperidad gracias a la adversidad ajena, tanto que imperaba muy
poderosamente sobre todas las provincias y príncipes de Rusia.
25. Pero no sé adónde conduce la ambición de algunos ancianos cuya edad,
cuanto más se inclina, tanto más se eleva sobre sí en su apetencia; cuanto más sucumbe
al peso de su mole decrépita, tanto más se lanza hacia los aires con las alas de su

99
ambición. Pues un anciano, una vez que ha dominado en sí mismo casi todos los
monstruos de los vicios, se deja dominar por dos cosas, la ambición y la codicia. Por eso
dijo un sabio: “No sé qué busca la parquedad senil, porque, cuanto más le queda de
vida, tanto más trata de conseguir el viático.”1 Ya sea por estas dos causas, ya sea por
estar persuadido por su razón, el anciano Mesco intentó nuevamente alcanzar el
principado. Como no podía conseguirlo con sus fuerzas ni con el derecho, trataba
entonces de hacerlo mediante el ingenio, pues a menudo el ingenio tiene más fuerza que
la propia fuerza. Tentó primero los ánimos de los ancianos con cierta benignidad y los
inclinó a su propósito. Pero el amor a los jóvenes había llenado el corazón de todos, de
tal modo que pendían de la madre de ellos; entonces Mesco se dirigió a ella con
mensajes y con escritos, incluso a veces con importunos regalos. Le decía que estaba
inquieto no por deseo de reinar sino por la tranquilidad del reino y también por la de ella
misma y la de sus hijos. Él no deseaba al presente otra cosa sino permanecer a salvo y
que, una vez extinguida toda simiente de discordia, no surgiera ningún nuevo incentivo
de la misma. Esto solo podía lograrse de un modo: “Entrégueme tu hijo el principado,
para que yo lo adopte como hijo. Luego lo distinguiré con el cíngulo de la milicia y lo
nombraré heredero con legítima solemnidad; así la dignidad de Cracovia y el principado
de toda Polonia se hará sólido, en perpetua sucesión, en tu estirpe. No puede ser
momentáneo aquello que el príncipe ha establecido y confirmado con su autoridad; pero
ningún peso tiene lo que se hace con el estrépito del vulgo, pues se obtiene con mucha
dificultad y se disuelve fácilmente. En efecto el consenso del pueblo difícilmente puede
ser dirigido a algo honesto, por ser muy proclive a tumultos y sediciones, sobre todo si
es más numeroso; además el favor popular es casi siempre venal. A ellos, mientras les
seas grato y útil, podrás dominarlos solo durante el tiempo en que los estés suplicando.
No es saludable ni fuerte el agua que se saca de pantanos y lagunas; al contrario la
naturaleza bruta de los animales busca en su sed la pureza natural de las fuentes. Sácate
entonces eso que no es una corona sino un tiesto de arcilla, un adorno ridículo de tu
cabeza, compuesto e impuesto por alfareros. Al príncipe le corresponde una diadema de
oro y no de barro, porque la naturaleza la fabricó en su beneficio y así lo dispone, para
tus hijos de ahora y los del porvenir, nuestra dulce liberalidad.” Pero como las mujeres
son fácilmente crédulas y como las varillas son fáciles de doblar, como si fueran de
cera, la madre y los hijos se dejaron seducir por estas palabras y pensaron que había que
ceder por un tiempo el principado; que era más seguro venerar, en el lugar del padre, a
su tío en vez de tenerlo como enemigo perpetuo; que era mejor reinar por beneficio de
su tío que depender siempre del arbitrio del vulgo. Se propone entonces un juramente y
juran el anciano y los principales de una y otra parte. Se debía conservar intacta la
forma del pacto prescripto y, si alguna intentaba anularlo, o deliberaba o consentía de
algún modo en hacerlo, quedaba atado por anatema, tanto del obispo metropolitano
como de los otros pontífices de esta provincia. De este modo Mesco tomó el poder no
sin solemnidad. Pero por su ambición de poder pareció no acordarse ni del pacto ni del
juramento; unas veces se dejaba persuadir por la razón o por la mansedumbre de su
sobrino y recordaba la forma del pacto; otras disimulaba y otras no, pues de demoraba
para anular sus efectos. El duque Lestco le rogaba que lo honrara con las primicias de la
milicia; le rogaba y lo instaba a cumplir con su promesa e instituirlo firme heredero de
Cracovia. Él respondió que el derecho público no podía ser quitado por pactos
particulares. Sin embargo podía quitarse, si la condición de la república empeoraba: sin
duda esto ocurriría, si el régimen del reino fuera entregado a la impericia de un
adolescente, pues a la adolescencia conviene más obedecer que mandar. Un sarmiento
es mejor atarlo a una estaca que dejarlo verdear libremente. El derecho sabe muy bien
1
No he encontrado esta referencia.

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que no hay pactos, si no son gratuitos, y que, si no se prueba que alguien ha consentido,
se debe considerar que ha pactado contra su voluntad. Por esta razón ¿quién podría
juzgar que fue un acto libre aquel que se ha obtenido durante unas guerras? Pues ¿qué
clase de consenso puede haber cuando una espada está sobre la garganta? Por tanto
quien tiene algo, que lo tenga hasta que salga de en medio. Solo por poco tiempo se
mantuvo en calma, porque después se apoderó de él la codicia que dijimos que es
común entre los viejos. Como empezó a atentar contra los bienes y potestades de los
otros, para apropiárselos bajo cualquier pretexto, los ciudadanos no pudieron sufrirlo y
lo expulsaron de Cracovia; fue entonces recibido el duque Lestco. De este modo pagó
Mesco la pena por no respetar ni el pacto ni el juramento; sin embargo no se olvidó de
sus artes y volvió a recurrir a ellas. Con su consabido ingenio fue a la madre de los
jóvenes y tentó e imploró su ayuda; así logró debilitar y anular la mayor parte de sus
sospechas. Dijo haber custodiado el pacto con suma veneración, pero que sus rivales se
lo impidieron; también, que lo que había respondido no era suyo sino algo obligado por
la envidia de sus rivales. “Pero ahora –siguió– que no me falte vuestro favor, y así
tampoco faltará fe a mis promesas. No solo prometo y afirmo por escrito que Cracovia
será vuestra perpetua heredad sino también os restituyo la provincia de Cuiavia.” En
efecto el anciano la había ocupado, aunque de ningún modo le correspondía. “Solo pido
–dijo– una cosa, que el enemigo común de todos sea castigado con el exilio, para que no
pueda reírse de los príncipes, creando y quitando príncipes cuando él quiera.” Con esto
se refería al conde Nicolás, quien sabía que en ese entonces era odioso a la mujer (no
obstante, en otro tiempo ella lo apreciaba mucho, como varón discreto que era y como
hombre fuerte y muy amigo de todos). Pero los envidiosos la engañaron y ella inventó
causas de odio contra él, como si fueran verdaderas, y junto con Mesco se puso a
perseguirlo de modo atroz. Por eso inclinó el voto de todos según la voluntad del
anciano, para que ese varón inocente fuera castigado con exilio a perpetuidad. Pactan
entonces de nuevo: “Que al punto restituya Cuiavia; que reine en Cracovia hasta el final
de su vida pero que el duque Lestco sea por él instituido como sucesor.” Nicolás,
sabiendo que lo amenazaba el peligro del exilio, de muchos modos buscó la gracia del
duque Lestco y de su madre. Lo hizo humildemente pero no lo consiguió; entonces, no
sin dolor y juntos con otros muy amigos de él, se pasó a las filas del anciano. Este,
entusiasmado por tal ayuda, se hizo cargo del principado de Cracovia. Pero para el
nuevo pacto mostró la misma fidelidad que para el primero, pues no instituyó a Lestco
heredero de Cracovia ni se preocupó de devolver, como había prometido, Cuiavia. Más
aún, ocupó Wislicia y otros campamentos de sus sobrinos, afirmando que eran de la
provincia de Cracovia y que los miembros no debían ser separados de la cabeza. Solo
después de muchos consejos de los mayores, a duras penas fueron devueltos y restituida
Cuiavia. Así el anciano Mesco se apoderó de Cracovia. Pero en breve su lugar fue el de
la paz: ojalá su morada esté en Sión.1
26. Entonces los principales de Cracovia envían legados al duque Lestco, dan su
fidelidad y le ofrecen el principado. Pero había cierto fermento que corrompió toda la
masa.2 Había en efecto un hombre noble por su prosapia, insigne por sus costumbres,
fuerte en sus consejos y notable por sus virtudes. Su nombre era Govoricio y gozaba de
dignidad palatina ante el duque Lestco; más aún, todo el eje de las dignidades se movía
a su arbitrio. Algún infortunio había puesto cizaña inexorable entre él y el conde
Nicolás; tal vez de debía al designio de ciertos murmuradores, que siempre sienten
envidia por la virtud y se afanan en sembrar cizaña al trigo. Por tanto el conde Nicolás
no prometía su consentimiento para entregar al principado al duque Lestco, a no ser si
1
Cf. Sal 76, 3.
2
Cf. 1 Co 5, 6.

101
este expulsaba de su lado al conde Govoricio. Decía que no había lugar para la fidelidad
y la obediencia, en medio de las discordias, pues toda república se complace en la
tranquilidad y no en las disputas. Dudan el duque Lestco y los suyos y no saber qué
elegir. ¿Podrían privarse de Cracovia? ¿Acaso expulsarían a un varón tan útil y que no
lo merecía? Lo primero era una dañosa pérdida; lo segundo, criminal. Mientras
dudaban, dijo el conde Govoricio: “Es indigno que vuestra discreción esté perpleja en
una cosa tan clara. ¿Pues quién pone en duda que el bien de la mayoría puede comprarse
con tan pequeño gasto? ¿Quién ignora que hay que perder a una sola persona antes que
perder a todos? ¿Quién ignora que se debe elegir el mal menor, sobre todo cuando la
utilidad pública debe ser antepuesta a la privada? ¿Cómo dará la vida por un amigo
quien no puede sufrir el exilio a favor de su señor? Es más, ni siquiera lo llamaría exilio,
cuando alguien, aun desterrado, no abandona a sus amigos ni es abandonado por los
amigos. ¡Feliz destierro aquel que es causado por la gracia y no por el odio!” Entonces
dijo uno: “Parece algo fabuloso lo que pensé, pero que alguien atienda a estas palabras
por mí concebidas, porque el grano está entre la paja. El grifo se dice que es el rey tanto
de las aves como de los cuadrúpedos. Las aves, por temor a su animosidad, se escondían
en las ramas de una encina. Entonces el grifo, por su avidez por la presa o por su
animosidad, una y otra vez chocaba contra ella, intentando tirarlo con su ímpetu o
romper sus ramas, más con peligro propio que del árbol. De tanto golpear, su ala quedó
salida y él cayó al suelo: tarde aprendió en sí mismo lo que significa atacar a otros. Pero
cuando buscaba de cualquier forma remedio, vino una zorra que se acercó paso a paso.
Él le dijo: ‘¿Conoces, hija, algún alivio para el dolor?’ Ella respondió: ‘¿Qué es lo que
no conoce una maestra en el arte?’ Él: ‘Ayúdame; serás segunda en el reino.’ Entonces
dijo ella: ‘Si esperas ayuda del médico, es necesario que me descubras tu herida.’ Él
entonces: ‘Mira mi ala salida.’ Luego ella: ‘La desigualdad de las alas es la causa por la
que no puedes volar. Que el ala superior descienda a la altura del ala salida, que no
podrá ser elevada donde está la más alta, y recuperarás tu facultad de volar.’ ‘Apruebo
eso –le dijo el grifo– porque lo que dices parece probable. Entonces la zorra le mandó
poner entera el ala sana entre dos árboles y saltar, con todas sus fuerzas y todo su
cuerpo, a la parte anterior, mientras el ala quedaba inmóvil entre los árboles. ‘¡Hazlo
con audacia y sin temor! La salvación está en tus manos.’ Le cree él y, como le había
mandado, con ímpetu se lanza hacia delante; no pudo sacar el ala sino que la rompió en
pedazos. Así, al carecer de ambas alas, murió de hambre y fue pasto de reptiles y
buitres.” Dijo entonces el duque Lestco: “Tú propones esta parábola, como si yo tuviera
en mi ánimo satisfacer de cualquier modo mi ambición. Pero que el príncipe esté al
margen de todo tipo de negociación. ¡Que los comercios deshonrosos estén lejos de los
hombres honrosos! ¿Pues qué ofrecen aquellos que van tras el precio de un hombre tan
inocente, puesto que la venalidad de las dignidades es frecuentemente causa de daño y
no estima a los hombres libres? Por tanto que los de Cracovia se busquen otro duque
distinto de Lestco y que convenga a sus condiciones.” Después de oír esto, como no
pensando en otro para elegir, entregan el poder a Wladislao, hijo de Mesco. Dicen que
ellos deben al hijo la fidelidad prometida al padre y que, en este punto la persona del
hijo no difiere de la del padre. Por ello no hay aquí lugar para elección, pues la razón
del derecho llama y exige la sucesión paterna. En primer lugar Wladislao agradece y
dice que el obsequio de tanta fidelidad es para él mayor que el propio principado. En
efecto la fidelidad es la única que abre y cierra, dilata y estrecha, afirma y conserva los
imperios. Solo ella es la que educa a los reinos y la que enseña a los propios reyes no
solo a regir, sino también a ser regidos; solo ella es lámpara en la oscuridad, serenidad
en la tormenta y seguridad en la bonanza. Ella es el fundamento de la realeza, la gema
de las gemas de la corona, la más destacada y excelente de todas las insignias. Sin la

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fidelidad se extingue toda amistad, toda sociedad, toda alianza, toda obediencia, toda
gracia; todo adorno y fuerza de virtudes languidece y expira. Sin la fidelidad nadie vale
nada, pues el justo vive de la fe,1 la cual, por el hecho de ser más rara hoy, por ello
mismo es más preciosa. “Por eso –continuaba– con mucha alegría y sobre todas las
cosas abrazo vuestra constancia y devuelvo ahora mis agradecimientos, para
agradecerlos también en el futuro con mis mayores esfuerzos. Pero en los asuntos
importantes hay que apoyarse en grandes consejos. Pues se navega con velas más
tranquilas, si no existen naufragios de sediciones y envidias; y las tormentas y oleaje de
tales sediciones surgen del repentino deseo de cambiar las cosas; y sobre todo suelen
nacer de las acciones irreflexivas y poco previstas. En efecto tenemos una tarea ardua,
que necesita de la ayuda tanto de la fuerza como del consejo; y es justo que participe del
consejo aquel que quieres que participe del esfuerzo. Por tanto, si os agrada (más aún, a
todos debe agradar), expóngase vuestro propósito a nuestro hermano el duque Lestco,
para que vuestra intención no quede sin efecto. En verdad él es el único que puede ser
impedimento o ayuda, pues su hermano menor, Conrado duque de Masovia, en todo
sigue sus arbitrios; y no dudo de que los seguidores de Wladislao seguirán su decisión.
Pues, aunque no sea gran cosa tener el favor de algunos, sin embargo no sería fácil
sobrellevar la mala voluntad de ellos.” Inmediatamente entonces le expone mediante
legados el asunto, con esta epístola: “El duque Wlasislao a su hermano dilecto, la mitad
de su alma, el duque Lestco, le desea todo junto con su salud. La razón no permite que
el sano estado de la mente se envuelva consigo mismo en disputas y querellas. ¿Pues

qué mente, qué razón disputa consigo misma?

Pues la identidad de ánimos apenas admite disidencia. Y en nosotros la


naturaleza ha hecho una unidad de alma, que el perpetuo amor ha encadenado. Esto
engendra en nosotros una voluntad igual y consenso en todas las cosas. Puesto que
sabemos que tú rechazaste el principado de Cracovia, también sabemos con toda certeza
que los deseos de todos han concurrido en nosotros. Y hemos aceptado este propósito,
porque no dudamos de vuestra dulzura. No lo hicimos para apoderarnos de él para
siempre, sino para que, cuando esté en vuestro arbitrio, pueda llegar a vuestra voluntad
a través de nosotros. Por eso nuestra elevación no es de hecho sino que es un provecho
que procede de vuestro honor. Por otra parte ser descuidado cuando puedes crecer no es
sino disminuirse.” Una vez entendidos el sentido y tenor de esta epístola, cualquiera que
haya sido su intención para sí o para los suyos, el duque Lestco se avino a los deseos
fraternos, en contra de los consejos de los pontífices, de los principales y de los
prudentes. Pues ellos se lamentaban y veían que la sucesión de los hijos del duque
Casimiro en aquella dignidad expiraba con este hecho; decían que él trabajaba en contra
de su propio beneficio. Su hermano, el duque Conrado, apenas y como obligado, al
menos en la superficie se asoció a la voluntad de ellos. Así entonces, ante la mirada de
toda Polonia, con el consenso de los principales, de los gobernadores y de todos los
militares, desde el último soldado hasta el más alto jefe, Wladislao es constituido duque
de Cracovia. Él tuvo para con todos tan accesible, favorable y benigno ánimo que, para
no parecer despreciar los defectos ajenos ni jactarse de virtudes propias, a todo el
mundo se ofreció con notable afabilidad. Incluso dio dones muy generosos. No
obstante, repentinamente fue obligado a dejar el principado de Cracovia.

1
Cf. Ga 3, 11; en el original hay juego de palabras, pues fides es ‘fe’ y ‘fidelidad.’

103

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