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He aquí, pues, cómo ha nacido este escrito. La continuidad del proyecto comunista,
la memoria de las luchas, la fidelidad ética y política a la elección revolucionaria se
entrelazaban, ahora, en una renovada costumbre de amistad y discusión. Inútil
recordar cuán triste fue ese período. En Italia, los años de plomo∗ parecían no
terminar nunca y con ellos el clima social y político habían terminado por adquirir un
idéntico carácter plomizo; en Francia, la socialdemocracia, que había alcanzado el
poder con un programa de profunda renovación social, había transformado ahora su
política y estaba llevando a término la siniestra operación de reestructuración que le
había confiado el capital. En el mundo atlántico llegaban al máximo esplendor las
aventuras restauradoras de Reagan y de Thatcher; en la URSS (sólo ahora
comenzamos a saberlo) dominaban los últimos, aunque no menos feroces, residuos
del estalinismo. Nada parecía agitar esta horrible bonanza -sino algún rumor de
fondo, alguna guerra «limitada» y «local», una «pequeña» carnicería entre Irán e Irak,
alguna reaparición de canibalismo colectivo en Asia sudoriental, fascismo y
«apartheid» en África Austral y en América Latina. Vivíamos la época de la
contrarrevolución permanente. Los nuevos movimientos, que deberían llegar a ser
importantes en la segunda mirad de la década de 1980 -movimientos concentrados
ahora sobre la movilidad y sobre la formación, antirracistas y siempre más ricos en
deseos inmateriales- no habían aparecido todavía en el horizonte. Los movimientos
que, por el contrario, habían resistido a lo largo de la década de 1970 y principios de
la de 1980, se consumían alicaídos y desesperados.
En esta situación habíamos decidido seguir escribiendo sobre la revolución y
renovar así un discurso de esperanza.
Un discurso de esperanza, el nuestro, una ruptura positiva. Pero que nadie, ni
siquiera los amigos, parecía comprender: nuestra toma de posición era extraña,
intempestiva, pasada de moda. No nos importaba. Nos interesaba una única cosa:
reconstruir un polo, aunque fuera mínimo, de militancia, de subjetividad en proceso:
oponerse a la derrota política de la década de 1970, sobre todo allí donde se seguía,
por parte capitalista, la producción de una ideología del arrepentimiento, de la traición
y de la autoconmiseración, condimentada con los nuevos valores «débiles» del
cinismo ético, del relativismo político y del realismo monetario.
Nosotros, poniendo en juego nuestra ingenuidad, queríamos decir que todavía era
posible vivir y producir subjetividad revolucionaria.
Si esto era fundamentalmente cuanto queríamos decir, no era irrelevante de todos
modos cómo lo habíamos dicho y cómo habíamos subjetivado nuestro deseo.
Releyéndonos hoy podemos reconocer que esencialmente los temas de análisis y el
Capciosa denominación periodística que designa en Italia el periodo de intensa actividad militante y
violencia política, incluida la lucha armada, que media entre 1968 y 1986.
programa de acción propuestos eran y continúan siendo válidos en lo esencial. Es
decir, que la descripción de las líneas de desarrollo del modo de producción, del
sistema de dominio, de su crisis y, por otra parte, las perspectivas trazadas para el
desarrollo de una organización alternativa, los juicios emitidos sobre los procesos de
constitución de un nuevo sujeto, sobre su cualidad productiva y sobre el dispositivo
cultural que constituye, habían sido expresados de manera adecuada a las
tendencias reales. Si habíamos cometido errores, eran errores por defecto, ya que no
habíamos querido correr el riesgo de anticipar demasiado la tendencia, de forzar de
algún modo la imaginación revolucionaria. .
En sustancia: aunque la mayor parte de los análisis elaborados ha sido confirmada
por los acontecimientos posteriores, algunos elementos han sido desmentidos no por
el desarrollo histórico sino por la intensidad, prevista, que han asumido en su
desarrollo. Subrayemos algunos de ellos.
¿Qué revela, por tanto, lo que sucede en el Este? En primer lugar ya lo hemos visto,
el fin de la ilusión de que haya atajos para llegar al comunismo. No, cualesquiera que
hayan sido las creencias de nuestros antepasados, obreros profesionales e
intelectuales de vanguardia, no hay ningún progreso, no hay ninguna transición del
capitalismo al comunismo mediante el socialismo. El comunismo, pues, constituye el
programa mínimo. Puede y debe ser construido a partir de las condiciones de la
sociedad capitalista y/o socialista, dentro de estas condiciones. No hay dos o tres o
cuatro o “n” fases o estadios de desarrollo: hay sólo uno, el de la recuperación en las
propias manos de la libertad y de la construcción de condiciones colectivas de control
de la cooperación productiva. Hay uno sólo y es el que lleva al descubrimiento del
grado en que el capitalismo y/o el socialismo han hecho social, abstracta y común la
producción, el que lleva a reorganizar esta cooperación al margen y contra el robo
cotidiano de poder y de riqueza perpetrado por unos pocos contra la sociedad entera.
El comunismo vive ya en las sociedades capitalistas y/o socialistas de hoy como
orden secreto y profundo de la cooperación productiva: un orden escondido por e!
dominio del capital y/o de la burocracia, aplastado por la contraposición entre quien
domina y quien experimenta el dominio, un orden nuevo que quiere rebelarse y que
no podrá dejar de hacerlo. En el Este hemos visto la protesta de las masas explotar
en la pura negación del pasado. Pero hemos visto también en parte expresarse un
potencial que entre nosotros es desconocido: en los países del Este, quiero decir,
hemos visto entrar en acción a una sociedad civil viva, en absoluto homologada, una
voluntad colectiva de política que ya no existe en Occidente y una voluntad de poder
articulada más sobre la base social que sobre las formas del Estado.
Estoy seguro que en Occidente todo esto sucederá también entre nosotros y
pronto, porque lo que sucede en el Este no nace de una experiencia singularísima de
estos países. Cuanto sucede en el Este es el inicio de una rebelión contra un
capitalismo llegado a la fase superior de su tiranía. Existen siempre imbéciles que
confunden el desarrollo capitalista con el número de ordenadores vendidos:
ciertamente, en este caso no habría capitalismo en el Este y la revolución se podría
calmar rápidamente vendiéndolos. Y hay quien lo está intentando. Las cosas no son
realmente así: el nivel de desarrollo capitalista consiste en e! grado de cooperación
social productiva. Desde este punto de vista, los países del Este no tienen nada que
envidiar a los del Oeste. Sobre esta base la revolución ha explotado y, como sucede
con todas las revoluciones que son verdaderamente tales, se comunicará del Este al
Oeste: un nuevo 1968 en sentido inverso.
¿Pero qué revela además lo que sucede en el Este? Otro elemento, menos evi-
dente a los ojos del gran público, pero extraordinariamente importante: el nacimiento
de un nuevo modelo de democracia en nuestra civilización. Estamos habituados a
pensar que existe sólo un modelo de democracia el occidental y que éste no puede
dejar de ser aplicado. ¡La historia ha terminado, ya no hay nada más que inventar, la
democracia occidental y el american way of life representan el último producto del
espíritu absoluto! Todo ello constituye una arrogante ilusión.
Todo lo que sucede en el Este demuestra exactamente lo contrario y, a pesar de
Hegel, el espíritu del mundo no sólo no ha terminado su viaje, sino que por el
contrario, después de haber atravesado el Atlántico ha cambiado de ruta y vuelto
hacia Oriente hasta las estepas rusas. Porque es allí donde renace y donde hoy se
halla la discusión sobre la democracia: ésta no puede ser pura emancipación política
sino que debe comportar la liberación económico-social. No hay democracia posible
sin la solución de! problema del trabajo y del dominio. Toda forma de gobierno
democrático debe ser también una forma de liberación de la esclavitud del trabajo,
una nueva organización libre de la cooperación productiva. No se trata de poner las
fábricas y la organización del trabajo social en manos de nuevos patrones, ni de
confiarlas a la hipócrita libertad de mercado, de volverlas a entregar a la voluntad de
explotación de los capitalistas y burócratas: se trata, contrariamente, de comprender
cuáles son las reglas de una gestión democrática de la empresarialidad económica.
¿Utopía imposible? Son cada vez menos aquellos que lo piensan. Son cada vez más,
por el contrario, no sólo en Oriente sino sobre todo en Occidente, las personas que
se preguntan cómo es posible una democracia conjugada con la capacidad de
gestionar democráticamente la producción. El estupor no se refiere al comunismo
sino a la actual forma de producción; la maravilla (y el dolor) consisten en el hecho de
que cada día estamos obligados a reconocer que continúan existiendo figuras tan
obsoletas e inútiles como lo son los patrones capitalistas y los patrones burocráticos.
Así pues, en el Este, dentro de la revolución se está experimentando una nueva
forma de democracia: la democracia del trabajo, democracia comunista.
Una tercera enseñanza nos llega del Este. ¿Quién se ha rebelado? ¿La clase
obrera? Alguna vez sí, con frecuencia no. ¿Los estratos medios? En buena parte,
pero tan sólo cuando no estaban ligados a la burocracia. ¿Los estudiantes, los
científicos, los obreros ligados a las tecnologías de vanguardia, los intelectuales, en
suma todos aquellos que tienen que ver con el trabajo abstracto e intelectual?
Ciertamente, éste constituye el núcleo esencial de la rebelión. En definitiva, quien se
ha rebelado es el nuevo productor. Un productor social, dueño de los propios medios
productivos y capaz de expresar, conjuntamente, trabajo y proyecto intelectual,
actividad innovadora y socialización cooperativa. También desde este punto de vista
cuanto esta sucediendo en el Este no nos es extraño: al contrario “de te fabula
narratur”.
Porque también entre nosotros, en los países del capitalismo idiota y triunfante,
corrupto e incapaz de autocrítica, arrogante, y cacofónico, el sujeto que
continuamente propone la rebelión es el mismo: el nuevo sujeto productivo,
intelectual y abstracto, estudiantes, científicos, obreros ligados a las tecnologías de
vanguardia, universitarios, etcétera. A través de este sujeto, en el cual nos
reconocemos, los acontecimientos del Este son algo que nos atañe. Que Gorbachov
se mantenga en el poder o sea expulsado del mismo por Ligatchiev, que la
perestroika venza en esta forma o en la segunda onda que inevitablemente la se-
guirá, que el imperio ruso permanezca o no, éstos son problemas que afectan a los
soviéticos y sólo a ellos. Tenemos nuestros cosacos que derrotar, son muchos y
llevamos retraso. A los soviéticos de todas formas les estamos agradecidos por haber
puesto en movimiento, por segunda vez en este siglo, un profundísimo proceso de
renovación del espíritu. Un proceso que creemos irreversible no sólo en Rusia, sino
en la vida de la humanidad.
ANTONIO NEGRI
París, Navidades 1989