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TEXTOS PARA TRABAJAR EN CLASE

Antología literaria
TEATRO

Selección de narraciones de diversa dificultad para leer, comentar,


analizar… ¡y amar la literatura!
Antonio García Megía – 2009
Angarmegía: Ciencia, Cultura y Educación
Portal de Investigación y Docencia
http://angarmegia.com - España
PROF. DR. ANTONIO GARCÍA MEGÍA – APOYOS PARA ALUMNOS – SERIE TEXTOS

ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Contenido

Sófocles ................................................................................................................ 8
Edipo Rey ................................................................................................ 8
Fernando de Rojas ............................................................................................. 14
La Celestina ........................................................................................... 14
Lope de Rueda ................................................................................................... 17
La Tierra de Jauja .................................................................................. 17
Lope de Vega ..................................................................................................... 21
Fuente Ovejuna..................................................................................... 21
Calderón de la Barca .......................................................................................... 26
La vida es sueño .................................................................................... 26
Miguel de Cervantes .......................................................................................... 29
El juez de los divorcios .......................................................................... 29
William Shakespeare ......................................................................................... 37
Romeo y Julieta ..................................................................................... 37
William Shakespeare ......................................................................................... 42
Hamlet .................................................................................................. 42
Escena del enterrador .............................................................. 42
Monólogo: Ser o no ser............................................................ 46

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

José Zorrilla ........................................................................................................ 48


Don Juan Tenorio .................................................................................. 48
Inicio de la obra........................................................................ 48
Monólogos significativos ......................................................... 60
Leandro Fernández de Moratín ......................................................................... 67
El sí de las niñas .................................................................................... 67
Henrik Ibsen ....................................................................................................... 72
La dama del mar ................................................................................... 72
Jacinto Benavente ............................................................................................. 77
Los intereses creados............................................................................ 77
Monólogo del Autor por boca de CRISPÍN ............................. 77
Primer cuadro ........................................................................... 79
Carlos Arniches .................................................................................................. 84
La señorita de Trevélez ......................................................................... 84
Federico García Lorca ........................................................................................ 89
Bodas de Sangre ................................................................................... 89
Diálogo entre el Novio, su Madre y el Padre de la novia ........ 89
Regreso de los invitados y fuga de la Novia ............................ 93
Pedro Muñoz Seca ........................................................................................... 101
La venganza de Don Mendo ............................................................... 101
Alejandro Casona ............................................................................................. 105
Prohibido suicidarse en primavera ..................................................... 105
Enrique Jardiel Poncela ................................................................................... 111
Los ladrones somos gente honrada .................................................... 111

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Miguel Mihura ................................................................................................. 115


Tres sombreros de copa ..................................................................... 115
Dionisio conoce a Paula ......................................................... 115
Dionisio habla de su novia a Paula ......................................... 120
Juan Pablo Darmanin ....................................................................................... 126
Un borracho singular .......................................................................... 126

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Textos Dramáticos

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Sófocles
Edipo Rey

Edipo, el rey de Tebas, es hijo de Layo y Yocasta. Un oráculo advierte a


Layo que será asesinado por su propio hijo y que éste se casará con
Yocasta teniendo con ellas hijos incestuosos. Para evitarlo, esperando
su muerte, lo abandona en un lugar solitario, pero es recogido por un
pastor y entregado al rey de Corinto que lo adopta como hijo. Otro
oráculo le vaticina que matará a su padre. Para evitarlo abandona
Corinto. Creyendo que su autentico padre y su séquito son una banda
de ladrones, da muerte a Layo. Edipo se dirige a Tebas y resuelve el
enigma de la Esfinge, monstruo que devora a los viajeros que no
saben responder al problema que les plantea. La Esfinge se suicida y
los tebanos, agradecido y creyendo que Layo ha muerto a manos de
otros desconocidos le hacen rey dan a la reina Yocasta por esposa.
Viven felices durante años hasta que Edipo descubre que ha dado
muerte a su autentico padre. Yocasta se suicida y Edipo, al conocerlo,
se arranca los los ojos y abandona el trono.

Delante del palacio de Edipo, en Tebas. Un grupo de ancianos y de jóvenes están


sentados en las gradas del altar, en actitud suplicante, portando ramas de olivo. El
Sacerdote de Zeus se adelanta solo hacia el palacio. Edipo sale seguido de dos
ayudantes y contempla al grupo en silencio. Después les dirige la palabra.

EDIPO.- ¡Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo ¿Por qué estáis en
actitud sedente ante mí, coronados con ramos de suplicantes? La ciudad está
llena de incienso, a la vez que de cantos, de súplica y de gemidos, y yo,
porque considero justo no enterarme por otros mensajeros, he venido en
persona, yo, el llamado Edipo, famoso entre todos. Así que, oh anciano, ya
que eres por tu condición a quien corresponde hablar, dime en nombre de
todos: ¿cuál es la causa de que estéis así ante mí? ¿El temor, o el ruego?
Piensa que yo querría ayudaros en todo. Sería insensible, si no me
compadeciera ante semejante actitud.
SACERDOTE.- ¡Oh Edipo, que reinas en mi país! Ves de qué edad somos los que
nos sentamos cerca de tus altares: unos, sin fuerzas aún para volar lejos;
otros, torpes por la vejez, somos Sacerdotes -yo lo soy de Zeus-, y otros,
escogidos entre los aún jóvenes.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

El resto del pueblo con sus ramos permanece sentado en las plazas en actitud
de súplica, junto a los dos templos de Palas y junto a la ceniza profética de
Ismeno. La ciudad, como tú mismo puedes ver, está ya demasiado agitada y
no es capaz todavía de levantar la cabeza de las profundidades por la
sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en los
rebaños de bueyes que pacen y en los partos infecundos de las mujeres.
Además, la divinidad que produce la peste, precipitándose, aflige la ciudad.
¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la morada Cadmea,
mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos! Ni yo ni
estos jóvenes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los
dioses, pero sí el primero de los hombres en los sucesos de la vida y en las
intervenciones de los dioses. Tú que, al llegar, liberaste la ciudad Cadmea
del tributo que ofrecíamos a la cruel cantora y, además, sin haber visto nada
más ni haber sido informado por nosotros, sino con la ayuda de un dios, se
dice y se cree que enderezaste nuestra vida.
Pero ahora, ¡oh Edipo, el más sabio entre todos!, te imploramos todos los
que estamos aquí como suplicantes que nos consigas alguna ayuda, bien sea
tras oír el mensaje de algún dios, o bien lo conozcas de un mortal. Pues veo
que son efectivos, sobre todo, los hechos llevados a cabo por los consejos de
los que tienen experiencia. ¡Ea, oh el mejor de los mortales!, endereza la
ciudad. ¡Ea!, apresta tu guardia, porque esta tierra ahora te celebra como su
salvador por el favor de antaño. Que de ninguna manera recordemos de tu
reinado que vivimos, primero, en la prosperidad, pero caímos después; antes
bien, levanta con firmeza la ciudad. Con favorable augurio, nos procuraste
entonces la fortuna. Sénos también igual en esta ocasión. Pues, si vas a
gobernar esta tierra, como lo haces, es mejor reinar con hombres en ella que
vacía, que nada es una fortaleza ni una nave privadas de hombres que las
pueblen.
EDIPO.- ¡Oh hijos dignos de lástima! Venís a hablarme porque anheláis algo
conocido y no ignorado por mí. Sé bien que todos estáis sufriendo y, al
sufrir, no hay ninguno de vosotros que padezca tanto como yo. En efecto,
vuestro dolor llega sólo a cada uno en sí mismo y a ningún otro, mientras
que mi ánimo se duele, al tiempo, por la ciudad y por mí y por ti. De modo
que no me despertáis de un sueño en el que estuviera sumido, sino que estad
seguros de que muchas lágrimas he derramado yo y muchos caminos he
recorrido en el curso de mis pensamientos.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

El único remedio que he encontrado, después de reflexionar a fondo, es el


que he tomado: envié a Creonte, hijo de Meneceo, mi propio cuñado, a la
morada Pítica de Febo, a fin de que se enterara de lo que tengo que hacer o
decir para proteger esta ciudad. Y ya hoy mismo, si lo calculo en
comparación con el tiempo pasado, me inquieta qué estará haciendo, pues,
contra lo que es razonable, lleva ausente más tiempo del fijado. Sería yo
malvado si, cuando llegue, no cumplo todo cuanto el dios manifieste.
SACERDOTE.- Con oportunidad has hablado. Precisamente éstos me están
indicando por señas que Creonte se acerca.
EDIPO.- ¡Oh soberano Apolo! ¡Ojalá viniera con suerte liberadora, del mismo modo
que viene con rostro radiante!
SACERDOTE.- Por lo que se puede adivinar, viene complacido. En otro caso no
vendría así, con la cabeza coronada de frondosas ramas de laurel.
EDIPO.- Pronto lo sabremos, pues ya está lo suficientemente cerca para que nos
escuche. ¡Oh príncipe, mi pariente, hijo de Meneceo! ¿Con qué respuesta del
oráculo nos llegas? (Entra Creonte en escena).
CREONTE.- Con una buena. Afirmo que incluso las aflicciones, si llegan felizmente
a término, todas pueden resultar bien.
EDIPO.- ¿Cuál es la respuesta? Por lo que acabas de decir, no estoy ni tranquilo ni
tampoco preocupado.
CREONTE.- Si deseas oírlo estando éstos aquí cerca, estoy dispuesto a hablar y
también, si lo deseas, a ir dentro.
EDIPO.- Habla ante todos, ya que por ellos sufro una aflicción mayor, incluso, que
por mi propia vida.
CREONTE.- Diré las palabras que escuché de parte del dios. El soberano Febo nos
ordenó, claramente, arrojar de la región una mancilla que existe en esta tierra
y no mantenerla para que llegue a ser irremediable.
EDIPO.- ¿Con qué expiación? ¿Cuál es la naturaleza de la desgracia?
CREONTE.- Con el destierro o liberando un antiguo asesinato con otro, puesto que
esta sangre es la que está sacudiendo la ciudad.
EDIPO.- ¿De qué hombre denuncia tal desdicha?
CREONTE.- Teníamos nosotros, señor, en otro tiempo a Layo como soberano de
esta tierra, antes de que tú rigieras rectamente esta ciudad.
EDIPO.- Lo sé por haberlo oído, pero nunca lo vi.
CREONTE.- Él murió y ahora nos prescribe claramente que tomemos venganza de
los culpables con violencia,

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EDIPO.- ¿En qué país pueden estar? ¿Dónde podrá encontrarse la huella de una
antigua culpa, difícil de investigar?
CREONTE.- Afirmó que en esta tierra. Lo que es buscado puede ser cogido, pero se
escapa lo que pasamos por alto.
EDIPO.- ¿Se encontró Layo con esta muerte en casa, o en el campo, o en algún otro
país?
CREONTE.- Tras haber marchado, según dijo, a consultar al oráculo, y una vez
fuera, ya no volvió más a casa.
EDIPO.- ¿Y ningún mensajero ni compañero de viaje lo vio, de quien,
informándose, pudiera sacarse alguna ventaja?
CREONTE.- Murieron, excepto uno, que huyó despavorido y sólo una cosa pudo
decir con seguridad de lo que vio.
EDIPO.- ¿Cuál? Porque una sola podría proporcionarnos el conocimiento de
muchas, si consiguiéramos un pequeño principio de esperanza.
CREONTE.- Decía que unos ladrones con los que se tropezaron le dieron muerte, no
con el rigor de una sola mano, sino de muchas.
EDIPO.- ¿Cómo habría llegado el ladrón a semejante audacia, si no se hubiera
proyectado desde aquí con dinero?
CREONTE.- Eso era lo que se creía. Pero, después que murió Layo, nadie surgía
como su vengador en medio de las desgracias.
EDIPO.- ¿Qué tipo de desgracia se presentó que impedía, caída así la soberanía,
averiguarlo?
CREONTE.- La Esfinge, de enigmáticos cantos, nos determinaba a atender a lo que
nos estaba saliendo al paso, dejando de lado lo que no teníamos a la vista.
EDIPO.- Yo lo volveré a sacar a la luz desde el principio, ya que Febo,
merecidamente, y tú, de manera digna, pusisteis tal solicitud en favor del
muerto; de manera que veréis también en mí, con razón, a un aliado para
vengar a esta tierra al mismo tiempo que al dios. Pues no para defensa de
lejanos amigos sino de mí mismo alejaré yo en persona esta mancha. El que
fuera el asesino de aquél tal vez también de mí podría querer vengarse con
violencia semejante. Así, pues, auxiliando a aquél me ayudo a mí mismo.
Vosotros, hijos, levantaos de las gradas lo más pronto que podáis y recoged
estos ramos de suplicantes. Que otro congregue aquí al pueblo de Cadmo
sabiendo que yo voy a disponerlo todo. Y con la ayuda de la divinidad
apareceré triunfante o fracasado. (Entran Edipo y Creonte en el palacio)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

SACERDOTE.- Hijos, levantémonos. Pues con vistas a lo que él nos promete hemos
venido aquí. ¡Ojalá que Febo, el que ha enviado estos oráculos, llegue como
salvador y ponga fin a la epidemia! (Salen de la escena y, seguidamente,
entra en ella el Coro de ancianos tebanos)

CORO

ESTROFA 1ª
¡Oh dulce oráculo de Zeus! ¿Con qué espíritu has llegado desde Pito, la rica
en oro, a la ilustre Tebas? Mi ánimo está tenso por el miedo, temblando de
espanto, ¡oh dios, a quien se le dirigen agudos gritos, Delios, sanador! Por ti
estoy lleno de temor. ¿Qué obligación de nuevo me vas a imponer, bien
inmediatamente o después del transcurrir de los años? Dímelo, ¡oh hija de la
áurea Esperanza, palabra inmortal!
ANTÍSTROFA 1ª
Te invoco la primera, hija de Zeus, inmortal Atenea, y a tu hermana,
Artemis, protectora del país, que se asienta en glorioso trono en el centro del
ágora y a Apolo el que flecha a distancia. ¡Ay! Haceos visibles para mí, los
tres, como preservadores de la muerte. Si ya anteriormente, en socorro de
una desgracia sufrida por la ciudad, conseguisteis arrojar del lugar el ardor
de la plaga, presentaos también ahora.
ESTROFA 2ª
¡Ay de mí! Soporto dolores sin cuento. Todo mi pueblo está enfermo y no
existe el arma de la reflexión con la que uno se pueda defender. Ni crecen
los frutos de la noble tierra ni las mujeres tienen que soportar quejumbrosos
esfuerzos en sus partos. Y uno tras otro, cual rápido pájaro, puedes ver que
se precipitan, con más fuerza que el fuego irresistible, hacia la costa del dios
de las sombras.
ANTÍSTROFA 2ª
La población perece en número incontable. Sus hijos, abandonados, yacen en
el suelo, portadores de muerte, sin obtener ninguna compasión. Entretanto,
esposas y, también, canosas madres gimen por doquier en las gradas de los
templos, en actitud de suplicantes, a causa de sus tristes desgracias. Resuena
el peán y se oye, al mismo tiempo, un sonido de lamentos. En auxilio de
estos males, ¡oh dura hija de Zeus!, envía tu ayuda, de agraciado rostro.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

ESTROFA 3ª.
Concede que el terrible Ares, que ahora sin la protección de los escudos me
abrasa saliéndome al encuentro a grandes gritos, se dé la vuelta en su carrera,
lejos de los confines de la patria, bien hacia el inmenso lecho de Anfitrita, bien
hacia la inhóspita agitación de los puertos tracios. Pues si la noche deja algo
pendiente, a terminarlo después llega el día. A ése, ¡oh tú, que repartes las
fuerzas de los abrasadores relámpagos, oh Zeus padre!, destrúyelo bajo tu rayo.
ANTÍSTROFA 3ª.
Soberano Liceo, quisiera que tus flechas invencibles que parten de cuerdas
trenzadas en oro se distribuyeran, colocadas delante, como protectoras y,
también, las antorchas llameantes de Ártemis con las que corre por los montes
de Licia. Invoco al de la mitra de oro, el que da nombre a esta región, a Baco, el
de rojizo color, al del evohé*, compañero de las ménades, ¡que se acerque
resplandeciente con refulgente antorcha contra el dios odioso entre los dioses!

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Fernando de Rojas
La Celestina

Calisto ama a Melibea y acude a una vieja bruja alcahueta y bruja,


Celestina, para conseguir sus favores. Su criado Pármeno intenta
disuadirlo, por lo que es despedido. Decide unirse a Sempronio y
Celestina para estafar a su antiguo señor. La alcahueta es rechazada
por Melibea cuando le habla de Calisto. Pero enamorada de él la llama
para que convoque al joven a una primera cita. En un nuevo encuentro
unos rufianes tratan de asustar a los criados de Calisto, que quiere
acudir en su ayuda, pero, en la oscuridad, tropieza y cae muriendo sin
confesión. Melibea se suicida y Pleberio, padre de la joven llora ante el
cadáver de su hija.

Muerte de Calisto

En la primera escena, Melibea se encuentra en el jardín de su casa acompañada


por su criada Lucrecia. Mientras espera la visita de Calisto, la joven enamorada
canta canciones de amor. Aparece Calisto que elogia el canto de su amada y a
continuación se establece entre ellos un bello diálogo amoroso. Abajo se oye la
voz de Sosia, criado de Calisto, que riñe con unos rufianes. Al acudir en su
ayuda, Calisto cae desde lo alto de la escalera que le ha servido para franquear
la tapia del jardín. La escena final está constituida por las lamentaciones de
Tristán, otro de los criados de Calisto, y de la desgraciada Melibea. Conviene
observar el tipo de lenguaje utilizado por unos y por otros. Los enamorados se
expresan en una lengua culta, elevada, como corresponde a su condición de
personas de clase social alta. Los criados se expresan de acuerdo con un nivel
de lengua popular, que se corresponde con la lengua hablada en la época.

MELIBEA.- Óyeme tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola. Papagayos, ruiseñores,
que cantáis al alborada llevad nueva a mis amores cómo espero aquí asentada.
La media noche es pasada, y no viene; sabed si hay otra amada que lo detiene.
CALISTO.- Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puede más sufrir tu
penado esperar. ¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podía haber nacida
que desprivase tu gran merecimiento? ¡Oh interrumpida melodía! ¡Oh gozoso
rato! ¡Oh corazón mío! ¿Y cómo no pudiste más tiempo sufrir sin interrumpir tu
gozo y cumplir el deseo de entrambos?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MELIBEA.- ¡Oh sabrosa traición! ¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor y mi alma? ¿Es
él? No lo puedo creer. ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu
claridad escondida? ¿Hacía rato que escuchabas? ¿Por qué me dejabas echar
palabras sin seso al aire, con mi ronca voz de cisne? Todo se goza este huerto
con tu venida. Mira la luna, cuán clara se nos muestra; mira las nubes, cómo
huyen; oye la corriente agua de esta fontecica, cuánto más suave murmullo y
húmedo lleva por entre las frescas hierbas. Escucha los altos cipreses, cómo se
dan paz unos ramos con otros, por intercesión de un templadico viento que los
mece. Mira sus quietas sombras cuán oscuras están, y aparejadas para encubrir
nuestro deleite. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tornaste loca de placer?
Déjamelo, no me lo despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados
brazos. Déjame gozar de lo que es mío, no me ocupes mi placer.
CALISTO.- Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto. No
sea de peor condición mi presencia, con que te alegras, que mi ausencia, que te
fatiga.
SOSIA.- ¿Así, bellacos, rufianes, veníais a aterrorizar a los que no os temen? Pues yo
os juro que si esperáis, que yo os hiciera ir como merecíais.
CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a verlo, no lo maten; que
no está sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.
MELIBEA.- ¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.
CALISTO.- Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen coraza y
capacete y cobardía.
SOSIA.- ¿Aún tornáis? Esperad; quizá venís por lana.
CALISTO.- Déjame, por Dios, señora, que puesta está la escala.
MELIBEA.- ¡Oh, desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y
desarmado, a meterte entre quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es
ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes. Idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros
bellacos, que pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con
las manos a la escala.
CALISTO.- ¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y
no habla ni se bulle.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

SOSIA.- ¡Señor, señor, ¡A esa otra puerta...! ¡Tan muerto es como mi abuela! ¡Oh
gran desventura!
LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es éste!
MELIBEA.- ¿Qué es esto que oigo, amarga de mí?
TRISTÁN.- ¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste
muerte sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la
cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!
MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero
acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes, veré
mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer, todo
es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumióse mi gloria!
LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dices, mi amor? ¿Qué es eso que lloras tan sin mesura?
TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto de
la escala y es muerto. Su cabeza está en tres partes. Sin confesión pereció.
Díselo a la triste y nueva amiga, que no espere más su penado amador. Toma,
tú, Sosia, de los pies. Llevemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no
padezca su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. Vaya con
nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, vístanos tristeza,
cúbranos luto y dolorosa jerga.
MELIBEA.- ¡Oh la más de las tristes triste! ¡Tan poco tiempo poseído el placer, tan
presto venido el dolor!
LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Ahora en placer,
ahora en tristeza! ¿Qué planeta hubo que tan presto contrarió su destino? ¡Qué
poco corazón es éste! Levanta, por Dios, no seas hallada por tu padre en tan
sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te
desmayes, por Dios. Ten esfuerzo para sufrir la pena, pues tuviste osadía para el
placer.
MELIBEA.- ¿Oyes lo que aquellos mozos van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares?
¡Rezando llevan con responso mi bien todo, muerta llevan mi alegría! No es
tiempo de yo vivir. ¿Cómo no gocé más del gozo? ¿Cómo tuve en tan poco la
gloria que entre mis manos tuve? ¡Oh ingratos mortales! Jamás conocéis
vuestros bienes sino cuando de ellos carecéis.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Lope de Rueda
La Tierra de Jauja

Dos ladrones, Hozingera y Panarizo engañan a Mendrugo contándole


maravillas del país de Jauja para robarle la olla de comida que éste
lleva a su mujer.

HONZIGERA: Anda, anda, hermano Panarizo; no te quedes rezagado, que ahora es


tiempo de tender nuestras redes.
PANARIZO: ¿Y cómo quieres que ande, hermano Honzigera, si no puedo con mis
huesos? Tres leguas llevamos dándole a los pies. ¡Ay, yo no aguanto más! (Se
sienta, se saca una bota y se acaricia el pie con gesto dolorido.)
HONZIGERA: ¡Ea!, no te dejes amilanar, hermano Panarizo. Di, ¿tienes hambre?
PANARIZO: ¿Que si tengo hambre? Un pollo me comería con plumas y todo.
HONZIGERA: Pues aguarda y podrás engullirte una buena cena.
PANARIZO: ¿Qué dices, Honzigera? ¿He oído bien?
HONZIGERA: Has oído perfectamente. ¿Sabes por qué te he traído aquí?
PANARIZO: ¿Y cómo quieres que lo sepa?
HONZIGERA: Escucha. (Se sienta a su lado y sigue diciendo:) A estas horas suele
pasar por aquí un labrador, un tal Mendrugo, con una cazuela de comida para
su mujer, que está en la cárcel. Este Mendrugo es bastante simple, y no nos
será difícil, sin que él se dé cuenta, comemos lo que lleva en la cazuela.
PANARIZO: ¿Y cómo nos arreglaremos para ello?
HONZIGERA: ¿Cómo? Aguzando el ingenio, amigo Panarizo. Le contaremos aquel
cuento de Jauja, ya sabes; y como él estará embobado escuchándonos, nos
embaularemos bonitamente algunos bocados, por lo menos. (Escuchando.)
Espera... Parece que se oyen pasos. Voy a ver. (Se levanta y se asoma al lateral
opuesto.) ¡Sí, es él! Levántate y estate preparado, que ahí llega nuestro
hombre.
(Aparece Mendrugo con una cazuela en la mano, atada con un pañuelo.)
MENDRUGO: ¡Diablos, esta mujer va a acabar conmigo! Le da por empinar el codo
más de la cuenta, luego arma una trifulca y a la cárcel. Y después ¡hala!,
Mendrugo que sude y que se afane para darle de comer.
HONZIGERA: (Acercándose.) ¿Adónde vas, buen hombre?
MENDRUGO: ¿Adónde voy a ir? A la cárcel, a llevarle el pienso a la Tomasa.
HONZIGERA: ¿Y quién es la Tomasa?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MENDRUGO: La Tomasa, señor, es la esposa de Mendrugo. Y Mendrugo soy yo,


para servirle.
HONZIGERA: ¡Vaya, vaya! ¿Y qué llevas en ese recipiente?
MENDRUGO: Ah, ¿esto? No es ningún recipiente; es una cazuela. Llevo unas
albóndigas para la Tomasa, que se pirra por ellas. Las he hecho yo mismo, con
carne de la mejor, huevos y especias, todo bien rebozado con harina blanca.
HONZIGERA: Estarán buenas.
MENDRUGO: Como para chuparse los dedos.
HONZIGERA: ¿Y le llevas todos los días la comida a la cárcel?
MENDRUGO: Todos, sin faltar ni uno solo. ¡Y menudos trabajos me paso para
poderla mantener! Trabajo como un burro desde la mañana hasta la noche, y
encima esta caminata, cuando ya apenas puedo tenerme en pie.
HONZIGERA: ¡Qué pena! ¡Pensar que te ahorrarías todos esos trabajos si vivieras en
la tierra de Jauja!
MENDRUGO: Y eso ¿con qué se come?
HONZIGERA: ¡Cómo! ¿No sabes lo que es la tierra de Jauja? Ven, siéntate un
momento con nosotros y te describiremos todas sus maravillas con pelos y
señales.
MENDRUGO: Bueno, pensándolo bien, un ratito de descanso no me vendrá mal. (Se
sienta entre Honzigera y Panarizo y se dispone a escuchar, luego de poner la
cazuela sobre las rodillas.) A ver, ¿qué tierra es ésa? (Durante el diálogo que
sigue, Honzigera y Panarizo se las arreglarán, de la manera más cómica
posible, para irse engullendo las albóndigas de la cazuela, procurando cada uno
distraer a su víctima para dar tiempo a que el otro coma.)
HONZIGERA: Verás... Es un lugar en donde pagan a los hombres por dormir.
MENDRUGO: ¿Es verdad eso?
HONZIGERA: La verdad pura.
PANARIZO: Una tierra en donde azotan a los hombres que se empeñan en trabajar
MENDRUGO: (Con la boca abierta.) ¡Qué me dice!
PANARIZO: Como lo oyes.
MENDRUGO: ¡Oh, qué buena tierra! Cuénteme las maravillas de ese 1ugar por su
vida.
HONZIGERA: (Volviendo, con un rápido movimiento de mano, la cara de Mendrugo
hacia él.) Escucha.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MENDRUGO: Ya escucho, señor.


HONZIGERA: Mira: en la tierra de Jauja hay un río de miel y otro de leche, y entre
río y río hay una fuente de mantequilla y requesones, y caen en el río de la
miel, que no parece sino que están diciendo: «cómeme, cómeme».
MENDRUGO: ¡Pardiez!, no hacía falta que me lo dijeran a mí dos veces.
PANARIZO: (Repitiendo el ademán de Honzigera.) Oye, amigo.
MENDRUGO: Ya oigo, ya.
PANARIZO: Mira: en la tierra de Jauja hay unos árboles que son de tocino.
MENDRUGO: ¡Oh, benditos árboles! Dios los bendiga, amén.
PANARIZO: Y las hojas son de pan fino, y los frutos de estos árboles son de
buñuelos, y caen en el río de la miel, y ellos mismos están diciendo:
«máscame, máscame». (Mendrugo se pone a mascar, como si los tuviera en la
boca.)
HONZIGERA: Vuélvete acá.
MENDRUGO: Ya me vuelvo.
HONZIGERA: Mira: en la tierra de Jauja las calles están empedradas con yemas de
huevo, y entre yema y yema, un pastel con lonjas de tocino.
MENDRUGO: ¿Asadas?
HONZIGERA: Asadas, fritas y de todo, de modo que ellas mismas están diciendo:
«trágame, trágame».
MENDRUGO: Ya parece que las trago.
PANARIZO: Escucha, bobazo.
MENDRUGO: Diga, diga.
PANARIZO: Mira: en la tierra de Jauja hay unos asadores de trescientos pasos de
largo, con muchas gallinas, capones, perdices...
MENDRUGO: (Relamiéndose.) ¡Huuum! ¡Con lo que a mí me gustan!
PANARIZO: Y junto a cada ave un cuchillo, de modo que no es necesario más que
cortar, pues ellos mismo lo dicen: «engúlleme, engúlleme».
MENDRUGO: (Pasmado.) ¡Cómo! ¿Las aves hablan?
HONZIGERA: Óyeme.
MENDRUGO: Ya le oigo, señor. Me estaría todo el día oyendo cosas de comer.
HONZIGERA: Mira: en la tierra de Jauja hay muchas cajas de confituras mazapanes,
merengues, arroz con leche, natillas...

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MENDRUGO: Por favor, señor, más despacio, que así no puedo gustarlo como
quisiera.
HONZIGERA: Y hay unos barriles de vino dulce junto a las confituras, y unas y otras
están diciendo: «cómeme, bébeme, cómeme, bébeme.. .»
MENDRUGO: ¡Ay, ya parece que las como y las bebo!
PANARIZO: Mira: en la tierra de Jauja hay muchas cazuelas con huevos y queso.
MENDRUGO: ¿ Cómo ésta que yo traigo? (Mira la cazuela) ¡ Anda, si está vacía!
(Honzigera y Panarizo hacen mutis corriendo. Mendrugo, dando voces tras
ellos) ¡Ladrones! ¡Ladrones! (Se detiene de pronto y mira la cazuela
tristemente) Me han dejado sin un buñuelo. ¡Pobre de mí! ¿ Y qué hago yo
ahora? (Pausa) Pobrecillos, a lo mejor es que tenían hambre...¡ Que Dios les
perdone el daño que me han hecho! La culpa la he tenido yo, por creer que hay
tierras en donde se puede vivir sin trabajar. Esto me servirá de lección (Vase
tristemente por donde vino).

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Lope de Vega
Fuente Ovejuna

Cuenta la sublevación popular de un lugar contra un tirano corrupto.


Se basa en un hecho verídico ocurrido en el año 1476 en un pueblo de
Córdoba: Fuente Ovejuna. El gobernador, don Fernán Gómez de
Guzmán somete a sus vasallos a toda clase de vejaciones dominado
por la lujuria y la codicia. El rapto de Laurencia, hija del Alcalde,
Esteban, con intención de violarla colma la resistencia de los
campesinos y da lugar a un levantamiento general contra el
comendador. Desesperados, perdida su honra, claman venganza. El
pueblo entero, incluidos mujeres y niños, entran en la casa del villano
que es apedreado, muerto, arrastrado y despedazado. Los Reyes
Católicos, ante la brutalidad del hecho, envían investigadores para
averiguar quién fue el autor de la muerte, y castigarlo. Los aldeanos se
declaran culpables en forma unánime:
¿Quién mató al comendador?
Fuenteovejuna lo hizo, señor
¿Y quién es Fuenteovejuna?
"Todos, señor".
Los reyes, conocidas las injusticias cometidas por el tirano, perdonan
al pueblo que tutelan en el futuro personalmente.

Acto III – Escena IV


(Sale LAURENCIA, desmelenada.)

LAURENCIA
Dejadme entrar, que bien puedo
en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto a dar voces.
¿Conocéisme?
ESTEBAN
¿No es mi hija?
JUAN ROJO
¿No conoces
a Laurencia?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

LAURENCIA
Vengo tal,
que mi diferencia os pone
en contingencia quién soy.
ESTEBAN
¡Hija mía!
LAURENCIA
No me nombres tu hija.
ESTEBAN
¿Por qué, mis ojos?
¿Por qué?
LAURENCIA
Por muchas razones,
y sean las principales,
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta, corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compre,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez:
la oveja al lobo dejáis,
como cobardes pastores.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

¡Qué dagas no vi en mi pecho!


¡Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes!
Mis cabellos, ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes,
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuente Ovejuna el nombre.
Dadme unas armas a mí,
pues sois piedras, pues sois bronces,
pues sois jaspes, pues sois tigres...
-Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y por sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacisteis;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

y que os han de tirar piedras,


hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el Comendador
del almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio-hombres,
por que quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe.
ESTEBAN
Yo, hija, no soy de aquellos
que permiten que los nombres
con esos títulos viles.
Iré solo, si se pone
todo el mundo contra mí.
JUAN ROJO
Y yo, por más que me asombre
la grandeza del contrario.
REGIDOR
Muramos todos.
BARRILDO
Descoge
un lienzo al viento en un palo,
y mueran estos inormes.
JUAN ROJO
¿Qué orden pensáis tener?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MENGO
Ir a matarle sin orden.
Juntad el pueblo a una voz;
que todos están conformes
en que los tiranos mueran.
ESTEBAN
Tomad espadas, lanzones,
ballestas, chuzos y palos.
MENGO
¡Los Reyes nuestros señores
vivan!
TODOS
¡Vivan muchos años!
MENGO
¡Mueran tiranos traidores!
TODOS
¡Traidores tiranos mueran!

(Vanse todos.)

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Calderón de la Barca
La vida es sueño
Soliloquio de Segismundo

El rey Basilio espera un hijo. Un augurio vaticina que su llegada


traerá grandes males al reino. La muerte de la madre al nacer
Segismundo da verosimilitud a la profecía y aterra a Basilio,
que ordena recluir a su hijo en una torre escondida. Sin
descendientes, decide darle una oportunidad y lo devuelve a
palacio. La actitud desconsiderada de Segismundo hacia todos
merece su vuelta al encierro. Allí, su criado Clotaldo le
convence de que todo lo vivido sólo es un sueño. Liberado,
finalmente, decide actuar bien porque, si todo es un sueño,
tendrá remordimientos al despertar.

SEGISMUNDO
¡Ay mísero de mí, ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Nace el ave, y con las galas


que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y cruel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

cuando músico celebra


de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Miguel de Cervantes
El juez de los divorcios
Texto completo

(Sale EL JUEZ, y otros dos con él, que son ESCRIBANO y PROCURADOR, y
siéntase en una silla; salen EL VEJETE Y MARIANA, su mujer.)

MARIANA. Aun bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla de
su audiencia. Desta vez tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo
de quedar libre de pedido y alcabala, como el gavilán.
VEJETE. Por amor de Dios, Mariana, que no almidones tanto tu negocio; habla paso,
por la pasión que Dios pasó; mira que tienes atronada a toda la vecindad con
tus gritos; y, pues tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes
informar de tu justicia.
JUEZ. ¿Qué pendencia traéis, buena gente?
MARIANA. Señor, ¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio!
JUEZ. ¿De quién, o por qué, señora?
MARIANA. ¿De quién? Deste viejo, que está presente.
JUEZ. ¿Por qué?
MARIANA. Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar continuo atenta a curar
todas sus enfermedades, que son sin número; y no me criaron a mí mis
padres para ser hospitalera ni enfermera. Muy buen dote llevé al poder desta
espuerta de huesos, que me tiene consumidos los días de la vida; cuando
entré en su poder, me relumbraba la cara como un espejo, y ahora la tengo
con una vara de frisa encima. Vuesa merced, señor juez, me descase, si no
quiere que me ahorque; mire, mire los surcos que tengo por este rostro, de las
lágrimas que derramo cada día, por verme casada con esta anatomía.
JUEZ. No lloréis, señora; bajad la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré justicia.
MARIANA. Déjeme vuesa merced llorar, que con esto descanso. En los reinos y en las
repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los
matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de
nuevo, como cosas de arrendamiento, y no que hayan de durar toda la vida,
con perpetuo dolor de entrambas partes.
JUEZ. Si ese arbitrio se pudiera o debiera poner en práctica, y por dineros, ya se
hubiera hecho; pero especificad más, señora, las ocasiones que os mueven a
pedir divorcio.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MARIANA. El invierno de mi marido, y la primavera de mi edad; el quitarme el sueño,


por levantarme a media noche a calentar paños y saquillos de salvado para
ponerle en la ijada; el ponerle, ora aquesto, ora aquella ligadura, que ligado le
vea yo a un palo por justicia; el cuidado que tengo de ponerle de noche alta
cabecera de la cama, jarabes lenitivos, porque no se ahogue del pecho; y el
estar obligada a sufrirle el mal olor de la boca, que le huele mal a tres tiros de
arcabuz.
ESCRIBANO. Debe de ser alguna muela podrida.
VEJETE. No puede ser, porque lleve el diablo la muela ni diente que tengo en toda ella.
PROCURADOR. Pues ley hay que dice, según he oído decir, que por sólo el mal olor
de la boca se puede descasar la mujer del marido, y el marido de la mujer.
VEJETE. En verdad, señores, que el mal aliento que ella dice que tengo, no se
engendra de mis podridas muelas, pues no las tengo, ni menos procede de mi
estómago, que está sanísimo, sino desa mala intención de su pecho. Mal
conocen vuesas mercedes a esta señora; pues a fe que, si la conociesen, que
la ayunarían o la santiguarían. Veinte y dos años ha que vivo con ella mártir,
sin haber sido jamás confesor de sus insolencias, de sus voces y de sus
fantasías, y ya va para dos años que cada día me va dando vaivenes y
empujones hacia la sepultura, a cuyas voces me tiene medio sordo, y, a puro
reñir, sin juicio. Si me cura, como ella dice, cúrame a regañadientes;
habiendo de ser suave la mano y la condición del médico. En resolución,
señores, yo soy el que muero en su poder, y ella es la que vive en el mío,
porque es señora, con mero mixto imperio, de la hacienda que tengo.
MARIANA. ¿Hacienda vuestra? Y ¿qué hacienda tenéis vos, que no la hayáis ganado
con la que llevaste s en mi dote? Y son mío la mitad de los bienes
gananciales, mal que os pese; y dellos y de la dote, si me muriese agora, no
os dejaría valor de un maravedí, porque veáis el amor que os tengo.
JUEZ. Decid, señor: cuando entraste en poder de vuestra mujer, ¿no entraste gallardo,
sano, y bien acondicionado?
VEJETE. Ya he dicho que ha veinte y dos años que entré en su poder, como quien entra
en el de un cómitre calabrés a remar en galeras de por fuerza, y entré tan
sano, que podía decir y hacer como quien juega a las pintas.
MARIANA. Cedacico nuevo, tres días en estaca.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

JUEZ. Callad, callad, ahora en tal, mujer de bien, y andad con Dios; que yo no hallo
causa para descasaros; y, pues comiste las maduras, gustad de las duras; que
no está obligado ningún marido a tener la velocidad y corrida del tiempo, que
no pase por su puerta y por sus días; y descontad los malos que ahora os da,
con los buenos que os dio cuando pudo; y no repliquéis más palabra.
VEJETE. Si fuese posible, recibiría gran merced que vuesa merced me la hiciese de
despenarme, alzándome esta carcelería; porque, dejándome así, habiendo ya
llegado a este rompimiento, será de nuevo entregarme al verdugo que me
martirice; y si no, hagamos una cosa: enciérrese ella en un monasterio, y yo
en otro; partamos la hacienda, y desta suerte podremos vivir en paz y en
servicio de Dios lo que nos queda de la vida.
MARIANA. ¡Malos años! ¡Bonica soy yo para estar encerrada! No sino llegaos a la
niña, que es amiga de redes, de tornos, rejas y escuchas; encerraos vos que lo
podréis llevar y sufrir, que ni tenéis ojos con qué ver, ni oídos con qué oír, ni
pies con qué andar, ni mano con qué tocar: que yo, que estoy sana, y con
todos mis cinco sentidos cabales y vivos, quiero usar dello s a la descubierta,
y no por brújula, como quínola dudosa.
ESCRIBANO. Libre es la mujer.
PROCURADOR. Y prudente el marido; pero no puede más.
JUEZ. Pues yo no puedo hacer este divorcio, quia nullam invenio causam.

(Entra UN SOLDADO bien aderezado, y su mujer DOÑA GUIOMAR)

GUIOMAR. ¡Bendito sea Dios!, que se me ha cumplido el deseo que tenía de yerme
ante la presencia de vuesa merced, a quien suplico, cuando encarecidamente
puedo, sea servido de descasarme déste.
JUEZ. ¿Qué cosa es déste? ¿No tiene otro nombre? Bien fuera que dijérades siquiera:
«deste hombre». GUIOMAR. Si él fuera hombre, no procurara yo
descasarme.
JUEZ. Pues ¿qué es?
GUIOMAR. Un leño.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

SOLDADO. [Aparte.] Por Dios, que he de ser leño en callar y en sufrir. Quizá con no
defenderme ni contradecir a esta mujer, el juez se inclinará a condenarme; y,
pensando que me castiga, me sacará de cautiverio, como si por milagro se
librase un cautivo de las mazmorras de Tetuán.
PROCURADOR. Hablad más comedido, señora, y relatad vuestro negocio, sin
improperios de vuestro marido, que el señor juez de los divorcios, que está
delante, mirará rectamente por vuestra justicia.
GUIOMAR. Pues ¿no quieren vuesas mercedes que llame leño a una estatua, que no
tiene más acciones que un madero?
MARIANA. Ésta y yo nos quejamos sin duda de un mismo agravio.
GUIOMAR. Digo, en fin, señor mío, que a mí me casaron con este hombre, ya que
quiere vuesa merced que así lo llame, pero no es este hombre con quien yo
me casé.
JUEZ. ¿Cómo es eso?, que no os entiendo.
GUIOMAR. Quiero decir, que pensé que me casaba con un hombre moliente y
corriente, y a pocos días me hallé que me había casado con un leño, como
tengo dicho; porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni
trazas para granjear un real con que ayude a sustentar su casa y familia. Las
mañanas se le pasan en oír misa y en estarse en la puerta de Guadalajara
murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras; y las tardes,
y aun las mañanas también, se va de casa en casa de juego, y allí sirve de
número a los mirones, que, según he oído decir, es un género de gente a
quien aborrecen en todo extremo los gariteros. A las dos de la tarde viene a
comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no se usa el darlo;
vuélvese a ir; vuelve a media noche; cena si lo halla; y si no, santíguase,
bosteza y acuéstase; y en toda la noche no sosiega, dando vueltas. Pregúntole
qué tiene. Respóndeme que está haciendo un soneto en la memoria para un
amigo que se le ha pedido; y da en ser poeta, como si fuese oficio con quien
no estuviese vinculada la necesidad del mundo.
SOLDADO. Mi señora doña Guiomar, en todo cuanto ha dicho, no ha salido de los
límites de la razón; y, si yo no la tuviera en lo que hago, como ella la tiene en
lo que dice, ya había yo de haber procurado algún favor de palillos de aquí o
de allí, y procurar yerme, como se ven otros hombrecitos aguditos y
bulliciosos, con una vara en las manos, y sobre una mula de alquiler,

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pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas que le acompañe, porque las
tales mulas nunca se alquilan sino a faltas y cuando están de nones; sus
alforjitas a las ancas, en la una un cuello y una camisa, y en la otra su medio
queso, y su pan y su bota; sin añadir a los vestidos que trae de ita, para
hacerlos de camino, sino unas polainas y una sola espuela; y, con una
comisión y aun comezón en el seno, sale por esa Puente Toledana
raspahilando, a pesar de las malas mañas de la harona, y, al cabo de pocos
días, envía a su casa algún pernil de tocino y algunas varas de lienzo crudo;
en fin, de aquellas cosas que valen baratas en los lugares del distrito de su
comisión, y con esto sustenta su casa como el pecador mejor puede; pero yo,
que, ni tengo oficio, ni beneficio, no sé qué hacerme, porque no hay señor
que quiera servirse de mí, porque soy casado; así que me será forzoso
suplicar a vuesa merced, señor juez, pues ya por pobres son tan enfadosos los
hidalgos, y mi mujer lo pide, que nos divida y aparte.
GUIOMAR. Y hay más en esto, señor juez: que, como yo veo que mi marido es tan
para poco, y que padece necesidad, muérome por remedialle, pero no puedo,
porque, en resolución, soy mujer de bien, y no tengo de hacer vileza.
SOLDADO. Por esto solo merecía ser querida esta mujer; pero, debajo deste pundonor,
tiene encubierta la más mala condición de la tierra; pide celos sin causa; grita
sin por qué; presume sin hacienda; y, como me ve pobre, no me estima en el
baile del rey Perico; y es lo peor, señor juez, que quiere que, a trueco de la
fidelidad que me guarda, le sufra y disimule millares de millares de
impertinencias y desabrimientos que tiene.
GUIOMAR. ¿Pues no? ¿Y por qué no me habéis vos de guardar a mí decoro y respeto,
siendo tan buena como soy?
SOLDADO. Oíd, señora doña Guiomar: aquí delante destos señores os quiero decir
esto: ¿Por qué me hacéis cargo de que sois buena, estando vos obligada a
serlo, por ser de tan bueno s padres nacida, por ser cristiana y por lo que
debéis a vos misma? ¡Bueno es que quieran las mujeres que las respeten sus
maridos porque son castas y honestas; como si en solo esto consistiese, de
todo en todo, su perfección; y no echan de ver los desaguaderos por donde
desaguan la fineza de otras mil virtudes que les faltan!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

¿Qué se me da a mí que seáis casta con vos misma, puesto que se me da


mucho, si os descuidáis de que lo sea vuestra criada, y si andáis siempre
rostrituerta, enojada, celosa, pensativa, manirrota, dormilona, perezosa,
pendenciera, gruñidora, con otras insolencias deste jaez, que bastan a
consumir las vidas de doscientos maridos? Pero, con todo esto, digo, señor
juez, que ninguna cosa destas tiene mi señora doña Guiomar; y confieso que
yo soy el leño, el inhábil, el dejado y el perezoso; y que, por ley de buen
gobierno, aunque no sea por otra cosa, está vuesa merced obligado a
descasarnos; que desde aquí digo que no tengo ninguna cosa que alegar
contra lo que mi mujer ha dicho, y que doy el pleito por concluso, y holgaré
de ser condenado.
GUIOMAR. ¿Qué hay que alegar contra lo que tengo dicho? Que no me dais de comer
a mí, ni a vuestra criada, y monta que no son muchas, sino una, y aun esa
sietemesina, que no come por un grillo.
ESCRIBANO. Sosiéguense; que vienen nuevos demandantes.

(Entra uno vestido de médico, y es CIRUJANO; y ALDONZA DE MINJACA, su


mujer)

CIRUJANO. Por cuatro causas bien bastantes, vengo a pedir a vuesa merced, señor
juez, haga divorcio entre mí y la señora Aldonza de Minjaca, mi mujer, que
está presente.
JUEZ. Resoluto venís; decid las cuatro causas.
CIRUJANO. La primera, porque no la puedo ver más que a todos los diablos; la
segunda, por lo que ella se sabe; la tercera, por lo que yo me callo; la cuarta,
porque no me lleven los demonios, cuando desta vida vaya, si he de durar en
su compañía hasta mi muerte.
PROCURADOR. Bastantísimamente ha probado su intención.
MINJACA. Señor juez, vuesa merced me oiga, y advierta que, si mi marido pide por
cuatro causas divorcio, yo le pido por cuatrocientas. La primera, porque, cada
vez que le veo, hago cuenta que veo al mismo Lucifer; la segunda, porque fui
engañada cuando con él me casé; porque él dijo que era médico de pulso, y
remaneció cirujano, y hombre que hace ligaduras y cura otras enfermedades,
que va a decir desto a médico, la mitad del justo precio; la tercera, porque
tiene celos del sol que me toca; la cuarta, que, como no le puedo ver, querría
estar apartada dél dos millones de leguas.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

ESCRIBANO. ¿Quién diablos acertará a concertar estos relojes, estando las ruedas tan
desconcertadas?
MINJACA. La quinta...
JUEZ. Señora, señora, si pensáis decir aquí todas las cuatrocientas causas, yo no estoy
para escuchallas, ni hay lugar para ello; vuestro negocio se recibe a prueba, y
andad con Dios; que hay otros negocios que despachar.
CIRUJANO. ¿Qué más pruebas, sino que yo no quiero morir con ella, ni ella gusta de
vivir conmigo?
JUEZ. Si eso bastase para descasarse los casados, infinitísimos sacudirían de sus
hombros el yugo del matrimonio.

(Entran uno vestido de GANAPAN, con su caperuza cuarteada)

GANAPAN. Señor juez: ganapán soy, no lo niego, pero cristiano viejo, y hombre de
bien a las derechas; y, si no fuese que alguna vez me tomo del vino, o él me
toma a mí, que es lo más cierto, ya hubiera sido prioste en la cofradía de los
hermanos de la carga; pero, dejando esto aparte, porque hay mucho que decir
en ello, quiero que sepa el señor juez que, estando una vez muy enfermo de
los vaguidos de Baco, prometí de casarme con una mujer errada. Volví en mí,
sané, y cumplí la promesa, y caséme con una mujer que saqué de pecado;
púsela a ser placera; ha salido tan soberbia y de tan mala condición, que
nadie llega a su tabla con quien no riña, ora sobre el peso falto, ora sobre que
le llegan a la fruta, y a dos por tres les da con una pesa en la cabeza, o adonde
topa, y los deshonra hasta la cuarta generación, sin tener hora de paz con
todas sus vecinas ya parleras; y yo tengo de tener todo el día la espada más
lista que un sacabuche, para defendella; y no ganamos para pagar penas de
pesos no maduros, ni de condenaciones de pendencias. Querría, si vuesa
merced fuese servido, o que me apartase della, o por lo menos le mudase la
condición acelerada que tiene en otra más reportada y más blanda; y
prométole a vuesa merced de descargarle de balde todo el carbón que
comprare este verano; que puedo mucho con los hermanos mercaderes de la
costilla.
CIRUJANO. Ya conozco yo a la mujer deste buen hombre, y es tan mala como mi
Aldonza; que no lo puedo más encarecer.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

JUEZ. Mirad, señores: aunque algunos de los que aquí estáis habéis dado algunas
causas que traen aparejada sentencia de divorcio, con todo eso, es menester
que conste por escrito, y que lo digan testigos; y así, a todos os recibo a
prueba. Pero ¿qué es esto? ¿Música y guitarras en mi audiencia? ¡Novedad
grande es ésta!

(Entran dos músicos.)

MÚSICOS. Señor juez, aquellos dos casados tan desavenidos que Vuesa Merced
concertó, redujo y apaciguó el otro día, están esperando a vuesa merced con
una gran fiesta en su casa; y por nosotros le envían a suplicar sea servido de
hallarse en ella y honrarlos.
JUEZ. Eso haré yo de muy buena gana, y pluguiese a Dios que todos los presentes se
apaciguasen como ellos.
PROCURADOR. Desa manera, moriríamos de hambre los escribanos y procuradores
desta audiencia; que no, no, sino todo el mundo ponga demandas de
divorcios, que al cabo, al cabo, los más se quedan como se estaban, y
nosotros habemos gozado del fruto de sus pendencias y necedades.
MÚSICOS. Pues en verdad que desde aquí hemos de ir regocijando la fiesta. (Cantan
los músicos.)

«Entre casados de honor, donde vale el peor concierto


cuando hay pleito descubierto, más que el divorcio mejor.
más vale el peor concierto Aunque la rabia de celos
que no el divorcio mejor. es tan fuerte y rigurosa,
Donde no ciega el engaño si los pide una hermosa,
simple, en que algunos están, no son celos, sino cielos.
las riñas de por San Juan Tiene esta opinión Amor,
son paz para todo el año. que es el sabio más experto:
Resucita allí el honor, que vale el peor concierto
y el gusto, que estaba muerto, más que el divorcio mejor.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

William Shakespeare
Romeo y Julieta

Dos familias, los Montesco y los Capuleto, se odian. Julieta (Capuleto) y


Romeo (Montesco) se enamoran locamente y, pese al problema
familiar, deciden casarse en secreto. El padre de Julieta fija la boda de
su hija sin contar con el consentimiento de ella. Para escapar al hecho
trama, junto con el sacerdote amigo de la pareja, un plan que consiste
en tomar un brebaje que simulará su muerte hasta que Romeo pueda
reunirse con ella. El sacerdote envía una carta a Romeo para ponerle al
tanto, pero no llega a su destino. El joven compra un veneno al
conocer la noticia de su muerte que ingiere junto al supuesto cadáver
de su amada. Cuando Julieta despierta no puede soportar el dolor y
se suicida con un puñal.

Escena II, Segundo Acto


Romeo ante la ventana de Julieta. Bajo el balcón de Julieta. Romeo entra
sin ser visto. Julieta aparece en una ventana
Romeo:- ¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el
Oriente, y Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna,
lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en
hermosura! ¡No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado de vestal es enfermizo y
amarillento, y no son sino bufones los que lo usan, ¡Deséchalo! ¡Es mi vida, es
mi amor el que aparece!… Habla… más nada se escucha; pero, ¿qué importa?
¡Hablan sus ojos; les responderé!… Soy demasiado atrevido. No es a mí a quien
habla. Dos de las más resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algún
quehacer ruegan a sus ojos que brillen en sus esferas hasta su retorno. ¿Y si los
ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en su rostro? ¡El fulgor
de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una
lámpara! ¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial unos rayos tan claros a
través de la región etérea, que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!…
¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en su mano
la mejilla! ¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano para poder tocar esa mejilla!
Julieta:- ¡Ay de mí!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Romeo:- Habla. ¡Oh! ¡Habla otra vez ángel resplandeciente!… Porque esta noche
apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste
ante los ojos extáticos y maravillados de los mortales, que se inclinan hacia
atrás para verle, cuando él cabalga sobre las tardas perezosas nubes y navega en
el seno del aire.
Julieta:- ¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu
nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una
Capuleto.
Romeo:- (Aparte) ¿Continuaré oyéndola, o le hablo ahora?
Julieta:- ¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no
Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni
parte alguna que pertenezca a un hombre. ¡Oh, sea otro nombre! ¿Qué hay en un
nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con
cualquiera otra denominación! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se
llamara, conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. ¡Romeo,
rechaza tu nombre; y a cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tómame
a mi toda entera!
Romeo:- Te tomo la palabra. Llámame sólo "amor mío" y seré nuevamente bautizado.
¡Desde ahora mismo dejaré de ser Romeo!
Julieta:- ¿Quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis
secretos?
Romeo:- ¡No sé cómo expresarte con un nombre quien soy! Mi nombre, santa
adorada, me es odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgaría
esa palabra.
Julieta:- Todavía no he escuchado cien palabras de esa lengua, y conozco ya el acento.
¿No eres tú Romeo y Montesco?
Romeo:- Ni uno ni otro, hermosa doncella, si los dos te desagradan.
Julieta:- Y dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y para qué? Las tapias del jardín son
altas y difíciles de escalar, y el sitio, de muerte, considerando quién eres, si
alguno de mis parientes te descubriera.
Romero:- Con ligeras alas de amor franquee estos muros, pues no hay cerca de piedra
capaz de atajar el amor; y lo que el amor puede hacer, aquello el amor se atreve
a intentar. Por tanto, tus parientes no me importan.
Julieta:- ¡Te asesinarán si te encuentran!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Romeo:- ¡Ay! ¡Más peligro hallo en tus ojos que en veinte espadas de ellos! Mírame
tan sólo con agrado, y quedo a prueba de su enemistad.
Julieta:- ¡Por cuánto vale el mundo, no quisiera que te viesen aquí!
Romeo:- El manto de la noche me oculta a sus miradas; pero, si no me quieres, déjalos
que me hallen aquí. ¡Es mejor que termine mi vida víctima de su odio, que se
retrase mi muerte falto de tu amor.
Julieta:- ¿Quién fue tu guía para descubrir este sitio?
Romeo:- Amor, que fue el primero que me incitó a indagar; él me prestó consejo y yo
le presté mis ojos. No soy piloto; sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como
la más extensa ribera que baña el más lejano mar, me aventuraría por mercancía
semejante.
Julieta:- Tú sabes que el velo de la noche cubre mi rostro; si así lo fuera, un rubor
virginal verías teñir mis mejillas por lo que me oíste pronunciar esta noche.
Gustosa quisiera guardar las formas, gustosa negar cuanto he hablado; pero,
¡adiós cumplimientos! ¿Me amas? Sé que dirás: sí, yo te creeré bajo tu palabra.
Con todo, si lo jurases, podría resultar falso, y de los perjurios de los amantes
dicen que se ríe Júpiter. ¡Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, decláralo
con sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondré desdeñosa y
esquiva, y tanto mayor será tu empeño en galantearme. En verdad, arrogante
Montesco, soy demasiado apasionada, y por ello tal vez tildes de liviana mi
conducta; pero, créeme, hidalgo, daré pruebas de ser más sincera que las que
tienen más destreza en disimular. Yo hubiera sido más reservada, lo confieso,
de no haber tú sorprendido, sin que yo me apercibiese, mi verdadera pasión
amorosa. ¡Perdóname, por tanto, y no atribuyas a liviano amor esta flaqueza
mía, que de tal modo ha descubierto la oscura noche!
Romeo:- Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de los
árboles…
Julieta:- No jures por la luna, que es su rápida movimiento cambia de aspecto cada
mes. No vayas a imitar su inconstancia.
Romeo:- ¿Pues por quién juraré?
Julieta:- No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es
el dios que adoro y en quien he de creer.
Romeo:- ¿Pues por quién juraré?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Julieta:- No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales
promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se
extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado
abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor. Adiós, ¡ojalá
caliente tu pecho en tan dulce clama como el mío!
Romeo:- ¿Y no me das más consuelo que ése?
Julieta:- ¿Y qué otro puedo darte esta noche?
Romeo:- Tu fe por la mía.
Julieta:- Antes de la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela
otra vez.
Romeo:- ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?
Julieta:- Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya.
Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos
de la mar. ¡Cuando más te doy, más quisiera date!… Pero oigo ruido dentro.
¡Adiós no engañes mi esperanza… Ama, allá voy… Guárdame fidelidad,
Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.
Romeo:- ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto
de un delicioso sueño
Julieta:- (Asomada otra vez a la ventana) Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor
es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de
cómo y cuando quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida
e iré en pos de ti por el mundo.
Ama:- (Llamando dentro) ¡Julieta!
Julieta:- Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplícote que…
Ama:- ¡Julieta!
Julieta:- Ya corro… Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi
dolor. Mañana irá el mensajero…
Romeo:- Por la gloria…
Julieta:- Buenas noches.
Romeo:- No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor
como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el
niño que deja sus juegos para tornar al estudio.
Julieta:- (Otra vez a la ventana) ¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del
cazador de cetrería, para llamar de lejos a los halcones¡ Si yo pudiera hablar a
gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegaría a
ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Romeo:- ¡Cuán grado suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de


los amantes! Más dulce es que la música en oído atento.
Julieta:- ¡Romeo!
Romeo:- ¡Alma mía!
Julieta:- ¿A qué hora irá mi criado mañana?
Romeo:- A las nueve.
Julieta:- No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que llegue. No sé para qué te
he llamado.
Romeo:- ¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses!
Julieta:- Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba,
recordando tu dulce compañía.
Romeo:- Para que siga tu olvido no he de irme.
Julieta:- Ya es de día. Vete… Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho
que consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de
seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a
soltar…
Romeo:- ¡Ojalá fuera yo ese pajarillo!
Julieta:- ¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? Aunque recelo que mis caricias habían
de matarte. ¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no
sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana.
Romeo:- ¡Qué el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera
yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la
celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este
trance.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

William Shakespeare
Hamlet

Claudio sube al trono de Dinamarca a la muerte de su hermano


y se casa con Gertrudis, la reina viuda. El hijo del difunto, el
príncipe Hamlet, cae en profunda depresión. Una noche se le
aparece la sombra de su padre que le revela que fue asesinado
por Claudio y le exige venganza. El príncipe finge locura para
llevar a término su mandato. El hecho origina un debate entre
el rey y la reina, que creen que la perturbación se debe a la
muerte del padre, y Polonio, el chambelán, que dice que sufre
los efectos del amor que siente por su hija Ofelia. Hamlet
prepara una representación teatral que visualice el asesinato
descrito por el espectro de su padre para observar las
reacciones de los acusados. Claudio no puede ver el final de la
obra y se retira muy perturbado. Hamlet reprocha a su madre
su matrimonio y mata, por error a Polonio. El rey, por otra
parte, lo envía a Inglaterra y ordena su muerte que no
consigue. Cuando regresa a Dinamarca Ofelia ha muerto.
También morirán envenenados por diversos medios la reina y
Hamlet, pero este consigue acabar con Claudio antes

Escena del enterrador

Enterrador. Entra HAMLET. HORACIO a distancia

ENTERRADOR.- No te devanes los sesos, que, por más que le pegues, tu burro no irá
más rápido. Cuando te vengan con esa pregunta, tú di que el sepulturero,
porque las casas que hace duran hasta el Día del Juicio. Vamos, corre a la
taberna y tráeme una jarra de aguardiente. (Canta)
De joven yo amé, amé;
me pareció muy grato
menguar mis anos con placer;
igual no lo había probado
HAMLET.- ¿Es que este hombre no tiene sentido de su oficio, que cava tumbas
cantando?
HORACIO.- Con la costumbre se vuelve una cuestión de indiferencia.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

HAMLET.- Cierto. La mano que poco labra tiene el sentido más fino.
ENTERRADOR [canta] Mas con sigilo la vejez
ha hecho presa en mí
y me transporta a la región
como al que no ha gozado así. (Arroja una calavera)
HAMLET.- Esa calavera tenía lengua y podía cantar. Este bribón la estrella contra el
suelo como si fuera la quijada de Caín, que cometió el primer crimen. Tal vez
fuese la cabeza de un político, ahora avasallado por un asno, capaz de engañar
a Dios, ¿no crees?
HORACIO.- Tal vez, señor.
HAMLET.- O la de un cortesano, que diría: «Buenos días, mi señor. ¿Cómo estáis, mi
buen señor?» Sería el señor don Tal, que elogiaba el caballo del señor don
Cual cuando pensaba pedírselo, ¿verdad?
HORACIO.- Sí, mi señor.
HAMLET.- Pues claro, y ahora es de don Gusano, sin mandíbulas y con la crisma
sacudida por el sepulturero. Bonita transmutación, si supiéramos verla. ¿Tan
fácil ha sido crear estos huesos que ahora sólo sirven para jugar a los bolos?
Los míos me duelen de pensarlo.
ENTERRADOR [canta] Un pico y una pala, pal,
envuelto en un sudario,
y un hoyo para huésped tal
será lo necesario (Arroja otra calavera)
HAMLET.- Otra más. ¿No podría ser la de un abogado? ¿Dónde están ahora sus
argucias, sus distingos, sus pleitos, sus títulos, sus mañas? ¿Cómo deja que
este bruto le sacuda el cráneo con una pala sucia sin denunciarle por agresión?
¡Mmm ...! Tal vez fuese en vida un gran compra-dor de tierras, con sus
gravámenes, conocimientos, transmisiones, fianzas dobles, demandas.
¿Transmitió sus transmisiones y demandó sus demandas para acabar con esta
tierra en la cabeza? ¿Le negarán garantía sus garantes, aun siendo dos, para
una compra que no excede el tamaño de un contrato? Todas sus escrituras
apenas caben en este hueco. ¿No tiene derecho a más el hacendado?
HORACIO.- Ni a una pizca más, señor.
HAMLET.- Los pergaminos, ¿no son de piel de carnero?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

HORACIO.- Sí, Alteza, y de becerro.


HAMLET.- Carnero y becerro ha de ser quien crea que aseguran algo. Hablaré con este
hombre.
Tú, ¿de quién es esta fosa?
ENTERRADOR.- Mía, señor [Canta] ... y un hoyo para huésped tal
será lo necesario.
HAMLET.- Será tuya porque te has metido dentro.
ENTERRADOR.- Y como vos estáis fuera, no es vuestra. Yo en esto no me he metido,
pero es mía.
HAMLET.- Te has metido y has mentido diciendo que es tuya. Es para un muerto, no
para un vivo; así que has mentido.
ENTERRADOR.- Señor, es una mentira viva y ahora vuelve con vos.
HAMLET.- ¿Para qué hombre la cavas?
ENTERRADOR.- Para ningún hombre, señor.
HAMLET.- ¿Para qué mujer?
ENTERRADOR.- Para ninguna, tampoco.
HAMLET.- Pues, ¿a quién van a enterrar?
ENTERRADOR.- A una que fue mujer, pero, que en paz descanse, está muerta.
HAMLET.- ¡Qué rotundo es el granuja! Como no hilemos delgado nos matarán los
equívocos. De veras, Horacio; lo he notado en los últimos tres años: nos
hemos vuelto tan finos que hasta el más palurdo le pisa el talón al cortesano y
le roza el sabañón. ¿Desde cuándo eres sepulturero?
ENTERRADOR.- De todos los días del año, desde aquel en que nuestro difunto rey
Hamlet venció a Fortinbrás.
HAMLET.- Y de eso, ¿cuánto hace?
ENTERRADOR.- ¿No lo sabéis? ¡Si hasta los tontos lo saben! Fue el día en que nació
el joven Hamlet, el que estaba loco y mandaron a Inglaterra.
HAMLET.- Sí, claro. ¿Y por qué le mandaron a Inglaterra?
ENTERRADOR.- Pues porque estaba loco. Allí recobrará el juicio y, si no, poco
importa.
HAMLET.- ¿Por qué?
ENTERRADOR.- No se lo notarán: allí todos están igual de locos.
HAMLET.- ¿Cómo se volvió loco?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

ENTERRADOR.- De un modo extraño.


HAMLET.- ¿Cómo «extraño»?
ENTERRADOR.- Vaya, pues perdiendo el juicio.
HAMLET.- ¿De dónde salió su locura?
ENTERRADOR.- Pues de aquí, de Dinamarca. Mozo y hombre, yo llevo aquí de
sepulturero treinta años.
HAMLET.- ¿Cuánto tarda en pudrirse un muerto enterrado?
ENTERRADOR.- Bueno, si no se ha podrido antes de morir (pues hoy en día nos traen
muchos venéreos que apenas se pueden enterrar), os puede durar unos ocho o
nueve años. Un curtidor os dura nueve años.
HAMLET.- ¿Y él por qué más que otros?
ENTERRADOR.- Pues, señor, porque tiene la piel tan curtida que el agua no la
atraviesa en mucho tiempo, y el agua descompone bien a todo puto cadáver.
Aquí hay una calavera; lleva enterrada veintitrés años.
HAMLET.- ¿De quién es?
ENTERRADOR.- De un puto chiflado. ¿Quién creéis que era?
HAMLET.- No lo sé.
ENTERRADOR.- ¡Mala peste de loco! Un día me vació en la cabeza una jarra de vino
del Rin. Esta calavera, señor, es la de Yorick, el bufón del rey.
HAMLET.- ¿Ésta?
ENTERRADOR.- La misma.
HAMLET.- Deja que la vea. ¡Ay, pobre Yorick! Yo le conocía, Horacio: tenía un
humor incansable, una agudeza asombrosa. Me llevó a cuestas mil veces. Y
ahora, ¡cómo me repugna imaginarlo! Me revuelve el estómago. Aquí
colgaban los labios que besé infinitas veces. Y ahora, ¿dónde están tus pullas,
tus brincos, tus canciones, esas ocurrencias que hacían estallar de risa a toda la
mesa? ¿Ya no tienes quien se ría de tus muecas? ¿Estás encogido? Vete a la
estancia de tu señora y dile que, por más que se embadurne, acabará con esta
cara. Hazla reír con esto. Horacio, dime una cosa.
HORACIO.- Sí, mi señor.
HAMLET.- ¿Tú crees que Alejandro tenía este aspecto bajo tierra?
HORACIO.- El mismo.
HAMLET.- ¿Y olía así? ¡Uf!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

HORACIO.- Igual, señor.


HAMLET.- ¡En qué bajos usos podemos caer, Horacio! ¿No podría la imaginación
rastrear el noble polvo de Alejandro y encontrarlo taponando un barril?
HORACIO.- Sería una busca demasiado rebuscada.
HAMLET.- No, nada de eso; habría que seguirle con mesura llevados de lo probable. Es
decir: Alejandro murió, Alejandro fue enterrado, Alejandro se convirtió en
polvo. El polvo es tierra, con la tierra se hace el barro, y con el barro en que se
convirtió, ¿por qué no se puede tapar un barril de cerveza?
Muerto y hecho barro, el imperial César
rellena un boquete y el aire intercepta.
¡Ah, que aquella tierra que al mundo arredró
tape una pared y corte un ventarrón!

Monólogo: Ser o no ser

Escena I, Tercer Acto

HAMLET
Ser o no ser... He ahí el dilema.
¿Qué es mejor para el alma,
sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos,
o levantarse en armas contra el océano del mal,
y oponerse a él y que así cesen? Morir, dormir...
Nada más; y decir así que con un sueño
damos fin a las llagas del corazón
y a todos los males, herencia de la carne,
y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir,
dormir... ¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! Pues en el sueño
de la muerte ¿qué sueños sobrevendrán
cuando despojados de ataduras mortales
encontremos la paz? He ahí la razón
por la que tan longeva llega a ser la desgracia.
¿Pues quién podrá soportar los azotes y las burlas del mundo,

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

la injusticia del tirano, la afrenta del soberbio,


la angustia del amor despreciado, la espera del juicio,
la arrogancia del poderoso, y la humillación
que la virtud recibe de quien es indigno,
cuando uno mismo tiene a su alcance el descanso
en el filo desnudo del puñal? ¿Quién puede soportar
tanto? ¿Gemir tanto? ¿Llevar de la vida una carga
tan pesada? Nadie, si no fuera por ese algo tras la muerte
—ese país por descubrir, de cuyos confines
ningún viajero retorna— que confunde la voluntad
haciéndonos pacientes ante el infortunio
antes que volar hacia un mal desconocido.
La conciencia, así, hace a todos cobardes
y, así, el natural color de la resolución
se desvanece en tenues sombras del pensamiento;
y así empresas de importancia, y de gran valía,
llegan a torcer su rumbo al considerarse
para nunca volver a merecer el nombre
de la acción. Pero, silencio... la hermosa Ofelia ¡Ninfa,
en tus plegarias, jamás olvides mis pecados.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

José Zorrilla
Don Juan Tenorio

Dos bravucones sevillanos, Don Juan y Don Luis hacen una apuesta.
Ganará quien, al cabo de un año, acredite más amores, engaños y
muertes. Es carnaval cuando se cumple el plazo. Vence Don Juan que
lanza un nuevo reto: seducirá a Doña Ana, la prometida de Don Luis y
enamorará a una novicia. El reto es escuchado por Don Gonzalo,
comendador y padre de Inés, destinada a ser su esposa. El matrimonio
es anulado e Inés recluida en un convento. Don Juan engaña a Doña
Ana haciéndose pasar por su prometido y escala los muros del
convento donde está Doña Inés para raptarla, pero los dos se
enamoran locamente. Don Luis y Don Gonzalo morirán al desafiar al
protagonista que debe huir a Italia. Regresa cinco años más tarde.
Doña Inés ha muerto de amor y ha hecho también una apuesta con
Dios: logrará el arrepentimiento de su amado o se condenarán juntos.
Don Juan visita su tumba. Ante ella invita al comendador a cenar y éste
lo invita, a su vez, a compartir la mesa de piedra con él en el panteón.
Cuando está a punto llevarse a Don Juan al infierno interviene Doña
Inés y logra su arrepentimiento subiendo ambos al cielo.

Inicio de la obra
ACTO PRIMERO
Hostería de Cristófano Buttarelli. Puerta en el fondo que da a la calle: mesas, jarros y
demás utensilios propios de semejante lugar.
ESCENA I
Don Juan, con antifaz, sentado a una mesa escribiendo. Buttarelli y Ciutti, a un lado
esperando. Al levantarse el telón, se ven pasar por la puerta del fondo máscaras,
estudiantes y pueblo con hachones, músicas, etc.
DON JUAN:
¡Cuál gritan esos malditos!
Pero ¡mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no pagan caros sus gritos! (Sigue escribiendo.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

BUTTARELLI: ¡A Ciutti.)
Buen carnaval.
CIUTTI: (A Buttarelli.)
Buen agosto
para rellenar la arquilla.
BUTTARELLI:
¡Quiá! Corre ahora por Sevilla
poco gusto y mucho mosto.
Ni caen aquí buenos peces,
que son casas mal miradas
por gentes acomodadas,
y atropelladas a veces.
CIUTTI:
Pero hoy...
BUTTARELLI:
Hoy no entra en la cuenta,
CIUTTI:
Se ha hecho buen trabajo.
CIUTTI:
¡Chist! Habla un poco más bajo,
que mi señor se impacienta pronto.
BUTTARELLI: ¿A su servicio estás?
CIUTTI:
Ya ha un año.
BUTTARELLI:
¿Y qué tal te sale?
CIUTTI:
No hay prior que se me iguale;
tengo cuanto quiero, y más.
Tiempo libre, bolsa llena,
buenas mozas y buen vino.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

BUTTARELLI:
¡Cuerpo de tal, qué destino!
CIUTTI: (Señalando a don Juan.)
Y todo ello a costa ajena.
BUTTARELLI:
Rico, ¿eh?
CIUTTI:
Varea la plata.
BUTTARELLI:
¿Franco?
CIUTTI:
Como un estudiante.
BUTTARELLI:
¡Y noble!
CIUTTI:
Como un infante.
BUTTARELLI:
Y bravo!
CIUTTI:
Como un pirata.
BUTTARELLI:
¡Español?
CIUTTI:
Creo que sí.
BUTTARELLI:
¿Su nombre?
CIUTTI:
Lo ignoro, en suma.
BUTTARELLI:
¡Bribón! ¿Y dónde va?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

CIUTTI:
Aquí.
BUTTARELLI: Largo plumea.
CIUTTI:
Es gran pluma.
BUTTARELLI:
¿Y a quién mil diablos escribe
tan cuidadoso y prolijo?
CIUTTI:
A su padre.
BUTTARELLI:
¡Vaya un hijo!
CIUTTI:
Para el tiempo en que se vive
es un hombre extraordinario.
Mas ¡silencio!
DON JUAN: (Cerrando la curta.)
¡Firmo! y plego.
¿Ciutti?
CIUTTI:
Señor.
DON JUAN:
Este pliego
irá dentro del horario
en que reza doña Inés
a sus manos a parar.
CIUTTI:
¿Hay respuesta que aguardar?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

DON JUAN:
Del diablo con guardapiés
que la asiste, de su dueña
que mis intenciones sabe,
recogerás una llave,
una hora y una seña;
y más ligero que el viento
aquí otra vez.
CIUTTI:
Bien está. (Vase.)
ESCENA II
Don Juan, Buttarelli
DON JUAN:
Cristófano, vieni quá.
BUTTARELLI:
Eccellenenza!
DON JUAN:
Senti.
BUTTARELLI:
Sento.
Ma ho imparato il castigliano,
se è più facile Al signor
la sua lingua...
DON JUAN:
Sí, es mejor:
lascia dunque il tuo toscano,
y dime: ¿don Luis Mejía
ha venido hoy?
BUTTARELLI:
Excelencia,
no está en Sevilla.

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DON JUAN:
¿Su ausencia
dura en verdad todavía?
BUTTARELLI:
Tal creo.
DON JUAN:
¿Y noticia alguna
no tienes de él?
BUTTARELLI:
¡Ah! Una historia
me viene ahora a la memoria
que os podrá dar...
DON JUAN:
¿Oportuna
luz sobre el caso?
BUTTARELLI:
Tal vez.
DON JUAN:
Habla pues.
BUTTARELLI: (Hablando consigo mismo.)
No, no me engaño:
esta noche cumple el año,
lo había olvidado.
DON JUAN:
¡Pardiez!
¿Acabarás con tu cuento?
BUTTARELLI:
Perdonad, señor: estaba
recordando el hecho.

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DON JUAN:
¡Acaba,
vive Dios!, que me impaciento.
BUTTARELLI:
Pues es el caso, señor,
que el caballero Mejía
por quien preguntáis, dio un día
en la ocurrencia peor
que ocurrírsele podía.
DON JUAN:
Suprime lo al hecho extraño;
que apostaron me es notorio
a quién haría en un año
con más fortuna más daño
Luis Mejía y Juan Tenorio.
BUTTARELLI:
¿La historia sabéis?
DON JUAN:
Entera;
por eso te he preguntado
por Mejía.
BUTTARELLI:
¡Oh! me pluguiera
que la apuesta se cumpliera,
que pagan bien y al contado.
DON JUAN:
¿Y no tienes confianza
en que don Luis a esta cita
acuda?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

BUTTARELLI:
¡Quiá! ni esperanza:
el fin del plazo se avanza
y estoy cierto que maldita
la memoria que ninguno
guarda de ello.
DON JUAN:
Basta ya.
Toma.
BUTTARELLI:
¡Excelencia! (Saluda profundamente.)
¿Y de alguno
de ellos sabéis vos?
DON JUAN:
Quizá.
BUTTARELLI:
¿Vendrán, pues?
Al menos uno;
mas por si acaso los dos
dirigen aquí sus huellas
el uno del otro en pos,
tus dos mejores botellas
prevénles.
BUTTARELLI:
Mas...
DON JUAN:
¡Chito...! Adiós

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

ESCENA III
BUTTARELLI
¡Santa Madona! De vuelta
Mejía y Tenorio están
sin duda... y recogerán
los dos la palabra suelta.
¡Oh! sí, ese hombre tiene traza
de saberlo a fondo. (Ruido dentro.)
Pero qué es esto? (Se asoma a la puerta.)
¡Anda! ¡El forastero
está riñendo en la plaza!
¡Válgame Dios! ¡Qué bullicio!
Cómo se le arremolina
chusma...! ¡Y cómo la acoquina
él solo...! ¡Puf! ¡Qué estropicio!
¡Cuál corren delante de él!
No hay duda, están en Castilla
los dos, y anda ya Sevilla
toda revuelta. ¡Miguel!
ESCENA IV
Buttarelli, Miguel
MIGUEL:
¿Che comanda?
BUTTARELLI:
Presto, qui
servi una tavola, amico:
e del Lacryma più antico
porta due buttiglie.
MIGUEL:
Si, signor padron.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

BUTTARELLI:
Micheletto,
apparechia in carità
lo più ricco que si fa,
¡afrettati!
MIGUEL:
Gia mi afretto,
signor padrone. (Vase.)
ESCENA V
Buttarelli, Don Gonzalo
DON GONZALO:
Aquí es.
¿Patrón?
BUTTARELLI:
¿Qué se ofrece?
DON GONZALO:
Quiero
hablar con el hostelero.
BUTTARELLI:
Con él habláis; decid, pues.
DON GONZALO:
¿Sois Vos?
BUTTARELLI:
Sí, mas despachad,
que estoy de priesa.
DON GONZALO:
En tal caso
ved si es cabal y de paso
esa dobla y contestad.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

BUTTARELLI:
¿Oh, excelencia!
DON GONZALO:
¿Conocéis
a don Juan Tenorio
BUTTARELLI:
Sí.
DON GONZALO:
¿Y es cierto que tiene aquí
hoy una cita?
BUTTARELLI:
¡Oh! ¿seréis
vos el otro?
DON GONZALO:
¿Quién?
BUTTARELLI:
Don Luis.
DON GONZALO:
No; Pero estar me interesa
en su entrevista.
BUTTARELLI:
Esta mesa
les preparo; si os servís
en esotra colocaros,
podréis presenciar la cena
que les daré... ¡Oh! será escena
que espero que ha de admiraros.
DON GONZALO:
Lo creo.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

BUTTARELLI:
Son sin disputa
los dos mozos más gentiles
de España.
DON GONZALO:
Sí, y los más viles
también.
BUTTARELLI:
¡Bah! Se les imputa
cuanto malo se hace hoy día;
mas la malicia lo inventa,
pues nadie paga su cuenta
como Tenorio y Mejía.
DON GONZALO:
¡Ya!
BUTTARELLI:
Es afán de murmurar,
porque conmigo, señor,
ninguno lo hace mejor,
y bien lo puedo jurar.
DON GONZALO:
No es necesario; mas...
BUTTARELLI:
¿Qué?
DON GONZALO:
Quisiera yo ocultamente
verlos, y sin que la gente
le reconociera.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

BUTTARELLI:
A fe que eso es muy fácil, señor.
Las fiestas de carnaval
al hombre más principal
permiten, sin deshonor
de su linaje, servirse
de un antifaz, y bajo él,
¿quién sabe hasta descubrirse
de qué carne es el pastel?

Monólogos significativos

Relato de las hazañas de Don Juan

Como gustéis, igual es,


que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor?
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos.»
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

En Roma, a mi apuesta fiel,


fijé, entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.»
De aquellos días la historia
a relataros renuncio:
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas, caprichosas,
las costumbres, licenciosas,
yo, gallardo y calavera:
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma, por fin,
como os podéis figurar:
con un disfraz harto ruin,
y a lomos de un mal rocín,
pues me querían ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
«Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él .
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

no hay hembra a quien no suscriba;


y a cualquier empresa abarca,
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.»
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hay escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

que pudo matarme a mí


aquel a quien yo maté.
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió:
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.

Don Juan declara su amor a Inés

¿No es verdad, ángel de amor,


que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esta orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita como manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador
llamando al cercano día

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

¿No es verdad, gacela mía,


que están respirando amor?
Y mis palabras que están
inflamando en tu interior
un fuego germinador
no encendido todavía
¿No es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿No es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
Oh sí, bellísima Inés,
espejo y luz de mis ojos
escucharme, sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira quí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.

Respuesta de Dª Inés

Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,


que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

¡Ah! Callad por compasión,


que oyéndoos me parece
que mi cerebro enloquece
se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal, sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos:
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¡Y qué he de hacer ¡ay de mí!
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan!,
yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame porque te adoro.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Conversión de D. Juan

¡Alma mía! Esa palabra


cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén se me abra.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí;
es Dios, que quiere por ti
ganarme para Él quizás.
No, el amor que hoy se atesora
en mi corazón mortal
no es un amor terrenal
como el que sentí hasta ahora;
no es esa chispa fugaz
que cualquier ráfaga apaga;
es incendio que se traga
cuanto ve, inmenso, voraz.
Desecha, pues, tu inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies
capaz aún de la virtud.
Sí, iré mi orgullo a postrar
ante el buen Comendador,
y o habrá de darme tu amor,
o me tendrá que matar.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Leandro Fernández de Moratín


El sí de las niñas

Don Diego es un rico señor mayor que concierta con


Doña Irene su matrimonio con Paquita, hija de la
anterior, de sólo dieciséis años y educada en un colegio
religioso. Pero la joven de quien está enamorada es de
Carlos, sobrino de Don Diego, pero a quien ella conoce
con otro nombre. Carlos se entera que su amada ha
sido prometida, pero desconoce con quién. Don Diego
envía al regimiento al joven que se despide de su
amada mediante una carta que llega a manos de su tío.
Don Diego recapacita y propicia la unión de ambos
jóvenes.

Acto primero
ESCENA I
DON DIEGO, SIMÓN

(Sale DON DIEGO de su cuarto. SIMÓN, que está sentado en una silla, se levanta.)

DON DIEGO. ¿No han venido todavía?


SIMÓN. No, señor.
DON DIEGO. Despacio la han tomado, por cierto.
SIMÓN. Como su tía la quiere tanto, según parece, y no la ha visto desde que la
llevaron a Guadalajara...
DON DIEGO. Sí. Yo no digo que no la viese, pero con media hora de visita y cuatro
lágrimas, estaba concluido.
SIMÓN. Ello también ha sido extraña determinación la de estarse usted dos días
enteros sin salir de la posada. Cansa el leer, cansa el dormir... Y sobre todo,
cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del hijo
pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles y la conversación ronca de
carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud.
DON DIEGO. Ha sido conveniente el hacerlo así. Aquí me conocen todos el
Corregidor, el Señor Abad, el Visitador, el Rector de Málaga... ¡Qué sé yo!
Todos... Y ha sido preciso sentarme quieto y no exponerme a que me hallasen
por ahí, y no he querido que nadie me vea.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

SIMÓN. Yo no alcanzo la causa de tanto retiro. Pues, ¿hay más en esto que haber
acompañado usted a doña Irene hasta Guadalajara, para sacar del convento a
la niña y volvernos con ellas a Madrid?
DON DIEGO. Sí, hombre, algo más hay de lo que has visto.
SIMÓN. Adelante.
DON DIEGO. Algo, algo... Ello tú al cabo lo has de saber, y no puede tardarse
mucho... Mira, Simón, por Dios te encargo que no lo digas... Tú eres hombre
de bien, y me has servido muchos años con fidelidad... Ya ves que hemos
sacado a esa niña del convento y nos la llevamos a Madrid.
SIMÓN. Sí, señor.
DON DIEGO. Pues bien... Pero te vuelvo a encargar que a nadie lo descubras.
SIMÓN. Bien está, señor. Jamás he gustado de chismes.
DON DIEGO. Ya lo sé, por eso quiero fiarme de ti. Yo, la verdad, nunca había visto a
la tal doña Paquita; pero mediante la amistad con su madre he tenido
frecuentes noticias de ella; he leído muchas de las cartas que escribía; he visto
algunas de su tía la monja, con quien ha vivido en Guadalajara; en suma, he
tenido cuantos informes pudiera desear acerca de sus inclinaciones y su
conducta. Ya he logrado verla; he procurado observarla en estos pocos días, y
a decir verdad, cuantos elogios hicieron de ella me parecen escasos.
SIMÓN. Sí, por cierto... Es muy linda y...
DON DIEGO. Es muy linda, muy graciosa, muy humilde... Y sobre todo ¡aquel
candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí... Y
talento... Sí señor, mucho talento... Con que, para acabar de informarte, lo que
yo he pensado es…
SIMÓN. No hay que decírmelo.
DON DIEGO. ¿No? ¿Por qué?
SIMÓN. Porque ya lo adivino. Y me parece excelente idea.
DON DIEGO. ¿Qué dices?
SIMÓN. Excelente.
DON DIEGO. ¿Con que al instante has conocido?...
SIMÓN. ¿Pues no es claro?... ¡Vaya!... Dígole a usted que me parece muy buena boda.
Buena, buena.
DON DIEGO. Sí señor... Yo lo he mirado bien, y lo tengo por cosa muy acertada.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

SIMÓN. Seguro que sí.


DON DIEGO. Pero quiero absolutamente que no se sepa hasta que esté hecho.
SIMÓN. Y en eso hace usted bien.
DON DIEGO. Porque no todos ven las cosas de una manera, y no faltaría quien
murmurase y dijese que era una locura, y me...
SIMÓN. ¿Locura? ¡Buena locura!... ¿Con una chica como ésa, eh?
DON DIEGO. Pues ya ves tú. Ella es una pobre... Eso sí. Porque, aquí entre los dos, la
buena de doña Irene se ha dado tal prisa a gastar desde que murió su marido
que, si no fuera por estas benditas religiosas y el canónigo de Castrojeriz, que
es también su cuñado, no tendría para poner un puchero a la lumbre... Y muy
vanidosa y muy remilgada, y hablando siempre de su parentela y de sus
difuntos, y sacando unos cuentos allá que... Pero esto no es del caso... Pero yo
no he buscado dinero, que dineros tengo; he buscado modestia, recogimiento,
virtud.
SIMÓN. Eso es lo principal... Y, sobre todo, lo que usted tiene ¿para quién ha de ser?
DON DIEGO. Dices bien... ¿Y sabes tú lo que es una mujer aprovechada, hacendosa,
que sepa cuidar de la casa, economizar, estar en todo?... Siempre lidiando con
amas, que si una es mala, otra es peor: regalonas, entremetidas, habladoras,
llenas de histérico, viejas, feas como demonios... No señor: vida nueva.
Tendré quien me asista con amor y fidelidad, y viviremos como unos santos...
Y deja que hablen y murmuren, y...
SIMÓN. Pero siendo a gusto de entrambos, ¿qué pueden decir?
DON DIEGO. No, yo ya sé lo que dirán; pero... Dirán que la boda es desigual, que no
hay proporción en la edad, que...
SIMÓN. Vamos, que no me parece tan notable la diferencia. Siete u ocho años, a lo
más.
DON DIEGO. ¿Qué, hombre? ¿Qué hablas de siete u ocho años? Si ella ha cumplido
diez y seis pocos meses ha.
SIMÓN. Y bien, ¿qué?
DON DIEGO. Y yo, aunque gracias a Dios estoy robusto y... Con todo eso, mis
cincuenta y nueve años no hay quien me los quite.
SIMÓN. Pero si yo no hablo de eso. DON DIEGO. Pues ¿de qué hablas?
SIMÓN. Decía que... Vamos, o usted no acaba de explicarse, o yo lo entiendo al
revés... En suma, esta doña Paquita ¿con quién se casa?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

DON DIEGO. ¿Ahora estamos ahí? Conmigo.


SIMÓN. ¿Con usted?
DON DIEGO. Conmigo.
SIMÓN. ¡Medrados quedamos!
DON DIEGO. ¿Qué dices...? Vamos, ¿qué?
SIMÓN. ¡Y pensaba yo haber adivinado!
DON DIEGO. Pues ¿qué creías? ¿Para quién juzgaste que la destinaba yo?
SIMÓN. Para don Carlos, su sobrino de usted, mozo de talento, instruido, excelente
soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias... Para ése juzgué que se
guardaba la tal niña.
DON DIEGO. Pues no señor.
SIMÓN. Pues bien está.
DON DIEGO. ¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la había de ir a casar!... No señor,
que estudie sus matemáticas.
SIMÓN. Ya las estudia; o por mejor decir, ya las enseña.
DON DIEGO. Que se haga hombre de valor y...
SIMÓN. ¡Valor! ¿Todavía pide usted más valor a un oficial que en la última guerra,
con muy pocos que se atrevieron a seguirle, tomó dos baterías, clavó los
cañones, hizo algunos prisioneros y volvió al campo lleno de heridas y
cubierto de sangre?... Pues bien satisfecho quedó usted entonces del valor de
su sobrino, y yo le vi a usted más de cuatro veces llorar de alegría, cuando el
rey le premió con el grado de teniente coronel y una cruz de Alcántara.
DON DIEGO. Sí, señor; todo es verdad; pero no viene a cuento. Yo soy el que me
caso.
SIMÓN. Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si no la asusta la diferencia de
la edad, si su elección es libre...
DON DIEGO. Pues ¿no ha de serlo...? Doña Irene la escribió con anticipación sobre el
particular. Hemos ido allá, me ha visto, la han informado de cuanto ha querido
saber, y ha respondido que está bien, que admite gustosa el partido que se le
propone... Y ya ves tú con qué agrado me trata, y qué expresiones me hace tan
cariñosas y tan sencillas... Mira, Simón, si los matrimonios muy desiguales
tienen por lo común desgraciada resulta, consiste en que alguna de las partes
procede sin libertad, en que hay violencia, seducción, engaño, amenazas,
tiranía doméstica...

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Pero aquí no hay nada de eso. ¿Y qué sacarían con engañarme? Ya ves tú la
religiosa de Guadalajara si es mujer de juicio; ésta de Alcalá, aunque no la
conozco, sé que es una señora de excelentes prendas; mira tú si doña Irene
querrá el bien de su hija; pues todas ellas me han dado cuantas seguridades
puedo apetecer. La criada, que la ha servido en Madrid y más de cuatro años en
el convento, se hace lenguas de ella; y, sobre todo, me ha informado de que
jamás observó en esta criatura la más remota inclinación a ninguno de los pocos
hombres que ha podido ver en aquel encierro. Bordar, coser, leer libros devotos,
oír misa y correr por la huerta detrás de las mariposas, y echar agua en los
agujeros de las hormigas, éstas han sido su ocupación y sus diversiones... ¿Qué
dices?
SIMÓN. Yo nada, señor.
DON DIEGO. Y no pienses tú que, a pesar de tantas seguridades, no aprovecho las
ocasiones que se presentan para ir ganando su amistad y su confianza, y lograr
que se explique conmigo en absoluta libertad... Bien que aún hay tiempo...
Sólo que aquella doña Irene siempre la interrumpe, todo se lo habla... Y es
muy buena mujer, buena...
SIMÓN. En fin, señor, yo desearé que salga como usted apetece.
DON DIEGO. Sí, yo espero en Dios que no ha de salir mal. Aunque el novio no es
muy de tu gusto... ¡Y qué fuera de tiempo me recomendabas al tal sobrinito!
¿Sabes tú lo enfadado que estoy con él?
SIMÓN. Pues ¿qué ha hecho?
DON DIEGO. Una de las suyas... Y hasta pocos días ha no lo he sabido. El año
pasado, ya lo viste, estuvo dos meses en Madrid... Y me costó buen dinero la
tal visita... En fin, es mi sobrino, bien dado está; pero voy al asunto. Llegó el
caso de irse a Zaragoza a su regimiento... Ya te acuerdas de que a muy pocos
días de haber salido de Madrid, recibí la noticia de su llegada.
SIMÓN. Sí, señor.
DON DIEGO. Y que siguió escribiéndome, aunque algo perezoso, siempre con la data
de Zaragoza.
SIMÓN. Así es la verdad.
DON DIEGO. Pues el pícaro no estaba allí cuando me escribía las tales cartas.

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Henrik Ibsen
La dama del mar

El doctor Wangel tiene dos hijas de su primer


matrimonio, Bolette y Hilde. Tras la muerte de su
primera esposa se casa con Ellida, mucho más joven
que él. La pérdida de un hijo pone fin a su relación
personal y en peligro la salud mental de Ellida. Diez
años antes Ellida había estado prometida con un
marinero que por problemas con la justicia se vio
obligado a huir. Vuelve, y pretende recuperar a Ellida.
El doctor comprende que debe dar a su esposa la
libertad de elegir entre quedarse con él o irse con el
extraño. Ella elige quedarse con su marido.

ESCENA VI
HILDA, BOLETA y el doctor WANGEL por la derecha, en traje de viaje y
con un saquito en la mano.

WANGEL. (En la puerta del jardín). -¡Aquí me tenéis ya, hijitas!


BOLETA. (Saliendo a recibirlo).-¡Qué alegría volver a verte!.
HILDA. (A cercándose a él). - ¿Has concluido por hoy, papá?
WANGEL. -No. Quizá más tarde tenga que bajar un momento al despacho.
Decidme: ¿sabéis si ha llegado Arnholm?
BOLETA. -Sí, papá; llegó anoche. Hemos mandado a preguntar a la fonda.
WANGEL. -Entonces, ¿no le habéis visto todavía?
BOLETA. -No, pero debe venir aquí esta mañana.
WANGEL. -Vendrá seguramente.
HILDA. (Atrayéndole hacia el mirador).-¡Vamos! Echa un vistazo por aquí.
WANGEL. (Viendo los floreros). -Si, sí, hija mía, ya veo. Todo tiene trazas de
fiesta.
BOLETA. - ¿Está bonito?
WANGEL. -Sí, sí, muy bonito. Dime, ¿estamos solos en casa ahora?
HILDA. -Sí: ha ido a...
BOLETA. (Apresurándose a interrumpirla). Mamá, ha ido a bañarse.

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WANGEL. (Mira con benevolencia a Boleta y le pone la mano en la cabeza


cariñosamente. Luego con vacilación). -Y decid, hijitas, ¿habéis pensado
tener adornado el mirador y dejar ondeando la bandera durante todo el
día?
HILDA. -¡Claro! Ya comprendes tú que es natural...
WANGEL. -¡Jem! Sí, es claro; pero ya sabéis que...
BOLETA. (Le hace señas). -No hay que decir que todo esto es por el profesor
Arnholm. Cuando viene a vernos un amigo tan bueno....
HILDA. (Sonríe sacudiéndole el brazo ligeramente).-Hazte cargo, papá:¡él, que
ha sido el profesor de Boleta!
WANGEL. (Medio sonriendo). -¡Vaya unas picaras que estáis! De manera, que
a vosotras os parece natural que todos los años dediquemos un recuerdo a
la que ya no está entre nosotros. ¡Bueno!¡Pero!... Mira, Hilda: toma el
saco (Se lo da) y llévalo al despacho. ¡Pues no, hijitas! A mí,
francamente no me gusta esta fiesta... no me gusta, que todos los años,
¿eh?... ¿comprendéis?¡En fin! Será que no puede ser de otro modo.
HILDA. (Se dirige a la izquierda con el saco en la mano. De repente se detiene
mirando a lo lejos). - ¿No veis quién viene? Debe ser el profesor.
BOLETA. (Mirando). -¡El! (Riendo).¡Vamos! ¿Crees tú que es Arnholm ese
anciano?
WANGEL. -Espera, hija. (Pausa)¡Juraría que es él!¡y él es, sin duda alguna!
BOLETA. (Con sorpresa). -¡Dios mío! Sí, es él.

ESCENA VII
Dichos, el profesor ARNHOLM, en traje de paseo, muy elegante, con lentes
de oro, y un junquillo en la mano, por el camino de la izquierda. Parece algo
fatigado. Dirige una ojeada al jardín, saluda y entra.

WANGEL. (Saliendo al encuentro de Arnholm). -¡Bien venido, querido


profesor! -Me alegro con toda el alma de verlo en estos lugares que le
son tan conocidos.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

ARNHOLM. -¡Gracias, querido doctor, mil gracias! (Se estrechan la mano y se


adelantan juntos).¡Ah! ¿Están aquí las niñas? (Alargándoles las
manos).¡Me hubiera costado trabajo conocerlas!
WANGEL. -¡Ya 1o creo!
ARNHOLM. -Sin embargo, a Boleta... sí, a Boleta la hubiera conocido.
WANGEL. -A duras penas, me parece. Pero, es natural, hace ocho o nueve
años que no las ha visto usted, y, desde entonces, ¡han ocurrido tantas
cosas!
ARNHOLM. (Mirando en torno suyo). – Pues a mí la verdad, no me parece...
Han crecido los árboles, y hay una glorieta. No veo otra cosa nueva.
WANGEL. -Cierto: la decoración no ha, cambiado.
ARNHOLM. (Sonriendo). -Y, además, ahora tiene usted dos muchachas
casaderas.
WANGEL. -¡Oh! Por ahora, no hay que pensar más que en una.
HILDA. (Aparte). -¡Gracias! Papá no tiene pelos en la lengua.
WANGEL. -Propongo que vayamos a sentarnos en el mirador. Estaremos más
frescos. ¿Le parece bien? ANHOLM. -Con mucho gusto, querido doctor.
(Suben al mirador. Wangel señala a Arnholm la mecedora).
WANGEL. -¡Perfectamente! Ahora a estar ahí con sosiego, hasta que descanse.
¡Parece que el viaje le ha fatigado mucho!
ARNHOLM. -No, mucho no; y aquí, en medio de estos paisajes tan
espléndidos...
BOLETA. (A Wangel).- ¿Quieres que lleve a la sala un poco de soda? Pronto
hará aquí demasiado calor.
WANGEL. -Eso, sí, soda, y coñac.
BOLETA. - ¿Coñac también?
WANGEL. -¡Un poco! Por si alguien quiere...
BOLETA. -Bien, papá. Anda, Hilda, lleva el saco al despacho. (Entra en la
casa, y cierra la puerta. Hilda toma el saco y váse por la izquierda hacia
la espalda de la casa).

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ESCENA VIII
WANGEL y ARNHOLM

ARNHOLM. (Después de haber seguido a Boleta con la vista). -¡Es hermosa


de veras!... ¡Tiene usted dos hijas muy hermosas!
WANGEL. (Sentándose).- ¿Verdad que sí?
ARNHOLM. -Tanto Boleta como Hilda me han sorprendido
extraordinariamente. Pero usted, doctor, ¿piensa permanecer aquí toda la
vida?
WANGEL. -Es lo más probable. ¿Qué quiere usted? Aquí he nacido, y aquí he
vivido feliz con la que no tardó en abandonarnos. Usted la conocía,
Arnholm, usted la vio la última vez que estuvo aquí.
ARNHOLM. -Sí, Sí.
WANGEL. -También ahora soy muy dichoso con mi segunda esposa. Hay que
convenir en que me ha favorecido la suerte...
ARNHOLM. - ¿No tiene usted hijos del segundo matrimonio?
WANGEL. -Hace dos años y medio tuvimos un niño, que murió a los cinco
meses.
ARNHOLM. - ¿No está en casa su esposa?
WANGEL. -¡Sí! No tardará en venir. Ha ido a bañarse. Va diariamente en todo
tiempo.
ARNHOLM. - ¿Está enferma?
WANCEL. - Enferma precisamente, no; pero desde hace algunos años está
muy nerviosa; su padecimiento es intermitente. A punto fijo, no sé qué
tiene, pero el baño le proporciona gran placer. Puede decirse que el mar
forma, parte de su ser.
ARNHOLM. -Sí, lo recuerdo. Ya en otro tiempo...
WANGEL. (Con sonrisa casi imperceptible). Es verdad: usted ha debido
conocerla cuando era profesor en Skjoldviken.
ARNHOLM. –Precisamente. Ella iba a visitar al pastor con frecuencia y,
además, solía encontrarla en el faro cuando iba a ver a su padre.
WANGEL. -¡Ah! Su estancia en el faro ha dejado en ella huellas indelebles.
Aquí no la comprende nadie, y le llaman la dama del mar.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

ARNHOLM. - ¿De veras?


WANGEL.- Sí, por sus aficiones. Pero háblele usted del pasado, querido
Arnholm, y la complacerá.
ARNHOLM. (Mirándole con expresión de duda). - ¿Tiene usted algún motivo
para creerlo así?
WANGEL. -Indudablemente
ELLIDA. (Dentro). -Wangel, ¿estás ahí?
WANGEL. (Levantándose). -Sí, mujer.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Jacinto Benavente
Los intereses creados

Aunque Jacinto Benavente sitúa la acción en una época


presente, todas las referencias, actitudes y alusiones de la obra
corresponden a un mundo medieval de aristócratas, damas y
escuderos. El protagonista del enredo es el astuto Crispín, que
llega a la ciudad con Leandro en la más absoluta ruina.
Pretenden estafar al personal haciendo pasar a Leandro por
un gran señor que viaja de incógnito. Consiguen así vivir gratis
y ser conocidos (famosos) en la ciudad, que se los disputa en
fiestas y comilonas. El objetivo final será casar a Leandro con
Silvia, hija del mayor millonario del lugar. Cuando están a
punto de hacerlo son descubiertos y detenidos por un juez que
les persigue por otras estafas anteriores. Todos los implicados
en los engaños, por una u otra razón se ponen, de parte de los
estafadores para defender su prestigio o interés.

Monólogo del Autor por boca de CRISPÍN

ACTO PRIMERO

CRISPÍN.- He aquí el tinglado de la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el


cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a
los simples villanos, la que juntó en ciudades populosas a los más variados
concursos, como en París sobre el Puente Nuevo, cuando Tabarín desde su
tablado de feria solicitaba la atención de todo transeúnte, desde el espetado
doctor que detiene un momento su docta cabalgadura para desarrugar por un
instante la frente, siempre cargada de graves pensamientos, al escuchar algún
donaire de la alegre farsa, hasta el pícaro hampón, que allí divierte sus ocios
horas y horas, engañando al hambre con la risa; y el prelado y la dama de
calidad, y el gran señor desde sus carrozas, como la moza alegre y el soldado, y
el mercader y el estudiante. Gente de toda condición, que en ningún otro lugar
se hubiera reunido, comunicábase allí su regocijo, que muchas veces, más que
de la farsa, reía el grave de ver reír al risueño, y el sabio al bobo, y los pobretes

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

de ver reír a los grandes señores, ceñudos de ordinario, y los grandes de ver reír a
los pobretes, tranquilizada su conciencia con pensar: ¡también los pobres ríen!
Que nada prende tan pronto de unas almas en otras como esta simpatía de la risa.
Alguna vez, también subió la farsa a palacios de príncipes, altísimos señores, por
humorada de sus dueños, y no fue allí menos libre y despreocupada. Fue de todos
y para todos. Del pueblo recogió burlas y malicias y dichos sentenciosos, de esa
filosofía del pueblo, que siempre sufre, dulcificada por aquella resignación de los
humildes de entonces, que no lo esperaban todo de este mundo, y por eso sabían
reírse del mundo sin odio y sin amargura. Ilustró después su plebeyo origen con
noble ejecutoria: Lope de Rueda, Shakespeare, Molière, como enamorados
príncipes de cuento de hadas, elevaron a Cenicienta al más alto trono de la Poesía
y el Arte. No presume de tan gloriosa estirpe esta farsa, que por curiosidad de su
espíritu inquieto os presenta un poeta de ahora. Es una farsa guiñolesca, de asunto
disparatado, sin realidad alguna. Pronto veréis cómo cuanto en ella sucede no
pudo suceder nunca, que sus personajes no son ni semejan hombres y mujeres,
sino muñecos o fantoches de cartón y trapo, con groseros hilos, visibles a poca
luz y al más corto de vista. Son las mismas grotescas máscaras de aquella
comedia de Arte italiano, no tan regocijadas como solían, porque han meditado
mucho en tanto tiempo. Bien conoce el autor que tan primitivo espectáculo no es
el más digno de un culto auditorio de estos tiempos; así, de vuestra cultura tanto
como de vuestra bondad se ampara. El autor sólo pide que aniñéis cuanto sea
posible vuestro espíritu. El mundo está ya viejo y chochea; el Arte no se resigna a
envejecer, y por parecer niño finge balbuceos. Y he aquí cómo estos viejos
polichinelas pretenden hoy divertiros con sus niñerías.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Primer cuadro

Plaza de una ciudad. A la derecha, en primer término, fachada de una hostería


con puerta practicable y en ella un aldabón.
Encima de la puerta un letrero que diga: “Hostería’.

ESCENA PRIMERA
LEANDRO y CRISPÍN que salen por la segunda izquierda.
LEANDRO.-Gran ciudad ha de ser ésta, Crispín; en todo se advierte su señorío y
riqueza.
CRISPIN.-Dos ciudades hay. ¡Quisiera el Cielo que en la mejor hayamos dado!
LEANDRO.- ¿Dos ciudades dices, Crispín? Ya entiendo, antigua y nueva, una de cada
parte del río.
CRISPÍN.- ¿Qué importa el río ni la vejez ni la novedad? Digo dos ciudades como en
toda ciudad del mundo: una para el que llega con dinero, y otra para el que llega
como nosotros.
LEANDRO.- ¡Harto es haber llegado sin tropezar con la justicia! Y bien quisiera
detenerme aquí algún tiempo, que ya me cansa tanto correr tierras.
CRISPÍN.-A mí no, que es condición de los naturales, como yo, del libre reino de
Picardía, no hacer asiento en parte alguna, si no es forzado y en galeras, que es
duro asiento. Pero ya que sobre esta ciudad caímos y es plaza fuerte a lo que se
descubre, tracemos como prudentes capitanes nuestro plan de batalla, si hemos
de conquistarla con provecho.
LEANDRO.- ¡Mal pertrechado ejército Venimos!
CRISPÍN.-Hombres somos, y con hombres hemos de vernos.
LEANDRO.-Por todo caudal, nuestra persona. No quisiste que nos desprendiéramos
de estos vestidos, que, malvendiéndolos, hubiéramos podido juntar algún
dinero.
CRISPÍN.- ¡Antes me desprendiera yo de la piel que de un buen vestido! Que nada
importa tanto como parecer, según va el mundo, y el vestido es lo que antes
parece.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

LEANDRO.- ¿Qué hemos de hacer, Crispín? Que el hambre y el cansancio me tienen


abatido, y mal discurro.
CRISPÍN.-Aquí no hay sino valerse del ingenio y de la desvergüenza, que sin ella
nada vale el ingenio.Lo que he pensado es que tú has de hablar poco y
desabrido, para darte aires de persona de calidad; de vez en cuando te permito
que descargues algún golpe sobre mis costillas; a cuantos te pregunten,
responde misterioso; y cuanto hables por tu cuenta, sea con gravedad; como si
sentenciaras. Eres joven, de buena presencia; hasta ahora sólo supiste malgastar
tus cualidades; ya es hora de aprovecharte de ellas. Ponte en mis manos, que
nada conviene tanto a un hombre como llevar a su lado quien haga notar sus
méritos, que en uno mismo la modestia es necedad y la propia alabanza locura,
y con las dos se pierde para el mundo. Somos los hombres como mercancía, que
valemos más o menos según la habilidad del mercader que nos presenta. Yo te
aseguro que así fueras vidrio, a mi cargo corre que pases por diamante. Y ahora
llamemos a esta hostería, Que lo primero es acampar a vista de la plaza.
LEANDRO.- ¿A la hostería dices? ¿Y cómo pagaremos?
CRISPÍN.-Si por tan poco te acobardas busquemos un hospital o casa de misericordia,
o pidamos limosna, si a lo piadoso nos acogemos; y si a lo bravo, volvamos al
camino y saltemos al primer viandante; si a la verdad de nuestros recursos nos
atenemos, no son otros nuestros recursos.
LEANDRO.-Yo traigo cartas de introducción para personas de valimiento en esta
ciudad, que podrán socorremos.
CRISPÍN.- ¡Rompe luego esas cartas y no pienses en tal bajeza! ¡Presentarnos a nadie
como necesitados! ¡Buenas cartas de crédito son ésas! Hoy te recibirán con
grandes cortesías, te dirán que su casa y su persona son tuyas, y a la segunda
vez que llames a su puerta, ya te dirá el criado que su señor no está en casa ni
para en ella; y a otra visita, ni te abrían la puerta. Mundo es éste de toma y daca;
lonja de contratación, casa de cambio, y antes de pedir, ha de ofrecerse.
LEANDRO.- ¿Y qué podré ofrecer yo si nada tengo?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

CRISPÍN.- ¡En qué poco te estimas! Pues qué, un hombre por sí, ¿nada vale? Un
hombre puede ser soldado, y con su valor decidir una victoria; puede ser galán o
marido, y con dulce medicina curar a alguna dama de calidad o doncella de
buena linaje que se sienta morir de melancolía; puede ser criado de algún señor
poderoso que se aficione de él y le eleve hasta su privanza, y tantas cosas más
que no he de enumerar. Para subir, cualquier escalón es bueno.
LEANDRO.- ¿Y si aun ese escalón me falta?
CRISPÍN.-Yo te ofrezco mis espaldas para encumbrarte. Tú te verás en alto.
LEANDRO.- ¿Y si los dos damos en tierra?
CRISPÍN.-Que ella nos sea leve. (Llamando a la hostería con el aldabón.) ¡Ah de la
hostería! ¡Hola, digo!¡Hostelero o demonio! ¿Nadie responde? ¿Qué casa es
ésta?
LEANDRO.- ¿Por qué esas voces si apenas llamasteis?
CRISPÍN.- ¡Porque es ruindad hacer esperar de ese modo! (Vuelve a llamar más
fuerte.) ¡Ah de la gente! ¡Ah de la casa! ¡Ah de todos los diablos!
HOSTELERO.- (Dentro.) ¿Quién va? ¿Qué voces y qué modo son éstos? No hará
tanto que esperan.
CRISPÍN.- ¡Ya fue mucho! Y bien nos informaron que es ésta muy ruin posada para
gente noble.

ESCENA II
DICHOS, el HOSTELERO y dos Mozos que salen de la hostería.
HOSTELERO.- (Saliendo.)Poco a poco, que no es posada, sino hospedería y muy
grandes señores han parado en ella.
CRISPÍN.- Quisiera yo ver a esos que llamáis grandes señores. Gentecilla de poco
más o menos. Bien se advierte en esos mozos, que no saben conocer a las
personas de calidad, y se están ahí como pasmarotes sin atender a nuestro
servicio.
HOSTRLERO.- ¡Por vida que sois impertinente!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

LEANDRO.- Este criado mío Siempre ha de extremar su celo. Buena es vuestra


posada para el poco tiempo que he de parar en ella. Disponed luego un aposento
para mí y otro para este criado, y ahorremos palabras.
HOSTELERO.- Perdonad, señor; si antes hubierais hablado… Siempre los señores
han de ser más comedidos que sus criados.
CRISPÍN.- Es que este buen señor mío a todo se acomoda; pero yo sé lo que conviene
a su servicio, y no he de pasar por cosa mal hecha. Conducidnos ya al aposento.
HOSTELERO.- ¿No traéis bagaje alguno?
CRISPÍN.- ¿Pensáis que nuestro bagaje es hatillo de soldado o de estudiante para
traerlo a mano, ni que mi señor ha de traer aquí ocho carros, que tras nosotros
vienen, ni que aquí ha de parar sino el tiempo preciso que conviene al secreto de
los servicios que en esta ciudad le están encomendados?
LEANDRO.- ¿No callarás? ¿Qué secreto ha de haber contigo? ¡Pues voto a.. ., que si
alguien me descubre por tu hablar sin medida! (Le amenaza y le pega con la
espada)
CRISPÍN.- ¡Valedme, que me matará! (Corriendo.)
HOSTELERO.- (Interponiéndose entre Leandro y Crispín.) ¡Teneos, señor!
LEANDRO.- Dejad que le castigue, que no hay falta para mí como el hablar sin tino.
HOSTELERO.- ¡No le castiguéis, señor!
LEANDRO.- ¡Dejadme, dejadme, que no aprenderá nunca!(Al ir a pegar a Crispín,
éste se esconde detrás del Hostelero, quien recibe los golpes.)
CRISPÍN.- (Quejándose.)¡Ay, ay, ay!
HOSTELERO.- ¡Ay digo yo, que me dio de plano!
LEANDRO.- (A Crispín.) Ve a lo que diste lugar: a que este infeliz fuera el golpeado.
¡Pídele perdón!
HOSTELERO.- No es menester. Yo le perdono gustoso. (A los criados.) ¿Qué hacéis
ahí parados? Disponed los aposentos donde suele parar el embajador de Mantua
y preparad comida para este caballero.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

CRISPÍN.- Dejad que yo les advierta de todo, que cometerán mil torpezas y pagaré yo
luego, que mi señor, como veis, no perdona falta. Soy con vosotros,
muchachos… y tened cuenta a quién servís, que la mayor fortuna O la mayor
desdicha os entró por las puertas. (Entran los criados y Crispín en la hostería.)
HOSTELERO.- (A Leandro) ¿Y podéis decirme vuestro nombre, de dónde venís, y a
qué propósito?.
LEANDRO.- (Al ver salir a Crispín de la hostería) Mi criado os lo dirá. Y aprended a
no importunarme con preguntas (Entra en la hostería)
CRISPÍN.- ¡Buena la hicisteis! ¿Atreverse a preguntar a mi señor? Si os importa
tenerle una hora siquiera en vuestra casa, no volváis a dirigirle la palabra.
HOSTELERO.- Sabed que hay Ordenanzas muy severas que así lo disponen.
CRISPÍN.- ¡Veníos con Ordenanzas a mi señor! ¡Callad, callad, que no sabéis a quién
tenéis en vuestra casa, y si lo supierais no diríais tantas impertinencias!
HOSTELERO.- Pero ¿no he de saber siquiera?. . .
CRISPÍN.- ¡Voto a.. ., que llamaré a mi señor y él os dirá lo que conviene, si no le
entendisteis! ¡Cuidad
de que nada le falte y atendedle con vuestros cinco sentidos, que bien puede pesaros!
¿No sabéis conocer a las personas? ¿No visteis ya quién es mi señor? ¿Qué
replicáis? ¡Vamos ya (Entra en la hostería empujando al Hostelero.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Carlos Arniches
La señorita de Trevélez

Florita Trevélez en una solterona fea, vieja y cursi que cree


haber descubierto el amor, pero se trata de una broma urdida
por unos jóvenes despreocupados y ociosos. Denuncia en ella
Arniches el modo de vida arcaico, sin ideales ni perspectivas de
futuro de determinados jóvenes de vida cómoda y dispuestos,
siempre, a observar a los vecinos para descubrir sus
debilidades y ensañarse con los más débiles.

ACTO II

Jardín de la casa de Trevélez. Es por la noche. Luces artísticamente combinadas entre


el follaje y las ramas de los árboles. A la derecha, en primer término, hay un poético
rincón esclarecido por la luz de la luna y en el que se verá una pequeña fuente con un
surtidor; a los lados, dos banquillos rústicos. A la izquierda, hacia el foro, figura que
está la casa. En este punto resplandece una mayor iluminación y se escucha la música
de un sexteto y gran rumor de gente.

ESCENA PRIMERA
Maruja, Conchita, Quique y Nolo, por el foro izquierda.

MARUJA. - ¡Ay, sí, hija; sí, por Dios!... Vamos hacia este rincón.
QUIQUE. - Esto está muy poético.
CONCHITA. - Por lo menos muy solo.
NOLO. - Solísimo.
MARUJA.- A mí estas cachupinadas me ponen frenética.
QUIQUE.- ¡Pero, por Dios, qué gente tan cursi hay aquí!
MARUJA.- No; allí, allí...
QUIQUE.- Eso he querido decir.
MARUJA.- Pues ha dicho usted lo contrario, hijo mío.
CONCHITA.- ¿Y has visto a Florita?
NOLO.- ¡Qué esperpento!
CONCHITA.- La visten sus enemigos.
MARUJA.- ¡Eso quisiera ella!... Ni eso.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

CONCHITA.- ¡Con ese pelo y con esa figura que me gasta, ponerse un traje salmón!
... Ja, ja! ...
MARUJA.- Está como para tomar bicarbonato.
QUIQUE.- ¿Y qué me dicen ustedes de su amiguita inseparable, de Nilita, la de
Palacios?...
CONCHITA.- ¡Cuidado que es orgullosa!... Acaba de decirme que ella no baila más
que con los muchachos de mucho dinero.
MARUJA. - Ya lo dice Catalina Ansúrez, que ésa es como un trompo; sin guita, no
hay quien la baile.
QUIQUE. - ¡Ja, ja!
CONCHITA. - ¡ Y mire usté que llamarse Nilita!
NOLO.- Yo, cuando voy a su casa, no fumo.
CONCHITA.- ¿Por qué?
NOLO.- Me da miedo. Eso de Nilita me parece un explosivo... ¡La «nilita»!
MARUJA.- ¡No tiene el valor de su Petronila!
TODOS. (Riendo.)- ¡Ja, ja!
CONCHITA.- Y habrán comprendido ustedes que esta cachupinada la dan los
Trevélez para presentarnos al novio, a Galán.
MARUJA.- No lo presentarán como galán joven ¿eh?
QUIQUE.- Ni mucho menos. (Ríen todos.)

ESCENA II
Dichos, Tito y Torrija, por la izquierda.

TITO.- ¡Caramba!... ¡Coro de murmuración; como si lo viera!


MARUJA.- Ay, hijo, ¿en qué lo ha conocido usted?
TITO.- Mujeres junto a una fuente, y con cacharros..., a murmurar, ya se sabe.
QUIQUE.- Oiga usted, señor Guiloya: eso de cacharros, ¿es por nosotros?
TITO.- Es por completar la figura retórica.
QUIQUE.- ¿Y por qué no la completa usted con sus deudos?
TITO.- No los tengo.
QUIQUE.- Bueno; pues con sus deudas, que ésas no dirá usted que no las tiene.
TORRIJA.- ¡Ja, ja!... (Fingiendo una gran risa.) ¡Pero has visto qué gracioso!...

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

TITO.- ¡Calla, hombre! Si este joven creo que hace unos chistes con los apellidos, que
dice su padre que por qué no será todo el mundo expósito...
MARUJA.- Es que si el chico fuera muy gracioso, ¿qué iban a hacer los demás?
TITO.- Bueno; pero vamos a ver. ¿Se murmuraba o no se murmuraba?
MARUJA.- No se murmuraba, hijo; sencillos comentarios.
TITO.- No; si no me hubiesen extrañado las represalias, porque hay que oír cómo las
están poniendo a ustedes allí, en aquel cenador precisamente.
MARUJA.- ¡Ay, sí! ¿Y quién se ocupa de nosotros, hijo?
TORRIJA.- Pues Florita, su despiadada, su eterna rival de usted.
MARUJA.- ¿Y qué decía, si puede saberse?
TORRIJA.- Que no puede usted remediarlo, que desde que sabe usted que ella se casa,
que se la come la envidia. Que por eso se han venido ustedes tan lejos.
TITO.- Y que toda la vida se la ha pasado usted poniéndole dos luces a San Antonio,
una para que le dé a usted novio y otra para que se lo quite a las amigas.
TORRIJA.- Pero que ya puede usted apagar la segunda.
TITO.-Y la primera.
MARUJA.- ¿Y les ha mandado a ustedes a soplar, eh?... ¡Muy bien, muy bien!...
(Todos ríen.)
QUIQUE. (Aparte.)- Chúpate esa.
NOLO. (Ídem.)- Tiene gracia.
TITO.- Pues si oye usted a Aurorita Méndez..., ¡qué horror!..., decía que no sabe qué
atractivo tiene usted para que la asedien tantos pipiolos.
NOLO.- Oiga usted, señor Guiloya: ¿eso de pipiolos es por nosotros?
TITO.- Es por completar la figura retórica.
TORRIJA.- Y la ha puesto a usted un mote que ha sido un éxito.
TITO.- La llama ―El Paraíso de los niños‖.
MARUJA.- ¡Muy gracioso, muy gracioso!... ¿Y eso lo ha dicho Aurorita Méndez?
¡Me parece mentira que diga esas cosas la hija de un catedrático!
CONCHITA.- Una pobrecita más flaca que un fideo y que lleva un escote hasta aquí.
MARUJA.- Y no sé para qué, porque enseña menos que su padre...
QUIQUE.- ¡Que es el colmo!
MARUJA.- Como que cuando esa marisabia hizo el bachillerato, decían los chicos
que el latín era lo único que tenía sobresaliente.
CONCHITA.- ¡Déjalas...; ya quisieran!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOLO. - No haga usted caso. Siempre ha habido clases.


MARUJA.- Eso lo dirá el padre, porque ella tiene vacaciones para un rato... ―¡El
Paraíso de los niños!...‖ Vamos hacia allá, que voy a ver si le digo dos cositas y
me convierto en ―El infierno de los viejos...‖
NOLO Y QUIQUE.- Muy bien, muy bien. ¡Bravo bravo! (Vanse izquierda.)
TITO.- Va que trina. (Riendo.)
TORRIJA.- ¡Esta noche se pegan!...
TITO.- Eso voy buscando.
TORRIJA.- ¡Eres diabólico!

ESCENA III
Dichos, Picavea y Manchón.

PICAVEA. - Oye, ¿qué le habéis dicho a Maruja Peláez, que va echando chispas?
TORRIJA.- Las cosas de éste; que ya le conoces.
TITO.- ¿Y Galán, y Galán?...; ¿cómo anda, tú?
MANCHÓN.- ¡Calla, chico; medio muerto!
PICAVEA.- Allí le tenéis al pobre, en brazos de Florita, lívido, sudoroso, jadeante...
Pasan del ―Fox trot‖ al ―Guau Step‖, y del ―Guan step‖ al ―tuesten‖ sin tomar
aliento.
MANCHÓN.- Y en el tuesten le hemos dejado.
PICAVEA.- Está que echa hollín.
TITO.- ¡Formidable, hombre; os digo que formidable!...
PICAVEA.- Bueno, tú; pero yo creo que debías ir pensando en buscar una solución a
esta broma, porque el pobre Galán, en estos quince días, se ha quedado en los
huesos.
MANCHÓN.- ¡Está que no se le conoce!
TORRIJA.- ¡Da lástima!
TITO.- Señor; ¿pero no era esto lo que nos proponíamos? Las bromas, pesadas, o no
darlas.
MANCHÓN.- Sí; pero es que este hombre está en un estado de excitación, que ya has
visto los dos puntapiés que le ha dado a Picavea en el vestíbulo.
PICAVEA.- ¡Qué animal!... ¡Como que si no le sujetáis, me tienen que extraer la bota
quirúrgicamente!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

TITO.- ¿Se ha enterado don Gonzalo del jaleo?


TORRIJA.- Creo que no. Pero, en fin, yo también temo que Galán, si apuramos mucho
la broma, en su desesperación, confiese la verdad y se produzca una catástrofe.
TITO.- No asustarse, hombre; si le tiene a don Gonzalo más miedo que nosotros.
PICAVEA.- Bueno; pero es que, además, estos pobres ancianos han tomado la cosa
tan en serio, que, según dicen, Florita se está haciendo hasta el ―trousseau‖. Y
vamos, hasta este extremo, yo creo que...
TITO.- Nada, hombre; no apuraros. Ya me conocéis... ¿Habéis visto la gracia con que
he complicado todo esto?... Pues mucho más gracioso es lo que estoy tramando
para deshacerlo.
LOS TRES.- ¿Y qué es?, ¿qué es?
TITO.- Permitidme que me lo reserve. Lo tengo todavía medio urdido. Os anticiparé,
sin embargo, que es un drama pasional, que voy a complicar en él nuevos
personajes y que tiene un desenlace muy poético, inesperado y sentimental...
PICAVEA.- Bueno; pero...
TITO.- Ni una palabra más. Pronto lo sabréis todo.
MANCHÓN.- Chis..., silencio. Mirad: Galán que viene agonizante en brazos de don
Marcelino.
TORRIJA.- ¡Pobrecillo!
TITO.- Huyamos. (Vanse izquierda riendo.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Federico García Lorca


Bodas de Sangre

Ambiente rural andaluz de los años treinta. Drama de celos y


enfrentamientos y odios familiares. Dos jóvenes están a punto de
casarse cuando entra en escena Leonardo, antiguo pretendiente de la
novia. Ella siente que se reaviva la llama del amor que nunca se
extinguió. Por eso, después de la ceremonia, se escapa con Leonardo.
El novio ultrajado corre tras ellos con ánimo de venganza. En su
enfrentamiento a cuchillo bajo la luz de la luna, ambos mueren.

Diálogo entre el Novio, su Madre y el Padre de la novia

ACTO I - CUADRO TERCERO


Interior de la cueva donde vive la NOVIA. Al fondo, una cruz de grandes
flores rosa. Las puertas redondas con cortinas de encaje y lazos rosa. Por las
paredes de material blanco y duro, abanicos redondos, jarros azules y
pequeños espejos.

CRIADA.- Pasen... (Muy afable, llena de hipocresía humilde. Entran el Novio y su


Madre. La Madre viste de raso negro y lleva mantilla de encaje. El Novio, de
pana negra con gran cadena de oro.) ¿Se quieren sentar? Ahora vienen. (Sale.)
(Quedan madre e hijo sentados, inmóviles como estatuas. Pausa larga.)
MADRE.- ¿Traes reloj?
NOVIO.- Sí. (Lo saca y lo mira.)
MADRE.- Tenemos que volver a tiempo. ¡Qué lejos vive esta gente!
NOVIO.- Pero estas tierras son buenas.
MADRE.- Buenas; pero demasiado solas. Cuatro horas de camino y ni una casa ni un
árbol.
NOVIO.- Éstos son los secanos.
MADRE.- Tu padre los hubiera cubierto de árboles.
NOVIO.- ¿Sin agua?
MADRE.-Ya la hubiera buscado. Los tres años que estuvo casado conmigo, plantó
diez cerezos. (Haciendo memoria.) Los tres nogales del molino, toda una viña y
una planta que se llama Júpiter, que da flores encarnadas, y se secó (Pausa.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOVIO.- (Por la novia.) Debe estar vistiéndose.

(Entra el Padre de la novia. Es anciano, con el cabello blanco reluciente. Lleva la


cabeza inclinada. La Madre y el Novio se levantan y se dan las manos en
silencio.)
PADRE.- ¿Mucho tiempo de viaje?
MADRE.-Cuatro horas. (Se sientan.)
PADRE.-Habéis venido por el camino más largo.
MADRE.-Yo estoy ya vieja para andar por las terreras del río.
NOVIO.-Se marea. (Pausa.)
PADRE.-Buena cosecha de esparto.
NOVIO.-Buena de verdad
PADRE.- En mi tiempo, ni esparto daba esta tierra. Ha sido necesario castigarla y
hasta llorarla, para que nos de algo provechoso.
MADRE.-Pero ahora da. No te quejes. Yo no vengo a pedirte nada.
PADRE.- (Sonriendo.) Tú eres más rica que yo. Las viñas valen un capital. Cada
pámpano una moneda de plata. Lo que siento es que las
tierras...¿entiendes?...estén separadas. A mí me gusta todo junto. Una espina
tengo en el corazón, y es la huertecilla ésa metida entre mis tierras, que no me
quieren vender por todo el oro del mundo.
NOVIO.-Eso pasa siempre.
PADRE.-Si pudiéramos con veinte pares de bueyes traer tus viñas aquí y ponerlas en
la ladera. ¡Qué alegría!...
MADRE.-¿Para qué?
PADRE.-Lo mío es de ella y lo tuyo de él. Por eso. Para verlo todo junto. ¡que junto es
una hermosura!
NOVIO.-Y sería menos trabajo.
MADRE.- Cuando yo me muera, vendéis aquello y compráis aquí al lado.
PADRE.- Vender, ¡vender!, ¡bah! Comprar, hija, comprarlo todo. Sí yo hubiera tenido
hijos hubiera comprado todo este monte hasta la parte del arroyo. Porque no es
buena tierra; pero con brazos se la hace buena, y como no pasa gente no te
roban los frutos y puedes dormir tranquilo. (Pausa.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MADRE.-Tú sabes a lo que vengo.


PADRE.-Sí.
MADRE.-¿Y qué?
PADRE.-Me parece bien. Ellos lo han hablado.
MADRE.-Mi hijo tiene y puede.
PADRE.-Mi hija también.
MADRE.-Mi hijo es hermoso. No ha conocido mujer. La honra más limpia que una
sábana puesta al sol.
PADRE.-Qué te digo de la mía. Hace las migas a las tres, cuando el lucero. No habla
nunca; suave como la lana, borda toda clase de bordados y puede cortar una
maroma con los dientes.
MADRE.-Dios bendiga su casa
PADRE.-Que Dios la bendiga.

(Aparece la Criada con dos bandejas. Una con copas y la otra con dulces.)

MADRE.-(Al hijo.) ¿Cuándo queréis la boda?


NOVIO.-El jueves próximo.
PADRE.-Día en que ella cumple veintidós años justos.
MADRE.-¡Veintidós años! Esa edad tendría mi hijo mayor si viviera. Que viviría
caliente y macho como era, si los hombres no hubieran inventado las navajas.
PADRE.-En eso no hay que pensar.
MADRE.-Cada minuto. Métete la mano en el pecho.
PADRE.-Entonces el jueves. ¿No es así?
NOVIO.-Así es.
PADRE.-Los novios y nosotros iremos en coche hasta la iglesia, que está muy lejos, y
el acompañamiento en los carros y en las caballerías que traigan.
MADRE.-Conformes.
(Pasa la Criada.)
PADRE.- Dile que ya puede entrar, (A la Madre.) Celebraré mucho que te guste.
(Aparece la Novia. Trae las manos caídas en actitud modesta y la cabeza baja.)
MADRE.- Acércate. ¿Estás contenta?
NOVIA.-Sí, señora.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

PADRE.-No debes estar seria. Al fin y al cabo ella va a ser tu madre.


NOVIA.-Estoy contenta. Cuando he dado el sí es porque quiero darlo.
MADRE.-Naturalmente. (Le coge la barbilla.) Mírame.
PADRE.-Se parece en todo a mi mujer.
MADRE.-¿Sí?¡Qué hermoso mirar! ¿Tú sabes lo que es casarse, criatura?
NOVIA.-(Seria.) Lo sé.
MADRE.-Un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo
demás.
NOVIO.-¿Es que falta otra cosa?
MADRE.-No. Que vivan todos, ¡eso! ¡Que vivan!
NOVIA.-Yo sabré cumplir.
MADRE.-Aquí tienes unos regalos.
NOVIA.-Gracias.
PADRE.-¿No tomamos algo?
MADRE.- Yo no quiero. (Al Novio.) ¿Y tú?
NOVIO.- Tomaré. (Toma un dulce. La Novia toma otro.)
PADRE.-(Al Novio.) ¿Vino?
MADRE.-No lo prueba.
PADRE.-¡Mejor! (Pausa. Todos están de pie.)
NOVIO.- (A la Novia.) Mañana vendré.
NOVIA.-¿A qué hora?
NOVIO.-A las cinco.
NOVIA.-Yo te espero.
NOVIO.-Cuando me voy de tu lado siento un despego grande y así como un nudo en
la garganta.
NOVIA.-Cuando seas mi marido ya no lo tendrás.
NOVIO.-Eso digo yo.
MADRE.-Vamos. El sol no espera. (Al Padre.): ¿Conformes en todo?
PADRE.-Conformes.
MADRE. -(A la Criada.) Adiós, mujer.
CRIADA.-Vayan ustedes con Dios.

(La Madre besa a la Novia y van saliendo en silencio.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Regreso de los invitados y fuga de la Novia

Final Segundo Acto


CRIADA. ¡Ya están aquí!

(Van entrando invitados en alegres grupos. Entran los novios cogidos del brazo.
Sale LEONARDO.)

NOVIO. En ninguna boda se vio tanta gente.


NOVIA. (Sombría.) En ninguna.
PADRE. Fue lucida.
MADRE. Ramas enteras de familias han venido.
NOVIO. Gente que no salía de su casa.
MADRE. Tu padre sembró mucho y ahora lo recoges tú.
NOVIO. Hubo primos míos que yo ya no conocía.
MADRE. Toda la gente de la costa.
NOVIA. (Alegre.) Se espantaban de los caballos. (Hablan.)
MADRE. (A la NOVIA.) ¿Qué piensas?
NOVIA. No pienso en nada.
MADRE. Las bendiciones pesan mucho. (Se oyen guitarras.)
NOVIA Como plomo.
MADRE. (Fuerte.) Pero no han de pesar. Ligera como paloma debes ser.
NOVIA. ¿Se queda usted aquí esta noche?
MADRE. No. Mi casa está sola.
NOVIA. ¡Debía usted quedarse!
PADRE. (A la MADRE.) Mira el baile que tienen formado. Bailes de allá de la orilla
del mar.

(Sale LEONARDO y se sienta. Su MUJER detrás de él, en actitud rígida.)

MADRE. Son los primos de mi marido. Duros como piedras para la danza.
PADRE. Me alegra verlos. ¡Qué cambio para esta casa! (Se va.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOVIO. (A la Novia.) ¿Te gustó el azahar?


NOVIA. (Mirándole fija.) Sí.
NOVIO. Es todo de cera. Dura siempre. Me hubiera gustado que llevaras en todo el
vestido.
NOVIA. No hace falta. (Mutis LEONARDO por la derecha.)
MUCHACHA 1ª. Vamos a quitarte los alfileres.
NOVIA. (Al NOVIO.) Ahora vuelvo.
MUJER. ¡Que seas feliz con mi prima!
NOVIO. Tengo seguridad.
MUJER. Aquí los dos; sin salir nunca y a levantar la casa. ¡Ojalá yo viviera también
así de lejos!
NOVIO. ¿Por qué no compráis tierras? El monte es barato y los hijos se crían mejor.
MUJER. No tenemos dinero. ¡Y con el camino que llevamos!
NOVIO. Tu marido es un buen trabajador.
MUJER. Sí, pero le gusta volar demasiado. Ir de una cosa a otra. No es hombre
tranquilo.
CRIADA. ¿No tomáis nada? Te voy a envolver unos roscos de vino para tu madre,
que a ella le gustan mucho.
NOVIO. Ponle tres docenas.
MUJER. No, no. Con media tiene bastante.
NOVIO. Un día es un día.
MUJER. (A la CRIADA.) ¿Y Leonardo?
CRIADA. No lo vi.
NOVIO. Debe estar con la gente.
MU JER. ¡Voy a ver! (Se va.)
CRIADA. Aquello está hermoso.
NOVIO.- ¿Y tú no bailas?
CRIADA. No hay quien me saque.

(Pasan al fondo dos MUCHACHAS; durante todo este acto el fondo será un
animado cruce de figuras.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOVIO. (Alegre.) Eso se llama no entender. Las viejas frescas como tú bailan mejor
que las jóvenes.
CRIADA. Pero ¿vas a echarme requiebros, niño? ¡Qué familia la tuya! ¡Machos entre
los machos! Siendo niña vi la boda de tu abuelo. ¡Qué figura! Parecía como si
se casara un monte.
NOVIO Yo tengo menos estatura.
CRIADA. Pero el mismo brillo en los ojos. ¿Y la niña?
NOVIA. Quitándose la toca.
CRIADA.- ¡Ah! Mira. Para la medianoche, como no dormiréis, os he preparado
jamón, y unas copas grandes de vino antiguo. En la parte baja de la alacena. Por
si lo necesitáis.
NOVIO. (Sonriente.) No como a media noche.
CRIADA. (Con malicia.) Si tú no, la novia. (Se va.)
MOZO 1° (Entrando.) ¡Tienes que beber con nosotros!
NOVIO. Estoy esperando a la novia.
MOZO 2° ¡Ya la tendrás en la madrugada!
MOZO 1° ¡Que es cuando más gusta!
MOZO 2° Un momento.
NOVIO. Vamos.

(Salen. Se oye gran algazara. Sale la NOVIA. Por el lado opuesto salen dos
MUCHACHAS corriendo a encontrarla.)

MUCHACHA 1. ª ¿A quién diste el primer alfiler, a mí o a ésta?


NOVIA. No me acuerdo.
MUCHACHA 1 ª -A mí me lo diste aquí.
MUCHACHA. 2ª A mí delante del altar.
NOVIA. (Inquieta y con una gran lucha interior.) No sé nada.
MUCHACHA 1ª Es que yo quisiera que tú…

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOVIA. (Interrumpiendo.) Ni me importa. Tengo mucho que pensar.


MUCHACHA 2ª Perdona. (LEONARDO Cruza al fondo.)
NOVIA.- (Ve a LEONARDO.) Y estos momentos son agitados.
MUCHACHA 1ª ¡Nosotras no sabemos nada!
NOVIA. Ya lo sabréis cuando os llegue la hora. Estos pasos son pasos que cuestan
mucho.
MUCHACHA 1ª ¿Te has disgustado?
NOVIA. No. Perdonad vosotras.
MUCHACHA 2ª ¿De qué? Pero los dos alfileres sirven para casarse, ¿verdad?
NOVIA. Los dos.
MUCHACHA 1ª -Ahora, que una se casa antes que otra.
NOVIA.- ¿Tantas ganas tenéis?
MUCHACHA 2ª (Vergonzosa.) Sí.
NOVIA. ¿Para qué?
MUCHACHA 1ª Pues... (Abrazando a la segunda.)

(Corre las dos. Llega el NOVIO y muy despacio abraza a la NOVIA por detrás.)

NOVIA. (Con gran sobresalto.) ¡Quita!


NOVIO ¿Te asustas de mí?
NOVIA ¡Ay! ¿Eras tú?
NOVIO.- ¿Quién iba a ser? (Pausa.) Tu padre o yo.
NOVIA. ¡Es verdad!
NOVIO. Ahora que tu padre te hubiera abrazado más blando.
NOVIA. (Sombría.) ¡Claro!
NOVIO. (La abraza fuertemente de modo un poco brusco.) Porque es viejo.
NOVIA. (Seca.) ¡Déjame!
NOVIO. ¿Por qué? (La deja.)
NOVIA. Pues... la gente. Pueden vernos. (Vuelve a cruzar al fondo la CRIADA, que
no mira a los novios.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOVIO. ¿Y qué? Ya es sagrado.


NOVIA. Sí, pero déjame.... Luego.
NOVIO. ¿Qué tienes? ¡Estás como asustada!
NOVIA. No tengo nada. No te vayas. (Sale la mujer de LEONAR¬DO.)
MUJER. No quiero interrumpir...
NOVIO. Dime.
MUJER. ¿Paso por aquí mi marido?
NOVIO. No.
MUJER. Es que no lo encuentro, y el caballo no está tampoco en el establo.
NOVIO. (Alegre.) Debe estar dándole una carrera.

(Se va la MUJER inquieta. Sale la CRIADA.)

CRIADA. ¿No andáis satisfechos de tanto saludo?


NOVIO. Ya estoy deseando que esto acabe. La novia está un poco cansada.
CRIADA.- ¿Qué es eso, niña?
NOVIA. ¡Tengo como un golpe en las sienes!
CRIADA. Una novia de estos montes debe ser fuerte. (AI Novio.) Tú eres el único que
la puedes curar, porque tuya es. (Sale corriendo.)
NOVIO. (Abrazándola.) Vamos un rato al baile. (La besa.)
NOVIA. (Angustiada.) No. Quiero echarme en la cama un poco.
NOVIO. Yo te haré compañía.
NOVIA. ¡Nunca! ¿Con toda la gente aquí? ¿Qué dirían? Déjame sosegar un momento.
NOVIO. ¡Lo que quieras! ¡Pero no estés así por la noche!
NOVIA. (En la puerta.) A la noche estaré mejor.
NOVIO. ¡Que es lo que yo quiero!

(Aparece la MADRE)

MADRE. Hijo.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOVIO. ¿Dónde anda usted?


MADRE. En todo ese ruido. ¿Estás contento?
NOVIO. Sí.
MADRE. ¿Y tu mujer?
NOVIO. Descansa un poco. ¡Mal día para las novias!
MADRE. ¿Mal día? El único bueno. Para mí fue como una herencia. (Entra la
CRIADA y se dirige al cuarto de la NOVIA.) Es la roturación de las tierras, la
plantación de árboles nuevos.
NOVIO. ¿Usted se va a ir?
MADRE. Sí. Yo tengo que estar en mi casa.
NOVIO. Sola.
MADRE. Sola no. Que tengo la cabeza llena de cosas y de hombres y luchas.
NOVIO. Pero luchas que ya no son luchas.

(Sale la CRIADA rápidamente; desaparece corriendo por el fondo.)

MADRE. Mientras una vive, lucha.


NOVIO. ¡Siempre la obedezco!
DRE. Con tu mujer procura estar cariñoso, y si la notaras enfadada o arisca, hazle una
caricia que le produzca un poco de daño, un abrazo fuerte, un mordisco y luego
un beso suave. Que ella no pueda disgustarse, pero que sienta que tú eres el
macho, el amo, el que manda. Así aprendí de tu padre. Y como no lo tienes,
tengo que ser yo la que te enseñe estas fortalezas.
NOVIO. Yo siempre haré lo que usted mande.
PADRE. (Entrando.) ¿Y mi hija?
NOVIO. Está dentro.
MUCHACHA lª ¡Vengan los novios, que vamos a bailar la rueda!
MOZO 1° (Al Novio.) Tú la vas a dirigir.
PADRE. (Saliendo.) ¡Aquí no está!

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

NOVIO. ¿No?
PADRE. Debe haber salido a la baranda.
NOVIO. ¡Voy a ver! (Entra.)

(Se oye algazara y guitarras.)

MUCHACHA 1ª ¡Ya han empezado! (Sale.)


NOVIO. (Saliendo.) No está.
MADRE. (Inquieta.) ¿No?
PADRE. ¿Y dónde pudo haber ido?
CRIADA. (Entrando.) ¿Y la niña, dónde está?
MADRE. (Seria.) No lo sabemos.
(Sale el NOVIO. Entran tres invitados.)
PADRE. (Dramático.) Pero ¿no está en el baile?
CRIADA. En el baile no está.
PADRE. (Con arranque.) Hay mucha gente. ¡Mirad!
CRIADA. ¡Ya he mirado!
PADRE. (Trágico.) ¿Pues dónde está?
NOVIO. (Entrando.) Nada. En ningún sitio.
MADRE. (Al PADRE.) ¿Qué es esto? ¿Dónde está tu hija?

(Entra la mujer de LEONARDO.)

MUJER. ¡Han huido! ¡Han huido! Ella y Leonardo. En el caballo. ¡Iban abrazados,
como una exhalación!
PADRE. ¡No es verdad! ¡Mi hija no!
MADRE. ¡Tu hija, sí! Planta de mala madre, y él, también él. ¡Pero ya es la mujer de
mi hijo!
NOVIO. (Entrando.) ¡Vamos detrás! ¿Quién tiene un caballo?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MADRE. ¿Quién tiene un caballo ahora mismo, quién tiene un caballo? Que le daré
todo lo que tengo, mis ojos y hasta mi lengua...
VOZ. Aquí hay uno.
MADRE. (Al hijo.) ¡Anda! ¡Detrás! (Sale con dos mozos.) No. No vayas. Esa gente
mata pronto y bien...; ¡pero sí, corre, y yo detrás!
PADRE. No será ella. Quizá se haya tirado al aljibe.
MADRE. Al agua se tiran las honradas, las limpias; ¡ésa, no! Pero ya es mujer de mi
hijo. Dos bandos. Aquí hay dos bandos. (Entran todos.) Mi familia y la tuya.
Salid todos de aquí. Limpiarse el polvo de los zapatos. Vamos a ayudar a mi
hijo. (La gente se separa en dos grupos.) Porque tiene gente; que son sus primos
del mar y todos los que llegan de tierra adentro. ¡Fuera de aquí! Por todos los
caminos. Ha llegado otra vez la hora de la sangre. Dos bandos. Tú con el tuyo y
yo con el mío. ¡Atrás! ¡Atrás!

TELÓN

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Pedro Muñoz Seca


La venganza de Don Mendo

La venganza de don Mendo es un del astracán, género menor


sin otra pretensión que hacer reír a toda costa. La obra
deforma el lenguaje, recurre a los juegos de palabras y es un
puro anacronismo (mezcla y confunde elementos medievales y
modernos). Magdalena, hija de D. Nuño Manso del Jarama, es
una joven de moral ligera que mantiene amores ilícitos con
Don Mendo, un noble bastante pobretón. D. Nuño prepara el
matrimonio de su hija con Don Pero, duque de Toro, idea que
no desagrada a Magdalena porque éste sí es rico. Don Mendo
es descubierto en los aposentos de Magdalena. Para no
deshonrar a su amada afirma que está allí para robar. Es
encerrado y condenado a muerte con el silencio de su amada.
En el último momento es ayudado por el marqués de
Moncada. Huye, pero jura vengarse de Magdalena.

Las siete y media

MAGDALENA
Ha rato que te espero‚ Mendo amado;
¿por qué estás tan callado?
MENDO
No resto‚ no; es que lucho
Pero ya mi mutismo ha terminado;
vine a desembuchar y desembucho
Voy a contarte‚ amor mío‚
una historia infortunada:
la historia de una velada
en el castillo sombrío
del Marqués de la Moncada
Ayer… ¡triste día el de ayer!
antes del anochecer‚
y en mi alazán caballero‚
iba yo con mi escudero
por el parque de Alcover

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

cuando‚ cerca de la cerca


que pone fin a la alberca
de los predios de Albornoz‚
me llamó en alto una voz‚
una voz que insistió terca.
Hice en seco una parada‚
volví el rostro‚ y la voz era
del Marqués de la Moncada‚
que con otro camarada
estaba al pie de una higuera
MAGDALENA
¿Quién era el otro?
MENDO
El Barón de Vedia‚
un aragonés
antipático y zumbón
que está en casa del Marqués
de huésped o de gorrón·
Hablamos … ―Y vos‚
¿qué hacéis?…‚"
"Aburrirme.‖ Y el de Vedia
dijo: ―No os aburriréis;
os propongo‚ si queréis‚
jugar a las siete y media."
MAGDALENA
¿Y por qué marcó una hora
tan rara? Pudo ser luego…
MENDO
Es que tu inocencia ignora
que‚ a más de una hora‚ señora‚
las siete y media es un juego·
MAGDALENA
¿Un juego?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

MENDO
Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas‚
pues juegas cien veces‚ mil‚
y de las mil‚ ves febril
que o te pasas o no llegas·
Y el no llegar da dolor‚
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor·
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!
MAGDALENA
¿Y tú… don Mendo?
MENDO
¡Serena escúchame
Magdalena‚
porque no fui yo… ¡no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
el Barón las cartas dio;
yo vi un cinco‚ y dije ―paso"‚
el Marqués creyó otro caso‚
pidió carta… y se pasó.
El Barón dijo ―plantado";
el corazón me dio un brinco;
descubrió el naipe tapado‚
y era un seis‚ el mío era un cinco;
el Barón había ganado.
Otra y otra vez jugué‚
pero nada conseguí;
quince veces me pasé‚
y una vez que me planté‚
Volví mi naipe… y perdí.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Ya mi peculio en un brete‚
al fin me da Vedia un siete‚
le pido naipe al de Vedia
y Vedia pone una media
sobre el mugriento tapete.
Mas otro siete él tenía
y también naipe pidió…
y negra suerte la mía‚
que siete y media cantó.
Y me ganó en porfía…
Mil dineros se llevó‚
¡Por vida de Satanás!
Y más tarde… ¡qué sé yo!
de boquilla se jugó
y me ganó diez mil más.
¿Te haces cargo‚ di‚ amor mío?
¿Te haces cargo de mis males?
¿Ves ya por qué no sonrío?
¿Comprendes por qué este río
brota de mis lagrimales?
Yo mal no quedo‚ ¡no quedo!
¡Quien diga que yo un borrón‚
eché a mi grey‚ que alce el dedo!…
Y como pagar no puedo
los dineros al Barón‚
para acabar de sufrir
he decidido… partir
a otras tierras‚ a otro abrigo.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Alejandro Casona
Prohibido suicidarse en primavera

El "Hogar del Suicida" es una clínica levantada por el Doctor


Ariel y dirigida por el Doctor Roda que está decorada con
cuadros que recuerdan suicidios célebres: Sócrates, Cleopatra,
Séneca…. Ariel desciende de una familia en la que los hombres
se suicidan cuando empiezan a perder la juventud, por eso se
interesa por todo los relacionado con este hecho y descubre,
por ejemplo, que son más frecuentes al amanecer y en la
primavera. Con el fin de evitar muertes, construye el sanatorio
al que acuden quienes quieren quitarse la vida, sin atreverse
realmente a hacerlo, pensando que allí les será más fácil morir.
Aquí llegan, por error, una pareja de reporteros quienes,
movidos por un interés periodístico, entran en contacto con los
pacientes a los que entrevistan y preguntan las razones de su
decisión.

Acto primero

CHOLE (Abriendo nuevamente los brazos). — ¡Capitán!


FERNANDO. — ¡Timonel! (Rompiendo el abrazo, pasa Hans por el arco del jardín.
Va tocando una campanilla. Se asoma a escena y grita.)
HANS. — Cámara de gas... ¡libre! (Sigue con su campanilla. Pausa. Chole y Femando
se miran inmóviles.)
CHOLE (Aterrada). — ¿Ha dicho cámara de gas?
FERNANDO. —Huy, huy, huy... (Toma un libro sobre la mesa del Doctor.)
¡Demonio!
CHOLE. — ¿Qué?
FERNANDO. — ¡Este libro!... «El suicidio considerado como una de las Bellas
Artes». (Suelta el libro.) Me parece, Chole, que no te vuelvo a dejar el volante.
CHOLE (Disponiéndose a huir). — ¿Dónde pusiste el maletín?
FERNANDO. — ¡Eh, alto! ¡Huir, no! Somos periodistas. Chole. Cuando un periodista
se tropieza con algo sensacional, no retrocede aunque lo que tengan delante
sea un rinoceronte. Antes morir. Deja ese maletín. (Entra el Doctor. Va hacia
su mesa. Se detiene al verlos.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

FERNANDO, CHOLE Y EL DOCTOR

DOCTOR. — ¿Les atienden a ustedes?


CHOLE. —No, gracias. Sólo entramos a dar un vistazo. Muy interesante, muy
interesante... Fernando...
FERNANDO. — ¡Chole!... Calma. (Ella se rehace. Deja el maletín. Avanza
heroicamente.) Desconocido señor, permítame que me presente, Fernando
Zara, periodista; especializado en reportajes sensacionales.
DOCTOR. —Mucho gusto.
FERNANDO. —Gracias. Chole, mi compañera, mi novia, mi ninfa Egeria y mi
estrella polar. La pareja más feliz de la tierra.
DOCTOR. —Enhorabuena. Doctor Roda, director de la Casa. Pero... si son ustedes
una pareja feliz, ¿qué diablos vienen a hacer aquí? ¿Han llegado ustedes
voluntariamente?
CHOLE. —Hemos llegado fatalmente. Conducía yo.
DOCTOR. — ¿Y saben ustedes dónde están?
FERNANDO. —Todavía no, pero lo sabremos en seguida. Es nuestra profesión.
DOCTOR. —Será si yo no me opongo.
FERNANDO. —Inútil oponerse. Somos periodistas: si nos echa usted por la puerta,
volveremos por la ventana. Disfrazados de jardineros, de inspectores de
teléfonos, de vendedores de frutas, nos tendría usted aquí irremediablemente.
No hay nada que hacer, doctor.
CHOLE (Avanzando hacia él). —Nosotros no retrocedemos aunque tengamos delante
un rinoceronte... ¡Oh, perdón!...
FERNANDO. — ¿Su respuesta?
DOCTOR (Los mira entre severo y sonriente). — ¿Me perdonarían ustedes si les
advierto que como todos los seres felices... y como todos los periodistas, son
ustedes un poco impertinentes?
FERNANDO. —Perdonado. Pero compréndanos, doctor: el sensacionalismo es de
cultivo muy difícil. El mundo produce cada vez menos cosas interesantes, y
el público, en cambio, tiene cada vez más hambre de ellas. Usted no puede
imaginarse nuestra angustia de exploradores en busca de lo extraordinario;
nuestro gozo profesional cuando tropezamos con una banda de
secuestradores, con un adulterio bonito...

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

CHOLE. — ¡Ah, la tiranía del público! Y luego la tiranía del director. Todo le parece
poco. Para el mes que viene nos ha encargado un naufragio, un evadido de la
Guayana, un parto quíntuple y una aurora boreal. No es trabajo fácil, no.
FERNANDO. —No sabe usted lo que es recorrer un mundo de temas agotados para
encontrar esa veta sensacional que el público espera siempre. «La serpiente
de mar», que llamamos en los periódicos.
DOCTOR. — ¿Y creen ustedes haber encontrado aquí su «serpiente de mar»?
FERNANDO. —Le hemos visto la cola.
CHOLE. —No nos cierre las puertas. ¡Ayúdenos, doctor!
DOCTOR (Con una sonrisa de simpatía). —Está bien, veamos. ¿Son ustedes, en
efecto, una pareja feliz?
FERNANDO (Posando la mano sobre el hombro de ella). — ¡Cómo no ha habido
otra!
DOCTOR. — ¿Enfermedad?
CHOLE. —Ninguna.
DOCTOR. — ¿Problemas espirituales?
FERNANDO. —No existen.
DOCTOR. — ¿Amor?
CHOLE. — ¡Torrencial!
DOCTOR. — ¿Dificultades materiales?
FERNANDO. — ¿Nosotros? A nosotros nos deja usted esta noche en una selva del
centro de África, y mañana por la mañana tomamos café con leche.
DOCTOR. —Es envidiable. En ese caso, yo puedo facilitarles su trabajo. Pero
ustedes, en cambio, pueden prestarme a mí un gran servicio.
LOS DOS. —A sus órdenes.
DOCTOR. —Para la buena marcha de esta casa necesitaba yo encontrar los dos
extremos opuestos de la fortuna: una vida en derrota, sin amores, sin pasado
y sin porvenir. Y una vida en plenitud, audaz, enamorada, llena de
esperanzas y de horizontes. Lo primero, lo he encontrado hace un momento.
¿Quieren ustedes ser aquí la vida feliz?
CHOLE. —A sus órdenes, doctor; estamos de vacaciones.
DOCTOR. —Pues siendo así, como colaboradores y amigos, escuchen ustedes. (Se
sientan)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

FERNANDO. — ¡Chole! (Chole prepara lápiz y cuaderno.)


DOCTOR. —No; prométanme que no escribirán una sola línea hasta que no conozcan
a fondo la institución. (Chole guarda lápiz y cuaderno.)
DOCTOR. — ¿Conocieron ustedes al doctor Ariel?
FERNANDO. —El doctor Ariel..., sí...
CHOLE. —Sí, sí..., el doctor Ariel.
DOCTOR. —Bien; no le conocieron ustedes. El doctor Ariel fue mi maestro. Su
familia, desde varias generaciones, era víctima de una extraña fatalidad: su
padre, su abuelo, su bisabuelo, todos morían suicidándose en la plenitud de
la vida, cuando empezaban a perder la juventud. El doctor Ariel vivió
torturado por esta idea. Todos sus estudios los dedicó a la biología y la
psicología del suicida, penetrando hasta lo más hondo en este sector
desconcertante del alma. Cuando creyó que su hora fatal se acercaba, se
retiró a estas montañas. Aquí cambió sus amigos, sus alimentos y sus libros.
Aquí leía a los poetas, se bañaba en las cascadas frías, paseaba sus dos
leguas a pie durante el día y escuchaba a Beethoven por las noches. Y aquí
murió, vencedor de su destino, de una muerte noble y serena, a los setenta
años de felicidad.
CHOLE (Entusiasmada). — ¡Pero muy bonito!
FERNANDO. —Muy periodístico. Este prólogo queda formidable para señoras.
DOCTOR. —El doctor dejó escrito un libro maravilloso. (Lo toma de la mesa.)
FERNANDO. —Sí. «El suicidio considerado como una de las Bellas Artes».
DOCTOR. — ¡Ah!, ¿lo conocía usted?
FERNANDO. —No hace mucho; pero lo conocía.
DOCTOR. —Este libro está lleno de ciencia; pero también de comprensión humana y
de ternura. Vea la dedicatoria: «A mis pobres amigos los suicidas».
(Fernando toma el libro, que hojea de vez en cuando, interesado en sus
mapas y estadísticas.) A estos pobres amigos dejó también el doctor Ariel
toda su fortuna. Con ella se fundó el Hogar del Suicida, cuya dirección me
confió el maestro... y donde tienen ustedes su casa.
FERNANDO. —Gracias.
CHOLE. —Hasta aquí, todo va bien. Pero si el doctor Ariel murió feliz al fin, ¿por
qué la fundación de esta Casa?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

DOCTOR. —Ahí empieza el secreto. El doctor Ariel no se limitó a hacer una


extravagancia. Fundó, sagazmente, un Sanatorio de Almas. Aparentemente,
esta casa no es más que el Club del perfecto suicida. Todo en ella está
previsto para una muerte voluntaria, estética y confortable; los mejores
venenos, los baños con rosas y música... Tenemos un lago de leyenda, celdas
individuales y colectivas, festines Borgia y tañederos de arpa. Y el más bello
paisaje del mundo. La primera reacción del desesperado, al entrar aquí, es el
aplazamiento. Su sentido heroico de la muerte se ve defraudado. ¡Todo se le
presenta aquí tan natural! Es el efecto moral de una ducha fría. Esa noche
algunos aceptan alimentos, otros llegan a dormir, e invariablemente todos
rompen a llorar. Es la primera etapa.
CHOLE (Echando mano a su lápiz). — Magnífico. Segunda etapa. (Fernando la
detiene con un gesto.)
DOCTOR. —Etapa de la meditación. El enfermo pasa largas horas en silencio y
soledad. Luego, pide libros. Después busca compañía. Va interesándose por
los casos de sus compañeros. Llega a sentir una piadosa ternura por el dolor
hermano. Y acaba por salir al campo. El aire libre y el paisaje empiezan a
operar en él. Un día se sorprende a sí mismo acariciando a una rosa...
FERNANDO. —Y empieza la tercera etapa.
DOCTOR. —La última. El alma se tonifica al compás de los músculos. El pasado va
perdiendo sombras y fuerza; cien pequeños caminos se van abriendo hacia el
porvenir, se van ensanchando, floreciendo... Un día ve las manzanas nuevas
estallar en el árbol, al labrador que canta sudando al sol, dos novios que se
besan mordiéndose la risa... ¡Y un ansia caliente de vivir se le abraza a las
entrañas como un grito! Ese día el enfermo abandona la casa, y en cuanto
traspasa el jardín, echa a correr sin volver la cabeza. ¡Está salvado!
CHOLE. —Precioso. Parece una balada escocesa.
FERNANDO. —No está mal. Periodísticamente era más interesante que se matasen.
Pero dígame: ese sistema ¿no está excesivamente confiado en la buena
disposición del cliente? ¿No han tropezado ustedes nunca con el suicida
auténtico, con el desesperado irremediable?
DOCTOR. —Aquí sólo llegan los vacilantes. Desdichadamente, el desesperado
profundo se mata en cualquier parte, sin el menor respeto a la técnica ni al
doctor Ariel. (Levantándose.) ¿Puedo contar con ustedes?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

CHOLE. —Desde ahora mismo.


DOCTOR. —Voy a encargar que dispongan sus habitaciones.
FERNANDO. —Gracias. ¿Nos permite, entre tanto, hacer alguna interviú a sus
pacientes?
DOCTOR. —Bien, pero con tiento. Generalmente son desconfiados y no abren
fácilmente su corazón a un extraño.
CHOLE. —Aquel joven que se acerca, ¿es un enfermo?
DOCTOR. —Ah, sí: un muchacho romántico. Le llamamos aquí el Amante
Imaginario. Vean su ficha... Ha llegado anoche...
FERNANDO. —Entonces, etapa de la ducha fría.
DOCTOR. —Exactamente. No le lleven demasiado la contraria. Y sobre todo,
naturalidad. (Sale.)
CHOLE. —Naturalidad, Fernando.

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Enrique Jardiel Poncela


Los ladrones somos gente honrada

Dice el autor: Comedia, casi policíaca, en un prólogo y dos


actos. Es una comedia de "simple y estricta diversión", porque
en ella no hay "cimientos psicológicos, pasionales, metafísicos
o filosóficos que la justifiquen." Se estrenó en Madrid, en el
Teatro de la Comedia, el 25 de abril de 1941. Un ladrón se
enamora el día del gran golpe y deja su trabajo por la amada,
con la que se casa. Sus colegas de banda quieren vengarse
robando en su casa el día de la boda. Los personajes más
importantes son, el mayordomo que juega a dos bandas; el
suegro, la suegra y los criados tienen mucho que callar; el
policía no se entera de nada, el médico que lo sabe todo pero
no cuenta nada... Todos guardan algún secreto y todos buscan
la caja de caudales en la noche de bodas. Al final, los únicos
honrados son los ladrones.

Diálogo de Eulalia y Pelirrojo

(Pelirrojo se vuelve rápidamente hacia la izquierda, donde ha sonado la voz, pero


le despista la presencia de Eulalia. Es una doncella que aparece por la
puerta del foro izquierda superior; tiene veinte o veintidós años y un aire
muy sentimental. Viene enjugándose los ojos con un pañuelo.)

PELIRROJO.—¡Eulalia! ¿Acabas tú de decir algo?


EULALIA.—¿Cómo, señor Peter?
PELIRROJO.—Que si acabas tú de decir algo. Que si has hablado sola hace un
instante...
EULALIA.—¡¡Que si he hablao sola!! ¡¡Seguro que he hablao sola!! (Echándose a
llorar.) ¡¡Ay, qué desgracia más grande, que ya hablo sola!! (Bajando a la
escena.) ¡Otro motivo pa llorar! Hay días que no da una abasto. ¡Y menos mal,
señor Peter, que a mí llorar me alimenta y me deja los nervios tan a gusto, que
hay mañanas que hasta que no lloro un rato no puedo ni limpiar el polvo;
porque está bien visto que yo, cuando no tengo un motivo pa llorar, es porque
tengo dos, y cuando no tengo dos, es porque tengo tres! (Se ha sentado en un
sillón de la izquierda.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

PELIRROJO.—¿Y hoy, cuántos has tenido?


EULALIA.—Hoy he tenido siete. Ayer no tuve más que cuatro...
PELIRROJO.—Es que era martes...
EULALIA.—Pues el domingo tuve once...
PELIRROJO.—El domingo es siempre mejor día.
EULALIA.—...y en el momento de acostarme no tenía ningún motivo pa llorar, pero
de acordarme de los once que había tenido, se me saltaron las lágrimas y me
resultó la docena.
PELIRROJO.—Vives como quieres, Eulalia. ¿Y eso te ocurre desde hace mucho?
EULALIA.—De niña ya era algo llorica; pero luego me ha ido creciendo con los años.
Ahora que así, en gran escala, lo que se podría llamar el llanto navegable, ése
no me ha empezado hasta que vine a servir a esta casa. Porque una no quiere
decir na, y, a fuerza de empapar pañuelos y de escurrir pañuelos, va tirando;
pero en esta casa se ven cosas pa que la instalen a una grifos, señor Peter!...
(Llora.)
PELIRROJO.—(Acercándose interesado.) ¿Qué cosas son las que ves, Eulalia?
EULALIA.—No se las digo, porque si se las dijera se echaría usté a llorar; y pa eso ya
estoy yo aquí.
PELIRROJO.—¿Pero... cosas relativas a las personas de la familia?
EULALIA.—Sí, claro. Todas a las personas de la familia: el señor mayor y la madre,
¡y hasta la señorita!, todos tienen su misterio y hacen cosas que, si no tuviese
una la suerte de quedarse como un reloj cuando llora, se volvería tarumba, señor
Peter...
PELIRROJO.—¡Chist! ¡Calla ahora! (Disimulando, se pone a hojear una revista. Por
el foro centro aparecen Evelio y Benito con las bandejas vacías. Por la posición
de Eulalia y Pelirrojo, no ven a éstos y cruzan la escena sin dejar de hablar.)
EVELIO.—¿Te puedes creer, Benito, que me he acercao a la presidencia del
banquete, que me he encarao con el señor, que le he dicho: «Señor, de parte de
Peter, que él cree que va a llover», y que no me ha tirao ningún objeto? Ni se ha
extrañao siquiera... Se ha puesto muy serio de pronto y me ha contestao: «Bien,
gracias.» Y es que en esta casa, no sé por qué me parece que hay mucho tomate,
Benito... (Se van por segundo derecha.)
PELIRROJO.—(Dejando la revista; a Eulalia.) ¿Dices que el señor mayor y la madre
y hasta la señorita tienen su misterio y hacen cosas, Eulalia?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

EULALIA.—Sí, señor. Pero hay otra cosa mucho más gorda todavía... Lo del ama de
llaves.
PELIRROJO.—¿Qué ama de llaves?
EULALIA.—Doña Andrea.
PELIRROJO.—Pero si a doña Andrea se la llevaron enferma al hospital hace seis
meses, y murió a poco de ingresar.
EULALIA.—(Con retintín.) Sí, sí...
PELIRROJO.—¿Cómo que sí, sí?
EULALIA.—Que doña Andrea se moriría en el hospital, pero yo le digo a usté que
doña Andrea, a ratos, viene aquí. Sí, señor. Y se mete en su habitación. (Señala
el foro izquierda inferior.)
PELIRROJO.—Pero, ¿tú la has visto?
EULALIA.—Sí, señor. Y me caí redonda al suelo al verla. Y si no me he muerto en
ese momento, es que a mí ya no hay quien me mate. La vi anoche con la
señorita.
PELIRROJO.—¿Con quién?
EULALIA.—Con la señorita, que, después de acostarse, cuando ya estaban apagadas
todas las luces y suponía que no había nadie levantado, bajó de puntillas de su
cuarto y se metió ahí. (La puerta del foro izquierda inferior), en la habitación
que ocupó doña Andrea antes de morirse. Y yo vi que doña Andrea le daba un
papel.
PELIRROJO.—¿Qué papel?
EULALIA.—Debía de ser una carta, porque la señorita, después de leerlo, lo rompió,
y yo luego cogí un pedazo que se le había caído en el suelo. Sólo que tuve la
mala pata de no pescar más que la fecha. Una de esas fechas escritas con
números, que yo siempre tengo que contar por los dedos pa averiguar el mes,
porque me hago un lío. La fecha correspondía a noviembre del año pasado,
porque los números eran: 3-11-40.
PELIRROJO.—¿Tres, once, cuarenta?
EULALIA.—Sí. El 3 el día; el 40 el año, y el 11 el mes; noviembre.
PELIRROJO.—(Que ha sacado un lápiz, escribiendo sobre el puño de la camisa.)
¿Conque los números eran 3-11-40? (Mirándola con gesto duro.) ¿Y no
encontraste más?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

EULALIA.—No, señor.
PELIRROJO.—¿De verdad, de verdad que no encontraste más, Eulalia?
EULALIA.—¿Pero es que lo duda? (Rompiendo a llorar.) ¡¡Ay, Virgen del Amparo!!
PELIRROJO.—¿Eh?
EULALIA.—¡¡Ay, Virgen del Amparo, en lugar de creerme, desconfía de mí!! ¡¡Otro
motivo pa que yo llore hoy!!
PELIRROJO.—Eulalia...
EULALIA.—¡¡Otro motivo pa que yo llore hoy, y ya van ocho!!

(Se echa a llorar perdidamente. Por el foro centro, Daniel, de etiqueta.)

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Miguel Mihura
Tres sombreros de copa

Dionisio pasa su última noche de soltero en un hotel de


provincias. Mañana se casa con Margarita. Pero en esa
habitación y esa noche conoce a Paula, una bailarina libre e
impredecible. Dionisio y Paula no son felices con sus
respectivas parejas. Están con ellas por inercia, porque no se
cuestionan las cosas. Ahora se han encontrado, y enamorado,
pero sus mundos son diferentes. Ella es espectáculo y alegría.
Él es convencional y burgués. La unión de los dos universos
está simbolizada en los sombreros de copa. Para Paula
representan el traje de etiqueta de los caballeros que acuden
al teatro, el adorno provocador de las bailarinas del music-hall
o un artilugio de magia para el prestidigitador y de destreza
para el malabarista. Desde el punto de vista de Dionisio solo es
un elemento solemne de su traje de ceremonia. Por eso,
previsor, ha comprado dos (el tercero es regalo de su suegro),
pero ninguno le sirve, uno le queda grande, otro pequeño y, el
tercero, “le hace cara de salamandra”. Al final tendrá que
casarse con un cuarto, prestado por un miembro de la
compañía de Paula. No podrá ser feliz, porque no ha sido capaz
de ser libre.

Dionisio conoce a Paula

Primer acto

Habitación de un hotel de segundo orden en una capital de provincia. En la lateral


izquierda, primer término, puerta cerrada de una sola hoja, que comunica con otra
habitación. Otra puerta al foro que da a un pasillo. La cama. El armario de luna. El
biombo. Un sofá. Sobre la mesilla de noche, en la pared, un teléfono. Junto al armario,
una mesita. Un lavabo. A los pies de la cama, en el suelo, dos maletas y dos
sombrereras altas de sombreros de copa. Un balcón, con cortinas, y detrás el cielo.
Pendiente del techo, una lámpara. Sobre la mesita de noche, otra lámpara pequeña.

DON ROSARIO. Hasta mañana, carita de madreselva.

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(Hace una reverencia. Sale. Cierra la puerta. DIONISIO cierra las maletas,
mientras silba una fea canción pasada de moda. Después se tumba sobre la cama
sin quitarse el sombrero. Mira el reloj.)

DIONISIO. Las once y cuarto. Quedan apenas nueve horas. (Da cuerda al reloj.) Nos
debíamos haber casado esta tarde y no habernos separado esta noche ya... Esta
noche sobra... Es una noche vacía. (Cierra los ojos.) ¡Nena! ¡Nena!
¡Margarita! (Pausa. Y después, en la habitación de al lado, se oye un portazo y
un rumor fuerte de conversación, que poco a poco va aumentando. DIONISIO
se incorpora.) ¡Vamos, hombre! ¡Una bronca ahora! Vaya unas horas de
reñir... (Su vista tropieza con el espejo, en donde se ve con el sombrero de
copa en la cabeza y, sentado en la cama dice:) Sí, ahora parece que me hace
cara de apisonadora...

(Se levanta. Va hacia la mesita, donde dejó los otros dos sombreros y,
nuevamente, se los prueba. Y cuando tiene uno en la cabeza y los otros dos uno en
cada mano, se abre rápidamente la puerta de la izquierda y entra PAULA, una
maravillosa muchacha rubia, de dieciocho años que, sin reparar en DIONISIO,
vuelve a cerrar de un golpe y, de cara a la puerta cerrada, habla con quien se
supone ha quedado dentro. DIONISIO, que la ve reflejada en el espejo, muy
azorado, no cambia de actitud.)

PAULA. ¡Idiota!
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No!
BUBY. ¡Abre!
PAULA. ¡No!
BUBY. ¡Que abras!
PAULA. ¡Que no!
BUBY. (Todo muy rápido.) ¡Imbécil!
PAULA. ¡Majadero!
BUBY. ¡Estúpida!
PAULA. ¡Cretino!

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BUBY. ¡Abre!
PAULA. ¡No!
BUBY. ¡Que abras!
PAULA. ¡Que no!
BUBY. ¿No?
PAULA. ¡No!
BUBY. Está bien.
PAULA. Pues está bien. (Y se vuelve. Y al volverse, ve a DIONISIO.) ¡Oh, perdón!
Creí que no había nadie...
DIONISIO. (En su misma actitud frente al espejo.) Sí...
PAULA. Me apoyé en la puerta y se abrió... Debía estar sin encajar del todo... Y sin
llave...
DIONISIO. (Azoradísimo.) Sí...
PAULA. Por eso entré...
DIONISIO. Sí...
PAULA. Yo no sabía...
DIONISIO. No...
PAULA. Estaba riñendo con mi novio.
DIONISIO. Sí...
PAULA. Es un idiota...
DIONISIO. Sí...
PAULA. ¿Acaso le han molestado nuestros gritos?
DIONISIO. No...
PAULA. Es un grosero...
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No! (A DIONISIO.) Es muy feo y muy tonto... Yo no le quiero... Le estoy
haciendo rabiar... Me divierte mucho hacerle rabiar... Y no le pienso abrir...
Que se fastidie ahí dentro... (Para la puerta.) Anda, anda, fastídiate...
BUBY. (Golpeando.) ¡Abre!
PAULA. (El mismo juego.) ¡No!... Claro que, ahora que me fijo, le he asaltado a usted
la habitación. Perdóneme. Me voy. Adiós.
DIONISIO. (Volviéndose y quedando ya frente a ella.) Adiós, buenas noches.

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PAULA. (Al notar su extraña actitud con los sombreros, que le hacen parecer un
malabarista.) ¿Es usted también artista?
DIONISIO. Mucho.
PAULA. Como nosotros. Yo soy bailarina. Trabajo en el ballet de Buby Barton.
Debutamos mañana en el Nuevo Music-Hall. ¿Acaso usted también debuta
mañana en el Nuevo Music-Hall? Aún no he visto los programas. ¿Cómo se
llama usted?
DIONISIO. Dionisio Somoza Buscarini.
PAULA. No. Digo su nombre en el teatro.
DIONISIO. ¡Ah! ¡Mi nombre en el teatro! ¡Pues como todo el mundo!...
PAULA. ¿Cómo?
DIONISIO. Antonini.
PAULA. ¿Antonini?
DIONISIO. Sí. Antonini. Es muy fácil. Antonini. Con dos enes...
PAULA. No recuerdo. ¿Hace usted malabares?
DIONISIO. Sí. Claro. Hago malabares.
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No! (Se dirige a DIONISIO.) ¿Ensayaba usted?
DIONISIO. Sí. Ensayaba.
PAULA. ¿Hace usted solo el número?
DIONISIO. Sí. Claro. Yo hago solo el número. Como mis papás se murieron, pues
claro...
PAULA. ¿Sus padres también eran artistas?
DIONISIO. Sí. Claro. Mi padre era comandante de Infantería. Digo, no.
PAULA. ¿Era militar?
DIONISIO. Sí. Era militar. Pero muy poco. Casi nada. Cuando se aburría solamente.
Lo que más hacía era tragarse el sable. Le gustaba mucho tragarse su sable.
Pero claro, eso les gusta a todos...
PAULA. Es verdad... Eso les gusta a todos... ¿Entonces, todos, en su familia, han sido
artistas de circo?
DIONISIO. Sí. Todos. Menos la abuelita. Como estaba tan vieja, no servía. Se caía
siempre del caballo... Y todo el día se pasaban los dos discutiendo...

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PAULA. ¿El caballo y la abuelita?


DIONISIO. Sí. Los dos tenían un genio terrible... Pero el caballo decía muchas más
picardías...
PAULA. Nosotras somos cinco. Cinco girls. Vamos con Buby Barton hace ya un año.
Y también con nosotros viene madame Olga, la mujer de las barbas. Su
número gusta mucho. Hemos llegado esta tarde para debutar mañana. Los
demás, después de cenar, se han quedado en el café que hay abajo... Esta
población es tan triste... No hay adónde ir y llueve siempre... Y a mí el plan
del café me aburre... Yo no soy una muchacha como las demás... Y me subí a
mi cuarto para tocar un poco mi gramófono... Yo adoro la música de los
gramófonos... Pero detrás subió mi novio, con una botella de licor, y me quiso
hacer beber, porque él bebe siempre... Y he reñido por eso... y por otra cosa,
¿sabe? No me gusta que él beba tanto...
DIONISIO. Hace mucho daño para el hígado... Un señor que yo conocía...
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No! ¡Y no le abro! Ahora me voy a sentar para que se fastidie. (Se sienta en
la cama.) ¿No le molestaré?
DIONISIO. Yo creo que no.
PAULA. Ahora que sé que es usted un compañero, ya no me importa estar aquí...
(BUBY golpea la puerta.) Debe de estar furioso... Debe de estar ciego de
furor...
DIONISIO. (Miedoso.) Yo creo que le debíamos abrir, oiga...
PAULA. No. No le abrimos.
DIONISIO. Bueno.
PAULA. Siempre estamos peleando.
DIONISIO. ¿Hace mucho tiempo que son ustedes novios?
PAULA. No. No sé. Dos días. Dos días o tres. A mí no me gusta. Pero se aburre una
tanto en estos viajes por provincias... El caso que es simpático, pero cuando
bebe o cuando se enfada se pone hecho una fiera... Da miedo verle.
DIONISIO. (Muy cobarde.) Le voy a abrir ya, oiga...
PAULA. No. No le abrimos.
DIONISIO. Es que después va a estar muy enfadado y la va a tomar conmigo...
PAULA. Que esté. No me importa.

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DIONISIO. Pero es que a lo mejor, por hacer esto, le reñirá a usted su mamá.
PAULA. ¿Qué mamá?
DIONISIO. La suya.
PAULA. ¿La mía?
DIONISIO. Sí. Su papá o su mamá.
PAULA. Yo no tengo papá ni mamá.
DIONISIO. Pues sus hermanos.
PAULA. No tengo hermanos.
DIONISIO. Entonces, ¿con quién viaja usted? ¿Va usted sola con su novio y con esos
señores?
PAULA. Sí. Claro. Voy sola. ¿Es que yo no puedo ir sola?
DIONISIO. A mí, allá cuentos...
BUBY. (Dentro, ya rabioso.) ¡Abre, abre y abre!
PAULA. Le voy a abrir ya. Está demasiado enfadado.
DIONISIO. (Más cobarde aún.) Oiga. Yo creo que no le debía usted abrir...
PAULA. Sí. Le voy a abrir. (Abre la puerta y entra BUBY, un bailarín negro, con un
ukelele en la mano.)

Dionisio habla de su novia a Paula

Tercer acto

(Sale D. SACRAMENTO por la puerta del foro. PAULA asoma la cabeza por
detrás de la cama y mira a DIONISIO tristemente. DIONISIO, que ha ido
a cerrar la puerta, al volverse, la ve.)

PAULA. ¡Oh! ¿Por qué me ocultaste esto? ¡Te casas, Dionisio!...


DIONISIO. (Bajando la cabeza.) Sí...
PAULA. No eras ni siquiera un malabarista...
DIONISIO. No.
PAULA. (Se levanta. Va hacia la puerta de la izquierda.) Entonces yo debo irme a mi
habitación...
DIONISIO. (Deteniéndola.) Pero tú estabas herida... ¿Qué te hizo Buby?

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PAULA. Fue un golpe nada más... Me dejó K.O. ¡Debí de perder el conocimiento
unos momentos. Es muy bruto Buby... Me puede siempre... (Después.) ¡Te
casas, Dionisio!...
DIONISIO. Sí.
PAULA. (Intentando nuevamente irse.) Yo me voy a mi habitación...
DIONISIO. No.
PAULA. ¿Por qué?
DIONISIO. Porque esta habitación es más bonita. Desde el balcón se ve el puerto...
PAULA. ¡Te casas, Dionisio!
DIONISIO. Sí. Me caso, pero poco...
PAULA. ¿Por qué no me lo dijiste...?
DIONISIO. No sé. Tenía el presentimiento de que casarse era ridículo... ¡Que no me
debía casar...! Ahora veo que no estaba equivocado... Pero yo me casaba,
porque yo me he pasado la vida metido en un pueblo pequeñito y triste y
pensaba que para estar alegre había que casarse con la primera muchacha que, al
mirarnos, le palpitase el pecho de ternura... Yo adoraba a mi novia... Pero ahora
veo que en mi novia no está la alegría que yo buscaba... A mi novia tampoco le
gusta ir a comer cangrejos frente al mar, ni ella se divierte haciendo volcanes en
la arena... Y ella no sabe nadar... Ella, en el agua, da gritos ridículos... Hace así:
«¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!» Y ella sólo ama cantar junto al piano El pescador de perlas. Y
El pescador de perlas es horroroso, Paula. Ella tiene voz de querubín, y hace así:
(Canta.) Tralaralá... piri, piri, piri, piri... Y yo no había caído en que las voces de
querubín están llenas de vanidad y que, en cambio, hay discos de gramófono
que se titulan «Ámame en diciembre lo mismo que me amas en mayo», y que
nos llenan el espíritu de sencillez y de ganas de dar saltos mortales... Yo no
sabía tampoco que había mujeres como tú, que al hablarnos no les palpita el
corazón, pero les palpitan los labios en un constante sonreír... Yo no sabía nada
de nada. Yo sólo sabía pasear silbando junto al quiosco de la música... Yo me
casaba porque todos se casan siempre a los veintisiete años... Pero ya no me
caso, Paula... ¡Yo no puedo tomar huevos fritos a las seis y media de la
mañana...!
PAULA. (Ya sentada en el sofá.) Ya te ha dicho ese señor del bigote que los harán
pasados por agua...

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DIONISIO. ¡Es que a mí no me gustan tampoco pasados por agua! ¡A mí sólo me


gusta el café con leche, con pan y manteca! ¡Yo soy un terrible bohemio! Y lo
más gracioso es que yo no lo he sabido hasta esta noche que viniste tú... y que
vino el negro..., y que vino la mujer barbuda... Pero yo no me caso, Paula. Yo
me marcharé contigo y aprenderé a hacer juegos malabares con tres sombreros
de copa...
PAULA. Hacer juegos malabares con tres sombreros de copa es muy difícil... Se caen
siempre al suelo...
DIONISIO. Yo aprenderé a bailar como bailas tú y como baila Buby...
PAULA. Bailar es más difícil todavía. Duelen mucho las piernas y apenas gana uno
dinero para vivir...
DIONISIO. Yo tendré paciencia y lograré tener cabeza de vaca y cola de cocodrilo...
PAULA. Eso cuesta aún más trabajo... Y después, la cola molesta muchísimo cuando
se viaja en el tren...
(DIONISIO va a sentarse junto a ella.)
DIONISIO. ¡Yo haré algo extraordinario para poder ir contigo!... ¡Siempre me has
dicho que soy un muchacho muy maravilloso!...
PAULA. Y lo eres. Eres tan maravilloso, que dentro de un rato te vas a casar, y yo no
lo sabía...
DIONISIO. Aún es tiempo. Dejaremos todo esto y nos iremos a Londres...
PAULA. ¿Tú sabes hablar inglés?
DIONISIO. No. Pero nos iremos a un pueblo de Londres. La gente de Londres habla
inglés porque todos son riquísimos y tienen mucho dinero para aprender esas
tonterías. Pero la gente de los pueblos de Londres, como son más pobres y no
tienen dinero para aprender esas cosas, hablan como tú y como yo... ¡Hablan
como en todos los pueblos del mundo!... ¡Y son felices!...
PAULA. ¡Pero en Inglaterra hay demasiados detectives!...
DIONISIO. ¡Nos iremos a La Habana!
PAULA. En La Habana hay demasiados plátanos...
DIONISIO. ¡Nos iremos al desierto!
PAULA. Allí se van todos los que se disgustan, y ya los desiertos están llenos de gente
y de piscinas.

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DIONISIO. (Triste.) Entonces es que tú no quieres venir conmigo.


PAULA. No. Realmente yo no quisiera irme contigo, Dionisio...
DIONISIO. ¿Por qué? (Pausa. Ella no quiere hablar. Se levanta y va hacia el balcón.)
PAULA. Voy a descorrer las cortinas del balcón. (Lo hace.) Ya debe de estar
amaneciendo... Y aún llueve... ¡Dionisio, ya han apagado las lucecitas del
puerto! ¿Quién será el que las apaga?
DIONISIO. El farolero.
PAULA. Sí, debe de ser el farolero.
DIONISIO. Paula..., ¿no me quieres?
PAULA. (Aún desde el balcón.) Y hace frío...
DIONISIO. (Cogiendo una manta de la cama.) Ven junto a mí... Nos abrigaremos los
dos con esta manta... (Ella va y se sientan los dos juntos, cubriéndose las
piernas con la manta.) ¿Quieres a Buby?
PAULA. Buby es mi amigo. Buby es malo. Pero el pobre Buby no se casa nunca... Y
los demás se casan siempre... Esto no es justo, Dionisio...
DIONISIO. ¿Has tenido muchos novios?
PAULA. ¡Un novio en cada provincia y un amor en cada pueblo! En todas partes hay
caballeros que nos hacen el amor... ¡Lo mismo es que sea noviembre o que sea
en el mes de abril! ¡Lo mismo que haya epidemias o que haya revoluciones...!
¡Un novio en cada provincia...! ¡Realmente es muy divertido...! Lo malo es,
Dionisio, lo malo es que todos los caballeros estaban casados ya, y los que aún
no lo estaban escondían ya en la cartera el retrato de una novia con quien se
iban a casar... Dionisio, ¿por qué se casan todos los caballeros...? ¿Y por qué, si
se casan, lo ocultan a las chicas como yo...? ¡Tú también tendrás ya en la cartera
el retrato de una novia...! ¡Yo aborrezco las novias de mis amigos...! Así no es
posible ir con ellos junto al mar... Así no es posible nada... ¿Por qué se casan
todos los caballeros...?
DIONISIO. Porque ir al fútbol siempre, también aburre.
PAULA. Dionisio, enséñame el retrato de tu novia.
DIONISIO. No.
PAULA. ¡Qué más da! ¡Enséñamelo! Al final lo enseñan todos...
DIONISIO. (Saca una cartera. La abre. PAULA curiosea.) Mira...
PAULA. (Señalando algo.) ¿Y esto? ¿También un rizo de pelo...?

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DIONISIO. No es de ella. Me lo dio madame Olga... Se lo cortó de la barba, como un


pequeño recuerdo... (Le enseña una fotografía.) Este es su retrato, mira...
PAULA. (Lo mira despacio. Después.) ¡Es horrorosa, Dionisio...!
DIONISIO. Sí.
PAULA. Tiene demasiados lunares...
DIONISIO. Doce. (Señalando con el dedo.) Esto de aquí es otro...
PAULA. Y los ojos son muy tristes... No es nada guapa, Dionisio...
DIONISIO. Es que en este retrato está muy mal... Pero tiene otro, con un vestido de
portuguesa, que si lo vieras... (Poniéndose de perfil con un gesto forzado.) Está
así...
PAULA. ¿De perfil?
DIONISIO. Sí. De perfil. Así. (Lo repite.)
PAULA. ¿Y está mejor?
DIONISIO. Sí. Porque no se le ven más que seis lunares...
PAULA. Además, yo soy más joven...
DIONISIO. Sí. Ella tiene veinticinco años...
PAULA. Yo, en cambio... ¡Bueno! Yo debo de ser muy joven, pero no sé con certeza
la edad mía... Nadie me lo ha dicho nunca... Es gracioso, ¿no? En la ciudad vive
una amiga que se casó... Ella también bailaba con nosotros. Cuando voy a la
ciudad siempre voy a su casa. Y en la pared del comedor señalo con una raya mi
estatura. ¡Y cada vez señalo más alta la raya...! ¡Dionisio, aún estoy
creciendo...! ¡Es encantador estar creciendo todavía...! Pero cuando ya la raya
no suba más alta, esto indicará que he dejado de crecer y que soy vieja... Qué
tristeza entonces, ¿verdad? ¿Qué hacen las chicas como yo cuando son viejas...?
(Mira otra vez el retrato.) ¡Yo soy más guapa que ella...!
DIONISIO. ¡Tú eres mucho más bonita! ¡Tú eres más bonita que ninguna! Paula, yo
no me quiero casar. Tendré unos niños horribles... ¡y criaré el ácido úrico...!
PAULA. ¡Ya es de día, Dionisio! ¡Tengo ganas de dormir...!
DIONISIO. Echa tu cabeza sobre mi hombro... Duerme junto a mí...
PAULA. (Lo hace.) Bésame, Dionisio. (Se besan.) ¿Tu novia nunca te besa...?
DIONISIO. No.
PAULA. ¿Por qué?

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

DIONISIO. No puede hasta que se case...


PAULA. Pero ¿ni una vez siquiera?
DIONISIO. No, no. Ni una vez siquiera. Dice que no puede.
PAULA. Pobre muchacha, ¿verdad? Por eso tiene los ojos tan tristes... (Pausa.)
¡Bésame otra vez, Dionisio...!
DIONISIO. (La besa nuevamente.) ¡Paula! ¡Yo no me quiero casar! ¡Es una tontería!
¡Ya nunca sería feliz! Unas horas solamente todo me lo han cambiado... Pensé
salir de aquí hacia el camino de la felicidad y voy a salir hacia el camino de la
ñoñería y de la hiperclorhidria...
PAULA. ¿Qué es la hiperclorhidria?
DIONISIO. No sé, pero debe de ser algo imponente... ¡Vamos a marcharnos juntos...!
¡Dime que me quieres, Paula!
PAULA. ¡Déjame dormir ahora! ¡Estamos tan bien así...! (Pausa. Los dos, con las
cabezas juntas, tienen cerrados los ojos. Cada vez hay más luz en el balcón. De
pronto, se oye el ruido de una trompeta que toca a diana y que va acercándose
más cada vez. Luego se oyen unos golpes en la puerta del foro.)

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Juan Pablo Darmanin


Un borracho singular
Texto completo

Acto único

Entra el borracho cantando a la botella. En su banco está una muchacha sentada

Borracho: Loca ella y loco ¡Yo!. Que me hiciste mal y sin embargo te quiero...(Mira
a una joven sentada en su banco de plaza. Se acerca y la observa de forma
sugerente. Según él acaba de encontrar a un intruso en su morada. Habla poética
e irónicamente. Cortejándola) Nunca tuve tanta suerte de que una bella dama
me espere sentada en mi propio aposento. (Ella lo mira nerviosa y lo ignora. Él
sentencia) ¡Que éste banco es mío!
Joven: ¡Por favor no me moleste!.
Borracho: ¿Ha oído hablar de los usurpadores de morada?
Joven: ¡Vaya a su casa, déjeme tranquila!.
Borracho: Usted vaya a SU casa, mi casa es ésta y, en éste banco, ¡Duermo yo!. Así
que si quiere puede adueñarse de cualquiera de los bancos que hay por ahí, éste
es mío. Así que si me da lugar... (Hace señas con las manos como esperando
que se levante. Ella no se mueve del lugar. Él continúa con las señas) No la
molesto más.... Si me da lugarcito... ¿Pero qué tiene usted, estrabismo?
Joven: ¿Yo me tengo que ir de un lugar público sólo porque a usted se le ocurre tirarse
a dormir en este banco, que es también mío?
Borracho: ¿Suyo? Yo llegué primero.
Joven: Qué le voy a estar dando explicaciones....
Borracho: Más vale. Que tendrá que darme muchas explicaciones...
Joven: Mire, éste banco mío y de todos los ciudadanos
Borracho: ¡Ahora son más!
Joven: Es de todos, de todos los que pagan impuestos... O sea, de todos menos de
usted, ¿Entiende?
Borracho: Entiendo... Usted es de una de esos grupos que se dedican a protestar ¡Que
aman protestar!... Voy entendiendo... Hay muchas otras cosas por qué quejarse
señorita... Yo puedo ayudarla un poco, si quiere. Mire, por ejemplo ¿Ve ese
cartel que dice ―Prohibido pisar el césped‖? Le digo un secreto: Hay gente que
lo hace. ¿Porqué no se para un rato a la par del cartel? O mejor aún, póngase en
LUGAR del cartel y dígale que lo hace porque paga impuestos...

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Joven: ¡No! Yo no estoy en ningún grupo, sólo trato de explicarle por qué yo tengo
más derecho que usted en estar en este lugar, vea: La luz que tiene usted en esta
plaza todas las noches, la pago yo. Esta plaza está limpia porque al servicio de
barrido y limpieza lo pago yo. ¿Entiende lo que le estoy diciendo?
Borracho: (Revisa sus bolsillos) Bueno, me pescó seco, pero vuelve mañana antes de
las once y le tengo lo que le debo.
Joven: Lo que le quiero decir es que yo tengo más derecho que usted en estar aquí.
Borracho: Bueno, entonces haga que me corten la luz y que no vengan más a cortar el
pasto y devuélvame mi banco.
Joven: No se haga el vivo
Borracho: ¿No estará tratando de estafarme usted?
Joven: ¿Yo? ¡Faltaba más! ¿Qué le puedo sacar yo a usted? ¡Jajaja!
Borracho: Por lo pronto está tratando de sacarme mi banco, no se que seguirá
después.(Se desespera, se asusta) ¡El yate, la casa campo, el piso del centro, los
autos convertibles...!. Dígame la verdad ¿A qué ha venido?
Joven: ¿Qué puedo estar buscando yo de usted? ¡Hágame el favor!, ¿Qué me dice?,
nada quiero de usted, ¡Nada!. No ve que soy persona de bien, no todos somos
como usted, no sea tan miserable
Borracho: ¿Miserable?...Yo no soy el que está peleando con un vagabundo para
sacarle su banco de plaza. ¿No tiene que ir a trabajar?
Joven: No, estoy desocupada.
Borracho: Se nota... Debería emplearse corriendo gente de los lugares públicos.
Joven: (Burlándose) ¡Ja, Ja! Chistoso.¿Y usted nunca pensó trabaja y dejar ésta vida
de holgazanería?
Borracho: No sea ridícula
Joven: Si usted trabajara no tendría que andar pidiendo para poder beber.
Borracho: No es que yo pida para beber, yo bebo para pedir.
Joven: (Revisa en su bolso para sacar cigarrillos) ¿Y qué toma?
Borracho: (Estirándose para mirar con curiosidad adentro del bolso de la joven) ¿Qué
tiene?
Joven: ¡Nada! Sacaba cigarrillos. El colmo sería que le esté invitando para tomar...No
tengo ¡Nada!. Sólo le pregunto por curiosidad
Borracho: Ah, bueno, yo tomo vino. No soy como esos borrachos de parque o de
vereda de hospital que se conforman con alcohol puro. (Lo dice acomodándose
la ropa y presumiendo) ¡Yo soy alguien de ―clase‖, un ser con alcurnia...

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Joven: ¿Y nunca deja de tomar?


Borracho: Sí, entre trago y trago.
Joven: No, no ¿Nunca deja de tomar por dos días o algo así...?
Borracho: (La mira con cara de asquerosa intriga) ¿Dos días? ¿Cómo dos días?. ¡Eso
es muy peligroso! Cuando uno deja de tomar por dos días le agarra la
abstinencia. ¿Es que no ha leído usted?. ¡Borracho, pero informado!
Joven: La bebida es un camino de ida (Exclama con resignación y suspira)
Borracho: (Mirando fijo al horizonte y con orgullo) Y yo fui.
Joven: Es inútil tratar de tener una conversación coherente con un ¡EBRIO!
Borracho: (Con tono inocente y curioso) Noté un cierto tono despectivo en la palabra
ebrio (Acusándola con la mirada) ¿No es así?
Joven: ¡Claro que es así!. Eso estaba tratando de hacer, que suene despectivo.
Borracho: ¡Hay los jóvenes, que cuando no pueden ganar una conversación se ponen!
(La mira acusándola)¡En contra!
Joven: ¡Yo no me puse en contra!
Borracho: ¿Vio? (Con el mismo tono que antes y el mismo gesto) ¡En contra!
Joven: ¿Vio que? ¡Nada, nada ví! ¿De qué me habla?
Borracho: ¿Entonces no está en contra?
Joven: ¡No!
Borracho: ¿O sea que está a favor?
Joven: ¿De que?
Borracho: ¿De qué estamos hablando?
Joven: No sé
Borracho: ¿Y entonces como sabe si está a favor o si está en contra si no sabe de qué?
Joven: Mire, mejor me voy porque veo que quedarme sería seguir perdiendo mi
tiempo...
Borracho: ¡Valioso! Su ―valioso‖ tiempo...
Joven: (Enojada) Sí, mejor quédese con su roñoso banco. (La joven se va. El borracho
le pasa un trapo al banco. Habla con el banco)
Borracho: ¡Roñoso le dicen! Si yo tanto que lo cuido a mi banquito querido...

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ANTOLOGÍA LITERARIA - TEATRO

Estos textos forman parte de la selección realizada para el


Portal Web de Investigación y Docencia:
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación
http://angarmegia.com
Se incluyen en un proyecto más amplio, accesible en el
sitio, que incluye otras antologías narrativas, dramáticas y
de obras musicales, contando, además, muchas de ellas,
con audiovisuales de apoyo (audios, vídeos,
animaciones…)

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