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JOSÉ ANTONIO
Actualidad de su doctrina
Delegación Nacional de Organizaciones del Movimiento
Madrid 1961
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
ÍNDICE
PRÓLOGO ............................................................................................................................... 3
JOSE ANTONIO EN LA HISTORIA CONTEMPORANEA DE ESPAÑA ................................. 5
VALORES HUMANOS DE JOSÉ ANTONIO ......................................................................... 12
JOSÉ ANTONIO Y LO SOCIAL ............................................................................................. 16
JOSE ANTONIO EN EL PARLAMENTO ............................................................................... 18
IMAGEN DE ESPAÑA EN EL PENSAMIENTO DE JOSE ANTONIO ................................... 27
LA FALANGE EN LA CALLE ................................................................................................. 33
UNIVERSIDAD Y EDUCACIÓN EN JOSÉ ANTONIO ........................................................... 37
PRIMERAS NOTAS SOBRE JOSÉ ANTONIO...................................................................... 41
JOSÉ ANTONIO, CATÓLICO ................................................................................................ 43
JOSÉ ANTONIO Y LA ECONOMÍA ....................................................................................... 47
JOSE ANTONIO Y EL CAMPO.............................................................................................. 52
POSTERIDAD DE JOSE ANTONIO ...................................................................................... 56
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
PRÓLOGO
Por José Solís Ruiz
A los veinticinco años de su muerte, José Antonio continúa acercándonos un intacto
magisterio para nuestra condición de españoles. La actitud vital de José Antonio ante el ser y los
problemas de España no caduca. Su implacable disección de los males de la Patria, la genialidad
de su pensamiento, que levanta una solución natural, integradora y revolucionaria para el
quehacer político de la empresa española, el rigor matemático y poético de su mente, su fe en las
calidades entrañables del pueblo, su protesta. viril frente a los tristes voceros de la decadencia,
su resuelta voluntad de justicia social inaplazable, su afirmación espiritualista de los valores y
destinos del hombre y de la comunidad, su contacto humano con las realidades de su hora, tan
rica en gestos, heroismos y sacrificios, su milagrosa aura, en fin, capaz de filiar a sus
compatriotas en una misión -restaurar lo español. en el mundo- sin precedente en nuestra
historia.
Releed en este XXV aniversario ese evangelio de España que son sus textos. Los discursos
fundacionales, construidos arquitectónicamente, sujetos a la clara norma de lo que ha de ser
imperecedero para muchas generaciones, su dialéctica frente al Parlamento, que nos parece
todavía acercar el eco de su voz debeladora de la farsa liberal y de las raíces de la división
española, su peregrinaje por las viejas y yermas tierras hablando a los famélicos campesinos en
un lenguaje antes no usado, con palabras austeras y profundas y que todavía gravitan sobre
nuestra conciencia como una espada: releed sus escritos, sus oraciones al dar sepultura a los
muertos, sus arenas, el escalofriante estoicismo cristiano de su testamento.
Comprobaréis que el viento de veinticinco años sólo ha podido arrancar de estos testimonios
un mero acento circunstancial, una referencia de hora o lugar, una cercana motivación pasajera,
una alusión retórica. El núcleo central de la doctrina de José Antonio es un duro diamante
indestructible, un hontanar de iniciativas y posibilidades, de las que ha de arrancar forzosamente
todo proyecto de edificar sobre piedra, y no sobre arena, el presente y el futuro de España.
Esta vigencia admirable del espíritu de José Antonio debe representar para nosotros, antes
que otra cosa, una acusación.
En este cuarto de siglo, la España rescatada al precio de la guerra ha cumplido muchas metas
y ha echado a andar por el duro camino de la reconstrucción, de la pobreza y de las dificultades
exteriores. La paz interna, generadora de toda riqueza, la cohesión espiritual, la mantenida
unidad de energías y voluntades en torno al Caudillo, han permitido dar a la Patria ocasión única
para enfrentarse con problemas sociales, políticos y económicos de tremenda magnitud.
Ahora, al hacer balance, sabemos cuán grande y decisiva ha sido la participación de la mente
avisadora de José Antonio en el planteamiento y solución de estas batallas. Pero preciso es
confesar que nuestra acción política, atemperada al ritmo que imponían circunstancias adversas,
no ha podido cumplir sino una parte del pavoroso saldo negativo que la existencia española
arroja desde principios de siglo.
Y aquí encontramos de nuevo a José Antonio señalándonos imperativamente lo que nos falta,
incitándonos a enfrentarnos con la tarea que tenemos delante.
Sabemos que lo que falta, para no traicionar nuestra revolución ha de herir privilegios e
intereses. Pero es un mandato histórico, una ley inexorable, la de imponer justicia en el trabajo, la
equilibrada participación en la renta nacional, la reforma agraria, la protección de los elementos
más débiles de la sociedad, la equiparación de todos los hombres en los bienes del espíritu y de
la cultura, la dignificación -social, profesional, cultural y económica-, en suma, de todos los
españoles para recuperar nuestro decoro en el mundo. Porque sólo así, culminando la revolución
secular que España tiene pendiente, podremos levantar nuestro poderío y nuestra riqueza, sólo
así podremos presentarnos ante los demás pueblos a decir nuestra palabra.
Sí. Releamos los textos y tratemos, con espíritu de adivinación, de conformar nuestra obra a
lo que José Antonio hubiese exigido de nosotros. Y estad seguros de que la mejor manera de
acertar en este propósito será la de trabajar con voluntad de perfección por modesta que sea la
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
tarea encomendada a nuestras manos. Amor a la obra bien hecha, al máximo rigor en nuestros
actos para que cada vocación y cada esfuerzo sea una estrofa vigorosa que unida a la de todos
los españoles constituya la gran ofrenda de cada día al quehacer de nuestra Patria. Seamos
todos mejores en nuestro estilo y en nuestro trabajo. Este podrá ser el homenaje más grato a
José Antonio en la fecha que ahora celebramos.
La Secretaría General del Movimiento, para conmemorar conforme a esta exigencia el XXV
aniversario de la muerte de nuestro Fundador, ha querido reunir una serie de trabajos y
testimonios en torno a la diáspora de la personalidad de José Antonio, en su acuciante
proyección sobre problemas y facetas del más alto interés, con la intención de poner de relieve la
viva actualidad del pensamiento y la acción del primer Jefe nacional de la Falange. Tales
trabajos, que por iniciativa de la Delegación Nacional de Organizaciones han sido realizados por
un equipo de camaradas, cuya ejecutoria, por los servicios prestados y por lealtad a la doctrina,
son un honor para el Movimiento, sin que esto quiera decir que constituyen la exclusividad entre
una larga lista de camaradas que harían, igualmente, otros muchos libros.
En este XXV aniversario, renovemos otra vez, como en los viejos días, el sagrado juramento
de servir, en la hermandad de la Falange y hasta el límite de la propia vida si fuera preciso, por la
unidad, la grandeza y la libertad de España.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
En primer lugar está el sentido de la época. En esto su palabra es categórica, con pluralidad
de motivos y reiteración de ocasiones. El alma de su tiempo se le aparece exánime, terminal,
postrimera, agonística. Que asistimos al final de una época es cosa que ya casi nadie, como no
sea por miras interesadas, se atreve a negar, escribe terminantemente en una ocasión.
«Estamos ahora cabalmente al fin de una edad que siguió, tras la Edad Media, a la edad clásica
de Roma», dice en una conferencia en 1935. «Concluye una edad que fue de plenitud y se
anuncia una futura Edad Media, una nueva edad ascensional», reitera otra vez. Esta conciencia
agonística y también premonitoria es típica de la primera línea intelectual europea de los años
veinte. La «belle époque» de las decadentes exquisiteces es también la época de la conciencia
crepuscular, la inteligencia de la decadencia en profundidad. De una u otra manera, tal es el tema
esencial de Spengler, de Bordiaev, de Valéry. Incluso hay que ir mucho más atrás, hasta
Kierkegaard y Nietsche. Es también bajo forma de agonía o de rebelión la cala de Unamuno y de
Ortega sobre la epidermis dolorosa de una época en carne viva. Es, desde luego, el tema de
incidencia de todo el frente intelectual de la revolución nacional, el tema de Maeztu y Pradera, de
Onésimo y de Ramiro Ledesma. Es una gran sinfonía crítica sobre la época declinante que debía
conducir, y condujo, a una actitud española ante el sentido de la Historia como provisoria derrota
de la cultura. Sobre ese sentido, José Antonio trata de hilar el argumento de comprender en sus
desplazamientos más concluyentes el derrotero del siglo. El esbozo ha sido también perfilado
reiteradamente por José Antonio con una intensa preocupación de diagnóstico. En general lo ha
perseguido por la línea de las ideas, descendiendo de ellas en proyección al terreno de las
estructuras, de los procesos, de los hechos sociales. En liza dialéctica, José Antonio se sitúa
sobre todo frente a tres hombres: Rousseau, Adam Smith y Carlos Marx. El proceso crítico del
mundo moderno es la secuencia de la objetivación ideológica del pensamiento de esos hombres:
liberalismo, capitalismo y comunismo. Es un esquema sobre el que después hemos vuelto todos
y una vez para comprender la genealogía y la patología de nuestra época. Es hoy ya el gran
diagnóstico de Occidente sobre sí mismo. Pero la última y más aguda advertencia de este
diagnóstico pende aún sobre nuestras cabezas y es dueña de todas las incógnitas de nuestros
destinos. «El capitalismo liberal -dice José Antonio- desemboca necesariamente en el
comunismo. No hay más que una manera, profunda y sincera, de evitar que el comunismo llegue:
tener el valor de desmontar el capitalismo, desmontarlo para aquellos mismos a quienes
favorece, si es que de veras quieren evitar que la revolución comunista se lleve por delante los
valores religiosos, espirituales y nacionales de la tradición».
II
La conciencia histórica de España y de lo español no es en José Antonio un proceso de
reconocimiento de lo familiar y de lo íntimo. Es una disposición metafísica ante lo universal; es la
toma de una actitud partiendo de la raíz misma del ser histórico de España ante la crisis universal
del mundo moderno. En la meditación española de José Antonio se decanta un estilo de
ontología histórica que luce en las mentes más egregias al proyectarse sobre el fondo de la crisis
de una cultura. La «eterna metafísica de España» está intuida bajo el mismo anhelo de
perfección que, salvadas todas las distancias, anima la polis ideal de Platón o la romanitas de
Virgilio en las épocas clásicas. Está proyectada con la misma resolución de arquetipo definitivo
con que Fichte ha meditado sobre Alemania, Danilevslcy sobre Rusia, Bolívar sobre
Hispanoamérica. Con el mismo temblor de verdad con que hoy la juventud europea acaricia el
gran caleidoscopio cultural de Europa en busca de la ley metafísica de sus simetrías. Así la
historia contemporánea de España, la gestación moderna de lo español, es en José Antonio un
argumento dialéctico de la negatividad española, cuyo secreto sentido es encender de fe y de
pasión a la juventud hispana para una revolución nacional con mensaje universal. Sólo Maeztu,
con su filosofía de la hispanidad, y Ledesma, con su propia apologética de los valores hispánicos,
le han acompañado en una empresa de tanto alcance. Esta vocación de universalidad de España
y esta intuición del momento universal de la crisis española parece que pueden contribuir a
sistematizar la visión joseantoniana de la factura y de las facciones de la España ante la que se
ha encontrado su generación. Sobre todo se aprecia en él un empeño decidido a insertar en la
perspectiva política de los españoles de su tiempo categorías ideológicas y dinámicas sociales
de trama universal; es decir, un esfuerzo constante por encontrar la solución española, no como
ortopedia doméstica, sino en la vía grande de una misión frente a la encrucijada contemporánea.
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temor de parecer vulgar. Así estaba preparada España cuando la Antiespaña marxista y
separatista se desencadenó contra ella. Fuera de nuestro islote, joven todavía, ¿qué reducto de
defensa se atisbaba? Y, sin embargo, a la hora decisiva, afloró del subsuelo de España la
corriente multisecular que nunca se extingue. Surgió la vena heroica y militar de España; el genio
subterráneo de España; el sentido serio y severo de la vida, apto siempre para volver a mirar las
cosas a vuelta de aparentes frivolidades, bajo especie de eternidad».
La conciencia histórica de José Antonio se ha volcado entera en la exégesis de esa peripecia
revolucionaria y de su respuesta política, lo que él llamó una ocasión de España. El liberalismo o
la frivolidad. El marxismo y el separatismo o la revolución negadora de España. Un estudio atento
de su vida, de sus fuentes, de sus palabras y de sus escritos, y aún más, de la dirección política
de la Falange, demostraría hasta qué punto ese esquema, la gestación liberal del engendro
antiespañol, se ha convertido en la medula de su conciencia política. La expresión más aguda del
sentido histórico es siempre política. La vocación más firme de oponerse a la marea declinante
de los tiempos, a la caída en el derrotismo, se torna una política de gran estilo, una política a la
búsqueda de la autenticidad histórica. Una vez que esta nueva conciencia ha encontrado su
definitivo contenido y se ha liberado en la expresión, la crónica histórica, la interpretación de lo
acaecido, cobra claridad objetiva de mensaje descifrado, de laberinto del que se conoce la
encrucijada y la salida. Quizá esto explique, más que nada, la asombrosa serenidad de
enjuiciamiento histórico con que José Antonio se define ante las experiencias conclusas, ante la
Monarquía, ante la Dictadura, ante la República del 14 de abril.
Esta serenidad no es tan sólo fruto de la objetividad, que a José Antonio le viene de la
autenticidad intelectual con que daba frente a la vida. Es, sobre todo, producto de la profundidad
de la crítica y de la ambición de la respuesta política que está sugiriendo. Pues fue posiblemente
José Antonio el primero en percatarse que la dialéctica monarquía-república, como confrontación
de imágenes políticas totales, estaba agotada. Esto no tenía nada que ver con una actitud de
indiferencia ante el problema de las formas de gobierno. Esta otra actitud neutralista y ecléctica
era un síntoma de aquel agotamiento, de la debilidad. de respuesta de las dos líneas del frente
clásico de lucha entre monárquicos y republicanos. Tanto desde el punto de vista de las
estructuras constitucionales como desde el de la mentalidad de la clase política operante, la
Monarquía y la República se habían aproximado peligrosamente, hasta el punto de que su
distinción, aparte la simbología, era técnicamente muy alambicada. La misma experiencia
española, con la acelerada fusión de los cuadros políticos del antiguo régimen y los de la nueva
situación, puso esto de manifiesto, incluso con espectacularidad. El indiferentismo, por tanto, era
una expresión consecuente del hecho de que la mentalidad monárquica había admitido una
erosión excesiva de su filosofía legitimadora, en tanto que la mentalidad republicana se quería
acomodar a un conservatismo de nuevo cuño. En uno y otro caso, la cuestión de fondo, la tarea
de acometer una verdadera revolución y de acometerla con sentido nacional, se evaporaba, en
tanto que los hechos empujaban hacia una radicalización extremada de las posiciones.
Por eso la actitud de José Antonio ante este problema es resueltamente superadora. En la
misma medida que monarquía y república son formatos constitucionales, que han quedado
impregnados ante la conciencia pública de las últimas experiencias grises de Sagunto y del 14 de
abril, carecen de tensión y sugestividad, para ser presentadas como imágenes políticas absolutas
a una juventud que va a ser movilizada para una empresa definitiva de riesgo y sacrificio por la
Patria. Otra cuestión es el problema de la forma de arquetipo o ideal, cuestión que José Antonio
no ha tenido oportunidad política de plantearse y que, en cualquier caso, en su perspectiva de los
acontecimientos, tenía que ir precedida de una revolución de fundamentos, de una
transformación con sentido nacional y social de las bases de la convivencia española. La
superación política de este problema como actitud de principio está en la idea de un orden nuevo,
sobre cuyo alcance José Antonio nunca disimuló la ambición: «Por nuestra parte, de una manera
expresa, nos sentimos no la vanguardia, sino el ejército entero de un orden nuevo que hay que
implantar en España; que hay que implantar en España, digo, y ambiciosamente, porque España
es así; añado: de un orden nuevo que España ha de comunicar a Europa y al mundo». Es la
búsqueda de esta solución política trascendental la que le permitía, junto con la generosidad del
estilo, reconocer a la Monarquía las razones de su dignidad histórica y a la República las de su
existencia frustrada. La ponderación del enjuiciamiento histórico de José Antonio se revela frente
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al tema, para él más delicado que para nadie, de la consideración de la obra de la Dictadura del
general Primo de Rivera. En el caso de José Antonio no se trataba sólo de liberarse del complejo
de quedar prendido políticamente en la filiación, pues la exuberancia de su propia personalidad le
personalizó, en José Antonio, desde sus primeros pasos en la vida pública. Se trataba de dar
razón histórica objetiva de la frustración, en cuanto que solución política, del esquema doctrinal y
social de la Dictadura. Esa razón la descubrió en la debilidad doctrinal de la situación
primorriverista, junto con el inmovilismo social de sus posiciones de apoyo. Pero también aquí
sus palabras son insustituibles: «Es decir, que si los intelectuales, que estaban apeteciendo
desde hacía mucho tiempo la transformación revolucionaria de España desde abajo o desde
arriba, lo hubieran entendido, la revolución se hubiera podido hacer. Aquellos no lo entendieron y,
en cambio, le quisieron los que, por una razón o por otra, no tenían el menor deseo de hacer
ninguna revolución. El general Primo de Rivera estoy seguro que lo percibió tan claro que esa fue
la tragedia que esterilizó sus dos últimos años de la Dictadura y esa fue la tragedia grande y
respetable, y tan auténtica, que le costó no menos que la vida al ver el fracaso esencial de su
obra».
La contemporaneidad histórica de España llega ante José Antonio a través de todos estos
motivos a la conciencia del límite, a la situación última y ultimadora. Su mirada tiene esa limpieza,
esa esencial pureza de imágenes que alcanza todo el que consigue conciencia de lo postrero y
de lo definitivo. La objetividad la necesita sólo, humanamente hablando, el enemigo. Los juicios
de José Antonio sobre Azaña o Prieto son modelos incopiables de esa objetividad. De esa
objetividad que él añoró siempre, por fervor intelectual, para sí, para su doctrina y para los suyos.
Que nunca le fue pagada. «Ayer, por última vez, expliqué al Tribunal que me juzgaba lo que es la
Falange. Como en tantas ocasiones, repasé, aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar.
Una vez más observé que muchísimas caras, al principio hostiles, se iluminaban, primero con el
asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leer esta frase: "Si hubiéramos
sabido que era esto no estaríamos aquí…". Y, ciertamente, no hubiéramos estado allí, ni yo ante
un Tribunal popular ni otros matándose por los campos de España».
III
La verdadera conciencia histórica no es retrospectiva. Conseguimos un sentido del pasado
sólo cuando ya en nuestro modo de ver palpita la ilusión delicada del futuro. Por esto se ha
podido decir que el historiador es un profeta del pasado y se ha podido sostener que toda
verdadera historia es, con forzosidad, contemporánea. De la sugestividad del sentimiento
histórico de José Antonio es prueba más que holgada su huella sin retoques en la conciencia
nacional a lo largo de casi treinta años. En un pueblo como el nuestro, tan enamorado y tan
enamoradizo de verdades, esto es imposible de concebir sin un intenso aroma de autenticidad
respecto de la conciencia del pasado y del mensaje del futuro. Mas no se trata de esto sólo. Se
trata de que nosotros, en este otoño cataclismal de 1961, disponemos ya de una perspectiva
histórica, despejada en sus ecuaciones esenciales, respecto del mundo y de España, para el
juicio sobre el juicio de José Antonio. Cuando un pensamiento político busca la más ambiciosa
legitimación apelando al sentido de la Historia, bien sea para plegarse, bien sea para rectificarlo y
orientarlo hacia categorías permanentes de verdad, ese pensamiento no se revalida por fervores
y nostalgias. Ese pensamiento está emplazado ante la difícil instancia de los hechos, ante la
disciplina implacable del decurso histórico. Y por eso, un tema sobre la conciencia histórica de
José Antonio no puede explayarse, ni siquiera en bosquejo, sin proyectarse sobre esa otra
dimensión, la dimensión de las vigencias del presente, la dimensión incógnita de los futuribles.
Todo aquel que tenga una conciencia rigurosamente contemporánea del destino del siglo
sabe que estamos en el vértice del nihilismo. Sabe que estamos cruzando las
décadas cenagosas de una Humanidad que cree poder organizar sus destinos contando con
que ha muerto la verdad. Sabe que estamos ahora afrontando el sino jeremíaco de los últimos
grandes profetas laicos. De Nietzsche, cuando hablaba del pesimismo moderno como expresión
«de la inutilidad del mundo moderno, no del mundo y de la existencia en general». De
Kierkegaar, cuando hacía la autopsia de una época en la que la ética parece borrada e impotente
ante el movimiento de la Historia. De Spengler, que negaba a los hombres nacidos en la órbita
trágica de los años treinta hasta la misma posibilidad de ser felices a cambio de dejarles la
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dignidad, de recorrer a voluntad, con grandeza o con ruindad, el camino de su vida. De Berdiaev,
para quien la historia moderna es una empresa que ha fracasado, con lo que el hombre «siente
una inmensa fatiga y está dispuesto por completo a apoyarse en cualquier género de
colectivismo, en el que desapareciese definitivamente la individualidad humana». No se trata sólo
de trinos apocalípticos. La inteligencia humana es capaz de todo, incluso de elevar a sistema la
dimisión del espíritu. Y no es preciso recurrir al materialismo histórico. Un pensador de la hora,
Georges Vallin, ha escrito en el idioma de la razón clara un libro imponente por su sesuda
barbaridad, para demostrar que el individuo, considerado como persona, es decir, como hombre
propiamente tal, no es otra cosa que aquello en qué y por qué la colectividad y la especie cobran
consistencia. Materialismo y colectivismo son así los ejes mentales de un mundo sin espíritu y sin
personalidad. De un mundo a base de funciones, de estructuras, de técnicas y de aparatos. De
un mundo para el que la verdad es una hipótesis filosóficamente innecesaria.
Ese mismo hombre sabe antes o después la opción, la definición definitiva sobre la verdad
como categoría ontológica del sentido humano de la existencia y de la convivencia, habrá de
plantearse. Ahora bien, el hombre español cobrará de día en día conciencia cada vez más aguda
de que esa definición en el nivel de la verdad es la gran intuición metafísica de José Antonio, la
premisa ética que gobierna su respuesta política. «Nosotros consideramos que el Estado no
justifica en cada momento su conducta, como no la justifica un individuo ni la justifica una clase,
sino en tanto se amolda en cada instante a una norma permanente. El bien y la verdad son
categorías permanentes de razón, y para saber si tiene razón no basta preguntar al rey -cuya
voluntad para los partidarios de la soberanía absoluta era siempre justa- ni basta preguntar al
pueblo -cuya voluntad para los rousseanianos es siempre acertada-, sino que hay que ver en
cada instante si nuestros actos y nuestros pensamientos están de acuerdo con una aspiración
permanente». ¡Estas son palabras que pertenecen al idioma del futuro, de lo que necesariamente
tiene que venir! La estrella de José Antonio no luce sólo por los destellos de fe que busca la
Humanidad contemporánea ansiosamente, salvando el abismo incandescente de las ideologías
en todo ejemplar humano con luz de autenticidad. Se trata también de la índole del argumento
agonal y agonístico que hoy oprime la futurición del contemporáneo. El hombre de nuestros días
es un hombre sin futuro, y a esta mutilación de las dimensiones existenciales de la vida no está
acondicionada aún la especie humana. Existe hoy, más que nunca, un futuro sociológico,
gregario, planificado. Pero no existe un futuro humano y personal. Se puede escribir, y se ha
escrito, como lo ha hecho Thierry Maulnier, que «hemos entrado en el mundo del terror para
años, decenios y más largo tiempo tal vez»; que «tal vez ninguno de los hombres hoy vivientes
verá, entreverá siquiera, al extremo de este sombrío túnel, la débil, la imperceptible estrella
anunciadora del día». Pues ¿quién ha dicho que los hasta hoy sobrevivientes somos los más
afortunados? Hoy no es digno de la palabra aquel que nos promete un paraíso a la vuelta de
unos años, ni siquiera aunque sea a la vuelta de veinte años. Pero lo impresionante, para
nosotros, los españoles de ayer, de los años treinta y de hoy de los años sesenta, es que José
Antonio no fuera visionario de ningún paraíso, sino asceta de un cauterio de la civilización, de
una disciplina histórica que hay que aceptar con hombría y con dignidad. «Pero hay dos tesis: la
catastrófica, que ve la invasión como inevitable y da por perdido y caduco lo bueno, la que sólo
confía en que tras la catástrofe empiece a germinar una nueva Edad Media, y la tesis nuestra,
que aspira a tender sobre la invasión de los bárbaros, a asumir, sin catástrofe intermedia, cuanto
la nueva Edad hubiera de tener de fecundo, y a salvar, de la Edad en que vivimos, todos los
valores espirituales de la civilización». Volvemos aquí a descubrir en todo su vigor la conciencia
histórica joseantoniana. El sentido de la Historia es un puro precipitado de pasividades, pero el
señorío sobre el acontecer y sobre el devenir es un atributo esencial de la criatura libre, capaz de
aceptar todos los retos y de salvar en todo lo que es de suyo perenne. Es claro que al hombre
enfermo del día, con oído aguzado sólo para el sonido metálico de la moneda, todo esto puede
sonar a lírica sin sistema. Hablando de José Antonio lo importante no es el sistema, apenas
vertebrado (lo que no es demasiado grave), pues, como Eugenio D'ors decía: «Un hombre con
sistema es un hombre intelectualmente acabado»; lo importante es la manera de ser, la actitud y,
apurando las exigencias, la actitud ante el movimiento histórico. Y ¿puede alguien dudar de que
lo que hoy necesitamos es, antes que nada, una actitud señorial y libre frente a los fatalismos
discurridos ya con alma de esclavos?
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José Antonio no es un historiador. El de historiador es un oficio noble, pero sin poesía. La vida
transcurrida no es nunca poética o lo es en la forma más enfermiza de poesía, que es la
nostalgia. La vida por transcurrir, la vida abierta, es la que necesita de poesía. José Antonio es
un poeta de la Historia por la fecundidad de su don de pensar. Ha escrutado los grandes fastos
del pasado español y la gris ignominia de una gran patria cansada, dividida, envenenada; pero
no lo ha hecho con vocación de académico, sino con una impresionante ilusión creadora, pues
poesía es, de suyo, creación. Cuando lo rememoramos hoy, a los veinticinco años del
magnicidio, la cuestión no es tanto preguntarnos hasta dónde hemos alcanzado siguiendo las
sendas de su mensaje: la verdadera cuestión, la cuestión universal de España es hasta dónde,
partiendo de cuanto ha sido hecho bajo su signo, podemos alcanzar para la plenitud de ese
mensaje. Lo que está también en sus palabras. «Todo lo que habéis oído de España eran
conclusiones pesimistas; estábamos atrasados y casi muertos. Pues bien, eso es mentira. Sabed
que ahora, cuando el mundo se encuentra sin salida, asfixiado por esos adelantos con que se
nos humilla, España es la que vuelve a tener razón contra todos. Mientras otros pueblos padecen
la angustia de no tener ya nada que hacer, España tiene por delante tarea para cuarenta millones
de españoles que han de llegar a existir durante ochenta años».
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canceladas sus obligaciones con Palacio. Pero el 15 de abril de 1931, José Antonio estuvo entre
los contadísimos cortesanos que acompañaron a la Reina hasta la despedida en Galapagar.
Durante los años de la Dictadura, José Antonio, sin incurrir en negaciones, ni exhibir
resentimientos, se mantuvo no sólo en su vida profesional, sino en todo su proceder, al margen
de cualquier actuación política; pero cuando acabó el Gobierno del General Primo de Rivera y se
desató impune la ola de ingratitud y rencor, José Antonio salió resueltamente al público siempre
que hubo que rechazar algún ataque injusto o algún agravio contra el General, sus colaboradores
o la honradez de su Gobierno.
Tras estas notas, que pretenden encuadrar lo más humano de la biografía de José Antonio,
añadiremos ahora algunas reflexiones concretas, referidas a valores de su persona, valores
llenos de ejemplaridad y vigencia, valores que son hoy, todavía, una lección actualísima.
1. José Antonio y la alegría
¿No habéis tropezado muchas veces con amigos o conocidos cuya inesperada actitud agria,
cuyas palabras y ademanes sombríos y tristes os han extrañado y que a vuestras naturales
preguntas de interés contestaron sólo diciendo: «No, no me pasa nada grave, es que hoy me he
levantado de mal humor»? Pues ese malhumor irrazonable, esos estados de melancolía sin
causa, eran de las cosas que más enfadaban a José Antonio; porque José Antonio fue siempre
un enemigo mortal de la tristeza y un constante buscador y defensor de la alegría. En todas las
cosas quería ser alegre: en las serias y profundas, en los momentos difíciles o peligrosos,
encontraba siempre la parte jovial, el aspecto risueño, que subrayaba con intención para librar
esas ocasiones solemnes de innecesarios tintes sombríos, y en las ocasiones gratas, en los
momentos amables del vivir, se entregaba como un niño feliz a la alegría con toda la efusión de
su alma.
Lo mismo que luego, cuando le llegaban las penas hondas, las tristezas verdaderas que Dios
envía a todos los hombres, gustaba de recibirlas con el corazón también en carne viva sin que
jamás anestesiara sus sentimientos con frivolidades engañadoras y olvidadizas. Sancho Dávila
cuenta siempre que no puede recordar mayor expresión de dolor que el gesto de José Antonio
cuando en la estación de Madrid le señaló con una mirada el cadáver de su padre, que venía
acompañando desde Francia. ¡Y quién ha sentido la angustia de su Patria, el dolor de España,
como la sintió José Antonio!
Pero, como íbamos diciendo, José Antonio buscaba sin cansancio la alegría, y la alegría
acudía fiel y prontamente a la llamada de aquella inteligencia siempre empleada en ideas
luminosas y nobles, mantenida en un cuerpo sano de experto nadador y jinete. Y José Antonio
consideraba como una ingratitud al Creador, como una traición a la vida, las tristezas
injustificadas, las melancolías de decadentes o neurasténicos.
Nunca se me olvidará la lección de alegría que le escuché en un salón madrileño. Estaba José
Antonio con un breve grupo de personas de posición privilegiada y vida fácil y sonriente. Y aquel
de entre ellos en el que parecían concurrir más fortunas, se empeñaba en mantener -con el
asentimiento bobalicón de los otros- un criterio pesimista de la existencia: para él, decía, a pesar
de todas las aparentes facilidades de su posición, raro era el día que una nota negra -una carta
desagradable, la pequeña deslealtad de un amigo...- no le enturbiaba irremediablemente. José
Antonio, no sin la sorpresa del concurso, le refutó impetuoso. Para él, en cambio, la vida era una
cosa tan fecunda y sugestiva que todas las noches daba gracias a Dios sinceramente por haber
puesto entre sus manos aquel maravilloso juguete.
Pero sin duda alguna la lección de alegría que todos debemos esculpir en nuestro recuerdo es
la que nos contaba su hermano Miguel. Miguel, que ya estaba preso desde marzo de 1936, vivió
al lado de José Antonio todo el tiempo que duró su prisión en Alicante. Horas antes de cumplirse
la sentencia de muerte que nos quitó a José Antonio, Miguel, en un momento de admiración y
angustia fraternal, quiso jurar a José Antonio su firmísimo propósito, si Dios lo salvaba de la
cárcel, de emplear todas sus energías, todos los momentos de su vida; en el servicio de la
falange. «José Antonio -le dijo Miguel-: Te juro que si a ti te matan y a mí no, mi vida ha de ser un
puro sacrificio...». Y José Antonio, sin dejarle terminar, le dijo palabras parecidas a éstas: «Sí,
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José Antonio definió a la Patria con esfuerzo poético de adivinación, y la Patria, para los
españoles, dejó de ser un mero soporte físico, gárrula evocación de glorias pretéritas o vana
resignación con un futuro sin empresas, y se convirtió en un quehacer común de los españoles,
en una misión histórica indeclinable; y el concepto que José Antonio nos dio de la Patria se hizo
resorte de voluntades, imperativo de unidad, certidumbre de destino.
Rigor y poesía deben compenetrarse, mostrar su íntima conformidad, acreditar su profunda
armonía. Decir que a los pueblos los mueven los poetas no es decir nada impreciso. Pero
convendrá condicionar el ser de la poesía a una innegable raíz clásica. Poesía equidistante de la
frialdad y de la vehemencia, de los apasionamientos estériles y de la vaciedad de unos meros
esquemas lógicos. Son meridianas sus palabras: «En un movimiento poético, nosotros
levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos, nosotros
renunciaremos y de nosotros será el triunfo». También el triunfo del poeta, la trascendida fama,
surge de renuncias y sacrificios, renuncias y sacrificios para llegar a la palabra justa, a la
definitiva revelación. Poesía y política las entiende José Antonio como iluminación de lo
circunstancial desde lo esencial, desde la raíz. No en balde quiso que su doctrina inquiriese,
desde un inicio, el ser de España, cuando las discusiones sobre el ser de España sólo eran
razonamientos fríos sobre sus apariencias.
Heidegger tiene un increíble texto glosando este preciso verso de Hölderlin: «Mas lo
permanente, lo instauran los poetas». Y dice Heidegger: «La poesía es instauración por la
palabra y en la palabra». Comenta también Heidegger otro admirable poema de Hölderlin que
inscribimos aquí y que podría inscribirse en mármol: .
Es privilegio nuestro, de los poetas,
estar de pie ante las tormentas de Dios,
con la cabeza desnuda,
para apresar con nuestras propias manos
el rayo de la, luz del Padre,
y hacer llegar al pueblo, envuelto en cantos,
el don celeste.
En el exacto sentido de este poema José Antonio entendía la poesía. Es posible que el tiempo
pasado nos brinde ya claridad sobre esta poesía que construye, sobre esta poesía que es como
estrofas de nuestra más reciente historia.
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únicas libertades válidas. «Sólo se es libre cuando se es ciudadano de un pueblo libre». Con
estas palabras no aludía a la libertad retórica de la que tantos pueblos esclavos alardean.
Para ser verdaderamente libre hay que poseer con toda plenitud esas únicas libertades de
mandar, de saber y de poseer. Eso era lo que traspasaba el corazón de José Antonio. Eso era lo
que iba a buscar en las altiplanicies manchegas o junto a los pescadores del Cantábrico, o junto
a los mineros, o junto a los talleres y las fábricas. Y muchas veces el Jefe muerto se dolía de que
aquellos hombres, cuya nobleza y cuya inteligencia estaban tan patentes, carecían del
instrumento cultural necesario para hacerse presentes con todo derecho en la vida de su Patria;
es decir, que carecían de la libertad de saber, encadenados como estaban por la ignorancia,
igual que estaban encadenados por la miseria y por la tiranía. Para ser libres y conservar la
libertad hay que ser fuertes. Y la fortaleza del hombre reside en su inteligencia y en el
adiestramiento de esa inteligencia.
Cuando se rememora la colosal figura del Jefe muerto conviene meditar sobre lo que él
esencialmente era: un revolucionario social. Y conviene acercarse a la fuente inagotable de su
genio político para tomar de ella el agua pura. No para enturbiarla. No para añadirle ingredientes
adormecedores que conducen a la nostalgia de cosas bellas, de formas desvanecidas o de
recitaciones somnolientas que, para muchos, el tiempo ha separado de la llaga viva abierta en el
corazón gigante del Fundador. Y lo que importa
es la llaga. Y la llaga, camaradas, está abierta. Y ya sabéis cuál es nuestra obligación. Atentos
«a la voz de mando que nos guía», estad siempre de imaginaria.
Lo que José Antonio nos exigió entonces es lo que Franco nos exige ahora: fidelidad al
Derecho, que es la cristalización de la justicia, su «precipitado histórico». Y fidelidad a la
Revolución. Fidelidad a otras cosas, no. La cara es lo que importa. No el espejo. Y esto quienes
lo saben bien son ese labriego, y ese obrero, y ese intelectual que desfilaron el 17 de julio de
1961 ante el Caudillo que les condujo a la victoria, llevando en el corazón y en el pensamiento, y
en el paso, y en la mirada, el mensaje de los que dieron su vida por todo eso luchando en la
Cruzada que empezó hace veinticinco años. Que no lo sepan los demás no importa.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
preparación y su categoría y le ganaron el respeto hasta de los enemigos, como consta de Azaña
y Prieto. Pero en cada caso se subrayaba la posición exacta de un hombre que estaba más allá y
por encima de la Asamblea y sus infecundos debates.
De aquí las reiteradas declaraciones de falta de fe y de respeto al sistema. Un día dirá: «Soy
el menos parlamentario de los diputados que aquí se sientan» (13). Otras veces se referirá a su
notable situación de independiente ante los independientes: «Este diputado que no pertenece a
ninguna minoría»14. «Mi minoría en el Parlamento es una minoría reducida a su mínima
expresión»15. Recuerda a la Cámara que no representa a la nación, que desprecia sus debates;
lo importante no es «la visión, siempre deformada», del Salón de Sesiones, sino la de fuera16.
En medio de una gran confusión, con agresiones personales en los escaños, comenta
irónicamente los esfuerzos del Presidente por restablecer el orden: «Lo que tiene que hacer el
señor Presidente es dejar que nos peguemos alguna vez»17.
Estas declaraciones se reiteran incluso en período electoral y siendo candidato. En el discurso
fundacional de la Comedia, cuando era ya candidato por Cádiz, dirá: «Soy candidato, pero lo soy
sin fe ni respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los
votos»18.
En un discurso electoral pronunciado poco después en Cádiz, describe la España perdida y
abandonada de los pueblos y de las sierras, siempre en manos de la oligarquía partidista, y dice:
«Yo no me atrevo a aseguraros que esa España la encontraremos en las futuras Cortes. Las
Cortes son un instrumento invertido por la Constitución y por todas las corrientes y pensamientos
que en la Constitución desembocaron; son un aparato que se detiene con que unos cuantos, con
habilidad y mala intención, quieran detenerlo»19. En Cáceres dejará sus palabras llegar al
extremo: «Yo, entre otros defectos, acaso el mayor, tengo el defecto de ser diputado»20. Con
razón podrá, pues, decir, en su discurso sobre el «estraperlo», al fustigar la baja moral del
régimen que no intenta volver sobre sus críticas de principio al parlamentarismo al uso: «Esto
está acreditado ya en dos años de vida parlamentaria y en muchas actuaciones
extraparlamentarias»21.
¿Qué papel hacía, pues, un hombre así en el Parlamento? En primer lugar, el de centinela en
medio del campo enemigo y frente a la subversión marxista: «Me clavaré en aquellas Cortes
como un centinela»22, grita a los electores de Cádíz. Nadie como él denunció la organización y
armamento de los grupos marxistas y su preparación para el asalto del débil Estado republicano.
Así, en el discurso del 8 de noviembre de 1935, después de denunciar el asesinato de los
falangistas sevillanos Eduardo Rivas y Jerónimo de la Rosa, dirá: «Vengo a formular una
acusación», a saber, que «en las calles de Sevilla se están sustanciando a tiros las cuestiones
entre los bandos políticos desde hace un año». A continuación precisa que «la Falange tiene el
orgullo de decir que ni una sola vez ha iniciado las agresiones»23. Presenta a la Cámara el libro
Octubre, de la juventud socialista, prologado por un diputado de aquella fracción, que claramente
incita a aquellos grupos (ya entonces infiltrados por el comunismo)24 con frases tales como el
«triunfo de la revolución bajo la forma de la dictadura proletaria» y la «reconstrucción del
movimiento obrero nacional sobre la base de la revolución rusa»25.
En segundo lugar, José Antonio será el censor implacable de lo que él mismo llama «las
normas de una buena ética política». En los célebres debates sobre el «estraperlo»26 y el «caso
Nombela»27 planteará la «descalificación de un partido»; el radical, y, con él, la llamada a la
conciencia al equivocado sector de la derecha, que intentaba sostenerlo por razones
oportunistas. Se sabe solo en la empresa, pero la lleva hasta el final: «Estoy decidido a no dimitir
mi puesto de acusador, aunque me insultéis»28. José Antonio demuestra claramente que él «no
es de derechas»; que «está dispuesto a tirar de la manta». Exige «una declaración de que la
política española quiere sanearse». En una requisitoria implacable, exige la condenación moral
expresa del señor Lerroux y su partido. Una vez más fija sin ambigüedad su posición: «No creo
que sea el Parlamento el instrumento mejor para ganar la vida de los pueblos», pero en él están
la mayoría de los dirigentes del país, y «en la deshonra del Parlamento iría envuelta la deshonra
de, casi todos nosotros»29. Un observador ajeno al país y más bien hostil hacia cuanto
representaba José Antonio, se ha hecho eco del tremendo impacto que hizo en la Cámara su
dramática acusación30. Mientras una voz anónima gritaba desde las tribunas: «¡Viva el
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
estraperlo!», este testigo diplomático vio cómo «los diputados miraron con rencor la cara traviesa
de José Antonio Primo de Rivera, que con la exuberancia de un muchacho bromista se sonreía
de sus mayores». Algo había roto la siesta moral del Congreso: «Los diputados pusieron agrio
ceño y salieron en fila hacia la calle desierta...»31.
Porque no se atrevieron a declarar la condena expresa de los maltrechos radicales. José
Antonio se lo echará en cara a los pocos días; la mayoría derechista creyó «que con eso se
evitaba la crisis y se prolongaba la vida del Parlamento». En realidad, con este acto de cobardía
«el Parlamento se había suicidado». Los hechos lo confirmaron poco después. Así, «en una
madrugada fatigosa, cuando ya comenzaba a clarear sobre la mampara del salón de sesiones el
amanecer nublado del postrer domingo, las Cortes del segundo bienio se fueron al diablo»32.
En tercer lugar, José Antonio fue al Parlamento a servir a la Falange que acaudillaba. En uno
de sus primeros discursos en el Congreso (el 1 de febrero de 1934), al discutirse los disturbios
provocados por la FUE en la Universidad de Madrid (intervención llena ya de seguridad en el
planteamiento y de garbo e ironía en las réplicas a los interruptores), Primo de Rivera iniciará sus
intervenciones para defender a sus camaradas de .la persecución y la calumnia, y lo hará
siempre con una elegancia máxima, al lado de una gran eficacia. Una y otra culminarán en este
párrafo lleno de la más auténtica dignidad: «Nosotros hemos sufrido hasta ahora todas las
víctimas, y las hemos sufrido en silencio, y si no lo hemos dicho antes, y si lo digo ahora, sobria y
solemnemente, para contestar a las imputaciones salidas de esos bancos33, es porque nosotros,
con nuestros muertos -y esto es lo más serio que os digo de todas mis palabras-, podemos hacer
símbolo de enseñanza o escuela de sacrificio; lo que no queremos nunca es pasear sus despojos
por el terciopelo ajado de estos bancos para convertirlos en efectos políticos desdeñables»34.
Pero, como es lógico, lo importante para José Antonio en el Parlamento era utilizarlo como
tribuna para presentar ante el país y ante los jefes de las facciones políticas su gran movimiento
nacional. En reiterados discursos José Antonio planteó la gran cuestión: la República ofrece al
país una revolución y no se la cumple. Las izquierdas no saben unir el sentido nacional y el de la
reforma social35. Frente a su actitud rencorosa y antinacional, la derecha, ni fuerte, ni inteligente,
ni verdaderamente nacional, ofrece alternativa adecuada. La victoria de 1931, por ser una
«victoria revolucionaria», tuvo posibilidades; la de 1933, por ser una simple «victoria electoral»,
sin «fe ardiente ni masas resueltas», no sirvió para nada. José Antonio quisiera salir de esta
situación tremenda, volver a empresas nacionales sobre la infecundidad de la lucha partidista, a
partir de «un gran movimiento nacional, esperanzado y enérgico», que se proponga como meta
«la realización de una España grande, libre y unida». Para ello hace falta «una fe, una alegría y
una fuerza»; no bastan aficiones eficientes; sin ellas «las victorias electorales no sirven más que
para deparar a unos cuantos señores el privilegio de viajar de balde mientras las Cortes
duran»36 .
La República así se frustra porque, nacida de una revolución, pretende ser conservadora37. El
mecanismo parlamentario es el menos adecuado para una acción decidida de reforma
económico-social y para hacer frente a situaciones políticas extraordinarias. Hace falta una
política decidida, que busque y afronte los problemas en sus causas.
Y José Antonio, elegido en una lista de derechas, mientras los pistoleros de la izquierda
persiguen a sus camaradas, declarará sin rodeos que es necesaria una transformación profunda
del orden social. En el debate sobre reforma agraria tomará posición clara y terminante: no hay
que dar marcha atrás, sino avanzar más de prisa. La derecha le abucheará en las Cortes, pero él
sigue impertérrito: «el espectáculo de vuestras risotadas, de vuestros gritos y de vuestras
interrupciones demuestra que no tenéis en poco ni en mucho la intención de hacernos caso a los
que venimos con estas consideraciones prudentes»38. El diario ABC le llamará «bolchevique».
Primo de Rivera, contundente, replicará que el bolchevismo es materialista, y que él pide
sacrificios. El 31 de julio denunciará el «bolchevismo de los privilegiados».
Decididamente, José Antonio era un problema para el Parlamento. La coalición cedo-radical
entendió, con razón, que un hombre así era el mayor obstáculo a una solución permanente
conservadora. La reacción no se hizo esperar; cuando se pidió un suplicatorio para procesar a
José Antonio por tenencia de armas y reunión ilegal, la Comisión propuso que se considerara, el
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27 de junio de 1934. El pleno, sin embargo, lo rechazó, pero fue porque Prieto llevó a los
socialistas a votar en contra39.
A finales de 1935, después del bienio derechista, tan infecundo como el bienio izquierdista, se
acercaba el desenlace. José Antonio lo vio venir con acento profético: «El año 1936 se presenta
más confuso quizá que ninguno de los anteriores del siglo»40. Otra vez el destino nacional lo va
a decidir el azar de las urnas, el sorteo de los partidos. Su alma joven se desespera: «¡Y España
sin hacer! España sufriendo las alternativas del vapuleo y del pasmo. A lo lejos, la estrella de su
eterno destino...»41. Su entusiasmo dolorido no le impide ver con frío vigor el resultado
previsible, que el 25 de diciembre de 1935 expone en sus declaraciones a Ortega Lissón, en un
diagnóstico exacto de lo que va a ser el resultado de las próximas elecciones. «Las izquierdas
burguesas -dice-volverán a gobernar, sostenidas en equilibrio dificilísimo entre la tolerancia del
centro y el apremio de las masas subversivas»; y si, como es probable, no logran «encontrar una
política naciona», entonces «la suerte de España se decidirá entre la revolución marxista y la
revolución nacional»42.
Tal ocurrirá en los años de la Cruzada, de 1936 a 1939.
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El Parlamento falso y el Parlamento irresponsable tenían, sin embargo, una cosa en común:
estar dominados por múltiples facciones, olvidadas del interés nacional. Y el país no puede
permitirse el lujo de seguir esperando «a que los partidos políticos hagan el favor de dar por
terminadas sus querellas sobre si van o no a liquidar las pequeñas diferencias que tienen
pendientes en el Parlamento y fuera del Parlamento»48.
B) El fracaso y mediocridad de las Cortes republicanas
Si todo Parlamento es un instrumento mediocre para una política enérgica; si los Parlamentos
españoles, en general, habían sido cuerpos de mucha palabrería y poco trabajo, las Cortes de la
República justificaban como ninguna el apóstrofe de Rafael Sánchez Mazas: «El arte y el
derecho político que quieren defender, ¿han embellecido en alguna manera la Historia
española?49.
José Antonio ha criticado de modo sistemático la ineficiencia, la mediocridad, la apatía, la
esterilidad, la cursilería del Congreso de los Diputados. Aparte de otras ocasiones, dedicó al
tema una serie de artículos bajo el título general «El Parlamento visto de perfil», que constituyen
un documento extraordinario y lleno de sentido del humor, sobre los tópicos50, las
interrupciones51, las «sesiones de hule»52, etcétera.
Las Cortes, por de pronto, no hacen nada. «El Parlamento sestea», «el Parlamento sigue su
siesta», son los partes que se repiten una y otra vez en el cuaderno de bitácora de José Antonio.
«El día 8 de diciembre de 1933 se abrió el Parlamento. El día 8 de enero de 1934 aún el
Parlamento no había hecho nada»53. «Se ha vociferado acerca de mil cosas», pero no se han
discutido leyes, ni se han aprobado medidas. Este trabajo no interesa a los diputados; los
proyectos avanzan cuando no hay nadie en el salón y nadie escucha a nadie: «A ese balbuceo
deslizado entre ruido de conversaciones se le da después el sonoro nombre de leyes de la
República»54.
José Antonio pone ejemplos concretos. En el artículo «Apatía y esterilidad»55 dice que en la
semana precedente en el Parlamento se trataron «tres problemas fundamentales», a saber:
Presupuestos, paro obrero y repoblación forestal. Pues bien, «a pesar de ello, o, mejor dicho, a
causa de estos asuntos, la sala del Congreso ha estado desanimada, pues no sienten ni les
interesan los grandes problemas a los partidos políticos». En cambio, «los pasillos, el bar, las
salas de conferencias han estado animadísimos, pues se susurraba y se comentaba con fruición,
en sabrosas y esperanzadas conversaciones, próximas maniobras políticas, jugarretas y
zancadillas, y esto sí que es interesante, divertido, democrático y liberal». No interesa el estudio
de «problemas aburridos», ni «dedicar, con el calor que hace, el tiempo a pensar, reflexionar y
trabajar para conseguir que el Estado funcione y cumpla con sus deberes y sus fines». Los
diputados «no están para eso» ; ellos «tienen un fin», el de «conseguir que sus caciques amigos
manden en los pueblos; es el conseguir que sus pandillas, necesarias para mantener su eficacia
electoral, estén contentas, viviendo del presupuesto del Estado», y que «ellos puedan seguir
preparando nuevas e inéditas jugarretas y zancadillas»56.
Ante esto, del Parlamento hay que hablar en términos necrológicos. Después de reiterar que
«las Cortes llevan poco más de un mes de vida y ya se arrastran a la mediocridad», José Antonio
comenta los efectos cómicos de un apagón de las luces en el Congreso y concluye, pasando de
las bromas a las veras: «Se adivinaba el día en que el pueblo, no contento del todo con aquellas
luces medio apagadas, habría de entrar en el salón de sesiones para decir: Apaga y
vámonos»57. En el propio Parlamento, ante sus pares, lo repite José Antonio: «Habrá un día en
que España, defraudada y exasperada, entre en este salón a retorcernos a todos el
pescuezo»58.
Día tras día, José Antonio reitera su desesperanza ante el Parlamento republicano. El mismo
escenario le disgusta por su falta de grandeza: «Nosotros formamos parte de este cuerpo
legislador; discutimos en este edificio, en el que parece que está volatilizado, entre las horribles
pinturas del techo y el horrible terciopelo de los bancos, eso que se llama la soberanía
nacional»59. Le molesta la falta de toda lógica en los debates partidistas: «El Parlamento tiene
una lógica que no es una lógica de los demás sitios»60. No ve más que un permanente
«espectáculo de frivolidad», en el que no hay nada que aprender: «Yo creía [...] que la
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
NOTAS
1 Hasta un libro hostil, como el recién aparecido de Stanley G. Payne, Falange. A History of Spanish Facism
(Stanford, 1961), se inclina ante la noble figura de José Antonio.
2 «La doctrina de José Antonio ante los problemas de hoy», en Organización de la Convivencia. Madrid, 1961.
3 Véase mi trabajo Las transformaciones de la sociedad española contemporánea. Madrid, 1959.
4 Gonzalo Torrente Ballester, prólogo a la «Antología» de José Antonio Primo de Rivera, publicada en los
Breviarios del Pensamiento Español; segunda edición, 1940, página 13. José Antonio, subraya Torrente fue un político:
«Nada menos. Que no es ser poco. Mejor aún, que es ser una de las más difíciles y gloriosas cosas que se puede ser
en el mundo» (Página 28).
5 Desde el primer intento el de don Juan Rico y Amat (Historia política y parlamentaria de España. Madrid 1861), al
último, el de M. García Venero (Historia del parlamentarismo español. Madrid, 1946. Vol. I), todas estas obras han
quedado sin terminar.
6 Véase mi libro El Parlamento Británico. Madrid, 1961.
7 Incluso el discurso del 28 de octubre de 1935, cuya impresión y efecto en la Cámara reconocen observadores
nacionales y extranjeros (como luego veremos), fue silenciado por la prensa de derechas y de izquierdas. Ver. F.
Ximénez de Sandoval, José Antonio. Barcelona, 1941. Pág. 395.
8 Cfr. Torrente, loc. cit., pág. 32.
9 No faltó quien se lo hizo observar. José Antonio lo contó con gracia, en un discurso pronunciado en Cáceres, el 4
de febrero de 1934: «Hace poco hice un discurso en el Parlamento. Al salir, muchos compañeros, que me saben
enemigo del parlamentarismo, me preguntaron: «Pero usted se desenvuelve aquí muy bien y podría lucirse, ¿por qué
es tan enemigo del parlamentarismo?». Y yo contesté: «Si yo no pensara más que en mí, sería partidario del
Parlamento, porque teniendo como tengo y vulgarmente se dice un poco de mano izquierda, siempre se sale
triunfante. Y es verdad, porque esta casa es para lucirnos solamente y para pasarlo bien los que estamos dentro de
ella» (Obras Completas. Edición cronológica. Madrid, 1951. Pág. 135.)
(Todas las citas se referirán a esta edición, que en adelante se cita simplemente como O. C.).
10 Ramiro de Maeztu observó una vez que la elegancia de figura y de gesto le recordaban a Ramsay MacDonald
en su juventud, y en manera alguna a Hitler o a Mussolini.
11 Las respuestas a las interrupciones eran siempre de la mejor esgrima. Cuando un socialista le recordó la muerte
de Matteoti José Antonio cortó rápido: «¡Hombre, Matteoti! ¿Pero qué me dice su señoría de Matteoti? Acuérdese de
Caín y Abel. ¡Aquéllo sí que fue tremendo!» (Risas y rumores.) Cfr. O. C. Pág. 127. En un discurso el 28 de febrero de
1931, sobre el problema vasco, en el que afirmó que todos los grandes vascos, como Unamuno y Maeztu, eran
grandes españoles y españolistas, Aguirre se permitió decirle que él, y no esos señores, tenía los votos. José Antonio
le tomó el pelo: «Es mucho más difícil entender a Maeztu y a Unamuno que enardecerse en un partido de fútbol» (O.
C. Págs. 157 y sigs.).
12 Como es sabido, José Antonio fue candidato, por primera vez, al producirse, en septiembre de 1931; una
vacante por Madrid en las Cortes Constituyentes. José Antonio, que entonces defendía por todos los medios la
memoria de su padre, la obra de la Dictadura, y las personas de varios colaboradores de la misma (como el ex ministro
don Galo Ponte), se presentó como independiente para disponer de otra tribuna para defender el honor de su nombre.
En su manifiesto electoral dijo: «Sólo para eso [...] quiero ir a las Cortes [...] para defender la sagrada memoria de mi
padre». La mayoría gubernamental le enfrentó a don Bartolomé Manuel de Cossío, que obtuvo 56.000 votos; Primo de
Rivera obtuvo 28.000, y el comunista Bullejos, 6.000.
José Antonio (que ya había creado la Falange) volvió a presentarse candidato a las segundas Cortes
Republicanas. Esta vez se presentó por Cádiz, dentro de la candidatura de la Unión de Derechas (en la que figuraba
en segundo lugar). El 19 de noviembre de 1933 fue elegido diputado, con 41.720 votos.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
En febrero de 1936, José Antonio se decidió a presentar una candidatura falangista, por Madrid, en la que le
acompañaban Fernández Cuesta, Ruiz de Alda y Sánchez Mazas. La candidatura obtuvo 11.000 votos. Los candidatos
presentados en otras provincias tampoco fueron elegidos. Poco después fue detenido en la Cárcel Modelo. Entretanto,
se celebraban las elecciones de Cuenca, en segunda vuelta (por anulación de la primera). Toda clase de abusos, y
finalmente la decisión arbitraria del Congreso, privaron del acta a José Antonio, a pesar de una votación suficiente. El
acta, defendida por Serrano Súñer, fue anulada. Esto era, a pocos meses vista, la pena de muerte de José Antonio, en
un trágico amanecer de Alicante.
13 Intervenciones de los días 13, 14 y 15 de noviembre de 1934 en el debate sobre armas y explosivos. (O. C. Pág.
303).
14 Discurso del 4 de enero de 1934. (O. C. Págs. 105 y sigs.).
15 Discurso del 25 de enero de 1935. (O. C. Págs. 331 y sigs.).
16 lb.
17 Sesión del 6 de noviembre de 1934. (Cfr. O. C. Pág. 271).
18 O. C. Págs. 69 y sigs. 19 Discurso del 12 de noviembre de 1933. (O. C. Págs. 77 y sigs.). 20 Discurso del 4 de
febrero de 19343. (O. C. Pág. 135).
21 Discurso del 28 de octubre de 1935 (O. C. Págs. 539 y sigs.).
22 Discurso electoral del 12 de noviembre de 1933.
23 El libro citado de Payne, Falange, reconoce la verdad de esta aserción.
24 Ver Burnett Bolloten, The Grand Camouflage, Londres, 1961 (traducido al español con el titulo El gran engaño.
Barcelona, 1961); y la literatura que allí se cita. En relación con las personas aludidas por José Antonio, ver, en
particular, la confirmación en Carlos Hernández Zancajo, Tercera etapa de octubre. Valencia, 1937.
25 Esta tendencia «fusionista» del socialismo español es decisiva para entender el desenlace final. Ver la opinión
confirmatoria de Madariaga en ¿Qué pasa en España? El problema del socialismo español. Madrid, 1959.
26 El «estraperlo» fue un escándalo sobre la autorización de un juego ilícito, por intervención directa de familiares
del presidente del Consejo, don Alejandro Lerioux.
27 Don Antonio Nombela, militar laureado y probo funcionario en nuestra Administración ultramarina, fue destituido
por el señor Lerroux por negarse a autorizar una orden de pago en favor de cierta compañía de navegación, que
claramente se hacía de modo ilegal y contra los intereses del Estado.
28 Discurso del 28 de octubre de 1935 (O. C. Págs. 539 y sigs.).
29 Discurso del 7 de diciembre de 1935 (O. C. Págs. 617 y sigs.).
30 Me refiero al Embajador norteamericano, Claude G. Bowers, My Mission to Spain. Nueva York, 1954.
31 Bowers, op. cit. Pág. 169.
32 Cfr. O. C. Págs. 670 y 703.
33 Los socialistas.
34 O. C. Págs. 125 y sigs.
35 Discurso del 6 de junio de 1934 (O. C. Págs. 205 y sigs.).
36 O. C. Pág. 110.
37 No se enfrenta con los problemas, pretende ocultarlos, prolongando medidas de excepción y, por supuesto,
atribuyendo a la Falange culpas ajenas, cerrando sus locales, deteniendo a sus directivos, etc. Ver el importante
discurso del 25 de enero de 1935, en el que defiende una proposición (que había presentado, como primer firmante, el
18 de diciembre) para que se levante el estado de guerra, después de la sublevación marxista de Asturias (O. C. Págs.
331 y sigs.).
38 Discursos del 23 y 24 de julio de 1935 (O. C. Págs. 511 y sigs.).
39 Ver la defensa de José Antonio, el 3 de julio de 1934, en O. C. Págs. 221 y sigs. Después de un primer incidente
personal con Prieto, el 20 de diciembre de 1933, por una difamación de su padre (ver O. C. Págs. 103 y sigs.), la figura
de José Antonio había impresionado al líder socialista, como luego lo habían de hacer sus papeles póstumos de
Alicante.
40 O. C. Pág. 639.
41 lb.
42 O. C. Págs. 643 y sigs.
43 Discurso en Cáceres, el 4 de febrero de 1934 (O. C. Págs. 135 y sigs.).
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
44 lb.
45 En la República el tema de Costa será recogido como «oligarquía y enchufismo».
46 Esto último lo dejó siempre muy claro José Antonio. En el Parlamento rectificó al señor Gil Robles, declarando
que el Estado es un instrumento, no un fin, y por lo mismo algo que no puede pretender un valor absoluto (19 de
diciembre de 1933). (O. C. Págs. 101102.) Ver J. L. de Arrese, El Estado totatitario en el pensamiento de José Antonio.
Madrid, 1945, y R. Fernández Cuesta, El concepto falangista del Estado, en Revista de Estudios Políticos, núm. 14
(1944).
47 O. C. Pág. 411.
48 O. C. Pág. 413.
49 Fundación, hermandad y destino. Madrid, 1957. Págs. 93-94.
50 Cfr. O. C. Págs 171-172.
51 Cfr. O. C. Págs. 181-182
52 Cfr. O. C. Págs. 191-192.
53 «Divagaciones y biografías», en F E del 11 de enero de 1934 (O. C. Págs. 113-114).
54 lb.
55 Publicado en el número 14 de Arriba el 24 de junio dé 1935 (O. C. Págs. 483 y sigs.
56 O. C. Pág. 483.
57 «Necrología (El Parlamento, visto de perfil)», en F E, 25 de enero de 1934 (O. C. Págs. 123-124).
58 Discurso del 11 de diciembre de 1934 (O. C. Pág. 323).
59 Discurso del 6 de noviembre de 1934. (O. C. Págs. 273 y sigs.).
60 O C. Pág. 197.
61 Discurso del 14 de junio de 1934 (O. C. Págs. 215 y sigs.).
62 «Cronos, bromista» («El Parlamento, visto de perfil»). 1 de marzo de 1934 (O. C. Págs. 161 y sigs.).
63 Articulo en Arriba, del 5 de diciembre de 1935 (O. C. Pág. 615).
64 Eugenio Montes ha recordado este lema La Estrella y la Estela. Madrid, 1953.
65 Discurso en el Parlamento, el 9 de octubre de 1934 (O. C. Págs. 255 y sigs.).
66 En el prólogo a El Fascismo, de Benito Mussolini (edición española 1933), recuerda su visita al Jefe del
Gobierno italiano y comenta: «¿Qué aparato de gobernar, qué sistema de pesos y balanzas, consejos y asambleas
pueden reemplazar a esa imagen del Héroe hecho Padre, que vigila junto a una lucecita perenne el afán y el descanso
de su pueblo?».
67 En un discurso sobre política internacional, sobre las sanciones a Italia por la guerra de Abisinia, el 2 de octubre
de 1935, dirá en las Cortes que Italia «está realizando uno de los experimentos culminantes, un experimento que nadie
puede zafarse de estudiar en serio y al que, de seguro, nadie está libre de alguna objeción que formular».
Por cierto que este discurso, en el cual José Antonio trató los grandes temas (Europa, el Imperio británico, la
Sociedad de Naciones, la política soviética, etc.) con rara altura y clarividencia, es una pieza excepcional que da la
talla de estadista del orador. Pide una política exterior nacional, al servicio de nuestros intereses, en la que el país
defienda «su conveniencia y su decoro», a la vez que demuestra su gran sentido europeo. España, concluye, «no
puede votar por pura efusión ginebrina». A pesar del tono concreto y mesurado del discurso, tales actitudes eran tan
desusadas, que se produjo un fuerte incidente con el presidente del Consejo. Ver O. C. Págs. 527 y sigs.
68 Artículo en Arriba, 13 de junio de 1935 (O. C. Pág 481).
69 O. C. Págs. 411-412.
70 Artículo en El Fascio, el 16 de marzo de 1933 (O. C. Pág. 53).
71 O. C. Pág. 415.
72 O. C. Págs. 753 y sigs.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
Y más tarde, cuando la herejía amenazó con destruir Europa, fue ella, la misión española, la
que le hizo sentirse de nuevo llamada a un destino universal y le hizo defender el concepto de la
unidad de los pueblos bajo el signo del espíritu, frente a la teoría nacionalista de una Europa
heterogénea y neutra que surgía en los fríos contornos del Báltico.
La decadencia de España se inició precisamente porque quiso evitar la decadencia de
Occidente, rehaciendo aquella Europa una y varia de las Cruzadas con Estados libres en el
gobierno y unidos en el destino; pero cayó derrotada en la paz de Westfalia y Europa siguió su
carrera hacia abajo, aceptando primero la ruptura espiritual que predijo Lutero y además la
ruptura social encendida por Marx.
La España que tenía grabada José Antonio en lo más solemne de su pensamiento era la
España de los Reyes Católicos, hecha con yugos para alcanzar la unidad y con flechas para
llegar a las últimas esquinas del universo.
Pero esta misión no ha venido a ser clave de España por ese misticismo nacional que tanto se
nos tacha, ni simplemente porque haya informado la parte más solemne de la historia: José
Antonio la trajo a presidir su doctrina porque es, sobre todo, la verdadera.
Porque los pueblos pueden tener fines ocasionales más o menos variados, pero sólo uno
puede ser su fin supremo, que coincida con el fin supremo del hombre; es decir, la misión
colectiva de los pueblos, en su última instancia, no puede ser otra que la misión individual de los
hombres, elevado a la categoría de norma.
No vale decir que el pueblo es una junta de individuos, porque el individuo no existe; lo que
existe es el hombre, envoltura corporal de un alma capaz de salvarse y de condenarse y no cifra
o escultura abstracta; ni basta con decir que a la sociedad no le importa el pensamiento de cada
uno, sino las formas exteriores de convivencia; porque en esas, como en todas, palpita la
realidad del hombre, y en esas y en todas labora a diario un trozo de su destino eterno.
Dios ha hecho al hombre, sí, con libertad para salvarse y para condenarse, pero la sociedad
no puede basarse en esta libertad para organizarse de modo que pueda ofrecer al hombre el
doble camino del bien y del mal.
Esto lo traigo aquí aun a riesgo de dejarlo confuso, porque he apuntado un tema sin tiempo de
perfilarlo, para salir una vez más al paso de aquellos que, a fuerza de querernos vincular a los
fascismos, llaman totalitario al Estado que nosotros propugnamos,
El totalitarismo, que, por otra parte, tiene menos de fórmula fascista que de fórmula
implantada en las democracias populares de los países comunistas, es un sometimiento del
hombre al fin supremo del Estado; el falangismo es un sometimiento del Estado al fin supremo
del hombre. La Falange, por tanto, no busca el montaje de un Estado totalitario; lo que busca es
la unidad de los hombres en su comunidad de destino; lo que quiere, porque en ello reside la
esencia filosófica del Occidente, es que esa unidad de destino pueda llevarse a todos los pueblos
del universo.
Ahora se habla mucho de los Estados Unidos de Europa; pero ¿unidos en qué? La diplomacia
no une, ni la fuerza, ni la economía. ¿Es que ahora no existen esas tres unidades a través de la
ONU, y de la OTAN, y de la OECE? En los años redondos de la Edad Media no existían
organismos internacionales, pero existía un mismo sentido espiritual y una misma manera de
entender la vida, y bastaba la voz de un Pedro el Ermitaño para que los príncipes dejaran a un
lado sus muchas diferencias.
Entonces también andaban sueltas, como ahora, las fuerzas del bien y del mal; pero había
una claridad en la mirada y la angustia no apretaba las gargantas, porque al menos se sabía que
el bien era bien y el mal era mal. Lo peor del siglo XX no es que queramos vivir desunidos: es
que no acertamos a ver dónde está la verdadera unidad.
Las consecuencias que de esta definición joseantoniana se derivan para la estructura
orgánica del sistema falangista son infinitas y me llevaría su enumeración, no a escribir un
capítulo para este libro, sino a dedicar un libro para este capítulo. Por esto tengo que quedarme
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
parado en la simple definición; pero, a título de ejemplo, voy a dedicar estas líneas finales a
comentar una, que en realidad es la base de nuestra unidad política.
La definición joseantoniana de España marca la norma trascendente del pueblo español que
liga su destino al principio y fundamento de la existencia humana. Pero la aceptación de esta
norma exige a su vez la enunciación de los principios que la informan y la proclamación de estos
principios exige la creación de un sistema de vigilancia para que el tiempo no se encargue de
borrarlos. Este proceso inevitable nos lleva a un montaje especial, que es lo que caracteriza al
sistema español y lo que más desconcierta al observador imparcial.
Efectivamente; para el liberalismo, que cimenta su presencia en el individuo (transeúnte por la
vida, ente físico que, por coincidir en el tiempo y en el espacio con otros individuos, establece con
ellos un «contrato social» que les permita tolerarse), no hay verdades permanentes, sino bases
de convivencia ocasional. Estas bases son tanto más acertadas cuanto menos se interfieran en
las opiniones de cada uno, y el sistema que las cobija es tanto más eficaz cuanto más útil sea y
permita mejor el libre ejercicio de la voluntad mayoritaria.
Para el falangismo, en cambio, que parte del hombre en toda su integridad y, por tanto,
reconoce la presencia de dos clases de normas, unas permanentes y otras contingentes, existe
un manojo de principios fundamentales, muy pocos, desde luego, y muy esenciales, porque
únicamente alcanzan a los que por esencia deben quedar al margen de toda discusión, pero que
traen a su vez un propio sistema de garantía para que no se diluyan y para que así podamos, con
toda legitimidad, dejar los otros, los que están en función de la circunstancia, a la opinión
cambiante de los hombres.
Este sistema de garantía no impide la existencia de los órganos normales de expresión y
contraste de las cosas opinables; pero retira del mercado aquellas que son esenciales para el
vivir de España, y que deben quedar, por tanto, fuera de toda controversia. En consecuencia,
este sistema requiere inexorablemente la presencia de un organismo de amparo; un organismo
que, al margen de los otros nacidos para discutir lo discutible, garantice la vigencia doctrinaria del
Movimiento a lo largo de los tiempos; un organismo, especie de Cámara política, creada única y
exclusivamente para esta función; como la Iglesia creó los Concilios para mantener el Dogma;
como la misma República Española, tan demócrata y tan parlamentaria, creó el Tribunal de
Defensa para garantizar su permanencia; como todos los países establecen sus Consejos de
Estado para observar la pureza legislativa mientras dura su vigencia.
El liberalismo, cuya sustancia normativa son las bases de convivencia social, que de tiempo
en tiempo se establecen, ignorando oficialmente la existencia de las otras, no concibe la función
de este organismo vigilante. Pero como no por eso dejan de existir aquellas que hemos dado en
llamar verdades permanentes, sucede a menudo, y de hecho es la quiebra más grave de todas
las que acompañan al sistema parlamentario, que cada vez que alguien siente la tentación de
pontificar, o cada vez que la discusión de una norma lleva, aunque sea de un modo tangencial, a
rozar uno de aquellos principios que debieran respetarse, se plantea un escrúpulo de conciencia
parlamentaria, sobre si es o no órgano soberano de decisión, y se acaba indefectiblemente
invadiendo sin ningún respeto los temas más sagrados y los más sacrosantos recintos del
pensamiento.
Se dirá que hace mal y se cubre de oprobio quien se pone a discutir las cosas más sublimes
de la Patria o de la conciencia a pesar de que están por encima de las opiniones; pero nosotros,
ante la realidad de que, bien o mal hecho, sucede así y de que la historia del último siglo español
está llena de tristes y sangrientas consecuencias, preferimos abrir los ojos a la realidad y, en
lugar de empezar levantando la veda a los cazadores de votos y permitiéndoles el ojeo de los
dogmas nacionales y del espíritu, para luego acabar corrigiendo con ríos de sangre los abusos
producidos, preferimos, repito, aceptar que por encima del contrato social y de cualquier acuerdo
de buena compostura hay una serie de valores permanentes que deben quedar al amparo de
toda especulación política.
Por la sorpresa que en muchos ha sembrado este concepto se ha dicho, y en parte es el
argumento que emplean los que no nos conocen para decir que no nos quieren, que nuestro
sistema es inaceptable porque venimos a ser algo así como los castradores del libre albedrío de
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
los hombres, queriendo que la participación del pueblo en las funciones políticas se realice a
través de un único y oficial partido.
En este mundo confuso y de tantas democracias nadie puede estar bien informado de las
cosas ajenas y, por tanto, yo tampoco aseguro si esto del partido único es lo que quiere el
comunismo, ni si fue lo que quisieron los fascismos; pero lo que sí aseguro es que no es lo que
predicamos nosotros: lo que nosotros queremos es el Movimiento único, no el partido único.
Nosotros queremos, porque además es lo que se ha hecho siempre que se ha querido
mantener una doctrina y es lo que se hizo incluso cuando a las normas más o menos esenciales
de la Patria se las llamaba Constitución y se cantaba el «trágala» por las calles, que el ser de
España, ese ser que nosotros consideramos tan esencial que ha merecido la pena de una guerra
para rescatarlo, ese ser vinculado a su unidad de destino, se perfile en unos principios
fundamentales y que, una vez hecho, sean declarados únicos y para todos, aunque luego, en el
modo de servirlos o en el deseo de consagrarse a la defensa de alguno con singular predilección,
haya tantos caminos como aspectos tiene la propia psicología del hombre o sus propias
aficiones.
Y aquí mismo, no solamente en aquellas cosas que por ser discutibles he dicho que pueden y
deben quedar sometidas a toda discusión, sino en estas retiradas de la circulación polémica, no
porque tengamos una particular afición a las dictaduras, sino porque hemos quedado en que
están por encima de los cambios de opinión; aquí mismo, repito, se perfila ya otra interesante
forma de participación política.
Porque si alguien quiere dedicar su vocación pública a propagar, por ejemplo, la doctrina
social contenida en los principios fundamentales del Movimiento, atrayendo hacia ella la atención
de las masas, ¿qué duda cabe que, dándose o no cuenta de ello, llamándolo o no por su nombre,
lo que está procurando hacer es una conciencia colectiva, un estado de opinión, un grupo de
presión sobre el mecanismo legislativo que en nada se diferencia de lo que otros califican de
partido político?
Lo que sucederá es que nosotros, para que al ruido de un tema tan legitimo y tan defendible
no se meta de matute la doctrina social de otro pensamiento diferente, no permitiremos este
grupo de opinión sino dentro de la cámara política y siempre que se haya comprometido a
ajustarse en todo a la doctrina sustentada en los principios fundamentales.
Se dirá que para esto es preciso crear la estructura orgánica del Movimiento y establecer con
perfil concreto la forma y las funciones de esa cámara política que hoy apenas está presentida en
el Consejo Nacional y que es la llamada a congregar a todos los grupos y diferentes modos de
servir al Movimiento. Claro está, y no porque esté pendiente todavía una parte de la tarea
legislativa se puede decir que tienen razón los indocumentados que definen a su gusto el
perímetro de nuestra constitución política.
Por de pronto, ahí están claras como el agua las últimas consignas del Caudillo elevando a
rango de declaración pública y solemne algo que no por sabido deja de tener trascendencia. El
Caudillo ha repetido en Burgos, ante el Consejo Nacional, que no se debe confundir al
Movimiento con la Falange, como no se puede confundir la religión con la Iglesia.
La religión es la doctrina, es el cuerpo ideológico contenido en los mandamientos y en el
dogma; la Iglesia es el órgano vivo de congregación humana, y nadie puede negar que son
muchos y muy diferentes los caminos que la Iglesia ha abierto para servir a Dios según las
vocaciones respectivas.
***
No sé si me he ajustado al tema que se me dio o si he derivado la teoría por la suave y
tentadora pendiente de la aplicación práctica.
Entiendo, sin embargo, que de poco o de nada serviría ahondar en el pensamiento de José
Antonio, sobre todo cuando se remonta nada menos que a la definición, si no ofreciéramos al
mismo tiempo un paisaje sucinto de aplicaciones prácticas.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
Decir que España está concebida como empresa y no decir cuál es, o hablar de la frase que la
define y no meditar sobre el modo de llevarla a la práctica, es tanto como quedarse en la más
elevada filosofía, con el riesgo de volver a escuchar, como tantas veces hemos escuchado, que
la Falange es un Movimiento romántico sin demasiadas esperanzas de arraigo en el corro de las
fórmulas políticas modernas.
Ciertamente, el mal que aqueja a este Movimiento nuestro, tan noble y tan vituperado, es no
haber alcanzado todavía las últimas consecuencias prácticas de su maravillosa doctrina y no
haber montado aún el sistema correspondiente a su doble faceta legislativa y práctica; pero los
Movimientos son lentos, tanto más lentos cuanto más profundos y revolucionarios son.
Nuestra misión consiste en activar la puesta en marcha del sistema, y mientras tanto, en
predicar incansables para que nadie achaque la lentitud que observa a falta de horizonte o a que
nos hemos perdido en la bruma del camino.
Si a ello contribuyen en algo las páginas anteriores, considero que he cumplido la misión
encomendada y que he rendido un pequeño servicio a la Falange del Caudillo divulgando el
pensamiento de José Antonio.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
LA FALANGE EN LA CALLE
Por Agustín Aznar Gerner
No es cierto que la Falange predicase la violencia. Es .ésta una afirmación que debe quedar
bien sentada cuando nos disponemos a relatar y, en cierta manera, a enjuiciar la actuación
falangista en los años que precedieron al Alzamiento Nacional. Falange Española fue ante todo
un movimiento doctrinario, cuyas ideas salvadoras se basaban principalmente sobre un concepto
revolucionario de lo social y otro profundamente entrañable de lo nacional.
Un movimiento de este tipo, intelectual, redentor, revolucionario y patriótico no es que
predique o no la violencia, es que no cuenta con ella, como fin se entiende.
La Falange nació para convencer a las gentes, para imponer un ideario de justicia, paz y
concordia. Mal se aviene esto con predicar la violencia.
José Antonio tuvo que utilizar todo su poder de persuasión, toda su enorme fuerza, personal,
para contenernos, cuando nuestros primeros caídos comenzaron a poblar los luceros de España.
La fuerza de José Antonio, su acción de mando sobre nosotros, estaba constituida a la par por
una mezcla de energía y seducción. Como se dice vulgarmente, todos nos hubiéramos dejado
matar por él. Pero esta entrega supo ganársela paso a paso, desde que un núcleo no muy
extenso, pero fervoroso, se reunió en su torno para proclamar el nacimiento de Falange
Española.
Era valiente sin jactancia, sereno y capaz, sin embargo, de los más ardientes
apasionamientos. Era cordial, cariñoso y en un momento sabía convertirse en el jefe lleno de
autoridad; era joven, casi como nosotros, y era ya dueño de una muy antigua y madura
experiencia. La Falange de las primeras horas vivió una íntima camaradería, hecha de amistad y
de ilusión en torno a su figura. Por eso fue tan duro saber que los nuestros eran asesinados, que
se nos temía ya y que trataban de eliminarnos por el atentado y la emboscada.
Corrían los años 1933 y 1934. España era un caos de huelgas, sabotajes, paro, incendios de
iglesias, robos, melancolía y abandono. Falange, Española traía a este desconcierto la Patria
antigua y la Revolución nueva. Nuestras filas se ensanchaban, a ellas venían llenas de
esperanza gentes de los más diversos estratos sociales. La soñada unidad de España
comenzaba a realizarse, y entonces no por la razón, sino por la violencia, intentaron reducirnos.
Y comenzaron los cobardes atentados.
A nuestro clamor de venganza, José Antonio respondió hablándonos del franciscanismo de la
Falange, del valor ejemplar del sacrificio y la abnegación, del amor a todos, incluso a los
enemigos.
Ahora, con el tiempo serenándome ya, pienso que José Antonio debió sufrir mucho aquellos
días; dudoso entre su propósito de paz y el ardor combativo de su sangre, acuciado por todos
nosotros y deseando, no obstante, no tener que desencadenar la ofensiva.
Pero esto era inevitable. Se encontraba en peligro algo más que unas vidas, se encontraba en
peligro nuestra doctrina. Una doctrina no próspera, si sus hombres carecen de energías para
defenderla, sea como sea y donde sea. José Antonio dio la orden.
Debió de ser un día difícil para él. Estaba muy serio y ya siempre conservó algo de esta
seriedad, de esa especie de ansia contenida con la que esperaba el resultado de alguna
represalia o algún asalto llevado a cabo por orden suya, pero en la que él no podía estar
presente.
Porque cuando actuaba volvía a ser el José Antonio joven, bravísimo, sereno, irresistible, que
siempre conocimos y del que llevamos la imagen imborrable en el recuerdo. El José Antonio que
encabeza la manifestación de la Puerta del Sol en octubre de 1934, el José Antonio que se batía
cuerpo a cuerpo para defender a un camarada en peligro, el mejor jefe y el mejor corazón de
toda nuestra juventud.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
Cuando la Falange decidió responder a la violencia con la violencia, España pudo comprobar
cómo nuestra fe no retrocedía ante la muerte, ante ninguna clase de muerte. Este modo de
actuar fue eficaz y además de un modo inesperado casi puedo decir que nos sirvió de
propaganda. El español ama el valor.
Lo que en un principio fue lo más difícil para nosotros, soportar silenciosamente las primeras
agresiones, siguiendo las órdenes del jefe, hizo que se nos considerase con cierto desdén;
cuando combatimos libremente, sin trabas ni leyes, que ignorábamos porque no eran justas
entonces, la gente nos admiró. Cuando sonaron nuestros primeros disparos comprendieron que
algo era posible. Entonces, a mi juicio, despertaron muchos a la empresa tan bella, tan honda, de
rescatar a España.
No puedo describir todos los hechos en los que, inmersa ya en una lucha que era
prácticamente guerra sin declarar, tomó parte la Falange. Creo que lo más ejemplar sería coger
alguno de entre los muchos campos en los que combatimos contra fuerzas distintas en
apariencia, pero unidas por una misma dirección y un mismo propósito antiespañol. Esto lo veo
ahora, cuando evoco aquellos días, ya lejanos, y se me aparecen como una película borrosa en
que destacan más claramente algunas figuras.
Todos son jóvenes; muchos no están ya con nosotros. El recuerdo de los heroísmos resulta
siempre ejemplar y triste.
Tres campos de batalla se nos ofrecían principalmente; a ellos fuimos sin vacilar, actuando
todos en todo porque éramos muy pocos y la cizaña, que no la mies, mucha.
Estos campos eran el universitario, el social y el de las milicias, que ya formaban con fines
fácilmente comprensibles, socialistas, anarquistas y comunistas.
El universitario, naturalmente, correspondió al SEU. El Sindicato Español Universitario en el
que todos los estudiantes falangistas figurábamos encuadrados, se enfrentó con una Universidad
difícil y ensoberbecida, una Universidad que había derribado a la Monarquía e implantado su ley
en los altos puestos del Ministerio.
La FUE era algo más que una asociación de estudiantes; era un arma política con
derivaciones mucho más amplias de lo que su nombre y sus estatutos permitían.
Pero se la atacó sin cuartel. Creo que el golpe más duro fue el que se le asestó con ocasión
del asalto a sus locales el 25 de enero de 1934. Días después de que cayera Baselga en
Zaragoza, con dos traidores balazos en la espalda. Los camaradas de Zaragoza declararon la
huelga general, la primera huelga general decretada por el SEU, y los de Sevilla arrasaron los
locales de la FUE en la Universidad. Pero nuestros contrarios de Madrid nos hostigaban de
continuo. Aquello no podía continuar así, debíamos responder a las provocaciones que se nos
hacían y además el cobarde atentado a Manolo Baselga hacía hervir nuestra sangre. Para tratar
del asunto nos reunió Julio Ruiz de Alda, nos dimos cita para el 25 en San Carlos. Todo el mundo
lo supo, la FUE también, naturalmente; aquello parecía un cartel de desafío.
Ya digo que he elegido un ejemplo entre cientos, y en otras provincias tuvieron lugar muchos
hechos semejantes. Además, esto no fue difícil. No, de verdad no fue difícil.
Abrimos las puertas de la Facultad y convencimos con razones, quizá poco académicas, a un
bedel irascible y al decano, Dr. Covisa, que farfullaba no sé qué sobre la legalidad. Los fueístas
se refugiaron en sus locales.
Se cruzaron muchos disparos; el que la gravedad y el número de heridos de la FUE fuese
mayor que el nuestro se debió a la suerte, o tal vez a la buena puntería, y como ellos dispararon
primero. parapetados tras una ventanilla, puede considerarse, con un poco de buena voluntad,
como un acto de legítima defensa.
Lo importante es que se consumó victoriosamente el asalto y que aquella tarde ganamos el
respeto de la Universidad.
José Antonio puso en claro los fines y la significación de la FUE en un extraordinario discurso
pronunciado en las Cortes pocos días después.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
El fiscal anuló el proceso de los falangistas detenidos por falta de pruebas. Sin embargo, la
lucha continuaba. Poco a poco, el panorama se iba ensombreciendo.
El 9 de febrero era asesinado Matías Montero. Había dicho: «Se acabaron en mi vida los
actos frívolos». Lo enterramos al día siguiente. José Antonio pidió sobre su tumba que se nos
negase el descanso hasta que supiéramos ganar para España la cosecha que sembraba su
muerte.
***
En el campo de lo social, la lucha tomaba idénticos o quizá mayores caracteres de violencia.
José Antonio había dicho que España no nos gustaba y era doloroso este amor nuestro por una
Patria con cuya organización política y social no podíamos mostrarnos conformes. Un régimen de
injusticia capitalista había sido sustituido por otro de anarquía social; los dirigentes políticos
engrosaban sus arcas y las gentes del pueblo desfallecían por los campos y las calles en un
patético y vano esfuerzo por sobrevivir. Las familias se agrupaban en torno a un pañuelo,
solicitando la limosna de unos céntimos porque estaban en paro. Eran enjutos, silenciosos, y
tenían los ojos enloquecidos. Otros mataban a los patronos, incendiaban las mieses, destruían
las máquinas; estos tenían enloquecida el alma.
Y en nombre de la libertad se daban mítines comunistas los domingos, se acusaba a las
monjas de repartir caramelos envenenados y se hacían grandes negocios, suculentos negocios,
importando un trigo que nunca habría de ser pan, favoreciendo fletes que nunca habrían de llegar
al pueblo.
Quisiera ser imparcial, aunque en caso tan doloroso como éste resulte difícil serlo. La Falange
vino al campo de lo social con su doctrina de unidad. Ni de derechas ni de izquierdas: patronos,
técnicos y obreros unidos en un sindicalismo de tan antigua raigambre gremial española,
jerarquizados en vertical. Todos al servicio de esa causa tan noble y tan olvidada, tan
nauseabundamente interpretada en otras ocasiones, como es la justicia social. Para ello había
que dañar muchos intereses, arremeter contra personas que se consideraban unidas a nosotros
por ese término vago y blando que entonces llamaban derechas. Quedó bien establecido que la
Falange no era de derechas ni de izquierdas, que el burgués estaba tan alejado de nosotros
como el mismo cabecilla socialista.
El burgués cobarde, egoísta, atento a sus digestiones y olvidado del hambre de los demás,
que presumía de admirador de Moscú; el burgués que obtenía una renta del esfuerzo ajeno, sin
preocuparse de sus deberes, ni del abandono, ni de la transida desesperación de los que para él
trabajaban. El burgués que falsificaba las elecciones para que los políticos le garantizasen sus
tapujos. El burgués estaba también enfrente de nosotros.
Falange explicó claramente a los oprimidos sus derechos y sus deberes, les devolvió su
dignidad. Fue la fuente de agua clara que se abre a la ciénaga con el loco y maravilloso propósito
de limpiarla de impureza.
Y la locura se cumplió. De todas partes vinieron a nosotros, y nuestros Sindicatos se cuajaron
de hombres en el fondo de cuyas miradas comenzaba a titilar, como una estrella que se acerca,
una esperanza jamás adivinada hasta entonces.
Gentes de bien, de todas las clases sociales, nos ofrecieron su ayuda y su experiencia. La
unidad social podía ser posible. También intentaron romperla por el crimen y la violencia.
¿Qué podía hacerse si Vara, jefe del grupo de panaderos de nuestra Central Obrera
Nacionalsindicalista, era asesinado a traición cuando salía de nuestro centro en la Cuesta de
Santo Domingo?
¿Qué podía hacerse si Cuéllar moría a manos de las turbas y su cadáver era salvajemente
profanado?
¿Qué podía hacerse si en el negro telón de fondo de nuestras concentraciones aumentaba
cada día el número de nuestros caídos y al lado de los estudiantes y empleados aparecían
obreros y campesinos?
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
¿Qué podía hacerse si los jueces venales o atemorizados condenaban fuera de toda justicia a
nuestros camaradas?
José Antonio habló de la dialéctica de los puños y de las pistolas y supo emplearla cuando
comprendió que se había agotado toda clase de posibilidades.
A la muerte del camarada Cuéllar, la primera línea de la Falange puso el contrapunto de sus
pistolas y se lanzó abiertamente a la lucha.
¿Quién de la vieja Falange no recuerda las manifestaciones, tiroteos y asaltos a centros
comunistas y socialistas por toda la geografía española?
¡Cuántos y cuántos hechos podrían relatarse! ¡Cuántos episodios heroicos y desprendidos de
aquellos camaradas nuestros que sentían a España y que le habían hecho previamente la oferta
de sus vidas!
Buen título este de la Falange en la calle. La calle era la que había que conquistar; las gentes
que paseaban sus preocupaciones, los trabajadores que ocupaban las obras, los oficinistas que
acudían a sus empresas, los comerciantes que alzaban sus cierres, los estudiantes que se
agolpaban a las puertas de la Universidad, los militares que iban a sus cuarteles... Todos, todos.
En la calle estábamos luchando y en la calle estaba trémula, desorientada, mísera, herida y
admirable, nada menos que España.
Cuando en un último esfuerzo el Gobierno del Frente Popular detuvo a José Antonio y a casi
toda la junta Política para desarticular aquella Falange cada día más poderosa, para dejarla
desorientada y sin mando, también fuimos a la calle.
Era preciso demostrar que la Falange vivía su propia vida, que nada, ni siquiera la detención -
o el asesinato- de su Fundador podía detenerla ya en su camino, que José Antonio mandaba
estuviese o no presente. La calle de Alcalá, castiza y poblada, vio salir a nuestras escuadras en
un despliegue espectacular y conseguido. Fue una fecha decisiva.
Era una gloria escuchar «Arriba España» en aquella avenida tan nuestra, tan madrileña, que
nos querían arrebatar, la calle de Alcalá que se había ensombrecido de pasquines, de letreros
blasfemos, de miseria y abatimiento.
Sí, había que ganar la calle, y aquel día la ganamos. Costó sangre una vez más, pero la
ganamos.
Quiero terminar aquí un relato que podría ser interminable. Nunca olvidaré la imagen. La calle
de Alcalá, desierta, ya ante nuestro paso se abría como un gran surco,
como una promesa de cosecha. El 18 de julio de 1936 los falangistas, con todos los buenos
españoles, continuaban la reconquista de España.
***
La Falange volvió a la calle con el corazón en paz y el vítor en los labios. Fue el 17 de julio de
1961, para conmemorar el XXV aniversario del Alzamiento Nacional. Había combatido en todos
los frentes, tenía heridas de todas las metrallas. Con otoño en las sienes y juventud en el paso
desfiló ante su Jefe, Francisco Franco. Su aire era alegre bajo las banderas victoriosas. Sabía
que el triunfo había llegado, pero también sabía que la Revolución debía continuar.
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
azar o de una moda intelectual, sino revelación de una actitud profunda, porque amaba la
disciplina, la inteligencia, la pureza metódica, la claridad y la elegancia del saber. El pondría
luego en los odres clásicos el vino añejo de su fe cristiana y el nuevo vino de su esperanza de
España. Pero le repugnó siempre que estas creencias esenciales fueran afeadas con el ropaje
de un pensamiento tosco o de una palabra de estuco y huera. Por eso, cristiano hasta la medula
de su espíritu y patriota hasta el sacrificio, rompió todas las lanzas posibles contra el fariseísmo y
la patriotería, que son dos pecados de la inteligencia contra la Religión y contra la Patria.
Y su invencible pasión por la justicia se vertió siempre dentro del cauce del respeto a la
norma, al Derecho. «He aquí la tarea de nuestro tiempo -dijo a quienes quisieron oírle-: devolver
a los hombres los sabores antiguos de la norma y del pan; hacerles ver que la norma es mejor
que el desenfreno, que hasta para desenfrenarse alguna vez hay que estar seguro de que es
posible la vuelta a un asidero fijo»75.
Fiel a esta concepción del mundo y del destino, llegó a la muerte no con impasividad estoica,
sino con inmensa serenidad cristiana. En algún sentido, como un día Sócrates bajo el sol de
Grecia, José Antonio prefirió morir inmolándose víctima de la injusticia, pero acatando las formas
jurídicas de un tribunal y una ley, para que un día todos los hombres de España pudieran gozar
de la verdadera justicia y de la libertad del espíritu bajo el imperio de una nueva norma, en un
orden jurídico humano y estable.
Y de esta integral disciplina de su pensamiento en la teoría y en la práctica brotó la poética
sencillez de su palabra,. esa palabra que pulió una y otra vez, tenazmente, antes de ofrecerla
como regalo a sus oyentes, reacio a la improvisación o al plagio, como atracos a ese derecho a
la verdad y a la belleza que late en el alma de todos los hombres.
Así, por su amor a la sabiduría, al preciso saber de las cosas humanas y al más alto saber de
las cosas de Dios, sus palabras no se las llevó el viento, el duro viento de España. Están ahí,
intactas en su mensaje más hondo, aunque infructíferas por nuestra culpa muchas veces.
Permanecen, a pesar de nuestros olvidos y de nuestros desalientos, porque son todo menos
soflamas de mitin, hojas secas de un otoño sin savia. Nos incitan siempre al diálogo con su rigor
lógico y su poesía. Son idea y gracia, quintaesencia de una contenida y heroica elegancia
espiritual.
II. LA MISIÓN DE LA UNIVERSIDAD
Más de una vez a lo largo de su duro bregar tuvo ocasión José Antonio de dejar traslucir su
pensamiento sobre la esencia y la función de la Universidad. La vio como «un organismo vivo de
formación total» y rechazó que fuese una mera «oficina de expedición de títulos». Por eso pidió a
los estudiantes afiliados al Sindicato Español Universitario que cumplieran rigurosamente, en
primer término, con su deber propiamente profesional y escolar, donde debían aspirar a ser los
mejores. Pero inmediatamente les requirió también para que se adiestraran en las funciones
dirigentes de los futuros Sindicatos y en sus deberes para con España. La Universidad y la
ciencia no podían encerrarse en un aislamiento engreído, sino que tenían que estar «en función
de servicio de la totalidad Patria, y más en España, donde se nos exige una tarea ingente de
reformación»76. Este es el hondo y fundamental sentido en que José Antonio ligaba Universidad
y Política. Nada más lejos de su pensamiento sobre la Universidad y de su amor hacia ella que
querer sembrar la discordia en su seno con tensiones y pugnas partidistas. Precisamente soñó
con una vigorosa unidad interna de la Universidad para que desde ella se proyectase luz de
verdad y anhelo de justicia sobre la doliente España. «Estudiar -repitió un día a los jóvenes del
Sindicato Español Universitario- es ya servir a España. Pero entonces, nos dirá alguno, ¿por qué
introducís la política en la Universidad? Por dos razones: la primera, porque nadie por mucho que
se especialice en una tarea, puede sustraerse al afán común de la política; segunda, porque el
hablar sinceramente de política es evitar el pecado de los que, encubriéndose en un apoliticismo
hipócrita, introducen la política de contrabando en el método científico»77. Una vez más se
alzaba contra el espurio e inauténtico, contra quienes, abroquelándose en un fingido neutralismo,
llevaban la división al seno mismo de la Universidad. El primer deber de ésta era fomentar los
saberes y transmitir la cultura, pero no para recrearse en un estéril narcisismo, sino para forjar la
levadura de una Patria mejor. Por eso se alegraba de que los estudiantes se fueran adiestrando
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JOSÉ ANTONIO Actualidad de su doctrina
Este fue el hombre que la Universidad española de los años veinte -aunque quebrantada y
rota- puso para siempre en la Historia. Nada menos que todo un hombre que amó inmensamente
la paz del pensamiento y la suavidad del diálogo, pero que por el peso del destino tuvo que
luchar, incluso con acción directa, hasta la muerte. Así fue José Antonio el universitario, que cayó
un día cara al mar de la cultura clásica, como si quisiese salvar con la suprema elegancia
cristiana de su último gesto la esperanza de un futuro diálogo en la justicia y en el amor entre
todos los hombres de España.
NOTAS
73 Homenaje y reproche a don José Ortega y Gasset, en Haz, núm. 12, 5 de diciembre de 1935 (en Obras
Completas, ed.Publicaciones Españolas. Madrid, 1952. Pág. 742).
74 Prólogo al libro ¡Arriba España!, de J. Pérez de Cabo. Agosto 1935. (En Obras Completas, ed. cit. Pág. 642).
75 Prólogo al libro ¡Arriba España!, cit. (En Obras Completas, ed. cit. Pág. 642).
76 Discurso en la apertura del Primer Consejo Nacional del SEU. de abril 1935. Obras Completas, ed. cit. Madrid,
1952, pág. 517.
77 Conferencia en la inauguración del curso del SEU, el 11 de noviembre de 1935. (En Obras Completas, ed.
cit.,Pp. 693).
78 Discurso en la clausura del II Consejo Nacional del SEU, el 26 de diciembre de 1935. (En Obras Completas, ed.
cit.,Pp. 797).
79 Discurso en el acto constitutivo del SEU, en Valladolid, el 21 de enero de 1935. (En Obras Completas, ed.cit.,
pág,. 394).
80 Cfr. en Obras Completas, ed. cit., págs. 339-340. 81 Puntos programáticos antes citados y discurso en Cáceres
el 19 de enero de 1936. (En Obras Completas, ed. cit., pág. 842).
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Hay razones en la historia de una vida en las que nos da un vuelco el corazón, porque está
demasiado cargado de emociones o porque se ha vaciado de amor. Hay razones en la historia
de un pueblo en las que hasta la geografía rechaza las pisadas en babuchas que golpean sus
calzadas. Hay circunstancias en las que todo en el aire es rabia, todo en el suelo es polvo, todo
en la boca es amargor. Circunstancias en las que la vida -no sólo el vivir- es problema de
dignidad y se columbra que lo que es no es lo que conviene a nadie. Y menos que a nadie, a la
Patria.
Pues bien, en circunstancias totalitarias de esa índole, sólo el intelectual -o el intelectual entre
todos- resuelve auténticamente su misión, aceptando la responsabilidad total de esclarecer el
problema, alumbrar soluciones, entregándose en alma y vida -es decir, en inteligencia- a la gran
tarea, a la misión. Al intelectual es a uno de los pocos seres a los que en esas circunstancias
totalitarias no le está permitido ser sonámbulo de la inteligencia, sino que se le exige estar
despierto y despertar a los demás.
Una de las deficiencias de la función intelectual consiste en trabajar con esquemas mentales,
en reducir a ideas los músculos, en angelizar esqueletos o en poner candelabros a las miradas.
Es decir, a desencarnar la realidad al entenderla. Una de las virtudes de la función política la
encontramos en la real servidumbre a lo que realmente es y aparece, al fondo de irracionalidad,
de pecado original que el pueblo cultiva amorosamente o dolorosamente en el huerto de sus
padres, en el suyo propio y en el de sus hijos. Cuando un tipo de intelectual, como José Antonio,
se siente atraído por la política ante el clamor de una Patria desconcertada y desconcertante,
ejerce su actividad política desde el rigor y la clarividencia del intelectual. Las tentaciones de
cobardía que al intelectual le asaltan en cada línea de su conducta las venció José Antonio al
contemplar el heroísmo emocionante de los camaradas «no intelectuales». En este sentido, bien
podemos decir que José Antonio fue el intelectual que mejor comprendió la cobardía de sus
colegas y el heroísmo de los que apenas si sabían leer en la tinta a fuerza de leer en los surcos.
Me atrevería a decir que José .Antonio cumplió como político una gran misión intelectual:
enseñó a leer a los españoles el idioma que convenía a España, un idioma común a los
españoles todos, inteligible para España. Libró -intentó librar- a los intelectuales del pecado que
les es capital: el de inventar un lenguaje que sirva exclusivamente para hablarse ellos entre sí,
dejando al pueblo en la mudez y a la intemperie.
José Antonio -y no es retórica vana- salvó la misión de los intelectuales al confiarles una
misión más alta, en la que los valores religiosos y los poéticos ejercieran una función de
inteligencia, sin desencanto posible. Devolvió la importancia al intelectual, exigiéndole
responsabilidad y fidelidad.
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condenado, que adoptaba una actitud laica frente al hecho religioso y que subordinaba los
intereses de la Iglesia a los del Estado.
El escándalo fue grande, pero no produjo el efecto que los adversarios imaginaron desde el
primer momento. José Antonio sintió la traición del amigo, y a su nota contestó con otra muy
serena y rebosante de buen humor. Estaba seguro de la ortodoxia de su programa doctrinal «que
coincidía -afirmaba- con la manera de entender el problema que tuvieron nuestros más preclaros
y católicos reyes [...] Además -añadía humildemente-, la Iglesia tiene sus doctores para calificar
el acierto de cada cual en materia religiosa». En cuanto a sus propias convicciones, no admitía
dudas ni sospechas maliciosas. Jamás disimuló su fe ni en sus palabras ni en su manera de
obrar. «Yo soy católico convencido», había dicho a Francisco Bravo en una carta particular unos
meses antes del incidente. Era católico, pero a la manera del siglo XX. «La tolerancia es ya una
norma inevitable impuesta por los tiempos», y aceptada siempre, podríamos decir, si no por la
sociedad católica, sí por la Iglesia católica. «A nadie puede ocurrírsele hoy perseguir a los
herejes como hace siglos, cuando era posiblemente necesario». Conformes también, y conforme
con estas palabras finales de aquella efusión hecha en la intimidad de la amistad: «Nosotros
haremos un concordato con Roma en el que se reconozca toda la importancia del espíritu
católico de la mayoría de nuestro pueblo, delimitando facultades». Es verdad que él admitía en la
hermandad sagrada de la Falange a cuantos quisiesen compartir sus ideas políticas sin
preguntarles sus sentimientos religiosos, pero estaba seguro de que a su lado el espíritu más
descreído, el tránsfuga del marxismo o del socialismo, el mismo ateo, encontrarían un clima
espiritual y tal vez un camino hacia la fe. En una carta bien conocida, había escrito estas certeras
palabras: «En España, ¿a qué puede conducir la exaltación de lo genuino nacional sino a
encontrar las constantes católicas de nuestra misión en el mundo?» No era una orden religiosa lo
que José Antonio fundaba, sino una institución política, pero una institución política que suponía
para todos sus adeptos un acercamiento al sentido más profundo de la España auténtica, al
mundo del espíritu, a las más hermosas verdades del alma y a un concepto de la vida que
empezaba por reconocer que el hombre es portador de valores eternos. Si José Antonio, tal vez
por considerarse indigno del título de misionero de Dios, aquella gran amplitud de espíritu,
aquella maravillosa tolerancia, que debían formar el clima de la Falange, eran ya de suyo
ejemplares y misioneras, y a ellas se unía, según el consejo del Fundador, «la propaganda con la
ejemplaridad de la conducta» -esto era verdad sobre todo en el Jefe-, sin proponérselo, sin
meterse a predicador, sin mezclar la política con la religión, sin alharacas y sin exhibiciones, su
sencillez en las prácticas religiosas atrajo a muchos de los que le rodeaban a la aceptación de las
verdades de la fe y al cumplimiento consecuente con ellas. Los más antiguos camaradas, los que
vivieron en su intimidad durante aquellos años de lucha y de difamación, nos cuentan hermosas
anécdotas, que nos descubren su actitud de hijo sumiso de la Iglesia, como aquella que oí una
vez, si mal no recuerdo, al camarada Julián Pemartín. Invitados ambos a cenar un viernes de
Cuaresma en una casa, donde importaban poco las prescripciones de la abstinencia eclesiástica,
apenas se extendió por el comedor el olorcillo de la carne asada, José Antonio se levantó, y
cogiendo del brazo a su amigo, le dijo: «Vámonos. ¡Sería tan tonto condenarse por una
chuleta...!».
Revelador también es lo que Ximénez de Sandovál nos cuenta como un recuerdo
personalísimo. Era ya en los comienzos del año 36. Una tarde, dice el biógrafo, José Antonio nos
pidió a Agustín de Foxá y a mí que le acompañásemos la próxima Cuaresma a hacer ejercicios
espirituales. Como el ilustre poeta y yo ensayásemos alguna resistencia, él, seriamente, nos dijo:
«Os harían un gran bien. Yo he hecho dos veces este retiro, una de ellas con ocasión de una
gran crisis espiritual, y me sirvieron de gran alivio y vigorización». «Si nos lo ordenas, iremos
contigo como falangistas subordinados», contestó Foxá. Pero él replicó vivamente: «Yo no puedo
ni debo mandar eso como Jefe. Os lo aconsejo como amigo. Ahora bien, si no os ponéis a bien
con Dios y os toca caer un día, no aleguéis allá arriba el acto de servicio para libraros del
infierno».
Los acontecimientos se precipitaron. Vinieron las elecciones, el hundimiento de las derechas,
el desencadenamiento de la barbarie, la persecución, los procesos, la Cárcel Modelo, Alicante.
En el retiro de la cárcel, donde haría aquellos últimos ejercicios proyectados. Y tras ellos vendría
la liberación, la victoria final, la inmortalidad a través de la muerte. Le mataron los rojos, porque
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sabían muy bien que su doctrina era el más poderoso valladar frente a sus organizaciones
marxistas y españolas; pero pudieron haberle matado muchas gentes de orden que le miraban
como un apestado o como un aguafiestas, o como un desertor de los círculos aristocráticos, que
por pura vanidad se entregaba a actividades indignas de su apellido y de su tradición familiar.
Hoy todo aparece claro y lógico: el fervor españolista del Fundador se armonizaba con una
conciencia perfectamente católica; las consignas revolucionarias, que tanto asustaban a muchos
espíritus timoratos, van poco a poco haciéndose realidad, y desgraciados de nosotros si no
logramos implantarlas íntegramente; los clamores de justicia social tan similares a los postulados
de la encíclica Mater et Magistra, ya no pueden extrañar a nadie después que tantas voces tan
altas y tan prestigiosas han venido desde las cimas de la jerarquía eclesiástica o desde las
esferas de la Universidad a juntarse con aquella voz que parecía surgir solitaria entre la
polvareda de las pasiones políticas.
La incomprensión fue acaso uno de los más grandes dolores de José Antonio en su última
hora. «Me asombra -dirá poco antes de morir- que aún después de tres años, la inmensa
mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a
entendernos, y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima información». Por un lado,
sólo veía saña; por otro, antipatía.
Como sucede con frecuencia, la comprensión empezó a abrirse camino con la muerte, aquella
muerte sublime que en una vida tan lógica corno aquélla no podía ser de otra manera, aquella
muerte en que el heroísmo adquiere toda su grandeza, los valores humanos todo su esplendor y
el sentimiento cristiano su más bella y genuina manifestación. Se había cumplido una misión
histórica trascendente, sólo quedaba sellarla con la sangre. Conocemos los gestos, las palabras,
los escritos de las veinticuatro últimas horas, aquellas cartas bellísimas a los familiares y a los
amigos, aquel testamento admirable. Es la muerte del caballero cristiano, que siente morir en
plena juventud, pero que se entrega generosamente. Ni jactancia, ni debilidad, ni apocamiento, ni
fanfarronería. Una serenidad plena, una calma espiritual admirable; una
previsión y una clarividencia que llena de asombro a cuantos le rodean. Su mirada se dirige
con la emoción del recuerdo hacia cuanto había amado en este mundo: hacia aquella España
rota y desangrada, hacia aquella Falange perseguida, cuyo porvenir incierto le preocupa, hacia
aquellos camaradas a quienes él había lanzado al combate. «Hasta el final os acompañará mi
afecto». No le tiembla el pulso, la fe le sostiene. Es entonces cuando aparece con toda su fuerza.
Ahora las consideraciones de la prudencia, necesarias en la propaganda política, habían
terminado. Era el momento de la verdad, de la gran realidad: Dios; el momento en que para un
hombre realista y con profundas convicciones, el político debía eclipsarse ante el cristiano:
Pensemos en Carlos y en el mismo Napoleón: «Espero la muerte sin desesperación, pero ya te
figurarás que sin gusto». ¡Qué confesión tan noble! ¡Qué belleza en esta sinceridad! De su carta
a su tía la monja son estas palabras: «Dos letras para confirmarte la buena noticia de que estoy
preparado para morir bien, si Dios quiere que muera y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios
quiere que viva». ¿Qué hace entre tanto? Lee, reza, escribe, medita, pasea y hasta duerme.
Unas frases a un amigo, una conversación con el sacerdote, unas palabras confortadoras de
Cristo. «Tengo sobre la mesa, como última compañía -escribe a Carmen Werner, una de las
primeras camaradas de la Sección Femenina- la Biblia que tuviste el acierto de enviarme a la
cárcel de Madrid. De ella leo trozos de los Evangelios en estas, quizá, últimas horas de mi vida».
Y en posdata: «Ayer hice una buena confesión». La alegría de la confesión hecha le rebosa en el
alma y en los ojos y salta hasta los puntos de la pluma una y otra vez. Por ejemplo, en carta
íntima a su tío Antón Sáenz de Heredia: «Ayer confesé con un sacerdote viejecito y simpático
que está preso aquí, y estoy lleno de paz». Con esta paz escribe la primera cláusula de su
testamento: «Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión católica, apostólica, romana, que
profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz». Dios cumplió su deseo y le trajo a
descansar al amparo de una Cruz colosal, digna de su grandeza.
Así fue la doctrina y así fue el hombre. No puedo olvidar el estupor de unos y la satisfacción
de otros cuando un prelado insigne de la Iglesia española, el arzobispo de Valladolid, con motivo
del segundo aniversario del 20 de noviembre, ante una asamblea en que estaba representada
toda la España Nacional, proclamó con palabras inolvidables la nobleza de aquel corazón, la
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honradez de aquella vida y la sinceridad de aquella fe. «Él supo vivir -decía- y, sobre todo, supo
morir, como siervo bueno y como hijo bueno de la Patria y de la Iglesia. Y Dios ordenó en su
Providencia amorosísima que el mismo José Antonio nos dejase un retrato sublime de su
corazón en aquellas horas que precedieron a su muerte: su Testamento, prueba palmaria de que
fue un hijo preclarísimo dé España y un hijo ferviente de la Iglesia católica. No era un estoico, era
un cristiano; y el cristiano es divino y es humano [...] El cristiano, por ser divino, por llevar en su
entendimiento la luz sobrenatural de la fe y las aspiraciones sobrenaturales de la esperanza en el
corazón, y los ardores de la caridad en la voluntad, no por eso deja de ser humano; más aún:
aquellas fuerzas sobrenaturales aumentan, vigorizan y exaltan todas las fuerzas ordenadas de la
naturaleza humana. Ved, pues, a José Antonio valiente, activísimo, denodado hasta el sacrificio,
hasta la muerte, y a la vez de corazón sensible. No merece le recriminación del Apóstol: sine
afectione [...] Evidentemente, la España que soñaba el Fundador de la Falange es una España
en consonancia con el espíritu español y católico, que informa, y anima, y vivifica, y engrandece,
y sublima su Testamento».
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2.º Que la economía liberal no es una economía de pleno empleo, constatación que se
desprende de la existencia de las crisis y del reconocimiento de sus graves consecuencias.
El gran capitalismo -decía José Antonio- ha eliminado automáticamente la concurrencia al
poner la producción en manos de unas cuantas entidades poderosas. Esta referencia concreta al
capitalismo que hemos venido en llamar «molecular y monopolizador», la hacía porque reconocía
la posibilidad de que existiera la competencia en el capitalismo de pequeñas unidades, aunque
esa existencia fuera, en la práctica, ilusoria, al menos por parte de la oferta.
El espectáculo de «la gran depresión» de los años 1929 y sucesivos ha dejado profundas
huellas en las personas de sensibilidad, quienes quedaron vivamente impresionadas por el
terrible paro obrero originado. José Antonio, para quien el paro era una de sus fundamentales
preocupaciones, no admitía que los desequilibrios de la economía liberal la convirtieran, por la
práctica del «laissez faire», en una economía de subempleo y se condenara al obrero a verse
impedido de su única fuente de subsistencia.
La situación injusta creada por el capitalismo hace nacer, como expresión de reivindicaciones
igualitarias e incluso de sentimientos nobles, el socialismo, al que bien pronto sus dirigentes -en
frase de José Antonio- le convertirían en un medio de ventajas y medios personales o de saldar
una deuda de rencor contra la tiranía de los poderosos. Justifica el advenimiento del socialismo,
ante el que no se asusta por lo que supone de renovación en el orden económico, pero considera
inaceptable, como buen cristiano, «una organización social de convivencia basada únicamente
en el fin de la producción» (Enc. Quadragesimo Anno», no sólo indiferente a la espiritualidad,
sino abiertamente hostil a ella.
Rechaza, pues, al mismo tiempo, el liberalismo económico y el marxismo materialista, como lo
repudiaba León XIII en su gran encíclica Rerum Novarnm, que marca un hito decisivo en el orden
de las ideas sociales. Desea establecer un orden nuevo que, sin absorber al individuo en el
«panteísmo estatal», proteja a las clases desheredadas, porque. el «laissez faire» y su alegre
optimismo, que confía al interés particular la misión de lograr el bien común, son contrarios al
espíritu del dogma.
Preconiza, por consiguiente, un sistema económico nuevo que constituya una tercera
solución, a igual distancia del capitalismo liberal, en el que el Estado permanece en calidad de
espectador de los antagonismos sociales y de los conflictos económicos y del socialismo
planificador, que toma directamente las riendas de la producción, con el fin de administrar por sí
mismo los intereses económicos de la nación.
EL PROBLEMA ECONÓMICO DE ESPAÑA.
Su fuerza de abstracción no impide a José Antonio penetrar el problema particular de la
economía española. No pasan inadvertidas para él sus posibilidades, limitaciones e imposiciones
externas. Su constante peregrinar por las tierras de España le hacen vivir intensamente los
problemas económicos, y piensa en la sustitución del orden económico existente por otro nuevo
que esté al servicio de la gran unidad de destino que es la Patria.
El pensamiento económico de José Antonio se orienta fundamentalmente hacia la tierra, el
sistema financiero y la industria. La interpretación real de los hechos le lleva a atacar al
capitalismo en su triple faceta y proponerse en sus programas acometer las reformas agraria,
crediticia c industrial.
Centra el Fundador su más vivo interés en esa «gran parte de esta tierra española, ancha,
triste, seca, destartalada, huesuda, como sus pobladores», que «parece no tener otro destino
que el de esperar a que esos huesos de sus habitantes se le entreguen definitivamente en la
sepultura». No ignora las dificultades derivadas de las limitaciones de un suelo y clima hostiles,
que habían de superarse para acometer la reforma económica y social de la tierra, lo que haría
redoblar los esfuerzos. Para él, la reforma agraria -lo dijo en el discurso de clausura del II
Consejo Nacional de la Falange- «es la reforma total de la vida española», pues entraña la
revisión de. las condiciones demográficas, económicas, técnicas, financieras y jurídicas del agro
español. La reforma agraria, en su doble faceta, económica y social, debe, según él, delimitar las
áreas habitables y cultivables, racionalizar las unidades de cultivo, crear un verdadero crédito
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Las relaciones entre trabajadores y empresarios constituyen otro punto fundamental del
pensamiento económico-social del Fundador. La lucha de clases no sólo ignora la unidad de la
Patria, sino que «rompe la idea de la producción nacional». Patronos y obreros, en su afán de ver
prevalecer sus intereses respectivos, acaban por «destruirse y aniquilarse». En cuanto el
socialismo dejó de ser un movimiento de redención y propugnó la lucha de clases como esencia
normativa para el logro de aspiraciones exclusivamente materiales, perdió su valor moral, porque
del antagonismo entre los hombres no surge obra constructiva alguna, sobre todo cuando hay
fórmulas de opción verdaderamente viables y conciliatorias, que vislumbraba el mismo José
Antonio al considerar a dirigentes y trabajadores como un todo orgánico. Las clases laboriosas
no eran para él simples ejecutoras silenciosas, sino eficaces colaboradoras en las empresas,
cuya participación en su gestión e incluso «en la gran tarea del Estado nacional», no atentaba a
la unidad de dirección que requiere toda obra colectiva.
El paro obrero es otro de los temas que obsesiona al Fundador. Por ello, oponiéndose una vez
más a la economía liberal, que no es economía de pleno empleo, proclama en el punto 15 de la
norma programática de la Falange, el derecho de los españoles al trabajo y el deber de los
Poderes públicos de sostener a los que se hallen en paro forzoso. Mas la gran verdad de su
propio credo le impide hacer concesiones a las masas, y seguidamente, en el punto 16, insiste en
el deber del trabajo, que incumbe a todos los españoles no impedidos. Lo que José Antonio
desea es la plena armonía de los hombres para poder llevar a cabo la tarea ingente de elevar el
nivel de vida de todos y cada uno de los españoles, lo que no podría realizarse viviendo unos a
costa del esfuerzo de los demás. A cada cual incumbe su propia responsabilidad, y sus
relaciones deben estar inspiradas en el principio de la solidaridad humana
Constatemos, resumiendo, que José Antonio ve lo económico y lo social en perfecta
simbiosis, porque del mismo modo que no cabe pensar en resolver la cuestión social sin una
reorganización «de arriba abajo», total, de la economía, carecería ésta de contenido si no
estuviera orientada a asegurar la justicia social.
EL SINDICALISMO VERTICAL
La reorganización plena y total de la economía requiere la colaboración de las fuerzas
productivas, integradas corporativamente en un sistema de Sindicatos verticales, por razones de
producción, y de ellas con el Estado que debe estimular la iniciativa privada y suplirla donde no
exista o cuando se produzca estancamiento en los sectores de producción, si no se quiere caer
en el desorden irremediable que permite que los débiles sufran los abusos de los poderosos.
La solución joseantoniana no es el sistema corporativo, sino el sindicalismo vertical, fórmula
inspirada en los principios naturales de la conciencia, difícil de plasmar en la realidad si no se le
da un impulso cristianamente renovador, pero que, llegado a su madurez, desarma a sus
detractores y asombra a los que voluntariamente nos ignoran. Es, como en varias ocasiones ha
manifestado nuestro Caudillo, una solución, para nosotros la única, por su condición vertical, total
y unitaria, que responde al criterio del ciclo económico, a la par que coloca en un plano de
igualdad a empresarios, técnicos y trabajadores y supera la lucha de intereses entre unas clases
y otras.
Propugna asimismo la jerarquización, como principio esencial de toda organización social, la
disciplina y servicio en el capital y en el trabajo, para armonizar los intereses al bien colectivo.
Repudia todo instrumento coactivo de unas clases y otras, huelgas y despidos arbitrarios, porque
considera que los problemas que afectan a las partes en litigio pueden y deben resolverse en
forma pacífica o arbitral.
Pensaba clarividentemente José Antonio que el Sindicato, con la familia y el municipio, como
unidad natural de convivencia, en su madurez, pasaría a tener una participación activa en la vida
política del país.
En su esquema político, José Antonio no sólo fijó la visión filosófica de la Revolución
Nacionalsindicalista, sino que indicó cómo debía llevarse a buen término y creó instrumentos
dinámicos para enfrentarse con realidades presentes o futuras. Se adelantó, además, a fórmulas
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que hoy comienzan a establecerse en otros países, aunque, como decíamos al principio, traten
de adaptarlas a unas instituciones más o menos caducas.
No podemos resistir la tentación de examinar los avances realizados por la Organización
Sindical Española en su calidad de organismo natural de convivencia en lo económico y en lo
social, pues son los hechos los que corroboran el valor y la fuerza de una doctrina. Pero no nos
limitaremos a constatar los progresos logrados en el ámbito sindical; procuraremos, además,
hacer un ligero balance de las realizaciones nacionales, cuya inmensa mayoría son
consecuencia de la potencia explosiva, del potencial revolucionario del pensamiento
joseantoniano.
BALANCE DE REALIZACIONES
En el terreno propiamente sindical, mientras la Ley de Unidad Sindical, de 26 de enero de
1940, asienta, dentro del ordenamiento jurídico positivo, el principio de hermandad entre los
representantes del capital y del trabajo, la de 6 de diciembre de 1940 establece las bases de la
ordenación económica y social de la producción, inspirándose ambas en el Fuero del Trabajo.
Las Leyes Fundamentales, posteriores, reconocen a los Sindicatos su carácter político
representativo, para llegar, en la Ley de Principios del Movimiento, de 17 de mayo de 1958, a
conferir a la Organización Sindical el rango de pilar básico de la estructura política del Estado.
Hoy, la presencia de nuestra Organización Sindical en la vida política del país responde
enteramente a lo que José Antonio pretendía. Que luego nosotros no nos sintamos totalmente
satisfechos por los defectos que aparecen no significa que la presencia de los Sindicatos en los
organismos públicos no constituya un éxito, toda vez que los objetivos y fines del Sindicalismo no
han permanecido inalterables. Nuestros Sindicatos están presentes en las Cortes y Municipios,
Mutualismo Laboral, Instituto Nacional de Previsión y, en el sector social, en el Instituto Social de
la Marina, Instituto Nacional de Medicina y Seguridad en el Trabajo, Universidades Laborales,
Escuelas Sociales, Seguro Obligatorio de Enfermedad, Servicios Portuarios y de Reaseguros de
Accidentes de Trabajo y en el Consejo de Trabajo. En el plano económico, en el Consejo de
Economía Nacional, Banco de España, Comité de Crédito a Medio y Largo Plazo, Consejo
Superior Bancario, Jurados Centrales de Hacienda, Junta Superior Consultiva de Licencia Fiscal
del Impuesto Industrial, Junta Superior Arancelaria, etc. Interviene en organismos específicos del
medio agrosocial de educación y cultura, vivienda, etc., y traspasa las fronteras para acudir a
organismo públicos y privados internacionales.
En el ámbito nacional, los planes y programas económicos, la creación de empresas públicas
-para suplir a la iniciativa privada o como consecuencia de los estancamientos producidos en
determinados sectores productivos-, la extensión del crédito público, la lucha contra el paro, el
acelerado ritmo de los convenios colectivos, la mejor ordenación fiscal y bancaria, las obras
sociales de vivienda, sanidad y previsión, han seguido la pauta de esa revolución ordenada y
paulatina que José Antonio quería realizar para el engrandecimiento de la Patria. Y si España ha
ofrecido un magnífico ejemplo de vitalidad en todos los órdenes, porque ha arrancado de una
economía deshecha y un pueblo aniquilado por una guerra interna, en un ambiente internacional
lleno de hostilidad, el punto de partida de nuestro progreso hay que buscarlo en la fuerza
vigorosa del pueblo español, que pudo al fin encontrarse a sí mismo, para dejar de ser una masa
gregaria de ciudadanos y aglutinarse, siguiendo la trayectoria ideológica del Fundador, en una
comunidad nacional articulada orgánicamente, donde la voluntad del hombre está totalmente
subordinada al bien colectivo.
El esfuerzo de José Antonio no fue estéril y su ideario sigue perenne y realizándose en la
España de hoy.
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hace concurrir en su ayuda a los otros sectores con medidas financieras, técnicas, crediticias,
etc.
Particular mención requiere la racionalización de unidades de cultivo. Para José Antonio, la
cuestión batallona no era el latifundio ni el minifundio -bien claro lo dijo el 23 de julio de 1935, en
pleno Parlamento-, sino la determinación de las unidades económicas de cultivo. Por eso en el
punto 18 matiza «latifundio desperdiciado» y «minifundio antieconómico»; él está convencido de
que dos medidas son indispensables para la economía agraria española: la nueva delimitación
de superficies cultivables y, dentro de ella, la creación de las unidades de cultivo adecuadas, que
serán de tantos tipos y características como requiera la diversidad del campo español. Oigámosle
en su citado discurso del 17 de noviembre de 1935 cómo desarrolla estos dos extremos.
«Una gran parte de España es inhabitable, es incultivable. Sujetar a las gentes que ahora
viven adheridas a estos suelos es condenarlas a la miseria para siempre. Hay eriales que nunca
debieron ser eriales; hay pedregales que no se debían haber labrado nunca. Así, pues, lo primero
que tiene que hacer una reforma agraria inteligente es delimitar las superficies cultivables de
España, delimitar las actuales superficies cultivables y las superficies que pueden ponerse en
cultivo con las obras de riego que inmediatamente hay que intensificar. Y después de eso, tener
el valor de dejar que las tierras cultivables vuelvan al bosque, a la nostalgia de los bosques de
nuestras tierras calvas, devolverlas a los pastos, para que renazca nuestra riqueza ganadera,
que nos hizo fuertes y robustos; devolver todo eso a lo que no es el cultivo; no volver a meter un
arado en su pobreza. Una vez delimitadas las tierras cultivables de España, proceder, dentro aún
de la operación económica, a reconstruir las unidades de cultivo». Y a continuación señala las
líneas generales de tres tipos de cultivo: grandes cultivos de secano, cultivos pequeños
normalmente de regadíos o de zonas húmedas -en las que anunció como necesidad la
concentración parcelaria- y, finalmente, las zonas de monocultivo con grandes oscilaciones de
empleo de mano de obra.
Tenía José Antonio el firme convencimiento de que de estas dos medidas encaminadas
resultaría más tierra cultivable y mejor distribuida de como lo estaba antes de aplicarlas. La
política de regadíos constituyó una constante en su pensamiento. En el escrito dirigido a los
labradores -«Hojas de la Falange», 5 de noviembre de 1935- afirmaba, después de reiterar la
«aceleración de las obras hidráulicas llamadas a fertilizar tantas tierras sedientas», que «donde
hay que instalar al pueblo labrador de España es sobre las tierras buenas, sobre las que hay y
sobre las que se pueden fertilizar con los riegos». Y más adelante: «Para eso habrá que
sacrificar a unas cuantas familias, de no grandes labradores, sino de capitalistas del campo; es
decir, de gentes que sin riesgo ni esfuerzo sacan cantidades enormes por alquilar sus tierras al
labrador...».
Y ya estamos considerando la organización social de la agricultura a que se refiere el punto 19
de la Falange: la redistribución de las tierras cultivables y el asentamiento en ellas de los
agricultores trasladados en zonas estériles. Su fin: instituir la propiedad familiar y agrupar a los
labradores en sindicatos fuertes y eficaces. He aquí el lado humano de la cuestión. El hombre es,
en definitiva, el destinatario del bienestar que con la reforma se busca. Por ello, José Antonio
glosa y explica este aspecto también en su discurso de clausura del II Consejo Nacional.
«¿En qué consiste -se pregunta-, desde un punto de vista social, la reforma de la agricultura?
Consiste en esto: hay que tomar al pueblo español, hambriento de siglos, y redimirle de las
tierras estériles donde perpetúa su miseria; hay que trasladarle a las nuevas tierras cultivables;
hay que instalarle, sin demora, sin espera de siglos, como quiere la ley de contrarreforma agraria,
sobre las tierras buenas. Me diréis: ¿Pero pagando a los propietarios o no? Y yo os contesto:
Esto no lo sabemos; dependerá de las condiciones financieras de cada instante. Pero lo que yo
os digo es esto: mientras se esclarezca si estamos o no en condiciones financieras de pagar la
tierra, lo que no se puede exigir es que los hambrientos de siglos soporten la incertidumbre de si
habrá o no habrá reforma agraria; a los hambrientos de siglos hay que instalarlos como primera
medida; luego se verá si se pagan las tierras; pero es más justo y más humano, y salvar a más
número de seres, el que se haga la reforma agraria a riesgo de los capitalistas que no a riesgo de
los campesinos».
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***
Expuestas ya las líneas generales del pensamiento de José Antonio, pública y valientemente
expresadas por él, no sólo en las ocasiones que citamos, sino en cuantas se le presentaron,
parece conveniente preguntarnos hasta qué punto estas líneas de conducta han informado la
política agraria del Movimiento Nacional.
No puede olvidarse, al hacer estas consideraciones, desde 1939 a la fecha han existido
circunstancias ajenas a la política general del país que en muchos casos han impedido una plena
aplicación de los puros principios doctrinales. La parte que la política tiene de pragmatismo
presiona, quiérase o no, sobre sus resultados doctrinales, que así tienen que ser considerados y
justificados.
Hecha esta advertencia previa,. no puede negarse la proyección de la doctrina joseantoniana
sobre los problemas agrarios del Movimiento. La política de aceleración de obras hidráulicas,
abandonando el puro criterio del aprovechamiento hidroeléctrico para completarlo de modo
principalísimo con la transformación en regadío, es de una evidencia tal que viene a constituir sin
duda una de las realizaciones más espectaculares del Movimiento. La delimitación de áreas
cultivables a través de planes de laboreo, mejoras de pastizales, señalamiento de zonas
forestales, por no citar otras medidas, han extendido por todas las tierras españolas un principio
de ordenación de cultivo que, reiteradamente pedido por las asambleas de Hermandades, está,
sin embargo, pendiente de un definitivo reajuste. La redistribución de la tierra cultivable mediante
un régimen justo de expropiaciones de interés social y en la distribución de tierras en grandes
zonas regables, en la recomposición predial en las zonas de concentración parcelaria, la creación
de patrimonios familiares con su regulación propia, las posibilidades de acceso a la propiedad a
determinados arrendatarios; el asentamiento de colonos en las zonas expropiadas, la fijación del
hombre a la tierra mediante el contrato de arrendamiento con plazos mínimos y prórrogas, y en
las aparcerías con posibilidad de conversión en arrendatarios; la mejora de condiciones para el
ejercicio del retracto de fincas rústicas, etc., son otras tantas medidas que han ido contemplando
aspectos urgentes aunque fragmentarios del problema y que esperan una sistematización
armónica de todas ellas. La fijación de unidades mínimas de cultivo, la asignación de plantillas
mínimas de trabajadores por fincas, la creación de unidades de cultivo en las grandes zonas de
regadío y el incremento de la mecanización agrícola son realidades también que vienen a
desarrollar aquella aspiración de reorganizar la explotación agraria. Innecesario parece citar el
Crédito Agrícola, tan conocido del agricultor español, y la llamada colonización de interés local o
pequeña colonización, que hace llegar a cada rincón del ámbito rural la ayuda económica y
técnica necesaria para el mejoramiento de las explotaciones, sin necesidad de recurrir a la usura.
Y en cuanto a la sindicación de labradores, basta con que contemplemos la espléndida red de
Entidades Sindicales del Campo, tanto las 9.000 Hermandades de Labradores y Ganaderos,
como los miles de Grupos de Colonización, de Cooperativas del Campo y de Secciones de
Crédito Agrícola, dentro de cuyos organismos actúa el agricultor, tanto en la esfera pública como
en la privada, pisando fuertemente en el concierto político y económico-social del país, habiendo
llevado al campo una conciencia de su propia fuerza y una gama variadísima de actuaciones,
que van desde temas puramente económicos a los de seguridad social, convenios colectivos,
etc. No parece que en la política de precios agrícolas puedan hacerse iguales afirmaciones; en
efecto, aunque el sector agrario se ha movido en gran medida en un régimen de precios políticos,
lo cierto es que estos han sido tan mínimos, e incluso en ocasiones por bajo del propio coste, que
han mantenido al campo en una situación de escasez de medios que han impedido su más
holgado desarrollo, acusándose una falta de capitalización que le impide romper por sí solo su
depresión. Hubo, sí, un deseo claro de ayudar al campo, pero la política económica general,
puesta en trance de desarrollar sectores, parece que se orientó más intensamente hacia el
desarrollo industrial del país.
No sería justo hablar ni de abandono ni de olvido; simplemente de preferencia, que tendrá sin
duda su justificación, pero que ha mantenido al agricultor español con menor renta por cabeza
que la de los demás sectores. Es cierto que, abordadas, como antes se dice, gran número de
modificaciones estructurales de la economía agraria, es llegado el momento de ir abiertamente a
estimular su desarrollo utilizando la dinámica contenida en aquellas dos medidas del punto 18:
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«Asegurando a todos los productos de la tierra un precio mínimo remunerador y exigiendo que se
devuelva al campo, para dotarlo suficientemente, gran parte de lo que hoy absorbe la ciudad en
pago de sus servicios intelectuales y comerciales»; medidas ambas que significan la necesidad
de un desarrollo armónico entre la economía agraria y el resto de los sectores económicos.
Las recientes consignas dadas por el Caudillo en Burgos son la mejor garantía de que estas
exigencias de justicia, que José Antonio consignó apasionadamente para el campo, van a ser
realidad en un futuro inmediato.
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José Antonio, para las generaciones que no llegaron a conocerle, aparece suspendido
físicamente en el tiempo, eternamente joven, rodeado de ese halo de poesía que le prestaron sus
años mozos, la arrogancia de su vida, el ímpetu de su obra, su misma muerte; porque José
Antonio se ha convertido en el símbolo de una juventud ávida de ideal y pronta a todos los
esfuerzos, y verle como sería hoy, con las huellas inevitables del tiempo, parece disminuir el
prestigio místico de su figura.
En José Antonio se da la paradoja de que le valoren con más justicia y exactitud las
generaciones actuales, que han estudiado su doctrina, que muchos de sus contemporáneos, que
no acertaron muchas veces a despojarle de su condición de hijo del dictador o no dejaron de ver
en él al abogado de fama o al hombre de mundo anteriores a 1933, y no al que sacrificó cuanto
de cómodo y amable le ofrecía la vida por consagrarse a una empresa misionera e ingrata.
Ante la figura y la obra de José Antonio la juventud en general siente una atracción ilusionada,
y aquella parte que no se identifica con él, incluso la que le sea hostil, no le regatea la admiración
y respeto, hasta el punto de decir a veces como argumento de crítica que la doctrina de José
Antonio no ha sido respetada, lo que implícitamente supone el reconocimiento de su valía.
La proyección de José Antonio sobre el futuro histórico de España es inevitable. En efecto,
para nuestra fe y convencimiento de falangistas, la doctrina de José Antonio es lo
suficientemente pura y caudalosa para que, sin necesidad de acudir a ninguna otra y partiendo
de su fuente originaria, vaya adaptándose a las exigencias de cada tiempo y problema, como ha-
sucedido a lo largo de estos veinticinco años, e inspirando las instituciones y obras
consecuencias de esa doctrina. Instituciones que han de continuar realizando la función para que
fueron creadas, perfeccionándose, enraizándose cada vez más en la vida social, creándose las
nuevas que sea preciso, a fin de que el Movimiento, con cuanto doctrinario y orgánicamente
encierra, se halle lo suficientemente institucionalizado para que nadie pueda ignorarle sin llevar a
cabo un acto de fuerza o ilegal.
Pero si admitimos, aunque sólo sea a efectos dialécticos, que esto no sucederá así, esa
proyección se mantendrá igualmente. La doctrina joseantoniana, que tan decisivamente ha
contribuido a dar contenido político a nuestro Movimiento Nacional, no cabe duda que representa
una Revolución, y como tal ha dejado huellas en nuestra mentalidad, hábitos, estilo, y en las
formas y contenido de la vida política española, huellas que son imborrables, irreversibles y
definitivas. Porque esa doctrina no ha nacido sólo para llenar una etapa de nuestra Historia, por
fecunda que sea. No ha sobrevivido por puro azar, sino porque no pertenece al género de
aquellas que se encierran en el rigor de unas fórmulas o en el convencionalismo de unas
definiciones, sino en algo tan profundo y permanente como la vida misma. Busca insertarse en la
sociedad, en aquellos grupos con fuerza propia e independiente, con permanencia y real influjo
en el acontecer social. Constituye un punto de partida en el camino que el mundo tiene
forzosamente que hallar para salir del laberinto en que se encuentra, de la maraña ideológica en
que se debate, provocado por la coexistencia del capitalismo y el comunismo, de la necesidad de
armonizar la libertad de la persona con la autoridad del Estado.
Así entendida, la doctrina joseantoniana sobrevivirá a los hombres de nuestra generación y a
los que nos sucedan, para honor y gloria de José Antonio.
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