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35cm
First Edition
Printed in Canada
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Nota al lector
ese impacto fue agigantándose a medida que su acumen se
manifestaba día a día y que, con los años, ella, prolija, sistemá-
tica y persistentemente, fue transmitiendo a nuestros hijos y
ahora a nuestros nietos.
Indirectamente es también una forma de rendirle un
tributo a su padre, figura central de esta novela, quien forjó una
parte importante de su carácter, de su personalidad y de su edu-
cación y quien, de estar en vida, seguramente se hubiera sentido
muy orgulloso de ver un libro publicado por su Estelita.
No puedo dejar de mencionar que llevar la idea de pu-
blicar su novela a la realidad, fue posible gracias al desinte-
resado apoyo de Yanitzia Canetti, Presidenta de Cambridge
BrickHouse, Inc. quien, cuando le mencioné mi idea, inmedia-
tamente tomó la posta y puso todos sus medios a nuestra dis-
posición. Mi agradecimiento es también extensivo a Manuel
Alemán y Priscilla Colón, quienes tuvieron la tarea de editar el
viejo original, al igual que para Ricardo Potes, quien produjo
el diseño y la excelente portada del libro. A todos, muchísimas
gracias en nombre de nuestra familia y también, sin que ella lo
sepa para no malograr la sorpresa, en nombre de Estela.
Eduardo E. Acosta
Massachusetts, 2008
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I
Caía el sol fuerte, ardiente. Dos figuras se destacaban
con precisión sobre el camino blanquecino y reseco. Era una
hora silenciosa.
El hombre llamaba la atención por su robusta contextu-
ra, todo un sistema de sólidos músculos, de apariencia dura. Su
rostro era lo que atraía la mirada. No tenía la belleza clásica, pero
sí el espíritu, el temple, el indomable orgullo y la tenacidad de los
antiguos caballeros españoles. Decían de él que hubiera sido un
caudillo resonante y ello lo retrataba a la perfección.
Detrás del repiqueteo de sus botas avanzaba, con leve
jadeo, una joven no muy alta, pero que denotaba en su cuerpo
inmaduro todavía una fuerza parecida a la del hombre y en su
boca en formación, ocultas decisiones marcaban sus líneas con
nitidez. Tenía el cabello muy tieso y recogido, el rostro conges-
tionado y sudoroso y las ropas cubiertas de tierra fresca y aún
gimiente. Miraba las huellas del camino y ni siquiera se perca-
taba del ritmo de sus pasos, del movimiento de sus piernas…
Hacía largo rato que habían tomado la ruta que conducía al
pueblo…
El hombre se detuvo y volvió la mirada hacia ella,
quien a su vez lo miró rectamente y en silencio, llegando a las
pupilas de él.
—¿Estás cansada?
—No, todavía —dijo ella.
El padre la observó un minuto más y se aprestó
a continuar la marcha al tiempo que repetía: —Ven, camina a
mi lado.
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II
Desde allí comenzaba el origen de la historia de
Mariéster y su padre, siendo este último, la figura más
poderosa y atrayente.
La rara savia de amor al campo, que nutría a ambos,
los constituía en seres distintos, brillando como exótico tropel
en forma constante, de modo tal que los aislaba y señalaba del
resto del pueblo, de su gente, del lento pero turbulento existir
de su gente…
¿Quién, sino Mariéster, se extendía voluptuosa sobre el
surco fresco y doloroso, cara a la tierra, y se abrazaba a ella para
mitigar su dolor generoso y tibio?
¿Quién, sino ella, lloraba silenciosa ante cada herida
inferida con el rutilante arado aun sabiendo que era necesario
para que esa tierra amada se volcara en madura semilla?
¿Quién, sino Mariéster, galopaba solitaria y seria, para
recorrer la agreste extensión de los caminos —sus caminos—
componiendo en su alma una gloriosa sinfonía del repiqueteo
de los cascos contra el suelo?
¿Y quién, acaso, soñaba con los hilos de agua míseros
que conformaban un poco aquellos paisajes y rogaba para que
continuaran existiendo con su rumor añejo y oloroso?
¿Quién se frotaba alegre los húmedos terrones sobre el
rostro y las manos para sentir el palpitar terrestre y, a la vez, la
fuerza viva y cálida que le era transmitida a su sangre por un
poder desconocido y cierto?
…Y el padre amaba a aquella hija que era para él una
creación pura y exclusiva y con su amor absorbente la domina-
ba con la misma inflexibilidad que lo hacía con sus dominios.
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