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MIRADAS 10

EL CIEGO DEL CAMINO


BARTIMEO. EL CIEGO DE JERICÓ
Música para la oración. Música de fondo para la relajación: Melodías para la contemplación: Vol. 2. Invocación al Espíritu Santo: Ven, oh
Santo Espíritu: Canto Interior 1, 11. He fijado mis ojos en ti y Mírame, Señor de “SEÑALES”. El mirar de Dios es amar y Ayúdame a mirar
con amor de ”Canto Interior I, 9 y 10.

1.- Relajación: ejercicio primero


Adopta una postura donde te encuentres lo más cómodamente posible. Pon lo más
rectamente posible tu espalda y tu cabeza. Reposa tus manos sobre tus rodillas o sobre tus
piernas.
Hazte consciente de algo que está enfrente de ti a la altura de tus ojos; míralo
conscientemente como si tú fueras un espejo donde se reflejara toda tu realidad. No hagas
ningún juicio.
Cierra lo ojos y dirige tu mirada hacia tu interior, hacia tu conciencia. Inspira
lentamente, sin forzar. Siente cómo se llenan tus pulmones y espira lentamente aflojando
tus hombros. Que sientas cómo se relajan tus brazos. Inspira y espira lentamente.
Fíjate en las piernas. Siéntelas desde tu cadera hasta los pies. Relájalas, que se
queden flojas, sin presión alguna. Respira suave y hondamente. Mantén sólo el contacto
con tus piernas que se van relajando, los mismo tus tobillos y tus pies.
Así, de forma relajada, deja que esta serenidad se vaya extendiendo a todo tu ser.
Deja que los hombros se suelten. Relájate más y más. Hazte consciente de todo tu cuerpo
en reposo. Tienes conciencia total de ti mismo/a, relajado/a, abierto/a a todas las
posibilidades.
Mantén esta actitud respirando suave y lentamente. Situado en esta paz, en la
armonía de ti mismo/a. Todo lo que tienes que hacer es “soltar tus inquietudes”, soltar…,
estar quieto/a..., descansar confiadamente en el ser que está en ti... Abriéndote a una nueva
dimensión insospechada... Ahora hazte consciente de la paz y de la armonía, de la fuerza
que se va haciendo presente en ti. Estás concentrado/a, llenando todo el espacio que tú
eres…Dejando que Dios se haga presente en ti. Abandónate en Él. Pon en sus manos el
espejo en que te has visto al principio y deja que todo lo que tú eres sea. Siente cómo el
Espíritu de Dios está junto a ti…, te acaricia…, te envuelve…respira suave y lentamente…
Observa tu respiración: toma conciencia de cómo respiras…Deja que tu diafragma
se relaje…Respira con calma…Relaja todo tu ser: tus piernas…, tus brazos…, todo tu ser.
Dentro de ti hay una fuerza oculta que no utilizas sino en parte muy pequeña… Conserva
el sosiego vacía…Espera, como quien mira al fondo de un pozo esperando la subida del
agua que mana…Tener sólo un poco de clama es ya un gran paso hacia delante.
Observa de nuevo tu respiración: déjate llevar por este mar casi en calma…
2.- Invocación al Espíritu Santo: Os infundiré mi espíritu…
3.- Lectura de la Palabra de Dios: Mc. 10, 46 – 52
Vamos a escuchar la Palabra de vida…
Vamos a escuchar, aquí y ahora, a Jesús…
Vamos a pedirle que nos hable con palabras que en otras ocasiones hemos leído o
escuchado, pero que nos suenen a nuevas y prácticas.
4.- Meditación
Jericó, en Samaría. Tierra de marginación. No pertenece al Pueblo Elegido.
Recuerdo de la Samaritana y el “agua viva”.
Jesús, acompañado de mucha gente…Estás viendo esa comitiva. Ponte ahí en la escena. El
camino. Otra vez en el camino. ¿En busca de qué? ¿En busca de quién va Jesús?
A la orilla del camino, un ciego, cargado de sombras y decepciones, de pobreza y
marginación. Con el oído atento. Lo que oye carga su corazón de esperanza. Jesús pasa.
Oye el rumor de la gente. Y Bartimeo comienza a gritar: -¡Hijo de David, ten compasión
de mí!
En su oscuridad de sus ojos, era la única posibilidad que tenía, gritar. Gritar para que
vieran su ceguera, su pobreza y marginación. Pero hay muchos que lo mandan callar.
¿Quién es él, Bartimeo, para molestar al Maestro del que ellos parece como si se hubieran
apropiado? Pero grita más: ¡ten compasión de mí! Kirie eleisón. ¡Señor, ten compasión!
Jesús se detiene. Jesús siempre pasa y siempre se detiene ante el dolor ajeno. Es que
a Jesús le duelen nuestros dolores. Y dijo: llamadlo.
Y le dijeron: ánimo, ten confianza, levántate, que te llama.
Como a Magdalena: “el Señor está ahí y te llama”. Como hoy, aquí, ahora a mí a ti.
Saltó el ciego y saltó su corazón. Jesús le pregunta: ¿qué quieres que haga por ti?
¿Por qué? Maestro, que vuelva a ver.
Ponte también tú delante de Jesús y atrévete a pedirle lo que más ansía tu corazón.
De lo que más necesitado te sientes.
Bartimeo oye a Jesús que le dice: puedes irte, por tu fe quedas curado. ¿Cómo
miraría Jesús a bartimeo en ese momento?
5.- Canto: he fijado mis ojos en ti

6.- Nosotros somos peregrinos, viajeros de la vida… No vamos solos si no queremos ir


solos. Él nos acompaña. “Yo estoy a la puerta y llamo. El que escucha mi voz y me abre
entraré y comeremos juntos”. “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo….
Demos gracias porque vemos. Otros no ven. Es la marginación.
Demos gracias por la luz de la fe, otros no tienen esa luz interior ni se pueden
asomar a la ventana de la esperanza, no la ven. Siempre vemos con los ojos del alma.
Bienaventurados los que tienen una mirada limpia. Felices los que creen sin haber
visto.
Nos oscurece la mirada, la tierra, el barro del camino de la vida que se nos pega
por los rincones del alma.
Nos oscurece la mirada el polvo, la suciedad de las cosas y actitudes que
acaparamos y tenemos sin que nos sean necesarias para andar ligeros por los caminos en el
seguimiento de Jesús.
Nos aclara la mirada, la inocencia, la sencillez, la pureza de corazón, la humildad
ante la que Dios tiene la partida perdida, la oración de confianza. La fe que suplica.
¿Cómo tienes la mirada? ¿Cómo tienes la fe? ¿Ves a Dios en él y en los otros?
¿Descubres su misterio, su Palabra revelada, a su Hijo? ¿Dudas? ¿Se te resquebraja la fe?
¿Qué hace para aclararte?
Si reconoces tus sombras o tu ceguera….Si no ves claro, grita como Bartimeo:
“Jesús, ten compasión de mí”, “Jesús, ten piedad de mí”.
Sólo reconociendo nuestras carencias, nuestras miserias, podremos gritarle
confiadamente…
7.- Canto: Mírame, Señor, mírame….
8.- Los otros:
Un grupo quiere acallar los gritos del ciego… ¿Acallamos los gritos que surgen
en nuestra interioridad? ¿Silenciamos los gritos de los que no ven en la vida?
¿Acaparamos al Señor sólo para nuestro provecho?
Otro grupo hace con Bartimeo de samaritanos: “Ten confianza, te llama…
¿Nos acercamos a los ciegos de la fe para que se acerquen a Cristo, luz del mundo?
Nosotros somos también luz del mundo. ¿Alumbramos a los demás? “Brille así
vuestra luz ante los hombres para que alaben a vuestro Padre que está en el cielo”.
Que no se pueda decir de nosotros aquello que dijo F. Mauriac: “Qué habéis hecho
vosotros, los hijos de la luz, ¿qué habéis hecho con la luz? O por el contrario, ¿tratamos de
despertar la luz en nuestros hermanos?
Tres frases dichas para ti:
1ª. “Llamadlo”: “Te ha llamado muchas veces ¿Y qué? Te llama ahora y te dice:
quiero que veas, quiero que ames, quiero que me sigas…
2ª ¿Qué quieres que haga por ti?: Contéstale. –Pide bien. Pide con fe. Pide con
amor.
3ª Por tu fe te has curado: que puedas escuchar lo mismo.
-Para ello, afina tu oído. –Para ello, afina tu fe.
Agradece a Dios este reto de gracia. Pide por las necesidades de nuestra sociedad,
de los más cercanos a tu corazón para que tengan una mirada limpia y sepan gritar a Jesús
que pasa por el camino de su vida. Que no lo dejen pasar sin que lo mire y cure su ceguera.
Terminamos con la escucha de este canto: “El mirar de Dios es amar…”
“Ayúdanos a mirar con amor…”
Fueron a Jericó. Y al salir de Jericó con sus discípulos y mucha gente, el hijo de Timeo
(Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al oír que pasaba Jesús el
Nazareno comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».
La gente le reprendía para que se callase, pero él gritaba con más fuerza: «¡Hijo de
David, ten compasión de mí!».
Jesús se detuvo y dijo: «¡Llamadlo!». Y llamaron al ciego diciéndole: «¡Ánimo!
Levántate, que te llama».
Él, tirando su manto, saltó y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego respondió: «Maestro, que
vuelva a ver».
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado».
Inmediatamente recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.

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