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fe en Cristo (Romanos 10.10), y por medio de bautizarse (1era Pedro 3.21). En vista de que los hombres se salvan a s mismos, y en vista de que estos elementos que son llevados a cabo por los hombres, salvan, se deduce entonces que los hombres se salvan a s mismos por hacer lo que Dios ha mandado. Por supuesto, entendemos que Jess es nuestro Salvador. Estos pasos del plan de salvacin salvan nicamente en el sentido de que son condiciones que deben cumplirse para que Jess salve. LA DIFERENCIA ENTRE LA CONVERSIN Y LA NO CONVERSIN Cul fue la diferencia entre los convertidos y los no convertidos cuando el evangelio se predic, en el libro de Hechos? Notemos cuidadosamente el caso del noble etope, en Hechos 8. Qu hizo Dios por l? Quiso Dios que fuera salvo? Por supuesto. Muri Cristo por l? S muri. Hizo algo el Espritu Santo por l? S hizo: inspir a un predicador para que le refiriera la historia. El evangelio fue para este hombre. Ahora notemos el caso de Flix, en Hechos 24. No se convirti. Preguntmonos acerca de este. Qu hizo Dios por l? Lo amaba Dios? S. Muri Jess por l? No hay duda. Le dio Dios el mensaje inspirado? De hecho lo hizo. Dios hizo por
Flix todo lo que hizo por el etope. La diferencia entre los dos no consisti en que Dios le diera oportunidad a uno y no se la diera al otro. Hizo lo mismo por cada uno. Adems, la diferencia no residi en el hecho de que uno pudo aceptar, mientras que el otro no. Dios invita a todos a seguirlo a l. La invitacin del evangelio sera una burla si algunos pecadores no tuvieran la capacidad de aceptarlo. Residi la diferencia en la mediacin humana? Observamos que Felipe predic el evangelio al noble etope, y lo mismo predic Pablo a Flix. Tampoco en esto reside la diferencia. En qu, pues, reside la diferencia? La nica diferencia es la respuesta de los pecadores. Uno obedeci y el otro no. Uno tuvo el valor de arrepentirse y de confesar su fe. El otro no lo tuvo. Uno estuvo dispuesto a bajar a las aguas para ser bautizado. El otro no estuvo dispuesto. CONCLUSIN Si usted no es salvo en este momento, ello no se debe a que Dios no haya hecho por usted tanto como haya hecho por alguno de nosotros. No se debe a que usted sea incapaz de ser salvo. No se debe a que otros hayan rehusado llevarle el mensaje de salvacin. Se debe nicamente a que usted no quiso (vea Mateo 23.37).
Autor: Raymond C. Kelcy Nombre de la serie: Grandes doctrinas bblicas Copyright 2004, por LA VERDAD PARA HOY Todos los derechos reservados