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Domingo V de Cuaresma - Ciclo B

Lectio divina
Jn 12,20-33

1- “Ha llegado la hora”

“…unos griegos que se acercaron a Felipe…le dijeron: …queremos ver a Jesús”.


Este es un signo de la llegada a Jesús de todos los pueblos paganos.
Jesús ve que esta llegada marca el tiempo de su “Hora”:
• v 27.32, la hora de la cruz y de la glorificación, que en el Evangelio de Juan se dan juntas,
simultaneas la humillación (v 23-24) y la exaltación (v 20-21.32)
• 3,14-15, elevado a la cruz
• 13,1; 17,1.5, elevado a la gloria del Padre.

Así hablaba Jesús de su muerte (v33), como aparece también en una profecía sobre el Siervo sufriente
del profeta Isaías (Is 53,13).
“Ha llegado la hora”, a modo de exclamación lo señala Jesús, la obra para la que había venido:
Jn 2,4; 7,30; 8,20; 13,1; 16,28

Como aparece también en los sinópticos: Mc 14,35.41; Lc 22,53; Mt 24,35; Mc 13,32

2- “…mi Hora”

El concepto que usa Jesús se deriva de un concepto del libro de Daniel 8,17.19; 11,35.40.45, que en
hebreo significa “tiempo del fin”:
“La hora”,
• es el momento final fijado por Dios para su triunfo definitivo sobre todas las fuerzas del mal,
encaradas en los enemigos de Israel;
• el momento de la adoración sin necesidad del templo (Jn 4,21.23); del paso de la muerte a la vida (Jn
5,25.28); de la revelación del Padre (Jn 16,25); el momento de la muerte, la resurrección y la
ascensión hacia el Padre ( Jn 6,62; 20,17) y de la donación del Espíritu (Jn 19,30.34; 20,22)

Jesús se refiere a sí mismo, ante el momento de su Hora, llamándose “Hijo del hombre” (v23),
atribuyéndose un título de gloria, señalando así el aspecto glorioso del hecho de la cruz (Jn 1,51; 5,26-27).

El discípulo ante la hora de Jesús:


• v 25 (Mc 8,34-35), sólo quienes acepten participar en los sufrimientos de Jesús en “su hora” podrán
alcanzar la vida;
• v26, el “servicio” está referido a Jesús, y quien le sirve, le sigue y debe identificarse con Él,
buscando, no el honor de los hombres ( Jn 5,44; 12,43), sino, ser honrado por el Padre.

3- “Mi alma está turbada”

Esta expresión es tomada de la súplica del salmo 6,4-5, donde el Salmista pide ser librado de la angustia.
En cambio aquí Jesús, anteponiendo como en toda oración suya, la referencia al Padre ( Jn 11,41; 12,28;
17,1.5.11.21.24.25; Mt 11,25; 26,39; Lc 10,21;22,42; 2346; Mc 14,36), expresa su deseo (v28), para el que
había venido (18,11).

Se oye la voz del Padre (v 28) pero no la reconocieron, porque la relación Padre-Hijo sólo podía ser
percibida por los que tenían fe.
4- “…ha llegado el juicio”

v 31, el juzgado es “este mundo”, pero la sentencia es contra el “príncipe de este mundo” (14,30;
16,11); es la denominación de alguien que pretende dominar al mundo, una falsa divinidad, una potencia
demoníaca, que podría identificarse con “el dios de este mundo” (2Cor 4,4; Ef 2,2).
En una de sus cartas Juan escribe sobre esto: “Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero está
bajo el poder del Maligno” (1Jn 5,19)
Establece allí un doble ámbito: el de los que pertenecen a Dios (1Jn 5,18) y el mundo que sigue
dominado por el Maligno. Esto parece estar en oposición con el Evangelio donde Cristo ha vencido al
mundo (Jn 16,33) y ha expulsado al “príncipe de este mundo”. Ambos textos ayudan a ver un proceso
gradual de atracción hacia Cristo, en medio de una lucha en la que los fieles ya han vencido al mundo y al
Maligno (1Jn 2,13-14; 4,4-5).

San Agustín
Jn 12,20-33: ¿Dónde se estará bien sin él o mal con él?

Pero convenía que la excelsitud de la glorificación fuese precedida por la humildad de su pasión. Por
eso añadió: En verdad os digo que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda él solo; pero, si
muere, da mucho fruto (Jn 12,24). Se es-taba refiriendo a sí mismo. Él era el grano que tenía que morir y
multiplicarse: morir por la infidelidad de los judíos, y multiplicarse por la fe de los pueblos.
Luego, exhortando a seguir las huellas de su pasión, dice: Quien ama su alma la perderá. Lo cual
puede entenderse de dos modos: Quien la ama, la pierde, es decir, si la amas, la pierdes. Si quieres tener
vida en Cristo, no temas morir por Cristo. También de otro modo: Quien ama su alma, la perderá. No la
ames si no quieres perderla; no la ames en esta vida para no perderla en la otra. Esta última interpretación
parece estar más de acuerdo con el sentido evangélico, porque dice a continuación: Y quien odia su alma en
este mundo, la guarda para la vida eterna (Jn 12,25). La frase precedente, pues, hay que entenderla así:
«Quien la ama en este mundo»; ése la pierde; en cambio quien la odia, también en este mundo, la guardará
para la vida eterna. Profunda y admirable afirmación que indica de qué modo tiene el hombre en su mano el
amor al alma para hacerla perecer y el odio, para que no perezca. Si la has amado mal, entonces la has
odiado; pero si la has odiado rectamente, entonces la has amado. Felices quienes la odiaron mirando el
salvarla, para no perderla enfrascados en su amor.
Pero cuida mucho de no caer en la tentación de quererte amar a ti mismo por entender que de este
modo debes odiar a tu alma en este mundo. Con esas miras algunos malignos y perversos, más crueles y más
criminales homicidas para consigo mismos, se arrojan a las llamas, se ahogan, se tiran por barrancos y
perecen (1). No son éstas las enseñanzas de Cristo; antes bien, al demonio que le instigaba a precipitarse, le
respondió: Aléjate, Satanás, porque está escrito: «No tentarás al Señor tu Dios» (Mt 4,7). Y a Pedro,
indicándole el género de muerte con que iba a glorificar a Dios, le dijo: Cuando eras joven te ceñías e ibas a
donde no querías; mas cuando envejezcas, otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras (Jn 21,18-19).
Claramente ha indicado que quién quiera seguir las huellas de Cristo no se ha de dar la muerte a sí mismo,
sino que ha de ser otro quien se la dé. Pero cuando se halle en la alternativa y sea forzoso al hombre escoger
entre transgredir la ley de Dios o morir bajo la espada del perseguidor, elija entonces morir por amor a Dios,
antes que vivir teniendo a Dios ofendido; entonces debe odiar su alma en este mundo, a fin de guardarla para
la vida eterna.
El que me sirve, sígame (Jn 12,26). ¿Qué quiere decir sígame, sino imíteme? Cristo padeció por
nosotros, dice el apóstol Pedro, dejándonos el ejemplo para que sigamos sus huellas (1 Pe 2,21). Esto es lo
que significa: El que me sirve, sígame. ¿Cuál es el fruto? ¿Cuál la recompensa y el premio? Y donde yo
estoy, allí estará también mi servidor, dice. Amémosle desinteresadamente, para que el premio de ese
servicio sea el estar con él. Porque ¿dónde se estará bien sin él o mal con él? Óyelo más claramente: Si
alguno me sirve, el Padre le honrará. ¿Con qué honor, sino con el de estar en compañía de su Hijo? Las
palabras mi Padre le honrará parecen ser una explicación de las anteriores: Donde yo estoy, allí estará
también mi servidor (Jn 12,26). ¿Qué mayor honor puede esperar el hijo adoptivo que estar donde está el
Hijo único, no igualado en la divinidad, pero sí asociado a su eternidad?
Debemos indagar más bien qué se entiende por servir a Cristo, a cuyo servicio se promete tan gran
recompensa. Si por servir a Cristo entendemos preparar lo necesario para el cuerpo, o cocer y servir los
alimentos que ha de comer, o darle la copa y escanciar la bebida, estas cosas las pudieron hacer quienes
goza-ron de su presencia corporal, como Marta y María, cuando Lázaro era uno de los comensales. Pero de
este modo también el perverso Judas sirvió a Cristo, pues él era quien llevaba la bolsa, y, aunque hurtase
culpablemente de las cosas que en ella se metían, por su medio se preparaba lo necesario (Jn 12,2.6)... Por lo
tanto, en modo alguno diría el Señor de tales servidores: Donde estoy yo, allí estará también mi servidor y Si
alguno me sirve, mi Padre le honrará, pues vemos que Judas, servidor de tales cosas, más que honrado fue
reprobado.
Debemos buscar en este mismo texto qué significa servir a Jesús, sin tener que recurrir a otros.
Cuando dijo: Si alguno me sirve, sígame, indicó lo que quería decir: Si alguno no me sigue, ése no me sirve.
Sirven, pues a Cristo los que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo (Flp 2,21). Sígame, es
decir, vaya por mis caminos y no por los suyos, según lo escrito en otro texto: Quien dice que permanece en
Cristo debe caminar como él caminó (1 Jn 2,6). Si da pan al pobre, debe hacerlo por caridad, no por
jactancia; no buscar en ello más que la buena obra, de modo que no sepa la mano izquierda lo que hace la
derecha (Mt 6,3); esto es, que se aleje la codicia de la obra de caridad. El que sirve así, sirve a Cristo y se le
dirá con justicia: Lo que hiciste a uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste (Mt 25,40). Y no sólo quien hace
obras de misericordia corporales, sino todo el que ejecuta cualquier obra buena por amor de Cristo —sólo
serán buenas porque el fin de la ley es Cristo para justicia de todo creyente (Rom 10,4)— es siervo de
Cristo, hasta que llegue a la máxima obra de caridad que es dar la vida por los hermanos, es decir, darla por
Cristo. También esto lo ha de decir Cristo refiriéndose a sus miembros: Cuando se lo hicisteis a ellos, a mí
me lo hicisteis. Él mismo se dignó hacerse y llamarse servidor de esta obra, cuando dice: Como el Hijo del
hombre que no vino a ser servido, sino a servir y a entregar su vida por muchos (Mt 20,28). De donde se
sigue que para servir a Cristo hay que hacer sus mismos servicios. Y a quien sirva a Cristo de este modo, el
Padre le honrará con el extraordinario honor de estar con su Hijo y su felicidad será inagotable.
Hermanos, no penséis que el Señor dijo: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor, pensando
sólo en los obispos y clérigos buenos. También vosotros podéis servir a Cristo viviendo bien, haciendo
limosnas, enseñando su nombre y su doctrina a cuantos os sea posible, haciendo que todos los padres de
familia sepan que, por este nombre, deben amar a su familia con afecto paternal. Por el amor a Cristo y por
la vida eterna amoneste, enseñe, exhorte, corrija, sea benevolente y mantenga la disciplina entre todos los
suyos. Ejerza en su casa este oficio eclesiástico y en cierto modo episcopal, sirviendo a Cristo para estar con
él eternamente. Ya muchos de los que se contaban entre nosotros prestaron a Cristo el máximo servicio de
padecer por él; muchos que no eran obispos ni clérigos; jóvenes y doncellas, ancianos con otros de menor
edad. Muchos casados y casadas, muchos padres y madres de familia, entregaron sus almas en servicio de
Cristo por el martirio y con los honores del Padre recibieron coronas de gloria.

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