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Pickenhayn, Jorge A.

Fundamentos teóricos de la geografía de la salud.

Un origen con perfiles asistemáticos.


El problema de la salud y sus connotaciones espaciales ocupó prácticamente a todos los
geógrafos de la nutrida historia que esta ciencia, de larga trayectoria, viene registrando
desde la Antigüedad, y va más allá aún. Las referencias a este vínculo, aparecen en casi
todos los tratados de historia de la medicina. Así, Sarton, alude a las evidencias en la
Prehistoria, respecto de una preocupación por la distribución de enfermedades así como
la localización de la materia prima de las medicinas, de procedencia natural. Entre los
primeros geógrafos prácticos pueden contarse los que se ocupaban del arte de curar en
el contexto de una “medicina prehistórica que puede comprenderse por comparación
con la práctica semiempírica, semimágica [...] de los shamanes” [SARTON, G., 1965:
11]

El shamán, un personaje limítrofe entre el hechizo, el poder y la sabiduría, una figura


temida y respetada a causa de sus facultades ocultas, es aún hoy, en nuestra época, un
signo de la indisoluble asociación entre salud y ambiente. Estudios antropológicos
realizados para el Gran Chaco, inspirados en la obra de un gran investigador argentino
[PAGÉS LARRAYA, F., 1976-80 y 1982] permiten proyectar al hombre primitivo –en
todo tiempo y todo lugar– sobre dos marcos espaciales: el estrictamente natural, el de la
tierra propia y cotidiana, y el onírico, donde “el alma del shamán viaja por el cosmos y
adquiere el conocimiento de los numeroso ‘mundos’ que lo integran” [TOMASINI, A.,
1997: 59-72]

Para captar cómo se inscribe el misterio de la salud en el marco de las fuerzas del
territorio –entendido contextualmente como hábitat– el mejor ejemplo puede hallarse en
la cultura indoamericana. La siguiente conclusión surgió de su estudio:
“Fuerzas naturales dominaban al mundo y, poco a poco, los hombres fueron personalizando esas fuerzas. Todos
los fenómenos naturales constituían, de alguna manera, la manifestación de su presencia; el viento, los truenos y
el rayo eran la voz de los espíritus irritados que había que aplacar. [...] La presencia de los malos espíritus para
explicar la causa de las enfermedades configuró la medicina y caracterizó al médico. De la misma manera como
se responsabilizaba a fuerzas naturales el origen de las enfermedades, también se atribuía a ellas la
curación.”[SEGGIARO, L., 1969, 9 y 11]

Es en este primer plexo cultural en que fundamos la razón esencial, esa episteme que
contextualiza a la geografía médica en el espectro de las ciencias del hombre.
Aclaramos que la etimología no sólo remite la palabra episteme a un conocimiento
cierto, seguro, inmutable. También lo proyecta hacia el campo crítico y, para ello,
“vincula a un conocimiento con su origen, naturaleza y límites” [GOOD, C., 1959: 203]

También buscando el conocimiento en sus orígenes, nos encontramos con otro núcleo
epistemológico que resulta fundamental en la construcción de la geografía médica como
un campo fundamental del saber. Es el que asocia las epidemias –y consecuentemente a
las pandemias– con los aspectos espaciales de su manifestación y efectos. Esta
problemática involucra globalmente a la población (del griego, epi = por arriba, y demos
= pueblo) y por sus efectos diezmantes ha sido históricamente motivo de terror, al punto
de ser considerada una de las tres parcas de la civilización, junto con el hambre y la
guerra. [SAUVY, A., 1961]
“Así, los pueblos tienen sus enfermedades y las enfermedades están influidas por las civilizaciones. Se puede
hablar de ‘parajes patológicos’: a las enfermedades rítmicas, conocidas por Hipócrates, sucedieron las grandes
pandemias medievales.” [HARANT, H., 1971: 7]

Una de las principales motivaciones de los estudios de localización en epidemiología


fueron los efectos colectivos de males como la viruela, ya considerada por Humboldt la
principal causa de exterminio en muchas regiones americanas como la costa de Brasil
[HUMBOLDT, A., 1814/25]. Es precisamente en estas costas donde Staden refiere
entre 1562 y 1563 una peste tan devastadora y rápida que se adelantaba espacialmente a
la llegada de los españoles, sus portadores, no dejando en las aldeas “ni siquiera alguien
que pudiera ir a la fuente a buscar una cubeta de agua” [STADEN, H. en CROSBY,
A., 1991: 45]

Otro móvil que sería importante tomar en cuenta, tiene una referencia más actual y se
asocia con la ecología. Es el problema del hábitat y el nicho de los agentes patógenos
(dicho en términos más sencillos, el lugar donde se desarrolla su vida y la particularidad
funcional con que abordan ese lugar; respectivamente: la “dirección” y la “profesión”
de los agentes generadores de enfermedades) [PICKENHAYN, J. A., 1982: 16]. La
inspiración remota de este campo, sin embargo, puede buscarse muy atrás, aún en los
clásicos griegos. Parménides, Aristóteles y Posidonio, ya se preocupaban por los
efectos perniciosos del clima en las fajas extremas del planeta, generando para
explicarlos, las primeras regionalizaciones que esbozó la geografía. A este debate se
sumará, con sentido crítico, Estrabón, años más tarde, opinando, en base al criterio de
sus antecesores, acerca de la inhabitabilidad de los ambientes tórridos [ESTRABÓN,
Siglo I d.C.: II.2]

Relaciones entre la medicina y la geografía permitieron generar las primeras


aproximaciones a conocimientos clave como el de la existencia de microorganismos
patógenos. Si bien las referencias más remotas pueden encontrarse en escritos
babilonios y hebreos, involucrados en el dictado de fórmulas de higiene ambiental,
pueden verse aún con más claridad en la etapa de transición entre las culturas helénica y
latina. Un médico, discípulo de Catón, refleja su concepto acerca del contagio y sus
connotaciones ambientales en la siguiente instrucción para la instalación de un
establecimiento rural:
“Debe tenerse especial cuidado, al elegir el lugar, en situarlo al pie de una colina boscosa, donde existan amplias
praderas y la orientación lo exponga a los más saludables vientos que soplen en la región. Una ubicación con
frente al este es la mejor, pues goza de sobra en verano y de sol en invierno. Si estás obligado a construir en la
orilla de un río, cuídate de no situarte frente a él, pues será extremadamente frío en invierno y malsano en verano.
También deben adoptarse precauciones en la vecindad de los pantanos, ya por las razones dadas, ya porque allí
se crían ciertos pequeños animales invisibles para los ojos, pero que flotan en el aire y entran en el cuerpo, a
través de la boca y de la nariz, y provocan serias molestias.” [VARRÓN, Siglo I a.C.: I, 12]

Inspirada en interpretaciones de textos antiguos y medievales, el enigma del hábitat y


nicho de los agentes patógenos dio lugar a la teoría miásmica, muy en boga en los
Siglos XVII y XVIII. Médicos como Lancisi (1654-1720) atribuyeron las enfermedades
infecciosas a efluvios volátiles destilados por las aguas putrefactas de los pantanos y
diseminados por el viento. Más allá de la falta de precisión en la consideración de los
miasmas, esta teoría movilizó toda una corriente de asociación entre ambas ciencias que
desembocó en estudios particulares de gran valor. Tal es el caso de las “topografías
médicas”, estudios pormenorizados según localizaciones específicas. Sólo para España,
se han contado casi 250 informes de topografía médica realizados en el Siglo XIX y
primer tercio del XX. [URTEAGA, L., 1980]

Sintetizando: Tres grandes móviles conformaron el planteo epistemológico clásico de la


geografía médica: sanación, peste y miasmas. Los tres factores coinciden en el enfoque
de las enfermedades como problema y no el de la salud como propósito de superación
cultural.

Es en este marco conceptual, (que da prioridad a la enfermedad como problema) donde


se acuñó el término geografía médica, con el que se manejaron los pioneros de la
disciplina, como Jean Brunhes, tardíamente avisado de la necesidad de incorporar este
tópico en su “Geografía Humana” y Maximilien Sorre.

Acerca de la valoración del término, en función de lo expuesto, resulta de interés


observar lo que escribía el primero de ellos en el comienzo de la década del ’30, poco
antes de morir:
“¿Existe una geografía médica? Debiera decirse, con más exactitud, que hay una geografía de las enfermedades.
Los descubrimientos del último cuarto de siglo lo han demostrado claramente. ¿Por qué? Porque hay
indudablemente una geografía de los roedores, de los insectos o de los acáridos que trasmiten el paludismo, la
fiebre amarilla, el tifus, la peste y todas las tripanosis. La conexión entre el cuadro natural y el hombre se
establece por intermedio de otros seres vivientes que es preciso estudiar primeramente”. [BRUNHES, J.,
1930/1948: 253]

La gran aplicación de la geografía a las enfermedades fue realizada por Maximilien


Sorre al presentar su teoría referida a los complejos patógenos. Por esta contribución –
sin duda, no fue el primero pero sí el más importante– puede atribuírsele la paternidad
de la geografía médica clásica, orientada básicamente hacia el estudio de los males
susceptibles de contagio.
“Los complejos patógenos humanos –decía– no son casos aislados en esa inmensa serie de complejos biológicos
que ronda en torno de cada ser vivo. Es tras esta idea que nosotros proponemos fundar el más amplio capítulo de
la geografía médica en el estudios de las enfermedades infecciosas. Sin éste, no será otra cosa que un listado de
hechos desprovistos de relación, sin estatura científica.” [SORRE, M., 1947: 331]

El giro geografía médica tomó estado académico, y se hizo preciso definir el perfil que
los contenidos crecientes iban delineando espontáneamente. El desarrollo de estos
elementos axiomáticos, como una forma de interpretación de los científicos, representó
un doble desafío.

En primer término se requirió una construcción teórica capaz de jerarquizar saberes


inspirados en la intuición de los hombres que, para colmo, los habían usado desde
tiempos remotos –y los siguen usando todavía– como llave de influencias e instrumento
de poder. Esa construcción teórica fue puliendo y a veces convalidando, facetas del
saber vulgar linderas con un mundo mágico, de forma similar a lo que ocurrió con la
inspiración astrológica de la cosmografía.

El segundo desafío consistió en sentar bases epistemológicas a partir de la pura praxis.


Para ello, el tiempo jugó a favor de la geografía médica. Resultado de la intersección de
dos campos disciplinares comprometidos con la acción cotidiana –el de los geógrafos y
el de los médicos– la geografía médica no tuvo más que sistematizar la interminable
sucesión de trabajos prácticos que fueron jalonando esta historia común, para obtener
como resultado una teoría sólida, jalonada con ejemplos valiosos que convalidan, desde
los enfoques particulares, un fundamento general.

A los tres planteos antes esbozados –sanación, peste y miasmas– se le suma entonces
una forma de abordaje científico, inspirada en la praxis, y una forma de ver los
problemas, el enfoque de los sistemas patógenos. Es en este contexto en el que se
consolida la geografía médica tal como la entendieron los especialistas de la primera
mitad del siglo XX.

Todavía, empero, habrían de incorporarse nuevos elementos para constituir lo que, en el


presente se reconoce como el campo de la geografía de la salud.

De la geografía médica a la geografía de la salud.

El primer tema a considerar es, precisamente, lo que involucra este cambio de nombre.
Para Ana Olivera, autora de un manual sobre la especialidad, la enfermedad y su
respuesta médica no pueden ser tratadas aisladamente de su contexto físico, social y
cultural.
“El objetivo de la disciplina debería ser avanzar en las dos grandes líneas conjuntamente, Geografía Médica y
Geografía de los Servicios Sanitarios, creando una verdadera Geografía de la Salud, porque la salud comunitaria
debe ser tratada con una visión integradora. Difícilmente se puede hacer una buena planificación en servicios
médicos si no conocemos los patrones de morbilidad de una población y de poco sirven unos equipamientos
sanitarios abundantes y subutilizados si el problema radica en los riesgos ambientales de efecto no agudo”
[OLIVERA, A., 1993: 11 y 12; CURSON,P., 1986]

Una respuesta actual radicaría en la posibilidad de enfrentar globalmente los acuciantes


problemas de la salud, a través de un programa transdisciplinario que se instale
epistemológicamente por encima de los campos aislados de ataque de cada ciencia para
abarcar las posibles soluciones en toda su complejidad. Si bien no está de más la
profundización en el estudio de las barreras metodológicas que se interponen entre
diversas ciencias de acción recíproca frente al problema de la salud (como la geografía,
la epidemiología, la sociología y la ecología) “la realidad –como destacará la autora
citada a renglón seguido– precisa de soluciones urgentes más que de delimitación de
campos concomitantes”.[Ibídem: 12]

Un programa transdisciplinario requerirá de la capacidad del geógrafo para captar la


dimensión espacial de los problemas, siempre dentro de un marco de recíproca
influencia de otras dimensiones, como la estrictamente médica (que podríamos
denominar patológica), la socioeconómica (gregaria, de mercado y administrativa), la
ecológica (de relación entre los organismos), la biológica (vital) y la cultural
(integralmente humana).

Este es un caso evidente en el que la acción transdisciplinar se manifiesta en una


“ciencia nueva” capaz de resolver alternativas que no pudieron atacar, individualmente,
las tradicionales. “El producto epistemológico –como señalábamos en un trabajo
anterior– es una creación original, con un método, un lenguaje y hasta una carga
ideológica propios, en cuya arqueología podrán encontrarse trazas aún calientes de las
disciplinas madre.” [PICKENHAYN, J. A., 1998: 36]
Es en este proceso complejo que la geografía médica amplía su espectro
permeabilizándose hacia un campo más denso, que involucra nuevas formas de
búsqueda de esa condición integral humana, conocida como la utopía del bienestar. Para
ello tiene especial relevancia el conocimiento de la vinculación de cada factor orgánico
con el ambiente, no sólo como ingrediente del problema sino, principalmente, como
alternativa de solución.
“Así como un agente vivo provoca una enfermedad transmisible pero asimismo sirve para preparar los productos
inmunizantes para prevenirla o tratarla, conceptuamos que en el ambiente y en las relaciones humanas existen
factores que si bien provocan un hecho epidemiológico, también, conocidos en profundidad y administrados en
sus posibilidades, pueden y deben servir para yugularlo.” [CARCAVALLO, R. y PLENCOIVICH, A., 1982:
VIII]

Ambiente como causa, pero también ambiente como medicina. Para ello, los modelos
de salud comenzaron a resultar, desde el enfoque ambiental, tan importantes o más que
los modelos de enfermedad que la geografía clásica representaba en los mapas. “Dentro
del amplio armazón de la ecuación necesidad satisfacción –reportarían a comienzos de
la década del ‘90– algunos geógrafos médicos han explorado la simple hipótesis de que
los patrones de salud podrían reflejar patrones de enfermedad” [JONES, K. y MOON,
G., 1991: 440]. En este plan, una valorización de la ecología fue produciendo cambios
de enfoque, asociándose paralelamente con el aporte de los estudios referidos a las
desigualdades y sus consecuencias, generados especialmente desde la geografía radical.

Una nueva trilogía empezó a consolidarse en los estudios de la geografía de la salud de


las dos últimas décadas: la representada por los factores equilibrio, desigualdad social y
riesgo. El primero de ellos es la base; el segundo, la justificación de un compromiso, y
el tercero, la amenaza potencial. En clara síntesis puede afirmarse, con una de las más
minuciosas investigadoras sobre el tema, que “...el desequilibrio de el ecosistema
puede ser causado por desastres naturales y creados por el hombre”. Las causas dadas
en primer lugar –ciclones, erosión, terremotos, volcanes, etc.– influyen directamente en
la mortalidad y morbilidad “e indirectamente a través de epidemias (como el cólera) o
la escasez y el hambre”. Las causas humanas de desequilibrio son analizadas a fondo
por la geografía. El caso más acuciante es el de la ciudad, que “debe ser considerada
como un verdadero complejo patógeno”. [VERHASSELT, Y., 1992: 20].

En cuanto a la desigualdad social como factor, existen muchos antecedentes en la


prédica de los geógrafos anarquistas de fin de siglo XIX que, llamativamente, pudieron
difundirse –como en los casos de Reclus y Kropotkin– con el impulso editorial que les
dieron los críticos de la década del ’70. En este sentido, la salud puede entenderse como
un bien social al que la geografía puede contribuir, facilitando sus claves de acceso, si
propicia la instauración de un espacio de cooperación por sobre un espacio de
competencia. Refiriéndose a la ayuda mutua en relación con la salud comunitaria afirma
Kropotkin:
“Ésta es la consigna que recibimos del matorral, del bosque, del río y del océano. Por consiguiente ¡asociémonos,
practiquemos la ayuda mutua! ¡Éste es el medio más seguro para proporcionar a todos y cada uno la máxima
seguridad, la mejor garantía de existencia y progreso, físico, intelectual y moral! Esto es lo que nos enseña la
naturaleza...” [KROPOTKIN, P., 1902: 75]

La proyección de esta propuesta a un marco actualizado podría simplificarse en los


manifiestos de los geógrafos de izquierda por la disolución de la propiedad y posesión
de la tierra para permitir una nueva integración de los espacios, tomando en cuenta
como prioritarios “la salud y la conveniencia, en vez del valor de la propiedad y los
conceptos burgueses de grandeza” [HORNER, G. M., 1988: 130]

En este esquema, puede notarse que el problema de la salud puede tomarse en cuenta
dentro del contexto de una posición militante o como una actitud de respuesta práctica
ante la necesidad de alcanzar objetivos de bienestar comunitario. Es en estos dos
parámetros que se teje la trama epistemológica actual.

Salud, sistemas y programas de investigación.

Corresponde a la geografía un destacado papel en el conjunto de estudios que se han


realizado durante los últimos treinta años en el ámbito de la salud. Han quedado atrás
los tiempos en que los métodos y el objeto de una disciplina científica se “ganaban” en
debates agudos entre “contendientes” de ese campo y otros contiguos. Polémicas como
la que mantuvieran Durkheim y Vidal de la Blache por la primacía de la morfología
social o la geografía humana, respectivamente –en un recorte específico de la realidad,
casi considerado como trofeo, o botín de guerra– ya están en desuso. Sería, en
consecuencia, absurdo, poner en entredicho la autoridad operativa de la geografía de la
salud respecto de la epidemiología, la ecología humana o la sociología médica. Existen,
sí, atribuciones bien definidas respecto de la práctica profesional: es obvio que un
geógrafo no está habilitado para atender pacientes y prescribir una receta como si fuera
un médico. Más allá de estas limitaciones, existe un ámbito de urgentes necesidades que
exige ser estudiado con premura y eficiencia.

Los geógrafos han demostrado una vocación de servicio relevante y se ocuparon de


temas de peso en la problemática de la salud, generando una amplia bibliografía. La
utilización de cartografía de síntesis, de alto poder semántico, siempre fue, en estos
casos, la herramienta clásica pero de mayor capacidad para producir demostraciones de
connotación espacial y probar la validez de hipótesis geográficas para resolver enigmas
planteados desde el campo de la salud.

Otros recursos usados con efectividad por los geógrafos fueron los fundamentos de la
Teoría General de los Sistemas proyectados hacia ámbitos concretos. A continuación se
hablará someramente de los principales:

a) Fue muy importante el uso geográfico de esa nueva forma de ver la biología a través
de la aplicación de un criterio cibernético –la retroalimentación de los sistemas, o feed
back– la que motivó la revisión del concepto de equilibro biostático. El control
homeostático así reinterpretado “es un caso significativo pero especial de sistemas
autorreguladores y fenómenos de adaptación” [BERTALANFFY, L, 1980: 167 a 169]

b) Otro de estos ámbitos es el de los complejos ecopatógenos, sociopatógenos y


tecnopatógenos, como bien los desbroza Susana Curto de la visión original de Sorre
[CURTO, S., 1998: 199]. Estas variantes permitieron proyectar nuevos modelos ,
estructurados según la teoría general de sistemas, a partir de la experiencia alcanzada
con los complejos patógenos que se estudiaron primero, y que se organizaban en torno a
las enfermedades infecciosas y parasitarias, con la interacción de agentes etiológicos
(virus, bacterias, hongos, etc.), vectores (animales que transfieren los agentes de un
huesped a otro), reservorios (transitorios canalizadores o generadores de albergue para
el agente) y, naturalmente, las dos vedettes del proceso: el ambiente y el hombre.

c) También merece nombrarse el campo de los estímulos, recortados del sistema como
aquellos elementos que un organismo está preparado para recibir desde el entorno,
considerándolos “señales capaces de generar conductas como respuesta”. Esta
estrategia, descripta minuciosamente por Uexküll, es la clave más aplicada por los
geógrafos para aislar –siempre en un número acotado, factible de estudiar con análisis
factorial– los principales elementos que correlacionan salud, ambiente, percepción y
comportamiento. [UEXKÜLL, J., 1920]

d) Inspirada en una visión sistémica –y en la aplicación práctica de técnicas de análisis


matemático basadas en una filosofía inspirada en el empirismo lógico que movilizó la
geografía de los años ’60 hacia horizontes cuantitativos– la escuela de Lund propuso
una forma práctica de entender los procesos de difusión espacial, siguiendo “olas de
innovación” en sus manifestaciones espaciales y temporales. Estas “olas” permiten, a
través del estudio cuantitativo de sus características, un mejor conocimiento de los
movimientos, campos de contacto, , transmisión, intervalos de cambio y otros detalles
que resultan de gran utilidad cuando se pretende la búsqueda de soluciones. Llevado al
planteo médico esto tuvo un impacto resonante en el estudio de las distintas formas de
contagio y también se aplicó a las estrategias globales de vacunación.
[HÄGERSTRAND, T., 1968] Un ejemplo en la adaptación de patrones predictivos y
ajuste a modelos de difusión es el realizado exitosamente con los estudios de SIDA en
Finlandia, aprovechando la eficiencia de los registros estadísticos de salud. En este caso,
pudo determinarse claramente la existencia de un patrón jerárquico de difusión, al que
pudieron aplicársele curvas predictivas del tipo logístico y de Gompertz (proyectadas
desde 1989 a 1997 a partir de modelos potenciales y técnicas de simulación para el
conocimiento de la difusión espacial de pacientes con HIV positivo). [LÖYTÖNEN,
M., 1991: 128 a 130]

e) Otro aspecto sistémico alude a las interrupciones forzosas o provocadas en un


circuito autoalimentado. Su estudio por geógrafos dedicados al análisis de epidemias y
las formas de ataque posibles, abrió un campo operativo de buenos resultados, dedicado
al conocimiento de las barreras.
“La contención y eliminación de un brote requieren que algunas estimaciones se hagan con la tasa de
propagación de la erupción. Si la estimación es demasiado baja y las medidas de protección (por ejemplo la
vacunación) están concentradas en una zona defensiva demasiado estrecha, entonces el brote habrá de saltar por
sobre la barrera. Si la estimación es demasiado alta, los recursos disponibles de contención se propagarán
escasamente sobre una gran área con chance de éxito reducida.” [CLIFF, A. D. y HAGGETT, P., 1989:320]

f) El gran campo de estudio de los sistemas de salud, es en sí una forma forzosamente


proyectada hacia la interpretación de sistemas semi–abiertos o, si los consideramos tal
como se los toma en cuenta en la práctica a efectos de su manipulación técnica,
cerrados. El estudio pormenorizado del sistema de salud de la provincia de San Juan,
permitió establecer ciertos rasgos definidos, como el comportamiento de la atención
médica (una sucesión de subsistemas en cascada organizado desde los sectores público,
privado y de seguridad social); una configuración externa regulada por Acción Social y
sus dependencias administrativas; y los elementos claves de input (financiamiento,
infraestructura) y de output (personas afectadas que son atendidas) inmersos en una
estructura (recursos humanos, materiales, físicos) funcionalizada en un proceso activo
de servicio profesional. [ACOSTA, L., 1998: 15 a 17]. Basados en este trabajo, otros
miembros del Programa de Geografía Médica de San Juan propusieron una revisión
metodológica a partir de la crítica de Luhmann, quien entiende que los sistemas no están
constituidos por elementos y relaciones de carácter estático sino por operaciones. “Todo
lo que se pueda designar como entidad sufre un cambio de estado después de que ha
acontecido una operación [...] se ha producido una diferencia” [LUHMANN, N. 1991
y 1997]. Con autonomía como principio operante y clausura sistémica, operación podría
definirse, en nuestro caso particular, como “una prestación que transforma un estado
caracterizado por la carencia de salud, en un estado de menor carencia”. [ESCUELA,
M. y GÓMEZ, F., 1998]

***
Mapas, lugares, procesos de difusión, sistemas, operaciones. Es en estos campos en los
que el geógrafo se viene desempeñando como agente eficiente en el proceso de
investigación de las problemáticas de la salud, tanto globales como específicas, tanto
universales como estrictamente acotadas en su condición espacial. Pero es necesario
reconocer que hay una característica que es propia de los tiempos actuales. Nos
referimos a la forma de trabajo, amparada bajo una campana de acción común,
institucionalizada.

Los resultados de la investigación en geografía de la salud muestra con gran claridad el


hecho de que ya no son individuos aislados –a la manera del mítico Max Sorre– quienes
abren camino al conocimiento y proponen la solución de los enigmas que plantea la
realidad. Son los programas los que sirven de cauce para el planteo de hipótesis, y es
solo a través de ellos que los resultados adquieren el status que los define como agentes
de cambio de la realidad. “...Las revoluciones científicas consisten en que un programa
de investigación reemplaza a otro (superándolo de modo progresivo) [...] El científico
registra las anomalías, pero mientras su programa de investigación mantenga su
fuerza, puede con toda libertad dejarlas de lado.” [LAKATOS, I., 1993: 25, 26].

Pero hay una diferencia –al menos una– que diferencia el accionar de los geógrafos en
su participación en este proceso complejo de triangulación entre realidad, lenguaje y
ciencia. Es la vuelta constante a las fuentes asistemáticas que ponen a su trabajo en
parentesco con los ritos mágicos del shamán, con los planteos ideológicos de una ayuda
mutua al estilo anarquista y con una sociedad que no ha podido superar, y seguramente
no superará nunca, el temor irracional por las epidemias y los miasmas. Por fortuna esto
es así. Nada mejor que creer para salvarse. Lo contrario, en una visión de optimismo
neopositivista, es lo que verdaderamente puede llamarse grave. Esto trae consigo
“...la herejía gnóstica (también en sus formas laicas), según la cual el mundo y la historia son el fruto de un error,
y sólo algunos elegidos, destruyendo ambos, podrían redimir al propio Dios; de ahí nacen las distintas formas de
superhumanismo, para las que, en el miserable escenario del mundo y de la historia, sólo los adeptos a una raza o
a una secta privilegiada podrán celebrar sus flamígeros holocaustos.” [ECO, U., 1997: 20]

La geografía de la salud es un sinuoso camino que sortea obstáculos interpuestos desde


la ciencia y sus mecanismos institucionales de adhesión a los programas de
investigación, pero también desde el mundo sutil de las creencias humanas. Y esto se
debe principalmente a que tanto la salud como el duelo por su pérdida, se nutren,
fatalmente y en forma cotidiana, desde los dos cauces.
**********

Dr. Jorge A. Pickenhayn


Director del Programa de Geografía Médica
Universidad Nacional de San Juan
<picken@ffha.unsj.edu.ar>

Bibliografía citada
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sistémico”. En Contribuciones Científicas, Buenos Aires, Gæa, pp. 15 a 17, 1998.
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! CARCAVALLO, Rodolfo y PLENCOVICH, Ana “Ecología y Salud Humana”, Buenos Aires, Intermédica,
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Proyecto 21/F 018 “Los sistemas de salud en San Juan y las variables de la Geografía Médica”, PGI-IGA-
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