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Cancion:zorba autor:teodorakis

Cuando Miguel abrió los ojos y vio unas monjitas a su lado se sintió en
el cielo, pero el careto de Carlos moviendo las orejas tras las monjas le
devolvió a la tierra. Miguel, hablando, hablando, les contó que iban hacia
oriente en busca de un tesoro.
—¡Qué interesante! —dijo la más gorda de las dos—. ¡Qué casualidad!
—añadió—. También nosotras vamos hacia el este y, además, viajamos con un
autobús vacío. Nos encantaría que vinieseis con nosotras.
Aunque a las chicas no les hacían mucha gracia las monjas, pues
estaban todo el rato murmurando de sus exageradas minifaldas, todos
decidieron que era una buena ocasión de conocer Grecia y llegar a Estambul.
La siguiente mañana Roma perdió sus más alegres visitantes que la
abandonaron en un confortable autobús.
Una parada en Venecia regaló a éstos un romántico paseo en góndola.
Luego se despidieran definitivamente de la pasta, de las pizzas y de los
helados al abandonar Italia para dirigirse a la antigua Yugoslavia.

Al atravesar Sarajevo, pudieron observar viviendas destruidas, niños


cuyos enormes ojos seguían al autobús girando la mirada a su paso y adultos
con la tristeza y el horror de la guerra pintados en la cara.
¿Qué les pasa? preguntó Nieves.
Ekaitz, que está al tanto de las noticias, respondió:
Hace unos años, aquí en los Balcanes, tuvo lugar una gran guerra.
Fue tan espantosa, como todas. Murió mucha gente. El dolor permanece.
Tras descansar en ruta, llegaron de mañana a la frontera griega. Los
guardas fronterizos resultaron simpatiquísimos, y guapos, según Noemí.
Conforme avanzaban hacia el sur, el calor y la alegría les fue
envolviendo. En la primera playa que vieron, detuvieron el autobús y se
dieron el gran baño. Allí un griego muy elegante que manejaba una motora
les propuso llevarles a una maravillosa isla del Egeo con playas de ensueño.
Aunque las monjas votaron en contra, los once ganaron la votación.
Acordaron el precio con el griego y zarparon. El griego tenía razón. Era una
isla muy hermosa con un hotelito barato y muy blanco junto a una playa
inmensa y paradisíaca. Se quedaron, claro.
¡Yupiiii! ¡Qué maravilla es el Mediterráneo! gritaba Dámaris.
¿Os imagináis a Manolo y Javier allá? apuntó Mari Mar.
¡Eso, eso! ¡Allí bajando al instituto con frío, niebla, lloviendo...!
Cuando se acordaban de sus profesores, se partían de risa. Aunque,
en el fondo, no les hubiese importado demasiado compartir, sólo un ratito,
con ellos aquellas playas de ensueño y el delicioso y cálido mar azul turquesa.
Ekaitz nadaba entusiasmado sin perder de vista el horizonte.
Pretendía encontrar una sirena, pero sólo descubrió a Carlos nadando como
Poseidón, el dios del mar. El resto, sin un profesor que les hiciese una
ahogadilla, buceaban como delfines. Elena, haciéndose la indispuesta,
pretendía ligar con algún morenazo de la tierra. ¡Cómo estaba Elenita!
Al atardecer, llegó la música. Llegó por la playa. Era una banda de
músicos que arrastraban un carromato por la orilla. Tocaban el sirtaky, un
baile que hacía años había hecho furor en Pamplona. Fue demasiado. Hasta
las monjas regordetas acabaron bailando.
Eso sí extrañó a nuestros amigos, lo bien que las monjas contoneaban
sus caderas y los bikinis tan descarados que lucían.
Para ser unas monjitas... repetía Carlos.
Las citadas monjitas se empeñaban en continuar. Parecían tener prisa
por seguir hacia Turquía. Pero los ocho se negaban a quedarse sin disfrutar
del Mediterráneo. Hubo una votación. Por once votos contra dos ganó la
opción de seguir en la playita griega. Las monjas amenazaron con seguir
solas. Los amigos les dijeron que debían acatar lo acordado por mayoría,
pero que allá ellas y que, si lo preferían, podían largarse. La firme decisión
de los once les obligó a ceder. Se quedaron.
Después de una semana, por la mañana en la playa nadando o tumbados
y por la tarde bailando, atravesaron tierras quemadas hacia Atenas.
De Atenas lo que más les gustó fue el Partenón, un templo muy
antiguo que aún queda en pie y está lleno de frisos esculpidos y bellas
estatuas. Nieves pretendía seguir disfrutando del arte, pero a las monjitas
les entró la prisa por correr a Estambul.

Estambul nos espera repetía la


más guapa de las dos.
Esta vez cedieron y volvieron a tomar
el autobús. Aunque partieron de noche, cosa
rara, nadie sospechó nada.
Antes de llegar a la frontera turca, se escuchó un grito. Fue Miguel
quien descubrió cómo las monjas sigilosamente registraban a Noemí, que
dormía como un tronco, en busca del plano. Al ser descubiertas, tiraron los
hábitos y salieron corriendo. Miguel les persiguió, pero no pudo atraparles
pues estaban gordas, pero agilísimas.

FORMAS DE VIVIR

RETRATOS
COMIDAS

Receta de la musaka

Ingredientes:
(para 8 personas)
2 kg. de berenjenas
2 cebollas
aceite de oliva
1 kg. de carne de cordero picada
750 g. de tomate
200 ml. vino blanco seco
60 g. de mantequilla
1 l. de leche
2 yemas de huevo
75 g de queso rallado
nuez moscada
orégano
sal
pimienta
Elaboración:
Comenzamos por preparar las berenjenas, una vez limpias y sin tallos las
cortamos en láminas de un centímetro de grosor. Las secamos bien y las
dejamos reposar un rato antes de freír.

Por otra parte picamos la cebolla y la salteamos conjuntamente con la carne,


un par de dientes de ajo, y por último el tomate escaldado y troceado sin
piel.

Pasados cinco minutos agregamos el vino blanco y dos cucharadas de jugo


concentrado de tomate. Esperamos a que reduzca en una media hora,
corregimos el punto de sal si fuera necesario y condimentamos con orégano.

En una placa de horno montamos nuestra Moussaka, alternando láminas de


berenjena con queso rallado y nuestra farsa de carne y verduras. A modo de
lasaña vamos levantando pisos napando también cada sección con salsa de
tomate y bechamel (mantequilla, leche, nuez moscada, 2 yemas de huevo).

Para terminar, la introducimos en el horno y a 180º mantenemos el plato


unos 60 minutos. Sacamos la placa unos minutos antes, y aplicamos un último
golpe de gratinador hasta que se nos funda el quesito rallado de la
superficie.

Emplatar y listo.

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