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Cuarta Parte: LA PERSONA DEL SALVADOR

Ap 19:11-16 “11Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo


montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. 12Sus ojos eran
como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre
escrito que ninguno conocía sino él mismo. 13Estaba vestido de una ropa teñida en
sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. 14Y los ejércitos celestiales, vestidos
de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. 15De su boca sale una
espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él
pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. 16Y en su vestidura y
en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES”

Nuestro estudio de hoy es tomado de la teología de Lewis Sperry Chafer, para iniciar el
tema de:

LA PERSONA DEL SALVADOR

No hay más que un Salvador, y El es el único cualificado bajo todos los aspectos para
salvar. Estas afirmaciones constituyen el fundamento de la doctrina de la salvación, y,
de estas dos declaraciones, la primera requiere una investigación sobre la persona de
Cristo. La segunda afirmación “que sólo El está cualificado para salvar” requiere una
investigación sobre la obra de Cristo en la Cruz y es el soporte de todo el contenido de
la Doctrina de la Salvación.

Así, la Doctrina de la Salvación se convierte, a su vez, en la piedra angular de la


Teología Sistemática, siendo, como es en su más alto grado, el aspecto que el hombre
puede examinar mejor dentro de la revelación que de Sí hace Dios a una raza caída.

En la Doctrina de la Salvación (aparte de una pequeña introducción), hay que considerar


especialmente la obra de Cristo, mientras que en Cristología, estas dos verdades
fundamentales han de ser consideradas conjuntamente.

Al emprender el estudio de la obra de Cristo es esencial el ratificar o revisar ciertos


hechos que se refieren a Su Persona, con el fin de garantizar un reconocimiento más
amplio de la persona que toma a su cargo el proveer una salvación tan grande. Por tanto,
la atención va dirigida primero hacia la Persona del Salvador. Que el hombre es incapaz
de comprender a Dios es una verdad obvia, y es igualmente cierto que el hombre es
incapaz de describir lo que no puede comprender. En la Biblia, Dios ha hablado de Sí
mismo, y esto ha servido de mucha ayuda a la impotencia del hombre en sus tentativas
para conocer la verdad acerca de Dios; con todo, esta revelación aun en el caso de que la
mente sea iluminada por el Espíritu Santo - es captada obscuramente. A esto se refiere:
Ecl 3:11 Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el
corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho
Dios desde el principio hasta el fin

El tema de la Persona de Cristo es inefab1emente elevado; pero, para este programa,


podemos subdividir este tema en cuatro aspectos - (a) las siete posiciones de Cristo, (b)
Sus oficios, (c) Sus filiaciones, y (d) la unión hipostática. Hoy estudiaremos las siete
posiciones de Cristo

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LAS SIETE POSICIONES DE CRISTO

El campo entero de la Cristología puede resumirse en las siete posiciones en que las
Escrituras nos presentan a Cristo. Esta es la mejor manera para introducirnos en este
vasto tema acerca de la Persona y de la obra de Cristo. El objetivo de esta parte
preparatoria es un intento por captar - en la medida de lo posible - la grandeza infinita
de Aquel que ha tomado a su cargo el salvar a los perdidos.

El progreso espiritual del cristiano puede medirse por su crecimiento en "el


conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" como dice (2 P 3:18 “Antes bien,
creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea
gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”). Cristo mismo afirmó que la obra del
Espíritu en el corazón del creyente estaba dirigida a que "El me glorificará; porque
tomará de lo mío, y os lo hará saber" en (Jn 16:14).

En estos textos se indica que el concepto del creyente acerca del Cristo que le salva, no
sólo debería extenderse en una panorámica espiritual sino que habría también de
incrementarse día a día. Estas siete posiciones son presentadas aquí, para que Él Hijo
tenga en todo la preeminencia.

PRIMERA POSICION: EL CRISTO DE ANTES DE LA ENCARNACION . Es


indudablemente cierto que, en vista de que El tomó sobre Sí la forma y naturaleza
humanas, la mente humana está inclinada a pensar de Cristo en términos de limitaciones
humanas. Un remedio para esta posible desorientación consiste en meditar y reflexionar
sobre Su preexistencia eterna, y dicha consideración conduce siempre a un concepto del
Cristo encarnado que esté libre de humanas tergiversaciones. Así, después de haber
recibido y acogido convenientemente algo de Su eterna Deidad, resultará normal el
otorgar a Su Divinidad el lugar que le corresponde, cuando se investigue la verdad
acerca de Su forma de existir en la época de la Encarnación.

Es de esperar que e1 creyente estudioso no descuide la investigación, suficientemente


extensa, de los principales pasajes que se estudian en Teología Formal estos son: ( Is
7:14; 9:6-7; Mi 5:2; Lc 1:30-35; Jn 1:1-2, 14; Fil 2:6-8; Col 1:13-17; 1 Ti 3:16) y que
tratan de la preexistencia eterna de Cristo, en cuanto que es una de las tres personas de
la Deidad. Pero hay un pasaje que merece ser reconsiderado aquí en conexión con
nuestro tema, y es el texto de:
Juan 1:1-2, 14. Aunque, por lo que la Biblia nos dice, el Hijo de Dios no se atribuyó a
Sí mismo el término Logos (Verbo), sin embargo es el Espíritu Santo quien se lo aplica
en el texto a que nos referimos.
Juan 1:1-2, 14. 1En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo
era Dios. 2Este era en el principio con Dios.
14
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad

Existen las mejores razones para usar este epíteto de verbo, más de lo que se usa
comúnmente, para identificar al Hijo de Dios en el estado anterior a Su Encarnación.
Era preciso poder echar mano de un nombre distintivo de Cristo en su preexistencia
eterna, pero nos ha sido proporcionado en esta forma peculiar por el Espíritu Santo,
quien al usarlo en esta conexión es para nosotros una autoridad inapelable en orden a
usarlo, con la misma finalidad, en toda clase de circunstancias.

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Por su sola significación, el epíteto de Logos (verbo) transmite una revelación de largo
alcance, no sólo de su divinidad, sino también de Su eterna y esencial relación a la
Primera Persona de la Trinidad. De este nombre Logos, escribe A.B.D. Alexander:

"La doctrina del Logos ha ejercido una influencia decisiva y de largo alcance sobre el
pensamiento especulativo y cristiano. La palabra tiene una larga historia, y la evolución
de la idea que implica es realmente el desarrollo del concepto del hombre sobre Dios.
Captar la relación de la divinidad con el mundo ha sido el anhelo de toda filosofía
religiosa. Aun cuando, desde el alborear de la especulación occidental, se han concebido
muy divergentes puntos de vista sobre la manifestación de Dios, el término griego
Logos (Verbo) ha sido usado con un cierto grado de uniformidad por una serie de
pensadores para expresar y definir la naturaleza y el modo de la revelación de Dios.

Logos significa en el griego clásico tanto “razón” como “palabra”, y que aunque en el
griego bíblico el término se emplea predominantemente en el sentido de la “palabra”, no
podemos separar ambos sentidos, puesto que toda palabra implica un pensamiento.

Ahora bien, es imposible imaginar un tiempo en que Dios existiese sin pensar; de donde
se deduce que Su pensamiento tiene que ser tan eterno como Su deidad. El término
'pensamiento' es quizás la mejor versión del vocablo griego, ya que designa, de una
parte, la facultad de razonar, o el pensamiento concebido en el interior de la mente; y,
por otra parte, el pensamiento expresado al exterior mediante el vehículo del lenguaje.

Las dos ideas, pensamiento y palabra hablada, están sin duda agrupadas en el término
logos (Verbo); y en cualquier uso que se haga de este término tanto en filosofía como en
las Escrituras, ambas nociones de pensamiento y de su expresión exterior están
íntimamente conectadas" - The International Standard Bible Encyclopaedia, III, 1911-
12.

La segunda Persona, cumpliendo el sentido del término Logos (Verbo), es, y siempre lo
ha sido, como siempre lo será, la manifestación de Dios, ya que esto va implicado en el
término Logos (Verbo), puesto que Aquel que lleva este nombre en el seno de la
divinidad, es a la divinidad lo que el lenguaje es al pensamiento, es decir, su expresión.
El Dr. W. Lindsay Alexander escribe con claridad sobre este punto:

“Este término transmite su propio sentido, es decir, la simple idea de que se ofrece a
nuestra mente al pronunciar esta palabra, describe a Jesucristo con tal exactitud y
propiedad, que puede usarse, sin posterior calificativo, para designarle, justamente
como ocurre con los vocablos vida, luz, maná, Pascua, paz, etc.

Pero esto nos obliga a preguntarnos: ¿en qué sentido es Jesucristo la Palabra o Verbo?
Ya que es necesario confesar que dicho término no nos ofrece un sentido tan obvio a
primera vista como lo ofrecen algunos de esos otros términos con los que lo hemos
comparado. Pues bien, para responder a esto, la antigua respuesta es todavía la mejor.
'El Hijo - dice Orígenes - puede ser el Verbo porque anuncia las cosas ocultas de Su
Padre'; o, como dice otro padre de la iglesia primitiva, porque El es el intérprete de la
voluntad de Dios. Aquí la idea es que, así como una palabra es el intérprete del invisible
espíritu humano, así también Jesús, procediendo del seno del Padre, de Aquel a quien
nadie ha visto jamás, nos lo ha revelado a nosotros.

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Las palabras echan un puente sobre el foso que existe entre las mentes. Son como
alados mensajeros procedentes de una región que los sentidos son incapaces de divisar,
y por medio de los sentidos transmiten a otros el conocimiento de aquel poder oculto del
que son enviados, siendo así reveladores, de lo invisible, ya que nos manifiestan
palpablemente lo que, por su naturaleza, hubiese quedado por siempre oculto a nuestra
vista, a no ser por las palabras.

De una manera parecida, Jesucristo nos ha dado a conocer a Dios y nos lo ha


interpretado, pues, en Sí mismo, Dios se halla infinitamente distante de los límites de
nuestro conocimiento, de tal manera que no podemos hallarle por mucho que
indaguemos, y se debe únicamente a la revelación que El ha hecho de Sí mismo, el que
podamos albergar sobre El la más insignificante idea que resulte apropiada. Mas, de
todas las revelaciones que de Sí mismo ha hecho a los hombres, ninguna es tan
completa, tan clara y tan impresionante como la que nos ha hecho en la Persona de Su
Hijo.

En El Hijo, todos los demás rayos de la luz que Dios ha emitido para iluminar nuestras
tinieblas, están concentrados en un haz luminoso de gloria. En El Hijo, todas las otras
palabras que Dios ha dirigido a los hombres, están reunidas y condensadas en una sola
grandiosa expresión que a todas las abarca, y que, por ello, viene a ser el Verbo por
excelencia, es decir, la manifestación viva y personal de Dios a los hombres.

El lector atento del Antiguo Testamento no habrá dejado de observar el hecho de que, a
lo largo de los escritos allí contenidos, aparecen una distinción entre el Dios como es en
Sí mismo - oculto, invisible, inequívocamente, como en las apariciones del Ángel de
Jehová, que es Jehová mismo y, al mismo tiempo, Alguien distinto de Jehová - algo que
sólo puede entenderse en el supuesto de una distinción entre el Dios en cuanto revelado
y el Dios en cuanto oculto. En otros casos, se presenta la misma idea bajo ciertas formas
de expresión que la presuponen y que, sólo con tal presuposición, tienen una
explicación posible.

Tal es, por ejemplo, la expresión tan frecuente 'El Nombre de Dios' - una expresión que
indica algo distinto de Dios en cuanto Dios, pero a la que se atribuyen, no obstante,
cualidades personales y divinas, ya que se intima a los hombres a que pongan su fe y
confianza en el nombre de Dios; igualmente, Dios se sirve de Su nombre para ayudar y
salvar a los hombres; Dios impone Su nombre a una persona o a un lugar, con el
resultado de que Dios está en aquella persona o en aquel lugar; y muchos otros casos
similares, que sólo tienen una explicación satisfactoria en el supuesto de que el nombre
de Dios es Dios, no cual El es en Sí, sino cual El se revela a los hombres.

De tal género es también la distinción entre 'el rostro de Dios', que nadie puede
contemplar, y Su, “espalda" que Dios permitió ver a Moisés, condescendiendo con su
insistente súplica. Así como el rostro es el espejo del alma; la parte espiritual, por
decirlo así, del cuerpo; así también el rostro de Dios es Su esencial gloria interior, Su
esencia en cuanto Espíritu; y así como la espalda de un hombre es como algo puramente
material, impunemente expuesta al escrutinio de ajenos ojos, así también denota en Dios
cuanto de El puede ser revelado y, de esta forma, ser conocido por Sus criaturas.

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Lo que esto significa, El mismo lo declara expresamente cuando en la misma conexión,


al responder a la súplica de Moisés 'Muéstrame Tu gloria', en Ex 33:18, Dios le dice:
Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el
nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré
misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente Dijo más: No
podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” en Ex 33:19-20

La expresión “Yo haré pasar todo mi bien”, es decir, propiamente, “belleza", “majestad”
delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti '. Esto es lo que
Moisés pudo ver, y esto, el divino nombre o revelación de Dios, la belleza o manifiesta
perfección de Dios, es lo que Dios hizo pasar por delante de Moisés; y de esto es de lo
que Dios dice que es Su espalda, por cuanto era algo que podía darse a conocer a los
hombres, en contraste con su rostro, lo íntimo de Su esencia, que nadie puede verla, y
vivir.

Estos ejemplos son suficientes para demostrar que la idea de una distinción entre el
Dios cual es en Sí mismo y el Dios cual es revelado a Sus criaturas, no podía menos de
ser familiar a todo lector atento de las antiguas Escrituras judías; por tanto, al presentar
El apóstol Juan al gran Revelador de Dios como estando con Dios y siendo Dios, no
traspasó los límites del pensamiento y de la inteligencia de un judío ilustrado." - System
of Biblical Thealagy, 1, 360-63.

El Evangelio de Juan contiene tres verdades definitivas respecto al verbo:


1. Por ser una misma cosa con Dios y por ser Dios, existe desde toda eternidad (Jn
1:1-2 “1En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era
Dios. 2Este era en el principio con Dios”),
2. Es hecho hombre (Jn 1:14 “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia
y de verdad”), y
3. Es la manifestación perenne de la Primera Persona (Jn 1:18 “A Dios nadie le vio
jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”).

Toda la Biblia está de acuerdo con esta compendiosa revelación; tal es la Persona
adorable, omnipotente, omnisciente y eterna, que vino al mundo para ser el Salvador de
los hombres.

SEGUNDA POSICION: EL CRISTO ENCARNADO. En un esfuerzo razonable por


conseguir una digna alabanza del Redentor, hemos de fijar en nuestras mentes esta
verdad fundamental como la base de todas las otras realidades incluidas en Su
maravilloso y excelso Ser, a saber, que, puesto que El reúne en Sí mismo una divinidad
sin mengua y una perfecta humanidad, no hay ningún otro ser comparable a El, ni en el
seno de Dios, ni entre los ángeles, ni entre los hombres. Esta Persona del Hijo es tan
Dios como el Padre y el Espíritu, pero ni el Padre ni el Espíritu se han unido con una
naturaleza humana. Igualmente, esta Persona del Hijo es en todos los aspectos la
personificación de cada rasgo de un auténtico ser humano, pero ningún otro ser humano
ha estado jamás unido a la divinidad de una forma semejante.

No intentamos insinuar que esta Persona del Hijo sea superior al Padre o al Espíritu,
sino sólo señalar que difiere de todos los demás seres del cielo y de la tierra en que la
amplitud de la esfera de Su Ser se extiende hasta un punto inalcanzable por ningún otro
ser.

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Su ser está en función perfecta y definitiva del servicio peculiar para el que sólo La
Persona del Hijo estaba indicada, y jamás puede surgir la necesidad de ningún otro ser
para tal propósito. Como más adelante habremos de considerar todo el tema de la
mediación, suspendemos de momento su investigación, no sin antes enfatizar con la
máxima urgencia la verdad de que, sin un estudio infatigable y una constante
meditación de los rasgos peculiares de esta singular Persona del Hijo, no cabe progreso
alguno genuino "en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo".

TERCERA POSICION: CRISTO EN SU MUERTE. De nuevo hemos de decir que más


tarde nos espera una más extensa contemplación de los sufrimientos de Cristo; con todo,
la correcta valoración del Salvador está ligada, en un alto grado, a Su obra en la Cruz.
El Apóstol Pablo era consciente de dicha valoración cuando, en actitud de personal
adoración, decía de Cristo: "el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí" en Gá
2:20.
Gá 2:20 “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el
cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”

Este texto nos obliga a preguntarnos: ¿Cómo hemos sido crucificados con Cristo? La
respuesta es: Legalmente y en cuanto a la relación con Cristo. Legalmente, Dios nos ve
como si hubiésemos muerto con Cristo, porque nuestros pecados murieron con Él, ya no
estamos más condenados (Colosenses 2.13–15). En cuanto a la relación, hemos llegado
a ser uno con Cristo y sus experiencias son nuestras. Nuestra vida cristiana empieza
cuando, en unidad con Él, morimos a la vida vieja (véase Romanos 6.5–11). En nuestra
vida diaria, en repetidas ocasiones hemos tenido que crucificar nuestros deseos
pecaminosos que han tratado de impedir que sigamos a Cristo. Esta también es una
forma de morir con Él (Lucas 9.23–25).

Aunque el enfoque del cristianismo no es la muerte sino la vida. Porque hemos sido
crucificados con Cristo, también hemos resucitado con Él de acuerdo a ( Romanos 6.5
“Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así
también lo seremos en la de su resurrección”).

Por otra parte, legalmente, hemos sido reconciliados con Dios según (2 Corintios 5.19
“que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a
los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”) y,
así mismo, somos libres para poder crecer a la semejanza de Cristo como dice
(Romanos 8.29 “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre
muchos hermanos”). Y en nuestra vida diaria, al continuar con nuestra batalla contra el
pecado, el poder de la resurrección de Cristo está disponible como dice ( Efesios 1.19,
20 “19y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,
según la operación del poder de su fuerza, 20la cual operó en Cristo, resucitándole de los
muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales”).

No estamos solos, cuando ponemos nuestra fe en la persona y obra de nuestro Señor


Jesucristo, Cristo vive en nosotros, esta es nuestra razón para vivir y nuestra esperanza
para el futuro conforme a:

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(Colosenses 1.27 “a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este
misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria)

Grandes ciertamente son los triunfos de Cristo mediante la Cruz - que se extienden
hasta la transformación de todas las cosas en la tierra y en el cielo, y si se entienden
correctamente, producen un conocimiento más rico y más pleno de Aquel que es
poderoso para salvar.

CUARTA POSICION: EL CRISTO RESUCITADO. Por la Encarnación se llevó a cabo la


unión de las dos naturalezas en una sola Persona, la del Hijo, y en esta unión Su deidad
quedó velada, y Su humanidad, aunque sin mancha de pecado, apenas podía distinguirse
de la de los demás hombres en su trato corriente con la gente; pero la resurrección llevó
a cabo la revelación de Su divinidad y la glorificación de Su humanidad. Mediante Su
resurrección, ha llegado a ser lo que siempre será y lo que nadie antes de El había sido
jamás - un hombre glorificado en el Cielo.

De El Hijo (en cuanto Dios) está escrito: "El único que tiene inmortalidad, que habita en
luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la
honra y el imperio sempiterno" en (1 Ti 6:16).

A causa de Sus sufrimientos y de Su muerte, Dios lo ha exaltado grandemente en la


resurrección, y le ha dado el nombre que está sobre todo nombre. En cualquier
reconocimiento de todo lo que el Salvador es, debe haber una contemplación de Su
estado presente, es decir, de lo que El será para siempre en los cielos.

QUINTA POSICION: EL CRISTO ASCENDIDO Y SENTADO EN LOS CIELOS. El


omnipresente Salvador, aunque habita en cada uno de los creyentes, aunque está
presente donde quiera que dos o tres de los suyos están reunidos en Su nombre, y
aunque acompaña a cada uno de los suyos hasta la consumación de los siglos, está, sin
embargo, localmente presente en los cielos, sentado en el trono de Su Padre y
'ejerciendo allí el ministerio de Salvador de los hombres perdidos, y de Cabeza sobre
todas las cosas para la Iglesia; está también preparando un lugar para los hijos que El
mismo introduce en la gloria. Cuando estaba en este mundo, nadie lo conoció más
íntimamente que Juan el discípulo amado. El lo conoció sin duda cuando era niño, lo
contempló en Su vida pública, en la transfiguración, en Su muerte y en Su
Resurrección; y, con todo, cuando le vio en Su gloria - como describe en:
Apocalipsis 1:12-18 “12Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto,
vi siete candeleros de oro, 13y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al
Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el
pecho con un cinto de oro. 14Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca
lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; 15y sus pies semejantes al bronce
bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
16
Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y
su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
17
Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí,
diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; 18y el que vivo, y estuve
muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves
de la muerte y del Hades”

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En este relato fue entonces cuando, el apóstol Juan, cayó como muerto a los pies del
Salvador glorificado, y sólo pudo levantarse cuando fue alzado y fortalecido por la
diestra de su Señor glorificado.

Es con este mismo Salvador glorificado con quien se verán encarados los cristianos
cuando entren en el cielo, y es de este Salvador de quien el creyente debe ahora estar
bien enterado, si quiere saber quién es el que salva su alma.

SEXTA POSICIÓN: EL CRISTO QUE VUELVE. La capacidad del lenguaje humano


para expresar una gloria sin límite es puesta a prueba en los pasajes que describen la
segunda venida de Cristo, veamos algunos:
Is 63:1-6 “1¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos? ¿éste
hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en
justicia, grande para salvar. 2¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha
pisado en lagar? 3He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los
pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché
todas mis ropas. 4Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis
redimidos ha llegado. 5Miré, y no había quien ayudara, y me maravillé que no hubiera
quien sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. 6Y con mi ira hollé los
pueblos, y los embriagué en mi furor, y derramé en tierra su sangre”

Mt 24:27-31 “27Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el
occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre. 28Porque dondequiera que
estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas. 29E inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las
estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. 30Entonces
aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las
tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con
poder y gran gloria. 31Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus
escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”

Hch 15:16-18 “16Después de esto volveré Y reedificaré el tabernáculo de David, que


está caído; Y repararé sus ruinas, Y lo volveré a levantar, 17Para que el resto de los
hombres busque al Señor, Y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre,
18
Dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”

2 Ts 1:7-10 “7y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se
manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, 8en llama de fuego,
para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro
Señor Jesucristo; 9los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia
del Señor y de la gloria de su poder, 10cuando venga en aquel día para ser glorificado en
sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha
sido creído entre vosotros)”

Ap 19:11-16 “11Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo


montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. 12Sus ojos eran como
llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que
ninguno conocía sino él mismo. 13Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su
nombre es: EL VERBO DE DIOS. 14Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo,
blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. 15De su boca sale una espada aguda,

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para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del
vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. 16Y en su vestidura y en su muslo tiene
escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES”

Este aspecto de Su gloriosa Persona debe añadirse a la suma total de todo lo que es el
Salvador, por quien los perdidos se salvan y por quien son introducidos sin mancha en
la presencia de Su gloria.

SÉPTIMA POSICIÓN: EL CRISTO QUE REINA PARA SIEMPRE. Por la autoridad del
Padre, el Hijo, a quien toda potestad ha sido dada, es menester que reine sobre el trono
de David hasta que todos sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. Entonces
El, en virtud de la misma autoridad, reinará por los siglos de los siglos, a fin de que
Dios sea todo en todos como afirma (1 Co 15:24-28 “24Luego el fin, cuando entregue el
reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.
25
Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de
sus pies. 26Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. 27Porque todas las cosas
las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él,
claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. 28Pero luego que todas las
cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él
todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”).

De la persona del Salvador, está profetizado que Su reino no tendrá fin - sobre el trono
de Su padre David como vemos en los siguientes textos:
Is 9:6,7 “6Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su
hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno,
Príncipe de Paz. 7Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de
David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde
ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto”

Ez 37:21-25 “21y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo a los hijos de
Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los
traeré a su tierra; 22y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey
será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos
en dos reinos. 23Ni se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con
todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los
limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios.
24
Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en
mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra. 25Habitarán en la tierra
que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos,
sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David será príncipe de ellos
para siempre”

Dn 7:13-14 “13Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo
venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron
acercarse delante de él. 14Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca
pasará, y su reino uno que no será destruido”

Lc 1:31-33 “31Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su


nombre JESÚS. 32Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le

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Salvación Parte 4 La Persona del Salvador_1
SALVACION Página 10 de 10

dará el trono de David su padre; 33y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin”

Ap 11:15 “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que
decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él
reinará por los siglos de los siglos”

Tal es Aquel en quien el pecador tiene la opción de creer y confiar, y tal es Aquel a
quien todos los cristianos son exhortados a conocer. La llamada a conocer a "nuestro
Señor y Salvador Jesucristo" es una llamada a entrar en un inconmensurable reino de la
realidad, de todas esas realidades que están incluidas en el Salvador.

En un momento de gran oscuridad, Dios prometió enviar una Luz que brillaría en
cualquier persona que viviera en la sombra de la muerte. Esta luz es el «Admirable,
Consejero» y «Dios fuerte». Este mensaje de esperanza se cumplió con el nacimiento de
Cristo y el establecimiento de su reino eterno. Vino a liberar a todas las personas de la
esclavitud del pecado

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