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Nuria Vidal Villa

Va néixer a Mèxic Districte Federal, filla de


català i madrilenya.

Els seus pares van ser Josep Maria Vidal –


català – i Benita Vila - madrilenya -. Els seus
avis per part de mare eren socialistes. L'avi
matern va ser company de Pablo Iglesias i
amic de Indalecio Prieto. La seva mare va ser
militant de les JSU i desprès del PCE,
col·laboradora de Santiago Carrillo, va
treballar en el govern de la República durant
la guerra i quan va arribar la retirada sortí
amb el govern cap a França i després a
Mèxic.

El seu pare va ser un soldat republicà, va fer


la guerra en artilleria i va arribar a ser tinent.
Va sortir amb l’exèrcit per la frontera
francesa i va ser internat en un camp de concentració, més tard es va embarcar en el
Sinaia rumb a Mèxic.

Les dues famílies van arribar a Veracruz –Mèxic- i tant el seu pare com la seva mare
van treballar a l'oficina d'ajuda al refugiat on es van conèixer.

Nuria i els seus germans sempre van anar al Colegio Madrid i va venir a viure a
Barcelona quan els seus pares van decidir tornar a Catalunya el 1962.

Nació en México Distrito Federal, hija de catalán y madrileña.

Sus padres fueron José María Vidal –catalán – y Benita Villa -madrileña -. Sus abuelos
por parte de madre eran socialistas. El abuelo materno fue compañero de Pablo
Iglesias y amigo de Indalecio Prieto. Su madre fue militante de las JSU y después del
PCE, colaboradora de Santiago Carrillo, trabajó en el gobierno de la República
durante la guerra y cuando llegó la retirada, salió con el gobierno hacia a Francia y
luego a México.

Su padre fue un soldado republicano, hizo la guerra en artillería y llegó a ser teniente.
Salió con el ejército por la frontera francesa y fue internado en un campo de
concentración, más tarde se embarcó en el Sinaia rumbo a Mexico

Las dos familias llegaron a Veracruz –México- y tanto su padre como su madre
trabajaron en la oficina de ayuda al refugiado donde se conocieron.

Nuria y sus hermanos siempre fueron al Colegio Madrid y vino a vivir en Barcelona
cuando sus padres decidieron volver a Cataluña en 1962.

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Entrevista
Yo me llamo Nuria Vidal Villa, tengo dos hermanos, José María que murió en el 2002 y
Flora que vive en México. Mi padre se llamaba José María y mi madre Benita, aunque
todo el mundo le llamaba Anita desde España, nunca supe por qué.

La historia empieza con mis abuelos con los


padres de mi madre, digo que empieza con ellos
porque eran socialistas, de hecho mi abuelo
había sido compañero de Pablo Iglesias y era
muy amigo de Indalecio Prieto, uno de los
hombres importantes del Partido Socialista en
Madrid de los años 20, 30, eran madrileños, mi
madre también, era la gama madrileña de la
familia.

Mi madre estaba muy politizada desde siempre,


estuvo en la JSU, era amiga y compañera de
Carrillo ya desde pequeñitos, desde
adolescentes. Viene de una familia de políticos
y con muchos problemas con su padre porque
claro, mi abuelo era socialista y ella se hizo
comunista enseguida, tenían muchas broncas
pero se querían mucho, eran una familia muy
clan, muy unida.
Sus padres en México

Mi madre trabajaba en el gobierno de la República y siguió sus pasos desde Madrid a


Valencia, de Valencia a Barcelona y de Barcelona al exilio, bueno a Francia y al exilio.
Llegó a México por el camino ortodoxo por decirlo de alguna manera, por el camino del
gobierno y de los miembros del gobierno, en barco, en el segundo, primero fue el Sinaia
y el segundo el Mexique, ella llegó en el Mexique. Vinieron los cuatro, mis abuelos, ella
y mi tía Juanita, mi madre tenía entonces 24 años y la tía Juanita tenía 6 menos, o sea 17
o 18.

En cambio mi padre es una historia muy diferente, mi padre que era soldado, no hacía
política, era republicano y nada más, pero no estaba vinculado a nada. Hizo la guerra en
artillería, llegó a ser teniente y cuando llegó la derrota vino a Barcelona con su familia,
con su madre y sus hermanas. Posteriormente salió con el ejército por la frontera y fue a
un campo de concentración en Argelés donde estuvo durante casi tres meses.

Mi padre no estaba vinculado a nada, no tenía relación con nadie digamos, y tuvo la
suerte, -él también dice que fue suerte y creo que sí lo fue-, de que en el primer barco,
en el Sinaia, donde iban muchos miembros del gobierno. Pero luego se hizo un sorteo y
a él le tocó marcharse, y claro, con 23, 24 años estaba dispuesto a cualquier aventura,
más con tal de salir de aquel campo de concentración que era espantoso.

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En el Sinaia se hizo muy amigo de un madrileño, que no sé cómo se llama porque
siempre le llamé Tito Laque. Se casó con mi tía, pero no me acuerdo del nombre. Tito y
se hicieron novios, al cabo de un año se casaron y se fueron a vivir a México.

Lo que siempre nos explicaron es que ellos se casaron en el 40, en el 42 nació mi


hermano y en el 44 nació mi hermana, no tenían una casa en México, vivían en
pensiones, en hoteluchos, con los dos niños, a veces en casa de amigos. Estaban tan
convencidos de que cuando acabara la guerra regresarían a España que, incluso yendo
con los dos niños
pequeñitos de
arriba para abajo,
nunca se les
ocurrió buscar una
casa. Hasta el año
46 no tuvieron una
casa, en San Borja
vivieron 3 años y
yo nací en el 49,
cuando ya vivían
en la calle Mitla,
en la casa donde
viví toda mi vida
en México, en la
Colonia Narvarte.

Los abuelos de Nuria

Supongo que en tu vida infantil se hablaba siempre de cosas de la guerra ¿no?

Hombre se hablaba de la guerra, se hablaba de España, se hablaba de Rusia, se hablaba


de política continuamente. Las broncas con mi abuelo siguieron siendo continuas, mi
padre se hizo comunista, se hizo del PSUC desde muy pronto, de hecho López
Raimundo es el padrino laico de mi hermano, de José María, eran muy amigos. Se
hablaba y se vivía la guerra, no es que se hablara, es que se vivía la República y la
guerra.

En España quedaron primos con los que se escribían, estas familias nos mandaban
revistas y cosas, o sea que teníamos mucha información, una información clara de lo
que estaba pasando en España, de los cambios que había, de los que no había y de la
represión o de la miseria o de lo que fuera, había un contacto muy directo y continuo.

¿Tu padre nació en Barcelona?

Mi padre nació en Barcelona y su familia es de Lérida, pero él es nacido en Barcelona.

¿Y tú ibas al Orfeó Català?

Sí, lo hice todo, porque por el lado catalán iba al Orfeón Catalán, donde bailábamos
sardanas y cantábamos la Pastoreta, mi padre nos hablaba en catalán, siempre nos
mantuvo muy al tanto de esto.

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Pero por el otro lado también teníamos a los madrileños claro, porque mi madre era
muy madrileña, tenía un grupo de amigos muy potente, estábamos continuamente
viviendo en ambientes españoles.

¿Y ellos siguieron haciendo digamos vida política relacionada con España?

Sí, los dos, mi madre seguía en el PCE y mi padre en el PSUC, siempre, nunca lo
dejaron.

¿Y tienes idea de por qué te llevaron al colegio Madrid?

¿Por qué? Sí, claro, el


Madrid como bien sabes y
como todo el mundo lo debe
saber es una iniciativa de los
socialistas, de Indalecio
Prieto. Él era muy amigo de
mi abuelo y cuando se abrió
el colegio el primero en ir
fue José María, ya desde el
principio, y luego ya fuimos
todos.

Fuimos al colegio Madrid


porque el colegio lo pagaba
mi abuelo, entre otras cosas.
Al principio no se pagaba
pero cuando hubo que pagar,
lo pagaba mi abuelo, a mis
hermanos, porque cuando fui
yo, ya mi padre se ganaba la
vida. Pero como aquellos
primeros años estaban mis
padres de peregrinos y de
trashumantes, el colegio lo
asumía mi abuelo, y bueno si
él pagaba iban al Colegio
que él quería. De todas
formas el Madrid siempre
les pareció un colegio ideal,
estaban muy contentos.
Sus hermanos José María y Flora

¿Qué recuerdos tienes tú del Colegio Madrid?

Yo en general tengo muy buenos recuerdos del colegio, de las clases, de los profesores.
Hice hasta primero de secundaria, este año ya no lo acabé, ya me trajeron para aquí.
Tengo muy buenos recuerdos del camión, del patio, de los profesores, de todas nosotras.

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Y es que me acuerdo mucho, no sé si es que ya te haces mayor y te acuerdas de cosas de
más pequeña. Me acuerdo de la esquina de mi calle esperando el camión a las siete de la
mañana.

Tengo muy buenos recuerdos del Cole, lo que pasa es que también tengo la sensación de
que era un colegio muy dogmático, nos enseñaban lo que ellos querían realmente de la
historia de España de la historia de México o de la historia del mundo. Una de las cosas
que me hacen reír es cuando le contaba a Ramón, mi marido, de los belenes que
montábamos con el descubrimiento de América, no hacíamos belén, pero sí que
montábamos una especie de belén con las carabelitas.

Luego esto de los


himnos, de estar
cantando los
himnos todos los
lunes, ahora visto
en perspectiva,
me parece un
poco agobiante el
izar las banderas
y el estar siempre
pensando en un
país que no era el
tuyo, que era el
que te vendían en
el colegio y claro,
también en casa.
El grupo de Nuria en el colegio Madrid

Me parece que el colegio se fundó en el 40 o 41, cuando nosotros teníamos unos 10


años, estamos hablando de 59, había una generación que empezó en el colegio y que
eran muy jóvenes, pero que ya no eran exiliados directos. Fuimos de las primeras
generaciones que tuvimos profesoras jóvenes que ya no venían directamente de España,
pero bueno la influencia de España era tremenda, siempre.

¿Cómo te veían a ti los mexicanos? Cuando yo hago esta pregunta a veces me dicen
por qué preguntas esto, es una pregunta muy grosera, pero no.

No, no es una pregunta grosera es una pregunta lógica porque vivíamos en un gueto,
íbamos al Mundet que era de españoles, al Asturiano, al Orfeón Catalán, al casal de no
sé que, al Hospital Español, a la benéfica, vivíamos en un gueto. El contacto con los
mexicanos que teníamos era mínimo, era en mi calle, teníamos un vecino, la señora
Lolita, que tenía dos hijos, el Beto que era de mi edad y éramos muy amigos y la Lulú,
que era de la edad de mi hermana, vivíamos puerta con puerta y mis padres y ellos
también eran muy amigos, pero bueno fueron los únicos.

Mi padre tenía una tienda ¿sabes? una librería y cuando abría la librería estaba todo el
mundo y ahí sí que había un contacto con mexicanos de todos los colores, de todas las
clases y de todos los tipos. A mí me gustaba mucho ir a la librería, yo me lo pasaba muy
bien, me encantaba.

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En México ¿tú como veías a los mexicanos?

¿A los mexicanos? No los veía. Para mí los mexicanos como pueblo no existían, para mí
existían las personas, la vecina y sus dos niños, existían las criadas, las “gatas”. Suena
despectivo eso de las “gatas” pero así es como las llamaban. Las mexicanas eran las que
conocía en el colegio, que más bien eran poquitas. Desde mi punto de vista, de niña de
12 años, no existían, eran los indios que iban en el camión, ni los quería ni los dejaba de
querer, no formaban parte de mi paisaje. Para mí México eran las rancheras que había
en la tele, no tenía una visión de México. Lo que me gustaba mucho era la comida
mexicana, eso sí me gustaba mucho, me gustaban los tamales, las enchiladas.

¿En qué momento tus padres deciden regresar a España?

Es que yo lo plantearía diferente, nunca decidieron quedarse. Entonces claro siempre


estaban a ver cuándo nos vamos, a ver cuándo finalmente podemos hacer lo que
queremos hacer. Nunca se hicieron mexicanos, mi madre sobre todo. Digamos que ahí
hubo dos motores: mi madre y el
segundo marido de mi tía, que
no paraban de chinchar en que
“hay que volver”, “hay que
volver”, “hay que volver”.

Probablemente mi padre y mi
tía, se habrían adaptado, habrían
encontrado su estatus y se
habrían quedado porque además
mi padre tenía un trabajo que le
gustaba, la tienda, le iba muy
bien. Mi padre era una persona
muy sociable que tenía un
montón de amigos, digamos que
estaba a gusto y mi tía igual, era
una mujer muy sociable. Pero mi
madre nunca, nunca, se hizo a la
idea y Antonio tampoco nunca.
Y este continuo “¿a ver
cuándo?” se planteó en el 59, en
el 58 ya ven que puede ser
posible y en el 59 mandan a José
María, mi hermano, aquí a
estudiar con 16 años. Vino a
vivir a casa de la tía Lolita.
Diario de la Juventud Socialista Unificada

En el 59 no sé si hubo una ley, el caso es que como habían transcurrido 20 años,


prescribían los delitos, porque mi padre no, pero mi madre sí que tenía acusación de
cosas, no sé exactamente de qué, pero sé que prescribían a los 20 años y entonces
podían volver.

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En el verano vino mi madre y yo con ella, vinimos las dos a ver un poco qué pasaba,
porque no tenían realmente una idea de qué pasaba aquí, de con qué país se iban a
encontrar. Estuvimos un mes en Madrid y un mes en Barcelona y decidió que sí, que
había que volver y que estaba estupendo, que era una catástrofe todo el franquismo,
pero que aquí es donde había que luchar, que aquí es donde había que estar. Todo el 60 y
61 se dedicaron a planificar el viaje, cerrar los negocios, cerrar la casa, en principio nos
veníamos a España todos.

¿Tus tíos también volvieron a España?

Vinieron al mismo tiempo, en el 62, cuando ya todos nos vinimos porque entre tanto
hubo varias cosas que cambiaron un poco las cosas, mi abuela, la tata, se murió en el 60
y mi abuelo cogió una depresión muy fuerte y eso fue otra de las cosas que aceleró
también el volver, para darle un estímulo.

¿Tu hermana se queda, verdad?

Sí, mi hermana se queda, a ella en el año 60 la mandan a estudiar a Londres un año, en


realidad estuvo seis meses porque cuando volvió a México para las vacaciones,
pensando en volverse otra vez, conoció a su novio, se enamoraron y ya no volvió a
Londres, ni se vino a España. El día que cumplió 18 años se casó y nosotros nos
vinimos a España en agosto del 62. Levantamos la casa, vino mi madre en mayo a
acabar la operación de compra de un piso y mi padre y yo vinimos en agosto.

¿Qué efecto tuvo en ti y en tus padres el volver?

Yo no volvía, a mí me traían. Mi madre se llevó una decepción muy grande porque fue
ella la que decidió venir a Barcelona, Madrid no le gustaba nada. En Madrid notó que el
franquismo era muy pesado, que se notaba mucho en la calle, que la gente vivía muy
oprimida por el régimen, la gente que ella conocía, es decir su entorno, evidentemente.

Pensaba que en Barcelona la gente respiraba más, que había más posibilidades tanto de
trabajo como de política, como de todo y fue ella la que decidió venir a Barcelona y mi
padre dijo vale, ahí están mi madre y mis hermanas. A mí me daba igual.

Nos venimos a Barcelona pero esto significó separarse por primera vez en toda su vida
de su hermana y de su padre porque ellos se quedaron en Madrid. Mi madre se quedaba
en una ciudad que quería mucho y que le gustaba mucho, pero que no entendía, no era
que no entendiera el catalán, el catalán lo entendía perfectamente, -mi padre te digo nos
hablaba catalán desde que nacimos-, no era ése el problema, sino que no entendía la
ciudad, pero le hubiera pasado lo mismo en Madrid.

Vivían en una España que no existía ya, en una España utópica en la que todo el mundo
era muy bueno, todo el mundo se quería mucho, que si las luchas en la calle, la
solidaridad, y esa España ya no era, habían pasado 20 años, había pasado una posguerra,
había pasado un principio de desarrollo. Cuando nosotros llegamos en el 62 empezaba
la época del Opus, este país empezaba a despegar, a levantar cabeza un poco, y no tenía
nada que ver con su idea mental de España, mi madre se llevó ahí un buen tortazo.

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Mi madre intentó hacer política aquí y no pudo o no encontró los medios. Mi padre sí,
encontró los medios, siguió militando en el PSUC y se incorporó a la clandestinidad.
Ella no encontró un terreno para seguir, además ya era mayor y sobre todo estaba
enferma. Mi madre cuando vino aquí en el 62 ya empezaba a estar enferma, murió en el
66, en la primavera de 66. Entonces por todo, para ella la vuelta no fue el paraíso, para
mi padre es diferente porque él no quería volver, estaba feliz en México, él sí que se
hubiera quedado, pero bueno como siempre, se dejó conducir mucho por mi madre,
creía en ella, sabía que mi madre era más inteligente, más fuerte y entonces dijo, “si tú
quieres volver yo pongo de mi parte”, la quería mucho.

A mi padre le costó un poco encontrar trabajo, claro, imagínate


llegas a un país a los 48 años, empiezas una vida prácticamente de
cero, con el dinero que tenían no podían vivir aquí, podían
aguantar un año o dos, pero no más. Le costó encontrar trabajo,
compró una imprenta y luego cuando ya salió lo del Fondo de
Cultura sí que estuvo feliz, porque tenía un vínculo con México y
era un vínculo con Madrid. Él siempre pensó que tenía que haberse
quedado en Madrid trabajando. También era un vínculo con los
libros, que era lo que más le apasionaba en el mundo, el mundo de
los libros, la literatura, ése era su mundo.

La vuelta al mundo en 20 festivales

¿Qué pasa con tu hermano y contigo?

Mi hermano era el veterano de España porque ya llevaba tres años aquí, vivía con mi tía
y cuando vinimos se vino con nosotros, tenía una novia Montse, que se incorporó
enseguida el clan familiar. Él se dedicaba a la política un 100% y yo le veía muy poco.
A mí me llevaron al Instituto Verdaguer, que está en el parque, iba con uniforme, cosa
que no me extrañaba porque ya lo usaba, era el único Instituto que llevaba uniforme en
aquella época.

¿Qué sentías cuando estabas aquí, era muy diferente?

La verdad, me lo pasé muy bien, el Instituto fue estupendo, iba sola al colegio, cosa que
en México nunca hubiera podido hacer, cogía el metro o el tranvía. En el cole, entramos
Manola Salvadores y yo juntas, éramos como las estrellas del colegio, éramos
mexicanas, hablábamos diferente, con muchísimo acento, usábamos modismos y
maneras de decir las cosas completamente distintas, éramos distintas físicamente
también, éramos más americanas, teníamos un “look” más americano de lo que había en
España en aquel momento.

En el colegio enseguida hubo dos clases de profesores, unos eran los republicanos y
progresistas, de izquierdas, que nos adoptaron digamos, y los otros que eran, no te diré
de derechas, eran digamos más franquistas sin ser militantes de nada, y éstos nos
cuestionaban cosas.

¿Te chocaba mucho lo que vivías aquí con relación a lo que habías vivido en
México? ¿Te costó mucho adaptarte?

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No, no me costó nada, fue muy fácil, en primer lugar porque me dieron mucha libertad,
como vivían en una España que no era la real pensaban que todavía se podía ir por el
mundo con toda libertad. La verdad es que se podía.

Empecé a militar en el PSUC a los 15 años pero entré no por mi familia sino por una
situación completamente absurda, ya ves que de adolescente estamos todos un poco
locos, entré por Ramón, mi marido, él me metió y estuve ahí hasta los 16, 17 años. De
ahí me fui a un partido radical, Internacionales, ahí estuve dos años y cuando salí, ya los
envié a todos a la mierda.

A veces añoraba el Colegio, me estuve escribiendo con dos amigas, Paloma y Elisané,
una de ellas se había ido a Santo Domingo al mismo tiempo que yo, y me seguí
escribiendo con ellas durante cinco años, me acuerdo que me preguntaban “¿cómo es
vivir bajo la bota de Franco?” En
todo caso, les decía yo, “la bota de
Franco la combato”. Éste era un
discurso que también mis padres
tenían que padecer, la gente que
vino en esta época decían que eran
unos traidores, pero bueno, ellos
venían aquí a luchar, se vinieron
aquí a seguir haciendo la
revolución, era mucho más cómodo
quedarse en México y seguir
haciendo dinero y viviendo
tranquilos y no tener de qué
preocuparse.
Instituto Verdaguer

A mi padre lo detuvieron, mi hermano estuvo en la cárcel 4 o 5 veces, represaliado


como profesor y condenado por política. En diciembre de 63 mataron a Julián Grimau y
hubo una consigna en la emisora de Radio España Independiente de salir todos al día
siguiente con un lazo negro y me acuerdo que evidentemente fui al colegio con una cosa
negra y lo que me sorprendió es la cantidad de niñas que ese día aparecieron con algo
negro, niñas, profesoras y es cuando te das cuenta de que había dos Españas la oficial y
la de verdad.

¿Tu vida aquí en términos de trabajos y de cosas cómo ha sido? ¿Multicolor?

Bueno, no era multicolor exactamente. Entré a la universidad en el 67, hice dos años
comunes y en febrero del 68 me detuvieron y me metieron a la cárcel. Cuando salí
estuve un mes y un poquito más, me expulsaron de la universidad y estuve sin pasaporte
hasta que se murió Franco, estuve hasta el 76 sin pasaporte, 28 años recién cumplidos y
sin poder ir a la universidad.

Empecé a trabajar en Salvat, entré porque todos los que estaban ahí eran gente del
partido, gente de política y entonces claro, daban trabajo a la gente que estaba
represaliada o con problemas. Entré al Diccionario, en el grupo de geografía y
economía, por pura casualidad. Los economistas que estaban eran Ernest LLuc,
Francesc Roca y Rafael Tasis, los tres eran amigos de mi hermano que me protegieron

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mucho. Al estar en este grupo de trabajo, cuando un año y medio después me admitieron
en la universidad, hice Geografía e Historia y empecé a trabajar en el área metropolitana
de Barcelona. Ramón mi marido también trabajó en Salvat, luego estuvo en la revista
Destino como grafista y en el 75 fue director de la Filmoteca en Barcelona. En el 76,
que es cuando la Filmoteca tuvo su primera oficina, me fui a trabajar con él y dejé la
geografía, desde entonces he estado trabajando en muchas cosas pero todas vinculadas
con el cine.

¿Qué piensas que se ha hecho para los exiliados o para los hijos de exiliados hasta
este momento a nivel de gobierno? ¿Tú crees que se han hecho cosas?

Bueno hubo un reconocimiento generalizado de la gente, pero no en concreto de los


exiliados, ni de los hijos de exiliados no, no creo que haya habido. Lo que sí que hubo
en la transición aunque empezó durante el franquismo, pero que en la transición se hizo
más patente, es una ‘vanaglorización’ de la época de la República y de la guerra. Se ha
tardado mucho, pero muchos años, en empezar a poder decir que durante la República
también se cometieron muchos errores y que en la guerra se hicieron muchas
barbaridades, en el lado republicano. No se podía decir, no se podía reconocer, los
republicanos de cualquier color que fueran, socialistas, comunistas, anarquistas, de la
CNT, siempre eran los buenos.

Igual que ha habido una ley del punto final respecto al franquismo, hubo una ley de
punto final respecto a lo que había habido de malo en los períodos anteriores, en la
República y en la guerra, y de eso no se habló. Se ha tardado casi 25 años en poder
realmente empezar a analizar lo bueno que hubo, pero también lo malo, los problemas,
las tensiones y los errores que se cometieron. Hubo una especie de glorificación
generalizada de que todos los rojos eran buenos, y pues ni todos los rojos eran buenos ni
todos los azules eran malos, había buenos y malos, sin embargo, se tardó mucho en
poder decir esto, en poder escribirlo.

Pero yo creo que hoy en día hay un gran silencio de todas formas ¿no? La gente
tampoco quiere reconocer que hubo guerra o que hubo campos de concentración,
esto muy poco a poco.

Que hubo guerra sí, que hubo represión también, la represión franquista es la que ha
estado en el candelero siempre. Y con la ley de punto final no es que se olvidara eso,
sino que simplemente no hubo y yo creo que fue uno de los puntos positivos en la
transición, no hubo represalias, sino decir más bien, “bueno, muy bien, se ha acabado,
por suerte, se ha acabado esta pesadilla, vamos a empezar de nuevo, empecemos a
construir algo, no se trata de olvidar o de dejar de olvidar, pero empecemos a construir”
y se empezó a construir algo y menos mal porque si no, no sé a dónde hubiéramos ido a
parar.

¿Y sobre la ley de memoria histórica qué piensas?

Me parece muy bien que se haga, pero de los dos lados, insisto. Setenta años después la
memoria tiene que ser de los dos lados, eso es lo que yo creo que debe ser.

El problema es que cuando es la posguerra, los más fastidiados son los del lado
republicano.

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En la posguerra los más castigados fueron todos, eso es otra de las cosas que también
me ha costado mucho aceptar, no te creas, me ha costado. Los castigados fueron todos,
este país era invivible, no solamente no podían hablar los republicanos o los rojos, o los
amarillos, no podía hablar nadie. Había una minoría tan minoría que mandaba, tan
pequeñita, que en realidad el afectado era todo el país, y de todo tipo, de gente apolítica
más bien, o que lo único que quería era sobrevivir, y se las vio canutas, se las vio negras
y no simplemente porque fueron vencidos, simplemente porque este país era invisible.
Ahora claro que a la cárcel iban los más representativos, los rojos, los que luchaban, los
combativos, claro, pero fastidiados, todo el país. La familia de mi padre por ejemplo
que no eran políticos, eran simplemente catalanistas sin militancia, lo pasaron fatal.

Me estabas diciendo que estás muy contenta aquí.

Sí, pero la situación de desarraigo no te la quita nadie, a pesar de los años que llevo
aquí, a mí cuando me preguntan de dónde eres, yo digo de México porque es verdad y
entonces me miran y me dicen ¿pero con este acento? Pues sí, con este acento catalán
que tengo, yo soy de México y sigo sintiendo que una parte de mí se quedó ahí, un
trocito de mí se quedó, a pesar de que vine tan pequeña. Y cuando estoy en México me
reivindicó como española, es muy curioso ¿no? el problema es que estás siempre en otro
sitio, siempre estás desarraigada.

¿Tú has ido al lugar donde nacieron tus padres, conoces los lugares donde
estuvieron, donde crecieron?

Evidentemente he ido porque cuando yo llegué a España, la primera casa donde vivimos
fue la casa de mi abuela.

La historia de mi madre es curiosa, mi abuelo era constructor y en el año 30 compró un


terrenito en Cuatro Caminos, en Madrid, y se hizo una casa, la verdad muy bonita, una
casa de la época, la acabaron de hacer en el 33, más o menos, y se fueron a vivir allí.
Luego vino la guerra y mi madre empezó a peregrinar por el mundo con el gobierno.
Esa casa la requisó la falange, había una placa que recordaba ese momento. Después,
cuando acabó la guerra, se la quitaron a los falangistas, la casa la recuperó el gobierno
de Franco y se le alquiló a un matrimonio que estuvo viviendo tranquilamente hasta que
nosotros llegamos. Esta casa no la disfrutamos nunca porque mi madre nunca quiso
volver ahí, tenía un recuerdo muy bueno de ella y se negaba a volver a una casa que se
había convertido primero en una cárcel y en la que habían vivido gente que no tenía
nada que ver con ella, al final se vendió, hace tres años.

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