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¿Cómo es posible definir hoy el perfil del líder cristiano que debe pastorear al pueblo de Dios en
medio de un mundo globalizado? ¿Qué patrones se pueden establecer para diseñar un liderazgo eficaz
en plena era de la mundialización?
El escritor Umberto Eco se refirió en una entrevista al apóstol Pablo como prototipo de hombre
que vivió también, durante el primer siglo, inmerso en un proceso de globalización:
“El modelo del milenio será san Pablo, que nació en Persia, de una familia judía,
que hablaba griego, leía la Torah en hebreo y vivió en Jerusalén, donde hablaba el
arameo y cuando se le pedía el pasaporte era romano” (Eco, El periódico de
Cataluña, 7 de enero,2000).
Estas palabras nos recuerdan que debemos recuperar el ejemplo de Pablo, tomarlo como modelo
de cristiano comprometido con la causa del Evangelio y aplicar los mismos principios que él empleó a
la hora de comunicar el mensaje de Jesucristo.
Los principios paulinos aplicables al liderazgo cristiano eficaz en el mundo de hoy son
numerosos. Desde su decidida visión de futuro (prosigo al blanco), o su sincera dependencia de Dios
(todo lo puedo en Cristo que me fortalece) y hasta su vocación intercesora (haciendo memoria de
vosotros en mis oraciones), abundan los ejemplos de cualidades paulinas que podrían estudiarse.
En este escrito quiero resaltar cinco de estos importantes principios paulinos que están
claramente relacionados con el tema del testimonio del creyente en la presente era de la información
principios que pueden ser útiles para comunicar con éxito el mensaje evangélico.
El extremo opuesto
En nuestros días y en determinados círculos protestantes se está cayendo en el extremo
opuesto. Si los judíos del tiempo paulino pedían señales, en la actualidad muchos líderes
cristianos, en su afán por atraer a la gente, se dedican también a anunciar campañas de señales
y milagros en vez de predicar “a Cristo crucificado”.
No debe olvidarse que éste no es el objetivo principal del líder cristiano. Dios tiene
poder para dar salud y vida en abundancia como quiera y cuando lo desee. No precisamente en
el momento en que nosotros se lo exijamos. La sanidad física y el poder sobrenatural de Dios
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es susceptible de actuar en el mundo de hoy y es capaz de ayudar ocasionalmente a la
predicación del Evangelio, como ayudó a Jesús y a sus discípulos. Pero no constituyen el
objetivo principal de la predicación cristiana.
En la Biblia tenemos ejemplos de situaciones en las que el propio Maestro tuvo que
prohibir a sus discípulos que hicieran publicidad de los milagros que él realizaba, porque no
quería que la gente le siguiera por sus prodigios, de manera egoísta. Tampoco es misión del
líder cristiano ir por el mundo convocando a Satanás para pelear con él, como si se tratase de
un reto pugilístico de los pesos pesados.
Convocando a Satanás
Ciertos sectores del protestantismo actual padecen un exceso de soldados mercenarios
espirituales dispuestos a batirse en duelo, a entablar batallas o guerras espirituales con el
príncipe de las tinieblas para así liberar ciudades, montañas, monumentos o derribar fortalezas
espirituales que nunca nadie ve caer. Muchas veces este tipo de espectáculos sólo sirve para
ridiculizar el Evangelio de Jesucristo ante la opinión pública.
(En un pueblo de la provincia de Murcia, España, un grupo de evangélicos
decidieron que había que derribar los muros espirituales para que la gente se
convirtiera. Igual que Josué ante las murallas de Jericó, se compraron trompetas y
a las 12 de noche dieron siete vueltas al pueblo y empezaron a tocar las trompetas,
desafinando a los demonios. ¿Cuál fue el resultado?. Los vecinos les tiraron agua
hasta echarlos. Al día siguiente la prensa local anunció: “Los locos protestantes
interrumpieron el descanso del pueblo”. Peor todavía, no hubo evidencia alguna
que fortalezas espirituales fueron derribadas. Lo único que lograron fue molestar el
sueño de la gente del pueblo.)
Escatología ficción
Se especula con la idea del rapto, la gran tribulación, aquello que acontecerá a los que se
queden cuando los elegidos se vayan, quién será más terrible si la bestia, el falso profeta o el
anticristo e incluso qué personaje histórico tiene más posibilidades de encarnar cada uno de
estos roles.
No obstante, el apóstol Pablo no participó nunca de este juego de especulación
escatológica. Según su opinión, éste no era un tema importante para la predicación del
Evangelio. La principal inquietud que atenazaba a sus contemporáneos era muy similar a la
que preocupa hoy a los hombres y mujeres del siglo XXI.
En aquel tiempo, igual que en éste, lo que a la gente le interesaba no era saber quién
sería el anticristo, sino cómo enfrentarse a la trágica realidad de la propia muerte. Y Pablo les
responde con un mensaje escatológico tan simple como contundente: “¡no temá is, hay
esperanza!”
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IV. RECUPERAR LA VISIÓN UNITARIA:
En cuarto lugar, hay que recuperar la visión unitaria del pueblo de Dios que sostenía el
apóstol Pablo. El apóstol de los gentiles hace un llamamiento a la unidad de todos los
creyentes en Cristo Jesús, mediante estas palabras:
“Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo soy de
Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue
crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de
Pablo?” (1 Co. 1:12).
Es cierto que el término “ecumenismo” no está muy bien visto en los círculos
evangélicos, tanto de España como de Latinoamérica. Su simple mención recuerda pactos de
unidad incondicional con la Iglesia Católica y esto suele estar muy mal visto. Estoy de
acuerdo en que la unión total entre católicos y protestantes para crear una sola institución
eclesial no será nunca una realidad. Básicamente porque sostenemos con Roma diferencias
teológicas y doctrinales muy serias a las que no podemos ni estamos dispuestos a renunciar.
Sin embargo, no creo que estas obvias diferencias deban conducirnos a perder de vista la
realidad plural del cristianismo contemporáneo.
A la hora de evangelizar en un mundo global o de defender ante la opinión pública los
valores cristianos, hemos de ser conscientes de que estas diferencias que para nosotros pueden
ser importantes, para el hombre de la calle cada vez son más insignificantes.
Por otro lado, la beligerancia evangélica contra el catolicismo, que en el pasado pudo ser
beneficiosa e incluso llegó a convertir la evangelización en una simple crítica de los errores de
la teología católica, hoy está dejando de tener sentido porque la Iglesia Católica está
cambiando.
Su apertura a la lectura de la Biblia y a la esencia del Evangelio es mayor cada vez y sus
técnicas de evangelización se parecen cada vez más a las nuestras. Pero es que además, sus
posibilidades para adaptarse rápidamente a las exigencias de la globalización son también
mayores que las nuestras, ya que ellos continúan apareciendo como un solo bloque, mientras
que el protestantismo está dividido en múltiples grupúsculos, con la pretensión, por parte de
cada uno de ellos, de ser la “única iglesia verdadera”, exclusiva y excluyente, ya que estaría en
posesión de la verdad.
Creo que esto debería llevarnos a la reflexión serena y desapasionada; a unirnos, no con
Roma, sino entre los distintos grupos cristianos y familias evangélicas; a trabajar mucho más
unidos y a desestimar las diferencias marginales que, en realidad, son mucho más pequeñas y
menos importantes de lo que se pretende. Si el cristianismo del tercer milenio no enfrenta
unido a la globalización, no va a tener nada que hacer frente a ella.
SOBRE EL AUTOR
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